El Legado de Walter Gropius y Frank Lloyd Wright en la Arquitectura Moderna_c...
Pinturas con cuento 2011-14
1. Pinturas con cuento
Cuentos con pinturas, pinturas y cuentos que acompañan a las fotografías.
Pinturas (y dibujos digitales) con su cuento y su historia, significados y
motivaciones. Se incluyen fotografías que a veces explican y otras sólo
acompañan al dibujo, al cuento o a los dos.
VOG
vortizg.com
2. indice
¡Viva París! Introducción primera 1
Introducción segunda 3
El Talgo de Granada en Chamartín 4
Tejas 6
Sierra de Quesada en invierno 8
Tetuán 10
Montes con almendros 12
La Telefónica desde Vázquez de Mella 14
El Estrecho 16
La Concha 19
Las garzas de Medusa 21
La cafetería del Talgo 24
Grillo cojo 26
Ribera del Benabola 28
Iconografía de la Virgen de Tíscar 30
El sol desaparece sobre Baeza 34
Montes de Muza y Tarik 36
El otoño en el chopo de la alberca 39
El sol de la mañana en el pinar de Juanar 42
Puerto Banús sin barcos 44
El pasado no es Historia, es Geografía 47
Los últimos rayos del sol de febrero 50
Las tardes del verano 52
El Cambio en Ancha de la Virgen 56
Los dedos del amanecer en Puerto Ausín 61
3. La Frontera en los Picones del Puerto de Tíscar 64
Paseo de invierno con perros por la playa 68
Olivas 71
NATO OGI 74
Adios a la luna en la Vega 78
Cosas de cuando Madrid 84
Nuevo otoño con Mulhacén en el horizonte 89
Buscando galaxias lejanas 92
Perfil de la Sierra de Quesada 96
Cara norte de la Sierra de las Nieves 98
Batalla naval a escala 1:1 102
Nuevas tardes de verano y reivindicación de sus frutos 106
Las mañanas, las noches y el paso de los años 110
Extranjero en su propia tierra:olivo y mimosa 113
Lluvia de lunas (Perseidas lunares) 118
El cielo se cae sobre nuestras cervezas 122
Marbella desde una barca, en la distancia 125
Postal de Quesada. Vista parcial 129
Antes llovía más 134
Parra, pino y peral 137
Llueven billetes. 143
Antenas y repetidores 146
Luci camino del Cerro del Sol 150
Paseos de atardecer por la playa. Autorretratro con Lobo 153
Adiós 157
4. ¡Viva París! Introducción primera
Fragmentos de la conferencia de Federico García Lorca "Teoría y juego del duende"
(1933). Habla de una actuación de Pastora Pavón, La Niña de los Peines. En mi
opinión, es una sentencia definitiva sobre cualquier tipo de creación artística, a la
que sitúa en un mundo distinto y ajeno al de las formas y las técnicas.
"Una vez, la "cantaora" andaluza Pastora Pavón, La Niña de los Peines, sombrío
genio hispánico, equivalente en capacidad de fantasía a Goya o a Rafael el Gallo,
cantaba en una tabernilla de Cádiz. Jugaba con su voz de sombra, con su voz de
estaño fundido, con su voz cubierta de musgo, y se la enredaba en la cabellera o la
mojaba en manzanilla o la perdía por unos jarales oscuros y lejanísimos. Pero nada;
era inútil. Los oyentes permanecían callados. (...) Pastora Pavón terminó de cantar
en medio del silencio. Solo, y con sarcasmo, un hombre pequeñito, de esos
hombrines bailarines que salen, de pronto, de las botellas de aguardiente, dijo con
voz muy baja: "¡Viva París!", como diciendo: "Aquí no nos importan las facultades, ni
la técnica, ni la maestría. Nos importa otra cosa".
Entonces La Niña de los Peines se levantó como una loca, tronchada igual que una
llorona medieval, y se bebió de un trago un gran vaso de cazalla como fuego, y se
sentó a cantar sin voz, sin aliento, sin matices, con la garganta abrasada, pero... con
duende. Había logrado matar todo el andamiaje de la canción para dejar paso a
un duende furioso y abrasador, amigo de vientos cargados de arena, que hacía
que los oyentes se rasgaran los trajes casi con el mismo ritmo con que se los rompen
los negros antillanos del rito lucumí, apelotonados ante la imagen de Santa Bárbara.
La Niña de los Peines tuvo que desgarrar su voz porque sabía que la estaba oyendo
gente exquisita que no pedía formas, sino tuétano de formas, música pura con el
cuerpo sucinto para poder mantenerse en el aire. Se tuvo que empobrecer de
facultades y de seguridades; es decir, tuvo que alejar a su musa y quedarse
desamparada, que su duende viniera y se dignara luchar a brazo partido. ¡Y cómo
cantó! Su voz ya no jugaba, su voz era un chorro de sangre digna por su dolor y su
sinceridad, y se abría como una mano de diez dedos por los pies clavados, pero
llenos de borrasca, de un Cristo de Juan de Juni."
Pinturas con cuento. Pág. 1
5. Pastora Pavón, Niña de los Peines
Es lo mismo que ya había dicho San Juan de la Cruz:
Por toda la hermosura
nunca yo me perderé,
sino por un no sé qué
que se alcança por ventura.
Pinturas con cuento. Pág. 2
6. Introducción segunda
Nunca he tenido TALENTO SOCIAL.
Ni
para venderme ni para relacionarme ni para nada fuera de la barra del bar
(pequeña y conocida).
Cuando
pude no me esforcé por buscarlo (aprenderlo), o no pude o no quise o no lo
trabajé lo suficiente. Estaría en otras cosas (y rara vez en dos de ellas a la
vez).
Nunca
(habrá quien no lo crea ¿o sí?) dominé el arte del manejo social (en realidad,
un poco hurón).
Ahora
(siendo ya una especie de pre-retirado)
sería tontería intentarlo. Oirían mi voz
sin escucharla, sin levantar la mirada para mirarme a la cara (eso que ganan).
Pinturas con cuento. Pág. 3
7. El Talgo de Granada en Chamartín jueves, 24 de marzo de 2011
El Talgo de Granada en Chamartín. 2002. Óleo sobre lienzo. 55x46
Desde el 2000 al 2006 pasábamos más o menos un fin de semana en Madrid y otro
en Granada. La vuelta el domingo por la tarde en autobús era un coñazo. Sobre
todo para mí que como es norma me meaba continuamente y tenía que
aguantarme y esperar a la parada en Almuradiel. Algunas veces llegaba para
reventar. Por eso, de cuando en cuando me volvía en el tren. Aunque tardaba seis
horas y media tenía dos ventajas: la fila de asientos individuales permitía ir en
ventanilla sin el agobio de que alguien fuera a tu lado, se durmiera y lo aplastara a
uno. La segunda ventaja era que tenía servicio y podía mear cuanto y cuando
quisiera. Aprovechaba además el viaje para leer (en el tren leí por ej. la biografía de
Chavela Vargas) y cuando al cabo de las horas el culo ya dolía, me levantaba a
echar una cerveza (o dos) en la cafetería y de tapa una lata individual de
aceitunas rellenas. Hasta que Continental puso el autobús VIP con servicio, con
catering y sin paradas (sólo cinco horas menos cuarto) el tren fue la mejor
combinación. La más cómoda.
Dada mi concepción germánica (sin germanofilia) de la puntualidad, llegaba a la
estación media hora antes que aprovechaba fumando ducados sin parar y
Pinturas con cuento. Pág. 4
8. paseando, el andén arriba, el andén abajo, para compensar la inmediata sentada
de horas.
Por aquel entonces empezaba yo a utilizar el pc para hacer dibujos, bocetos y así.
Utilizaba Paint y el ratón, que con el pulso que tengo no es cosa de poco
mérito. Conservo algunos borradores probando colores, fondos, etc.
Pinturas con cuento. Pág. 5
9. Tejas jueves, 24 de marzo de 2011
Tejas. 2001. Óleo sobre lienzo. 60x46
Mi casa en Ancha de la Virgen era un tercero. La mayoría de las casas del barrio
eran, son, de dos plantas. Quedaba por tanto la mía por encima de las vecinas. Y se
veía desde los balcones un paisaje de tejados, miradores, antenas de televisión,
antiguos postes abandonados de tendido eléctrico y telefónico... Los plátanos del
Campillo y el torreón de Bibatuabín cerraban el horizonte. Como corresponde al
barrio, todo se veía un poco viejo y decadente.
Y en los tejados y en todos los rincones, muchas palomas y algún gato. Era muy
entretenido verlas palomas pelearse, aparearse, poner huevos en los canalones.
Estaba uno en su balcón, en una de esas tardes achicharrantes de verano, al poco
de irse el sol, espiando y observando a las palomas como si uno fuera uno de esos
que hacen reportajes de vida salvaje para la segunda cadena. Lo mismo o muy
parecido, pero en casa de uno con cerveza fresquita y sin leones.
Pongo aquí una foto que hice la madrugada de un día de diciembre de 2004,
preparándome para ir a trabajar mientras fuera caía aguanieve. Tejas, antenas,
viejos tendidos... Lo que decía antes.
Para la pintura de hoy partí de la foto de un tejado, Ancha de la Virgen esquina San
Jacinto. Sobre esa misma hice luego alguna prueba de color: Posteriormente hice
un primer boceto en Paint. A la mitad del trabajo una foto digital del estado de la
pintura que volvía a retocar para probar colores. Me doy cuenta que esto que yo
Pinturas con cuento. Pág. 6
10. hacía era de una gran modernidad o modernura. Lástima que nadie más que yo
sabe que ya lo hacía allá por el año 2001. Y como no lo patenté...
Pinturas con cuento. Pág. 7
11. Sierra de Quesada en invierno domingo, 27 de marzo de 2011
Sierra de Quesada en invierno. Óleo y acrílico sobre lienzo. 61x46. 2009
La tarde de nochebuena de 2008, recién llegado de Granada, me subí a la azotea
con la cámara. Aunque con tanta construcción cada vez se ve menos paisaje aun
se podía, puede, disfrutar de buenas vistas. Hacía una tarde casi "como las de
antes", de olor a lumbre y a humedad fría y con una luz mortecina que acentuaba
todos los matices invernales. Aprovechando el zoom y como me gustaban los
colores y la tarde, hice unas cuantas fotografías, casi buscando ya con el encuadre
la composición definitiva de una pintura. En este caso salió casi tal cual. Sin
necesidad de borradores previos, pintando directamente con el objetivo de la
cámara.
Pinturas con cuento. Pág. 8
12. Mirando a través de la cámara me llamó la atención la silueta de los pinos sobre el
fondo blanco. Los pinos de las zonas altas de la sierra. Creo que, son, de la especie
salgareño o negral ("Pinus Nigra"). En los rincones más apartados donde están los
más viejos tienen formas espectaculares, con troncos grandes y rectos y ramas que
tienden a la horizontalidad. Como digo, desde el objetivo de la cámara los veía
perfectamente destacando sobre el fondo de nieve. Llevé su recuerdo a la
composición para que, al igual que lo hacían aquella tarde de nochebuena,
mandaran en ella los pinos y la nieve. Sólo falta el humo de las lumbres.
Pinturas con cuento. Pág. 9
13. Tetuán martes, 29 de marzo de 2011
Puerta de la Medina de Tetuán. Cera y óleo sobre cartulina. 65x51. 1993
(Texto escrito en la imagen: "Vista de una puerta de la Medina de Tetuán con un
gran angular. Diciembre, mediodía y llueve")
En diciembre de 1992 fuimos por primera vez a Tetuán a ver a Juan F. Ochoa. A raíz
de aquella visita, empecé a buscar y leer todo lo que encontraba sobre Marruecos,
el Protectorado y las guerras consecuentes. Y por supuesto, toda clase de literatura
sobre el tema: Desde "Diario de un Testigo de la Guerra de África" a la "Forja de un
Pinturas con cuento. Pág. 10
14. Rebelde". También alguna que otra extravagancia como "Papeles de la Guerra de
Marruecos" del Sr. Franco y alguna rareza, como "Geografía de Marruecos y
posesiones españolas de África" de 1920. Este. libro de texto en la Academia de
Infantería de Toledo, lo compré usado por dos hermanos de apellido Pavía
¿parientes del General? que pusieron en él sus firmas, su compañía y sección, y le
añadieron subrayados, notas, etc. ¿Moriría alguno de ellos en alguno de los lugares
que estudiaron en el libro?
El caso es que fuí yo quien setenta años después casi se queda para siempre en la
capital del Protectorado. Y no por culpa del disparo de algún cabileño, seguidor de
Abdelkrim o esbirro del Raisuni, sino por culpa de una tortilla de patatas y de una
instalación chapucera y suicida que hizo Juan en la hornilla de gas de la cocina.
Con razón la asistenta le sisaba el aceite de oliva: se jugaba la vida a diario!!!
La vista en cuestión procede del paseo que dimos el sábado por la mañana de
aquel fin de semana. La compuse utilizando un par de fotos convenientemente
recicladas y recreadas por mis propios recuerdos. En esos recuerdos dominaba la luz
invernal y el cielo cerrado y oscuro encima de casas blanquísimas. Creo que fue de
lo último que hice con cera y óleo. Por cambios radicales en mi vida no volví a pintar
nada o casi nada hasta el 2001.
Pinturas con cuento. Pág. 11
15. Montes con almendros domingo, 3 de abril de 2011
Montes con almendros. Oleo y acrílico sobre lienzo. 65x50. 2011.
A finales de noviembre, camino de Marbella y al pasar Casabermeja, donde la
autovía entra enroscándose con el río en el barranco del Guadalmedina, me dí
cuenta de que por allí ya estaban en flor los almendros. Blancos y rosas
alternándose por los paredones de los montes. Las muchas lluvias del invierno
habían convertido el paisaje, de natural reseco, en otro húmedo y verde. Enseguida
me di cuenta de que tenía que hacer algo con eso. El tráfico y la falta de
apartaderos me impidieron parar y hacer unas fotos con las que fijar el recuerdo.
Cuando llegué, a falta de imagen apunté las palabras que me pudieran ayudar
más tarde a recordar: Pino, encina, algarrobo. Rojo, ocre, tierra húmeda. Hierba
mojada, flores blancas y flores rosadas. Cielo blanco, azul claro muy difuminado
manchado en alguna parte de gris.
Por esas web busqué fotos de la zona pero todas eran de verano o de primavera,
muy verdes pero sin almendros en flor o muy áridas, amarillas con apenas alguna
hoja con algo de verde.Y estaban tomadas desde lugares altos, sin esa hondura
que se ve junto al río, desde la autovía agobiada por paredones de tierra que
impiden cualquier horizonte excepto el vertical. De manera que tuve que hacer las
Pinturas con cuento. Pág. 12
16. cosas como antes, con un lápiz y un papel (que no conservo). Luego a Paint para
los sucesivos borradores. Aquí pongo alguno. El resultado, el que veis arriba.
Pinturas con cuento. Pág. 13
17. La Telefónica desde Vázquez de Mella martes, 5 de abril de 2011
Plaza de Váquez de Mella. Óleo. 65x50. 2002
Muchos sábados bajábamos en el autobús 27 hasta Cibeles. Dábamos un paseo
haciendo hora para la cena y recalábamos en el bar XXX, en la calle Clavel, para
tomar una o dos cervezas. Ese sitio me gustaba porque tenía mesas en
los ventanales y se podía ver pasar a la gente, a los guiris con una guía en la mano
buscando donde cenar paella, a los taxistas encabronados con los coches
aparcados en doble fila que complicaban el tráfico y cosas así. Se podía disfrutar
tranquilamente del transcurrir de la vida sin levantarse de la silla. Una afición a la
que los antiguos sin televisión eran grandes aficionados, especialmente las tardes y
noches de verano en los pueblos.
Pinturas con cuento. Pág. 14
18. Desde allí, camino del restaurante, había que cruzar la Plaza de Vázquez de Mella.
No tenía ni tiene mucho de especial pues por mucho que la remocen y le hagan
hoteles caros, no pierde el aspecto de solar sin edificar, donde cada fachada es de
su padre y de su madre, casas pensadas para calles estrechas donde no se las ve
nunca juntas y de frente.
Pero lo bueno es que por una esquina se asoma la Telefónica, edifico que siempre
me atrae y más en aquel año en el que descubrí las andanzas de Arturo Barea
durante la Guerra. Ese primer rascacielos lleno de reporteros como los que vemos
ahora en los telediarios y convertido en observatorio, continuamente
bombardeado, del frente de la Casa de Campo.
Por la noche el reflejo de la luz de la calle, el reloj iluminado en rojo y las balizas
aéreas del remate, le dan un toque de torre de catedral tecnológica y laica siglo
XX. Su vista desde esta plaza tiene la gracia de ser una perspectiva de costado,
casi de espaldas, distinta a las habituales. Por eso y por otros muchos recuerdos, me
gusta.
Pinturas con cuento. Pág. 15
19. El Estrecho jueves, 7 de abril de 2011
Atardecer en el Estrecho. Óleo y acrílico sobre lienzo. 2009. 55x46.
Las pocas cuantas veces que he cruzado el Estrecho ha sido en invierno y de noche.
En una de esas ocasiones había tan mala mar y dentro del barco era tan
insoportable el ambiente por el olor a vomitonas recocido en la calefacción, que
hice el viaje fuera, en cubierta. Fuera a pesar del viento, de la lluvia, de la oscuridad
que salpicaba espuma por todos lados en una noche absolutamente negra. De
manera que la imagen que guardo del interior del Estrecho, sin necesidad de añadir
imaginación, es la de mar tenebroso, el fin del mundo que marcó Hércules con sus
columnas para que nadie tuviera duda de que más adelante, ni se podía ni debía
pasar.
Pinturas con cuento. Pág. 16
20. Monte de Muza
Desde fuera del propio Estrecho, desde fuera de sus aguas, las ocasiones han tenido
más luz y menos mareo. No procede aquí glosar la cosa del cruce de civilizaciones,
de los abismos culturales y de las migraciones de pájaros y personas. Y no lo haré,
claro. Porque lo que me atrae de este Bósforo rural antípoda de aquel urbano, es el
trasiego interminable de barcos de todos los tamaños y pelajes: petroleros,
submarinos y portaviones, cargueros, ferris y pesqueros ordenados en fila,
guardando su derecha en la angosta travesía. Me atrae la orilla vista desde la otra y
aquella desde esta, las Columnas avisando de los abismos, el monte de Tarik y el
monte de Muza, Ceuta y Gibraltar intercambiados...
Tánger y Ceuta
Desde aquí (también desde allí) se ven tan claramente las casas, las piedras, los
lugares del contrario, que imagino que en las varias guerras pasadas, en la de
ODonnell marchando contra Tetuán o en la del Protectorado, se podrían distinguir
´desde los miradores de aquí las batallas y las explosiones. Podrían distinguir las
luchas aquellos que no cruzaban y se quedaban tras la barrera. Como podrían
distinguirlas desde los barcos, cruzando, los soldados de S.M. Los que volvieron y los
que a la fuerza para siempre se quedaron.
Varias calles de Quesada tenían o tienen, no se ya, nombre de muertos locales en
Marruecos. Ignoro, claro, si alguno de ellos cruzó por aquí. Si así fuera, el o
los difuntos ilustres, con calle a su pesar, estarían recién salidos del pueblo del que
jamás habían salido. Pobres y con hambre, seguramente mareados, verían el humo
de las bombas desde el mareo de la travesía y las vomitonas. Pobre gente
cruzando a la tierra de gente pobre y con hambre para morir sin saber porqué. El
problema que tienen los muertos al servicio de S.M. es que no se pueden cagar en
los de S.M. porque ellos ya lo están y los muertos no cagan. Y los demás nunca nos
hemos preocupado de hacerlo en su nombre.
Pinturas con cuento. Pág. 17
21. Columnas de Hércules
Retomo el hilo que me voy. A levante de Gibraltar siempre hay muchos barcos
como aparcados. Desconozco la razón. Imagino que lo hacen por ahorrar las tasas
de puerto o algo así de poco recorrido poético (aunque sí paisajístico). La vista que
traigo hoy es un atardecer en el Estrecho con el sol arrastrándose por el agua y las
bandas de niebla a media altura cruzando de un mar al otro. No recuerdo bien
desde donde la vi. Puede que desde la carretera de Ronda a través del tele de la
cámara. O puede que la imaginara juntando jirones de memoria, de
varios momentos y de varios miradores. No lo se. Pero me da igual. Porque vista,
soñada o imaginada la imagen es real y se la dedico a mis paisanos difuntos que
murieron en guerras absurdas defendiendo a S.M. y a los que pagaron con la placa
de una calle. Las placas de las calles, que se sepa, nunca quitaron hambre.
Pinturas con cuento. Pág. 18
22. La Concha domingo, 10 de abril de 2011
Concha. Óleo y acrílico sobre lienzo. 65x54. 2010.
Pintar algo de Marbella y pintar la Concha no es muy original. Es como ser de
Quesada y pintar una Virgen de Tíscar (que también lo he hecho) Digamos que es
una obviedad tal, que la haces y la Posteridad inmediatamente te borra de su lista y
se olvida de ti. Evidentemente para siempre jamás. Es tan poco original que hasta
en un restaurante obsoleto y destartalado cerca de casa le tienen hecha una
vidriera. Paseando a los perros por su trasera, entre mierda y mierda, le hice una foto
con el móvil. Aquí la pongo.
Vidriera de la Concha
Pinturas con cuento. Pág. 19
23. Pero a pesar de todo lo dicho, lo cierto es que desde que empecé a tener una
relación más cercana con Marbella, siempre la tengo delante: Paseando por la
playa, en la terraza, en el Lago de las Tortugas, de día y de noche, al ir y al volver.
Igual que la Virgen de Tiscar en Quesada pero sin cofradía.
Se ve desde todas partes y eso es porque desde arriba se ven todas esas partes. No
lo he visto pero me lo han contado y lo he visto en fotografías ajenas. A pesar de mi
interés por subir creo que hay un paso delicado en la senda y como tengo un poco
de vértigo me da miedo. He tenido pesadillas tremendas de que se me caían los
perros por el despeñadero. Como si puestos a imaginar no fuera cien veces más
fácil que rodaramos mi barriga y yo.
Aunque a la Concha no, al pico Juanar sí he subido y como las vistas deben ser
relativamente parecidas, traigo aquí un par de ellas.
Esta imagen de la Concha que cuelgo hoy es de la cara suroeste. Cuando caen la
tarde y el sol, se descubre una composición de formas piramidales, unas de luz y
otras de sombra, que se agrupan en pirámides de superior nivel hasta formar la gran
pirámide que es la Concha. Una compleja estructura aunque parezca una sencilla
montaña a la que apenas se mira.
N.B. 3 años después, sí conseguí, por fin, llegar a la Concha
Pinturas con cuento. Pág. 20
24. Las Garzas de Medusa lunes, 11 de abril de 2011
Garzas de Medusa I. Excel-Paint. 2011
Garzas de Medusa II. Excel-Paint-Photoshop. 2011
Pinturas con cuento. Pág. 21
25. A unos cien metros de la playa y a otros quinientos de Puerto Banús, en la
desembocadura del río Verde del que toma nombre, hay una villa romana siglos I-III.
Está escondida en medio de casas, apartamentos, hoteles y urbanizaciones,
ignorada y dejada de lado por la circundante ostentación y exceso y por los
vistantes de la ostentación y del exceso ajeno que pasean por las cercanias. Ni
nacionales ni guiris ni locales reparan en su existencia.
Al parecer, la villa era la vivienda de los señoritos de una inmediata factoría de
salazones. La parte industrial estaría entre la villa y el mar. En la pequeña zona
residencial los mosaicos son muy escasos en color. Las teselas son blancas o grises
en su mayoría. Lo que ahora nos parece cosa obvia e irrelevante, la disponibilidad
de todo tipo de colores en todos los soportes imaginables, no ha sido siempre así.
Cada color suponía un problema técnico, comercial y un coste a menudo muy
elevado. La policromía era cosa de ricos o de muy ricos. Cuanto más color más
billetes (por eso nunca son grises)
Mosaico de Medusa
El mosaico más conocido de la villa es el de Medusa. Rodean a la gorgona patos,
flores, garzas y copas. La primera versión que hice de las garzas del mosaico fue
para un óleo. Elegí a esta pareja de entra las cuatro que tiene el mosaico no por
otra razón sino por ser la que mejor se veía en la foto que hice. Hace unas semanas
saqué a los pájaros del lienzo y los llevé a Excel donde les fui creando alrededor un
mosaico curvo e irregular, añadiendo, borrando y cambiando formas y geometrías.
Cuando quedé conforme trasladé la plantilla a Paint. En un lateral hice recuadros
con toda la gama de grises que iba a utilizar y los numeré para no confundirme. Fui
colocando las teselas de una en una, copiando los colores del recuadro
correspondiente y remarcando cada una de ellas con el color inmediatamente
superior.
Aquí procede una reflexión sobre la explotación del trabajo: si yo en mi casa,
sentado, parando cuando quería y manejando únicamente el ratón acabé harto,
que no pasarían aquellas pobres gentes arrastradas por los suelos, teniendo
que recortar cada tesela con toscos instrumentos, para luego colocarla, fijarla,
etc. En fin, una explotación.
Cuando terminé, me di a las reflexiones anteriores sobre el color, sus costes y sus
dificultades. Para acreditar la abundacia que en estos tiempos felices nos
inunda, se me ocurrió la colorida variante que podeis ver . Aunque a mi el hacerla
me costó poco o nada, hubiera sido en aquellos tiempos el pasmo de los
Pinturas con cuento. Pág. 22
26. pobres productores que elaboraban el garum. Y no solo de ellos sino que también
el de sus probos amos, los dueños de los mosaicos, pues viendo el mío se
percatarían de que no hay color en la comparación y comprenderían que los suyos,
en realidad, no dejan de ser un quiero y no puedo. Es frecuente por los alrededores.
Pinturas con cuento. Pág. 23
27. La cafetería del TALGO miércoles, 20 de abril de 2011
Atardecer desde el tren. Óleo sobre lienzo. 61x50. 2002
Los viajes en tren Madrid-Granada tenían el inconveniente de la duración, más de
seis horas, pero también tenían sus cosas buenas. Como el poder levantarse, estirar
las piernas, tomar un café y fumar un ducados tras otro. Ya lo he contado antes.
Mientras viajaba, corría por las ventanillas el paisaje y las ruedas metálicas
golpeaban rítmicamente sobre los raíles. Poco antes de llegar a Linares-Baeza me
levantaba para hacer un descanso un tomar algo. En Linares-Baeza cambiaban la
locomotora eléctrica por otra de gasoil, más apropiada a la montaraz vía de la
parte final del trayecto.
Según la época del año cambiaba la luz de la tarde. En cada viaje anochecía en
un sitio distinto. Los días de invierno apenas pasado Aranjuez. Los días de verano
cerca de Larva, entre los espartizales y los pinares extraviados en barrancos
resecos, desnudos, salpicados de sal. Me atraía el tren y sin necesidad de ir yo
dentro. Muchas tardes, en el cortijo de Lacra, con calor y avispas, subía a la alberca
vieja para verlo pasar a lo lejos, al otro lado del Guadiana Menor. La cámara digital
de la que disponía por aquel entonces no tenía teleobjetivo y por eso una vez se me
ocurrió sustituirlo por el siguiente método chapucero: coloqué los prismáticos de mi
padre delante del objetivo aguantándolos con una mano mientras con la otra
sujetaba la cámara y disparaba. Salió alguna foto de milagro, mala y borrosa y con
Pinturas con cuento. Pág. 24
28. unos inoportunos cables de tendido eléctrico por medio. Pero aunque mala tiene la
luz y el color de esas tardes de verano perdiéndose el sol tras Sierra Mágina. Y
además conseguí que el TALGO se viera, o intuyera, como una raya brillante, fugaz
estrella de la tarde de agosto. Una raya renqueante que se arrastraba por las
cuestas retorciéndose en las curvas de la vieja y bastante abandonada vía.
El TALGO en Larva desde la
alberca de lacra
El campo, la cafetería y yo.
Fuera de los extremos de invierno y verano, lo normal era que el café en la
cafetería del tren entre Madrid y Granada coincidiera con el atardecer. De pie, me
apoyaba en la barra auxiliar pegada a la ventana, fumaba, removía el café y
miraba abstraído como el campo manchego, cerca ya de Sierra Morena, pasaba
veloz y corría en dirección contraria. Moría el sol y las sombras se alargaban
subrayando con un trazo largo los pocos árboles, olivos y encinas, del paisaje. Los
montes se diluían en el horizonte. Si era otoño las hojas de las viñas formaban un
bosque infinito y bajo que se deshacía en rojos y dorados. Si era en primavera, los
trigos ya adultos pero aún brillantes y húmedos, se alternaban con viñas recién
brotadas, salpicadas de verdes recién paridos.
Intenté algunas veces fotografiar estas cosas de las que hablo pero los reflejos del
cristal impedían el empeño. Alguna foto de las que hice quedó graciosa, como
aquella de los prismáticos, pues al mismo tiempo que el reflejo la arruinaba me
acreditaba como su autor en una especie de autorretrato involuntario.
De estas tardes de tren regresando a Granada, de su recuerdo durante el resto de
la semana, surgió la idea que traigo hoy. Como ya era normal en aquella época, la
trabajé primero con Paint y luego la estudié y probé hasta conseguir la versión que
finalmente llevé al lienzo. Creo que no quedó mal.
Pinturas con cuento. Pág. 25
29. Grillo cojo lunes, 25 de abril de 2011
Grillo cojo en los dompedros. Cera y óleo sobre papel. 65x50. 1990
Una tarde de verano andaba yo con mi Pentax recién estrenada haciendo fotos. En
aquellos veranos Lacra se llenaba de dompedros. Tan prolíficos que casi no dejaban
crecer otras plantas. Andaba yo haciéndoles fotos “experimentales y artísticas”,
comprobando si estaban cerrados de día y abiertos de noche, si se estaban
realmente cuidando de que no los cortara quien los cortaría, cuando vi un grillo. Era
un grillo cojo. Resultaba conmovedor verlo aferrarse a las ramas y pasar de una a
otra con alguna dificultad. Pero no resultaba triste.
Le hice una foto y de la foto nació la pintura (que por cierto, ya me doy perfecta
cuenta de que el aceite del óleo manchó el papel blanco. Entonces no se notaba
y en esas edades no piensa uno en como van a quedar las cosas veinte años
después.) No conservo o no encuentro las fotos de aquella tarde.
Pero pintarlo fue sólo una excusa para buscarle compañía a lo que le escribí al grillo
que andaba cojeando por los dompedros:
Un grillo cojo en los dompedros,
Pinturas con cuento. Pág. 26
30. un grillo disminuido asomado al vacío.
Un grillo aferrado a unas hojas
y debajo,
desenfocados,
insondables abismos
nada espectaculares, cotidianos.
Un grillo cojo.
Un grillo verde.
Un grillo rojo,
disminuido,
tullido,
impedido,
perdido.
Un grillo rojo cojo,
atacado,
acosado,
nunca derrotado.
Un grillo.
Cojo.
Es un grillo que no manda,
ni con el calor ni con el frío progresa.
Un grillo sin triunfo.
Acapara dolor y ánimo en sus entrañas.
Todos los que están lo quieren hacer leña.
Es un grillo cojo.
Pero que anda.
Granada, noviembre del 90.
Pinturas con cuento. Pág. 27
31. Ribera del Benabola lunes, 2 de mayo de 2011
Río Benabola. Óleo sobre lienzo. 73x60. 2011
El río Benabola es casi siempre un regato medio seco. Cuando llueve lo hace con
mucha intensidad de manera que su cauce se vuelve torrencial. Los patos,
galápagos, ranas, alguna garcilla y demás vecinos salen a disfrutarlo las pocas
veces que, entre un exceso y otro, está tranquilo. Se tumban al sol encima de
alguna piedra, nadan, corretean, buscan que comer. En las orillas y en el pequeño
descampado hay mimosas, plátanos de sombra, acebuches, cañas, algún pino y
muchas hierbas y zarzales. También una planta que no se como se llama y que es
una rara mezcla de palma y de higuera (con el tiempo supe que se llama ricino).
La ribera va cambiando con las meses. Lo hace más por las mudanzas de luz de las
estaciones que por las propias de las plantas que más o menos, siempre están igual.
Todo el año hay amarillos, ocres, verdes claros, oscuros, brillantes y mates, verdes
azulados, verdes plomo, verdes negros, ordenados caóticamente, entremezclados.
Lo que va cambiando es la luz.
Pinturas con cuento. Pág. 28
32. No es que sea especialmente bonito el Benabola ni más llamativo que otros muchos
arroyos, barrancos o ríos, pero está frente a mi terraza. Lo veo cuando salgo a regar
las macetas, cuando salgo a mirar si llueve o si relampaguea, hace sol, calor o frío.
En las noches de verano cenamos a la vista de nuestra selva doméstica de enfrente.
Cuando no pasan coches el croar de las ranas se impone al silencio de la noche. En
invierno, en el no invierno de aquí, las orillas se saturan de colores nuevos, húmedos y
brillantes. Por las mañanas, al amanecer, el sol se abre paso entre las ramas y
deslumbra a las gotas de rocío. Por las tardes, al anochecer, la luna nace por la
misma parte que lo hizo el sol y hace juegos de luz y sombra con los troncos y las
hojas.
De tanto mirar al río y de tan continuo verlo me es ya familiar, de la casa. Por eso lo
he pintado. No he pintado el agua pero he pintado las plantas de la ribera.
Seguramente que esta no sea más y sí sea bastante menos que otras riberas
famosas, pero es la que hay enfrente de mi terraza. Y aunque tampoco produzca
vinos de especial calidad sí se los encuentra de muchos y variados tipos, de todos
los precios, colores y sabores. Solo es cuestión de comprarlos.
Pongo aquí alguna foto del río, de la ribera, de los vecinos y de la luna. El vino ya lo
he dicho: en el supermercado frontero.
Pinturas con cuento. Pág. 29
33. Iconografía de la Virgen de Tíscar sábado, 14 de mayo de 2011
Virgen de Tíscar. Cera y óleo sobre papel. 65x50. 1990
Cuando un primo mío armado de caña y cigala decía aquello de “Dios no existe
pero la Virgen de Tíscar sí”, estaba expresando una verdad fácilmente contrastable
al menos por lo que toca a la Virgen. Y es que se la puede ver en cualquiera de sus
numerosas procesiones, en Tíscar y en Quesada. Se la puede ver también en las
miles de estampas, fotografías enmarcadas, grabados más o menos antiguos,
medallas, estadales y recuerdos de quincalla: navajas, mecheros, dedales, cajas
metálicas de plástico que sirven para nada y cosas por el estilo. Lo de Dios es por el
contrario bastante opinable y ahí no entro.
Pinturas con cuento. Pág. 30
34. Principios s. XX
Años 40
La imagen más difundida en estas representaciones es un fotomontaje con la Virgen
en el cielo y abajo una vista de Tíscar, la clásica, desde la carretera por encima del
Vadillo. Es una Virgen voladora que a los habituados no nos sorprende pero que a
los neófitos quizás si.
No siempre ha sido esta la norma. En los grabados antiguos y en las primeras
fotografías la Virgen no volaba y apenas se acompañaba de algún ángel. Fue tras
la Guerra cuando, después de un primer momento de indefinición en el que la
Virgen Nueva intentó imitar a la Antigua, adquiere personalidad propia y comienza
a volar. Pongo aquí algunas reproducciones que reconstruyen la historia. Podemos
apreciar como en los tiempos modernos los iconos han vuelto a la estampa clásica,
sin vuelos, abandonando esa muy antigua tradición de casi cincuenta años. Eso sí,
ahora se añade a la estampa, como detalle moderno y rompedor, un giro de
cuarto de perfil.
Años 50, 60 y 70
Tiempos modernos
La cosa de las tradiciones tiene estas paradojas. Que a pesar de ser modernas
lloramos su desaparición como si fueran, que lo son, ejemplo y muestra del pasado
que se nos va. Hace ya un tiempo, en la Lonja y el día de la Traída, con la Virgen
encabezando al público extasiado, se entretuvieron en quemar un bonito castillo de
fuegos artificiales amenizado con fondo musical de 2001(Sí lo de Odisea en el
espacio). Faltó que apareciera un ovni con don S. Kubrick a los mandos para
completar tan pío espectáculo. Pues seguro que si como temo se han venido
Pinturas con cuento. Pág. 31
35. repitiendo estos años parecidas escenas, se habrá constituido finalmente en
costumbre antigua hasta el punto que en ese día, esperemos próximo, en el cual
felizmente se suprima, llorarán por las esquinas y en la revista de las ferias los
inevitables defensores de las nuevas costumbres y tradiciones locales de toda la
vida.
La Virgen que encabeza la pinté en 1990 en el mes de enero. En plena ola de frío,
cuando vivía en Agustina de Aragón en una casa perfectamente climatizada y con
una magnífica calefacción en verano y aire acondicionado en invierno. La Virgen la
copié de un grabado antiguo, 1904, que no recuerdo de donde saqué ni donde
está. Es uno de esos grabados de la Virgen un poco infantiles e ingenuos que han
sobrevivido en cortijos y rincones perdidos. A cera y a lápiz le añadí el Santuario tal
como era moda hasta esos años noventa y también le puse un par de ángeles,
chico y grande. Para darle más vuelo a la estampa, claro.
Cabecera de un folio de la Posguerra
Completo el estudio iconográfico, mediante el que acredito suficientemente mis
conocimientos de Historia del Arte, con un retrato de la Posguerra en el que
observamos una Virgen “comentada”. Y también adjunto la fotografía de uno de
esos grabados perdidos en lugares olvidados de los que hablaba antes. Está bien
acompañado: cartones de ducados, botellín del Alcázar, banderines de fino
Quinta, botellería de anís, "coñada" y güisqui nacional, servilletas enrolladas en un
vaso de caña de cerveza… Obsérvese abajo a la derecha un cartel (puro
Pinturas con cuento. Pág. 32
36. marketing de vanguardia en aquella época y lugar) anunciando ricas raciones de
queso. Por cosas del encuadre (la fotografía no era digital y se disparaba sólo una
vez) nos quedamos sin saber el precio de tan acreditado plato.
Bar de la esquina de la Plaza. Noche de la Fiesta de Tíscar. 1987
Pinturas con cuento. Pág. 33
37. El sol desaparece sobre Baeza miércoles, 18 de mayo de 2011
Puesta de sol en Baeza. Óleo sobre lienzo. 55x46. 2001
Recuerdo que hace ya demasiados años era costumbre en las tardes de verano
subir al bar del Mirador para ver la puesta de sol. El espectáculo era, sigue siendo,
bastante espectacular como suele ocurrir en casi cualquier sitio donde haya un
horizonte a poniente y un sol muriendo. En esas tardes bochornosas las calimas
brillan con tonos violentos y calientes. La luz redonda y enorme del sol tiembla
rompiendo la geometría perfecta de su figura. Mientras la temperatura de la luz
elimina los matices y deja sólo la pura idea de fuego apagándose.
Entonces, en aquellos años, las sillas y las mesas eran de esas de tijera, de madera,
creo recordar que pintadas en verde. Los botellines de cerveza de aquellos chatos
del Alcázar con el Castillo de Jaén serigrafiado en blanco. La tapa, garbanzos
tostados o cosas parecidas, antípodas de cualquier sofisticación o exceso actual.
Nada mas irse el sol empezaba a oscurecer y desde el río subían olores de huerta
recién regada, de tamo y paja trillada. Por la carretera aquella tan modesta de
entonces subían por pares los faros de los coches que llegaban al pueblo, de los
"lanrover" que volvían del campo. Por la parte de la Sierra apenas luces o ninguna, a
veces un punto lejano y tenue de alguien bajando del Chorro. Desde el interior del
bar se escapaba el sonido metálico y chillón de Radio Jaén, del cante y de la
copla.
Pinturas con cuento. Pág. 34
38. No recuerdo si el sol se ponía exactamente encima de Baeza (imagino que no).
Pero el resplandor del cielo descansaba sobre el perfil oscuro y casi horizontal de la
Loma. En un extremo la silueta negra de la catedral de Baeza conquistaba la
escena a pesar de su pequeñez. En mi recuerdo (imagino que recreado), el sol
siempre desaparecía guiándose por la flecha de la torre.
Hace muchísimos años que no subo por allí al caer la tarde en verano. No he subido
por muchas razones entre las que no es la menor que ahora las tardes son
muchísimo más calurosas o eso me parece a mí. Hoy en día a esas horas el
ambiente es sofocante. Mi cuñado Salva dice que se debe a que ya no riegan las
calles al atardecer. Yo creo que también influye el riego del campo y de las huertas
que se hace por goteo y no a manta como entonces. Este es desde luego un
debate que merecería tiempo y abundancia de opiniones y que, por supuesto,
requeriría que llenaran bastantes veces.
Aunque la Loma, la catedral y el sol siguen en su sitio yo no he vuelto por allí. Desde
el mirador nuevo que han hecho en la carretera de Huesa, encima de Toaires, la
vista es parecida. No es necesario volver a los escenarios de juventud.
En el 2001 pinté una primera versión de este ocaso resaltando la silueta de la torre y
también las casas de Baeza, Úbeda y Torreperogil y además, la luna levantándose
en el otro plato de la balanza. Hace un par de semanas hice una segunda versión,
ya muy moderna y digital, donde el dibujo no es más que lo que rodea y acompaña
al sol y a la catedral de Baeza. Será melancolía o como dice mi prima Rosi, la
búsqueda irreflexiva de lo que sabemos que ya no encontraremos nunca: el
pasado.
Puesta de sol en Baeza. Excel, Paint, Photoshop. 2011
Pinturas con cuento. Pág. 35
39. Montes de Muza y de Tarik jueves, 26 de mayo de 2011
Estrecho y San Pedro de Alcántara. Acrílico y óleo sobre lienzo. 65x54. 2011
En el comedor de un barco, camino de Túnez, una tal Consuelito natural de un
pueblo de Almería y vecina de Badalona, recostaba sus bien despachadas tetas
en la mesa mientras golpeaba el plato con el tenedor y hacía mohines de asco. No
comía nada y no paraba de hablar mientras nos ilustraba sobre la próxima escala
del barco: África, según ella, es todo lo que queda por debajo de Melilla. Y lo sabía
bien porque había estado una vez allí en la jura de bandera de un sobrino. Fui
discreto y no la corregí pero ganas me entraron porque, como cualquiera menos
ella sabe, África es todo lo queda por debajo del Estrecho. El Estrecho es un puente
sin tablero y con una inmensa luz donde África empieza y termina, según se vaya o
se venga. Es la frontera entre dos orillas que se ven la una desde la otra, es todas
esas cosas de cruce de caminos, encrucijada de culturas y demás versos de
estantería de hipermercado que vendrían muy a pelo poner aquí pero que ahorro al
distinguido y que doy por puestas, leídas y aplaudidas.
Lo que está menos dicho es que en el Estrecho acaba o empieza, también según se
Pinturas con cuento. Pág. 36
40. vaya o se venga, el mar de Alborán, que es como un estrecho muy ancho y
largo. Al otro lado de Alborán, casi siempre invisible salvo que la nitidez del día le
obligue a salir de su escondite, está Marruecos, África, Berbería o el Moro que de
todas las formas se llama. Entre que son pocas las ocasiones en las que aparece y
que son aun mas escasas las personas que vigilan el horizonte, muy poca gente es
capaz de interpretar lo que ve y saber, si lo ve, que es la otra costa. Menos gentes
aun saben que para verla no hace falta acercarse a la parte estrecha de Alborán y
que desde las mismas sierras de Granada también se asoma por el horizonte.
Africa desde el Haza del Lino (II)
La noticia de que el otro lado del mar es visible desde Granada la oí como
comentario perdido dentro de alguna conversación. Se dijo como algo accesorio
pero que a mí me pareció relevante y sugerente. Imaginé que ver África desde
Granada sería cosa tan extraordinaria como lo sería ver lo que hay al otro lado de
un muro sin necesidad de saltarlo.
Algún tiempo después de la anterior conversación, leyendo el Viaje a la Alpujarra de
Pedro A. de Alarcón encontré nuevas y más precisas noticias, aunque quizás un
poco exageradas. Decía Pedro Antonio que al espectador que mira desde la
Contraviesa, el mar le parece que queda por encima del horizonte. Decía también
que en los días claros se ve África. El efecto óptico por el cual hay que levantar la
vista para ver el mar lo pude comprobar pronto y efectivamente, lo parece.
Imagino que se debe a la curvatura de la Tierra y a que la observación se hace
desde una posición a la vez muy elevada y muy cercana a la costa. Menos suerte
tuve para confirmar la segunda parte de la información, la de África. Por más que lo
intentaba nunca lo lograba. Supongo que el accitano estuvo por allí poco tiempo,
que tampoco tuvo suerte y que en realidad escribió lo que le contaron.
Como siempre ocurre en estas historias, cuando ya tenía perdida la esperanza y
abandonado el anhelo, tras una mañana de escasa visibilidad, en un atardecer de
invierno, al volver en coche a Granada y a la altura del Haza del Lino, de improviso,
me topé con África. Digo que Pedro Antonio no vio nada porque si lo hubiera
contemplado no lo hubiera contado así de pasada, como cosa de menor cuantía.
Porque cuando se ve, el mar de Alborán deja de serlo y se transforma en la
maqueta del mar, un charco sembrado de rayas brillantes que son los barcos que
van y que vienen de Gibraltar. Enfrente, arriba, la costa africana está tan próxima
que la fantasía crea espejismos de pueblos y aduares y sus luces bailando en las
sombras. El Estrecho allá perdido, al fondo de la escena entre los brillos del sol
poniente. Queda el mar de Alborán empequeñecido, pero como cosa de otro
mundo, grandiosa en su nueva pequeña escala. Al menos así lo recuerdo. Las
Pinturas con cuento. Pág. 37
41. fotografías que hice en aquella ocasión no fueron ninguna maravilla (pero es lo que
hay) y por eso aquí pongo un par de ellas con exclusivo fin probatorio. No hacen en
absoluto justicia a la fugaz aparición que se escapó enseguida, corriendo con la luz
de la tarde.
Jebel Musa desde Nueva Andalucía
Sierras de Tetuán desde la playa
Desde que llegué a Marbella me llamó la atención, ya al principio, que para ver la
línea de Marruecos no hacía falta subir altas montañas, que incluso desde la
misma playa se consigue ver. La cercanía permite observar más y mejores detalles.
Pero estos nuevos detalles le quitan poesía, sueño y gracia (algo parecido a lo que
ocurre con determinadas fotografías de índole sexual). Por eso y para compensar el
defecto, el horizonte se completa con la presencia de las dos columnas aquellas
que puso Hércules para señalar el inicio de las tinieblas habitadas por monstruos. Los
montes de Tarik y Muza. El Jebel Musa allí y el Jebel Tarik aquí. Y no es chica la
compensación. Pongo aquí una buena foto que no es mía pero que reproduzco por
cortesía del autor, en la que se ven las Columnas no de frente como es costumbre
sino de norte a sur, más o menos, desde los Reales de Estepona.
Para hacer las fotografías de África el mejor momento es el amanecer y el
atardecer, cuando el sol sale o se pone, cuando aumenta el contraste y se siluetea
el horizonte. Partiendo de las decenas de fotos que tengo, hice la vista que pongo
hoy aquí. Se aprecian en primer lugar las ventanas iluminadas de San Pedro
Alcántara y se adivina, arriba a la derecha, como el sol desaparece detrás de
Gibraltar escapando de la noche. Imagino, conociéndome, que no será la última
vez que haga algo, pintado o fotografiado, sobre este tema.
Pinturas con cuento. Pág. 38
42. El otoño en el chopo de la alberca lunes, 6 de junio de 2011
El otoño en el chopo de la alberca. Acrílico y óleo. 65x50. 2011
El otoño en el chopo de la alberca llega tarde, bien entrado noviembre. Llega tarde
y se junta con el invierno de manera que no es raro que las hojas muertas caigan
encima de las primeras nieves. Pero lo frecuente es que caigan unas sobre otras en
el rincón del jardincillo debajo del chopo. En la humedad de la umbría las hojas se
amontonan y se van deshaciendo. El chopo viejo lo podaron a media altura
porque cada vez tenía más ramas secas que se empezaban a desmoronar. Aunque
no ha vuelto a ser lo que fue rejuveneció y sigue siendo el que manda en su rincón.
Todavía sobresale a cualquier vecino.
Pinturas con cuento. Pág. 39
43. El otoño en el chopo de la alberca llega tarde, bien entrado noviembre. Llega tarde
y se junta con el invierno de manera que no es raro que las hojas muertas caigan
encima de las primeras nieves. Pero lo frecuente es que caigan unas sobre otras en
el rincón del jardincillo debajo del chopo. En la humedad de la umbría las hojas se
amontonan y se van deshaciendo. El chopo viejo lo podaron a media altura
porque cada vez tenía más ramas secas que se empezaban a desmoronar. Aunque
no ha vuelto a ser lo que fue rejuveneció y sigue siendo el que manda en su rincón.
Todavía sobresale a cualquier vecino.
Hojas en la nieve
Hojas en la alberca
Otras hojas caen dentro de la alberca y se amontonan flotando. Según que haya
mucha o poca, el agua refleja el cielo o refleja el fondo verdoso. En cualquiera
de esos dos reflejos nadan las hojas que no encontraron el camino de tierra firme:
renegridas las que murieron hace mucho, rojas y ocres las siguientes, amarillas y
naranjas las recién caídas, algunas verdes, de un verde suave y apagado que
desentona del resto de las náufragas.
El otoño de las aceitunas es morado brillante, azul casi negro, granate profundo. Los
vientos de octubre tiran algunas que manchan los suelos entremezclándose con
piedras, hierbas y algunos musgos alimentados por los rocíos y las escarchas. El
otoño llega con el humo de las lumbres de las primeras cuadrillas trabajando en los
olivares.
El chopo viejo asomándose a la alberca
Aceitunas acabando noviembre
Desde la alberca, por debajo del chopo viejo se ve Larva. Se ven olivares que bajan
hasta el Guadiana Menor, retorcido en lo hondo de su llano, protegido por
paredones rojizos y oxidados, por ramblas de sal, por barrancos pardos, verdosos.
Algunas nubes se enredan en Sierra Mágina mientras los aviones no paran de pintar
rayas de tiza en el cielo. Es grande el horizonte, muy grande. Pero lo es más el chopo
Pinturas con cuento. Pág. 40
44. viejo. A pesar de estar cortado, manco, mutilado. Y no es casualidad que entre sus
ramas y sus brillos dorados de otoño haga un hueco al Mulhacén y a las nieves, a los
picos y laderas de su corte. Son dos vértices de primer orden de la red geodésica
vital. De la mía.
El Mulhacén desde la alberca de Lacra
Pinturas con cuento. Pág. 41
45. El sol de la mañana en el pinar de Juanar sábado, 11 de junio de 2011
Mañana en el pinar de Juanar. Acrílico y óleo sobre lienzo. 65x50. 2011
Todas las lunas tienen su cara oculta. Da igual que sean lunas de invierno o de
verano, de lunes que de domingo, de las de antes o de las de ahora. Y lo normal es
que todas las personas, todas las cosas y lugares tengan también su cara oculta, su
cara poco conocida, a veces olvidada, a veces incluso escondida. En las personas
es cosa de sobra sabida y muy aprovechada por la literatura y por el cine. En las
cosas también se da el fenómeno. Por ejemplo, los electrodomésticos tienen un
interior misterioso que sólo los iniciados conocen. Con los lugares ocurre
exactamente igual, que tienen partes desconocidas que solo conocen los del lugar,
circunstancia que aprovechan las guías y los artículos de viajes poniendo a
disposición de profanos lo que se supone es privativo de expertos parroquianos.
Juanar, en las alturas de Sierra Blanca, es uno de esos sitios reservados a los más
estrictos conocedores. Y no porque sea sitio poco conocido pues es muy
frecuentado por paseantes y senderistas. Pero por muchos que sean los visitantes
siempre serán pocos comparándolos con las muchedumbres viajeras que
frecuentan las playas de un poco mas abajo. Para llegar allí hay que dar un rodeo
grande pasando al otro lado del muro invisible que separa la delantera de la
trasera. Una vez cruzado, volveremos sobre nuestros pasos y sin dejar de subir por
una carretera estrecha, llegaremos al filo mismo de la Sierra, donde la pendiente se
despeña por los barrancos hasta el mar.
Pinturas con cuento. Pág. 42
46. Marbella desde el mirador y pinar
Abajo, como no podía ser menos, hay de todo lo que tiene que haber en la costa:
gente que lleva en la frente las gotas de sudor del descanso, aromas de ostentación
sobreactuada y rincones llenos de plantas exóticas venidas de todas las partes del
mundo. Los pocos almendros y olivos que quedan parecen ser ellos, entre tanto
forastero, los auténticos extraños y los que están fuera de lugar. Arriba por el
contrario, son los pinos y los chaparros, las encinas, los tomillos y los romeros los que
siguen mandando. Abajo nunca hace frío, arriba a veces nieva y la luz, el color, las
plantas, los pájaros y el clima son de interior, pero de un interior con vistas al mar.
Tan apacible, tranquilo y aislado es este rincón que, según creo, el general De
Gaulle escribió parte de sus memorias en el hotel-refugio del lugar. Aunque por otra
parte, en otro sitio he leído que las escribió en el parador-castillo de Jaén, que
también es un mundo diferente en las alturas desde el que se ve el mundo real allá
en lo hondo. No se cual de las dos versiones será la verdadera. Quizá lo sean las dos
y fuera en los dos sitios, sucesivamente, donde se dedicó a justificar su vida por
escrito. Si no hubiera muerto dejando la escritura a medio escribir, puede que
hubiera continuado de altura en altura hasta parecerse a Isabel la Católica, que
no hay pueblo por donde no pasara y casa donde no durmiera. De cama en cama
tan virtuosa señora, de parador en parador el general jubilado por preguntar.
La vista de hoy nace en una mañana de mayo, muy temprano. En un día laborable,
con Luci y con Lobo corriendo el camino arriba y el camino abajo. El sol, todavía
bajo, llegaba paralelo al suelo y al atravesar el pinar se cruzaba perpendicular con
los troncos y se entrelazaba con ellos como si estuvieran haciendo punto con lanas
viejas reaprovechadas y mezcladas: pardas, grises, oscuras azuladas y verdosas en
la urdimbre y otras brillantes, amarillas y naranjas, verdes y azules claro en la trama.
Pinturas con cuento. Pág. 43
47. Puerto Banús sin barcos viernes, 17 de junio de 2011
Puerto Banús sin barcos. Acrílico y óleo sobre lienzo. 65x50.2011
Tarde de enero
La playa cuando está en todo lo suyo es en invierno. Me gusta pasear por la orilla sin
sudar, con buena temperatura, sin gente o con poca y la poca tranquila. Me gusta
de la playa el mantra sin fin del mar yendo y viniendo, las olas que golpean, se
retiran y vuelven a golpear la arena. La playa en invierno es como la lumbre de una
chimenea, que captura la atención sin necesidad de hacer nada, sin que ocurra
nada más que el pasar del tiempo y el baile de las llamas, nada más que algún
crujido de la madera ardiendo, que alguna chispa subiendo inopinadamente
como una estrella fugaz vertical. Delante de las lumbres y delante de los mares
los cuerpos pasan en su sopor a un segundo plano y dejan que la imaginación y el
pensamiento se liberen y trabajen. Y no son necesariamente trabajos y
pensamientos productivos. Suelen ser imaginaciones y pensamientos efímeros, como
la chispa, como la espuma de una ola rota en la arena.
Pinturas con cuento. Pág. 44
48. Lobo y Luci corriendo
por la escollera
Faro del espigón
Con la playa llena de gente revolcándose en la arena, con el calor y con el sol de
fuego, con los niños del prójimo jugando a la pelota, son complicados los
misticismos. Los colores y las luces en verano simplemente no existen, sólo hay cielos
y mares blanquecinos y luces cegadoras que acaban con cualquier detalle, con
cualquier matiz. Pero en invierno sí. En invierno me gusta dar un paseo hasta la playa
al caer la tarde. La tranquilidad es casi absoluta, salvo que a Lobo le de por
perseguir gaviotas, palomas o cualquier pájaro que se haya atrevido
a provocarlo poniendo pata en tierra delante de él.
La playa de la que hablo aquí no es el arquetipo de playa idílica, que tampoco
haría falta, aunque no deja de tener sus cosas. Tiene luces y contraluces en la
puesta de sol, tiene la silueta de Gibraltar, a gente pescando con las cañas puestas
de pie en las piedras de la escollera. Tiene un par de faros y algún barco lejos en el
horizonte que podemos imaginar de pesca que trajera ricos boquerones y puntillitas
hasta algún chiringuito imaginario, donde lo esperaríamos con una caña bien
tirada, con su espuma y con todo lo que tiene que tener una caña. Así, abstraídos
en estos pensamientos y ensoñaciones dejamos la ostentación y los excesos
aparatosos propios del lugar, guardados a buen recaudo, al otro lado de los
edificios, detrás de las ventanas iluminadas con brillos dorados. Brillos que son reflejos
del sol agonizante, que a su vez se reflejan en el agua y forman un puzzle temblón
de espejos luminosos. Espejos temblones que nadan sobre un fondo azul que a
estas horas ha viajado casi hasta el negro. A esta s horas apenas queda nadie, sólo
la oscuridad que avanza como niebla desde el mar y el agua que golpea la arena,
que retrocede, se recupera y vuelve a golpear. El cielo cubre la tarde con colores
calientes y pelusas de nubes rojizas que el viento sostiene en el aire como si fueran
colas de cometas.
De uno de aquellos atardeceres es la vista de hoy. Cuando terminé de pintarla, en
mi terraza aunque sin puntillitas ni boquerones, me tomé una cerveza. Quizás fuera
alguna mas de una.
Pinturas con cuento. Pág. 45
49. Reflejos de sol
Detalle del sol
Pinturas con cuento. Pág. 46
50. El pasado no es Historia, es Geografía viernes, 24 de junio de 2011
Cortijo viejo. Excel, Paint, Photoshop. 65x50. 2011
El pasado no es cosa de la Historia. Lo sería si se midiese como tiempo pero eso no
es lo correcto. Lo suyo es hacerlo como una cosa que ocupa un sitio en alguna
parte.
Quienes caen en el error de medirlo como tiempo suelen dar por bueno que el
pasado se repite y siempre vuelve. En este error cae la historiografía pero también la
economía que no es más que historia entreverada de sociología a la que se le
añade contabilidad y números (y la pretensión de que sus predicciones son
científicas, creíbles y que por eso valen dineros). Pero el pasado nunca vuelve. Si a
menudo nos topamos con él no es porque vuelva de ningún sitio. Es porque siempre
ha estado ahí, a veces escondido, a veces perdido en el fondo en un cajón, a
veces tapado, sumergido, enterrado por tierra, por agua o por olvido.
Estas ideas de pensamiento elevado que, como las matemáticas, tampoco se me
dan bien, las explico mejor con un ejemplo traído de la cartografía. Y es el que
sigue.
En la primera edición de la hoja 949 del Mapa Topográfico Nacional 1:50.000 de
1932, en Lacra, a la altura de la actual carretera de Huesa, se nombra el lugar como
"Cortijos de Lacra o de Rivera". En la segunda edición de 1992, sobre datos de 1988,
Pinturas con cuento. Pág. 47
51. el mismo sitio es "Lacra". En 2003 se hace la primera edición del Mapa 1:25.000.
Como el espacio en el papel es mayor, se pueden escribir más topónimos. Así en
esta zona de uno pasan a tres: "Lacra" referido al pago, "Acra" como entidad de
población menor (?) y además un "Cortijo de Antonio Alférez". En la tercera edición
del 1:50.000 desaparecen los topónimos de la primera y segunda edición y se
copian los de la hoja 949-1 del 1.25.000: "Acra" y "Cjo. de Antonio Alférez".
El único realmente nuevo es el del tal Antonio. Pero, ¿se sabe quien era este Antonio
Alférez? Si. Era mi tatarabuelo y murió no se exactamente cuando pero en el último
cuarto del siglo XIX. Cuando mi bisabuela Juliana se casó en 1900, llevaba ya
muchos años de huérfana de padre y madre. Esto lo se con seguridad.
2ª edición 1992
1ª edición Hoja 949-1 del Mapa Topográfico
1:25.000. 2004
1ª edición Hoja 949 Mapa
Topográfico 1:50.000. 1932.
3ª edición Hoja 949 2004
De la mano de lo más nuevo, moderno llega lo antiguo, lo casi absolutamente
olvidado. ¿Pero, porqué aparece el nombre de mi tatarabuelo más de cien años
después de su muerte en los mapas del I.G.N.? Pues no porque él (lo que fue, el
pasado) vuelva de ningún sitio, que si lo hubiera hecho el susto hubiera sido de
muerte ya que ni las bisnietas ni los tataranietos lo conocimos y hubiéramos
reaccionado cada uno según nuestro ser: corriendo, gritando, negando la
evidencia… La razón de esta aparición hay que buscarla en otra cosa y aquí viene
mi teoría.
Sin duda los datos para esta hoja topográfica se recogieron mucho antes de 1932.
De hecho, la hoja colindante 828 tiene su primera edición en 1902. Ya que hicieron
el gasto del desplazamiento los cartógrafos seguramente recogieron todos los
topónimos y todas las referencias que pudieron, aunque no cupieran en el papel del
Pinturas con cuento. Pág. 48
52. mapa para el que trabajaban. Se seleccionaron unos para publicarlos y otros se
desecharon. Pero no se tiraron sino que se guardaron en una carpeta "ad hoc" en la
caja del expediente de la Hoja 949 que se archivaría en los sótanos del geográfico
instituto.
Pasaron los años y llegó el Mapa 1:25.000, que como su propio nombre numérico
indica, tiene cuatro veces más espacio que el 1:50.000, espacio para escribir
nombres. Se necesitaban topónimos para rellenar. Y o era verano y no tuvieron
ganas de pasar calor o no hubo presupuesto para nuevos viajes o lo que fuera, que
no lo se, pero el caso es que mandaron al archivo a por las carpetas viejas del
expediente original y encontraron todo lo que en su tiempo se apuntó pero no se
imprimió. Como eran cartógrafos y no registradores, les trajo sin cuidado a nombre
de quien se emitía actualmente el recibo de la contribución o si las personas citadas
vivían o no vivían: coinciden nombre y coordenadas, ¡suficiente!
Queda pues claro que nadie regresó de ningún sitio, que simplemente un papel que
siempre estuvo en una carpeta fue el que nuevamente vio la luz del día para
participar, con todos sus años a cuestas, en la más moderna y actual versión
cartográfica del lugar. Y esa es la clave. El papel, el pasado, no regresó de ningún
sitio, sino que siempre estuvo allí, en la caja de un expediente antiguo guardada en
lo hondo de un archivo. Y eso es Geografía porque no es el Cuando, es el Dónde de
la cosa: antes estaba en el sótano, ahora está en el mapa.
De ese cortijo del ejemplo, de su fachada norte casi tan arruinada como el resto del
edificio, traigo la estampa de hoy hecha con Excel, Paint y Excel. Por cierto, en este
cortijo viejo de Lacra hay otro ejemplo de pasado que reaparece, de pasado
redescubierto. Y es que cuando hacia 2006 levantaron la carretera para reformarla,
a menos de diez metros del cortijo encontraron tumbas y muros islámicos, anteriores
por tanto a 1231. Habían estado archivados casi ochocientos años y fue
removiendo tierras para la obra que volvieran de su entierro. Pero siempre habían
estado ahí, ocultos pero ahí. Y seguramente debajo del propio cortijo, ahora viejo,
también vive o muere alguien que seguro que algún día volverá a la luz y
seguramente por alguna obra, pública o privada... Geografía, no Historia. Aunque
siempre habrá algún polemista que me discuta y diga que no hay Cuando sin
Donde ni Donde sin Cuando y cosas así profundas. Salvo si se presenta alrededor de
una mesa con su vino y con sus tapas no entraré al debate.
Superposición Muros y tumbas deshabitadas al otro lado de la de lugareños
carretera.
Pinturas con cuento. Pág. 49
53. Los últimos rayos del sol de febrero viernes, 1 de julio de 2011
Atardecer de febrero. Acrílico y óleo sobre lienzo. 65x50. 2011
Paseando con los perros entre las olivas una tarde de febrero, me llamaron
la atención los rayos de sol del atardecer. Serpenteaban por el suelo
arrastrándose entre el laberinto de troncos, de hojas, de ramas, de
piedras. Hice bastantes fotografías pero no busqué ni las cosas ni las
formas sino las luces, los pedazos de suelo incendiados de verdes
y amarillos, dorados y brillantes, junto a pedazos de penumbras grises y
azules.
En estos días primeros del verano, de los primeros calores insoportables,
de siestas de fuego y noches en vela, se recuerdan con gusto los buenos
ratos del invierno, los paseos agradables sin calor ni sudor, las tardes (noches)
de vino, de tapas fuertes y cenas con lumbre.
Se recuerdan con gusto y casi con ansiedad se desea su regreso. Igual que
en los hielos negros de enero se añoran las noches claras de verano, ahora
ocurre otro tanto con el aire fresco y limpio del invierno:
Pinturas con cuento. Pág. 50
54. Los últimos rayos del sol de febrero
se arrastran por el olivar,
rozan el suelo y levantan
chispas de luz en las hierbas,
en las piedras.
Los últimos rayos del sol de febrero corren,
saltan, chocan y mueren
contra la corteza áspera y dura
de los pies retorcidos de las olivas.
Ya no queda sol ni paisaje,
apenas un perfil azul
por Sierra Mágina,
apenas una línea brillante y clara en el horizonte.
Es febrero y todavía hace frío.
En las sombras de los rincones el barro húmedo
y el aroma de la leña y de la lumbre.
Un avión parpadea con luces blancas y rojas
Sobrevolando el humo de la chimenea.
Es de noche y aun es invierno.
Un hilo de luz se escapa
por la rendija de la contraventana,
salta la luna en los cerros
y se despeña por los barrancos.
Cuando sea mañana,
los nuevos rayos del amanecer
abrirán del revés las cicatrices
que hoy dejó, en su huída, tatuadas el sol en el suelo.
Pinturas con cuento. Pág. 51
55. Las tardes del verano domingo, 17 de julio de 2011
Sierra Mágina. Excel, Paint. 2011
En la playa hay gaviotas que se pasan el día riendo y alborotando. En Granada
palomas que lo ensucian todo y que se pelean como fieras. Y en Lacra, hay avispas.
Avispa de Lacra
Las mañanas temprano antes de que salga la gente y el sol, las gaviotas ríen
agarradas a las antenas de televisión. Con solo dar un salto y dos aleteos ya están
volando y a veces en la soledad de la calle pasan tan cerca de mi cabeza que da
miedo (he descubierto que lo hacen porque protegen un nido que tienen en la
casa abandona). Vuelan sin dejar de reírse, imagino que de mi. ¿Podría espantarlas
Pinturas con cuento. Pág. 52
56. con el sombrero de paja si intentaran atacarme como se sabe que pasó en aquella
famosa película? No lo se. Pero descontando la dicha película nunca he oído que
hayan atacado a nadie (un experto ornitólogo me confirma que, fuera del cine, no
hay noticias de semejantes ataques). Sí he visto, por el contrario, como un cernícalo
las atacaba a ellas, pero esa es otra historia que quizás cuente otro día.
Bicho junto a la la piscina
Las palomas además de crueles son bastante asquerosillas. Viven y se pelean en los
huecos de los tejados y en los canalones de las casas viejas. Se cagan por todas
partes, sobre todo en los balcones y en las ventanas y dicen que transmiten muchas
enfermedades (pero nunca he oído que alguien haya enfermado por su culpa).
Quizás esta falta de contagio se deba a que normalmente solo tienen relaciones
sexuales entre ellas y a que nunca han comerciado con su cuerpo (que se sepa).
Bicho dentro de la piscina (en primavera)
En Lacra hay avispas. Y pican. Esto no me lo tiene que contar nadie porque esta
misma semana me ha picado una. Pican y molestan, estorban, tensionan las tardes
que intentan ser plácidas bajo la parra, obligando a una permanente alerta
antiaérea. Chillan las sirenas sin parar.
Además de avispas hay otros muchos bichos de distintas calidades y peligrosidades;
de cuatro, de seis y de ocho patas o de ninguna; "salamanquesas", mosquitos, grillos
y arañas, moscas y tábanos, sapos y culebras reales. Pero entre tanta variedad de
peligros, con diferencia los más dañinos y molestos son las avispas.
Pinturas con cuento. Pág. 53
57. Bicho delante de la piscina
Las avispas encabezan los inconvenientes de las tardes de verano en el cortijo de
Lacra. Las avispas, las moscas cansinas, los pájaros y sus ruidos, el calor y el exceso
de luz que no siempre consigue frenar la parra, dificultan la concentración,
dificultan la cosa del arte y casi cualquier otra actividad de tipo intelectual. La falta
de concentración se materializa en la imposibilidad de pensar en algo más que en
el presente más absolutamente rabioso. Los bichos y demás inconvenientes borran
el pasado y el futuro. Sólo dejan pensar en el ahora. Pero los escasos segundos que
dura el ahora son un lugar tan pequeño que apenas caben en él las ideas y
sensaciones, los recuerdos e intenciones. Es imposible pensar, es imposible cualquier
cosa que no sea revolcarse en la mezcla de estrés, calor y pereza.
Hace años que en las tardes de verano de Lacra intento pintar una cosa muy
sencilla: la pared encalada reflejándose en la superficie azul de la piscina y el cielo
sin color del mediodía de verano reflejándose en el fondo bailón del agua. Es muy
sencillo. Solo son dos tramas de elipses (la una encima, la otra debajo)
entrecruzando su balanceo y salpicadas con destellos blancos, plata y azules varios
más o menos pálidos, mas o menos claros, mas o menos fugaces y furtivos. Varias
veces lo intenté. En todas fracasé. No por mi culpa, por la de los bichos.
Bicha
La luz de hierro del mediodía de verano es la misma luz sobreexpuesta que usan en
el cine para subrayar las escenas de carácter imaginario o soñado. Mientras
bombardean las avispas, Radio Úbeda emite sus anuncios locales. Hoy toca
competencia de funerarias: una se anuncia como la suya de Vd., desde siempre y
la otra resulta que tiene el único horno de la comarca. Como en esta guerra quiero
mantenerme, aun, neutral, abandono el campo para darme un baño y abrir una
lata de cerveza. Siempre acompañado por las avispas, por el calor, por el fuego
que se cuela entre las ramas del chopo reflejándose en sus hojas, deslumbrando y
brillando. Aviones militares de hélice, moscas saltando de pierna en pierna,
Pinturas con cuento. Pág. 54
58. chicharras y noticias (hoy del frente portugués) en la radio. Suda la lata de cerveza.
Las avispas, el aullido de las sirenas anunciando ataques aéreos, me fuerzan a ser un
refugiado en el campamento del presente donde nunca se piensa y nunca, por
falta de espacio, se recuerda o imagina nada.
Bicho caprichoso
Ya digo, un año tras otro lo intento en vano. Por eso no pongo aquí nada de lo
pintado en este o en cualquier otro verano. Porque nunca son lo que quería. Seguiré
intentándolo en vano, espero. Y cuando vuelva a equivocarme les echaremos
nuevamente la culpa a los bichos porque siempre la tienen. Cuando hay a mano un
frigorífico con cerveza fría, la culpa siempre es de los bichos.
Para compensar la censura de los trabajos estivales fallidos he puesto aquí un dibujo
liviano del atardecer en Sierra Mágina. Es algo muy neutro y para nada
comprometido o arriesgado. Los dibujos son como las personas que siendo de esa
calidad nadie los rechaza y todos cuentan con ellos.
Pelea de bichos
Pinturas con cuento. Pág. 55
59. El Cambio en Ancha de la Virgen viernes, 5 de agosto de 2011
Rincón de Ancha de la Virgen. Óleo sobre lienzo. 35x41. Sin fecha.
(Esta entrada va dedicada a mis compañeros. A mis amigos y por supuesto que
también a mis enemigos. A todos los tendré presentes en unas y otras oraciones.)
En este verano tremendo en el que de armisticio en armisticio tantas cosas están
desapareciendo, en el que casi todas están cambiando y en el que el resto va por
el mismo camino. Cuando la ansiedad ante lo porvenir crece conforme los días se
hacen mas cortos, traigo esté rincón nocturno de mi antigua casa de la calle Ancha
Pinturas con cuento. Pág. 56
60. de la Virgen. La luz de la estampa es una lámpara verde con pie dorado, el humo
del cigarro es azul y los reflejos de la bombilla sacan chispas del teclado, del ratón y
del cristal del monitor.
Noche de lluvia en Ancha de la Virgen. Óleo sobre lienzo. 65x50. 2002
Me mudé a esa casa en 1997. Era un edificio viejo, completamente reformado, al
que se entraba por un patio con fuente, columnas de piedra y zapatas de madera.
Una casa con seis ventanales grandes, de tamaño antiguo. Desde ellos se veía el
paisaje urbano de tejados viejos, de viejos tendidos eléctricos abandonados, de
viejos canalones donde criaban las palomas, de viejos miradores donde los gatos
esperaban todas las mañanas al sol, de viejos comercios en liquidación, de viejos
plátanos de sombra gigantes que desde el Campillo se levantaban por encima de
las casas y del torreón de Bibataubín.
En ese barrio viejo, céntrico y humilde, todo estaba cambiando. En las casas
antiguas los inmigrantes pobres ocupaban los pisos de los viejos pobres que morían,
o que se iban, o que los echaban. En las casas nuevas se asentaban nuevos
vecinos, en general modernos y poco pobres (salvo los estudiantes, caninos desde
que los inventaron). El barrio de toda la vida mudaba a uno nuevo en el que no solo
habían cambiado los acentos, también las lenguas. Lenguas ricas de jóvenes
viajeros ávidos de la cultura del lugar, de sus fiestas y de sus refrescos. Lenguas
pobres amontonadas en las casas más dejadas y que tenían, tienen, la exclusiva
Pinturas con cuento. Pág. 57
61. pretensión de comer. Cada día el barrio era menos lo que fue y era más lo que
estaba empezando a ser: una cosa distinta.
Tejados, cables y antenas, palomas, Bibataubín
y los plátanos del Campillo.
Llegué allí cuando el cambio estaba empezando. Me fui cuando ya era evidente. Y
durante esos años yo cambiaba y me movía a la vez que el barrio. Cosas chicas y
grandes me pasaron que fueron etiquetadas de buenas o malas, alguna incluso de
tremenda. Por cada cosa sucedida había un movimiento asociado, un cambio. Y
no había relación directa ni necesaria entre la calidad de la cosa y la del cambio.
Una mala cosa podía provocar un cambio bueno y viceversa. Esta no
correlación se ve clara con el tiempo. Pero, mientras llega ese tiempo y como el
presente tiene un brillo tan cegador, nos deslumbra y no vemos nada y nada
comprendemos. Hasta que conseguimos perder de vista el presente, no
conseguimos fotografías del mundo exterior mas o menos enfocadas y con la
exposición correcta,
Viene a cuento esta historia porque en estos tiempos de mudanzas, apariciones y
desapariciones, ando por ahí de asesor de templanzas y fortalecedor de espíritus,
ando predicando las bondades del cambio y de cómo es posible aprovecharlo
para conseguir un bien aunque provenga de un mal: hacer del vicio virtud. Voy por
ahí contando que los cambios son como las olas de las playas, que si estás atento y
saltas cuando llegan son divertidas pero que si las ignoras te revuelcan de mala
manera.
De sobra se que esto así dicho tiene su parte de exagerado, que hay cambios de los
que difícilmente se podría sacar algo bueno. P. Ej., si a uno le meten una bala en la
cabeza se produce un cambio inmediato del que pueden sacar algo bueno los
herederos, el sicario, el tratante de armas que vendió la suya al sicario y el banco
suizo donde el tratante introdujo el dinero en los circuitos financieros de la gente
blanca, cívica y trabajadora. Pero de mala manera el muerto podría ver algo
positivo en el cambio, salvo que muriera por no morir.
Pinturas con cuento. Pág. 58
62. Mi rincón de Ancha de la Virgen
De manera que, efectivamente, hay algo de exageración. Pero también hay
mucho de verdad. Y lo cuento con tanto entusiasmo que resulta creíble y es una
creencia que poco daño puede hacer a nadie y que sí puede servir a alguien para
nadar en medio de las tribulaciones de estos tiempos tan recios.
Recuerdo con cariño aquella casa de la calle Ancha de la Virgen. Recuerdo quien
era yo y como era cuando llegué y también lo recuerdo para cuando me fui.
Llegaron las olas gordas y me puse a saltar de forma admirable y lo negro se hizo
blanco: me casé, deje de fumar, me compré unas botas de montaña, me aficioné
al blanco Valdeorras y al Rueda, etc. Por eso recuerdo con cariño aquella casa de
techos altos a la que se entraba por un patio con fuente, columnas de piedra y
zapatas de madera. Aquellos balcones desde los que se veían tejas y tejados,
cables arracimados de mala manera en paredes descuidadas, gatos peleones
andando de teja en teja, viejas regando los geranios, modernos atronando al
vecindario con su música de modernos, andinos y subsaharianos con su mercancía
al hombro escondiéndose por las esquinas de los municipales que batían la Carrera,
beatas volviendo de misa, algún turista despistado...
Recuerdo con cariño aquellos balcones en los que muchas noches terminaba mi
día fumando, apoyado en la baranda mientras pensaba en mis propios asuntos,
mientras miraba sin ver las gotas de lluvia en los charcos donde se reflejaban las
farolas.
Recuerdo bien que las mañanas claras de buen tiempo, por las ventanas llegaban
hasta mi rincón, el que pinto en el cuadro, los ruidos de un mundo que nunca se
para. Los ruidos ahogados de cuando en cuando por los maullidos de los gatos
indigentes peleándose en algún tejado abandonado.
Pinturas con cuento. Pág. 59
63. Nieva en la farola de enfrente
De mañana
Pinturas con cuento. Pág. 60
64. Los dedos del amanecer en Puerto Ausín martes, 16 de agosto de 2011
Dedos del amanecer en Puerto Ausín. Photoshop. 65x50.2011
Los dedos del amanecer tocan los muros del cortijo de El Puerto. Son muros de
tapial, desconchados, manchados por el agua y la sequía. Muros negros de verdín
seco, con cincuenta revocos que la humedad y el sol han rajado. Muros cien veces
blanqueados y hoy, tristes, viejos y perdidos, apenas salpicados por restos de cal.
Los dedos del amanecer recién nacido saltan la vertiente por Puerto Ausín y se
derraman como una avenida de agua incontrolada. Ruedan las olivas abajo, se
atropellan y chocan con las lindes, con los pinchos, con las cañas de las hierbas
secas. Corren y alborotan bajando por los barrancos hasta dar en Guadiana
Menor. Saltan a la otra orilla y en las cuestas de enfrente salpican espartizales,
pinares, olivares y campos yermos hasta romper contra las piedras más altas de
Sierra Mágina. Y como las olas, golpean y retroceden.
En los veranos de Lacra, cuando el calor dificulta otras excursiones, suelo subir hasta
Puerto Ausín para hacer piernas y no perder la costumbre de andar. Tiene cosas
buenas este paseo y no es la menor que por el carril no pasan coches nunca o casi
nunca y los perros pueden ir sueltos disfrutando a su aire.
Pinturas con cuento. Pág. 61
65. La noche se va por Mágina
Hay que salir con la fresca, cuando apenas hay luz, antes de que el sol haga
impracticables los caminos. Por suerte, la pendiente va a contrapelo del sol
naciente y los rayos pasan por encima de las cabezas creando una cueva de
sombra que aguantará el fresco todavía unos minutos.
Conforme aumenta la claridad el paisaje se esconde detrás de la calima.
Desaparecen primero el Mulhacén y toda su corte, luego Úbeda y la Loma. Para
bastante antes del mediodía apenas se distinguirá el esquema borroso de Sierra
Mágina y los campos que bajan hasta Guadiana.
La cueva de sombra al subir
Abajo, el Guadiana Menor y Collejares
Cuando la luz violenta y blanca de los días del verano ha borrando todo horizonte,
se pierden los planos largos y medios que en esta época solo son visibles en el alba
y al atardecer. Visibles, pero no como paisajes naturales sino como decorados
artificiosos pintados en colores excesivos e irreales.
Cuando la luz violenta y blanca de los días del verano ha borrando todo horizonte,
se pierden los planos largos y medios que en esta época solo son visibles en el alba
y al atardecer. Visibles, pero no como paisajes naturales sino como decorados
artificiosos pintados en colores excesivos e irreales.
La subida hasta Puerto Ausín es más o menos de unos cuatro kilómetros y de unos
cuatrocientos metros de desnivel: una hora. Al pasar por el cortijo de El Puerto nos
alcanzan los primeros rayos del sol que avanzan sigilosos a ras de suelo. Oculto tras
la calima queda el gran escenario del Guadiana Menor y su mundo, sólo queda
recrearse en los primeros planos, tan pequeños, tan poco valorados: el aroma de la
tierra deshidratada que se prepara para un nuevo infierno de calor, los almendros
que, tras cumplir con sus obligaciones productivas, empiezan a perder las hojas o
las propias almendras que, ya en su sazón, empiezan a desprenderse de la piel de
Pinturas con cuento. Pág. 62
66. melocotón juvenil y verde de cundo fueron allozas… Nada mas que planos cortos:
las uvas tintas en la parra, los cardos y los pinchos dorados, las hierbas amarillas y
también, claro está, las estudiadas formas y los trabajados colores que pueden
encontrarse en las paredes del cortijo cuando se las enfoca en modo macro.
El sol arrastrándose por el suelo El sol derramándose por los
olivares
La imagen de hoy es el dibujo de una fotografía figurada en la que los dedos del
amanecer rebotan contra los muros desconchados y deslumbran el objetivo de la
supuesta cámara. He tenido que pintarlo con algo de imaginación y embuste
porque, como bien se ve en la foto adjunta, las paredes en cuestión se orientan al
ocaso y a estas horas de la mañana el sol ni les roza la piel. Por eso he tenido que
pintar el momento, porque con el cristal de la lente malamente hubiera podido
conseguir un reflejo de sol. ¿Es irreal el resultado? Puede, porque no deja de ser un
invento. Pero los inventos, sin embargo, una vez paridos ya existen y son tan reales
como cualquier otra cosa existente, real o imaginaria.
Para cuando el sol empiece a calentar, ya estaremos bajando los perrillos y yo.
Hace un par de horas veíamos como los dedos del amanecer expulsaban a la
noche detrás de las crestas de Mágina. Ahora están resucitando a las chicharras y
espantando a las sombras. Si fuera invierno los dedos del amanecer arañarían la
escarcha. Pero hoy no, hoy ya hace demasiado calor y el sol brilla con fuerza en las
trampas de tela de no se que bicho que vive en la madreselva. Imposible el hielo.
Las paredes en sombra del cortijo de El Puerto
Pinturas con cuento. Pág. 63
67. La Frontera en los Picones del Puerto de Tíscar
jueves, 25 de agosto de 2011
Atardecer en Los Picones. Photoshop. 65x50. 2011
Son Los Picones del Puerto de Tíscar la frontera natural que separa a los antiguos
reinos de Granada y de Jaén, aunque la línea administrativa queda unos kilómetros
más abajo, pasado Pozo Alcon. Deja esta raya a un lado las tierras del Guadalquivir
con su monocultivo de olivar y sus paisajes suaves y al otro las tierras altas de
Granada, de relieve arisco, despobladas de personas y plantas. Dicho más
técnicamente, por Los Picones pasa la línea que parte a un lado la depresión del
Guadalquivir y al otro lo que ahora se llama Altiplano Granadino, la parte bética y
la penibética. Son tierras muy diferentes no tanto en lo humano aunque sí en lo
físico. La divisoria arranca en Tarifa y se difumina y desnaturaliza al pasar la Sierra de
Segura.
Además de frontera natural, esta lo fue también política y cultural durante casi
trescientos años: al sur el Reino de Granada subido a sus montes y al norte la
Andalucía de campiña que conquistó Fernando III. De aquellos tiempos recios y
antiguos surgió la parte del Romancero que más me gusta, la de los romances
moriscos y de frontera. Son historias de caballeros moros y cristianos haciéndose
guerras, ofensas y cautiverios sin tener nunca que trabajar: andan todo el día por
esas sierras de peñas y riscas, de castillos y atalayas, entre pinos y tomillos y romeros,
asaltando y defendiendo altos muros roqueros, quemando y robando las cosechas
Pinturas con cuento. Pág. 64
68. de las gentes de los otros.
El escudo de la Atalaya del Puerto de Tíscar
Los primeros tratos con estos señores los tuve por mediación de FLOR NUEVA
DE ROMANCES VIEJOS de don Menéndez Pidal. Ya el propio título predispone
a caer en el encanto de la épica y del romanticismo, en el olor viejo del
papel de las novelas antiguas que cuentan hazañas heroicas locales y en el
color perdido de los muros derrumbados, de mampuesto y de tapial, que se
esconden entre los zarzales de rincones olvidados. Cuento entre mis episodios
favoritos el romance de Abenamar, aquel gran felón y traidor que,
disimulando sus malas artes en el tintineo de las campanillas de la canción,
terminó pasando hasta por bueno. También me gusta el de la pérdida de
Alhama del que parece que hay o había versión en Portugal: ”Ay minha
Alfama”. Y quizás entre los mejores y más dramáticos, aquél de “Álora, la
bien cercada” donde le hicieron gran traición al Adelantado Mayor, tan
grande que lo mataron. Con el tiempo descubrí que más allá de don
Ramón también había romances. Alguno que incluso acabó siendo de mi
predilección como aquel del cerco de Baeza o aquel otro que empieza
“Caballeros de Moclín, peones de Colomera…”
Tanto leí estos episodios y tan seguido que de no ser por mi trasfondo fuertemente
burgués que lo impidió, se me hubiera secado el seso y andaría hoy en grandes
cabalgadas a lomos de coche por esas carreteras de las sierras en busca de
hidalgos moros. Pero resulta que además de mi parte conservadora se me cruzó San
Juan de la Cruz y de inmediato cambié a Reduán y a los suyos por otros versos. Por
aquellos que dicen “por toda la hermosura nunca yo me perderé, sino por un no se
qué que se alcança por ventura”. Y frecuenté nuevos lugares y dejé de frecuentar
aquellos que frecuentaba.
Que yo sepa no existe romance que corra por las sierras de Quesada y Tíscar.
Novela histórica romántica del diecinueve sí, pero romance no. Y aun sin romances,
Los Picones son la pura idea de frontera, son una fina membrana que pasando por
el filo de las piedras separa las vertientes. La del norte es la de los horizontes abiertos,
la de las olas de olivar que avanzan por los llanos y que suben y bajan por los cerros,
que solo acaban cuando acaba el horizonte. La del sur es la de los barrancos y las
ramblas, la de los suelos altos y desnudos donde apenas vive algún almendro
helado a la sombra del techo de nieve en el que está enterrado, dicen, el sultán
Muley Hacén. Pongo abajo fotografías que así lo acreditan.
Pinturas con cuento. Pág. 65
69. También, y como se sabe, desde los Picones se ve la torre del Castillo de Tíscar y se
ve desde arriba y a lo lejos Quesada en la otra parte. Se ve pero en los días claros
también se oyen las voces de la gente, los coches y los ruidos que salen del caserío.
La relativa lejanía es la bastante para desenfocar las formas y borrar lo detalles de
manera que hoy, como siempre, solo se ve una mancha blanca compuesta por
fachadas punteadas de ventanas. En su coronación, la torre de la iglesia. Se ven
desde aquí las mismas cosas que se veían y que fueron hace ya muchos años.
Al norte, Quesada
Al sur, Tíscar y la Sierra de Baza
Se ven las aceras llenas de sillas con gente que mira y que sólo alguna vez habla y
se ven los camiones cargados de paja renqueando por las cuestas de una carretera
casi vacía. Aprovechan la gente y los camiones la fresca de la noche. Y es verdad
también que se ven mis recuerdos desde esta atalaya, especialmente los días con
viento norte que son los mas transparentes.
Como se ve, los Picones son también la frontera que separa el presente del pasado.
Que separa, pero que a la vez junta como toda frontera: permite ver los dos lados
con solo girar la vista: a un lado se ve uno, el otro al otro lado.
Al norte, olivares Al sur, barrancos pelados
Cada vez que puedo
me acerco a los Picones. Es un paseo muy agradable. Las hojas afiladas de los pinos
amplifican y modulan el sonido del viento. En el cielo peñas y buitres, en el suelo
todas las hierbas de olor y los surcos secos de regatos espontáneos que dejaron en
el carril las últimas tormentas. Es un paseo agradable que me gusta hacer siempre
que puedo, con el viento frío del invierno y con la luz templada del verano al
caer la tarde. Me gusta asomarme al filo de piedra y mirar aquel pasado que solo
desde aquí se puede volver a ver y verlo mezclado con el presente local del que
ya no formo parte.
Pinturas con cuento. Pág. 66
70. El sol cuando acaban los días de julio se va rasando el suelo y mancha de dorado
el cristal de mi cámara digital. Eso es lo que hoy he pintado.
De “Álora la bien cercada”
“Entre almena y almena - quedado se había un morico
con una ballesta armada - y en ella puesto un cuadrillo.
En altas voces decía, - que la gente lo había oído:
¡ Tregua, tregua, Adelantado, -por tuyo se da el castillo!
Alza la visera arriba, - por ver el que tal le dijo,
asestárale a la frente, - salido le ha al colodrillo.
Sacóle Pablo de rienda, - y de mano Jacobillo,
estos dos que había criado- en su casa desde chicos.
Lleváronle a los maestros - por ver si será guarido.
A las primeras palabras, - el testamento les dijo"
Pinturas con cuento. Pág. 67
71. Paseo de invierno con perros por la playa
martes, 6 de septiembre de 2011
Playa de Cabopino en invierno. Photoshop. 65x50. 2011
Invierno, playa de Cabopino. Los fondos arenosos revueltos por las corrientes se
reflejan en la superficie cuarteada del mar que el viento mueve rítmicamente,
como los engranajes de un móvil. Ese mismo viento a empujones arrastra las nubes
por el cielo y salpica de humedad las plantas al borde de las dunas.
Torre Ladrones Los nuevos colores del mar
Pinturas con cuento. Pág. 68
72. El mar, sin moverse, nunca se para y menos aún en días embravecidos como este.
Reflejos amarillentos y verdosos pelean por mantenerse a flote y luces medio tristes y
medio brillantes llegan por levante. Las olas martillean con monotonía de cante de
fragua. El temporal arranca arenas y algas de los suelos y las lleva a la superficie, las
hunde y las vuelve a levantar cambiando los colores convencionales de la estampa:
desaparecen los azules sustituidos por ocres verdosos, detrás de los remolinos de
espuma las luces de bombilla antigua, medio brillantes y medio tristes, tiñen de
amarillo el horizonte.
Una zódiac abandonada. Está rota y tiene un pie en el agua y el otro en la arena.
No parece de recreo, parece más bien de trabajo. Pero está demasiado vacía para
haber transportado personas, dentro no quedan restos de cosas de pobre. Tiene
toda la pinta de que los viajeros han sido cosas. Si el transporte hubieran sido
personas ya las habrían alcanzado porque corren mucho menos que el humo y el
aroma de las cosas y aquí no se aprecia indicio alguno de éxito policial. Quien
fuese, cruzó el mar de noche y desembarcó disimulando en medio de la oscuridad.
Eso si, no olvidó el motor que dicen que es lo más caro. Pero han sido cosas las que
ha viajado en esta zódiac.
Palmeras desconcertadas
Y aunque han sido cosas y no personas, encajarían aquí unas cuantas reflexiones y
excursiones verbales sobre los viajes de quien se ve obligado a cruzar este u otro
mar. Sería apropiado decir que hay quien cruza el mar varias veces y en sentido
contrario y que hay quien no lo hace nunca ni sale de su pueblo. Y se podría
continuar diciendo que hay quien tiene la suerte de cruzarlo en un día de calma y
quien se ve zarandeado por el temporal en una noche negra. También, que hay
quien lleva mucha cosa encima y quien no lleva nada, quien va solo y quien va con
muchos, quien tiene que correr al desembarcar y quien es adulado al pisar el suelo,
quien es devuelto al llegar y quien alcanza una nueva vida.
Si estuviéramos en un bar con cerveza o vino delante, con tapas y buen público,
iríamos subiendo el tono de la conversación hasta alcanzar registros de innegable
hondura: que todos, al fin, hacemos alguna vez un viaje aunque sea solo uno, que
los viajes de las cosas no tienen ninguna poesía porque se rigen por las normas del
comercio (lo cual espero demostrar alguna vez que no es cierto) y otras
profundidades filosóficas de similar tenor. Tanto más airosas y deslumbrantes cuanto
mejor o más repetido sea el vino y menos prudentes sean los contertulios.
Pero lo cierto es que no estamos en ninguna taberna, que el viento es frío y que solo
se escucha la métrica cansina de las olas, ABC, ABC, ABC…
Pinturas con cuento. Pág. 69
73. Reflejo de luz furtiva
Las plantas de las dunas
Pasear por la playa en invierno es como sentarse delante de una chimenea (creo
que ya lo he dicho otras veces). La vista se pierde mirando a ninguna parte y el
pensamiento se deja llevar por el ritmo de las llamas y de las olas. En la orilla, la
melancolía se vuelve hacia el horizonte buscando cosas perdidas, cosas pasadas, lo
que no volverá. Hoy, es invierno.
¿Y dónde están los perros en el paseo? Pues eso, que no paran. No me hacen ni
puto caso. Los llamo para que hagan una bonita estampa en la foto y se van a la
parte contraria. No dejan de moverse, siempre por donde ellos quieren. Si salen en
alguna imagen será porque pasan delante del objetivo, no por otra cosa. Esa es la
razón de que no haya podido sacarlos en el dibujo. Están muy consentidos.
Mirando al horizonte a las olas, a la lumbre
Pinturas con cuento. Pág. 70
74. Olivas domingo, 18 de septiembre de 2011
Olivas. Acrílico y óleo sobre lienzo. 65x50. 2011
Seguro que alguna vez en algún sitio de la provincia, alguien ha pedido en un bar
olivas y le han contestado que ellos son taberneros y no tratantes de fincas. Y es que
como cualquiera sabe, en Jaén, fuera parece que no, la oliva es un árbol y no es
otra cosa.
Olivas
Olivar
La oliva es el árbol y su fruto es el billete. Recién salido de la flor es verde y se suele
Pinturas con cuento. Pág. 71
75. conocer como aceituna. Al avanzar en su desarrollo se oscurece y alcanza en sus
estadios finales tonos azulones y morados decididamente oscuros. Con los primeros
hielos del invierno ya está completamente formado. El individuo adulto, de brillantes
colores y cintas de reflejos plateados, dedica su corta vida a reproducirse. A tal
efecto despliega una elaborada ceremonia nupcial, muy vistosa y admirada año
tras año por incontables aficionados. Así, refiriéndose a este cortejo se dice: “Dinero
llama a dinero” pues también es conocido el fruto por ese nombre.
Respecto a los suelos que habita la oliva los hay de una amplia gama ya que es un
árbol sufrido que se adapta a casi cualquier circunstancia. A veces los suelos son
rojos como ocurre en Vilches y Arquillos, por ejemplo. Cito estos lugares
expresamente porque se me viene el recuerdo de cuando en mis tiempos de
estudiante cruzaba con mi hermano por allí, camino de Quesada o de vuelta a
Madrid, en un seiscientos pintado a brocha.
Más suelos: en Quesada y alrededores son blancos, pero siempre que no sea de
noche y sin luna porque entonces son negros. En las noches de luna llena cambian
a un azul muy tenue, plata brillante claro.
Los campos y paisajes donde viven pueden ser llanos, los menos, quebrados o
alomados, de horizontes abiertos que se pierden en sierras de varias provincias o
cerrados por algún cerro que abusa del primer plano. Los aires que cubren estos
paisajes a veces son opacos, por la niebla o por las lumbres de los aceituneros, y a
veces son completamente transparentes como es el caso después de un temporal o
en los días de viento norte.
Las olivas se disponen en el terreno de muy distintas maneras: a su aire, guerrilleras y
anarcoides, que se colocan donde quieren sin sujetarse a regla alguna o bien son
absolutamente disciplinadas, agrupadas en formaciones perfectas y severamente
reguladas.
Las olivas son todas distintas, por su entorno y por ellas mismas. Por ellas también,
pues hay quien dice que tienen su propio temperamento y que por eso en un mismo
suelo, clima y dueño las hay reservadas y las hay vigorosas, las hay exuberantes y las
hay enfermizas, duras y blandas. Pero siendo absolutamente distintas, de una
individualidad casi absoluta, todas juntas, estén donde estén, sea de día o sea de
noche, todas juntas son un olivar. No es esta chica lección en estos tiempos y es de
mucho provecho para determinados colectivos amenazados, incluso para casi
todos.
Salta una liebre cuando aun no ha salido el sol por entre los troncos, que ya eran
viejos para la gente vieja, en el Olivar Viejo. Amanece con brillos verde suave, brillos
gris con verde, verde claro, verde oscuro apagado. Se pierde la liebre en cuatro
saltos ribazo arriba. Al otro lado del barranco el solano vuela entre las hojas, las agita
y las entrechoca haciéndolas sonar con un zumbido sordo y apagado que sube y
baja, que va y que viene.
Hay una enorme cantidad de tipos y variedades de oliva. Casi cada lugar tiene la
suya y se distinguen por el tamaño y por el valor facial del fruto, por su porte, etc.
No obstante, todas las variedades conocidas se pueden agrupar en dos grandes
Pinturas con cuento. Pág. 72
76. familias: olivas propias y olivas ajenas. Se diferencian porque el fruto de estas
últimas no es comestible ni se puede abonar en cuenta.
Olivar viejo
Finalmente, se hace preciso hablar de la muerte de las olivas, porque también les
llega su San Martín. Mueren en las chimeneas dando calor, olor y color al vino y a la
mecedora, a la tapa de queso y al pan. Sus quejidos agónicos, las chispas que
saltan y los crujidos de las ascuas, no son atendidas por el pensamiento que, en
vigilia, duerme.
Muerte de la oliva
Pinturas con cuento. Pág. 73
77. NATO OGI jueves, 13 de octubre de 2011
Vermú con soldadito de Pavía sin pimiento. Acrílico y óleo sobre lienzo. 65x50. 2011
(Para los que no lo pillen: significa OTAN NO)
De la taberna en cuestión me gusta y no hay porqué disimularlo, el vermú. Es de
barril, con su chorrito de ginebra, hecho con sifón de sifón, en vaso ancho y recio. La
rodaja de limón corta el exceso de colores morados y granates de la bebida.
Morados y granates que se extienden por los azulejos multicolores del zócalo, por el
suelo y la barra cuadrada, por la luz que atraviesa los vidrios de las lámparas. Todo
es magenta y carmesí. Al menos así me lo parece en la memoria cuando lo pienso.
Y seguramente que parecerían muy distintos si los pudiéramos poner el uno junto al
otro, pero este bar se parece a otro bar que hay (o había) en la otra esquina del
mar. Aquel también es (o era) céntrico pero a la vez también como de barrio. Son
uno y otro de públicos tan distintos que se ofendería ambos con la mutua
comparación. El uno es más nocturno, el otro más de mañana, el uno más de orden
y el otro más de buscar un rato de desorden de todos los sentidos. Pero los dos
como un poco de pueblo, de parroquianos, de costumbres fijas: los unos que cada
mañana vuelven, contentos de poder continuar volviendo un día más, los otros que
vuelven cada noche buscando, en su deseo, empezar otra noche más. No
Pinturas con cuento. Pág. 74