1. “EL FIN JUSTIFICA LOS MEDIOS” Frase atribuida a Nicolás Maquiavelo, hay quienes
afirman que es autoría de Napoleón Bonaparte.
En el libro: ¿Que haría Maquiavelo? Su autor la expresa así: “EL FIN JUSTIFICA LA
RUDEZA”
Esta frase ha permeado el ejercicio ético de muchas profesiones, y peor aún, la estructura
de la iglesia de Cristo; aunque muchos no se identifican con el contenido dialectico que
encierra la misma, sin embargo, el espíritu de esta declaración es el motor que impulsa, es
el insumo para tomar las mayorías de las decisiones relevantes en personas denominadas
“exitosas”.
El sistema del presente siglo nos ha vendido la idea del ÉXITO; y todos queremos ser: El
gran empresario, el gran artista, el gran profeta, el gran compositor, el gran… la lista es
interminable.
¿Es incorrecto que deseemos destacarnos en lo que hacemos? Absolutamente no. Fuimos
diseñados para ser personas productivas, para ejercer influencia, para multiplicarnos,
para expandirnos. El problema radica en la forma, no en el fondo.
Esta generación debe romper ciertos PARADIGMAS VIVENCIALES sobre lo que el sistema
nos ha establecido como éxito y el cómo llegar a él. Todos nosotros nos desarrollamos en
distintas áreas, donde muchas veces logramos expandirnos, colocarnos en posiciones
cimeras, ocupar posiciones de influencia, jugar papeles importantes en el proceso de toma
de decisiones. Las preguntas que nos hacemos son las siguientes:
¿Cuánto hemos sacrificado para llegar allí? ¿Cuántos cadáveres llevamos sobre nuestras
espaldas? ¿Cuántas de nuestras familias permanecen unificadas?
Muchas veces caemos bajo la presión social de ser reconocidos, de hacernos un “nombre”,
o de lograr una determinada posición, y para tales fines, en ocasiones hacemos
concesiones de nuestros principios y valores. Perdemos el juicio, se nos nubla el
entendimiento, renunciamos a la capacidad de ser racionales.
En las Sagradas Escrituras encontramos el siguiente relato, en el libro de 1 de Reyes 16.34
“En su tiempo Hiel de Betel reedificó Jericó; a costa de la vida de Abiram su
primogénito puso sus cimientos, y a costa de la vida de su hijo menor Segub levantó sus
puertas, conforme a la palabra que el SEÑOR había hablado por Josué, hijo de Nun”.
Nuestra ignorancia y desconocimiento del propósito para el cual estamos en esta tierra
nos lleva a tomar decisiones que repercuten, no solo sobre nuestras vidas, sino también
sobre la vida de aquellos que amamos.
Este relato es un claro ejemplo de lo que vemos hoy en nuestra sociedad; con facilidad
caemos en las trampas del consumismo inmediato, de la sed de prestigio, de la
competencia con el prójimo, motivada por la envidia, y de otras tantas tentaciones o atajos
que utilizamos con el fin de “llegar a tal o cual posición”, con el fin de “lograr tal o cual
meta”. Y no nos damos cuenta que estamos sacrificando nuestra razón de vida.
Tal como señalamos en líneas más arriba, al momento de nuestra creación fuimos
diseñados para ser personas productivas, para ejercer influencia, para multiplicarnos,
2. para expandirnos. Sin embargo, toda nuestra esencia y capacidad de ejercer el poder y
manifestar dominio sobre nuestro entorno, se vio afectada, el propósito de ser el reflejo y
la imagen del Eterno fueron remplazados por la auto superación y auto realización.
La esencia de gobierno en el hombre se mantuvo, pero de manera distorsionada
(Buscamos crecer aplastando al que se cruce en nuestro camino; usamos el poder y la
autoridad con cierto niveles de despotismo) y todo en nombre de llegar a ser alguien o
mantenernos como tal.
El Nuevo Pacto o Pacto Eterno consumado en Cristo, coloca al hombre en su posición y
condición inicial, restaurándole e introduciéndole al propósito eterno; devolviendo al
hombre la capacidad de realizarse, de ser productivo, de operar como un cuerpo, con
sentido de cooperación, neutralizando las rivalidades infructuosas, tal como señala el
maestro J. Briceño: “En el reino no se compite, se avanza”; tomando conciencia de que en
el cuerpo todos somos importantes, que es más grande el que sirve que aquel que es
servido.
Entender que fuimos diseñados para que en medio de nuestra generación el propósito
eterno se desarrolle en nosotros, nos libera del esquema de pensamiento que hoy
predomina, nos hace entender que todos somos de valiosa importancia en el reino, nos
libera de la trampa de caer en el activismo religioso desgastante y nos permite enfocarnos
en aquellas cosas que aportan valor y desarrollo; nos hace entender que las posiciones son
efímeras, que somos colocados en ellas con el fin de desarrollar nuevas habilidades que
utilizaremos al momento de pasar al próximo nivel.
Entender que formamos parte de SU PROPOSITO ETERNO nos obliga a utilizar métodos
legítimos, a inicial con una semilla pero con la plena convicción de que se transformara en
una abundante cosecha, entender que somos administradores de los hijos, dones,
habilidades, talentos y recursos que él, en su gracia nos da para que los administremos, en
virtud de ese propósito.
El apóstol Pablo escribió las siguientes palabras en Filipenses 3:7-9
“Pero todo lo que para mí era ganancia, lo he estimado como pérdida por amor de
Cristo. Y aún más, yo estimo como pérdida todas las cosas en vista del incomparable
valor de conocer a Cristo Jesús, mi Señor, por quien lo he perdido todo, y lo considero
como basura a fin de ganar a Cristo, y ser hallado en El, no teniendo mi propia justicia
derivada de la ley, sino la que es por la fe en Cristo, la justicia que procede de Dios
sobre la base de la fe”.
Cuando recibimos en nuestro espíritu una impartición del Cristo resucitado, las
ambiciones personales, la sed de prestigio, la imperiosa necesidad de ser reconocido se
relevan a la posición de “basura”.
Concluimos estableciendo que: “lograr el fin, cual fuere este, requiere que utilicemos
métodos legítimos, que corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, con la
plena confianza de que el que inicio en nosotros la buena obra la perfeccionara”,
convencidos de que Él está en control de toda circunstancia.
Un abrazo, En Cristo
Su servidor Amín Abel Dino.