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El sentimiento y la razón
en la moral utilitaria y natural de Hume.
MARCO ANTONIO VENEGAS MEDRANO
En su más obra más tardía y madura, Investigación sobre los principios de
la moral, y si atendemos a su propia declaración1
[que es la que trabajaré aquí],
Hume se preocupa por investigar en qué se apoyan al final de cuentas nuestros
juicios morales. Emprende su tarea reconociendo las distinciones morales como
algo que sólo los <<disputantes insinceros>>2
ponen en duda, esos hombres que
discuten sólo por el placer de discutir. Todos de alguna manera consideramos que
las acciones merecen distinta consideración. Si no se acepta éste punto de partida
no se puede buscar nada más. No todo carácter, ni toda acción son de la misma
categoría, por el contrario es preciso distinguir entre lo bueno y lo malo, entre lo
correcto y lo incorrecto. Así, en lugar de ver si existen o no distinciones morales en
sí, a Hume le parece más importante si hay que fundamentar la moral en el
sentimiento o en la razón. Por eso Hume critica a Wollaston y a Locke3
, quienes
pretenden deducir solamente del entendimiento los juicios éticos. Por otra parte,
según dice nuestro autor, los filósofos antiguos generalmente derivan del gusto y
del sentimiento a la moral. Pero, según Hume la posición justa es la que reconoce
tanto el papel de aquél como el de la razón. De aquí que asegure: “Debe
reconocerse que ambas posturas acerca de esta cuestión son susceptibles de ser
defendidas con argumentos plausibles”4
. Hume pretende justificar el sentimiento,
como ese elemento que hace de juez en todo análisis de una acción. El
sentimiento inclina la balanza del juicio en un sentido u otro, aceptando o no, pero
no por ello la razón es expulsada del orden moral. La razón desarrolla un
importante rol a la hora de analizar, de buscar y de investigar los elementos de la
acción ética, y el sentimiento tendrá todo esto en cuenta para dictar su sentencia.
1
Así es como se ha referido a ella, en la advertencia inicial a la Investigación sobre los principios de la
moral, dónde se lee: “De ahora en adelante, el autor desea que las piezas que siguen se tomen como las únicas
que contienen sus sentimientos y principios filosóficos.” p. 29.
2
Ibíd. p. 31.
3
Hume, Tratado de la Naturaleza Humana, p. 461, p. 623.
4
Hume, Investigación… p., 33
1
De aquí que el fundamento de la moral descanse en éste, pero no en un
sentimiento sordo, separado de la razón. No tomar en cuenta la importancia de la
razón para formarse un juicio moral implicaría engañar o desconocer un aspecto
determinante en la filosofía de David Hume.
Ciertamente, nos dirá, el entendimiento <<descubre verdades>>, relaciones
que, por ser indiferentes, no pueden mover a la acción. Por otra parte, lo justo, lo
honorable, lo conveniente, lo sentimos como tal y, por ello, emitimos un juicio,
pero no ciego; sino que lo hacemos apoyándonos en los informes que propicia la
razón, de manera que no podemos pasar por alto “que la razón y el sentimiento
concurren en casi todas las determinaciones y conclusiones [morales]”5
. No hay
pues, modo alguno de expulsar a la razón del ámbito de nuestra capacidad para
juzgar y denunciar moralmente una acción o un carácter. Si expulsamos a la razón
de la ética nos quedamos con un puñado de sentimientos enfrentados sin más.
Pero Hume cree en la posibilidad de argumentar, de discutir, de justificar
racionalmente por qué el sentimiento ha atribuido a una acción el calificativo de
aceptable o inaceptable. Esto no plantea ningún problema para él, ya que se
esfuerza en argumentarnos que el sentimiento es el determinante del juicio moral,
en un sentido o en otro, asimismo que es posible indagar con la razón las
circunstancias que rodean un hecho. Pero además, que podemos dar razones de
por qué determinados actos son <<dignos de aplauso>> y otros de nuestra más
firme repulsa. Razón y Sentimiento tienen algo que decir en relación con nuestros
juicios morales es un hecho innegable, dice nuestro autor, por más que no nos
pongamos de acuerdo en el peso de uno y otro, pues si no fuera así, pregunta
Hume “¿Cómo explicar las muchas disputas que tienen lugar en la vida ordinaria
y en la filosofía con respecto a este asunto?”6
Parece pues que, para Hume, si la
moral no es un asunto donde dominen las frías abstracciones del entendimiento,
<<incapaces de mover a la acción>>, tampoco es un mero asunto del gusto,
donde toda discusión resulte imposible, pues la ética y la estética, aunque ambas
sean próximas al sentimiento, no son idénticas. “Ningún hombre razona acerca de
la belleza de otra persona; pero sí ofrece argumentos cuando se esta refiriendo a
5
Ibíd. p. 35
6
Ibíd. p. 33.
2
la justicia o injusticia de sus actos.”7
Todo ello, en definitiva, nos conducirá a un
equilibrio entre la razón y el sentimiento en el ámbito moral, en el que cada uno
juega su importante papel. Por esta razón en Hume, o por lo menos en esta obra
tardía y más madura que el Tratado, sería absurdo decir que un juicio moral es un
falso juicio, o que la moral hay que situarla en un lugar distinto al plano de la
razón. De allí que Hume categóricamente nos asegure que:
Estos argumentos esgrimidos por cada uno de los bandos (y muchos más
que podrían aducirse) son tan plausibles, que yo me inclino a sospechar
que tanto el uno como el otro son sólidos y satisfactorios, y que la razón y
el sentimiento concurren en casi todas nuestras determinaciones y
conclusiones. Es probable que la sentencia final que decida si tal carácter o
tal acto es amable u odioso, digno de alabanza o censura (...); es probable
-digo- que esta sentencia final dependa de algún sentido interno o
sentimiento que la naturaleza ha otorgado a toda la especie de una manera
universal. Pues, ¿qué otra cosa, si no, podría tener una influencia de este
tipo? Pero a fin de preparar el camino para que se de tal sentimiento y
pueda éste discernir propiamente su objeto, encontramos que es necesario
que antes tenga lugar mucho razonamiento, que se hagan distinciones
sutiles, que se infieran conclusiones precisas, que se establezcan
comparaciones distantes, que se examinen relaciones complejas, y que los
hechos generales se identifiquen y se esté seguro de ellos.8
De manera que para Hume hay distinciones morales, las cuales las hace el
sentimiento asistido por la razón; un sentimiento que, por estar cimentado en
nuestra <<naturaleza humana>>, es universal también. Pero ¿En qué se basa el
sentimiento para emitir sus juicios? Para Hume toda explicación de cómo
juzgamos y en qué apoyamos nuestros juicios sólo puede venir del único mundo
real que cuenta para nosotros el de la vida cotidiana. Por eso dice Hume que hay
que rechazar toda especulación que “no este basado en los hechos y en las
observaciones.”9
Es a partir de los hechos, a partir de lo que acontece, como
podemos indagar en lo que los hombres dicen que debe o no debe hacerse. Son
los hechos los que nos proporcionan esta información. Cabe observar que para
nuestro pensador se tiende a <<aplaudir>> aquellos comportamientos sociables,
compasivos, agradecidos, amigables, benéficos. En suma, todo lo que es
provechoso para el hombre, es decir, todo lo que lo apoya y respeta, lo desarrolla
7
Ibíd.. p. 34
8
Ibíd. p. 35-36
9
Ibíd.. p. 38
3
y protege, goza de un reconocimiento amplio. Eso es lo que nos muestra la
experiencia. En suma, Hume descubre que detrás de todo juicio moral favorable,
cuando hablamos de que tal conducta debe imitarse o elogiarse, hay un
ingrediente esencial: que el carácter o la acción en cuestión es beneficiosa para el
hombre que resulta, en definitiva, útil y esto es parte de su mérito. De esta manera
Hume subraya que la utilidad es una parte del mérito que atribuimos a una acción
o a un carácter.10
Resulta importante destacar que no se habla de la utilidad en sí, sino de la
utilidad para el hombre. Por ello, insistirá en cualquier controversia sobre los
límites del deber hay que consultar a los intereses de la humanidad que hay en
juego para decidir la controversia moral suscitada11
. Hume, pues, parece, al
menos parcialmente, haber encontrado la explicación de por qué la benevolencia
goza de la aprobación de la humanidad y por qué es digna de ser recomendada.
“Parece innegable que nada puede añadir más mérito a una criatura humana, que
el sentimiento de benevolencia en un grado eminente; y que por lo menos, una
parte de su mérito surge de su tendencia a promover los intereses de nuestra
especie y a procurar felicidad a la sociedad humana.”12
Sin embargo, en el caso de la justicia, tal virtud resulta útil a la sociedad, y
en ello consiste todo su mérito. Lo que ocurre es que en el caso de la justicia
Hume considera que es precisamente la utilidad pública la que la explica y
justifica, y que por tanto “las reflexiones acerca de las consecuencias
beneficiosas de esta virtud constituyen el único fundamento de su mérito (...)”13
Pero la justicia es una virtud social injustificable porque sin justicia no puede
pensarse ninguna sociedad humana real, que siempre es aquella donde no se da
ni <<una abundancia extrema, ni una indigencia extrema>>, ni una benevolencia y
amistad universal. La obligatoriedad moral que impone la justicia, siempre
orientada hacia el bien de la humanidad, deriva justamente de ser conditio sine
qua non para hablar de una sociedad humana. De aquí que concluya Hume que la
necesidad para el mantenimiento de la sociedad es el único fundamento de esa
10
Cfr., Ibíd. p. 42
11
Ibíd. P. 44
12
Ibíd. p. 46
13
Ibíd. p. 47
4
virtud14
. Y por eso, según Hume, sólo una indigencia, una necesidad extrema
podría constituir una excepción, una excusa para invadir la propiedad de otro.15
Pero hasta las bandas de ladrones y piratas necesitan regirse por ciertas reglas.
Nos interesa subrayar pues, que en el caso de la justicia, considerada como una
virtud social, sin la cual la colectividad se desintegraría, es su utilidad pública no
ya una parte, sino el único fundamento que le otorga el calificativo de virtud. En el
caso de la justicia, es su utilidad pública lo que la hace ser virtud. ¿Pero qué está
queriendo decir Hume con que la utilidad de un carácter o de una acción es sólo
parte de su mérito? Para Hume la utilidad nos agrada, pero ¿por qué? Ésa es la
pregunta. Y de aquí el que Hume nos esté diciendo, al parecer, que todo el mérito
de una acción o de un carácter que calificamos como virtuoso proceda no de su
utilidad (que recibe, desde luego, parte de su valor de ahí), sino del <<agrado>>
que suscita en nosotros. Somos nosotros los que, en última instancia, y no el mero
cómputo de beneficios externos obtenidos al aplicar formalmente un frío
procedimiento de cálculo, otorgamos valor moral a un carácter o acción útil.
Pero ¿por qué? Si la respuesta fuera por mero interés, detrás de aquello
que llamamos virtuoso sólo estaría el mero egoísmo. Pero esto no es lo que
piensa Hume. No es el mero interés propio lo que apruebo cuando digo que una
acción útil es moralmente aceptable16
. Estima Hume que también hay en nosotros
una importante capacidad para alegrarnos con el bien del otro, para alegrarnos
con su dicha y conmovernos con sus desgracias17
, pues, según nos dice, “es
imposible que a una criatura como el hombre le sea totalmente indiferente el
bienestar o el malestar de sus prójimos, y que allí donde nada le predisponga de
una manera particular, estará naturalmente dispuesto a afirmar que aquello que
promueve la felicidad de los demás es bueno, y que lo que tiende a producirles
sufrimiento es malo”18
. La generosidad también tiene cabida en nuestro pecho, y
son, pues, estos sentimientos más generosos, capaces de descubrir en una
acción o en un carácter un beneficio para los otros, los que otorgan aprobación a
14
Ibíd. p. 72
15
Ibíd. p. 74
16
Ibíd. p, 84
17
Ibíd. p, 89
18
Ibíd. p.102
5
la utilidad. Que una acción sea útil la convierte en moral, al menos en parte; pero
lo que le concede plenamente su título de moral no es su mera utilidad (que
también cabría decirse de muchas maneras), sino el que con tal acción se está
fomentando la felicidad o se está combatiendo el sufrimiento, y son, entonces, los
sentimientos humanitarios los que, en última instancia, conceden el título de moral
a una acción que resulta útil19
. En definitiva, es el sentimiento de humanidad,
nuestro no ser indiferente al sufrimiento de los otros, que queremos ver
remediado, lo que otorga carta de moralidad a la utilidad. Felicidad y desdicha de
los hombres son otro ingrediente que interviene en nuestro juicio moral cuando
hablamos de vicio o de virtud20
. No la utilidad como tal, sino la utilidad vinculada a
la felicidad o al sufrimiento humano es lo que determina su catalogación como
acción virtuosa. En consecuencia la ambición y la avaricia, son vicios morales por
su insensibilidad a los proyectos de felicidad ajenos, por su ceguera ante el
sufrimiento del otro.
Pero ¿encuentran aprobación universal la avaricia o la crueldad? Imposible.
Sin embargo, es este requisito de universalidad, de universal reconocimiento o
aceptación que emerge del fondo de nuestros compartidos sentimientos de
humanidad, la prueba más palpable de que estamos ante una acción con títulos
de moralidad. Es el universal reconocimiento de una acción como digna de estima
la que la convierte en universalizable, en <<digna de aplauso moral>>. Pero esta
aprobación universal, este reconocimiento no es ni caprichoso, ni circunstancial, ni
arbitrario. Descansa en nuestra <<común naturaleza humana>>, en esa
comunidad de corazón que, más allá de las fronteras espacio-temporales, nos
hace condenar la tortura y aplaudir la benevolencia. Son nuestros sentimientos de
humanidad los que están detrás de la universal aceptación de una acción o de su
rechazo. Por esto no sólo es la utilidad la determinante de nuestros juicios
morales; sí lo es en parte; pero la otra parte que es fundamental, [pues de ella en
definitiva procede el valor de la utilidad] radica en aquellos sentimientos de
humanidad, sin los que no sería posible la universalidad del juicio moral. Estos
conduce a Hume a rechazar la explicación escéptica de la moral, en el sentido de
19
Ibíd. pp., 151-153
20
Ibíd. p. 90
6
considerarla como un mero constructo inventado por los políticos con vistas a
domesticar o “hacer que los hombres fuesen más tratables y para someter aquella
ferocidad y aquel egoísmo suyos, que los incapacitaba para vivir en sociedad”21
.
No niega Hume que esto se haya hecho a lo largo de la historia humana, y que la
educación haya jugado un importante papel en este sentido. Pero Hume cree que
el origen de la moral, y, por tanto, de nuestras distinciones morales, tiene un
fundamento natural: nuestra peculiar y común naturaleza humana, esa comunidad
de corazón. Si la moral fuera un mero invento, si los conceptos morales fueran
mero artificio, ¿cómo podríamos entenderlos? ¿Cómo sería posible el diálogo con
otras culturas de otros tiempos? Para Hume el hecho de que podamos hablar de
amable o de odioso y que comprendamos lo que estos términos significan, sin
tener que hacer un esfuerzo permanente para entenderlos y conservarlos en la
memoria, es sólo posible porque hay una naturaleza humana común que es capaz
de leerlos, de interpretarlos. Y es nuestra peculiar pero universal, y por tanto,
común, naturaleza humana su mejor partida contra la visión escéptica de la moral:
Pero que todo afecto o desafecto provenga de este origen, es cosa que
nunca será admitida por un investigador juicioso. Si la naturaleza no
hubiera hecho tales distinciones basándose en la constitución original de la
mente, las palabras honorable y vergonzoso, amable y odioso, noble y
despreciable no habrían tenido jamás lugar en ningún idioma; y los
políticos, aún en el caso de haber inventado esos términos, no hubieran
sido capaces de hacerlos inteligibles, o de hacer que fuesen portadores de
una idea para quien los oyera. De modo que nada hay más superficial que
esa paradoja de los escépticos (…)22
En suma, Hume retoma el tema de la razón y del sentimiento al final de sus
Investigaciones. Y ahora creemos que se entiende mejor el papel que tiene
asignado al sentimiento y a la razón: si una nos informa sobre la utilidad de
determinada acción de cara a la felicidad o infelicidad de los hombres, es el
sentimiento quien, a la vista de tales informes, juzga y otorga el título de moral a la
acción, sirviéndole de brújula para interpretar la utilidad, la felicidad y sufrimiento
humanos. Es el sentimiento de humanidad el que aprueba o censura, juzgando
como útil o inútil, perniciosa e indeseable a una acción, dependiendo de que
siembre la felicidad o la desdicha. “Por lo tanto, la razón nos instruye acerca de las
21
Ibíd. p. 83
22
Ibíd. p. 83-84.
7
varias tendencias de las acciones, y el sentimiento humanitario hace una
distinción a favor de aquéllas que son útiles y beneficiosas.”23
La razón es fría, y sus cálculos sobre la utilidad de una acción son ciegos y
no ayudan a esclarecer nada, a menos que estos datos sean leídos e
interpretados en el espacio compartido de esa comunidad de corazón que nos une
como humanos, a la luz, en suma, de los universales sentimientos de humanidad
que, como hemos visto, brotan de nuestra natural simpatía, y, en definitiva, de la
humanamente inconcebible indiferencia respecto a la felicidad y sufrimiento
ajenos.
Bibliografía.
1. HUME, D. Tratado de la naturaleza humana, ed. De Félix Duque, Tecnos,
Clásicos del pensamiento, Madrid, España, 1988.
2. HUME, D. Investigación sobre los principios de la moral, ed. De Carlos
Mellizo, Alianza, El libro de bolsillo, Madrid, España, 1993.
3. RAWLS, J. Lecciones sobre la historia de la filosofía moral, Paidós,
Barcelona, España, año (no lo sé, lo tengo en copias)
4. STRAUD B. Hume, UNAM, México DF, 1986.
23
Ibíd. p. 173
8

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Sentimiento y razón en hume

  • 1. El sentimiento y la razón en la moral utilitaria y natural de Hume. MARCO ANTONIO VENEGAS MEDRANO En su más obra más tardía y madura, Investigación sobre los principios de la moral, y si atendemos a su propia declaración1 [que es la que trabajaré aquí], Hume se preocupa por investigar en qué se apoyan al final de cuentas nuestros juicios morales. Emprende su tarea reconociendo las distinciones morales como algo que sólo los <<disputantes insinceros>>2 ponen en duda, esos hombres que discuten sólo por el placer de discutir. Todos de alguna manera consideramos que las acciones merecen distinta consideración. Si no se acepta éste punto de partida no se puede buscar nada más. No todo carácter, ni toda acción son de la misma categoría, por el contrario es preciso distinguir entre lo bueno y lo malo, entre lo correcto y lo incorrecto. Así, en lugar de ver si existen o no distinciones morales en sí, a Hume le parece más importante si hay que fundamentar la moral en el sentimiento o en la razón. Por eso Hume critica a Wollaston y a Locke3 , quienes pretenden deducir solamente del entendimiento los juicios éticos. Por otra parte, según dice nuestro autor, los filósofos antiguos generalmente derivan del gusto y del sentimiento a la moral. Pero, según Hume la posición justa es la que reconoce tanto el papel de aquél como el de la razón. De aquí que asegure: “Debe reconocerse que ambas posturas acerca de esta cuestión son susceptibles de ser defendidas con argumentos plausibles”4 . Hume pretende justificar el sentimiento, como ese elemento que hace de juez en todo análisis de una acción. El sentimiento inclina la balanza del juicio en un sentido u otro, aceptando o no, pero no por ello la razón es expulsada del orden moral. La razón desarrolla un importante rol a la hora de analizar, de buscar y de investigar los elementos de la acción ética, y el sentimiento tendrá todo esto en cuenta para dictar su sentencia. 1 Así es como se ha referido a ella, en la advertencia inicial a la Investigación sobre los principios de la moral, dónde se lee: “De ahora en adelante, el autor desea que las piezas que siguen se tomen como las únicas que contienen sus sentimientos y principios filosóficos.” p. 29. 2 Ibíd. p. 31. 3 Hume, Tratado de la Naturaleza Humana, p. 461, p. 623. 4 Hume, Investigación… p., 33 1
  • 2. De aquí que el fundamento de la moral descanse en éste, pero no en un sentimiento sordo, separado de la razón. No tomar en cuenta la importancia de la razón para formarse un juicio moral implicaría engañar o desconocer un aspecto determinante en la filosofía de David Hume. Ciertamente, nos dirá, el entendimiento <<descubre verdades>>, relaciones que, por ser indiferentes, no pueden mover a la acción. Por otra parte, lo justo, lo honorable, lo conveniente, lo sentimos como tal y, por ello, emitimos un juicio, pero no ciego; sino que lo hacemos apoyándonos en los informes que propicia la razón, de manera que no podemos pasar por alto “que la razón y el sentimiento concurren en casi todas las determinaciones y conclusiones [morales]”5 . No hay pues, modo alguno de expulsar a la razón del ámbito de nuestra capacidad para juzgar y denunciar moralmente una acción o un carácter. Si expulsamos a la razón de la ética nos quedamos con un puñado de sentimientos enfrentados sin más. Pero Hume cree en la posibilidad de argumentar, de discutir, de justificar racionalmente por qué el sentimiento ha atribuido a una acción el calificativo de aceptable o inaceptable. Esto no plantea ningún problema para él, ya que se esfuerza en argumentarnos que el sentimiento es el determinante del juicio moral, en un sentido o en otro, asimismo que es posible indagar con la razón las circunstancias que rodean un hecho. Pero además, que podemos dar razones de por qué determinados actos son <<dignos de aplauso>> y otros de nuestra más firme repulsa. Razón y Sentimiento tienen algo que decir en relación con nuestros juicios morales es un hecho innegable, dice nuestro autor, por más que no nos pongamos de acuerdo en el peso de uno y otro, pues si no fuera así, pregunta Hume “¿Cómo explicar las muchas disputas que tienen lugar en la vida ordinaria y en la filosofía con respecto a este asunto?”6 Parece pues que, para Hume, si la moral no es un asunto donde dominen las frías abstracciones del entendimiento, <<incapaces de mover a la acción>>, tampoco es un mero asunto del gusto, donde toda discusión resulte imposible, pues la ética y la estética, aunque ambas sean próximas al sentimiento, no son idénticas. “Ningún hombre razona acerca de la belleza de otra persona; pero sí ofrece argumentos cuando se esta refiriendo a 5 Ibíd. p. 35 6 Ibíd. p. 33. 2
  • 3. la justicia o injusticia de sus actos.”7 Todo ello, en definitiva, nos conducirá a un equilibrio entre la razón y el sentimiento en el ámbito moral, en el que cada uno juega su importante papel. Por esta razón en Hume, o por lo menos en esta obra tardía y más madura que el Tratado, sería absurdo decir que un juicio moral es un falso juicio, o que la moral hay que situarla en un lugar distinto al plano de la razón. De allí que Hume categóricamente nos asegure que: Estos argumentos esgrimidos por cada uno de los bandos (y muchos más que podrían aducirse) son tan plausibles, que yo me inclino a sospechar que tanto el uno como el otro son sólidos y satisfactorios, y que la razón y el sentimiento concurren en casi todas nuestras determinaciones y conclusiones. Es probable que la sentencia final que decida si tal carácter o tal acto es amable u odioso, digno de alabanza o censura (...); es probable -digo- que esta sentencia final dependa de algún sentido interno o sentimiento que la naturaleza ha otorgado a toda la especie de una manera universal. Pues, ¿qué otra cosa, si no, podría tener una influencia de este tipo? Pero a fin de preparar el camino para que se de tal sentimiento y pueda éste discernir propiamente su objeto, encontramos que es necesario que antes tenga lugar mucho razonamiento, que se hagan distinciones sutiles, que se infieran conclusiones precisas, que se establezcan comparaciones distantes, que se examinen relaciones complejas, y que los hechos generales se identifiquen y se esté seguro de ellos.8 De manera que para Hume hay distinciones morales, las cuales las hace el sentimiento asistido por la razón; un sentimiento que, por estar cimentado en nuestra <<naturaleza humana>>, es universal también. Pero ¿En qué se basa el sentimiento para emitir sus juicios? Para Hume toda explicación de cómo juzgamos y en qué apoyamos nuestros juicios sólo puede venir del único mundo real que cuenta para nosotros el de la vida cotidiana. Por eso dice Hume que hay que rechazar toda especulación que “no este basado en los hechos y en las observaciones.”9 Es a partir de los hechos, a partir de lo que acontece, como podemos indagar en lo que los hombres dicen que debe o no debe hacerse. Son los hechos los que nos proporcionan esta información. Cabe observar que para nuestro pensador se tiende a <<aplaudir>> aquellos comportamientos sociables, compasivos, agradecidos, amigables, benéficos. En suma, todo lo que es provechoso para el hombre, es decir, todo lo que lo apoya y respeta, lo desarrolla 7 Ibíd.. p. 34 8 Ibíd. p. 35-36 9 Ibíd.. p. 38 3
  • 4. y protege, goza de un reconocimiento amplio. Eso es lo que nos muestra la experiencia. En suma, Hume descubre que detrás de todo juicio moral favorable, cuando hablamos de que tal conducta debe imitarse o elogiarse, hay un ingrediente esencial: que el carácter o la acción en cuestión es beneficiosa para el hombre que resulta, en definitiva, útil y esto es parte de su mérito. De esta manera Hume subraya que la utilidad es una parte del mérito que atribuimos a una acción o a un carácter.10 Resulta importante destacar que no se habla de la utilidad en sí, sino de la utilidad para el hombre. Por ello, insistirá en cualquier controversia sobre los límites del deber hay que consultar a los intereses de la humanidad que hay en juego para decidir la controversia moral suscitada11 . Hume, pues, parece, al menos parcialmente, haber encontrado la explicación de por qué la benevolencia goza de la aprobación de la humanidad y por qué es digna de ser recomendada. “Parece innegable que nada puede añadir más mérito a una criatura humana, que el sentimiento de benevolencia en un grado eminente; y que por lo menos, una parte de su mérito surge de su tendencia a promover los intereses de nuestra especie y a procurar felicidad a la sociedad humana.”12 Sin embargo, en el caso de la justicia, tal virtud resulta útil a la sociedad, y en ello consiste todo su mérito. Lo que ocurre es que en el caso de la justicia Hume considera que es precisamente la utilidad pública la que la explica y justifica, y que por tanto “las reflexiones acerca de las consecuencias beneficiosas de esta virtud constituyen el único fundamento de su mérito (...)”13 Pero la justicia es una virtud social injustificable porque sin justicia no puede pensarse ninguna sociedad humana real, que siempre es aquella donde no se da ni <<una abundancia extrema, ni una indigencia extrema>>, ni una benevolencia y amistad universal. La obligatoriedad moral que impone la justicia, siempre orientada hacia el bien de la humanidad, deriva justamente de ser conditio sine qua non para hablar de una sociedad humana. De aquí que concluya Hume que la necesidad para el mantenimiento de la sociedad es el único fundamento de esa 10 Cfr., Ibíd. p. 42 11 Ibíd. P. 44 12 Ibíd. p. 46 13 Ibíd. p. 47 4
  • 5. virtud14 . Y por eso, según Hume, sólo una indigencia, una necesidad extrema podría constituir una excepción, una excusa para invadir la propiedad de otro.15 Pero hasta las bandas de ladrones y piratas necesitan regirse por ciertas reglas. Nos interesa subrayar pues, que en el caso de la justicia, considerada como una virtud social, sin la cual la colectividad se desintegraría, es su utilidad pública no ya una parte, sino el único fundamento que le otorga el calificativo de virtud. En el caso de la justicia, es su utilidad pública lo que la hace ser virtud. ¿Pero qué está queriendo decir Hume con que la utilidad de un carácter o de una acción es sólo parte de su mérito? Para Hume la utilidad nos agrada, pero ¿por qué? Ésa es la pregunta. Y de aquí el que Hume nos esté diciendo, al parecer, que todo el mérito de una acción o de un carácter que calificamos como virtuoso proceda no de su utilidad (que recibe, desde luego, parte de su valor de ahí), sino del <<agrado>> que suscita en nosotros. Somos nosotros los que, en última instancia, y no el mero cómputo de beneficios externos obtenidos al aplicar formalmente un frío procedimiento de cálculo, otorgamos valor moral a un carácter o acción útil. Pero ¿por qué? Si la respuesta fuera por mero interés, detrás de aquello que llamamos virtuoso sólo estaría el mero egoísmo. Pero esto no es lo que piensa Hume. No es el mero interés propio lo que apruebo cuando digo que una acción útil es moralmente aceptable16 . Estima Hume que también hay en nosotros una importante capacidad para alegrarnos con el bien del otro, para alegrarnos con su dicha y conmovernos con sus desgracias17 , pues, según nos dice, “es imposible que a una criatura como el hombre le sea totalmente indiferente el bienestar o el malestar de sus prójimos, y que allí donde nada le predisponga de una manera particular, estará naturalmente dispuesto a afirmar que aquello que promueve la felicidad de los demás es bueno, y que lo que tiende a producirles sufrimiento es malo”18 . La generosidad también tiene cabida en nuestro pecho, y son, pues, estos sentimientos más generosos, capaces de descubrir en una acción o en un carácter un beneficio para los otros, los que otorgan aprobación a 14 Ibíd. p. 72 15 Ibíd. p. 74 16 Ibíd. p, 84 17 Ibíd. p, 89 18 Ibíd. p.102 5
  • 6. la utilidad. Que una acción sea útil la convierte en moral, al menos en parte; pero lo que le concede plenamente su título de moral no es su mera utilidad (que también cabría decirse de muchas maneras), sino el que con tal acción se está fomentando la felicidad o se está combatiendo el sufrimiento, y son, entonces, los sentimientos humanitarios los que, en última instancia, conceden el título de moral a una acción que resulta útil19 . En definitiva, es el sentimiento de humanidad, nuestro no ser indiferente al sufrimiento de los otros, que queremos ver remediado, lo que otorga carta de moralidad a la utilidad. Felicidad y desdicha de los hombres son otro ingrediente que interviene en nuestro juicio moral cuando hablamos de vicio o de virtud20 . No la utilidad como tal, sino la utilidad vinculada a la felicidad o al sufrimiento humano es lo que determina su catalogación como acción virtuosa. En consecuencia la ambición y la avaricia, son vicios morales por su insensibilidad a los proyectos de felicidad ajenos, por su ceguera ante el sufrimiento del otro. Pero ¿encuentran aprobación universal la avaricia o la crueldad? Imposible. Sin embargo, es este requisito de universalidad, de universal reconocimiento o aceptación que emerge del fondo de nuestros compartidos sentimientos de humanidad, la prueba más palpable de que estamos ante una acción con títulos de moralidad. Es el universal reconocimiento de una acción como digna de estima la que la convierte en universalizable, en <<digna de aplauso moral>>. Pero esta aprobación universal, este reconocimiento no es ni caprichoso, ni circunstancial, ni arbitrario. Descansa en nuestra <<común naturaleza humana>>, en esa comunidad de corazón que, más allá de las fronteras espacio-temporales, nos hace condenar la tortura y aplaudir la benevolencia. Son nuestros sentimientos de humanidad los que están detrás de la universal aceptación de una acción o de su rechazo. Por esto no sólo es la utilidad la determinante de nuestros juicios morales; sí lo es en parte; pero la otra parte que es fundamental, [pues de ella en definitiva procede el valor de la utilidad] radica en aquellos sentimientos de humanidad, sin los que no sería posible la universalidad del juicio moral. Estos conduce a Hume a rechazar la explicación escéptica de la moral, en el sentido de 19 Ibíd. pp., 151-153 20 Ibíd. p. 90 6
  • 7. considerarla como un mero constructo inventado por los políticos con vistas a domesticar o “hacer que los hombres fuesen más tratables y para someter aquella ferocidad y aquel egoísmo suyos, que los incapacitaba para vivir en sociedad”21 . No niega Hume que esto se haya hecho a lo largo de la historia humana, y que la educación haya jugado un importante papel en este sentido. Pero Hume cree que el origen de la moral, y, por tanto, de nuestras distinciones morales, tiene un fundamento natural: nuestra peculiar y común naturaleza humana, esa comunidad de corazón. Si la moral fuera un mero invento, si los conceptos morales fueran mero artificio, ¿cómo podríamos entenderlos? ¿Cómo sería posible el diálogo con otras culturas de otros tiempos? Para Hume el hecho de que podamos hablar de amable o de odioso y que comprendamos lo que estos términos significan, sin tener que hacer un esfuerzo permanente para entenderlos y conservarlos en la memoria, es sólo posible porque hay una naturaleza humana común que es capaz de leerlos, de interpretarlos. Y es nuestra peculiar pero universal, y por tanto, común, naturaleza humana su mejor partida contra la visión escéptica de la moral: Pero que todo afecto o desafecto provenga de este origen, es cosa que nunca será admitida por un investigador juicioso. Si la naturaleza no hubiera hecho tales distinciones basándose en la constitución original de la mente, las palabras honorable y vergonzoso, amable y odioso, noble y despreciable no habrían tenido jamás lugar en ningún idioma; y los políticos, aún en el caso de haber inventado esos términos, no hubieran sido capaces de hacerlos inteligibles, o de hacer que fuesen portadores de una idea para quien los oyera. De modo que nada hay más superficial que esa paradoja de los escépticos (…)22 En suma, Hume retoma el tema de la razón y del sentimiento al final de sus Investigaciones. Y ahora creemos que se entiende mejor el papel que tiene asignado al sentimiento y a la razón: si una nos informa sobre la utilidad de determinada acción de cara a la felicidad o infelicidad de los hombres, es el sentimiento quien, a la vista de tales informes, juzga y otorga el título de moral a la acción, sirviéndole de brújula para interpretar la utilidad, la felicidad y sufrimiento humanos. Es el sentimiento de humanidad el que aprueba o censura, juzgando como útil o inútil, perniciosa e indeseable a una acción, dependiendo de que siembre la felicidad o la desdicha. “Por lo tanto, la razón nos instruye acerca de las 21 Ibíd. p. 83 22 Ibíd. p. 83-84. 7
  • 8. varias tendencias de las acciones, y el sentimiento humanitario hace una distinción a favor de aquéllas que son útiles y beneficiosas.”23 La razón es fría, y sus cálculos sobre la utilidad de una acción son ciegos y no ayudan a esclarecer nada, a menos que estos datos sean leídos e interpretados en el espacio compartido de esa comunidad de corazón que nos une como humanos, a la luz, en suma, de los universales sentimientos de humanidad que, como hemos visto, brotan de nuestra natural simpatía, y, en definitiva, de la humanamente inconcebible indiferencia respecto a la felicidad y sufrimiento ajenos. Bibliografía. 1. HUME, D. Tratado de la naturaleza humana, ed. De Félix Duque, Tecnos, Clásicos del pensamiento, Madrid, España, 1988. 2. HUME, D. Investigación sobre los principios de la moral, ed. De Carlos Mellizo, Alianza, El libro de bolsillo, Madrid, España, 1993. 3. RAWLS, J. Lecciones sobre la historia de la filosofía moral, Paidós, Barcelona, España, año (no lo sé, lo tengo en copias) 4. STRAUD B. Hume, UNAM, México DF, 1986. 23 Ibíd. p. 173 8