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Uso recreativo de drogas y acción preventiva: De reducir la prevalencia a reducir el riesgo
1. Uso recreativo de drogas y acción preventiva
Claudio Vidal
Energy Control
Referencia: Vidal, C. (2007). Uso recreativo de drogas y acción preventiva. Revista ENLACE,
48, 14-22.
Introducción
Que las actuales políticas preventivas están fracasando es evidente. Los intentos por
desanimar a las personas a consumir drogas o para animar a dejarlas si ya las están tomando
no parecen tener mucho efecto sobre el público general. Ante esto, ya hay algunas evidencias
de que algo está cambiando. La sistemática oposición de Estados Unidos a los programas de
reducción de daños ha generado la reacción del resto de países que comienzan a ver la
necesidad de implementar políticas sobre drogas más pragmáticas y eficaces que la simple
“guerra contra las drogas”. Los programas de intercambio de jeringuillas están convirtiéndose
en una realidad en muchos países del mundo, a la vez que otras estrategias más
controvertidas siguen luchando para poder implementarse en sus ámbitos de actuación (por
ejemplo, los servicios de análisis de drogas cuya situación legal aún no está claramente
definida).
Un aspecto esencial para el logro de los objetivos preventivos es el desarrollo de una política
sobre drogas que tenga en cuenta los hechos y realidades sobre los que pretende intervenir.
Una política de drogas con garantías de éxito debe basarse en la propia realidad en la que
quiere actuar, con un adecuado planteamiento de objetivos generales y específicos. Así,
mientras los enfoques de reducción de la prevalencia se centran exclusivamente en la
reducción de los niveles de uso de drogas en la población, los enfoques de daños y riesgos lo
hacen en la reducción de los daños y riesgos de ese consumo, no del consumo en sí.
Los continuos fracasos de la reducción de la prevalencia en reducir el número total de
consumidores y la aún escasa evidencia disponible acerca de la efectividad de los modelos de
reducción de daños y riesgos no permiten llegar a grandes conclusiones 1 . Sin embargo, dado
que el éxito de los programas de intercambio de jeringuillas y de otras iniciativas similares
difícilmente es equiparable en calidad e importancia a los escasos éxitos de la reducción de la
prevalencia (que no ha conseguido eliminar el consumo de drogas dejando intactos los daños
causados por ellas), nos inclinamos a pensar que los objetivos preventivos deben estar más
inclinados hacia la disminución de los aspectos problemáticos asociados al consumo que en la
disminución o eliminación de éste como único objetivo.
1
La propia oposición a los programas de reducción de daños que, sistemática y, en ocasiones, agresivamente, ha
mostrado los defensores de la reducción de la prevalencia ha dificultado, a su vez, la correcta evaluación de los
mismos. Por ejemplo, la falta de apoyo presupuestario a este tipo de iniciativas se traduce en una menor capacidad de
las mismas para el desarrollo e implementación de adecuados sistemas de evaluación, seguimiento y mejora.
1
2. Este punto no está exento de polémica. La aceptación de estos objetivos supone realizar un
cambio muy importante en los sistemas de valores y creencias de los responsables técnicos y
políticos de los programas preventivos y de la sociedad en general. Aceptar que los consumos
ocurren no es sinónimo de defender los consumos. Defender la libertad de las personas para
elegir no es defender el consumo de drogas. Desde un punto de vista de salud pública
consideramos innecesario este debate. Sin embargo, algunos de los contrarios a la reducción
de daños afirman que, de implantarse, estas medidas estarían “enviando el mensaje
equivocado a la población”, un mensaje por el cual las drogas serían consideradas menos
peligrosas y se transmitiría un cierto consentimiento hacia el consumo. De esta forma, en última
instancia, se provocaría un aumento indeseado en los niveles de consumo y, por tanto, en los
de daños a la población. Sin embargo, quienes sostienen este argumento raramente lo apoyan
con datos (MacCoun, 1998).
Lo cierto es que los programas de intercambio de jeringuillas no permiten llegar a esta
conclusión. El número de nuevos consumidores de heroína se ha estabilizado y no parece que
la mayor disponibilidad de servicios de apoyo y asistencia a consumidores haya influido en un
hipotético aumento en el número de personas consumidoras o en el de daños asociados, sino
todo lo contrario.
De todas formas, es necesario que cualquier estrategia preventiva sea evaluada no sólo en
relación a su efectividad en el logro de sus objetivos, sino también en la posible aparición de
“efectos indeseados” no previstos en un principio. Esto resulta especialmente relevante en las
estrategias de reducción de la prevalencia que favorecen, entre otras muchas cosas, el
surgimiento y mantenimiento de un mercado ilegal y la desprotección de sus usuarios frente al
mismo (Nadelmann, 1989; MacCoun, Reuter y Schelling, 1996).
Desde un punto de vista pragmático e integrador es posible conciliar los objetivos tanto de la
reducción de la prevalencia como los de la reducción de daños y riesgos, tomándolos como
objetivos específicos y complementarios. Así, el objetivo general que deberían perseguir las
políticas preventivas es, por encima de todo, preservar la salud y bienestar de la población en
general y de los grupos afectados en particular. Para ello podrían establecerse una serie de
objetivos específicos, a saber:
1. Disminuir o eliminar el consumo de drogas en aquellos segmentos de la población a
quienes el uso de las mismas puede suponer un grave daño a su salud y/o bienestar.
Sería el caso de los niños y personas jóvenes, de las mujeres embarazadas y/o en
periodo de lactancia, trabajadores en horario laboral, etc.
2. Reducción del riesgo de sufrir problemas con las drogas en aquellos segmentos de la
población que, de forma libre y responsable, han optado por consumirlas y que, en la
actualidad, no están teniendo problemas con ellas.
3. Reducción de los daños ocasionados por las drogas en aquellos segmentos de la
población que, debido a ciertas formas de consumo, tienen problemas con ellas
(físicos, sociales, laborales, económicos, personales, etc.).
2
3. De reducir la prevalencia a reducir el riesgo
En general, podemos hablar de una serie de enfoques dirigidos a abordar el fenómeno de los
consumos de drogas que, aunque puedan ser considerados como complementarios en algunos
de sus objetivos y estrategias, también presentan importantes diferencias, sobre todo desde el
punto de vista teórico, ideológico y filosófico.
El enfoque que actualmente domina el conjunto de las políticas preventivas es lo que
podríamos llamar la reducción de la prevalencia que, a su vez, se divide en dos áreas de
actuación: la reducción de la oferta y la reducción de la demanda.
La reducción de la oferta tiene como objetivo general reducir la disponibilidad de drogas en el
mercado que utiliza el consumidor para acceder a ellas, tanto para las legales como para las
ilegales. Este objetivo se busca básicamente a través (1) del establecimiento de leyes que
limitan la venta, distribución, producción, comercio y consumo de las mismas y (2) de la
persecución de las infracciones a esas mismas leyes. Por ejemplo, la prohibición de vender
alcohol en establecimientos no autorizados para ello se englobaría dentro de la estrategia de
reducción de la oferta. En España se plantean, desde este ámbito, tres grandes áreas de
actuación (Plan Nacional sobre Drogas, 2000): la lucha contra las organizaciones
internacionales de tráfico de drogas, la lucha contra la distribución interior de drogas ilegales y
la lucha contra la venta de drogas al por menor. El destinatario último de estas medidas es la
sustancia, ya que las medidas elaboradas desde aquí se centran más en los aspectos de
producción, distribución, comercio y disponibilidad de las mismas que en aspectos relacionados
con las personas que hacen uso de ellas.
Por otra parte, aunque en países como Estados Unidos la mayor parte del gasto en prevención
se destina al control de la oferta, en algunos países la reducción de la demanda va cobrando
importancia, aunque no siempre se logre un adecuado balance entre ambas (sobre todo a nivel
presupuestario). El objetivo básico es “entrenar a los individuos para que, si se les ofrecen
drogas, las rechacen y con ello se reduzca la demanda de drogas circulante en el mercado en
una concreta comunidad, región o país” (Becoña, 2002, p. 68). En otras palabras, y siguiendo a
MacCoun (1998), el objetivo último de la reducción de la demanda (y, en general, de la
reducción de la prevalencia, es reducir el número total de consumidores desanimando a los no
consumidores de iniciarse en el consumo (sobre todo si son niños y jóvenes) y promocionando
la abstinencia entre los consumidores actuales. Un tercer objetivo que se añade tímidamente a
los anteriores es el de retrasar la edad con la que las personas se inician en los consumos.
Como claros ejemplos de este tipo de actuaciones están las campañas preventivas en medios
de comunicación, los programas escolares de prevención de drogodependencias y la provisión
2
de tratamiento a consumidores problemáticos o diagnosticados como tales .
2
Aunque el área de tratamiento a personas con problemas con las drogas (o diagnosticados como tales) se suele
considerar fuera de la reducción de la prevalencia, el objetivo último de estos tratamientos es reducir, en última
instancia, el número de personas consumidoras; en este caso, volviendo abstinentes a los que ya han desarrollado
problemas por su consumo (o se les ha diagnosticado como tales). Es importante notar que, en muchas ocasiones, el
mero consumo de drogas ya ha sido motivo suficiente como para ser apto para un tratamiento, sin que ese consumo
hubiera dado lugar a problemas importantes. Este tipo de intervenciones van dirigidas a eliminar el consumo más que a
3
4. Sin embargo, la extensión del consumo de drogas por vía inyectada, la propagación del virus
del VIH y el fracaso de las políticas asistenciales “libres de drogas” llevó a la urgente necesidad
de replantear la eficacia de tales políticas. Es en esto contexto donde aparecieron los primeros
programas de reducción de daños: de intercambio de jeringuillas en inyectores, de sustitución
con metadona y heroína en consumidores dependientes y los dispositivos asistenciales de
“bajo umbral”. Estos programas no tienen como objetivo último la reducción o eliminación del
número de personas consumidoras, sino la reducción y eliminación de los problemas
ocasionados por ese consumo. Obviamente, los problemas relacionados con las drogas
desaparecerían si no hubiera nadie que las consumiera. Sin embargo, éste no parece ser un
objetivo realista ni factible por lo que, desde el punto de vista de la reducción de daños, resulta
más pragmático y eficaz hacer frente a los daños que a los niveles de uso. Este ha sido uno de
los puntos que más controversia ha causado en los debates sobre políticas de drogas 3 . Desde
la reducción de daños, el consumo no es visto como un daño ni algo que debe ser evitado a
menos que el objetivo último sea la reducción de un daño específico. Por tanto, a diferencia de
otros enfoques, no tendría sentido admitir a tratamiento a aquellas personas consumidoras de
drogas sin problemas asociados (en este sentido, el consumo de drogas no es un problema
con las drogas). Para ellos deberían ir dirigidas otras estrategias de intervención: las de
reducción del riesgo.
Los programas de reducción de daños se centraron en un principio en el trabajo con personas
ya dañadas (excluidas socialmente, consumidores problemáticos, etc.). Sin embargo, pronto se
vio la necesidad de trabajar con población que aún no estaba dañada, pero que estaba en
riesgo de llegar a estarlo. Es cuando aparecen los programas de reducción de riesgos, cuyo
objetivo no es sólo reducir el daño producido en los individuos, sino reducir la posibilidad de
que estos daños ocurran. Actuaciones bajo este enfoque son aquellas dirigidas a informar a los
consumidores sobre los riesgo de ciertas conductas y la provisión de guías y modelos de
consumo de menor riesgo. Se centran básicamente en personas consumidoras y en no
consumidoras pero que están en contacto con los primeros. Todas ellas comparten una
consideración del consumo como conducta arriesgada, situándola en ocasiones al mismo nivel
que otras conductas de riesgo: sexo no protegido, conducción de vehículos, deportes de
riesgo, etc. Sin embargo, aunque los enfoques de reducción de daños y riesgos han obtenido
logros importantes de cada a una política de drogas más pragmática y eficaz, aún otorgan un
excesivo peso a los aspectos negativos relacionados con el consumo, dejando los positivos (o
subjetivamente percibidos como positivos por los consumidores) de lado en el diseño de las
estrategias de intervención. Esta omisión del aspecto positivo de las drogas puede producir un
alejamiento de los consumidores de las actuaciones preventivas al no considerar una parte
reparar un problema. Así, la sustitución de multas o penas por el ingreso a tratamiento para personas con problemas
legales relacionados con las drogas sería un ejemplo de tratamientos destinados a eliminar el consumo en personas
con consumos no problemáticos.
3
Ejemplo de ello lo constituye Estados Unidos y sus recientes negativas a considerar la reducción del daño como
estrategia preventiva (Wodack, 2005).
4
5. importante de los consumos. Esto puede constituir una barrera para el acceso de la población
consumidora a tales actuaciones.
El consumo recreativo
En los últimos años hemos asistido a un creciente aumento, no sólo de las personas
consumidoras de drogas, sino también del número de sustancias disponibles en el mercado.
Así, junto a sustancias más “viejas” como la cocaína, las anfetaminas o el cannabis, en los
últimos años encontramos otras más “nuevas” o redescubiertas, como son el éxtasis (MDMA),
el gammahidroxibutirato (GHB), el clorhidrato de ketamina y las nuevas feniletilaminas y
triptaminas de síntesis.
Este consumo de drogas se da en todas las capas sociales y en todos los rangos de edad
evaluados por los distintos estudios, aunque suelen concentrarse en mayor medida en aquellos
sectores más jóvenes de la población 4 . Sin embargo, estos nuevos consumos presentan una
serie de rasgos que los diferencian de usos anteriores (por ejemplo, el uso de heroína durante
los años 70-80).
El uso de drogas se produce fundamentalmente en los espacios y momentos de ocio y se
compatibiliza la diversión con la asunción de las responsabilidades propias (estudios y/o
trabajo) fruto de una creciente importancia otorgada al tiempo libre como forma diferenciada de
las responsabilidades cotidianas y como espacio de socialización, identificación y diversión.
Los usos de drogas son vividos como generalizados y normalizados 5 . Las tasas de
experimentación con sustancias han crecido en los últimos años (aunque para unas sustancias
más que para otras). Esto lleva a que una parte de los jóvenes tenga o haya tenido algún
contacto con las drogas o, cuando menos, tengan a alguien en su entorno más cercano que lo
haya tenido. Por tanto, se produce una normalización de los consumos que llega al punto de
que muchos jóvenes se posicionen cada vez más claramente a favor de una despenalización
de las drogas. Junto a ello, también ha aumentado la percepción de disponibilidad y
accesibilidad a las sustancias que se expresa en la sensación de tener mayor facilidad para
conocer dónde y cómo obtenerlas.
El consumidor actual de drogas suele ser una persona joven, que se inicia en los consumos
con el alcohol y el tabaco, que puede proseguir con el de cannabis hasta llegar a las demás
sustancias. Estos consumos son mantenidos durante un tiempo hasta que, poco a poco, van
siendo sustituidos por otro tipo de prioridades vitales: conseguir una vivienda, establecer una
relación estable de pareja, hijos, trabajo, etc. En definitiva, en el momento en que comienzan a
adoptarse los roles y responsabilidades del ser adulto, tanto el salir los fines de semana como
4
Para quien esté interesado en conocer los datos relativos a la prevalencia de los consumos de drogas en nuestro país
puede consultar los distintos informes del Observatorio Español sobre Drogas. Este organismo realiza dos tipos de
estudios: uno a población general (la Encuesta Domiciliaria o EDADES) y otra a población escolar (la Encuesta Escolar
o ESTUDES). A nivel europeo, los datos sobre prevalencias de consumo (y otros aspectos relacionados con las
drogas) pueden consultarse en los informes anuales del Observatorio Europeo para las Drogas y las Toxicomanías.
5
Ver Nicholson, Duncan y White (2002) para una interesante discusión sobre la normalidad del uso recreativo de
drogas.
5
6. el consumo de drogas van decayendo. Algunas personas se mantendrán en el consumo (bien
de forma esporádica bien intensiva). De ellos, un porcentaje dado terminará teniendo graves
problemas con las drogas.
Pero, más importante aún, se ha producido un creciente distanciamiento entre los
consumidores y los dispositivos preventivos. Los enfoques dirigidos a lograr la abstinencia
desanimando a las personas del consumo son vistos como intrusivos, cuando no agresivos, en
sus planteamientos y estrategias, no acordes a los deseos e intenciones de la población y con
objetivos rígidos que no dan lugar a otras alternativas. La utilización del miedo como estrategia
preventiva básica, con un exceso de alarmismo y con informaciones sesgadas (cuando no
falsas) sobre las drogas y sus consumidores, ha conducido a una pérdida de credibilidad que
ha dañado mucho a las iniciativas que claramente podían suponer una ayuda y apoyo a los
consumidores 6 . Entre otras, esta puede ser una de las razones del fracaso de los modelos
asistenciales de espera, para los cuales es el usuario quien debe acercarse a los servicios (y,
además, contar con la motivación suficiente para el cambio de sus conductas) y no viceversa.
Aunque no sea nada nuevo, los consumidores de drogas son muy conscientes de ciertos
efectos que son valorados como positivos frente a otros efectos que son valorados como
negativos. El que las drogas producen ambos tipos de efectos parece claro (aunque el
reconocerlo sea fuente de miedo por parte de los que elaboran los programas preventivos). Los
efectos positivos de las drogas tienen un carácter inmediato y una alta probabilidad de
aparición. Por el contrario, los efectos negativos tienen una probabilidad menor de aparecer y,
de hacerlo, a veces requieren de un tiempo prolongado de consumo.
Por tanto, es necesario elaborar abordajes preventivos que tengan en cuenta todas estas
peculiaridades. Estos nuevos planteamientos no deben centrarse en la búsqueda de la
eliminación del consumo (y de las drogas mismas) sino que deben tratar de preservar la salud
y el bienestar de las personas ofreciéndoles guías válidas y útiles para afrontar esa etapa vital
en la que pueden estar presentes los consumos de drogas. Las nuevas políticas de salud
pública deben desprenderse de ópticas moralistas y en exceso medicalizadas centradas en los
aspectos de adicción que durante muchos años han mantenido, y facilitar a los jóvenes y a la
comunidad que se hagan responsables de su realidad cultural y enseñarles a vivir y convivir
con el consumo de drogas. Así, cada joven deberá decidir cómo posicionarse ante las drogas,
deberá hacerlo con la confianza de que será capaz de responsabilizarse de su opción y de sus
actos. Por lo tanto, será necesario el proporcionar información real y objetiva sobre las drogas y
también fomentar actitudes y capacidades de autocontrol y de defensa de las propias
decisiones. Se trata de un punto de vista eminentemente pragmático que parte de una
observación rigurosa y de la realidad, aceptando y reconociendo que:
• Las drogas están siendo (y lo seguirán siendo) consumidas por un sector de la
población. Es una realidad que hay quien desea consumir drogas y lo hará. También se
6
Véase como ejemplo en Vidal (2006a) una crítica a una de las últimas campañas preventivas lanzadas en nuestro
país y en Vidal (2006b) e Hidalgo (2004) una crítica a la utilización de la percepción de riesgo como objetivo preventivo.
6
7. reconoce que estas personas están dispuestas a preocuparse por su salud y a cambiar
hábitos para mejorar.
• Aunque la información general sobre drogas y, concretamente, sobre sus potenciales
daños pueda ser fácilmente accesible para la población, no lo es tanto la información
objetiva y útil dirigida a disminuir riesgos en caso de consumo. Por otra parte, es poco
probable que los jóvenes consumidores de drogas acudan a servicios especializados,
bien para informarse bien para resolver incidencias derivadas del consumo.
• Consumir drogas no es igual a tener problemas. A diferencia de otros enfoques
preventivos, la reducción de riesgos no considera el consumo como un problema per
se. Existen diferentes formas de tomar drogas: unas entrañan más riesgos que otras.
Esto es, no todos los consumos de drogas son igual de problemáticos.
• El consumidor puede sentirse preocupado por su salud. El perfil de consumidor
deteriorado y marginal ha ido desapareciendo y siendo sustituido por el de una persona
integrada y con un funcionamiento normal que, además ,puede estar preocupada por
su salud y por el efecto que ese consumo pueda tener sobre las diferentes esferas de
su vida.
• Aunque el riesgo de adicción es importante, se reconoce que existen riesgos que
pueden tener una importancia aún mayor. Además, se constata el hecho de que la
incidencia de muchos de los problemas que han llegado a tener algunas personas se
podrían haber evitado con un trabajo informativo previo.
• La prioridad es la calidad de vida y el bienestar del individuo y de la comunidad. El
propósito básico de los programas de reducción de daños y riesgos es salvaguardar la
salud del individuo, entendida ésta desde un sentido amplio.
Actuando
Dadas las premisas anteriores, los programas de reducción de riesgos, aunque inicialmente
dirigidos a población consumidora, también tienen en cuenta al no consumidor (como persona
potencialmente consumidora y/o persona en contacto con otros consumidores). Para los que
no consumen, la información pretende reforzar su posición y ofrecer, en caso de consumo,
guías válidas para un uso responsable. A su vez, se pretende que esta información pueda ser
útil a amigos y conocidos próximos que sí han decidido consumir. Para los que consumen, la
información pretende proporcionar elementos útiles que favorezcan el preservar modelos de
consumo de menor riesgo y, para aquellos que los precisen, el acceso a espacios de
información y atención personalizada.
Para alcanzar la credibilidad y capacidad necesarias para el logro de sus objetivos, se
consideran los siguientes elementos básicos:
• La oferta de una información veraz y objetiva, adaptada a las necesidades reales de los
jóvenes que están en contacto con estas drogas.
• El aproximar esta información a sus espacios de diversión. La intervención se
desarrolla en sus espacios de relación e identificación más comunes (bares,
7
8. discotecas, tiendas de música, ropa, etc.) y en los que se da el consumo, para que sea
el punto de partida para la adopción de actitudes autocorrectoras del consumo y el
acceso a espacios de atención que no identifiquen como extraños, en caso de
necesidad.
• Se prioriza el trabajo horizontal. La transmisión de información y el trabajo preventivo
es realizado por personas próximas con las que comparten gustos y formas de
divertirse.
• El interlocutor es tratado como una persona adulta, inteligente y con capacidad para
valorar y tomar decisiones responsables ante las drogas.
• La información que se ofrece trata de los riesgos que conlleva el uso de drogas,
sugerencias necesarias para detectar y evitar efectos adversos cuando se consumen o
se conocen a personas que consumen, y dónde dirigirse para recibir una atención
especializada.
En definitiva, la acción preventiva propuesta se organiza alrededor de estos cuatro ejes:
aceptación, información, prevención y consenso.
• Aceptación: Se acepta la condición del joven/adolescente como una persona autónoma
y con capacidad de decisión. Frente a modelos paternalistas que le dicen al joven lo
que tiene que hacer (“di no a las drogas”), los enfoques de reducción de riesgos optan
por acompañar al joven en sus tomas de decisiones, responsabilizándole de las
mismas y buscando modos de consumo que colmen sus expectativas y reduzcan
riesgos.
• Información: Se defiende que la desinformación es un riesgo y, por tanto, es necesaria
una información objetiva y útil sobre drogas. La información se ofrece en los propios
espacios de diversión de los jóvenes, por parte de personal formado y cercano a ellos,
a todo aquel que la requiera, con objetividad, cordialidad y respeto, y en relación a las
sustancias y formas de consumo de menor riesgo.
• Prevención: Aunque la información es necesaria puede no ser suficiente para asegurar
cambios en las conductas de consumo. Por ello es necesario trabajar aquellas
actitudes y habilidades que favorezcan una mejor gestión del tiempo de ocio y de los
riesgos que se asumen en la vida cotidiana. Aspectos como la toma de decisiones, la
responsabilidad de las propias decisiones y la asunción de sus posibles
consecuencias, la resolución de conflictos, el autoconocimiento y autocontrol
personales, el grupo y las habilidades sociales, la resistencia a la presión de grupo, el
repecto hacia las decisiones y opciones de los demás, la responsabilidad con uno
mismo y con los demás y las alternativas al consumo son todos ellos abordados en la
relación preventiva con el consumidor.
• Consenso: Junto al trabajo directo con consumidores, también se reconoce la
necesidad de implementar espacios de colaboración con todos los agentes
relacionados con el ocio nocturno. Además, existe la evidencia de que muchos riesgos
tienen que ver más con cuestiones ambientales, de contexto y de disposición
8
9. organizativa de los espacios de ocio que con factores exclusivamente farmacológicos o
individuales. Por tanto, se trabaja para la promoción de espacios de ocio más
saludables y seguros, en los que la probabilidad de sufrir incidencias relacionadas con
el contexto en el que se da el consumo sea la menor posible a través de la formación
del personal vinculado al ocio nocturno (por ejemplo, a través de la formación en
dispensación responsable de alcohol) y a través de favorecer la aplicación de medidas
de reducción de riesgos por parte de propietarios, organizadores y empleados:
sistemas de ventilación adecuados, disponibilidad de agua, control del aforo y de la
entrada y dispensación de alcohol a menores o a personas en riesgo (por ejemplo,
conductores), señalización adecuada de salidas de emergencia y puntos de socorro,
inclusión de espacios de descanso (chill-out), dotación de recursos para una respuesta
rápida ante situaciones de emergencia, etc.
Todo ello es posible gracias a la implementación de estrategias efectivas de acercamiento a los
consumidores. Como ya se ha comentado, resulta imprescindible facilitar el acceso de los
jóvenes a estos servicios, conscientes de que ellos rara vez acudirán por voluntad propia a los
mismos. Este modelo de acercamiento (outreach), frente a los modelos de espera, ha
demostrado su adecuación e importancia en el abordaje de otros problemas sanitarios y
sociales, y ha llegado a convertirse en la estrategia principal de parte de las iniciativas que
abordan problemáticas sociales (EMCDDA, 1999). Para ello, se utilizan diferentes estrategias:
• Buscar la credibilidad necesaria como para convertirse en referente informativo sobre
drogas. La falta de credibilidad que tienen los programas preventivos clásicos para los
jóvenes los conducen a un estado de “indefensión informativa”, ante la cual terminan
optando por informarse a través de otros canales que no siempre son los más
adecuados. Buscará en sus iguales la respuesta a sus preguntas y, de no hallarla,
intentará buscarla fuera del grupo. Internet se convierte así en una herramienta valiosa
para encontrar información. Proporciona un cierto anonimato a quien realiza la
búsqueda y supone la oportunidad de encontrar una amplia información. Sin embargo,
aunque por esta vía se tenga al alcance una mayor cantidad de información, la calidad
de la misma no siempre será la mejor.
• Ser una iniciativa hecha por y para jóvenes. La influencia que tiene el grupo de iguales
en estas edades es muy importante. Asimismo es importante cuidar aspectos como la
estética de los materiales preventivos editados y de los dispositivos preventivos, el
lenguaje empleado (tono y vocabulario) y el hecho de que las personas que lo
constituyen compartan gustos, necesidades y formas de diversión parecidas a las de
las personas a las que se quiere llegar.
• Estar en aquellos contextos en los que va a estar el joven. Se busca que la actividad
preventiva esté presente en distintos contextos, tanto los relacionados con la noche,
integrándose en la propia fiesta e intentando convertirse en un elemento más, como
aquellos relacionados con la cultura juvenil.
9
10. • Utilizar las nuevas tecnologías aplicadas al acercamiento a jóvenes. Internet, el correo
electrónico, etc., son instrumentos ampliamente utilizados por los jóvenes y que
permiten el abrir nuevos y efectivos canales de comunicación preventiva.
Referencias
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