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Un hipopotamito con hipo…
Había una vez un hipopotamito que tenía mucho hipo.
Iba y venía por el río. De arriba para abajo. De abajo para arriba…
Ya no sabía cómo nadar: de pecho, de espalda, de costado.
Moviendo sus patas muy rápido. Moviendo sus patas muy lento.
Pero siempre, siempre, un largo y grueso ¡Hip! Se escuchaba por
todas partes, seguido por muchas, muchas burbujitas que
dibujaban un largo caminito en el agua.
Los pajaritos cuchicheaban entre las ramas de los árboles que
estaban a la orilla del río.
-Este hipopotamito –decían- necesitaría que le dieran un buen
susto y así se le pasaría el hipo…
1
Entonces, después de pensar y pensar bastante, al pajarito más
chiquito se le iluminaron de repente los ojitos.
-¡Tengo una idea! –gritó con entusiasmo.
Los demás pájaros y bichitos del árbol lo miraron con asombro.
¿Qué se le podría haber ocurrido a semejante pichoncito?
-Solo tengo que hablar con mi amigo el cocodrilo, ¡y listo! –dijo
simpáticamente.
-¡Es verdad! –contestaron los otros pajaritos-.¿Hay que encontrar al
cocodrilo Coco y contarle todo lo que está pasando.
-¡Buena idea! –contestó una vaquita de San Antonio que estaba
sobre una hoja vecina escuchando con atención. Yo podría ayudar –
continuó- ¡pero soy tan chiquita!, que ni siquiera me vería… ¿Cómo
podría asustarlo, entonces?
-Es cierto –dijo un pajarito con voz muuuy finita-. Nosotros
tampoco podemos: somos demasiado divertidos y ¡tan simpáticos!,
que nadie nos tiene miedo…
De pronto, una enorme y oscura piedra que estaba a la orilla del
río se movió para uno y otro lado. ¿Sería un terremoto?
2
¡Pero no!: si era Coco que se estaba despertando de su siesta y se
desperezaba haciendo escuchar un largo bostezo.
-¡Aaahhh! –dijo Coco. ¡Buenas tardes! ¿Alguien me estaba
nombrando?: me pareció que escuché algo así como Coco, Coco,
coco-dri-lo…
-¡Sí…! ¡Fuimos nosotros! –le contestaron sus amigos, los pajaritos,
mientras se le acercaban volando y se le paraban encima de su
larga boca, que parecía una trompa llenita de dientes.
Y en un ratito le contaron lo que le estaba pasando al bebé
hipopótamo.
-¡Ajá…! –dijo el cocodrilo frunciendo el entrecejo-. ¿Y fue a ver al
doctor?
-¡Por supuesto! –gritaron con fuerza las vaquitas de San Antonio,
que se habían parado en unos pastitos cercanos. Eran tan, pero tan
chiquititas, que apenas se escucharon y el cocodrilo no llegaba a
verlas.
-Me pareció que alguien dijo algo… -susurró Coco.
Entonces un pajarito, que se dio cuenta, le alcanzó sus anteojos de
aumento.
-¡Ahora sí…! –dijo el cocodrilo, mientras miraba bien de cerca a
una vaquita que se le había parado en la nariz, justito en medio de
los dos ojos.
-¡Te decíamos que sí…! –dijo con toda su fuerza la vaquita. Esta
tarde fue a ver a don Popótamus, pero no encontró ningún remedio
para su hipo.
-¡Ja! ¡Yo también tenía hipo cuando era chiquito…! –le contestó el
cocodrilo. Pero ya ves: ¡lo perdí hace mucho tiempo!...
Sin embargo, estuvimos pensando mucho –susurró la vaquita al oído
de Coco-, y a nuestros amigos los pajaritos se les ocurrió un plan.
¡Y se lo contó!
-¡Ja, ja, ja! –rió Coco. ¡No es mala idea…!
Ahora sólo quedaba sincronizar los relojes y esperar a que el
hipopotamito pasara una vez más por aquel pedacito de río.
3
Cuando el pajarito más viejo cantó las doce en punto, a lo lejos
pudo verse al hipopotamito que venía nadando río abajo, y
escucharse un enorme ¡hip!, que hizo sacudir los pastitos de la
orilla, que quedaron como si alguien les hubiera pasado un enorme
peine: chatitos, chatitos…
¡Imaginen a dónde fueron a parar los pobres bichitos! Esta
situación ya era del todo insostenible: había que hacer algo
urgentemente…
-¡Ya llega! ¡Ya llega! –gritó el pajarito guardián, dejando oír un
largo gorjeo.
Entonces el cocodrilo se adelantó por el agua, para no dejar pasar
al bebé hipopótamo.
-¡Alto! –dijo Coco con una voz muy gruesa y haciendo sonar su
silbato. ¡Por aquí no se puede pasar, salvo que pague! Este es un
sector privado.
-¡Pero yo no tengo plata…! –dijo el hipopotamito.
-¡A ver, a ver…! Entonces muéstreme su licencia para nadar en el
río.
El hipopotamito se quedó callado y con los ojos muy abiertos,
después de un ratito dijo:
-Señor cocodrilo ¡Hip!, téngame un poquito de… ¡Hip! paciencia.
-¡Ahhh…! ¡Veo que tienes hipo…! Yo te podría curar –dijo Coco con
astucia-, pero tienes que acompañarme a mi casa, que queda del
otro lado del río…
El hipopotamito, que ya estaba muy cansado de tanto y tanto
hacer ¡Hip!, se puso contento por la invitación de don Coco, y
aunque su mamá le había advertido que no tenía que detenerse a
hablar con ningún extraño mientras nadara por el río hasta llegar a
la casa de su abuela –doña Manuela-, el bebé hipopótamo se sintió
tentado. Ya se imaginaba nadando muy orondo y sin un solo y
molesto ¡hip!…
-¡Acepto! –dijo, seguido de un laaaargo ¡hip!, que sonó como un
silbato desafinado…
Y así fue que nadaron un ratito, ¡y en un periquete! llegaron a la
otra orilla, donde el sol no daba ni un poquito.
4
-Sígueme… -dijo don Coco con voz gruesa e intrigante- y andando
por un largo caminito, agregó: -es por debajo de estas ramas…
El hipopotamito –que le tenía un poco de miedo a la oscuridad- le
contestó con una vocecita temblorosa:
-¡Está un poquito oscuro…! ¿Quién apagó todo el sol?
Pero, ¡oh sorpresa!... Nadie contestó.
-¿Hay alguien en casa? –preguntó más suavecito…
Otra vez, nadie contestó…
-¡Señor don Coco! ¡Señor don Coco! –llamó casi sin voz…
El corazón del hipopotamito galopó como un montón de
hipocampos desbocados… ¿Acaso ellos también tendrían hipo? –
pensó el bebé por un momento. Mil ideas saltaban dentro de su
cabecita como langostas inquietas: su papá enseñándole a nadar,
su abuela regalándole un sonajero de caracolitos, el sol que
brillaba como nunca y ¡zas!: se apagó de golpe. Su mamá
diciéndole: “no debes acercarte a ningún extraño…” Y por
supuesto, el último ¡Hip!, resonando como con un altoparlante
dentro de su cabeza…
De repente, algo se escuchó:
-¡Qué ruido tan raro! ¡Hip! –dijo el hipopotamito. Y las orejitas se
le pararon, afinando un poco más su atención…
Entonces de atrás de una enorme rama, una boca negra y
dientuda se abrió de par en par dejando ver “hasta su campanilla”,
mientras se escuchaba a don Coco cantando –bueno, es decir
“balbuceando”, de tan desafinado que estaba y sin ni siquiera el
acompañamiento de una guitarra- el “Rock del cocodrilo furioso…”
Pero como era de esperarse, nadie aplaudió.
Entonces el cocodrilo –un poco ofendido- buscó con sus grandes
ojos al bebé hipopótamo en la oscuridad… ¿Y a qué no saben qué?
¡Estaba allí: petrificado como una estatua de hipopótamo! ¡Blanco
como un fantasma blanco! (porque los verdaderos fantasmas no
tienen color). ¡Mudo como un hipopótamo sin hipo! (Es decir,
solamente un “popótamo”)…
¿Qué dije…? ¿Un hipopótamo sin hipo? ¿Un popótamo…?
5
-¡Siiii! –gritaron de repente cientos de pajaritos que subieron hasta
el cielo, haciendo que las ramas de la casita de don Coco fueran
más livianas…
-¡Al fin lo logramos…! ¡Ya no tiene más hipo!
Y una gran fiesta se organizó en tan sólo un momento. El sol se
cruzó a la otra orilla y volvió a brillar con ganas dentro de la casa
de don Coco. Los bichitos de los alrededores se chocaron los
pulgares y se hicieron guiños. Entonces el cocodrilo volvió a cantar
el “Rock del cocodrilo furioso”, pero esta vez para un público muy
numeroso que lo aplaudió incansablemente, y en especial el bebé
“popótamo” (aclaro que no digo “hi…” -bueno: ustedes ya saben-
por las dudas de que el… se crea que lo están llamando y vuelva a
aparecer).
Y cocodrín popotamado: éste cuento ha terminado…
PD: Si alguien nada en el río: que lo haga con precaución. No se
olviden que el “hipo” anda suelto por ahí… No sea cosa de que
alguien lo encuentre… ¡y se le pegue!
6

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UN HIPOPOTAMITO CON HIPO: cuento de Liliana Vinelli

  • 1. Un hipopotamito con hipo… Había una vez un hipopotamito que tenía mucho hipo. Iba y venía por el río. De arriba para abajo. De abajo para arriba… Ya no sabía cómo nadar: de pecho, de espalda, de costado. Moviendo sus patas muy rápido. Moviendo sus patas muy lento. Pero siempre, siempre, un largo y grueso ¡Hip! Se escuchaba por todas partes, seguido por muchas, muchas burbujitas que dibujaban un largo caminito en el agua. Los pajaritos cuchicheaban entre las ramas de los árboles que estaban a la orilla del río. -Este hipopotamito –decían- necesitaría que le dieran un buen susto y así se le pasaría el hipo… 1
  • 2. Entonces, después de pensar y pensar bastante, al pajarito más chiquito se le iluminaron de repente los ojitos. -¡Tengo una idea! –gritó con entusiasmo. Los demás pájaros y bichitos del árbol lo miraron con asombro. ¿Qué se le podría haber ocurrido a semejante pichoncito? -Solo tengo que hablar con mi amigo el cocodrilo, ¡y listo! –dijo simpáticamente. -¡Es verdad! –contestaron los otros pajaritos-.¿Hay que encontrar al cocodrilo Coco y contarle todo lo que está pasando. -¡Buena idea! –contestó una vaquita de San Antonio que estaba sobre una hoja vecina escuchando con atención. Yo podría ayudar – continuó- ¡pero soy tan chiquita!, que ni siquiera me vería… ¿Cómo podría asustarlo, entonces? -Es cierto –dijo un pajarito con voz muuuy finita-. Nosotros tampoco podemos: somos demasiado divertidos y ¡tan simpáticos!, que nadie nos tiene miedo… De pronto, una enorme y oscura piedra que estaba a la orilla del río se movió para uno y otro lado. ¿Sería un terremoto? 2
  • 3. ¡Pero no!: si era Coco que se estaba despertando de su siesta y se desperezaba haciendo escuchar un largo bostezo. -¡Aaahhh! –dijo Coco. ¡Buenas tardes! ¿Alguien me estaba nombrando?: me pareció que escuché algo así como Coco, Coco, coco-dri-lo… -¡Sí…! ¡Fuimos nosotros! –le contestaron sus amigos, los pajaritos, mientras se le acercaban volando y se le paraban encima de su larga boca, que parecía una trompa llenita de dientes. Y en un ratito le contaron lo que le estaba pasando al bebé hipopótamo. -¡Ajá…! –dijo el cocodrilo frunciendo el entrecejo-. ¿Y fue a ver al doctor? -¡Por supuesto! –gritaron con fuerza las vaquitas de San Antonio, que se habían parado en unos pastitos cercanos. Eran tan, pero tan chiquititas, que apenas se escucharon y el cocodrilo no llegaba a verlas. -Me pareció que alguien dijo algo… -susurró Coco. Entonces un pajarito, que se dio cuenta, le alcanzó sus anteojos de aumento. -¡Ahora sí…! –dijo el cocodrilo, mientras miraba bien de cerca a una vaquita que se le había parado en la nariz, justito en medio de los dos ojos. -¡Te decíamos que sí…! –dijo con toda su fuerza la vaquita. Esta tarde fue a ver a don Popótamus, pero no encontró ningún remedio para su hipo. -¡Ja! ¡Yo también tenía hipo cuando era chiquito…! –le contestó el cocodrilo. Pero ya ves: ¡lo perdí hace mucho tiempo!... Sin embargo, estuvimos pensando mucho –susurró la vaquita al oído de Coco-, y a nuestros amigos los pajaritos se les ocurrió un plan. ¡Y se lo contó! -¡Ja, ja, ja! –rió Coco. ¡No es mala idea…! Ahora sólo quedaba sincronizar los relojes y esperar a que el hipopotamito pasara una vez más por aquel pedacito de río. 3
  • 4. Cuando el pajarito más viejo cantó las doce en punto, a lo lejos pudo verse al hipopotamito que venía nadando río abajo, y escucharse un enorme ¡hip!, que hizo sacudir los pastitos de la orilla, que quedaron como si alguien les hubiera pasado un enorme peine: chatitos, chatitos… ¡Imaginen a dónde fueron a parar los pobres bichitos! Esta situación ya era del todo insostenible: había que hacer algo urgentemente… -¡Ya llega! ¡Ya llega! –gritó el pajarito guardián, dejando oír un largo gorjeo. Entonces el cocodrilo se adelantó por el agua, para no dejar pasar al bebé hipopótamo. -¡Alto! –dijo Coco con una voz muy gruesa y haciendo sonar su silbato. ¡Por aquí no se puede pasar, salvo que pague! Este es un sector privado. -¡Pero yo no tengo plata…! –dijo el hipopotamito. -¡A ver, a ver…! Entonces muéstreme su licencia para nadar en el río. El hipopotamito se quedó callado y con los ojos muy abiertos, después de un ratito dijo: -Señor cocodrilo ¡Hip!, téngame un poquito de… ¡Hip! paciencia. -¡Ahhh…! ¡Veo que tienes hipo…! Yo te podría curar –dijo Coco con astucia-, pero tienes que acompañarme a mi casa, que queda del otro lado del río… El hipopotamito, que ya estaba muy cansado de tanto y tanto hacer ¡Hip!, se puso contento por la invitación de don Coco, y aunque su mamá le había advertido que no tenía que detenerse a hablar con ningún extraño mientras nadara por el río hasta llegar a la casa de su abuela –doña Manuela-, el bebé hipopótamo se sintió tentado. Ya se imaginaba nadando muy orondo y sin un solo y molesto ¡hip!… -¡Acepto! –dijo, seguido de un laaaargo ¡hip!, que sonó como un silbato desafinado… Y así fue que nadaron un ratito, ¡y en un periquete! llegaron a la otra orilla, donde el sol no daba ni un poquito. 4
  • 5. -Sígueme… -dijo don Coco con voz gruesa e intrigante- y andando por un largo caminito, agregó: -es por debajo de estas ramas… El hipopotamito –que le tenía un poco de miedo a la oscuridad- le contestó con una vocecita temblorosa: -¡Está un poquito oscuro…! ¿Quién apagó todo el sol? Pero, ¡oh sorpresa!... Nadie contestó. -¿Hay alguien en casa? –preguntó más suavecito… Otra vez, nadie contestó… -¡Señor don Coco! ¡Señor don Coco! –llamó casi sin voz… El corazón del hipopotamito galopó como un montón de hipocampos desbocados… ¿Acaso ellos también tendrían hipo? – pensó el bebé por un momento. Mil ideas saltaban dentro de su cabecita como langostas inquietas: su papá enseñándole a nadar, su abuela regalándole un sonajero de caracolitos, el sol que brillaba como nunca y ¡zas!: se apagó de golpe. Su mamá diciéndole: “no debes acercarte a ningún extraño…” Y por supuesto, el último ¡Hip!, resonando como con un altoparlante dentro de su cabeza… De repente, algo se escuchó: -¡Qué ruido tan raro! ¡Hip! –dijo el hipopotamito. Y las orejitas se le pararon, afinando un poco más su atención… Entonces de atrás de una enorme rama, una boca negra y dientuda se abrió de par en par dejando ver “hasta su campanilla”, mientras se escuchaba a don Coco cantando –bueno, es decir “balbuceando”, de tan desafinado que estaba y sin ni siquiera el acompañamiento de una guitarra- el “Rock del cocodrilo furioso…” Pero como era de esperarse, nadie aplaudió. Entonces el cocodrilo –un poco ofendido- buscó con sus grandes ojos al bebé hipopótamo en la oscuridad… ¿Y a qué no saben qué? ¡Estaba allí: petrificado como una estatua de hipopótamo! ¡Blanco como un fantasma blanco! (porque los verdaderos fantasmas no tienen color). ¡Mudo como un hipopótamo sin hipo! (Es decir, solamente un “popótamo”)… ¿Qué dije…? ¿Un hipopótamo sin hipo? ¿Un popótamo…? 5
  • 6. -¡Siiii! –gritaron de repente cientos de pajaritos que subieron hasta el cielo, haciendo que las ramas de la casita de don Coco fueran más livianas… -¡Al fin lo logramos…! ¡Ya no tiene más hipo! Y una gran fiesta se organizó en tan sólo un momento. El sol se cruzó a la otra orilla y volvió a brillar con ganas dentro de la casa de don Coco. Los bichitos de los alrededores se chocaron los pulgares y se hicieron guiños. Entonces el cocodrilo volvió a cantar el “Rock del cocodrilo furioso”, pero esta vez para un público muy numeroso que lo aplaudió incansablemente, y en especial el bebé “popótamo” (aclaro que no digo “hi…” -bueno: ustedes ya saben- por las dudas de que el… se crea que lo están llamando y vuelva a aparecer). Y cocodrín popotamado: éste cuento ha terminado… PD: Si alguien nada en el río: que lo haga con precaución. No se olviden que el “hipo” anda suelto por ahí… No sea cosa de que alguien lo encuentre… ¡y se le pegue! 6