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Pinturas con cuento 
Cuentos con pinturas, pinturas y cuentos que acompañan a las fotografías. 
Pinturas (y dibujos digitales) con su cuento y su historia, significados y 
motivaciones. Se incluyen fotografías que a veces explican y otras sólo 
acompañan al dibujo, al cuento o a los dos. 
VOG 
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indice 
¡Viva París! Introducción primera 1 
Introducción segunda 3 
El Talgo de Granada en Chamartín 4 
Tejas 6 
Sierra de Quesada en invierno 8 
Tetuán 10 
Montes con almendros 12 
La Telefónica desde Vázquez de Mella 14 
El Estrecho 16 
La Concha 19 
Las garzas de Medusa 21 
La cafetería del Talgo 24 
Grillo cojo 26 
Ribera del Benabola 28 
Iconografía de la Virgen de Tíscar 30 
El sol desaparece sobre Baeza 34 
Montes de Muza y Tarik 36 
El otoño en el chopo de la alberca 39 
El sol de la mañana en el pinar de Juanar 42 
Puerto Banús sin barcos 44 
El pasado no es Historia, es Geografía 47 
Los últimos rayos del sol de febrero 50 
Las tardes del verano 52 
El Cambio en Ancha de la Virgen 56 
Los dedos del amanecer en Puerto Ausín 61
La Frontera en los Picones del Puerto de Tíscar 64 
Paseo de invierno con perros por la playa 68 
Olivas 71 
NATO OGI 74 
Adios a la luna en la Vega 78 
Cosas de cuando Madrid 84 
Nuevo otoño con Mulhacén en el horizonte 89 
Buscando galaxias lejanas 92 
Perfil de la Sierra de Quesada 96 
Cara norte de la Sierra de las Nieves 98 
Batalla naval a escala 1:1 102 
Nuevas tardes de verano y reivindicación de sus frutos 106 
Las mañanas, las noches y el paso de los años 110 
Extranjero en su propia tierra:olivo y mimosa 113 
Lluvia de lunas (Perseidas lunares) 118 
El cielo se cae sobre nuestras cervezas 122 
Marbella desde una barca, en la distancia 125 
Postal de Quesada. Vista parcial 129 
Antes llovía más 134 
Parra, pino y peral 137 
Llueven billetes. 143 
Antenas y repetidores 146 
Luci camino del Cerro del Sol 150 
Paseos de atardecer por la playa. Autorretratro con Lobo 153 
Adiós 157
¡Viva París! Introducción primera 
Fragmentos de la conferencia de Federico García Lorca "Teoría y juego del duende" 
(1933). Habla de una actuación de Pastora Pavón, La Niña de los Peines. En mi 
opinión, es una sentencia definitiva sobre cualquier tipo de creación artística, a la 
que sitúa en un mundo distinto y ajeno al de las formas y las técnicas. 
"Una vez, la "cantaora" andaluza Pastora Pavón, La Niña de los Peines, sombrío 
genio hispánico, equivalente en capacidad de fantasía a Goya o a Rafael el Gallo, 
cantaba en una tabernilla de Cádiz. Jugaba con su voz de sombra, con su voz de 
estaño fundido, con su voz cubierta de musgo, y se la enredaba en la cabellera o la 
mojaba en manzanilla o la perdía por unos jarales oscuros y lejanísimos. Pero nada; 
era inútil. Los oyentes permanecían callados. (...) Pastora Pavón terminó de cantar 
en medio del silencio. Solo, y con sarcasmo, un hombre pequeñito, de esos 
hombrines bailarines que salen, de pronto, de las botellas de aguardiente, dijo con 
voz muy baja: "¡Viva París!", como diciendo: "Aquí no nos importan las facultades, ni 
la técnica, ni la maestría. Nos importa otra cosa". 
Entonces La Niña de los Peines se levantó como una loca, tronchada igual que una 
llorona medieval, y se bebió de un trago un gran vaso de cazalla como fuego, y se 
sentó a cantar sin voz, sin aliento, sin matices, con la garganta abrasada, pero... con 
duende. Había logrado matar todo el andamiaje de la canción para dejar paso a 
un duende furioso y abrasador, amigo de vientos cargados de arena, que hacía 
que los oyentes se rasgaran los trajes casi con el mismo ritmo con que se los rompen 
los negros antillanos del rito lucumí, apelotonados ante la imagen de Santa Bárbara. 
La Niña de los Peines tuvo que desgarrar su voz porque sabía que la estaba oyendo 
gente exquisita que no pedía formas, sino tuétano de formas, música pura con el 
cuerpo sucinto para poder mantenerse en el aire. Se tuvo que empobrecer de 
facultades y de seguridades; es decir, tuvo que alejar a su musa y quedarse 
desamparada, que su duende viniera y se dignara luchar a brazo partido. ¡Y cómo 
cantó! Su voz ya no jugaba, su voz era un chorro de sangre digna por su dolor y su 
sinceridad, y se abría como una mano de diez dedos por los pies clavados, pero 
llenos de borrasca, de un Cristo de Juan de Juni." 
Pinturas con cuento. Pág. 1
Pastora Pavón, Niña de los Peines 
Es lo mismo que ya había dicho San Juan de la Cruz: 
Por toda la hermosura 
nunca yo me perderé, 
sino por un no sé qué 
que se alcança por ventura. 
Pinturas con cuento. Pág. 2
Introducción segunda 
Nunca he tenido TALENTO SOCIAL. 
Ni 
para venderme ni para relacionarme ni para nada fuera de la barra del bar 
(pequeña y conocida). 
Cuando 
pude no me esforcé por buscarlo (aprenderlo), o no pude o no quise o no lo 
trabajé lo suficiente. Estaría en otras cosas (y rara vez en dos de ellas a la 
vez). 
Nunca 
(habrá quien no lo crea ¿o sí?) dominé el arte del manejo social (en realidad, 
un poco hurón). 
Ahora 
(siendo ya una especie de pre-retirado) 
sería tontería intentarlo. Oirían mi voz 
sin escucharla, sin levantar la mirada para mirarme a la cara (eso que ganan). 
Pinturas con cuento. Pág. 3
El Talgo de Granada en Chamartín jueves, 24 de marzo de 2011 
El Talgo de Granada en Chamartín. 2002. Óleo sobre lienzo. 55x46 
Desde el 2000 al 2006 pasábamos más o menos un fin de semana en Madrid y otro 
en Granada. La vuelta el domingo por la tarde en autobús era un coñazo. Sobre 
todo para mí que como es norma me meaba continuamente y tenía que 
aguantarme y esperar a la parada en Almuradiel. Algunas veces llegaba para 
reventar. Por eso, de cuando en cuando me volvía en el tren. Aunque tardaba seis 
horas y media tenía dos ventajas: la fila de asientos individuales permitía ir en 
ventanilla sin el agobio de que alguien fuera a tu lado, se durmiera y lo aplastara a 
uno. La segunda ventaja era que tenía servicio y podía mear cuanto y cuando 
quisiera. Aprovechaba además el viaje para leer (en el tren leí por ej. la biografía de 
Chavela Vargas) y cuando al cabo de las horas el culo ya dolía, me levantaba a 
echar una cerveza (o dos) en la cafetería y de tapa una lata individual de 
aceitunas rellenas. Hasta que Continental puso el autobús VIP con servicio, con 
catering y sin paradas (sólo cinco horas menos cuarto) el tren fue la mejor 
combinación. La más cómoda. 
Dada mi concepción germánica (sin germanofilia) de la puntualidad, llegaba a la 
estación media hora antes que aprovechaba fumando ducados sin parar y 
Pinturas con cuento. Pág. 4
paseando, el andén arriba, el andén abajo, para compensar la inmediata sentada 
de horas. 
Por aquel entonces empezaba yo a utilizar el pc para hacer dibujos, bocetos y así. 
Utilizaba Paint y el ratón, que con el pulso que tengo no es cosa de poco 
mérito. Conservo algunos borradores probando colores, fondos, etc. 
Pinturas con cuento. Pág. 5
Tejas jueves, 24 de marzo de 2011 
Tejas. 2001. Óleo sobre lienzo. 60x46 
Mi casa en Ancha de la Virgen era un tercero. La mayoría de las casas del barrio 
eran, son, de dos plantas. Quedaba por tanto la mía por encima de las vecinas. Y se 
veía desde los balcones un paisaje de tejados, miradores, antenas de televisión, 
antiguos postes abandonados de tendido eléctrico y telefónico... Los plátanos del 
Campillo y el torreón de Bibatuabín cerraban el horizonte. Como corresponde al 
barrio, todo se veía un poco viejo y decadente. 
Y en los tejados y en todos los rincones, muchas palomas y algún gato. Era muy 
entretenido verlas palomas pelearse, aparearse, poner huevos en los canalones. 
Estaba uno en su balcón, en una de esas tardes achicharrantes de verano, al poco 
de irse el sol, espiando y observando a las palomas como si uno fuera uno de esos 
que hacen reportajes de vida salvaje para la segunda cadena. Lo mismo o muy 
parecido, pero en casa de uno con cerveza fresquita y sin leones. 
Pongo aquí una foto que hice la madrugada de un día de diciembre de 2004, 
preparándome para ir a trabajar mientras fuera caía aguanieve. Tejas, antenas, 
viejos tendidos... Lo que decía antes. 
Para la pintura de hoy partí de la foto de un tejado, Ancha de la Virgen esquina San 
Jacinto. Sobre esa misma hice luego alguna prueba de color: Posteriormente hice 
un primer boceto en Paint. A la mitad del trabajo una foto digital del estado de la 
pintura que volvía a retocar para probar colores. Me doy cuenta que esto que yo 
Pinturas con cuento. Pág. 6
hacía era de una gran modernidad o modernura. Lástima que nadie más que yo 
sabe que ya lo hacía allá por el año 2001. Y como no lo patenté... 
Pinturas con cuento. Pág. 7
Sierra de Quesada en invierno domingo, 27 de marzo de 2011 
Sierra de Quesada en invierno. Óleo y acrílico sobre lienzo. 61x46. 2009 
La tarde de nochebuena de 2008, recién llegado de Granada, me subí a la azotea 
con la cámara. Aunque con tanta construcción cada vez se ve menos paisaje aun 
se podía, puede, disfrutar de buenas vistas. Hacía una tarde casi "como las de 
antes", de olor a lumbre y a humedad fría y con una luz mortecina que acentuaba 
todos los matices invernales. Aprovechando el zoom y como me gustaban los 
colores y la tarde, hice unas cuantas fotografías, casi buscando ya con el encuadre 
la composición definitiva de una pintura. En este caso salió casi tal cual. Sin 
necesidad de borradores previos, pintando directamente con el objetivo de la 
cámara. 
Pinturas con cuento. Pág. 8
Mirando a través de la cámara me llamó la atención la silueta de los pinos sobre el 
fondo blanco. Los pinos de las zonas altas de la sierra. Creo que, son, de la especie 
salgareño o negral ("Pinus Nigra"). En los rincones más apartados donde están los 
más viejos tienen formas espectaculares, con troncos grandes y rectos y ramas que 
tienden a la horizontalidad. Como digo, desde el objetivo de la cámara los veía 
perfectamente destacando sobre el fondo de nieve. Llevé su recuerdo a la 
composición para que, al igual que lo hacían aquella tarde de nochebuena, 
mandaran en ella los pinos y la nieve. Sólo falta el humo de las lumbres. 
Pinturas con cuento. Pág. 9
Tetuán martes, 29 de marzo de 2011 
Puerta de la Medina de Tetuán. Cera y óleo sobre cartulina. 65x51. 1993 
(Texto escrito en la imagen: "Vista de una puerta de la Medina de Tetuán con un 
gran angular. Diciembre, mediodía y llueve") 
En diciembre de 1992 fuimos por primera vez a Tetuán a ver a Juan F. Ochoa. A raíz 
de aquella visita, empecé a buscar y leer todo lo que encontraba sobre Marruecos, 
el Protectorado y las guerras consecuentes. Y por supuesto, toda clase de literatura 
sobre el tema: Desde "Diario de un Testigo de la Guerra de África" a la "Forja de un 
Pinturas con cuento. Pág. 10
Rebelde". También alguna que otra extravagancia como "Papeles de la Guerra de 
Marruecos" del Sr. Franco y alguna rareza, como "Geografía de Marruecos y 
posesiones españolas de África" de 1920. Este. libro de texto en la Academia de 
Infantería de Toledo, lo compré usado por dos hermanos de apellido Pavía 
¿parientes del General? que pusieron en él sus firmas, su compañía y sección, y le 
añadieron subrayados, notas, etc. ¿Moriría alguno de ellos en alguno de los lugares 
que estudiaron en el libro? 
El caso es que fuí yo quien setenta años después casi se queda para siempre en la 
capital del Protectorado. Y no por culpa del disparo de algún cabileño, seguidor de 
Abdelkrim o esbirro del Raisuni, sino por culpa de una tortilla de patatas y de una 
instalación chapucera y suicida que hizo Juan en la hornilla de gas de la cocina. 
Con razón la asistenta le sisaba el aceite de oliva: se jugaba la vida a diario!!! 
La vista en cuestión procede del paseo que dimos el sábado por la mañana de 
aquel fin de semana. La compuse utilizando un par de fotos convenientemente 
recicladas y recreadas por mis propios recuerdos. En esos recuerdos dominaba la luz 
invernal y el cielo cerrado y oscuro encima de casas blanquísimas. Creo que fue de 
lo último que hice con cera y óleo. Por cambios radicales en mi vida no volví a pintar 
nada o casi nada hasta el 2001. 
Pinturas con cuento. Pág. 11
Montes con almendros domingo, 3 de abril de 2011 
Montes con almendros. Oleo y acrílico sobre lienzo. 65x50. 2011. 
A finales de noviembre, camino de Marbella y al pasar Casabermeja, donde la 
autovía entra enroscándose con el río en el barranco del Guadalmedina, me dí 
cuenta de que por allí ya estaban en flor los almendros. Blancos y rosas 
alternándose por los paredones de los montes. Las muchas lluvias del invierno 
habían convertido el paisaje, de natural reseco, en otro húmedo y verde. Enseguida 
me di cuenta de que tenía que hacer algo con eso. El tráfico y la falta de 
apartaderos me impidieron parar y hacer unas fotos con las que fijar el recuerdo. 
Cuando llegué, a falta de imagen apunté las palabras que me pudieran ayudar 
más tarde a recordar: Pino, encina, algarrobo. Rojo, ocre, tierra húmeda. Hierba 
mojada, flores blancas y flores rosadas. Cielo blanco, azul claro muy difuminado 
manchado en alguna parte de gris. 
Por esas web busqué fotos de la zona pero todas eran de verano o de primavera, 
muy verdes pero sin almendros en flor o muy áridas, amarillas con apenas alguna 
hoja con algo de verde.Y estaban tomadas desde lugares altos, sin esa hondura 
que se ve junto al río, desde la autovía agobiada por paredones de tierra que 
impiden cualquier horizonte excepto el vertical. De manera que tuve que hacer las 
Pinturas con cuento. Pág. 12
cosas como antes, con un lápiz y un papel (que no conservo). Luego a Paint para 
los sucesivos borradores. Aquí pongo alguno. El resultado, el que veis arriba. 
Pinturas con cuento. Pág. 13
La Telefónica desde Vázquez de Mella martes, 5 de abril de 2011 
Plaza de Váquez de Mella. Óleo. 65x50. 2002 
Muchos sábados bajábamos en el autobús 27 hasta Cibeles. Dábamos un paseo 
haciendo hora para la cena y recalábamos en el bar XXX, en la calle Clavel, para 
tomar una o dos cervezas. Ese sitio me gustaba porque tenía mesas en 
los ventanales y se podía ver pasar a la gente, a los guiris con una guía en la mano 
buscando donde cenar paella, a los taxistas encabronados con los coches 
aparcados en doble fila que complicaban el tráfico y cosas así. Se podía disfrutar 
tranquilamente del transcurrir de la vida sin levantarse de la silla. Una afición a la 
que los antiguos sin televisión eran grandes aficionados, especialmente las tardes y 
noches de verano en los pueblos. 
Pinturas con cuento. Pág. 14
Desde allí, camino del restaurante, había que cruzar la Plaza de Vázquez de Mella. 
No tenía ni tiene mucho de especial pues por mucho que la remocen y le hagan 
hoteles caros, no pierde el aspecto de solar sin edificar, donde cada fachada es de 
su padre y de su madre, casas pensadas para calles estrechas donde no se las ve 
nunca juntas y de frente. 
Pero lo bueno es que por una esquina se asoma la Telefónica, edifico que siempre 
me atrae y más en aquel año en el que descubrí las andanzas de Arturo Barea 
durante la Guerra. Ese primer rascacielos lleno de reporteros como los que vemos 
ahora en los telediarios y convertido en observatorio, continuamente 
bombardeado, del frente de la Casa de Campo. 
Por la noche el reflejo de la luz de la calle, el reloj iluminado en rojo y las balizas 
aéreas del remate, le dan un toque de torre de catedral tecnológica y laica siglo 
XX. Su vista desde esta plaza tiene la gracia de ser una perspectiva de costado, 
casi de espaldas, distinta a las habituales. Por eso y por otros muchos recuerdos, me 
gusta. 
Pinturas con cuento. Pág. 15
El Estrecho jueves, 7 de abril de 2011 
Atardecer en el Estrecho. Óleo y acrílico sobre lienzo. 2009. 55x46. 
Las pocas cuantas veces que he cruzado el Estrecho ha sido en invierno y de noche. 
En una de esas ocasiones había tan mala mar y dentro del barco era tan 
insoportable el ambiente por el olor a vomitonas recocido en la calefacción, que 
hice el viaje fuera, en cubierta. Fuera a pesar del viento, de la lluvia, de la oscuridad 
que salpicaba espuma por todos lados en una noche absolutamente negra. De 
manera que la imagen que guardo del interior del Estrecho, sin necesidad de añadir 
imaginación, es la de mar tenebroso, el fin del mundo que marcó Hércules con sus 
columnas para que nadie tuviera duda de que más adelante, ni se podía ni debía 
pasar. 
Pinturas con cuento. Pág. 16
Monte de Muza 
Desde fuera del propio Estrecho, desde fuera de sus aguas, las ocasiones han tenido 
más luz y menos mareo. No procede aquí glosar la cosa del cruce de civilizaciones, 
de los abismos culturales y de las migraciones de pájaros y personas. Y no lo haré, 
claro. Porque lo que me atrae de este Bósforo rural antípoda de aquel urbano, es el 
trasiego interminable de barcos de todos los tamaños y pelajes: petroleros, 
submarinos y portaviones, cargueros, ferris y pesqueros ordenados en fila, 
guardando su derecha en la angosta travesía. Me atrae la orilla vista desde la otra y 
aquella desde esta, las Columnas avisando de los abismos, el monte de Tarik y el 
monte de Muza, Ceuta y Gibraltar intercambiados... 
Tánger y Ceuta 
Desde aquí (también desde allí) se ven tan claramente las casas, las piedras, los 
lugares del contrario, que imagino que en las varias guerras pasadas, en la de 
ODonnell marchando contra Tetuán o en la del Protectorado, se podrían distinguir 
´desde los miradores de aquí las batallas y las explosiones. Podrían distinguir las 
luchas aquellos que no cruzaban y se quedaban tras la barrera. Como podrían 
distinguirlas desde los barcos, cruzando, los soldados de S.M. Los que volvieron y los 
que a la fuerza para siempre se quedaron. 
Varias calles de Quesada tenían o tienen, no se ya, nombre de muertos locales en 
Marruecos. Ignoro, claro, si alguno de ellos cruzó por aquí. Si así fuera, el o 
los difuntos ilustres, con calle a su pesar, estarían recién salidos del pueblo del que 
jamás habían salido. Pobres y con hambre, seguramente mareados, verían el humo 
de las bombas desde el mareo de la travesía y las vomitonas. Pobre gente 
cruzando a la tierra de gente pobre y con hambre para morir sin saber porqué. El 
problema que tienen los muertos al servicio de S.M. es que no se pueden cagar en 
los de S.M. porque ellos ya lo están y los muertos no cagan. Y los demás nunca nos 
hemos preocupado de hacerlo en su nombre. 
Pinturas con cuento. Pág. 17
Columnas de Hércules 
Retomo el hilo que me voy. A levante de Gibraltar siempre hay muchos barcos 
como aparcados. Desconozco la razón. Imagino que lo hacen por ahorrar las tasas 
de puerto o algo así de poco recorrido poético (aunque sí paisajístico). La vista que 
traigo hoy es un atardecer en el Estrecho con el sol arrastrándose por el agua y las 
bandas de niebla a media altura cruzando de un mar al otro. No recuerdo bien 
desde donde la vi. Puede que desde la carretera de Ronda a través del tele de la 
cámara. O puede que la imaginara juntando jirones de memoria, de 
varios momentos y de varios miradores. No lo se. Pero me da igual. Porque vista, 
soñada o imaginada la imagen es real y se la dedico a mis paisanos difuntos que 
murieron en guerras absurdas defendiendo a S.M. y a los que pagaron con la placa 
de una calle. Las placas de las calles, que se sepa, nunca quitaron hambre. 
Pinturas con cuento. Pág. 18
La Concha domingo, 10 de abril de 2011 
Concha. Óleo y acrílico sobre lienzo. 65x54. 2010. 
Pintar algo de Marbella y pintar la Concha no es muy original. Es como ser de 
Quesada y pintar una Virgen de Tíscar (que también lo he hecho) Digamos que es 
una obviedad tal, que la haces y la Posteridad inmediatamente te borra de su lista y 
se olvida de ti. Evidentemente para siempre jamás. Es tan poco original que hasta 
en un restaurante obsoleto y destartalado cerca de casa le tienen hecha una 
vidriera. Paseando a los perros por su trasera, entre mierda y mierda, le hice una foto 
con el móvil. Aquí la pongo. 
Vidriera de la Concha 
Pinturas con cuento. Pág. 19
Pero a pesar de todo lo dicho, lo cierto es que desde que empecé a tener una 
relación más cercana con Marbella, siempre la tengo delante: Paseando por la 
playa, en la terraza, en el Lago de las Tortugas, de día y de noche, al ir y al volver. 
Igual que la Virgen de Tiscar en Quesada pero sin cofradía. 
Se ve desde todas partes y eso es porque desde arriba se ven todas esas partes. No 
lo he visto pero me lo han contado y lo he visto en fotografías ajenas. A pesar de mi 
interés por subir creo que hay un paso delicado en la senda y como tengo un poco 
de vértigo me da miedo. He tenido pesadillas tremendas de que se me caían los 
perros por el despeñadero. Como si puestos a imaginar no fuera cien veces más 
fácil que rodaramos mi barriga y yo. 
Aunque a la Concha no, al pico Juanar sí he subido y como las vistas deben ser 
relativamente parecidas, traigo aquí un par de ellas. 
Esta imagen de la Concha que cuelgo hoy es de la cara suroeste. Cuando caen la 
tarde y el sol, se descubre una composición de formas piramidales, unas de luz y 
otras de sombra, que se agrupan en pirámides de superior nivel hasta formar la gran 
pirámide que es la Concha. Una compleja estructura aunque parezca una sencilla 
montaña a la que apenas se mira. 
N.B. 3 años después, sí conseguí, por fin, llegar a la Concha 
Pinturas con cuento. Pág. 20
Las Garzas de Medusa lunes, 11 de abril de 2011 
Garzas de Medusa I. Excel-Paint. 2011 
Garzas de Medusa II. Excel-Paint-Photoshop. 2011 
Pinturas con cuento. Pág. 21
A unos cien metros de la playa y a otros quinientos de Puerto Banús, en la 
desembocadura del río Verde del que toma nombre, hay una villa romana siglos I-III. 
Está escondida en medio de casas, apartamentos, hoteles y urbanizaciones, 
ignorada y dejada de lado por la circundante ostentación y exceso y por los 
vistantes de la ostentación y del exceso ajeno que pasean por las cercanias. Ni 
nacionales ni guiris ni locales reparan en su existencia. 
Al parecer, la villa era la vivienda de los señoritos de una inmediata factoría de 
salazones. La parte industrial estaría entre la villa y el mar. En la pequeña zona 
residencial los mosaicos son muy escasos en color. Las teselas son blancas o grises 
en su mayoría. Lo que ahora nos parece cosa obvia e irrelevante, la disponibilidad 
de todo tipo de colores en todos los soportes imaginables, no ha sido siempre así. 
Cada color suponía un problema técnico, comercial y un coste a menudo muy 
elevado. La policromía era cosa de ricos o de muy ricos. Cuanto más color más 
billetes (por eso nunca son grises) 
Mosaico de Medusa 
El mosaico más conocido de la villa es el de Medusa. Rodean a la gorgona patos, 
flores, garzas y copas. La primera versión que hice de las garzas del mosaico fue 
para un óleo. Elegí a esta pareja de entra las cuatro que tiene el mosaico no por 
otra razón sino por ser la que mejor se veía en la foto que hice. Hace unas semanas 
saqué a los pájaros del lienzo y los llevé a Excel donde les fui creando alrededor un 
mosaico curvo e irregular, añadiendo, borrando y cambiando formas y geometrías. 
Cuando quedé conforme trasladé la plantilla a Paint. En un lateral hice recuadros 
con toda la gama de grises que iba a utilizar y los numeré para no confundirme. Fui 
colocando las teselas de una en una, copiando los colores del recuadro 
correspondiente y remarcando cada una de ellas con el color inmediatamente 
superior. 
Aquí procede una reflexión sobre la explotación del trabajo: si yo en mi casa, 
sentado, parando cuando quería y manejando únicamente el ratón acabé harto, 
que no pasarían aquellas pobres gentes arrastradas por los suelos, teniendo 
que recortar cada tesela con toscos instrumentos, para luego colocarla, fijarla, 
etc. En fin, una explotación. 
Cuando terminé, me di a las reflexiones anteriores sobre el color, sus costes y sus 
dificultades. Para acreditar la abundacia que en estos tiempos felices nos 
inunda, se me ocurrió la colorida variante que podeis ver . Aunque a mi el hacerla 
me costó poco o nada, hubiera sido en aquellos tiempos el pasmo de los 
Pinturas con cuento. Pág. 22
pobres productores que elaboraban el garum. Y no solo de ellos sino que también 
el de sus probos amos, los dueños de los mosaicos, pues viendo el mío se 
percatarían de que no hay color en la comparación y comprenderían que los suyos, 
en realidad, no dejan de ser un quiero y no puedo. Es frecuente por los alrededores. 
Pinturas con cuento. Pág. 23
La cafetería del TALGO miércoles, 20 de abril de 2011 
Atardecer desde el tren. Óleo sobre lienzo. 61x50. 2002 
Los viajes en tren Madrid-Granada tenían el inconveniente de la duración, más de 
seis horas, pero también tenían sus cosas buenas. Como el poder levantarse, estirar 
las piernas, tomar un café y fumar un ducados tras otro. Ya lo he contado antes. 
Mientras viajaba, corría por las ventanillas el paisaje y las ruedas metálicas 
golpeaban rítmicamente sobre los raíles. Poco antes de llegar a Linares-Baeza me 
levantaba para hacer un descanso un tomar algo. En Linares-Baeza cambiaban la 
locomotora eléctrica por otra de gasoil, más apropiada a la montaraz vía de la 
parte final del trayecto. 
Según la época del año cambiaba la luz de la tarde. En cada viaje anochecía en 
un sitio distinto. Los días de invierno apenas pasado Aranjuez. Los días de verano 
cerca de Larva, entre los espartizales y los pinares extraviados en barrancos 
resecos, desnudos, salpicados de sal. Me atraía el tren y sin necesidad de ir yo 
dentro. Muchas tardes, en el cortijo de Lacra, con calor y avispas, subía a la alberca 
vieja para verlo pasar a lo lejos, al otro lado del Guadiana Menor. La cámara digital 
de la que disponía por aquel entonces no tenía teleobjetivo y por eso una vez se me 
ocurrió sustituirlo por el siguiente método chapucero: coloqué los prismáticos de mi 
padre delante del objetivo aguantándolos con una mano mientras con la otra 
sujetaba la cámara y disparaba. Salió alguna foto de milagro, mala y borrosa y con 
Pinturas con cuento. Pág. 24
unos inoportunos cables de tendido eléctrico por medio. Pero aunque mala tiene la 
luz y el color de esas tardes de verano perdiéndose el sol tras Sierra Mágina. Y 
además conseguí que el TALGO se viera, o intuyera, como una raya brillante, fugaz 
estrella de la tarde de agosto. Una raya renqueante que se arrastraba por las 
cuestas retorciéndose en las curvas de la vieja y bastante abandonada vía. 
El TALGO en Larva desde la 
alberca de lacra 
El campo, la cafetería y yo. 
Fuera de los extremos de invierno y verano, lo normal era que el café en la 
cafetería del tren entre Madrid y Granada coincidiera con el atardecer. De pie, me 
apoyaba en la barra auxiliar pegada a la ventana, fumaba, removía el café y 
miraba abstraído como el campo manchego, cerca ya de Sierra Morena, pasaba 
veloz y corría en dirección contraria. Moría el sol y las sombras se alargaban 
subrayando con un trazo largo los pocos árboles, olivos y encinas, del paisaje. Los 
montes se diluían en el horizonte. Si era otoño las hojas de las viñas formaban un 
bosque infinito y bajo que se deshacía en rojos y dorados. Si era en primavera, los 
trigos ya adultos pero aún brillantes y húmedos, se alternaban con viñas recién 
brotadas, salpicadas de verdes recién paridos. 
Intenté algunas veces fotografiar estas cosas de las que hablo pero los reflejos del 
cristal impedían el empeño. Alguna foto de las que hice quedó graciosa, como 
aquella de los prismáticos, pues al mismo tiempo que el reflejo la arruinaba me 
acreditaba como su autor en una especie de autorretrato involuntario. 
De estas tardes de tren regresando a Granada, de su recuerdo durante el resto de 
la semana, surgió la idea que traigo hoy. Como ya era normal en aquella época, la 
trabajé primero con Paint y luego la estudié y probé hasta conseguir la versión que 
finalmente llevé al lienzo. Creo que no quedó mal. 
Pinturas con cuento. Pág. 25
Grillo cojo lunes, 25 de abril de 2011 
Grillo cojo en los dompedros. Cera y óleo sobre papel. 65x50. 1990 
Una tarde de verano andaba yo con mi Pentax recién estrenada haciendo fotos. En 
aquellos veranos Lacra se llenaba de dompedros. Tan prolíficos que casi no dejaban 
crecer otras plantas. Andaba yo haciéndoles fotos “experimentales y artísticas”, 
comprobando si estaban cerrados de día y abiertos de noche, si se estaban 
realmente cuidando de que no los cortara quien los cortaría, cuando vi un grillo. Era 
un grillo cojo. Resultaba conmovedor verlo aferrarse a las ramas y pasar de una a 
otra con alguna dificultad. Pero no resultaba triste. 
Le hice una foto y de la foto nació la pintura (que por cierto, ya me doy perfecta 
cuenta de que el aceite del óleo manchó el papel blanco. Entonces no se notaba 
y en esas edades no piensa uno en como van a quedar las cosas veinte años 
después.) No conservo o no encuentro las fotos de aquella tarde. 
Pero pintarlo fue sólo una excusa para buscarle compañía a lo que le escribí al grillo 
que andaba cojeando por los dompedros: 
Un grillo cojo en los dompedros, 
Pinturas con cuento. Pág. 26
un grillo disminuido asomado al vacío. 
Un grillo aferrado a unas hojas 
y debajo, 
desenfocados, 
insondables abismos 
nada espectaculares, cotidianos. 
Un grillo cojo. 
Un grillo verde. 
Un grillo rojo, 
disminuido, 
tullido, 
impedido, 
perdido. 
Un grillo rojo cojo, 
atacado, 
acosado, 
nunca derrotado. 
Un grillo. 
Cojo. 
Es un grillo que no manda, 
ni con el calor ni con el frío progresa. 
Un grillo sin triunfo. 
Acapara dolor y ánimo en sus entrañas. 
Todos los que están lo quieren hacer leña. 
Es un grillo cojo. 
Pero que anda. 
Granada, noviembre del 90. 
Pinturas con cuento. Pág. 27
Ribera del Benabola lunes, 2 de mayo de 2011 
Río Benabola. Óleo sobre lienzo. 73x60. 2011 
El río Benabola es casi siempre un regato medio seco. Cuando llueve lo hace con 
mucha intensidad de manera que su cauce se vuelve torrencial. Los patos, 
galápagos, ranas, alguna garcilla y demás vecinos salen a disfrutarlo las pocas 
veces que, entre un exceso y otro, está tranquilo. Se tumban al sol encima de 
alguna piedra, nadan, corretean, buscan que comer. En las orillas y en el pequeño 
descampado hay mimosas, plátanos de sombra, acebuches, cañas, algún pino y 
muchas hierbas y zarzales. También una planta que no se como se llama y que es 
una rara mezcla de palma y de higuera (con el tiempo supe que se llama ricino). 
La ribera va cambiando con las meses. Lo hace más por las mudanzas de luz de las 
estaciones que por las propias de las plantas que más o menos, siempre están igual. 
Todo el año hay amarillos, ocres, verdes claros, oscuros, brillantes y mates, verdes 
azulados, verdes plomo, verdes negros, ordenados caóticamente, entremezclados. 
Lo que va cambiando es la luz. 
Pinturas con cuento. Pág. 28
No es que sea especialmente bonito el Benabola ni más llamativo que otros muchos 
arroyos, barrancos o ríos, pero está frente a mi terraza. Lo veo cuando salgo a regar 
las macetas, cuando salgo a mirar si llueve o si relampaguea, hace sol, calor o frío. 
En las noches de verano cenamos a la vista de nuestra selva doméstica de enfrente. 
Cuando no pasan coches el croar de las ranas se impone al silencio de la noche. En 
invierno, en el no invierno de aquí, las orillas se saturan de colores nuevos, húmedos y 
brillantes. Por las mañanas, al amanecer, el sol se abre paso entre las ramas y 
deslumbra a las gotas de rocío. Por las tardes, al anochecer, la luna nace por la 
misma parte que lo hizo el sol y hace juegos de luz y sombra con los troncos y las 
hojas. 
De tanto mirar al río y de tan continuo verlo me es ya familiar, de la casa. Por eso lo 
he pintado. No he pintado el agua pero he pintado las plantas de la ribera. 
Seguramente que esta no sea más y sí sea bastante menos que otras riberas 
famosas, pero es la que hay enfrente de mi terraza. Y aunque tampoco produzca 
vinos de especial calidad sí se los encuentra de muchos y variados tipos, de todos 
los precios, colores y sabores. Solo es cuestión de comprarlos. 
Pongo aquí alguna foto del río, de la ribera, de los vecinos y de la luna. El vino ya lo 
he dicho: en el supermercado frontero. 
Pinturas con cuento. Pág. 29
Iconografía de la Virgen de Tíscar sábado, 14 de mayo de 2011 
Virgen de Tíscar. Cera y óleo sobre papel. 65x50. 1990 
Cuando un primo mío armado de caña y cigala decía aquello de “Dios no existe 
pero la Virgen de Tíscar sí”, estaba expresando una verdad fácilmente contrastable 
al menos por lo que toca a la Virgen. Y es que se la puede ver en cualquiera de sus 
numerosas procesiones, en Tíscar y en Quesada. Se la puede ver también en las 
miles de estampas, fotografías enmarcadas, grabados más o menos antiguos, 
medallas, estadales y recuerdos de quincalla: navajas, mecheros, dedales, cajas 
metálicas de plástico que sirven para nada y cosas por el estilo. Lo de Dios es por el 
contrario bastante opinable y ahí no entro. 
Pinturas con cuento. Pág. 30
Principios s. XX 
Años 40 
La imagen más difundida en estas representaciones es un fotomontaje con la Virgen 
en el cielo y abajo una vista de Tíscar, la clásica, desde la carretera por encima del 
Vadillo. Es una Virgen voladora que a los habituados no nos sorprende pero que a 
los neófitos quizás si. 
No siempre ha sido esta la norma. En los grabados antiguos y en las primeras 
fotografías la Virgen no volaba y apenas se acompañaba de algún ángel. Fue tras 
la Guerra cuando, después de un primer momento de indefinición en el que la 
Virgen Nueva intentó imitar a la Antigua, adquiere personalidad propia y comienza 
a volar. Pongo aquí algunas reproducciones que reconstruyen la historia. Podemos 
apreciar como en los tiempos modernos los iconos han vuelto a la estampa clásica, 
sin vuelos, abandonando esa muy antigua tradición de casi cincuenta años. Eso sí, 
ahora se añade a la estampa, como detalle moderno y rompedor, un giro de 
cuarto de perfil. 
Años 50, 60 y 70 
Tiempos modernos 
La cosa de las tradiciones tiene estas paradojas. Que a pesar de ser modernas 
lloramos su desaparición como si fueran, que lo son, ejemplo y muestra del pasado 
que se nos va. Hace ya un tiempo, en la Lonja y el día de la Traída, con la Virgen 
encabezando al público extasiado, se entretuvieron en quemar un bonito castillo de 
fuegos artificiales amenizado con fondo musical de 2001(Sí lo de Odisea en el 
espacio). Faltó que apareciera un ovni con don S. Kubrick a los mandos para 
completar tan pío espectáculo. Pues seguro que si como temo se han venido 
Pinturas con cuento. Pág. 31
repitiendo estos años parecidas escenas, se habrá constituido finalmente en 
costumbre antigua hasta el punto que en ese día, esperemos próximo, en el cual 
felizmente se suprima, llorarán por las esquinas y en la revista de las ferias los 
inevitables defensores de las nuevas costumbres y tradiciones locales de toda la 
vida. 
La Virgen que encabeza la pinté en 1990 en el mes de enero. En plena ola de frío, 
cuando vivía en Agustina de Aragón en una casa perfectamente climatizada y con 
una magnífica calefacción en verano y aire acondicionado en invierno. La Virgen la 
copié de un grabado antiguo, 1904, que no recuerdo de donde saqué ni donde 
está. Es uno de esos grabados de la Virgen un poco infantiles e ingenuos que han 
sobrevivido en cortijos y rincones perdidos. A cera y a lápiz le añadí el Santuario tal 
como era moda hasta esos años noventa y también le puse un par de ángeles, 
chico y grande. Para darle más vuelo a la estampa, claro. 
Cabecera de un folio de la Posguerra 
Completo el estudio iconográfico, mediante el que acredito suficientemente mis 
conocimientos de Historia del Arte, con un retrato de la Posguerra en el que 
observamos una Virgen “comentada”. Y también adjunto la fotografía de uno de 
esos grabados perdidos en lugares olvidados de los que hablaba antes. Está bien 
acompañado: cartones de ducados, botellín del Alcázar, banderines de fino 
Quinta, botellería de anís, "coñada" y güisqui nacional, servilletas enrolladas en un 
vaso de caña de cerveza… Obsérvese abajo a la derecha un cartel (puro 
Pinturas con cuento. Pág. 32
marketing de vanguardia en aquella época y lugar) anunciando ricas raciones de 
queso. Por cosas del encuadre (la fotografía no era digital y se disparaba sólo una 
vez) nos quedamos sin saber el precio de tan acreditado plato. 
Bar de la esquina de la Plaza. Noche de la Fiesta de Tíscar. 1987 
Pinturas con cuento. Pág. 33
El sol desaparece sobre Baeza miércoles, 18 de mayo de 2011 
Puesta de sol en Baeza. Óleo sobre lienzo. 55x46. 2001 
Recuerdo que hace ya demasiados años era costumbre en las tardes de verano 
subir al bar del Mirador para ver la puesta de sol. El espectáculo era, sigue siendo, 
bastante espectacular como suele ocurrir en casi cualquier sitio donde haya un 
horizonte a poniente y un sol muriendo. En esas tardes bochornosas las calimas 
brillan con tonos violentos y calientes. La luz redonda y enorme del sol tiembla 
rompiendo la geometría perfecta de su figura. Mientras la temperatura de la luz 
elimina los matices y deja sólo la pura idea de fuego apagándose. 
Entonces, en aquellos años, las sillas y las mesas eran de esas de tijera, de madera, 
creo recordar que pintadas en verde. Los botellines de cerveza de aquellos chatos 
del Alcázar con el Castillo de Jaén serigrafiado en blanco. La tapa, garbanzos 
tostados o cosas parecidas, antípodas de cualquier sofisticación o exceso actual. 
Nada mas irse el sol empezaba a oscurecer y desde el río subían olores de huerta 
recién regada, de tamo y paja trillada. Por la carretera aquella tan modesta de 
entonces subían por pares los faros de los coches que llegaban al pueblo, de los 
"lanrover" que volvían del campo. Por la parte de la Sierra apenas luces o ninguna, a 
veces un punto lejano y tenue de alguien bajando del Chorro. Desde el interior del 
bar se escapaba el sonido metálico y chillón de Radio Jaén, del cante y de la 
copla. 
Pinturas con cuento. Pág. 34
No recuerdo si el sol se ponía exactamente encima de Baeza (imagino que no). 
Pero el resplandor del cielo descansaba sobre el perfil oscuro y casi horizontal de la 
Loma. En un extremo la silueta negra de la catedral de Baeza conquistaba la 
escena a pesar de su pequeñez. En mi recuerdo (imagino que recreado), el sol 
siempre desaparecía guiándose por la flecha de la torre. 
Hace muchísimos años que no subo por allí al caer la tarde en verano. No he subido 
por muchas razones entre las que no es la menor que ahora las tardes son 
muchísimo más calurosas o eso me parece a mí. Hoy en día a esas horas el 
ambiente es sofocante. Mi cuñado Salva dice que se debe a que ya no riegan las 
calles al atardecer. Yo creo que también influye el riego del campo y de las huertas 
que se hace por goteo y no a manta como entonces. Este es desde luego un 
debate que merecería tiempo y abundancia de opiniones y que, por supuesto, 
requeriría que llenaran bastantes veces. 
Aunque la Loma, la catedral y el sol siguen en su sitio yo no he vuelto por allí. Desde 
el mirador nuevo que han hecho en la carretera de Huesa, encima de Toaires, la 
vista es parecida. No es necesario volver a los escenarios de juventud. 
En el 2001 pinté una primera versión de este ocaso resaltando la silueta de la torre y 
también las casas de Baeza, Úbeda y Torreperogil y además, la luna levantándose 
en el otro plato de la balanza. Hace un par de semanas hice una segunda versión, 
ya muy moderna y digital, donde el dibujo no es más que lo que rodea y acompaña 
al sol y a la catedral de Baeza. Será melancolía o como dice mi prima Rosi, la 
búsqueda irreflexiva de lo que sabemos que ya no encontraremos nunca: el 
pasado. 
Puesta de sol en Baeza. Excel, Paint, Photoshop. 2011 
Pinturas con cuento. Pág. 35
Montes de Muza y de Tarik jueves, 26 de mayo de 2011 
Estrecho y San Pedro de Alcántara. Acrílico y óleo sobre lienzo. 65x54. 2011 
En el comedor de un barco, camino de Túnez, una tal Consuelito natural de un 
pueblo de Almería y vecina de Badalona, recostaba sus bien despachadas tetas 
en la mesa mientras golpeaba el plato con el tenedor y hacía mohines de asco. No 
comía nada y no paraba de hablar mientras nos ilustraba sobre la próxima escala 
del barco: África, según ella, es todo lo que queda por debajo de Melilla. Y lo sabía 
bien porque había estado una vez allí en la jura de bandera de un sobrino. Fui 
discreto y no la corregí pero ganas me entraron porque, como cualquiera menos 
ella sabe, África es todo lo queda por debajo del Estrecho. El Estrecho es un puente 
sin tablero y con una inmensa luz donde África empieza y termina, según se vaya o 
se venga. Es la frontera entre dos orillas que se ven la una desde la otra, es todas 
esas cosas de cruce de caminos, encrucijada de culturas y demás versos de 
estantería de hipermercado que vendrían muy a pelo poner aquí pero que ahorro al 
distinguido y que doy por puestas, leídas y aplaudidas. 
Lo que está menos dicho es que en el Estrecho acaba o empieza, también según se 
Pinturas con cuento. Pág. 36
vaya o se venga, el mar de Alborán, que es como un estrecho muy ancho y 
largo. Al otro lado de Alborán, casi siempre invisible salvo que la nitidez del día le 
obligue a salir de su escondite, está Marruecos, África, Berbería o el Moro que de 
todas las formas se llama. Entre que son pocas las ocasiones en las que aparece y 
que son aun mas escasas las personas que vigilan el horizonte, muy poca gente es 
capaz de interpretar lo que ve y saber, si lo ve, que es la otra costa. Menos gentes 
aun saben que para verla no hace falta acercarse a la parte estrecha de Alborán y 
que desde las mismas sierras de Granada también se asoma por el horizonte. 
Africa desde el Haza del Lino (II) 
La noticia de que el otro lado del mar es visible desde Granada la oí como 
comentario perdido dentro de alguna conversación. Se dijo como algo accesorio 
pero que a mí me pareció relevante y sugerente. Imaginé que ver África desde 
Granada sería cosa tan extraordinaria como lo sería ver lo que hay al otro lado de 
un muro sin necesidad de saltarlo. 
Algún tiempo después de la anterior conversación, leyendo el Viaje a la Alpujarra de 
Pedro A. de Alarcón encontré nuevas y más precisas noticias, aunque quizás un 
poco exageradas. Decía Pedro Antonio que al espectador que mira desde la 
Contraviesa, el mar le parece que queda por encima del horizonte. Decía también 
que en los días claros se ve África. El efecto óptico por el cual hay que levantar la 
vista para ver el mar lo pude comprobar pronto y efectivamente, lo parece. 
Imagino que se debe a la curvatura de la Tierra y a que la observación se hace 
desde una posición a la vez muy elevada y muy cercana a la costa. Menos suerte 
tuve para confirmar la segunda parte de la información, la de África. Por más que lo 
intentaba nunca lo lograba. Supongo que el accitano estuvo por allí poco tiempo, 
que tampoco tuvo suerte y que en realidad escribió lo que le contaron. 
Como siempre ocurre en estas historias, cuando ya tenía perdida la esperanza y 
abandonado el anhelo, tras una mañana de escasa visibilidad, en un atardecer de 
invierno, al volver en coche a Granada y a la altura del Haza del Lino, de improviso, 
me topé con África. Digo que Pedro Antonio no vio nada porque si lo hubiera 
contemplado no lo hubiera contado así de pasada, como cosa de menor cuantía. 
Porque cuando se ve, el mar de Alborán deja de serlo y se transforma en la 
maqueta del mar, un charco sembrado de rayas brillantes que son los barcos que 
van y que vienen de Gibraltar. Enfrente, arriba, la costa africana está tan próxima 
que la fantasía crea espejismos de pueblos y aduares y sus luces bailando en las 
sombras. El Estrecho allá perdido, al fondo de la escena entre los brillos del sol 
poniente. Queda el mar de Alborán empequeñecido, pero como cosa de otro 
mundo, grandiosa en su nueva pequeña escala. Al menos así lo recuerdo. Las 
Pinturas con cuento. Pág. 37
fotografías que hice en aquella ocasión no fueron ninguna maravilla (pero es lo que 
hay) y por eso aquí pongo un par de ellas con exclusivo fin probatorio. No hacen en 
absoluto justicia a la fugaz aparición que se escapó enseguida, corriendo con la luz 
de la tarde. 
Jebel Musa desde Nueva Andalucía 
Sierras de Tetuán desde la playa 
Desde que llegué a Marbella me llamó la atención, ya al principio, que para ver la 
línea de Marruecos no hacía falta subir altas montañas, que incluso desde la 
misma playa se consigue ver. La cercanía permite observar más y mejores detalles. 
Pero estos nuevos detalles le quitan poesía, sueño y gracia (algo parecido a lo que 
ocurre con determinadas fotografías de índole sexual). Por eso y para compensar el 
defecto, el horizonte se completa con la presencia de las dos columnas aquellas 
que puso Hércules para señalar el inicio de las tinieblas habitadas por monstruos. Los 
montes de Tarik y Muza. El Jebel Musa allí y el Jebel Tarik aquí. Y no es chica la 
compensación. Pongo aquí una buena foto que no es mía pero que reproduzco por 
cortesía del autor, en la que se ven las Columnas no de frente como es costumbre 
sino de norte a sur, más o menos, desde los Reales de Estepona. 
Para hacer las fotografías de África el mejor momento es el amanecer y el 
atardecer, cuando el sol sale o se pone, cuando aumenta el contraste y se siluetea 
el horizonte. Partiendo de las decenas de fotos que tengo, hice la vista que pongo 
hoy aquí. Se aprecian en primer lugar las ventanas iluminadas de San Pedro 
Alcántara y se adivina, arriba a la derecha, como el sol desaparece detrás de 
Gibraltar escapando de la noche. Imagino, conociéndome, que no será la última 
vez que haga algo, pintado o fotografiado, sobre este tema. 
Pinturas con cuento. Pág. 38
El otoño en el chopo de la alberca lunes, 6 de junio de 2011 
El otoño en el chopo de la alberca. Acrílico y óleo. 65x50. 2011 
El otoño en el chopo de la alberca llega tarde, bien entrado noviembre. Llega tarde 
y se junta con el invierno de manera que no es raro que las hojas muertas caigan 
encima de las primeras nieves. Pero lo frecuente es que caigan unas sobre otras en 
el rincón del jardincillo debajo del chopo. En la humedad de la umbría las hojas se 
amontonan y se van deshaciendo. El chopo viejo lo podaron a media altura 
porque cada vez tenía más ramas secas que se empezaban a desmoronar. Aunque 
no ha vuelto a ser lo que fue rejuveneció y sigue siendo el que manda en su rincón. 
Todavía sobresale a cualquier vecino. 
Pinturas con cuento. Pág. 39
El otoño en el chopo de la alberca llega tarde, bien entrado noviembre. Llega tarde 
y se junta con el invierno de manera que no es raro que las hojas muertas caigan 
encima de las primeras nieves. Pero lo frecuente es que caigan unas sobre otras en 
el rincón del jardincillo debajo del chopo. En la humedad de la umbría las hojas se 
amontonan y se van deshaciendo. El chopo viejo lo podaron a media altura 
porque cada vez tenía más ramas secas que se empezaban a desmoronar. Aunque 
no ha vuelto a ser lo que fue rejuveneció y sigue siendo el que manda en su rincón. 
Todavía sobresale a cualquier vecino. 
Hojas en la nieve 
Hojas en la alberca 
Otras hojas caen dentro de la alberca y se amontonan flotando. Según que haya 
mucha o poca, el agua refleja el cielo o refleja el fondo verdoso. En cualquiera 
de esos dos reflejos nadan las hojas que no encontraron el camino de tierra firme: 
renegridas las que murieron hace mucho, rojas y ocres las siguientes, amarillas y 
naranjas las recién caídas, algunas verdes, de un verde suave y apagado que 
desentona del resto de las náufragas. 
El otoño de las aceitunas es morado brillante, azul casi negro, granate profundo. Los 
vientos de octubre tiran algunas que manchan los suelos entremezclándose con 
piedras, hierbas y algunos musgos alimentados por los rocíos y las escarchas. El 
otoño llega con el humo de las lumbres de las primeras cuadrillas trabajando en los 
olivares. 
El chopo viejo asomándose a la alberca 
Aceitunas acabando noviembre 
Desde la alberca, por debajo del chopo viejo se ve Larva. Se ven olivares que bajan 
hasta el Guadiana Menor, retorcido en lo hondo de su llano, protegido por 
paredones rojizos y oxidados, por ramblas de sal, por barrancos pardos, verdosos. 
Algunas nubes se enredan en Sierra Mágina mientras los aviones no paran de pintar 
rayas de tiza en el cielo. Es grande el horizonte, muy grande. Pero lo es más el chopo 
Pinturas con cuento. Pág. 40
viejo. A pesar de estar cortado, manco, mutilado. Y no es casualidad que entre sus 
ramas y sus brillos dorados de otoño haga un hueco al Mulhacén y a las nieves, a los 
picos y laderas de su corte. Son dos vértices de primer orden de la red geodésica 
vital. De la mía. 
El Mulhacén desde la alberca de Lacra 
Pinturas con cuento. Pág. 41
El sol de la mañana en el pinar de Juanar sábado, 11 de junio de 2011 
Mañana en el pinar de Juanar. Acrílico y óleo sobre lienzo. 65x50. 2011 
Todas las lunas tienen su cara oculta. Da igual que sean lunas de invierno o de 
verano, de lunes que de domingo, de las de antes o de las de ahora. Y lo normal es 
que todas las personas, todas las cosas y lugares tengan también su cara oculta, su 
cara poco conocida, a veces olvidada, a veces incluso escondida. En las personas 
es cosa de sobra sabida y muy aprovechada por la literatura y por el cine. En las 
cosas también se da el fenómeno. Por ejemplo, los electrodomésticos tienen un 
interior misterioso que sólo los iniciados conocen. Con los lugares ocurre 
exactamente igual, que tienen partes desconocidas que solo conocen los del lugar, 
circunstancia que aprovechan las guías y los artículos de viajes poniendo a 
disposición de profanos lo que se supone es privativo de expertos parroquianos. 
Juanar, en las alturas de Sierra Blanca, es uno de esos sitios reservados a los más 
estrictos conocedores. Y no porque sea sitio poco conocido pues es muy 
frecuentado por paseantes y senderistas. Pero por muchos que sean los visitantes 
siempre serán pocos comparándolos con las muchedumbres viajeras que 
frecuentan las playas de un poco mas abajo. Para llegar allí hay que dar un rodeo 
grande pasando al otro lado del muro invisible que separa la delantera de la 
trasera. Una vez cruzado, volveremos sobre nuestros pasos y sin dejar de subir por 
una carretera estrecha, llegaremos al filo mismo de la Sierra, donde la pendiente se 
despeña por los barrancos hasta el mar. 
Pinturas con cuento. Pág. 42
Marbella desde el mirador y pinar 
Abajo, como no podía ser menos, hay de todo lo que tiene que haber en la costa: 
gente que lleva en la frente las gotas de sudor del descanso, aromas de ostentación 
sobreactuada y rincones llenos de plantas exóticas venidas de todas las partes del 
mundo. Los pocos almendros y olivos que quedan parecen ser ellos, entre tanto 
forastero, los auténticos extraños y los que están fuera de lugar. Arriba por el 
contrario, son los pinos y los chaparros, las encinas, los tomillos y los romeros los que 
siguen mandando. Abajo nunca hace frío, arriba a veces nieva y la luz, el color, las 
plantas, los pájaros y el clima son de interior, pero de un interior con vistas al mar. 
Tan apacible, tranquilo y aislado es este rincón que, según creo, el general De 
Gaulle escribió parte de sus memorias en el hotel-refugio del lugar. Aunque por otra 
parte, en otro sitio he leído que las escribió en el parador-castillo de Jaén, que 
también es un mundo diferente en las alturas desde el que se ve el mundo real allá 
en lo hondo. No se cual de las dos versiones será la verdadera. Quizá lo sean las dos 
y fuera en los dos sitios, sucesivamente, donde se dedicó a justificar su vida por 
escrito. Si no hubiera muerto dejando la escritura a medio escribir, puede que 
hubiera continuado de altura en altura hasta parecerse a Isabel la Católica, que 
no hay pueblo por donde no pasara y casa donde no durmiera. De cama en cama 
tan virtuosa señora, de parador en parador el general jubilado por preguntar. 
La vista de hoy nace en una mañana de mayo, muy temprano. En un día laborable, 
con Luci y con Lobo corriendo el camino arriba y el camino abajo. El sol, todavía 
bajo, llegaba paralelo al suelo y al atravesar el pinar se cruzaba perpendicular con 
los troncos y se entrelazaba con ellos como si estuvieran haciendo punto con lanas 
viejas reaprovechadas y mezcladas: pardas, grises, oscuras azuladas y verdosas en 
la urdimbre y otras brillantes, amarillas y naranjas, verdes y azules claro en la trama. 
Pinturas con cuento. Pág. 43
Puerto Banús sin barcos viernes, 17 de junio de 2011 
Puerto Banús sin barcos. Acrílico y óleo sobre lienzo. 65x50.2011 
Tarde de enero 
La playa cuando está en todo lo suyo es en invierno. Me gusta pasear por la orilla sin 
sudar, con buena temperatura, sin gente o con poca y la poca tranquila. Me gusta 
de la playa el mantra sin fin del mar yendo y viniendo, las olas que golpean, se 
retiran y vuelven a golpear la arena. La playa en invierno es como la lumbre de una 
chimenea, que captura la atención sin necesidad de hacer nada, sin que ocurra 
nada más que el pasar del tiempo y el baile de las llamas, nada más que algún 
crujido de la madera ardiendo, que alguna chispa subiendo inopinadamente 
como una estrella fugaz vertical. Delante de las lumbres y delante de los mares 
los cuerpos pasan en su sopor a un segundo plano y dejan que la imaginación y el 
pensamiento se liberen y trabajen. Y no son necesariamente trabajos y 
pensamientos productivos. Suelen ser imaginaciones y pensamientos efímeros, como 
la chispa, como la espuma de una ola rota en la arena. 
Pinturas con cuento. Pág. 44
Lobo y Luci corriendo 
por la escollera 
Faro del espigón 
Con la playa llena de gente revolcándose en la arena, con el calor y con el sol de 
fuego, con los niños del prójimo jugando a la pelota, son complicados los 
misticismos. Los colores y las luces en verano simplemente no existen, sólo hay cielos 
y mares blanquecinos y luces cegadoras que acaban con cualquier detalle, con 
cualquier matiz. Pero en invierno sí. En invierno me gusta dar un paseo hasta la playa 
al caer la tarde. La tranquilidad es casi absoluta, salvo que a Lobo le de por 
perseguir gaviotas, palomas o cualquier pájaro que se haya atrevido 
a provocarlo poniendo pata en tierra delante de él. 
La playa de la que hablo aquí no es el arquetipo de playa idílica, que tampoco 
haría falta, aunque no deja de tener sus cosas. Tiene luces y contraluces en la 
puesta de sol, tiene la silueta de Gibraltar, a gente pescando con las cañas puestas 
de pie en las piedras de la escollera. Tiene un par de faros y algún barco lejos en el 
horizonte que podemos imaginar de pesca que trajera ricos boquerones y puntillitas 
hasta algún chiringuito imaginario, donde lo esperaríamos con una caña bien 
tirada, con su espuma y con todo lo que tiene que tener una caña. Así, abstraídos 
en estos pensamientos y ensoñaciones dejamos la ostentación y los excesos 
aparatosos propios del lugar, guardados a buen recaudo, al otro lado de los 
edificios, detrás de las ventanas iluminadas con brillos dorados. Brillos que son reflejos 
del sol agonizante, que a su vez se reflejan en el agua y forman un puzzle temblón 
de espejos luminosos. Espejos temblones que nadan sobre un fondo azul que a 
estas horas ha viajado casi hasta el negro. A esta s horas apenas queda nadie, sólo 
la oscuridad que avanza como niebla desde el mar y el agua que golpea la arena, 
que retrocede, se recupera y vuelve a golpear. El cielo cubre la tarde con colores 
calientes y pelusas de nubes rojizas que el viento sostiene en el aire como si fueran 
colas de cometas. 
De uno de aquellos atardeceres es la vista de hoy. Cuando terminé de pintarla, en 
mi terraza aunque sin puntillitas ni boquerones, me tomé una cerveza. Quizás fuera 
alguna mas de una. 
Pinturas con cuento. Pág. 45
Reflejos de sol 
Detalle del sol 
Pinturas con cuento. Pág. 46
El pasado no es Historia, es Geografía viernes, 24 de junio de 2011 
Cortijo viejo. Excel, Paint, Photoshop. 65x50. 2011 
El pasado no es cosa de la Historia. Lo sería si se midiese como tiempo pero eso no 
es lo correcto. Lo suyo es hacerlo como una cosa que ocupa un sitio en alguna 
parte. 
Quienes caen en el error de medirlo como tiempo suelen dar por bueno que el 
pasado se repite y siempre vuelve. En este error cae la historiografía pero también la 
economía que no es más que historia entreverada de sociología a la que se le 
añade contabilidad y números (y la pretensión de que sus predicciones son 
científicas, creíbles y que por eso valen dineros). Pero el pasado nunca vuelve. Si a 
menudo nos topamos con él no es porque vuelva de ningún sitio. Es porque siempre 
ha estado ahí, a veces escondido, a veces perdido en el fondo en un cajón, a 
veces tapado, sumergido, enterrado por tierra, por agua o por olvido. 
Estas ideas de pensamiento elevado que, como las matemáticas, tampoco se me 
dan bien, las explico mejor con un ejemplo traído de la cartografía. Y es el que 
sigue. 
En la primera edición de la hoja 949 del Mapa Topográfico Nacional 1:50.000 de 
1932, en Lacra, a la altura de la actual carretera de Huesa, se nombra el lugar como 
"Cortijos de Lacra o de Rivera". En la segunda edición de 1992, sobre datos de 1988, 
Pinturas con cuento. Pág. 47
el mismo sitio es "Lacra". En 2003 se hace la primera edición del Mapa 1:25.000. 
Como el espacio en el papel es mayor, se pueden escribir más topónimos. Así en 
esta zona de uno pasan a tres: "Lacra" referido al pago, "Acra" como entidad de 
población menor (?) y además un "Cortijo de Antonio Alférez". En la tercera edición 
del 1:50.000 desaparecen los topónimos de la primera y segunda edición y se 
copian los de la hoja 949-1 del 1.25.000: "Acra" y "Cjo. de Antonio Alférez". 
El único realmente nuevo es el del tal Antonio. Pero, ¿se sabe quien era este Antonio 
Alférez? Si. Era mi tatarabuelo y murió no se exactamente cuando pero en el último 
cuarto del siglo XIX. Cuando mi bisabuela Juliana se casó en 1900, llevaba ya 
muchos años de huérfana de padre y madre. Esto lo se con seguridad. 
2ª edición 1992 
1ª edición Hoja 949-1 del Mapa Topográfico 
1:25.000. 2004 
1ª edición Hoja 949 Mapa 
Topográfico 1:50.000. 1932. 
3ª edición Hoja 949 2004 
De la mano de lo más nuevo, moderno llega lo antiguo, lo casi absolutamente 
olvidado. ¿Pero, porqué aparece el nombre de mi tatarabuelo más de cien años 
después de su muerte en los mapas del I.G.N.? Pues no porque él (lo que fue, el 
pasado) vuelva de ningún sitio, que si lo hubiera hecho el susto hubiera sido de 
muerte ya que ni las bisnietas ni los tataranietos lo conocimos y hubiéramos 
reaccionado cada uno según nuestro ser: corriendo, gritando, negando la 
evidencia… La razón de esta aparición hay que buscarla en otra cosa y aquí viene 
mi teoría. 
Sin duda los datos para esta hoja topográfica se recogieron mucho antes de 1932. 
De hecho, la hoja colindante 828 tiene su primera edición en 1902. Ya que hicieron 
el gasto del desplazamiento los cartógrafos seguramente recogieron todos los 
topónimos y todas las referencias que pudieron, aunque no cupieran en el papel del 
Pinturas con cuento. Pág. 48
mapa para el que trabajaban. Se seleccionaron unos para publicarlos y otros se 
desecharon. Pero no se tiraron sino que se guardaron en una carpeta "ad hoc" en la 
caja del expediente de la Hoja 949 que se archivaría en los sótanos del geográfico 
instituto. 
Pasaron los años y llegó el Mapa 1:25.000, que como su propio nombre numérico 
indica, tiene cuatro veces más espacio que el 1:50.000, espacio para escribir 
nombres. Se necesitaban topónimos para rellenar. Y o era verano y no tuvieron 
ganas de pasar calor o no hubo presupuesto para nuevos viajes o lo que fuera, que 
no lo se, pero el caso es que mandaron al archivo a por las carpetas viejas del 
expediente original y encontraron todo lo que en su tiempo se apuntó pero no se 
imprimió. Como eran cartógrafos y no registradores, les trajo sin cuidado a nombre 
de quien se emitía actualmente el recibo de la contribución o si las personas citadas 
vivían o no vivían: coinciden nombre y coordenadas, ¡suficiente! 
Queda pues claro que nadie regresó de ningún sitio, que simplemente un papel que 
siempre estuvo en una carpeta fue el que nuevamente vio la luz del día para 
participar, con todos sus años a cuestas, en la más moderna y actual versión 
cartográfica del lugar. Y esa es la clave. El papel, el pasado, no regresó de ningún 
sitio, sino que siempre estuvo allí, en la caja de un expediente antiguo guardada en 
lo hondo de un archivo. Y eso es Geografía porque no es el Cuando, es el Dónde de 
la cosa: antes estaba en el sótano, ahora está en el mapa. 
De ese cortijo del ejemplo, de su fachada norte casi tan arruinada como el resto del 
edificio, traigo la estampa de hoy hecha con Excel, Paint y Excel. Por cierto, en este 
cortijo viejo de Lacra hay otro ejemplo de pasado que reaparece, de pasado 
redescubierto. Y es que cuando hacia 2006 levantaron la carretera para reformarla, 
a menos de diez metros del cortijo encontraron tumbas y muros islámicos, anteriores 
por tanto a 1231. Habían estado archivados casi ochocientos años y fue 
removiendo tierras para la obra que volvieran de su entierro. Pero siempre habían 
estado ahí, ocultos pero ahí. Y seguramente debajo del propio cortijo, ahora viejo, 
también vive o muere alguien que seguro que algún día volverá a la luz y 
seguramente por alguna obra, pública o privada... Geografía, no Historia. Aunque 
siempre habrá algún polemista que me discuta y diga que no hay Cuando sin 
Donde ni Donde sin Cuando y cosas así profundas. Salvo si se presenta alrededor de 
una mesa con su vino y con sus tapas no entraré al debate. 
Superposición Muros y tumbas deshabitadas al otro lado de la de lugareños 
carretera. 
Pinturas con cuento. Pág. 49
Los últimos rayos del sol de febrero viernes, 1 de julio de 2011 
Atardecer de febrero. Acrílico y óleo sobre lienzo. 65x50. 2011 
Paseando con los perros entre las olivas una tarde de febrero, me llamaron 
la atención los rayos de sol del atardecer. Serpenteaban por el suelo 
arrastrándose entre el laberinto de troncos, de hojas, de ramas, de 
piedras. Hice bastantes fotografías pero no busqué ni las cosas ni las 
formas sino las luces, los pedazos de suelo incendiados de verdes 
y amarillos, dorados y brillantes, junto a pedazos de penumbras grises y 
azules. 
En estos días primeros del verano, de los primeros calores insoportables, 
de siestas de fuego y noches en vela, se recuerdan con gusto los buenos 
ratos del invierno, los paseos agradables sin calor ni sudor, las tardes (noches) 
de vino, de tapas fuertes y cenas con lumbre. 
Se recuerdan con gusto y casi con ansiedad se desea su regreso. Igual que 
en los hielos negros de enero se añoran las noches claras de verano, ahora 
ocurre otro tanto con el aire fresco y limpio del invierno: 
Pinturas con cuento. Pág. 50
Los últimos rayos del sol de febrero 
se arrastran por el olivar, 
rozan el suelo y levantan 
chispas de luz en las hierbas, 
en las piedras. 
Los últimos rayos del sol de febrero corren, 
saltan, chocan y mueren 
contra la corteza áspera y dura 
de los pies retorcidos de las olivas. 
Ya no queda sol ni paisaje, 
apenas un perfil azul 
por Sierra Mágina, 
apenas una línea brillante y clara en el horizonte. 
Es febrero y todavía hace frío. 
En las sombras de los rincones el barro húmedo 
y el aroma de la leña y de la lumbre. 
Un avión parpadea con luces blancas y rojas 
Sobrevolando el humo de la chimenea. 
Es de noche y aun es invierno. 
Un hilo de luz se escapa 
por la rendija de la contraventana, 
salta la luna en los cerros 
y se despeña por los barrancos. 
Cuando sea mañana, 
los nuevos rayos del amanecer 
abrirán del revés las cicatrices 
que hoy dejó, en su huída, tatuadas el sol en el suelo. 
Pinturas con cuento. Pág. 51
Las tardes del verano domingo, 17 de julio de 2011 
Sierra Mágina. Excel, Paint. 2011 
En la playa hay gaviotas que se pasan el día riendo y alborotando. En Granada 
palomas que lo ensucian todo y que se pelean como fieras. Y en Lacra, hay avispas. 
Avispa de Lacra 
Las mañanas temprano antes de que salga la gente y el sol, las gaviotas ríen 
agarradas a las antenas de televisión. Con solo dar un salto y dos aleteos ya están 
volando y a veces en la soledad de la calle pasan tan cerca de mi cabeza que da 
miedo (he descubierto que lo hacen porque protegen un nido que tienen en la 
casa abandona). Vuelan sin dejar de reírse, imagino que de mi. ¿Podría espantarlas 
Pinturas con cuento. Pág. 52
con el sombrero de paja si intentaran atacarme como se sabe que pasó en aquella 
famosa película? No lo se. Pero descontando la dicha película nunca he oído que 
hayan atacado a nadie (un experto ornitólogo me confirma que, fuera del cine, no 
hay noticias de semejantes ataques). Sí he visto, por el contrario, como un cernícalo 
las atacaba a ellas, pero esa es otra historia que quizás cuente otro día. 
Bicho junto a la la piscina 
Las palomas además de crueles son bastante asquerosillas. Viven y se pelean en los 
huecos de los tejados y en los canalones de las casas viejas. Se cagan por todas 
partes, sobre todo en los balcones y en las ventanas y dicen que transmiten muchas 
enfermedades (pero nunca he oído que alguien haya enfermado por su culpa). 
Quizás esta falta de contagio se deba a que normalmente solo tienen relaciones 
sexuales entre ellas y a que nunca han comerciado con su cuerpo (que se sepa). 
Bicho dentro de la piscina (en primavera) 
En Lacra hay avispas. Y pican. Esto no me lo tiene que contar nadie porque esta 
misma semana me ha picado una. Pican y molestan, estorban, tensionan las tardes 
que intentan ser plácidas bajo la parra, obligando a una permanente alerta 
antiaérea. Chillan las sirenas sin parar. 
Además de avispas hay otros muchos bichos de distintas calidades y peligrosidades; 
de cuatro, de seis y de ocho patas o de ninguna; "salamanquesas", mosquitos, grillos 
y arañas, moscas y tábanos, sapos y culebras reales. Pero entre tanta variedad de 
peligros, con diferencia los más dañinos y molestos son las avispas. 
Pinturas con cuento. Pág. 53
Bicho delante de la piscina 
Las avispas encabezan los inconvenientes de las tardes de verano en el cortijo de 
Lacra. Las avispas, las moscas cansinas, los pájaros y sus ruidos, el calor y el exceso 
de luz que no siempre consigue frenar la parra, dificultan la concentración, 
dificultan la cosa del arte y casi cualquier otra actividad de tipo intelectual. La falta 
de concentración se materializa en la imposibilidad de pensar en algo más que en 
el presente más absolutamente rabioso. Los bichos y demás inconvenientes borran 
el pasado y el futuro. Sólo dejan pensar en el ahora. Pero los escasos segundos que 
dura el ahora son un lugar tan pequeño que apenas caben en él las ideas y 
sensaciones, los recuerdos e intenciones. Es imposible pensar, es imposible cualquier 
cosa que no sea revolcarse en la mezcla de estrés, calor y pereza. 
Hace años que en las tardes de verano de Lacra intento pintar una cosa muy 
sencilla: la pared encalada reflejándose en la superficie azul de la piscina y el cielo 
sin color del mediodía de verano reflejándose en el fondo bailón del agua. Es muy 
sencillo. Solo son dos tramas de elipses (la una encima, la otra debajo) 
entrecruzando su balanceo y salpicadas con destellos blancos, plata y azules varios 
más o menos pálidos, mas o menos claros, mas o menos fugaces y furtivos. Varias 
veces lo intenté. En todas fracasé. No por mi culpa, por la de los bichos. 
Bicha 
La luz de hierro del mediodía de verano es la misma luz sobreexpuesta que usan en 
el cine para subrayar las escenas de carácter imaginario o soñado. Mientras 
bombardean las avispas, Radio Úbeda emite sus anuncios locales. Hoy toca 
competencia de funerarias: una se anuncia como la suya de Vd., desde siempre y 
la otra resulta que tiene el único horno de la comarca. Como en esta guerra quiero 
mantenerme, aun, neutral, abandono el campo para darme un baño y abrir una 
lata de cerveza. Siempre acompañado por las avispas, por el calor, por el fuego 
que se cuela entre las ramas del chopo reflejándose en sus hojas, deslumbrando y 
brillando. Aviones militares de hélice, moscas saltando de pierna en pierna, 
Pinturas con cuento. Pág. 54
chicharras y noticias (hoy del frente portugués) en la radio. Suda la lata de cerveza. 
Las avispas, el aullido de las sirenas anunciando ataques aéreos, me fuerzan a ser un 
refugiado en el campamento del presente donde nunca se piensa y nunca, por 
falta de espacio, se recuerda o imagina nada. 
Bicho caprichoso 
Ya digo, un año tras otro lo intento en vano. Por eso no pongo aquí nada de lo 
pintado en este o en cualquier otro verano. Porque nunca son lo que quería. Seguiré 
intentándolo en vano, espero. Y cuando vuelva a equivocarme les echaremos 
nuevamente la culpa a los bichos porque siempre la tienen. Cuando hay a mano un 
frigorífico con cerveza fría, la culpa siempre es de los bichos. 
Para compensar la censura de los trabajos estivales fallidos he puesto aquí un dibujo 
liviano del atardecer en Sierra Mágina. Es algo muy neutro y para nada 
comprometido o arriesgado. Los dibujos son como las personas que siendo de esa 
calidad nadie los rechaza y todos cuentan con ellos. 
Pelea de bichos 
Pinturas con cuento. Pág. 55
El Cambio en Ancha de la Virgen viernes, 5 de agosto de 2011 
Rincón de Ancha de la Virgen. Óleo sobre lienzo. 35x41. Sin fecha. 
(Esta entrada va dedicada a mis compañeros. A mis amigos y por supuesto que 
también a mis enemigos. A todos los tendré presentes en unas y otras oraciones.) 
En este verano tremendo en el que de armisticio en armisticio tantas cosas están 
desapareciendo, en el que casi todas están cambiando y en el que el resto va por 
el mismo camino. Cuando la ansiedad ante lo porvenir crece conforme los días se 
hacen mas cortos, traigo esté rincón nocturno de mi antigua casa de la calle Ancha 
Pinturas con cuento. Pág. 56
de la Virgen. La luz de la estampa es una lámpara verde con pie dorado, el humo 
del cigarro es azul y los reflejos de la bombilla sacan chispas del teclado, del ratón y 
del cristal del monitor. 
Noche de lluvia en Ancha de la Virgen. Óleo sobre lienzo. 65x50. 2002 
Me mudé a esa casa en 1997. Era un edificio viejo, completamente reformado, al 
que se entraba por un patio con fuente, columnas de piedra y zapatas de madera. 
Una casa con seis ventanales grandes, de tamaño antiguo. Desde ellos se veía el 
paisaje urbano de tejados viejos, de viejos tendidos eléctricos abandonados, de 
viejos canalones donde criaban las palomas, de viejos miradores donde los gatos 
esperaban todas las mañanas al sol, de viejos comercios en liquidación, de viejos 
plátanos de sombra gigantes que desde el Campillo se levantaban por encima de 
las casas y del torreón de Bibataubín. 
En ese barrio viejo, céntrico y humilde, todo estaba cambiando. En las casas 
antiguas los inmigrantes pobres ocupaban los pisos de los viejos pobres que morían, 
o que se iban, o que los echaban. En las casas nuevas se asentaban nuevos 
vecinos, en general modernos y poco pobres (salvo los estudiantes, caninos desde 
que los inventaron). El barrio de toda la vida mudaba a uno nuevo en el que no solo 
habían cambiado los acentos, también las lenguas. Lenguas ricas de jóvenes 
viajeros ávidos de la cultura del lugar, de sus fiestas y de sus refrescos. Lenguas 
pobres amontonadas en las casas más dejadas y que tenían, tienen, la exclusiva 
Pinturas con cuento. Pág. 57
pretensión de comer. Cada día el barrio era menos lo que fue y era más lo que 
estaba empezando a ser: una cosa distinta. 
Tejados, cables y antenas, palomas, Bibataubín 
y los plátanos del Campillo. 
Llegué allí cuando el cambio estaba empezando. Me fui cuando ya era evidente. Y 
durante esos años yo cambiaba y me movía a la vez que el barrio. Cosas chicas y 
grandes me pasaron que fueron etiquetadas de buenas o malas, alguna incluso de 
tremenda. Por cada cosa sucedida había un movimiento asociado, un cambio. Y 
no había relación directa ni necesaria entre la calidad de la cosa y la del cambio. 
Una mala cosa podía provocar un cambio bueno y viceversa. Esta no 
correlación se ve clara con el tiempo. Pero, mientras llega ese tiempo y como el 
presente tiene un brillo tan cegador, nos deslumbra y no vemos nada y nada 
comprendemos. Hasta que conseguimos perder de vista el presente, no 
conseguimos fotografías del mundo exterior mas o menos enfocadas y con la 
exposición correcta, 
Viene a cuento esta historia porque en estos tiempos de mudanzas, apariciones y 
desapariciones, ando por ahí de asesor de templanzas y fortalecedor de espíritus, 
ando predicando las bondades del cambio y de cómo es posible aprovecharlo 
para conseguir un bien aunque provenga de un mal: hacer del vicio virtud. Voy por 
ahí contando que los cambios son como las olas de las playas, que si estás atento y 
saltas cuando llegan son divertidas pero que si las ignoras te revuelcan de mala 
manera. 
De sobra se que esto así dicho tiene su parte de exagerado, que hay cambios de los 
que difícilmente se podría sacar algo bueno. P. Ej., si a uno le meten una bala en la 
cabeza se produce un cambio inmediato del que pueden sacar algo bueno los 
herederos, el sicario, el tratante de armas que vendió la suya al sicario y el banco 
suizo donde el tratante introdujo el dinero en los circuitos financieros de la gente 
blanca, cívica y trabajadora. Pero de mala manera el muerto podría ver algo 
positivo en el cambio, salvo que muriera por no morir. 
Pinturas con cuento. Pág. 58
Mi rincón de Ancha de la Virgen 
De manera que, efectivamente, hay algo de exageración. Pero también hay 
mucho de verdad. Y lo cuento con tanto entusiasmo que resulta creíble y es una 
creencia que poco daño puede hacer a nadie y que sí puede servir a alguien para 
nadar en medio de las tribulaciones de estos tiempos tan recios. 
Recuerdo con cariño aquella casa de la calle Ancha de la Virgen. Recuerdo quien 
era yo y como era cuando llegué y también lo recuerdo para cuando me fui. 
Llegaron las olas gordas y me puse a saltar de forma admirable y lo negro se hizo 
blanco: me casé, deje de fumar, me compré unas botas de montaña, me aficioné 
al blanco Valdeorras y al Rueda, etc. Por eso recuerdo con cariño aquella casa de 
techos altos a la que se entraba por un patio con fuente, columnas de piedra y 
zapatas de madera. Aquellos balcones desde los que se veían tejas y tejados, 
cables arracimados de mala manera en paredes descuidadas, gatos peleones 
andando de teja en teja, viejas regando los geranios, modernos atronando al 
vecindario con su música de modernos, andinos y subsaharianos con su mercancía 
al hombro escondiéndose por las esquinas de los municipales que batían la Carrera, 
beatas volviendo de misa, algún turista despistado... 
Recuerdo con cariño aquellos balcones en los que muchas noches terminaba mi 
día fumando, apoyado en la baranda mientras pensaba en mis propios asuntos, 
mientras miraba sin ver las gotas de lluvia en los charcos donde se reflejaban las 
farolas. 
Recuerdo bien que las mañanas claras de buen tiempo, por las ventanas llegaban 
hasta mi rincón, el que pinto en el cuadro, los ruidos de un mundo que nunca se 
para. Los ruidos ahogados de cuando en cuando por los maullidos de los gatos 
indigentes peleándose en algún tejado abandonado. 
Pinturas con cuento. Pág. 59
Nieva en la farola de enfrente 
De mañana 
Pinturas con cuento. Pág. 60
Los dedos del amanecer en Puerto Ausín martes, 16 de agosto de 2011 
Dedos del amanecer en Puerto Ausín. Photoshop. 65x50.2011 
Los dedos del amanecer tocan los muros del cortijo de El Puerto. Son muros de 
tapial, desconchados, manchados por el agua y la sequía. Muros negros de verdín 
seco, con cincuenta revocos que la humedad y el sol han rajado. Muros cien veces 
blanqueados y hoy, tristes, viejos y perdidos, apenas salpicados por restos de cal. 
Los dedos del amanecer recién nacido saltan la vertiente por Puerto Ausín y se 
derraman como una avenida de agua incontrolada. Ruedan las olivas abajo, se 
atropellan y chocan con las lindes, con los pinchos, con las cañas de las hierbas 
secas. Corren y alborotan bajando por los barrancos hasta dar en Guadiana 
Menor. Saltan a la otra orilla y en las cuestas de enfrente salpican espartizales, 
pinares, olivares y campos yermos hasta romper contra las piedras más altas de 
Sierra Mágina. Y como las olas, golpean y retroceden. 
En los veranos de Lacra, cuando el calor dificulta otras excursiones, suelo subir hasta 
Puerto Ausín para hacer piernas y no perder la costumbre de andar. Tiene cosas 
buenas este paseo y no es la menor que por el carril no pasan coches nunca o casi 
nunca y los perros pueden ir sueltos disfrutando a su aire. 
Pinturas con cuento. Pág. 61
La noche se va por Mágina 
Hay que salir con la fresca, cuando apenas hay luz, antes de que el sol haga 
impracticables los caminos. Por suerte, la pendiente va a contrapelo del sol 
naciente y los rayos pasan por encima de las cabezas creando una cueva de 
sombra que aguantará el fresco todavía unos minutos. 
Conforme aumenta la claridad el paisaje se esconde detrás de la calima. 
Desaparecen primero el Mulhacén y toda su corte, luego Úbeda y la Loma. Para 
bastante antes del mediodía apenas se distinguirá el esquema borroso de Sierra 
Mágina y los campos que bajan hasta Guadiana. 
La cueva de sombra al subir 
Abajo, el Guadiana Menor y Collejares 
Cuando la luz violenta y blanca de los días del verano ha borrando todo horizonte, 
se pierden los planos largos y medios que en esta época solo son visibles en el alba 
y al atardecer. Visibles, pero no como paisajes naturales sino como decorados 
artificiosos pintados en colores excesivos e irreales. 
Cuando la luz violenta y blanca de los días del verano ha borrando todo horizonte, 
se pierden los planos largos y medios que en esta época solo son visibles en el alba 
y al atardecer. Visibles, pero no como paisajes naturales sino como decorados 
artificiosos pintados en colores excesivos e irreales. 
La subida hasta Puerto Ausín es más o menos de unos cuatro kilómetros y de unos 
cuatrocientos metros de desnivel: una hora. Al pasar por el cortijo de El Puerto nos 
alcanzan los primeros rayos del sol que avanzan sigilosos a ras de suelo. Oculto tras 
la calima queda el gran escenario del Guadiana Menor y su mundo, sólo queda 
recrearse en los primeros planos, tan pequeños, tan poco valorados: el aroma de la 
tierra deshidratada que se prepara para un nuevo infierno de calor, los almendros 
que, tras cumplir con sus obligaciones productivas, empiezan a perder las hojas o 
las propias almendras que, ya en su sazón, empiezan a desprenderse de la piel de 
Pinturas con cuento. Pág. 62
melocotón juvenil y verde de cundo fueron allozas… Nada mas que planos cortos: 
las uvas tintas en la parra, los cardos y los pinchos dorados, las hierbas amarillas y 
también, claro está, las estudiadas formas y los trabajados colores que pueden 
encontrarse en las paredes del cortijo cuando se las enfoca en modo macro. 
El sol arrastrándose por el suelo El sol derramándose por los 
olivares 
La imagen de hoy es el dibujo de una fotografía figurada en la que los dedos del 
amanecer rebotan contra los muros desconchados y deslumbran el objetivo de la 
supuesta cámara. He tenido que pintarlo con algo de imaginación y embuste 
porque, como bien se ve en la foto adjunta, las paredes en cuestión se orientan al 
ocaso y a estas horas de la mañana el sol ni les roza la piel. Por eso he tenido que 
pintar el momento, porque con el cristal de la lente malamente hubiera podido 
conseguir un reflejo de sol. ¿Es irreal el resultado? Puede, porque no deja de ser un 
invento. Pero los inventos, sin embargo, una vez paridos ya existen y son tan reales 
como cualquier otra cosa existente, real o imaginaria. 
Para cuando el sol empiece a calentar, ya estaremos bajando los perrillos y yo. 
Hace un par de horas veíamos como los dedos del amanecer expulsaban a la 
noche detrás de las crestas de Mágina. Ahora están resucitando a las chicharras y 
espantando a las sombras. Si fuera invierno los dedos del amanecer arañarían la 
escarcha. Pero hoy no, hoy ya hace demasiado calor y el sol brilla con fuerza en las 
trampas de tela de no se que bicho que vive en la madreselva. Imposible el hielo. 
Las paredes en sombra del cortijo de El Puerto 
Pinturas con cuento. Pág. 63
La Frontera en los Picones del Puerto de Tíscar 
jueves, 25 de agosto de 2011 
Atardecer en Los Picones. Photoshop. 65x50. 2011 
Son Los Picones del Puerto de Tíscar la frontera natural que separa a los antiguos 
reinos de Granada y de Jaén, aunque la línea administrativa queda unos kilómetros 
más abajo, pasado Pozo Alcon. Deja esta raya a un lado las tierras del Guadalquivir 
con su monocultivo de olivar y sus paisajes suaves y al otro las tierras altas de 
Granada, de relieve arisco, despobladas de personas y plantas. Dicho más 
técnicamente, por Los Picones pasa la línea que parte a un lado la depresión del 
Guadalquivir y al otro lo que ahora se llama Altiplano Granadino, la parte bética y 
la penibética. Son tierras muy diferentes no tanto en lo humano aunque sí en lo 
físico. La divisoria arranca en Tarifa y se difumina y desnaturaliza al pasar la Sierra de 
Segura. 
Además de frontera natural, esta lo fue también política y cultural durante casi 
trescientos años: al sur el Reino de Granada subido a sus montes y al norte la 
Andalucía de campiña que conquistó Fernando III. De aquellos tiempos recios y 
antiguos surgió la parte del Romancero que más me gusta, la de los romances 
moriscos y de frontera. Son historias de caballeros moros y cristianos haciéndose 
guerras, ofensas y cautiverios sin tener nunca que trabajar: andan todo el día por 
esas sierras de peñas y riscas, de castillos y atalayas, entre pinos y tomillos y romeros, 
asaltando y defendiendo altos muros roqueros, quemando y robando las cosechas 
Pinturas con cuento. Pág. 64
de las gentes de los otros. 
El escudo de la Atalaya del Puerto de Tíscar 
Los primeros tratos con estos señores los tuve por mediación de FLOR NUEVA 
DE ROMANCES VIEJOS de don Menéndez Pidal. Ya el propio título predispone 
a caer en el encanto de la épica y del romanticismo, en el olor viejo del 
papel de las novelas antiguas que cuentan hazañas heroicas locales y en el 
color perdido de los muros derrumbados, de mampuesto y de tapial, que se 
esconden entre los zarzales de rincones olvidados. Cuento entre mis episodios 
favoritos el romance de Abenamar, aquel gran felón y traidor que, 
disimulando sus malas artes en el tintineo de las campanillas de la canción, 
terminó pasando hasta por bueno. También me gusta el de la pérdida de 
Alhama del que parece que hay o había versión en Portugal: ”Ay minha 
Alfama”. Y quizás entre los mejores y más dramáticos, aquél de “Álora, la 
bien cercada” donde le hicieron gran traición al Adelantado Mayor, tan 
grande que lo mataron. Con el tiempo descubrí que más allá de don 
Ramón también había romances. Alguno que incluso acabó siendo de mi 
predilección como aquel del cerco de Baeza o aquel otro que empieza 
“Caballeros de Moclín, peones de Colomera…” 
Tanto leí estos episodios y tan seguido que de no ser por mi trasfondo fuertemente 
burgués que lo impidió, se me hubiera secado el seso y andaría hoy en grandes 
cabalgadas a lomos de coche por esas carreteras de las sierras en busca de 
hidalgos moros. Pero resulta que además de mi parte conservadora se me cruzó San 
Juan de la Cruz y de inmediato cambié a Reduán y a los suyos por otros versos. Por 
aquellos que dicen “por toda la hermosura nunca yo me perderé, sino por un no se 
qué que se alcança por ventura”. Y frecuenté nuevos lugares y dejé de frecuentar 
aquellos que frecuentaba. 
Que yo sepa no existe romance que corra por las sierras de Quesada y Tíscar. 
Novela histórica romántica del diecinueve sí, pero romance no. Y aun sin romances, 
Los Picones son la pura idea de frontera, son una fina membrana que pasando por 
el filo de las piedras separa las vertientes. La del norte es la de los horizontes abiertos, 
la de las olas de olivar que avanzan por los llanos y que suben y bajan por los cerros, 
que solo acaban cuando acaba el horizonte. La del sur es la de los barrancos y las 
ramblas, la de los suelos altos y desnudos donde apenas vive algún almendro 
helado a la sombra del techo de nieve en el que está enterrado, dicen, el sultán 
Muley Hacén. Pongo abajo fotografías que así lo acreditan. 
Pinturas con cuento. Pág. 65
También, y como se sabe, desde los Picones se ve la torre del Castillo de Tíscar y se 
ve desde arriba y a lo lejos Quesada en la otra parte. Se ve pero en los días claros 
también se oyen las voces de la gente, los coches y los ruidos que salen del caserío. 
La relativa lejanía es la bastante para desenfocar las formas y borrar lo detalles de 
manera que hoy, como siempre, solo se ve una mancha blanca compuesta por 
fachadas punteadas de ventanas. En su coronación, la torre de la iglesia. Se ven 
desde aquí las mismas cosas que se veían y que fueron hace ya muchos años. 
Al norte, Quesada 
Al sur, Tíscar y la Sierra de Baza 
Se ven las aceras llenas de sillas con gente que mira y que sólo alguna vez habla y 
se ven los camiones cargados de paja renqueando por las cuestas de una carretera 
casi vacía. Aprovechan la gente y los camiones la fresca de la noche. Y es verdad 
también que se ven mis recuerdos desde esta atalaya, especialmente los días con 
viento norte que son los mas transparentes. 
Como se ve, los Picones son también la frontera que separa el presente del pasado. 
Que separa, pero que a la vez junta como toda frontera: permite ver los dos lados 
con solo girar la vista: a un lado se ve uno, el otro al otro lado. 
Al norte, olivares Al sur, barrancos pelados 
Cada vez que puedo 
me acerco a los Picones. Es un paseo muy agradable. Las hojas afiladas de los pinos 
amplifican y modulan el sonido del viento. En el cielo peñas y buitres, en el suelo 
todas las hierbas de olor y los surcos secos de regatos espontáneos que dejaron en 
el carril las últimas tormentas. Es un paseo agradable que me gusta hacer siempre 
que puedo, con el viento frío del invierno y con la luz templada del verano al 
caer la tarde. Me gusta asomarme al filo de piedra y mirar aquel pasado que solo 
desde aquí se puede volver a ver y verlo mezclado con el presente local del que 
ya no formo parte. 
Pinturas con cuento. Pág. 66
El sol cuando acaban los días de julio se va rasando el suelo y mancha de dorado 
el cristal de mi cámara digital. Eso es lo que hoy he pintado. 
De “Álora la bien cercada” 
“Entre almena y almena - quedado se había un morico 
con una ballesta armada - y en ella puesto un cuadrillo. 
En altas voces decía, - que la gente lo había oído: 
¡ Tregua, tregua, Adelantado, -por tuyo se da el castillo! 
Alza la visera arriba, - por ver el que tal le dijo, 
asestárale a la frente, - salido le ha al colodrillo. 
Sacóle Pablo de rienda, - y de mano Jacobillo, 
estos dos que había criado- en su casa desde chicos. 
Lleváronle a los maestros - por ver si será guarido. 
A las primeras palabras, - el testamento les dijo" 
Pinturas con cuento. Pág. 67
Paseo de invierno con perros por la playa 
martes, 6 de septiembre de 2011 
Playa de Cabopino en invierno. Photoshop. 65x50. 2011 
Invierno, playa de Cabopino. Los fondos arenosos revueltos por las corrientes se 
reflejan en la superficie cuarteada del mar que el viento mueve rítmicamente, 
como los engranajes de un móvil. Ese mismo viento a empujones arrastra las nubes 
por el cielo y salpica de humedad las plantas al borde de las dunas. 
Torre Ladrones Los nuevos colores del mar 
Pinturas con cuento. Pág. 68
El mar, sin moverse, nunca se para y menos aún en días embravecidos como este. 
Reflejos amarillentos y verdosos pelean por mantenerse a flote y luces medio tristes y 
medio brillantes llegan por levante. Las olas martillean con monotonía de cante de 
fragua. El temporal arranca arenas y algas de los suelos y las lleva a la superficie, las 
hunde y las vuelve a levantar cambiando los colores convencionales de la estampa: 
desaparecen los azules sustituidos por ocres verdosos, detrás de los remolinos de 
espuma las luces de bombilla antigua, medio brillantes y medio tristes, tiñen de 
amarillo el horizonte. 
Una zódiac abandonada. Está rota y tiene un pie en el agua y el otro en la arena. 
No parece de recreo, parece más bien de trabajo. Pero está demasiado vacía para 
haber transportado personas, dentro no quedan restos de cosas de pobre. Tiene 
toda la pinta de que los viajeros han sido cosas. Si el transporte hubieran sido 
personas ya las habrían alcanzado porque corren mucho menos que el humo y el 
aroma de las cosas y aquí no se aprecia indicio alguno de éxito policial. Quien 
fuese, cruzó el mar de noche y desembarcó disimulando en medio de la oscuridad. 
Eso si, no olvidó el motor que dicen que es lo más caro. Pero han sido cosas las que 
ha viajado en esta zódiac. 
Palmeras desconcertadas 
Y aunque han sido cosas y no personas, encajarían aquí unas cuantas reflexiones y 
excursiones verbales sobre los viajes de quien se ve obligado a cruzar este u otro 
mar. Sería apropiado decir que hay quien cruza el mar varias veces y en sentido 
contrario y que hay quien no lo hace nunca ni sale de su pueblo. Y se podría 
continuar diciendo que hay quien tiene la suerte de cruzarlo en un día de calma y 
quien se ve zarandeado por el temporal en una noche negra. También, que hay 
quien lleva mucha cosa encima y quien no lleva nada, quien va solo y quien va con 
muchos, quien tiene que correr al desembarcar y quien es adulado al pisar el suelo, 
quien es devuelto al llegar y quien alcanza una nueva vida. 
Si estuviéramos en un bar con cerveza o vino delante, con tapas y buen público, 
iríamos subiendo el tono de la conversación hasta alcanzar registros de innegable 
hondura: que todos, al fin, hacemos alguna vez un viaje aunque sea solo uno, que 
los viajes de las cosas no tienen ninguna poesía porque se rigen por las normas del 
comercio (lo cual espero demostrar alguna vez que no es cierto) y otras 
profundidades filosóficas de similar tenor. Tanto más airosas y deslumbrantes cuanto 
mejor o más repetido sea el vino y menos prudentes sean los contertulios. 
Pero lo cierto es que no estamos en ninguna taberna, que el viento es frío y que solo 
se escucha la métrica cansina de las olas, ABC, ABC, ABC… 
Pinturas con cuento. Pág. 69
Reflejo de luz furtiva 
Las plantas de las dunas 
Pasear por la playa en invierno es como sentarse delante de una chimenea (creo 
que ya lo he dicho otras veces). La vista se pierde mirando a ninguna parte y el 
pensamiento se deja llevar por el ritmo de las llamas y de las olas. En la orilla, la 
melancolía se vuelve hacia el horizonte buscando cosas perdidas, cosas pasadas, lo 
que no volverá. Hoy, es invierno. 
¿Y dónde están los perros en el paseo? Pues eso, que no paran. No me hacen ni 
puto caso. Los llamo para que hagan una bonita estampa en la foto y se van a la 
parte contraria. No dejan de moverse, siempre por donde ellos quieren. Si salen en 
alguna imagen será porque pasan delante del objetivo, no por otra cosa. Esa es la 
razón de que no haya podido sacarlos en el dibujo. Están muy consentidos. 
Mirando al horizonte a las olas, a la lumbre 
Pinturas con cuento. Pág. 70
Olivas domingo, 18 de septiembre de 2011 
Olivas. Acrílico y óleo sobre lienzo. 65x50. 2011 
Seguro que alguna vez en algún sitio de la provincia, alguien ha pedido en un bar 
olivas y le han contestado que ellos son taberneros y no tratantes de fincas. Y es que 
como cualquiera sabe, en Jaén, fuera parece que no, la oliva es un árbol y no es 
otra cosa. 
Olivas 
Olivar 
La oliva es el árbol y su fruto es el billete. Recién salido de la flor es verde y se suele 
Pinturas con cuento. Pág. 71
conocer como aceituna. Al avanzar en su desarrollo se oscurece y alcanza en sus 
estadios finales tonos azulones y morados decididamente oscuros. Con los primeros 
hielos del invierno ya está completamente formado. El individuo adulto, de brillantes 
colores y cintas de reflejos plateados, dedica su corta vida a reproducirse. A tal 
efecto despliega una elaborada ceremonia nupcial, muy vistosa y admirada año 
tras año por incontables aficionados. Así, refiriéndose a este cortejo se dice: “Dinero 
llama a dinero” pues también es conocido el fruto por ese nombre. 
Respecto a los suelos que habita la oliva los hay de una amplia gama ya que es un 
árbol sufrido que se adapta a casi cualquier circunstancia. A veces los suelos son 
rojos como ocurre en Vilches y Arquillos, por ejemplo. Cito estos lugares 
expresamente porque se me viene el recuerdo de cuando en mis tiempos de 
estudiante cruzaba con mi hermano por allí, camino de Quesada o de vuelta a 
Madrid, en un seiscientos pintado a brocha. 
Más suelos: en Quesada y alrededores son blancos, pero siempre que no sea de 
noche y sin luna porque entonces son negros. En las noches de luna llena cambian 
a un azul muy tenue, plata brillante claro. 
Los campos y paisajes donde viven pueden ser llanos, los menos, quebrados o 
alomados, de horizontes abiertos que se pierden en sierras de varias provincias o 
cerrados por algún cerro que abusa del primer plano. Los aires que cubren estos 
paisajes a veces son opacos, por la niebla o por las lumbres de los aceituneros, y a 
veces son completamente transparentes como es el caso después de un temporal o 
en los días de viento norte. 
Las olivas se disponen en el terreno de muy distintas maneras: a su aire, guerrilleras y 
anarcoides, que se colocan donde quieren sin sujetarse a regla alguna o bien son 
absolutamente disciplinadas, agrupadas en formaciones perfectas y severamente 
reguladas. 
Las olivas son todas distintas, por su entorno y por ellas mismas. Por ellas también, 
pues hay quien dice que tienen su propio temperamento y que por eso en un mismo 
suelo, clima y dueño las hay reservadas y las hay vigorosas, las hay exuberantes y las 
hay enfermizas, duras y blandas. Pero siendo absolutamente distintas, de una 
individualidad casi absoluta, todas juntas, estén donde estén, sea de día o sea de 
noche, todas juntas son un olivar. No es esta chica lección en estos tiempos y es de 
mucho provecho para determinados colectivos amenazados, incluso para casi 
todos. 
Salta una liebre cuando aun no ha salido el sol por entre los troncos, que ya eran 
viejos para la gente vieja, en el Olivar Viejo. Amanece con brillos verde suave, brillos 
gris con verde, verde claro, verde oscuro apagado. Se pierde la liebre en cuatro 
saltos ribazo arriba. Al otro lado del barranco el solano vuela entre las hojas, las agita 
y las entrechoca haciéndolas sonar con un zumbido sordo y apagado que sube y 
baja, que va y que viene. 
Hay una enorme cantidad de tipos y variedades de oliva. Casi cada lugar tiene la 
suya y se distinguen por el tamaño y por el valor facial del fruto, por su porte, etc. 
No obstante, todas las variedades conocidas se pueden agrupar en dos grandes 
Pinturas con cuento. Pág. 72
familias: olivas propias y olivas ajenas. Se diferencian porque el fruto de estas 
últimas no es comestible ni se puede abonar en cuenta. 
Olivar viejo 
Finalmente, se hace preciso hablar de la muerte de las olivas, porque también les 
llega su San Martín. Mueren en las chimeneas dando calor, olor y color al vino y a la 
mecedora, a la tapa de queso y al pan. Sus quejidos agónicos, las chispas que 
saltan y los crujidos de las ascuas, no son atendidas por el pensamiento que, en 
vigilia, duerme. 
Muerte de la oliva 
Pinturas con cuento. Pág. 73
NATO OGI jueves, 13 de octubre de 2011 
Vermú con soldadito de Pavía sin pimiento. Acrílico y óleo sobre lienzo. 65x50. 2011 
(Para los que no lo pillen: significa OTAN NO) 
De la taberna en cuestión me gusta y no hay porqué disimularlo, el vermú. Es de 
barril, con su chorrito de ginebra, hecho con sifón de sifón, en vaso ancho y recio. La 
rodaja de limón corta el exceso de colores morados y granates de la bebida. 
Morados y granates que se extienden por los azulejos multicolores del zócalo, por el 
suelo y la barra cuadrada, por la luz que atraviesa los vidrios de las lámparas. Todo 
es magenta y carmesí. Al menos así me lo parece en la memoria cuando lo pienso. 
Y seguramente que parecerían muy distintos si los pudiéramos poner el uno junto al 
otro, pero este bar se parece a otro bar que hay (o había) en la otra esquina del 
mar. Aquel también es (o era) céntrico pero a la vez también como de barrio. Son 
uno y otro de públicos tan distintos que se ofendería ambos con la mutua 
comparación. El uno es más nocturno, el otro más de mañana, el uno más de orden 
y el otro más de buscar un rato de desorden de todos los sentidos. Pero los dos 
como un poco de pueblo, de parroquianos, de costumbres fijas: los unos que cada 
mañana vuelven, contentos de poder continuar volviendo un día más, los otros que 
vuelven cada noche buscando, en su deseo, empezar otra noche más. No 
Pinturas con cuento. Pág. 74
Pinturas con cuento  2011-14
Pinturas con cuento  2011-14
Pinturas con cuento  2011-14
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Pinturas con cuento 2011-14

  • 1. Pinturas con cuento Cuentos con pinturas, pinturas y cuentos que acompañan a las fotografías. Pinturas (y dibujos digitales) con su cuento y su historia, significados y motivaciones. Se incluyen fotografías que a veces explican y otras sólo acompañan al dibujo, al cuento o a los dos. VOG vortizg.com
  • 2. indice ¡Viva París! Introducción primera 1 Introducción segunda 3 El Talgo de Granada en Chamartín 4 Tejas 6 Sierra de Quesada en invierno 8 Tetuán 10 Montes con almendros 12 La Telefónica desde Vázquez de Mella 14 El Estrecho 16 La Concha 19 Las garzas de Medusa 21 La cafetería del Talgo 24 Grillo cojo 26 Ribera del Benabola 28 Iconografía de la Virgen de Tíscar 30 El sol desaparece sobre Baeza 34 Montes de Muza y Tarik 36 El otoño en el chopo de la alberca 39 El sol de la mañana en el pinar de Juanar 42 Puerto Banús sin barcos 44 El pasado no es Historia, es Geografía 47 Los últimos rayos del sol de febrero 50 Las tardes del verano 52 El Cambio en Ancha de la Virgen 56 Los dedos del amanecer en Puerto Ausín 61
  • 3. La Frontera en los Picones del Puerto de Tíscar 64 Paseo de invierno con perros por la playa 68 Olivas 71 NATO OGI 74 Adios a la luna en la Vega 78 Cosas de cuando Madrid 84 Nuevo otoño con Mulhacén en el horizonte 89 Buscando galaxias lejanas 92 Perfil de la Sierra de Quesada 96 Cara norte de la Sierra de las Nieves 98 Batalla naval a escala 1:1 102 Nuevas tardes de verano y reivindicación de sus frutos 106 Las mañanas, las noches y el paso de los años 110 Extranjero en su propia tierra:olivo y mimosa 113 Lluvia de lunas (Perseidas lunares) 118 El cielo se cae sobre nuestras cervezas 122 Marbella desde una barca, en la distancia 125 Postal de Quesada. Vista parcial 129 Antes llovía más 134 Parra, pino y peral 137 Llueven billetes. 143 Antenas y repetidores 146 Luci camino del Cerro del Sol 150 Paseos de atardecer por la playa. Autorretratro con Lobo 153 Adiós 157
  • 4. ¡Viva París! Introducción primera Fragmentos de la conferencia de Federico García Lorca "Teoría y juego del duende" (1933). Habla de una actuación de Pastora Pavón, La Niña de los Peines. En mi opinión, es una sentencia definitiva sobre cualquier tipo de creación artística, a la que sitúa en un mundo distinto y ajeno al de las formas y las técnicas. "Una vez, la "cantaora" andaluza Pastora Pavón, La Niña de los Peines, sombrío genio hispánico, equivalente en capacidad de fantasía a Goya o a Rafael el Gallo, cantaba en una tabernilla de Cádiz. Jugaba con su voz de sombra, con su voz de estaño fundido, con su voz cubierta de musgo, y se la enredaba en la cabellera o la mojaba en manzanilla o la perdía por unos jarales oscuros y lejanísimos. Pero nada; era inútil. Los oyentes permanecían callados. (...) Pastora Pavón terminó de cantar en medio del silencio. Solo, y con sarcasmo, un hombre pequeñito, de esos hombrines bailarines que salen, de pronto, de las botellas de aguardiente, dijo con voz muy baja: "¡Viva París!", como diciendo: "Aquí no nos importan las facultades, ni la técnica, ni la maestría. Nos importa otra cosa". Entonces La Niña de los Peines se levantó como una loca, tronchada igual que una llorona medieval, y se bebió de un trago un gran vaso de cazalla como fuego, y se sentó a cantar sin voz, sin aliento, sin matices, con la garganta abrasada, pero... con duende. Había logrado matar todo el andamiaje de la canción para dejar paso a un duende furioso y abrasador, amigo de vientos cargados de arena, que hacía que los oyentes se rasgaran los trajes casi con el mismo ritmo con que se los rompen los negros antillanos del rito lucumí, apelotonados ante la imagen de Santa Bárbara. La Niña de los Peines tuvo que desgarrar su voz porque sabía que la estaba oyendo gente exquisita que no pedía formas, sino tuétano de formas, música pura con el cuerpo sucinto para poder mantenerse en el aire. Se tuvo que empobrecer de facultades y de seguridades; es decir, tuvo que alejar a su musa y quedarse desamparada, que su duende viniera y se dignara luchar a brazo partido. ¡Y cómo cantó! Su voz ya no jugaba, su voz era un chorro de sangre digna por su dolor y su sinceridad, y se abría como una mano de diez dedos por los pies clavados, pero llenos de borrasca, de un Cristo de Juan de Juni." Pinturas con cuento. Pág. 1
  • 5. Pastora Pavón, Niña de los Peines Es lo mismo que ya había dicho San Juan de la Cruz: Por toda la hermosura nunca yo me perderé, sino por un no sé qué que se alcança por ventura. Pinturas con cuento. Pág. 2
  • 6. Introducción segunda Nunca he tenido TALENTO SOCIAL. Ni para venderme ni para relacionarme ni para nada fuera de la barra del bar (pequeña y conocida). Cuando pude no me esforcé por buscarlo (aprenderlo), o no pude o no quise o no lo trabajé lo suficiente. Estaría en otras cosas (y rara vez en dos de ellas a la vez). Nunca (habrá quien no lo crea ¿o sí?) dominé el arte del manejo social (en realidad, un poco hurón). Ahora (siendo ya una especie de pre-retirado) sería tontería intentarlo. Oirían mi voz sin escucharla, sin levantar la mirada para mirarme a la cara (eso que ganan). Pinturas con cuento. Pág. 3
  • 7. El Talgo de Granada en Chamartín jueves, 24 de marzo de 2011 El Talgo de Granada en Chamartín. 2002. Óleo sobre lienzo. 55x46 Desde el 2000 al 2006 pasábamos más o menos un fin de semana en Madrid y otro en Granada. La vuelta el domingo por la tarde en autobús era un coñazo. Sobre todo para mí que como es norma me meaba continuamente y tenía que aguantarme y esperar a la parada en Almuradiel. Algunas veces llegaba para reventar. Por eso, de cuando en cuando me volvía en el tren. Aunque tardaba seis horas y media tenía dos ventajas: la fila de asientos individuales permitía ir en ventanilla sin el agobio de que alguien fuera a tu lado, se durmiera y lo aplastara a uno. La segunda ventaja era que tenía servicio y podía mear cuanto y cuando quisiera. Aprovechaba además el viaje para leer (en el tren leí por ej. la biografía de Chavela Vargas) y cuando al cabo de las horas el culo ya dolía, me levantaba a echar una cerveza (o dos) en la cafetería y de tapa una lata individual de aceitunas rellenas. Hasta que Continental puso el autobús VIP con servicio, con catering y sin paradas (sólo cinco horas menos cuarto) el tren fue la mejor combinación. La más cómoda. Dada mi concepción germánica (sin germanofilia) de la puntualidad, llegaba a la estación media hora antes que aprovechaba fumando ducados sin parar y Pinturas con cuento. Pág. 4
  • 8. paseando, el andén arriba, el andén abajo, para compensar la inmediata sentada de horas. Por aquel entonces empezaba yo a utilizar el pc para hacer dibujos, bocetos y así. Utilizaba Paint y el ratón, que con el pulso que tengo no es cosa de poco mérito. Conservo algunos borradores probando colores, fondos, etc. Pinturas con cuento. Pág. 5
  • 9. Tejas jueves, 24 de marzo de 2011 Tejas. 2001. Óleo sobre lienzo. 60x46 Mi casa en Ancha de la Virgen era un tercero. La mayoría de las casas del barrio eran, son, de dos plantas. Quedaba por tanto la mía por encima de las vecinas. Y se veía desde los balcones un paisaje de tejados, miradores, antenas de televisión, antiguos postes abandonados de tendido eléctrico y telefónico... Los plátanos del Campillo y el torreón de Bibatuabín cerraban el horizonte. Como corresponde al barrio, todo se veía un poco viejo y decadente. Y en los tejados y en todos los rincones, muchas palomas y algún gato. Era muy entretenido verlas palomas pelearse, aparearse, poner huevos en los canalones. Estaba uno en su balcón, en una de esas tardes achicharrantes de verano, al poco de irse el sol, espiando y observando a las palomas como si uno fuera uno de esos que hacen reportajes de vida salvaje para la segunda cadena. Lo mismo o muy parecido, pero en casa de uno con cerveza fresquita y sin leones. Pongo aquí una foto que hice la madrugada de un día de diciembre de 2004, preparándome para ir a trabajar mientras fuera caía aguanieve. Tejas, antenas, viejos tendidos... Lo que decía antes. Para la pintura de hoy partí de la foto de un tejado, Ancha de la Virgen esquina San Jacinto. Sobre esa misma hice luego alguna prueba de color: Posteriormente hice un primer boceto en Paint. A la mitad del trabajo una foto digital del estado de la pintura que volvía a retocar para probar colores. Me doy cuenta que esto que yo Pinturas con cuento. Pág. 6
  • 10. hacía era de una gran modernidad o modernura. Lástima que nadie más que yo sabe que ya lo hacía allá por el año 2001. Y como no lo patenté... Pinturas con cuento. Pág. 7
  • 11. Sierra de Quesada en invierno domingo, 27 de marzo de 2011 Sierra de Quesada en invierno. Óleo y acrílico sobre lienzo. 61x46. 2009 La tarde de nochebuena de 2008, recién llegado de Granada, me subí a la azotea con la cámara. Aunque con tanta construcción cada vez se ve menos paisaje aun se podía, puede, disfrutar de buenas vistas. Hacía una tarde casi "como las de antes", de olor a lumbre y a humedad fría y con una luz mortecina que acentuaba todos los matices invernales. Aprovechando el zoom y como me gustaban los colores y la tarde, hice unas cuantas fotografías, casi buscando ya con el encuadre la composición definitiva de una pintura. En este caso salió casi tal cual. Sin necesidad de borradores previos, pintando directamente con el objetivo de la cámara. Pinturas con cuento. Pág. 8
  • 12. Mirando a través de la cámara me llamó la atención la silueta de los pinos sobre el fondo blanco. Los pinos de las zonas altas de la sierra. Creo que, son, de la especie salgareño o negral ("Pinus Nigra"). En los rincones más apartados donde están los más viejos tienen formas espectaculares, con troncos grandes y rectos y ramas que tienden a la horizontalidad. Como digo, desde el objetivo de la cámara los veía perfectamente destacando sobre el fondo de nieve. Llevé su recuerdo a la composición para que, al igual que lo hacían aquella tarde de nochebuena, mandaran en ella los pinos y la nieve. Sólo falta el humo de las lumbres. Pinturas con cuento. Pág. 9
  • 13. Tetuán martes, 29 de marzo de 2011 Puerta de la Medina de Tetuán. Cera y óleo sobre cartulina. 65x51. 1993 (Texto escrito en la imagen: "Vista de una puerta de la Medina de Tetuán con un gran angular. Diciembre, mediodía y llueve") En diciembre de 1992 fuimos por primera vez a Tetuán a ver a Juan F. Ochoa. A raíz de aquella visita, empecé a buscar y leer todo lo que encontraba sobre Marruecos, el Protectorado y las guerras consecuentes. Y por supuesto, toda clase de literatura sobre el tema: Desde "Diario de un Testigo de la Guerra de África" a la "Forja de un Pinturas con cuento. Pág. 10
  • 14. Rebelde". También alguna que otra extravagancia como "Papeles de la Guerra de Marruecos" del Sr. Franco y alguna rareza, como "Geografía de Marruecos y posesiones españolas de África" de 1920. Este. libro de texto en la Academia de Infantería de Toledo, lo compré usado por dos hermanos de apellido Pavía ¿parientes del General? que pusieron en él sus firmas, su compañía y sección, y le añadieron subrayados, notas, etc. ¿Moriría alguno de ellos en alguno de los lugares que estudiaron en el libro? El caso es que fuí yo quien setenta años después casi se queda para siempre en la capital del Protectorado. Y no por culpa del disparo de algún cabileño, seguidor de Abdelkrim o esbirro del Raisuni, sino por culpa de una tortilla de patatas y de una instalación chapucera y suicida que hizo Juan en la hornilla de gas de la cocina. Con razón la asistenta le sisaba el aceite de oliva: se jugaba la vida a diario!!! La vista en cuestión procede del paseo que dimos el sábado por la mañana de aquel fin de semana. La compuse utilizando un par de fotos convenientemente recicladas y recreadas por mis propios recuerdos. En esos recuerdos dominaba la luz invernal y el cielo cerrado y oscuro encima de casas blanquísimas. Creo que fue de lo último que hice con cera y óleo. Por cambios radicales en mi vida no volví a pintar nada o casi nada hasta el 2001. Pinturas con cuento. Pág. 11
  • 15. Montes con almendros domingo, 3 de abril de 2011 Montes con almendros. Oleo y acrílico sobre lienzo. 65x50. 2011. A finales de noviembre, camino de Marbella y al pasar Casabermeja, donde la autovía entra enroscándose con el río en el barranco del Guadalmedina, me dí cuenta de que por allí ya estaban en flor los almendros. Blancos y rosas alternándose por los paredones de los montes. Las muchas lluvias del invierno habían convertido el paisaje, de natural reseco, en otro húmedo y verde. Enseguida me di cuenta de que tenía que hacer algo con eso. El tráfico y la falta de apartaderos me impidieron parar y hacer unas fotos con las que fijar el recuerdo. Cuando llegué, a falta de imagen apunté las palabras que me pudieran ayudar más tarde a recordar: Pino, encina, algarrobo. Rojo, ocre, tierra húmeda. Hierba mojada, flores blancas y flores rosadas. Cielo blanco, azul claro muy difuminado manchado en alguna parte de gris. Por esas web busqué fotos de la zona pero todas eran de verano o de primavera, muy verdes pero sin almendros en flor o muy áridas, amarillas con apenas alguna hoja con algo de verde.Y estaban tomadas desde lugares altos, sin esa hondura que se ve junto al río, desde la autovía agobiada por paredones de tierra que impiden cualquier horizonte excepto el vertical. De manera que tuve que hacer las Pinturas con cuento. Pág. 12
  • 16. cosas como antes, con un lápiz y un papel (que no conservo). Luego a Paint para los sucesivos borradores. Aquí pongo alguno. El resultado, el que veis arriba. Pinturas con cuento. Pág. 13
  • 17. La Telefónica desde Vázquez de Mella martes, 5 de abril de 2011 Plaza de Váquez de Mella. Óleo. 65x50. 2002 Muchos sábados bajábamos en el autobús 27 hasta Cibeles. Dábamos un paseo haciendo hora para la cena y recalábamos en el bar XXX, en la calle Clavel, para tomar una o dos cervezas. Ese sitio me gustaba porque tenía mesas en los ventanales y se podía ver pasar a la gente, a los guiris con una guía en la mano buscando donde cenar paella, a los taxistas encabronados con los coches aparcados en doble fila que complicaban el tráfico y cosas así. Se podía disfrutar tranquilamente del transcurrir de la vida sin levantarse de la silla. Una afición a la que los antiguos sin televisión eran grandes aficionados, especialmente las tardes y noches de verano en los pueblos. Pinturas con cuento. Pág. 14
  • 18. Desde allí, camino del restaurante, había que cruzar la Plaza de Vázquez de Mella. No tenía ni tiene mucho de especial pues por mucho que la remocen y le hagan hoteles caros, no pierde el aspecto de solar sin edificar, donde cada fachada es de su padre y de su madre, casas pensadas para calles estrechas donde no se las ve nunca juntas y de frente. Pero lo bueno es que por una esquina se asoma la Telefónica, edifico que siempre me atrae y más en aquel año en el que descubrí las andanzas de Arturo Barea durante la Guerra. Ese primer rascacielos lleno de reporteros como los que vemos ahora en los telediarios y convertido en observatorio, continuamente bombardeado, del frente de la Casa de Campo. Por la noche el reflejo de la luz de la calle, el reloj iluminado en rojo y las balizas aéreas del remate, le dan un toque de torre de catedral tecnológica y laica siglo XX. Su vista desde esta plaza tiene la gracia de ser una perspectiva de costado, casi de espaldas, distinta a las habituales. Por eso y por otros muchos recuerdos, me gusta. Pinturas con cuento. Pág. 15
  • 19. El Estrecho jueves, 7 de abril de 2011 Atardecer en el Estrecho. Óleo y acrílico sobre lienzo. 2009. 55x46. Las pocas cuantas veces que he cruzado el Estrecho ha sido en invierno y de noche. En una de esas ocasiones había tan mala mar y dentro del barco era tan insoportable el ambiente por el olor a vomitonas recocido en la calefacción, que hice el viaje fuera, en cubierta. Fuera a pesar del viento, de la lluvia, de la oscuridad que salpicaba espuma por todos lados en una noche absolutamente negra. De manera que la imagen que guardo del interior del Estrecho, sin necesidad de añadir imaginación, es la de mar tenebroso, el fin del mundo que marcó Hércules con sus columnas para que nadie tuviera duda de que más adelante, ni se podía ni debía pasar. Pinturas con cuento. Pág. 16
  • 20. Monte de Muza Desde fuera del propio Estrecho, desde fuera de sus aguas, las ocasiones han tenido más luz y menos mareo. No procede aquí glosar la cosa del cruce de civilizaciones, de los abismos culturales y de las migraciones de pájaros y personas. Y no lo haré, claro. Porque lo que me atrae de este Bósforo rural antípoda de aquel urbano, es el trasiego interminable de barcos de todos los tamaños y pelajes: petroleros, submarinos y portaviones, cargueros, ferris y pesqueros ordenados en fila, guardando su derecha en la angosta travesía. Me atrae la orilla vista desde la otra y aquella desde esta, las Columnas avisando de los abismos, el monte de Tarik y el monte de Muza, Ceuta y Gibraltar intercambiados... Tánger y Ceuta Desde aquí (también desde allí) se ven tan claramente las casas, las piedras, los lugares del contrario, que imagino que en las varias guerras pasadas, en la de ODonnell marchando contra Tetuán o en la del Protectorado, se podrían distinguir ´desde los miradores de aquí las batallas y las explosiones. Podrían distinguir las luchas aquellos que no cruzaban y se quedaban tras la barrera. Como podrían distinguirlas desde los barcos, cruzando, los soldados de S.M. Los que volvieron y los que a la fuerza para siempre se quedaron. Varias calles de Quesada tenían o tienen, no se ya, nombre de muertos locales en Marruecos. Ignoro, claro, si alguno de ellos cruzó por aquí. Si así fuera, el o los difuntos ilustres, con calle a su pesar, estarían recién salidos del pueblo del que jamás habían salido. Pobres y con hambre, seguramente mareados, verían el humo de las bombas desde el mareo de la travesía y las vomitonas. Pobre gente cruzando a la tierra de gente pobre y con hambre para morir sin saber porqué. El problema que tienen los muertos al servicio de S.M. es que no se pueden cagar en los de S.M. porque ellos ya lo están y los muertos no cagan. Y los demás nunca nos hemos preocupado de hacerlo en su nombre. Pinturas con cuento. Pág. 17
  • 21. Columnas de Hércules Retomo el hilo que me voy. A levante de Gibraltar siempre hay muchos barcos como aparcados. Desconozco la razón. Imagino que lo hacen por ahorrar las tasas de puerto o algo así de poco recorrido poético (aunque sí paisajístico). La vista que traigo hoy es un atardecer en el Estrecho con el sol arrastrándose por el agua y las bandas de niebla a media altura cruzando de un mar al otro. No recuerdo bien desde donde la vi. Puede que desde la carretera de Ronda a través del tele de la cámara. O puede que la imaginara juntando jirones de memoria, de varios momentos y de varios miradores. No lo se. Pero me da igual. Porque vista, soñada o imaginada la imagen es real y se la dedico a mis paisanos difuntos que murieron en guerras absurdas defendiendo a S.M. y a los que pagaron con la placa de una calle. Las placas de las calles, que se sepa, nunca quitaron hambre. Pinturas con cuento. Pág. 18
  • 22. La Concha domingo, 10 de abril de 2011 Concha. Óleo y acrílico sobre lienzo. 65x54. 2010. Pintar algo de Marbella y pintar la Concha no es muy original. Es como ser de Quesada y pintar una Virgen de Tíscar (que también lo he hecho) Digamos que es una obviedad tal, que la haces y la Posteridad inmediatamente te borra de su lista y se olvida de ti. Evidentemente para siempre jamás. Es tan poco original que hasta en un restaurante obsoleto y destartalado cerca de casa le tienen hecha una vidriera. Paseando a los perros por su trasera, entre mierda y mierda, le hice una foto con el móvil. Aquí la pongo. Vidriera de la Concha Pinturas con cuento. Pág. 19
  • 23. Pero a pesar de todo lo dicho, lo cierto es que desde que empecé a tener una relación más cercana con Marbella, siempre la tengo delante: Paseando por la playa, en la terraza, en el Lago de las Tortugas, de día y de noche, al ir y al volver. Igual que la Virgen de Tiscar en Quesada pero sin cofradía. Se ve desde todas partes y eso es porque desde arriba se ven todas esas partes. No lo he visto pero me lo han contado y lo he visto en fotografías ajenas. A pesar de mi interés por subir creo que hay un paso delicado en la senda y como tengo un poco de vértigo me da miedo. He tenido pesadillas tremendas de que se me caían los perros por el despeñadero. Como si puestos a imaginar no fuera cien veces más fácil que rodaramos mi barriga y yo. Aunque a la Concha no, al pico Juanar sí he subido y como las vistas deben ser relativamente parecidas, traigo aquí un par de ellas. Esta imagen de la Concha que cuelgo hoy es de la cara suroeste. Cuando caen la tarde y el sol, se descubre una composición de formas piramidales, unas de luz y otras de sombra, que se agrupan en pirámides de superior nivel hasta formar la gran pirámide que es la Concha. Una compleja estructura aunque parezca una sencilla montaña a la que apenas se mira. N.B. 3 años después, sí conseguí, por fin, llegar a la Concha Pinturas con cuento. Pág. 20
  • 24. Las Garzas de Medusa lunes, 11 de abril de 2011 Garzas de Medusa I. Excel-Paint. 2011 Garzas de Medusa II. Excel-Paint-Photoshop. 2011 Pinturas con cuento. Pág. 21
  • 25. A unos cien metros de la playa y a otros quinientos de Puerto Banús, en la desembocadura del río Verde del que toma nombre, hay una villa romana siglos I-III. Está escondida en medio de casas, apartamentos, hoteles y urbanizaciones, ignorada y dejada de lado por la circundante ostentación y exceso y por los vistantes de la ostentación y del exceso ajeno que pasean por las cercanias. Ni nacionales ni guiris ni locales reparan en su existencia. Al parecer, la villa era la vivienda de los señoritos de una inmediata factoría de salazones. La parte industrial estaría entre la villa y el mar. En la pequeña zona residencial los mosaicos son muy escasos en color. Las teselas son blancas o grises en su mayoría. Lo que ahora nos parece cosa obvia e irrelevante, la disponibilidad de todo tipo de colores en todos los soportes imaginables, no ha sido siempre así. Cada color suponía un problema técnico, comercial y un coste a menudo muy elevado. La policromía era cosa de ricos o de muy ricos. Cuanto más color más billetes (por eso nunca son grises) Mosaico de Medusa El mosaico más conocido de la villa es el de Medusa. Rodean a la gorgona patos, flores, garzas y copas. La primera versión que hice de las garzas del mosaico fue para un óleo. Elegí a esta pareja de entra las cuatro que tiene el mosaico no por otra razón sino por ser la que mejor se veía en la foto que hice. Hace unas semanas saqué a los pájaros del lienzo y los llevé a Excel donde les fui creando alrededor un mosaico curvo e irregular, añadiendo, borrando y cambiando formas y geometrías. Cuando quedé conforme trasladé la plantilla a Paint. En un lateral hice recuadros con toda la gama de grises que iba a utilizar y los numeré para no confundirme. Fui colocando las teselas de una en una, copiando los colores del recuadro correspondiente y remarcando cada una de ellas con el color inmediatamente superior. Aquí procede una reflexión sobre la explotación del trabajo: si yo en mi casa, sentado, parando cuando quería y manejando únicamente el ratón acabé harto, que no pasarían aquellas pobres gentes arrastradas por los suelos, teniendo que recortar cada tesela con toscos instrumentos, para luego colocarla, fijarla, etc. En fin, una explotación. Cuando terminé, me di a las reflexiones anteriores sobre el color, sus costes y sus dificultades. Para acreditar la abundacia que en estos tiempos felices nos inunda, se me ocurrió la colorida variante que podeis ver . Aunque a mi el hacerla me costó poco o nada, hubiera sido en aquellos tiempos el pasmo de los Pinturas con cuento. Pág. 22
  • 26. pobres productores que elaboraban el garum. Y no solo de ellos sino que también el de sus probos amos, los dueños de los mosaicos, pues viendo el mío se percatarían de que no hay color en la comparación y comprenderían que los suyos, en realidad, no dejan de ser un quiero y no puedo. Es frecuente por los alrededores. Pinturas con cuento. Pág. 23
  • 27. La cafetería del TALGO miércoles, 20 de abril de 2011 Atardecer desde el tren. Óleo sobre lienzo. 61x50. 2002 Los viajes en tren Madrid-Granada tenían el inconveniente de la duración, más de seis horas, pero también tenían sus cosas buenas. Como el poder levantarse, estirar las piernas, tomar un café y fumar un ducados tras otro. Ya lo he contado antes. Mientras viajaba, corría por las ventanillas el paisaje y las ruedas metálicas golpeaban rítmicamente sobre los raíles. Poco antes de llegar a Linares-Baeza me levantaba para hacer un descanso un tomar algo. En Linares-Baeza cambiaban la locomotora eléctrica por otra de gasoil, más apropiada a la montaraz vía de la parte final del trayecto. Según la época del año cambiaba la luz de la tarde. En cada viaje anochecía en un sitio distinto. Los días de invierno apenas pasado Aranjuez. Los días de verano cerca de Larva, entre los espartizales y los pinares extraviados en barrancos resecos, desnudos, salpicados de sal. Me atraía el tren y sin necesidad de ir yo dentro. Muchas tardes, en el cortijo de Lacra, con calor y avispas, subía a la alberca vieja para verlo pasar a lo lejos, al otro lado del Guadiana Menor. La cámara digital de la que disponía por aquel entonces no tenía teleobjetivo y por eso una vez se me ocurrió sustituirlo por el siguiente método chapucero: coloqué los prismáticos de mi padre delante del objetivo aguantándolos con una mano mientras con la otra sujetaba la cámara y disparaba. Salió alguna foto de milagro, mala y borrosa y con Pinturas con cuento. Pág. 24
  • 28. unos inoportunos cables de tendido eléctrico por medio. Pero aunque mala tiene la luz y el color de esas tardes de verano perdiéndose el sol tras Sierra Mágina. Y además conseguí que el TALGO se viera, o intuyera, como una raya brillante, fugaz estrella de la tarde de agosto. Una raya renqueante que se arrastraba por las cuestas retorciéndose en las curvas de la vieja y bastante abandonada vía. El TALGO en Larva desde la alberca de lacra El campo, la cafetería y yo. Fuera de los extremos de invierno y verano, lo normal era que el café en la cafetería del tren entre Madrid y Granada coincidiera con el atardecer. De pie, me apoyaba en la barra auxiliar pegada a la ventana, fumaba, removía el café y miraba abstraído como el campo manchego, cerca ya de Sierra Morena, pasaba veloz y corría en dirección contraria. Moría el sol y las sombras se alargaban subrayando con un trazo largo los pocos árboles, olivos y encinas, del paisaje. Los montes se diluían en el horizonte. Si era otoño las hojas de las viñas formaban un bosque infinito y bajo que se deshacía en rojos y dorados. Si era en primavera, los trigos ya adultos pero aún brillantes y húmedos, se alternaban con viñas recién brotadas, salpicadas de verdes recién paridos. Intenté algunas veces fotografiar estas cosas de las que hablo pero los reflejos del cristal impedían el empeño. Alguna foto de las que hice quedó graciosa, como aquella de los prismáticos, pues al mismo tiempo que el reflejo la arruinaba me acreditaba como su autor en una especie de autorretrato involuntario. De estas tardes de tren regresando a Granada, de su recuerdo durante el resto de la semana, surgió la idea que traigo hoy. Como ya era normal en aquella época, la trabajé primero con Paint y luego la estudié y probé hasta conseguir la versión que finalmente llevé al lienzo. Creo que no quedó mal. Pinturas con cuento. Pág. 25
  • 29. Grillo cojo lunes, 25 de abril de 2011 Grillo cojo en los dompedros. Cera y óleo sobre papel. 65x50. 1990 Una tarde de verano andaba yo con mi Pentax recién estrenada haciendo fotos. En aquellos veranos Lacra se llenaba de dompedros. Tan prolíficos que casi no dejaban crecer otras plantas. Andaba yo haciéndoles fotos “experimentales y artísticas”, comprobando si estaban cerrados de día y abiertos de noche, si se estaban realmente cuidando de que no los cortara quien los cortaría, cuando vi un grillo. Era un grillo cojo. Resultaba conmovedor verlo aferrarse a las ramas y pasar de una a otra con alguna dificultad. Pero no resultaba triste. Le hice una foto y de la foto nació la pintura (que por cierto, ya me doy perfecta cuenta de que el aceite del óleo manchó el papel blanco. Entonces no se notaba y en esas edades no piensa uno en como van a quedar las cosas veinte años después.) No conservo o no encuentro las fotos de aquella tarde. Pero pintarlo fue sólo una excusa para buscarle compañía a lo que le escribí al grillo que andaba cojeando por los dompedros: Un grillo cojo en los dompedros, Pinturas con cuento. Pág. 26
  • 30. un grillo disminuido asomado al vacío. Un grillo aferrado a unas hojas y debajo, desenfocados, insondables abismos nada espectaculares, cotidianos. Un grillo cojo. Un grillo verde. Un grillo rojo, disminuido, tullido, impedido, perdido. Un grillo rojo cojo, atacado, acosado, nunca derrotado. Un grillo. Cojo. Es un grillo que no manda, ni con el calor ni con el frío progresa. Un grillo sin triunfo. Acapara dolor y ánimo en sus entrañas. Todos los que están lo quieren hacer leña. Es un grillo cojo. Pero que anda. Granada, noviembre del 90. Pinturas con cuento. Pág. 27
  • 31. Ribera del Benabola lunes, 2 de mayo de 2011 Río Benabola. Óleo sobre lienzo. 73x60. 2011 El río Benabola es casi siempre un regato medio seco. Cuando llueve lo hace con mucha intensidad de manera que su cauce se vuelve torrencial. Los patos, galápagos, ranas, alguna garcilla y demás vecinos salen a disfrutarlo las pocas veces que, entre un exceso y otro, está tranquilo. Se tumban al sol encima de alguna piedra, nadan, corretean, buscan que comer. En las orillas y en el pequeño descampado hay mimosas, plátanos de sombra, acebuches, cañas, algún pino y muchas hierbas y zarzales. También una planta que no se como se llama y que es una rara mezcla de palma y de higuera (con el tiempo supe que se llama ricino). La ribera va cambiando con las meses. Lo hace más por las mudanzas de luz de las estaciones que por las propias de las plantas que más o menos, siempre están igual. Todo el año hay amarillos, ocres, verdes claros, oscuros, brillantes y mates, verdes azulados, verdes plomo, verdes negros, ordenados caóticamente, entremezclados. Lo que va cambiando es la luz. Pinturas con cuento. Pág. 28
  • 32. No es que sea especialmente bonito el Benabola ni más llamativo que otros muchos arroyos, barrancos o ríos, pero está frente a mi terraza. Lo veo cuando salgo a regar las macetas, cuando salgo a mirar si llueve o si relampaguea, hace sol, calor o frío. En las noches de verano cenamos a la vista de nuestra selva doméstica de enfrente. Cuando no pasan coches el croar de las ranas se impone al silencio de la noche. En invierno, en el no invierno de aquí, las orillas se saturan de colores nuevos, húmedos y brillantes. Por las mañanas, al amanecer, el sol se abre paso entre las ramas y deslumbra a las gotas de rocío. Por las tardes, al anochecer, la luna nace por la misma parte que lo hizo el sol y hace juegos de luz y sombra con los troncos y las hojas. De tanto mirar al río y de tan continuo verlo me es ya familiar, de la casa. Por eso lo he pintado. No he pintado el agua pero he pintado las plantas de la ribera. Seguramente que esta no sea más y sí sea bastante menos que otras riberas famosas, pero es la que hay enfrente de mi terraza. Y aunque tampoco produzca vinos de especial calidad sí se los encuentra de muchos y variados tipos, de todos los precios, colores y sabores. Solo es cuestión de comprarlos. Pongo aquí alguna foto del río, de la ribera, de los vecinos y de la luna. El vino ya lo he dicho: en el supermercado frontero. Pinturas con cuento. Pág. 29
  • 33. Iconografía de la Virgen de Tíscar sábado, 14 de mayo de 2011 Virgen de Tíscar. Cera y óleo sobre papel. 65x50. 1990 Cuando un primo mío armado de caña y cigala decía aquello de “Dios no existe pero la Virgen de Tíscar sí”, estaba expresando una verdad fácilmente contrastable al menos por lo que toca a la Virgen. Y es que se la puede ver en cualquiera de sus numerosas procesiones, en Tíscar y en Quesada. Se la puede ver también en las miles de estampas, fotografías enmarcadas, grabados más o menos antiguos, medallas, estadales y recuerdos de quincalla: navajas, mecheros, dedales, cajas metálicas de plástico que sirven para nada y cosas por el estilo. Lo de Dios es por el contrario bastante opinable y ahí no entro. Pinturas con cuento. Pág. 30
  • 34. Principios s. XX Años 40 La imagen más difundida en estas representaciones es un fotomontaje con la Virgen en el cielo y abajo una vista de Tíscar, la clásica, desde la carretera por encima del Vadillo. Es una Virgen voladora que a los habituados no nos sorprende pero que a los neófitos quizás si. No siempre ha sido esta la norma. En los grabados antiguos y en las primeras fotografías la Virgen no volaba y apenas se acompañaba de algún ángel. Fue tras la Guerra cuando, después de un primer momento de indefinición en el que la Virgen Nueva intentó imitar a la Antigua, adquiere personalidad propia y comienza a volar. Pongo aquí algunas reproducciones que reconstruyen la historia. Podemos apreciar como en los tiempos modernos los iconos han vuelto a la estampa clásica, sin vuelos, abandonando esa muy antigua tradición de casi cincuenta años. Eso sí, ahora se añade a la estampa, como detalle moderno y rompedor, un giro de cuarto de perfil. Años 50, 60 y 70 Tiempos modernos La cosa de las tradiciones tiene estas paradojas. Que a pesar de ser modernas lloramos su desaparición como si fueran, que lo son, ejemplo y muestra del pasado que se nos va. Hace ya un tiempo, en la Lonja y el día de la Traída, con la Virgen encabezando al público extasiado, se entretuvieron en quemar un bonito castillo de fuegos artificiales amenizado con fondo musical de 2001(Sí lo de Odisea en el espacio). Faltó que apareciera un ovni con don S. Kubrick a los mandos para completar tan pío espectáculo. Pues seguro que si como temo se han venido Pinturas con cuento. Pág. 31
  • 35. repitiendo estos años parecidas escenas, se habrá constituido finalmente en costumbre antigua hasta el punto que en ese día, esperemos próximo, en el cual felizmente se suprima, llorarán por las esquinas y en la revista de las ferias los inevitables defensores de las nuevas costumbres y tradiciones locales de toda la vida. La Virgen que encabeza la pinté en 1990 en el mes de enero. En plena ola de frío, cuando vivía en Agustina de Aragón en una casa perfectamente climatizada y con una magnífica calefacción en verano y aire acondicionado en invierno. La Virgen la copié de un grabado antiguo, 1904, que no recuerdo de donde saqué ni donde está. Es uno de esos grabados de la Virgen un poco infantiles e ingenuos que han sobrevivido en cortijos y rincones perdidos. A cera y a lápiz le añadí el Santuario tal como era moda hasta esos años noventa y también le puse un par de ángeles, chico y grande. Para darle más vuelo a la estampa, claro. Cabecera de un folio de la Posguerra Completo el estudio iconográfico, mediante el que acredito suficientemente mis conocimientos de Historia del Arte, con un retrato de la Posguerra en el que observamos una Virgen “comentada”. Y también adjunto la fotografía de uno de esos grabados perdidos en lugares olvidados de los que hablaba antes. Está bien acompañado: cartones de ducados, botellín del Alcázar, banderines de fino Quinta, botellería de anís, "coñada" y güisqui nacional, servilletas enrolladas en un vaso de caña de cerveza… Obsérvese abajo a la derecha un cartel (puro Pinturas con cuento. Pág. 32
  • 36. marketing de vanguardia en aquella época y lugar) anunciando ricas raciones de queso. Por cosas del encuadre (la fotografía no era digital y se disparaba sólo una vez) nos quedamos sin saber el precio de tan acreditado plato. Bar de la esquina de la Plaza. Noche de la Fiesta de Tíscar. 1987 Pinturas con cuento. Pág. 33
  • 37. El sol desaparece sobre Baeza miércoles, 18 de mayo de 2011 Puesta de sol en Baeza. Óleo sobre lienzo. 55x46. 2001 Recuerdo que hace ya demasiados años era costumbre en las tardes de verano subir al bar del Mirador para ver la puesta de sol. El espectáculo era, sigue siendo, bastante espectacular como suele ocurrir en casi cualquier sitio donde haya un horizonte a poniente y un sol muriendo. En esas tardes bochornosas las calimas brillan con tonos violentos y calientes. La luz redonda y enorme del sol tiembla rompiendo la geometría perfecta de su figura. Mientras la temperatura de la luz elimina los matices y deja sólo la pura idea de fuego apagándose. Entonces, en aquellos años, las sillas y las mesas eran de esas de tijera, de madera, creo recordar que pintadas en verde. Los botellines de cerveza de aquellos chatos del Alcázar con el Castillo de Jaén serigrafiado en blanco. La tapa, garbanzos tostados o cosas parecidas, antípodas de cualquier sofisticación o exceso actual. Nada mas irse el sol empezaba a oscurecer y desde el río subían olores de huerta recién regada, de tamo y paja trillada. Por la carretera aquella tan modesta de entonces subían por pares los faros de los coches que llegaban al pueblo, de los "lanrover" que volvían del campo. Por la parte de la Sierra apenas luces o ninguna, a veces un punto lejano y tenue de alguien bajando del Chorro. Desde el interior del bar se escapaba el sonido metálico y chillón de Radio Jaén, del cante y de la copla. Pinturas con cuento. Pág. 34
  • 38. No recuerdo si el sol se ponía exactamente encima de Baeza (imagino que no). Pero el resplandor del cielo descansaba sobre el perfil oscuro y casi horizontal de la Loma. En un extremo la silueta negra de la catedral de Baeza conquistaba la escena a pesar de su pequeñez. En mi recuerdo (imagino que recreado), el sol siempre desaparecía guiándose por la flecha de la torre. Hace muchísimos años que no subo por allí al caer la tarde en verano. No he subido por muchas razones entre las que no es la menor que ahora las tardes son muchísimo más calurosas o eso me parece a mí. Hoy en día a esas horas el ambiente es sofocante. Mi cuñado Salva dice que se debe a que ya no riegan las calles al atardecer. Yo creo que también influye el riego del campo y de las huertas que se hace por goteo y no a manta como entonces. Este es desde luego un debate que merecería tiempo y abundancia de opiniones y que, por supuesto, requeriría que llenaran bastantes veces. Aunque la Loma, la catedral y el sol siguen en su sitio yo no he vuelto por allí. Desde el mirador nuevo que han hecho en la carretera de Huesa, encima de Toaires, la vista es parecida. No es necesario volver a los escenarios de juventud. En el 2001 pinté una primera versión de este ocaso resaltando la silueta de la torre y también las casas de Baeza, Úbeda y Torreperogil y además, la luna levantándose en el otro plato de la balanza. Hace un par de semanas hice una segunda versión, ya muy moderna y digital, donde el dibujo no es más que lo que rodea y acompaña al sol y a la catedral de Baeza. Será melancolía o como dice mi prima Rosi, la búsqueda irreflexiva de lo que sabemos que ya no encontraremos nunca: el pasado. Puesta de sol en Baeza. Excel, Paint, Photoshop. 2011 Pinturas con cuento. Pág. 35
  • 39. Montes de Muza y de Tarik jueves, 26 de mayo de 2011 Estrecho y San Pedro de Alcántara. Acrílico y óleo sobre lienzo. 65x54. 2011 En el comedor de un barco, camino de Túnez, una tal Consuelito natural de un pueblo de Almería y vecina de Badalona, recostaba sus bien despachadas tetas en la mesa mientras golpeaba el plato con el tenedor y hacía mohines de asco. No comía nada y no paraba de hablar mientras nos ilustraba sobre la próxima escala del barco: África, según ella, es todo lo que queda por debajo de Melilla. Y lo sabía bien porque había estado una vez allí en la jura de bandera de un sobrino. Fui discreto y no la corregí pero ganas me entraron porque, como cualquiera menos ella sabe, África es todo lo queda por debajo del Estrecho. El Estrecho es un puente sin tablero y con una inmensa luz donde África empieza y termina, según se vaya o se venga. Es la frontera entre dos orillas que se ven la una desde la otra, es todas esas cosas de cruce de caminos, encrucijada de culturas y demás versos de estantería de hipermercado que vendrían muy a pelo poner aquí pero que ahorro al distinguido y que doy por puestas, leídas y aplaudidas. Lo que está menos dicho es que en el Estrecho acaba o empieza, también según se Pinturas con cuento. Pág. 36
  • 40. vaya o se venga, el mar de Alborán, que es como un estrecho muy ancho y largo. Al otro lado de Alborán, casi siempre invisible salvo que la nitidez del día le obligue a salir de su escondite, está Marruecos, África, Berbería o el Moro que de todas las formas se llama. Entre que son pocas las ocasiones en las que aparece y que son aun mas escasas las personas que vigilan el horizonte, muy poca gente es capaz de interpretar lo que ve y saber, si lo ve, que es la otra costa. Menos gentes aun saben que para verla no hace falta acercarse a la parte estrecha de Alborán y que desde las mismas sierras de Granada también se asoma por el horizonte. Africa desde el Haza del Lino (II) La noticia de que el otro lado del mar es visible desde Granada la oí como comentario perdido dentro de alguna conversación. Se dijo como algo accesorio pero que a mí me pareció relevante y sugerente. Imaginé que ver África desde Granada sería cosa tan extraordinaria como lo sería ver lo que hay al otro lado de un muro sin necesidad de saltarlo. Algún tiempo después de la anterior conversación, leyendo el Viaje a la Alpujarra de Pedro A. de Alarcón encontré nuevas y más precisas noticias, aunque quizás un poco exageradas. Decía Pedro Antonio que al espectador que mira desde la Contraviesa, el mar le parece que queda por encima del horizonte. Decía también que en los días claros se ve África. El efecto óptico por el cual hay que levantar la vista para ver el mar lo pude comprobar pronto y efectivamente, lo parece. Imagino que se debe a la curvatura de la Tierra y a que la observación se hace desde una posición a la vez muy elevada y muy cercana a la costa. Menos suerte tuve para confirmar la segunda parte de la información, la de África. Por más que lo intentaba nunca lo lograba. Supongo que el accitano estuvo por allí poco tiempo, que tampoco tuvo suerte y que en realidad escribió lo que le contaron. Como siempre ocurre en estas historias, cuando ya tenía perdida la esperanza y abandonado el anhelo, tras una mañana de escasa visibilidad, en un atardecer de invierno, al volver en coche a Granada y a la altura del Haza del Lino, de improviso, me topé con África. Digo que Pedro Antonio no vio nada porque si lo hubiera contemplado no lo hubiera contado así de pasada, como cosa de menor cuantía. Porque cuando se ve, el mar de Alborán deja de serlo y se transforma en la maqueta del mar, un charco sembrado de rayas brillantes que son los barcos que van y que vienen de Gibraltar. Enfrente, arriba, la costa africana está tan próxima que la fantasía crea espejismos de pueblos y aduares y sus luces bailando en las sombras. El Estrecho allá perdido, al fondo de la escena entre los brillos del sol poniente. Queda el mar de Alborán empequeñecido, pero como cosa de otro mundo, grandiosa en su nueva pequeña escala. Al menos así lo recuerdo. Las Pinturas con cuento. Pág. 37
  • 41. fotografías que hice en aquella ocasión no fueron ninguna maravilla (pero es lo que hay) y por eso aquí pongo un par de ellas con exclusivo fin probatorio. No hacen en absoluto justicia a la fugaz aparición que se escapó enseguida, corriendo con la luz de la tarde. Jebel Musa desde Nueva Andalucía Sierras de Tetuán desde la playa Desde que llegué a Marbella me llamó la atención, ya al principio, que para ver la línea de Marruecos no hacía falta subir altas montañas, que incluso desde la misma playa se consigue ver. La cercanía permite observar más y mejores detalles. Pero estos nuevos detalles le quitan poesía, sueño y gracia (algo parecido a lo que ocurre con determinadas fotografías de índole sexual). Por eso y para compensar el defecto, el horizonte se completa con la presencia de las dos columnas aquellas que puso Hércules para señalar el inicio de las tinieblas habitadas por monstruos. Los montes de Tarik y Muza. El Jebel Musa allí y el Jebel Tarik aquí. Y no es chica la compensación. Pongo aquí una buena foto que no es mía pero que reproduzco por cortesía del autor, en la que se ven las Columnas no de frente como es costumbre sino de norte a sur, más o menos, desde los Reales de Estepona. Para hacer las fotografías de África el mejor momento es el amanecer y el atardecer, cuando el sol sale o se pone, cuando aumenta el contraste y se siluetea el horizonte. Partiendo de las decenas de fotos que tengo, hice la vista que pongo hoy aquí. Se aprecian en primer lugar las ventanas iluminadas de San Pedro Alcántara y se adivina, arriba a la derecha, como el sol desaparece detrás de Gibraltar escapando de la noche. Imagino, conociéndome, que no será la última vez que haga algo, pintado o fotografiado, sobre este tema. Pinturas con cuento. Pág. 38
  • 42. El otoño en el chopo de la alberca lunes, 6 de junio de 2011 El otoño en el chopo de la alberca. Acrílico y óleo. 65x50. 2011 El otoño en el chopo de la alberca llega tarde, bien entrado noviembre. Llega tarde y se junta con el invierno de manera que no es raro que las hojas muertas caigan encima de las primeras nieves. Pero lo frecuente es que caigan unas sobre otras en el rincón del jardincillo debajo del chopo. En la humedad de la umbría las hojas se amontonan y se van deshaciendo. El chopo viejo lo podaron a media altura porque cada vez tenía más ramas secas que se empezaban a desmoronar. Aunque no ha vuelto a ser lo que fue rejuveneció y sigue siendo el que manda en su rincón. Todavía sobresale a cualquier vecino. Pinturas con cuento. Pág. 39
  • 43. El otoño en el chopo de la alberca llega tarde, bien entrado noviembre. Llega tarde y se junta con el invierno de manera que no es raro que las hojas muertas caigan encima de las primeras nieves. Pero lo frecuente es que caigan unas sobre otras en el rincón del jardincillo debajo del chopo. En la humedad de la umbría las hojas se amontonan y se van deshaciendo. El chopo viejo lo podaron a media altura porque cada vez tenía más ramas secas que se empezaban a desmoronar. Aunque no ha vuelto a ser lo que fue rejuveneció y sigue siendo el que manda en su rincón. Todavía sobresale a cualquier vecino. Hojas en la nieve Hojas en la alberca Otras hojas caen dentro de la alberca y se amontonan flotando. Según que haya mucha o poca, el agua refleja el cielo o refleja el fondo verdoso. En cualquiera de esos dos reflejos nadan las hojas que no encontraron el camino de tierra firme: renegridas las que murieron hace mucho, rojas y ocres las siguientes, amarillas y naranjas las recién caídas, algunas verdes, de un verde suave y apagado que desentona del resto de las náufragas. El otoño de las aceitunas es morado brillante, azul casi negro, granate profundo. Los vientos de octubre tiran algunas que manchan los suelos entremezclándose con piedras, hierbas y algunos musgos alimentados por los rocíos y las escarchas. El otoño llega con el humo de las lumbres de las primeras cuadrillas trabajando en los olivares. El chopo viejo asomándose a la alberca Aceitunas acabando noviembre Desde la alberca, por debajo del chopo viejo se ve Larva. Se ven olivares que bajan hasta el Guadiana Menor, retorcido en lo hondo de su llano, protegido por paredones rojizos y oxidados, por ramblas de sal, por barrancos pardos, verdosos. Algunas nubes se enredan en Sierra Mágina mientras los aviones no paran de pintar rayas de tiza en el cielo. Es grande el horizonte, muy grande. Pero lo es más el chopo Pinturas con cuento. Pág. 40
  • 44. viejo. A pesar de estar cortado, manco, mutilado. Y no es casualidad que entre sus ramas y sus brillos dorados de otoño haga un hueco al Mulhacén y a las nieves, a los picos y laderas de su corte. Son dos vértices de primer orden de la red geodésica vital. De la mía. El Mulhacén desde la alberca de Lacra Pinturas con cuento. Pág. 41
  • 45. El sol de la mañana en el pinar de Juanar sábado, 11 de junio de 2011 Mañana en el pinar de Juanar. Acrílico y óleo sobre lienzo. 65x50. 2011 Todas las lunas tienen su cara oculta. Da igual que sean lunas de invierno o de verano, de lunes que de domingo, de las de antes o de las de ahora. Y lo normal es que todas las personas, todas las cosas y lugares tengan también su cara oculta, su cara poco conocida, a veces olvidada, a veces incluso escondida. En las personas es cosa de sobra sabida y muy aprovechada por la literatura y por el cine. En las cosas también se da el fenómeno. Por ejemplo, los electrodomésticos tienen un interior misterioso que sólo los iniciados conocen. Con los lugares ocurre exactamente igual, que tienen partes desconocidas que solo conocen los del lugar, circunstancia que aprovechan las guías y los artículos de viajes poniendo a disposición de profanos lo que se supone es privativo de expertos parroquianos. Juanar, en las alturas de Sierra Blanca, es uno de esos sitios reservados a los más estrictos conocedores. Y no porque sea sitio poco conocido pues es muy frecuentado por paseantes y senderistas. Pero por muchos que sean los visitantes siempre serán pocos comparándolos con las muchedumbres viajeras que frecuentan las playas de un poco mas abajo. Para llegar allí hay que dar un rodeo grande pasando al otro lado del muro invisible que separa la delantera de la trasera. Una vez cruzado, volveremos sobre nuestros pasos y sin dejar de subir por una carretera estrecha, llegaremos al filo mismo de la Sierra, donde la pendiente se despeña por los barrancos hasta el mar. Pinturas con cuento. Pág. 42
  • 46. Marbella desde el mirador y pinar Abajo, como no podía ser menos, hay de todo lo que tiene que haber en la costa: gente que lleva en la frente las gotas de sudor del descanso, aromas de ostentación sobreactuada y rincones llenos de plantas exóticas venidas de todas las partes del mundo. Los pocos almendros y olivos que quedan parecen ser ellos, entre tanto forastero, los auténticos extraños y los que están fuera de lugar. Arriba por el contrario, son los pinos y los chaparros, las encinas, los tomillos y los romeros los que siguen mandando. Abajo nunca hace frío, arriba a veces nieva y la luz, el color, las plantas, los pájaros y el clima son de interior, pero de un interior con vistas al mar. Tan apacible, tranquilo y aislado es este rincón que, según creo, el general De Gaulle escribió parte de sus memorias en el hotel-refugio del lugar. Aunque por otra parte, en otro sitio he leído que las escribió en el parador-castillo de Jaén, que también es un mundo diferente en las alturas desde el que se ve el mundo real allá en lo hondo. No se cual de las dos versiones será la verdadera. Quizá lo sean las dos y fuera en los dos sitios, sucesivamente, donde se dedicó a justificar su vida por escrito. Si no hubiera muerto dejando la escritura a medio escribir, puede que hubiera continuado de altura en altura hasta parecerse a Isabel la Católica, que no hay pueblo por donde no pasara y casa donde no durmiera. De cama en cama tan virtuosa señora, de parador en parador el general jubilado por preguntar. La vista de hoy nace en una mañana de mayo, muy temprano. En un día laborable, con Luci y con Lobo corriendo el camino arriba y el camino abajo. El sol, todavía bajo, llegaba paralelo al suelo y al atravesar el pinar se cruzaba perpendicular con los troncos y se entrelazaba con ellos como si estuvieran haciendo punto con lanas viejas reaprovechadas y mezcladas: pardas, grises, oscuras azuladas y verdosas en la urdimbre y otras brillantes, amarillas y naranjas, verdes y azules claro en la trama. Pinturas con cuento. Pág. 43
  • 47. Puerto Banús sin barcos viernes, 17 de junio de 2011 Puerto Banús sin barcos. Acrílico y óleo sobre lienzo. 65x50.2011 Tarde de enero La playa cuando está en todo lo suyo es en invierno. Me gusta pasear por la orilla sin sudar, con buena temperatura, sin gente o con poca y la poca tranquila. Me gusta de la playa el mantra sin fin del mar yendo y viniendo, las olas que golpean, se retiran y vuelven a golpear la arena. La playa en invierno es como la lumbre de una chimenea, que captura la atención sin necesidad de hacer nada, sin que ocurra nada más que el pasar del tiempo y el baile de las llamas, nada más que algún crujido de la madera ardiendo, que alguna chispa subiendo inopinadamente como una estrella fugaz vertical. Delante de las lumbres y delante de los mares los cuerpos pasan en su sopor a un segundo plano y dejan que la imaginación y el pensamiento se liberen y trabajen. Y no son necesariamente trabajos y pensamientos productivos. Suelen ser imaginaciones y pensamientos efímeros, como la chispa, como la espuma de una ola rota en la arena. Pinturas con cuento. Pág. 44
  • 48. Lobo y Luci corriendo por la escollera Faro del espigón Con la playa llena de gente revolcándose en la arena, con el calor y con el sol de fuego, con los niños del prójimo jugando a la pelota, son complicados los misticismos. Los colores y las luces en verano simplemente no existen, sólo hay cielos y mares blanquecinos y luces cegadoras que acaban con cualquier detalle, con cualquier matiz. Pero en invierno sí. En invierno me gusta dar un paseo hasta la playa al caer la tarde. La tranquilidad es casi absoluta, salvo que a Lobo le de por perseguir gaviotas, palomas o cualquier pájaro que se haya atrevido a provocarlo poniendo pata en tierra delante de él. La playa de la que hablo aquí no es el arquetipo de playa idílica, que tampoco haría falta, aunque no deja de tener sus cosas. Tiene luces y contraluces en la puesta de sol, tiene la silueta de Gibraltar, a gente pescando con las cañas puestas de pie en las piedras de la escollera. Tiene un par de faros y algún barco lejos en el horizonte que podemos imaginar de pesca que trajera ricos boquerones y puntillitas hasta algún chiringuito imaginario, donde lo esperaríamos con una caña bien tirada, con su espuma y con todo lo que tiene que tener una caña. Así, abstraídos en estos pensamientos y ensoñaciones dejamos la ostentación y los excesos aparatosos propios del lugar, guardados a buen recaudo, al otro lado de los edificios, detrás de las ventanas iluminadas con brillos dorados. Brillos que son reflejos del sol agonizante, que a su vez se reflejan en el agua y forman un puzzle temblón de espejos luminosos. Espejos temblones que nadan sobre un fondo azul que a estas horas ha viajado casi hasta el negro. A esta s horas apenas queda nadie, sólo la oscuridad que avanza como niebla desde el mar y el agua que golpea la arena, que retrocede, se recupera y vuelve a golpear. El cielo cubre la tarde con colores calientes y pelusas de nubes rojizas que el viento sostiene en el aire como si fueran colas de cometas. De uno de aquellos atardeceres es la vista de hoy. Cuando terminé de pintarla, en mi terraza aunque sin puntillitas ni boquerones, me tomé una cerveza. Quizás fuera alguna mas de una. Pinturas con cuento. Pág. 45
  • 49. Reflejos de sol Detalle del sol Pinturas con cuento. Pág. 46
  • 50. El pasado no es Historia, es Geografía viernes, 24 de junio de 2011 Cortijo viejo. Excel, Paint, Photoshop. 65x50. 2011 El pasado no es cosa de la Historia. Lo sería si se midiese como tiempo pero eso no es lo correcto. Lo suyo es hacerlo como una cosa que ocupa un sitio en alguna parte. Quienes caen en el error de medirlo como tiempo suelen dar por bueno que el pasado se repite y siempre vuelve. En este error cae la historiografía pero también la economía que no es más que historia entreverada de sociología a la que se le añade contabilidad y números (y la pretensión de que sus predicciones son científicas, creíbles y que por eso valen dineros). Pero el pasado nunca vuelve. Si a menudo nos topamos con él no es porque vuelva de ningún sitio. Es porque siempre ha estado ahí, a veces escondido, a veces perdido en el fondo en un cajón, a veces tapado, sumergido, enterrado por tierra, por agua o por olvido. Estas ideas de pensamiento elevado que, como las matemáticas, tampoco se me dan bien, las explico mejor con un ejemplo traído de la cartografía. Y es el que sigue. En la primera edición de la hoja 949 del Mapa Topográfico Nacional 1:50.000 de 1932, en Lacra, a la altura de la actual carretera de Huesa, se nombra el lugar como "Cortijos de Lacra o de Rivera". En la segunda edición de 1992, sobre datos de 1988, Pinturas con cuento. Pág. 47
  • 51. el mismo sitio es "Lacra". En 2003 se hace la primera edición del Mapa 1:25.000. Como el espacio en el papel es mayor, se pueden escribir más topónimos. Así en esta zona de uno pasan a tres: "Lacra" referido al pago, "Acra" como entidad de población menor (?) y además un "Cortijo de Antonio Alférez". En la tercera edición del 1:50.000 desaparecen los topónimos de la primera y segunda edición y se copian los de la hoja 949-1 del 1.25.000: "Acra" y "Cjo. de Antonio Alférez". El único realmente nuevo es el del tal Antonio. Pero, ¿se sabe quien era este Antonio Alférez? Si. Era mi tatarabuelo y murió no se exactamente cuando pero en el último cuarto del siglo XIX. Cuando mi bisabuela Juliana se casó en 1900, llevaba ya muchos años de huérfana de padre y madre. Esto lo se con seguridad. 2ª edición 1992 1ª edición Hoja 949-1 del Mapa Topográfico 1:25.000. 2004 1ª edición Hoja 949 Mapa Topográfico 1:50.000. 1932. 3ª edición Hoja 949 2004 De la mano de lo más nuevo, moderno llega lo antiguo, lo casi absolutamente olvidado. ¿Pero, porqué aparece el nombre de mi tatarabuelo más de cien años después de su muerte en los mapas del I.G.N.? Pues no porque él (lo que fue, el pasado) vuelva de ningún sitio, que si lo hubiera hecho el susto hubiera sido de muerte ya que ni las bisnietas ni los tataranietos lo conocimos y hubiéramos reaccionado cada uno según nuestro ser: corriendo, gritando, negando la evidencia… La razón de esta aparición hay que buscarla en otra cosa y aquí viene mi teoría. Sin duda los datos para esta hoja topográfica se recogieron mucho antes de 1932. De hecho, la hoja colindante 828 tiene su primera edición en 1902. Ya que hicieron el gasto del desplazamiento los cartógrafos seguramente recogieron todos los topónimos y todas las referencias que pudieron, aunque no cupieran en el papel del Pinturas con cuento. Pág. 48
  • 52. mapa para el que trabajaban. Se seleccionaron unos para publicarlos y otros se desecharon. Pero no se tiraron sino que se guardaron en una carpeta "ad hoc" en la caja del expediente de la Hoja 949 que se archivaría en los sótanos del geográfico instituto. Pasaron los años y llegó el Mapa 1:25.000, que como su propio nombre numérico indica, tiene cuatro veces más espacio que el 1:50.000, espacio para escribir nombres. Se necesitaban topónimos para rellenar. Y o era verano y no tuvieron ganas de pasar calor o no hubo presupuesto para nuevos viajes o lo que fuera, que no lo se, pero el caso es que mandaron al archivo a por las carpetas viejas del expediente original y encontraron todo lo que en su tiempo se apuntó pero no se imprimió. Como eran cartógrafos y no registradores, les trajo sin cuidado a nombre de quien se emitía actualmente el recibo de la contribución o si las personas citadas vivían o no vivían: coinciden nombre y coordenadas, ¡suficiente! Queda pues claro que nadie regresó de ningún sitio, que simplemente un papel que siempre estuvo en una carpeta fue el que nuevamente vio la luz del día para participar, con todos sus años a cuestas, en la más moderna y actual versión cartográfica del lugar. Y esa es la clave. El papel, el pasado, no regresó de ningún sitio, sino que siempre estuvo allí, en la caja de un expediente antiguo guardada en lo hondo de un archivo. Y eso es Geografía porque no es el Cuando, es el Dónde de la cosa: antes estaba en el sótano, ahora está en el mapa. De ese cortijo del ejemplo, de su fachada norte casi tan arruinada como el resto del edificio, traigo la estampa de hoy hecha con Excel, Paint y Excel. Por cierto, en este cortijo viejo de Lacra hay otro ejemplo de pasado que reaparece, de pasado redescubierto. Y es que cuando hacia 2006 levantaron la carretera para reformarla, a menos de diez metros del cortijo encontraron tumbas y muros islámicos, anteriores por tanto a 1231. Habían estado archivados casi ochocientos años y fue removiendo tierras para la obra que volvieran de su entierro. Pero siempre habían estado ahí, ocultos pero ahí. Y seguramente debajo del propio cortijo, ahora viejo, también vive o muere alguien que seguro que algún día volverá a la luz y seguramente por alguna obra, pública o privada... Geografía, no Historia. Aunque siempre habrá algún polemista que me discuta y diga que no hay Cuando sin Donde ni Donde sin Cuando y cosas así profundas. Salvo si se presenta alrededor de una mesa con su vino y con sus tapas no entraré al debate. Superposición Muros y tumbas deshabitadas al otro lado de la de lugareños carretera. Pinturas con cuento. Pág. 49
  • 53. Los últimos rayos del sol de febrero viernes, 1 de julio de 2011 Atardecer de febrero. Acrílico y óleo sobre lienzo. 65x50. 2011 Paseando con los perros entre las olivas una tarde de febrero, me llamaron la atención los rayos de sol del atardecer. Serpenteaban por el suelo arrastrándose entre el laberinto de troncos, de hojas, de ramas, de piedras. Hice bastantes fotografías pero no busqué ni las cosas ni las formas sino las luces, los pedazos de suelo incendiados de verdes y amarillos, dorados y brillantes, junto a pedazos de penumbras grises y azules. En estos días primeros del verano, de los primeros calores insoportables, de siestas de fuego y noches en vela, se recuerdan con gusto los buenos ratos del invierno, los paseos agradables sin calor ni sudor, las tardes (noches) de vino, de tapas fuertes y cenas con lumbre. Se recuerdan con gusto y casi con ansiedad se desea su regreso. Igual que en los hielos negros de enero se añoran las noches claras de verano, ahora ocurre otro tanto con el aire fresco y limpio del invierno: Pinturas con cuento. Pág. 50
  • 54. Los últimos rayos del sol de febrero se arrastran por el olivar, rozan el suelo y levantan chispas de luz en las hierbas, en las piedras. Los últimos rayos del sol de febrero corren, saltan, chocan y mueren contra la corteza áspera y dura de los pies retorcidos de las olivas. Ya no queda sol ni paisaje, apenas un perfil azul por Sierra Mágina, apenas una línea brillante y clara en el horizonte. Es febrero y todavía hace frío. En las sombras de los rincones el barro húmedo y el aroma de la leña y de la lumbre. Un avión parpadea con luces blancas y rojas Sobrevolando el humo de la chimenea. Es de noche y aun es invierno. Un hilo de luz se escapa por la rendija de la contraventana, salta la luna en los cerros y se despeña por los barrancos. Cuando sea mañana, los nuevos rayos del amanecer abrirán del revés las cicatrices que hoy dejó, en su huída, tatuadas el sol en el suelo. Pinturas con cuento. Pág. 51
  • 55. Las tardes del verano domingo, 17 de julio de 2011 Sierra Mágina. Excel, Paint. 2011 En la playa hay gaviotas que se pasan el día riendo y alborotando. En Granada palomas que lo ensucian todo y que se pelean como fieras. Y en Lacra, hay avispas. Avispa de Lacra Las mañanas temprano antes de que salga la gente y el sol, las gaviotas ríen agarradas a las antenas de televisión. Con solo dar un salto y dos aleteos ya están volando y a veces en la soledad de la calle pasan tan cerca de mi cabeza que da miedo (he descubierto que lo hacen porque protegen un nido que tienen en la casa abandona). Vuelan sin dejar de reírse, imagino que de mi. ¿Podría espantarlas Pinturas con cuento. Pág. 52
  • 56. con el sombrero de paja si intentaran atacarme como se sabe que pasó en aquella famosa película? No lo se. Pero descontando la dicha película nunca he oído que hayan atacado a nadie (un experto ornitólogo me confirma que, fuera del cine, no hay noticias de semejantes ataques). Sí he visto, por el contrario, como un cernícalo las atacaba a ellas, pero esa es otra historia que quizás cuente otro día. Bicho junto a la la piscina Las palomas además de crueles son bastante asquerosillas. Viven y se pelean en los huecos de los tejados y en los canalones de las casas viejas. Se cagan por todas partes, sobre todo en los balcones y en las ventanas y dicen que transmiten muchas enfermedades (pero nunca he oído que alguien haya enfermado por su culpa). Quizás esta falta de contagio se deba a que normalmente solo tienen relaciones sexuales entre ellas y a que nunca han comerciado con su cuerpo (que se sepa). Bicho dentro de la piscina (en primavera) En Lacra hay avispas. Y pican. Esto no me lo tiene que contar nadie porque esta misma semana me ha picado una. Pican y molestan, estorban, tensionan las tardes que intentan ser plácidas bajo la parra, obligando a una permanente alerta antiaérea. Chillan las sirenas sin parar. Además de avispas hay otros muchos bichos de distintas calidades y peligrosidades; de cuatro, de seis y de ocho patas o de ninguna; "salamanquesas", mosquitos, grillos y arañas, moscas y tábanos, sapos y culebras reales. Pero entre tanta variedad de peligros, con diferencia los más dañinos y molestos son las avispas. Pinturas con cuento. Pág. 53
  • 57. Bicho delante de la piscina Las avispas encabezan los inconvenientes de las tardes de verano en el cortijo de Lacra. Las avispas, las moscas cansinas, los pájaros y sus ruidos, el calor y el exceso de luz que no siempre consigue frenar la parra, dificultan la concentración, dificultan la cosa del arte y casi cualquier otra actividad de tipo intelectual. La falta de concentración se materializa en la imposibilidad de pensar en algo más que en el presente más absolutamente rabioso. Los bichos y demás inconvenientes borran el pasado y el futuro. Sólo dejan pensar en el ahora. Pero los escasos segundos que dura el ahora son un lugar tan pequeño que apenas caben en él las ideas y sensaciones, los recuerdos e intenciones. Es imposible pensar, es imposible cualquier cosa que no sea revolcarse en la mezcla de estrés, calor y pereza. Hace años que en las tardes de verano de Lacra intento pintar una cosa muy sencilla: la pared encalada reflejándose en la superficie azul de la piscina y el cielo sin color del mediodía de verano reflejándose en el fondo bailón del agua. Es muy sencillo. Solo son dos tramas de elipses (la una encima, la otra debajo) entrecruzando su balanceo y salpicadas con destellos blancos, plata y azules varios más o menos pálidos, mas o menos claros, mas o menos fugaces y furtivos. Varias veces lo intenté. En todas fracasé. No por mi culpa, por la de los bichos. Bicha La luz de hierro del mediodía de verano es la misma luz sobreexpuesta que usan en el cine para subrayar las escenas de carácter imaginario o soñado. Mientras bombardean las avispas, Radio Úbeda emite sus anuncios locales. Hoy toca competencia de funerarias: una se anuncia como la suya de Vd., desde siempre y la otra resulta que tiene el único horno de la comarca. Como en esta guerra quiero mantenerme, aun, neutral, abandono el campo para darme un baño y abrir una lata de cerveza. Siempre acompañado por las avispas, por el calor, por el fuego que se cuela entre las ramas del chopo reflejándose en sus hojas, deslumbrando y brillando. Aviones militares de hélice, moscas saltando de pierna en pierna, Pinturas con cuento. Pág. 54
  • 58. chicharras y noticias (hoy del frente portugués) en la radio. Suda la lata de cerveza. Las avispas, el aullido de las sirenas anunciando ataques aéreos, me fuerzan a ser un refugiado en el campamento del presente donde nunca se piensa y nunca, por falta de espacio, se recuerda o imagina nada. Bicho caprichoso Ya digo, un año tras otro lo intento en vano. Por eso no pongo aquí nada de lo pintado en este o en cualquier otro verano. Porque nunca son lo que quería. Seguiré intentándolo en vano, espero. Y cuando vuelva a equivocarme les echaremos nuevamente la culpa a los bichos porque siempre la tienen. Cuando hay a mano un frigorífico con cerveza fría, la culpa siempre es de los bichos. Para compensar la censura de los trabajos estivales fallidos he puesto aquí un dibujo liviano del atardecer en Sierra Mágina. Es algo muy neutro y para nada comprometido o arriesgado. Los dibujos son como las personas que siendo de esa calidad nadie los rechaza y todos cuentan con ellos. Pelea de bichos Pinturas con cuento. Pág. 55
  • 59. El Cambio en Ancha de la Virgen viernes, 5 de agosto de 2011 Rincón de Ancha de la Virgen. Óleo sobre lienzo. 35x41. Sin fecha. (Esta entrada va dedicada a mis compañeros. A mis amigos y por supuesto que también a mis enemigos. A todos los tendré presentes en unas y otras oraciones.) En este verano tremendo en el que de armisticio en armisticio tantas cosas están desapareciendo, en el que casi todas están cambiando y en el que el resto va por el mismo camino. Cuando la ansiedad ante lo porvenir crece conforme los días se hacen mas cortos, traigo esté rincón nocturno de mi antigua casa de la calle Ancha Pinturas con cuento. Pág. 56
  • 60. de la Virgen. La luz de la estampa es una lámpara verde con pie dorado, el humo del cigarro es azul y los reflejos de la bombilla sacan chispas del teclado, del ratón y del cristal del monitor. Noche de lluvia en Ancha de la Virgen. Óleo sobre lienzo. 65x50. 2002 Me mudé a esa casa en 1997. Era un edificio viejo, completamente reformado, al que se entraba por un patio con fuente, columnas de piedra y zapatas de madera. Una casa con seis ventanales grandes, de tamaño antiguo. Desde ellos se veía el paisaje urbano de tejados viejos, de viejos tendidos eléctricos abandonados, de viejos canalones donde criaban las palomas, de viejos miradores donde los gatos esperaban todas las mañanas al sol, de viejos comercios en liquidación, de viejos plátanos de sombra gigantes que desde el Campillo se levantaban por encima de las casas y del torreón de Bibataubín. En ese barrio viejo, céntrico y humilde, todo estaba cambiando. En las casas antiguas los inmigrantes pobres ocupaban los pisos de los viejos pobres que morían, o que se iban, o que los echaban. En las casas nuevas se asentaban nuevos vecinos, en general modernos y poco pobres (salvo los estudiantes, caninos desde que los inventaron). El barrio de toda la vida mudaba a uno nuevo en el que no solo habían cambiado los acentos, también las lenguas. Lenguas ricas de jóvenes viajeros ávidos de la cultura del lugar, de sus fiestas y de sus refrescos. Lenguas pobres amontonadas en las casas más dejadas y que tenían, tienen, la exclusiva Pinturas con cuento. Pág. 57
  • 61. pretensión de comer. Cada día el barrio era menos lo que fue y era más lo que estaba empezando a ser: una cosa distinta. Tejados, cables y antenas, palomas, Bibataubín y los plátanos del Campillo. Llegué allí cuando el cambio estaba empezando. Me fui cuando ya era evidente. Y durante esos años yo cambiaba y me movía a la vez que el barrio. Cosas chicas y grandes me pasaron que fueron etiquetadas de buenas o malas, alguna incluso de tremenda. Por cada cosa sucedida había un movimiento asociado, un cambio. Y no había relación directa ni necesaria entre la calidad de la cosa y la del cambio. Una mala cosa podía provocar un cambio bueno y viceversa. Esta no correlación se ve clara con el tiempo. Pero, mientras llega ese tiempo y como el presente tiene un brillo tan cegador, nos deslumbra y no vemos nada y nada comprendemos. Hasta que conseguimos perder de vista el presente, no conseguimos fotografías del mundo exterior mas o menos enfocadas y con la exposición correcta, Viene a cuento esta historia porque en estos tiempos de mudanzas, apariciones y desapariciones, ando por ahí de asesor de templanzas y fortalecedor de espíritus, ando predicando las bondades del cambio y de cómo es posible aprovecharlo para conseguir un bien aunque provenga de un mal: hacer del vicio virtud. Voy por ahí contando que los cambios son como las olas de las playas, que si estás atento y saltas cuando llegan son divertidas pero que si las ignoras te revuelcan de mala manera. De sobra se que esto así dicho tiene su parte de exagerado, que hay cambios de los que difícilmente se podría sacar algo bueno. P. Ej., si a uno le meten una bala en la cabeza se produce un cambio inmediato del que pueden sacar algo bueno los herederos, el sicario, el tratante de armas que vendió la suya al sicario y el banco suizo donde el tratante introdujo el dinero en los circuitos financieros de la gente blanca, cívica y trabajadora. Pero de mala manera el muerto podría ver algo positivo en el cambio, salvo que muriera por no morir. Pinturas con cuento. Pág. 58
  • 62. Mi rincón de Ancha de la Virgen De manera que, efectivamente, hay algo de exageración. Pero también hay mucho de verdad. Y lo cuento con tanto entusiasmo que resulta creíble y es una creencia que poco daño puede hacer a nadie y que sí puede servir a alguien para nadar en medio de las tribulaciones de estos tiempos tan recios. Recuerdo con cariño aquella casa de la calle Ancha de la Virgen. Recuerdo quien era yo y como era cuando llegué y también lo recuerdo para cuando me fui. Llegaron las olas gordas y me puse a saltar de forma admirable y lo negro se hizo blanco: me casé, deje de fumar, me compré unas botas de montaña, me aficioné al blanco Valdeorras y al Rueda, etc. Por eso recuerdo con cariño aquella casa de techos altos a la que se entraba por un patio con fuente, columnas de piedra y zapatas de madera. Aquellos balcones desde los que se veían tejas y tejados, cables arracimados de mala manera en paredes descuidadas, gatos peleones andando de teja en teja, viejas regando los geranios, modernos atronando al vecindario con su música de modernos, andinos y subsaharianos con su mercancía al hombro escondiéndose por las esquinas de los municipales que batían la Carrera, beatas volviendo de misa, algún turista despistado... Recuerdo con cariño aquellos balcones en los que muchas noches terminaba mi día fumando, apoyado en la baranda mientras pensaba en mis propios asuntos, mientras miraba sin ver las gotas de lluvia en los charcos donde se reflejaban las farolas. Recuerdo bien que las mañanas claras de buen tiempo, por las ventanas llegaban hasta mi rincón, el que pinto en el cuadro, los ruidos de un mundo que nunca se para. Los ruidos ahogados de cuando en cuando por los maullidos de los gatos indigentes peleándose en algún tejado abandonado. Pinturas con cuento. Pág. 59
  • 63. Nieva en la farola de enfrente De mañana Pinturas con cuento. Pág. 60
  • 64. Los dedos del amanecer en Puerto Ausín martes, 16 de agosto de 2011 Dedos del amanecer en Puerto Ausín. Photoshop. 65x50.2011 Los dedos del amanecer tocan los muros del cortijo de El Puerto. Son muros de tapial, desconchados, manchados por el agua y la sequía. Muros negros de verdín seco, con cincuenta revocos que la humedad y el sol han rajado. Muros cien veces blanqueados y hoy, tristes, viejos y perdidos, apenas salpicados por restos de cal. Los dedos del amanecer recién nacido saltan la vertiente por Puerto Ausín y se derraman como una avenida de agua incontrolada. Ruedan las olivas abajo, se atropellan y chocan con las lindes, con los pinchos, con las cañas de las hierbas secas. Corren y alborotan bajando por los barrancos hasta dar en Guadiana Menor. Saltan a la otra orilla y en las cuestas de enfrente salpican espartizales, pinares, olivares y campos yermos hasta romper contra las piedras más altas de Sierra Mágina. Y como las olas, golpean y retroceden. En los veranos de Lacra, cuando el calor dificulta otras excursiones, suelo subir hasta Puerto Ausín para hacer piernas y no perder la costumbre de andar. Tiene cosas buenas este paseo y no es la menor que por el carril no pasan coches nunca o casi nunca y los perros pueden ir sueltos disfrutando a su aire. Pinturas con cuento. Pág. 61
  • 65. La noche se va por Mágina Hay que salir con la fresca, cuando apenas hay luz, antes de que el sol haga impracticables los caminos. Por suerte, la pendiente va a contrapelo del sol naciente y los rayos pasan por encima de las cabezas creando una cueva de sombra que aguantará el fresco todavía unos minutos. Conforme aumenta la claridad el paisaje se esconde detrás de la calima. Desaparecen primero el Mulhacén y toda su corte, luego Úbeda y la Loma. Para bastante antes del mediodía apenas se distinguirá el esquema borroso de Sierra Mágina y los campos que bajan hasta Guadiana. La cueva de sombra al subir Abajo, el Guadiana Menor y Collejares Cuando la luz violenta y blanca de los días del verano ha borrando todo horizonte, se pierden los planos largos y medios que en esta época solo son visibles en el alba y al atardecer. Visibles, pero no como paisajes naturales sino como decorados artificiosos pintados en colores excesivos e irreales. Cuando la luz violenta y blanca de los días del verano ha borrando todo horizonte, se pierden los planos largos y medios que en esta época solo son visibles en el alba y al atardecer. Visibles, pero no como paisajes naturales sino como decorados artificiosos pintados en colores excesivos e irreales. La subida hasta Puerto Ausín es más o menos de unos cuatro kilómetros y de unos cuatrocientos metros de desnivel: una hora. Al pasar por el cortijo de El Puerto nos alcanzan los primeros rayos del sol que avanzan sigilosos a ras de suelo. Oculto tras la calima queda el gran escenario del Guadiana Menor y su mundo, sólo queda recrearse en los primeros planos, tan pequeños, tan poco valorados: el aroma de la tierra deshidratada que se prepara para un nuevo infierno de calor, los almendros que, tras cumplir con sus obligaciones productivas, empiezan a perder las hojas o las propias almendras que, ya en su sazón, empiezan a desprenderse de la piel de Pinturas con cuento. Pág. 62
  • 66. melocotón juvenil y verde de cundo fueron allozas… Nada mas que planos cortos: las uvas tintas en la parra, los cardos y los pinchos dorados, las hierbas amarillas y también, claro está, las estudiadas formas y los trabajados colores que pueden encontrarse en las paredes del cortijo cuando se las enfoca en modo macro. El sol arrastrándose por el suelo El sol derramándose por los olivares La imagen de hoy es el dibujo de una fotografía figurada en la que los dedos del amanecer rebotan contra los muros desconchados y deslumbran el objetivo de la supuesta cámara. He tenido que pintarlo con algo de imaginación y embuste porque, como bien se ve en la foto adjunta, las paredes en cuestión se orientan al ocaso y a estas horas de la mañana el sol ni les roza la piel. Por eso he tenido que pintar el momento, porque con el cristal de la lente malamente hubiera podido conseguir un reflejo de sol. ¿Es irreal el resultado? Puede, porque no deja de ser un invento. Pero los inventos, sin embargo, una vez paridos ya existen y son tan reales como cualquier otra cosa existente, real o imaginaria. Para cuando el sol empiece a calentar, ya estaremos bajando los perrillos y yo. Hace un par de horas veíamos como los dedos del amanecer expulsaban a la noche detrás de las crestas de Mágina. Ahora están resucitando a las chicharras y espantando a las sombras. Si fuera invierno los dedos del amanecer arañarían la escarcha. Pero hoy no, hoy ya hace demasiado calor y el sol brilla con fuerza en las trampas de tela de no se que bicho que vive en la madreselva. Imposible el hielo. Las paredes en sombra del cortijo de El Puerto Pinturas con cuento. Pág. 63
  • 67. La Frontera en los Picones del Puerto de Tíscar jueves, 25 de agosto de 2011 Atardecer en Los Picones. Photoshop. 65x50. 2011 Son Los Picones del Puerto de Tíscar la frontera natural que separa a los antiguos reinos de Granada y de Jaén, aunque la línea administrativa queda unos kilómetros más abajo, pasado Pozo Alcon. Deja esta raya a un lado las tierras del Guadalquivir con su monocultivo de olivar y sus paisajes suaves y al otro las tierras altas de Granada, de relieve arisco, despobladas de personas y plantas. Dicho más técnicamente, por Los Picones pasa la línea que parte a un lado la depresión del Guadalquivir y al otro lo que ahora se llama Altiplano Granadino, la parte bética y la penibética. Son tierras muy diferentes no tanto en lo humano aunque sí en lo físico. La divisoria arranca en Tarifa y se difumina y desnaturaliza al pasar la Sierra de Segura. Además de frontera natural, esta lo fue también política y cultural durante casi trescientos años: al sur el Reino de Granada subido a sus montes y al norte la Andalucía de campiña que conquistó Fernando III. De aquellos tiempos recios y antiguos surgió la parte del Romancero que más me gusta, la de los romances moriscos y de frontera. Son historias de caballeros moros y cristianos haciéndose guerras, ofensas y cautiverios sin tener nunca que trabajar: andan todo el día por esas sierras de peñas y riscas, de castillos y atalayas, entre pinos y tomillos y romeros, asaltando y defendiendo altos muros roqueros, quemando y robando las cosechas Pinturas con cuento. Pág. 64
  • 68. de las gentes de los otros. El escudo de la Atalaya del Puerto de Tíscar Los primeros tratos con estos señores los tuve por mediación de FLOR NUEVA DE ROMANCES VIEJOS de don Menéndez Pidal. Ya el propio título predispone a caer en el encanto de la épica y del romanticismo, en el olor viejo del papel de las novelas antiguas que cuentan hazañas heroicas locales y en el color perdido de los muros derrumbados, de mampuesto y de tapial, que se esconden entre los zarzales de rincones olvidados. Cuento entre mis episodios favoritos el romance de Abenamar, aquel gran felón y traidor que, disimulando sus malas artes en el tintineo de las campanillas de la canción, terminó pasando hasta por bueno. También me gusta el de la pérdida de Alhama del que parece que hay o había versión en Portugal: ”Ay minha Alfama”. Y quizás entre los mejores y más dramáticos, aquél de “Álora, la bien cercada” donde le hicieron gran traición al Adelantado Mayor, tan grande que lo mataron. Con el tiempo descubrí que más allá de don Ramón también había romances. Alguno que incluso acabó siendo de mi predilección como aquel del cerco de Baeza o aquel otro que empieza “Caballeros de Moclín, peones de Colomera…” Tanto leí estos episodios y tan seguido que de no ser por mi trasfondo fuertemente burgués que lo impidió, se me hubiera secado el seso y andaría hoy en grandes cabalgadas a lomos de coche por esas carreteras de las sierras en busca de hidalgos moros. Pero resulta que además de mi parte conservadora se me cruzó San Juan de la Cruz y de inmediato cambié a Reduán y a los suyos por otros versos. Por aquellos que dicen “por toda la hermosura nunca yo me perderé, sino por un no se qué que se alcança por ventura”. Y frecuenté nuevos lugares y dejé de frecuentar aquellos que frecuentaba. Que yo sepa no existe romance que corra por las sierras de Quesada y Tíscar. Novela histórica romántica del diecinueve sí, pero romance no. Y aun sin romances, Los Picones son la pura idea de frontera, son una fina membrana que pasando por el filo de las piedras separa las vertientes. La del norte es la de los horizontes abiertos, la de las olas de olivar que avanzan por los llanos y que suben y bajan por los cerros, que solo acaban cuando acaba el horizonte. La del sur es la de los barrancos y las ramblas, la de los suelos altos y desnudos donde apenas vive algún almendro helado a la sombra del techo de nieve en el que está enterrado, dicen, el sultán Muley Hacén. Pongo abajo fotografías que así lo acreditan. Pinturas con cuento. Pág. 65
  • 69. También, y como se sabe, desde los Picones se ve la torre del Castillo de Tíscar y se ve desde arriba y a lo lejos Quesada en la otra parte. Se ve pero en los días claros también se oyen las voces de la gente, los coches y los ruidos que salen del caserío. La relativa lejanía es la bastante para desenfocar las formas y borrar lo detalles de manera que hoy, como siempre, solo se ve una mancha blanca compuesta por fachadas punteadas de ventanas. En su coronación, la torre de la iglesia. Se ven desde aquí las mismas cosas que se veían y que fueron hace ya muchos años. Al norte, Quesada Al sur, Tíscar y la Sierra de Baza Se ven las aceras llenas de sillas con gente que mira y que sólo alguna vez habla y se ven los camiones cargados de paja renqueando por las cuestas de una carretera casi vacía. Aprovechan la gente y los camiones la fresca de la noche. Y es verdad también que se ven mis recuerdos desde esta atalaya, especialmente los días con viento norte que son los mas transparentes. Como se ve, los Picones son también la frontera que separa el presente del pasado. Que separa, pero que a la vez junta como toda frontera: permite ver los dos lados con solo girar la vista: a un lado se ve uno, el otro al otro lado. Al norte, olivares Al sur, barrancos pelados Cada vez que puedo me acerco a los Picones. Es un paseo muy agradable. Las hojas afiladas de los pinos amplifican y modulan el sonido del viento. En el cielo peñas y buitres, en el suelo todas las hierbas de olor y los surcos secos de regatos espontáneos que dejaron en el carril las últimas tormentas. Es un paseo agradable que me gusta hacer siempre que puedo, con el viento frío del invierno y con la luz templada del verano al caer la tarde. Me gusta asomarme al filo de piedra y mirar aquel pasado que solo desde aquí se puede volver a ver y verlo mezclado con el presente local del que ya no formo parte. Pinturas con cuento. Pág. 66
  • 70. El sol cuando acaban los días de julio se va rasando el suelo y mancha de dorado el cristal de mi cámara digital. Eso es lo que hoy he pintado. De “Álora la bien cercada” “Entre almena y almena - quedado se había un morico con una ballesta armada - y en ella puesto un cuadrillo. En altas voces decía, - que la gente lo había oído: ¡ Tregua, tregua, Adelantado, -por tuyo se da el castillo! Alza la visera arriba, - por ver el que tal le dijo, asestárale a la frente, - salido le ha al colodrillo. Sacóle Pablo de rienda, - y de mano Jacobillo, estos dos que había criado- en su casa desde chicos. Lleváronle a los maestros - por ver si será guarido. A las primeras palabras, - el testamento les dijo" Pinturas con cuento. Pág. 67
  • 71. Paseo de invierno con perros por la playa martes, 6 de septiembre de 2011 Playa de Cabopino en invierno. Photoshop. 65x50. 2011 Invierno, playa de Cabopino. Los fondos arenosos revueltos por las corrientes se reflejan en la superficie cuarteada del mar que el viento mueve rítmicamente, como los engranajes de un móvil. Ese mismo viento a empujones arrastra las nubes por el cielo y salpica de humedad las plantas al borde de las dunas. Torre Ladrones Los nuevos colores del mar Pinturas con cuento. Pág. 68
  • 72. El mar, sin moverse, nunca se para y menos aún en días embravecidos como este. Reflejos amarillentos y verdosos pelean por mantenerse a flote y luces medio tristes y medio brillantes llegan por levante. Las olas martillean con monotonía de cante de fragua. El temporal arranca arenas y algas de los suelos y las lleva a la superficie, las hunde y las vuelve a levantar cambiando los colores convencionales de la estampa: desaparecen los azules sustituidos por ocres verdosos, detrás de los remolinos de espuma las luces de bombilla antigua, medio brillantes y medio tristes, tiñen de amarillo el horizonte. Una zódiac abandonada. Está rota y tiene un pie en el agua y el otro en la arena. No parece de recreo, parece más bien de trabajo. Pero está demasiado vacía para haber transportado personas, dentro no quedan restos de cosas de pobre. Tiene toda la pinta de que los viajeros han sido cosas. Si el transporte hubieran sido personas ya las habrían alcanzado porque corren mucho menos que el humo y el aroma de las cosas y aquí no se aprecia indicio alguno de éxito policial. Quien fuese, cruzó el mar de noche y desembarcó disimulando en medio de la oscuridad. Eso si, no olvidó el motor que dicen que es lo más caro. Pero han sido cosas las que ha viajado en esta zódiac. Palmeras desconcertadas Y aunque han sido cosas y no personas, encajarían aquí unas cuantas reflexiones y excursiones verbales sobre los viajes de quien se ve obligado a cruzar este u otro mar. Sería apropiado decir que hay quien cruza el mar varias veces y en sentido contrario y que hay quien no lo hace nunca ni sale de su pueblo. Y se podría continuar diciendo que hay quien tiene la suerte de cruzarlo en un día de calma y quien se ve zarandeado por el temporal en una noche negra. También, que hay quien lleva mucha cosa encima y quien no lleva nada, quien va solo y quien va con muchos, quien tiene que correr al desembarcar y quien es adulado al pisar el suelo, quien es devuelto al llegar y quien alcanza una nueva vida. Si estuviéramos en un bar con cerveza o vino delante, con tapas y buen público, iríamos subiendo el tono de la conversación hasta alcanzar registros de innegable hondura: que todos, al fin, hacemos alguna vez un viaje aunque sea solo uno, que los viajes de las cosas no tienen ninguna poesía porque se rigen por las normas del comercio (lo cual espero demostrar alguna vez que no es cierto) y otras profundidades filosóficas de similar tenor. Tanto más airosas y deslumbrantes cuanto mejor o más repetido sea el vino y menos prudentes sean los contertulios. Pero lo cierto es que no estamos en ninguna taberna, que el viento es frío y que solo se escucha la métrica cansina de las olas, ABC, ABC, ABC… Pinturas con cuento. Pág. 69
  • 73. Reflejo de luz furtiva Las plantas de las dunas Pasear por la playa en invierno es como sentarse delante de una chimenea (creo que ya lo he dicho otras veces). La vista se pierde mirando a ninguna parte y el pensamiento se deja llevar por el ritmo de las llamas y de las olas. En la orilla, la melancolía se vuelve hacia el horizonte buscando cosas perdidas, cosas pasadas, lo que no volverá. Hoy, es invierno. ¿Y dónde están los perros en el paseo? Pues eso, que no paran. No me hacen ni puto caso. Los llamo para que hagan una bonita estampa en la foto y se van a la parte contraria. No dejan de moverse, siempre por donde ellos quieren. Si salen en alguna imagen será porque pasan delante del objetivo, no por otra cosa. Esa es la razón de que no haya podido sacarlos en el dibujo. Están muy consentidos. Mirando al horizonte a las olas, a la lumbre Pinturas con cuento. Pág. 70
  • 74. Olivas domingo, 18 de septiembre de 2011 Olivas. Acrílico y óleo sobre lienzo. 65x50. 2011 Seguro que alguna vez en algún sitio de la provincia, alguien ha pedido en un bar olivas y le han contestado que ellos son taberneros y no tratantes de fincas. Y es que como cualquiera sabe, en Jaén, fuera parece que no, la oliva es un árbol y no es otra cosa. Olivas Olivar La oliva es el árbol y su fruto es el billete. Recién salido de la flor es verde y se suele Pinturas con cuento. Pág. 71
  • 75. conocer como aceituna. Al avanzar en su desarrollo se oscurece y alcanza en sus estadios finales tonos azulones y morados decididamente oscuros. Con los primeros hielos del invierno ya está completamente formado. El individuo adulto, de brillantes colores y cintas de reflejos plateados, dedica su corta vida a reproducirse. A tal efecto despliega una elaborada ceremonia nupcial, muy vistosa y admirada año tras año por incontables aficionados. Así, refiriéndose a este cortejo se dice: “Dinero llama a dinero” pues también es conocido el fruto por ese nombre. Respecto a los suelos que habita la oliva los hay de una amplia gama ya que es un árbol sufrido que se adapta a casi cualquier circunstancia. A veces los suelos son rojos como ocurre en Vilches y Arquillos, por ejemplo. Cito estos lugares expresamente porque se me viene el recuerdo de cuando en mis tiempos de estudiante cruzaba con mi hermano por allí, camino de Quesada o de vuelta a Madrid, en un seiscientos pintado a brocha. Más suelos: en Quesada y alrededores son blancos, pero siempre que no sea de noche y sin luna porque entonces son negros. En las noches de luna llena cambian a un azul muy tenue, plata brillante claro. Los campos y paisajes donde viven pueden ser llanos, los menos, quebrados o alomados, de horizontes abiertos que se pierden en sierras de varias provincias o cerrados por algún cerro que abusa del primer plano. Los aires que cubren estos paisajes a veces son opacos, por la niebla o por las lumbres de los aceituneros, y a veces son completamente transparentes como es el caso después de un temporal o en los días de viento norte. Las olivas se disponen en el terreno de muy distintas maneras: a su aire, guerrilleras y anarcoides, que se colocan donde quieren sin sujetarse a regla alguna o bien son absolutamente disciplinadas, agrupadas en formaciones perfectas y severamente reguladas. Las olivas son todas distintas, por su entorno y por ellas mismas. Por ellas también, pues hay quien dice que tienen su propio temperamento y que por eso en un mismo suelo, clima y dueño las hay reservadas y las hay vigorosas, las hay exuberantes y las hay enfermizas, duras y blandas. Pero siendo absolutamente distintas, de una individualidad casi absoluta, todas juntas, estén donde estén, sea de día o sea de noche, todas juntas son un olivar. No es esta chica lección en estos tiempos y es de mucho provecho para determinados colectivos amenazados, incluso para casi todos. Salta una liebre cuando aun no ha salido el sol por entre los troncos, que ya eran viejos para la gente vieja, en el Olivar Viejo. Amanece con brillos verde suave, brillos gris con verde, verde claro, verde oscuro apagado. Se pierde la liebre en cuatro saltos ribazo arriba. Al otro lado del barranco el solano vuela entre las hojas, las agita y las entrechoca haciéndolas sonar con un zumbido sordo y apagado que sube y baja, que va y que viene. Hay una enorme cantidad de tipos y variedades de oliva. Casi cada lugar tiene la suya y se distinguen por el tamaño y por el valor facial del fruto, por su porte, etc. No obstante, todas las variedades conocidas se pueden agrupar en dos grandes Pinturas con cuento. Pág. 72
  • 76. familias: olivas propias y olivas ajenas. Se diferencian porque el fruto de estas últimas no es comestible ni se puede abonar en cuenta. Olivar viejo Finalmente, se hace preciso hablar de la muerte de las olivas, porque también les llega su San Martín. Mueren en las chimeneas dando calor, olor y color al vino y a la mecedora, a la tapa de queso y al pan. Sus quejidos agónicos, las chispas que saltan y los crujidos de las ascuas, no son atendidas por el pensamiento que, en vigilia, duerme. Muerte de la oliva Pinturas con cuento. Pág. 73
  • 77. NATO OGI jueves, 13 de octubre de 2011 Vermú con soldadito de Pavía sin pimiento. Acrílico y óleo sobre lienzo. 65x50. 2011 (Para los que no lo pillen: significa OTAN NO) De la taberna en cuestión me gusta y no hay porqué disimularlo, el vermú. Es de barril, con su chorrito de ginebra, hecho con sifón de sifón, en vaso ancho y recio. La rodaja de limón corta el exceso de colores morados y granates de la bebida. Morados y granates que se extienden por los azulejos multicolores del zócalo, por el suelo y la barra cuadrada, por la luz que atraviesa los vidrios de las lámparas. Todo es magenta y carmesí. Al menos así me lo parece en la memoria cuando lo pienso. Y seguramente que parecerían muy distintos si los pudiéramos poner el uno junto al otro, pero este bar se parece a otro bar que hay (o había) en la otra esquina del mar. Aquel también es (o era) céntrico pero a la vez también como de barrio. Son uno y otro de públicos tan distintos que se ofendería ambos con la mutua comparación. El uno es más nocturno, el otro más de mañana, el uno más de orden y el otro más de buscar un rato de desorden de todos los sentidos. Pero los dos como un poco de pueblo, de parroquianos, de costumbres fijas: los unos que cada mañana vuelven, contentos de poder continuar volviendo un día más, los otros que vuelven cada noche buscando, en su deseo, empezar otra noche más. No Pinturas con cuento. Pág. 74