El documento presenta tres ejemplos de realismo mágico en Cien Años de Soledad de Gabriel García Márquez. El primero describe a un hombre que nació con una cola de cerdo. El segundo relata cómo un hombre muerto aparece en el patio de una casa. El tercero narra cómo una mujer llamada Remedios, la Bella, despega y vuela hacia el cielo mientras ayuda a doblar sábanas.
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Ejemplos de realismo mágico en Cien años de soledad
1. 1. Subrayar en los siguientes fragmentos , ejemplos de realismo mágico.
2. Compartir el porqué de sus elecciones.
100 años de Soledad: Gabriel García Márquez.
Eran primos entre sí. Habíancrecido juntos en la antigua ranchería que los antepasados de ambos transformaroncon sutrabajo ysus buenas
costumbres enunode los mejores pueblos de la provincia. Aunque su matrimonioera previsible desde que vinieronal mundo, cuando ellos
expresaronla voluntadde casarse sus propios parientes trataronde impedirlo. Teníanel temor de que aquellos saludablescabos de dos razas
secularmente entrecruzadas pasaranpor la vergüenza de engendrar iguanas. Ya existía un preceden te tremendo. Una tía de Úrsula, casada
con un tío de José ArcadioBuendía tuvo unhijoque pasótoda la vida conunos pantalones englobados y flojos, y que murió de sangrado
despuésde haber vividocuarenta ydos años enel máspuroestadode virginidadporque nacióycreciócon una colacartilaginosa enforma de
tirabuzón ycon una escobillade pelos enla punta. Una cola de cerdo que nose dejóver nunca de ninguna mujer, yque le costóla vida cuando
un carnicero amigo le hizo el favor de cortársela con una hachuela de destazar.
El asunto fue clasificadocomounduelo de honor, peroa ambos lesquedóun malestar enla conciencia. Una noche en que no po día dormir,
Úrsula salióa tomar agua en el patioyvio a PrudencioAguilar junto a la tinaja. Estaba lívido, conuna expresión muytriste, tratando de cegar
con un tapónde espartoel hueco de sugarganta. No le produjo miedo, sinolástima. Volvióal cuarto a contarle a su esposo lo que había visto,
pero él no le hizocaso. «Los muertos no salen -dijo-. Lo que pasa es que no podemos conel peso de la conciencia.» Dos noches después,
Úrsula volvióa ver a Prudencio Aguilar en el baño, lavándose con el tapón de esparto la sangre cristalizada del cuello. Otra noche lo vio
paseándose bajola lluvia. José Arcadio Buendía, fastidiadopor las alucinaciones de sumujer, salióal patio armadocon la lanza. Allí estaba el
muerto con su expresióntriste. -Vete al carajo -le gritóJosé ArcadioBuendía-. Cuantas veces regreses volveré a matarte. Prudencio Aguilar no
se fue, ni José Arcadio Buendía se atrevió arrojar la lanza. Desde entonces no pudo dormir bien.
"Lloviócuatro años, once meses ydos días. Huboépocas de llovizna en que todo el mundo se pusosus ropas de pontifical y se compuso una
cara de convaleciente para celebrar la escampada, peropronto se acostumbraron a interpretar laspausas como anuncios de recrudecimiento.
Se desempedraba el cieloenunas tempestades de estropicio, yel norte mandaba unos huracanes que desportillaron techos y derribaron
paredes, ydesenterraronde raízlasúltimas cepasde las plantaciones. Comoocurrió durante la peste del insomnio, que Úrsula se dio a
recordar por aquellos días, la propia calamidad iba inspirando defensas contra el tedio. Aureliano Segundo fue uno de los que más hicieron
para nodejarse vencer por la ociosidad. Había idoa la casa por algúnasuntocasual la noche enque el señor Brown convocó la tormenta, y
Fernanda traté de auxiliarloconun paraguas medio desvarilladoque encontré enun armario. «No hace falta –dijoél-. Me quedo aquí hasta
que escampe.» No era, por supuesto, un compromiso ineludible, pero estuvo a punto de cumplirlo al pie de la letra."
Cuandosupadre le comunicósualarma por haber olvidadohasta los hechos más impresionantesde suniñez, Aureliano le explicósu método,
y José ArcadioBuendía lopusoenpráctica entoda la casa ymás tarde loimpusoa todoel pueblo. Con un hisopoentintado ma rcó cada cosa
con su nombre: mesa, silla, reloj, puerta, pared, cama, cacerola. Fue al corral ymarcó los animales y las plantas: vaca, chivo, puerco, gallina,
yuca, malanga, guineo. Poco a poco, estudiando las infinitasposibilidades del olvido, se dio cuenta de que podía llegar un día en que se
reconocieranlas cosaspor sus inscripciones, pero nose recordara su utilidad. Entonces fue más explícito. El letrero que colgó en la cerviz de la
vaca era una muestra ejemplar de la forma en que los habitantes de Macondoestaban dispuestos a luchar contra el olvido: Esta es la vaca, hay
que ordeñarla todas las mañanas para que produzca leche y a la leche hay que hervirla para mezclarla con el café y hacer café con leche. Así
continuaron viviendo en una realidadescurridiza, momentáneamente capturada por las palabras, pero que había de fugarse sin remedio
cuando olvidaran los valores de la letra escrita.
Remedios, la bella, se quedóvagandopor el desiertode la soledad, sin cruces a cuestas, madurándose en sus sueños sin pesad illas, en sus
baños interminables, ensus comidas sin horarios, ensus hondos yprolongados silencios sin recuerdos, hasta una tarde de marzo en que
Fernanda quisodoblar en el jardínsus sábanasde bramante, y pidió ayuda a las mujeres de la casa. Apenas había empezado, cu ando
Amaranta advirtió que Remedios, la bella, estaba transparentada por una palidez intensa.
-¿Te sientesmal? -le preguntó.
Remedios, la bella, que tenía agarrada la sábana por el otro extremo, hizo una sonrisade lástima.
-Al contrario-dijo-, nunca me he sentidomejor.
Acabó de decirlo, cuandoFernanda sintió que un delicadoviento de luzle arrancólas sábanas de las manos ylas desplegóentoda suamplitud.
Amaranta sintióuntemblor misteriosoenlos encajes de sus pollerines ytrató de agarrarse de la sábana para no caer, en el instante en que
Remedios, la bella, empezaba a elevarse. Úrsula, ya casi ciega, fue la única que tuvoserenidadpara identificar la naturaleza de aquel viento
irreparable, ydejólassábanasa merced de la luz, viendoa Remedios, la bella, que le decía adiós conla mano, entre el deslumbrante aleteode
las sábanas que subíancon ella, que abandonabanconellael aire de los escarabajos ylas dalias, ypasabancon ella a travé s del aire donde
terminabanlas cuatrode la tarde, yse perdieronconellapara siempre enlos altos aires donde nop odíanalcanzarlani los másaltos pájaros de
la memoria.