El documento describe las cuatro dimensiones del actuar moral humano: los actos, la opción fundamental, las actitudes y los hábitos. Explica que los actos son acciones puntuales, la opción fundamental es la disposición de fondo de una persona, las actitudes son las posturas ante realidades particulares y los hábitos son mecanismos que facilitan u obstaculizan el actuar. Todas estas dimensiones están interconectadas y forman la vida moral de una persona.
2. Tercera dimensión del actuar moral de
la persona, además de los actos y de la
opción fundamental. Es una dimensión
poco considerada, pero importante,
tanto para el análisis como para la vida
moral.
3. El término actitud designa una
“postura” física o, de modo
figurado, una postura anímica;
es una disposición de ánimo en
relación con alguna realidad.
Podemos identificar en una
persona múltiples actitudes, de
acuerdo con las múltiples
relaciones que ella tiene con
diversas realidades.
4. Solemos hablar en español de
“actitud ante”. Es el modo de
situarse anímicamente ante
algo. Ante una persona, un
grupo, una nación, etc.
Actitud ante el dolor o el
amor, ante el estudio, ante el
sacerdocio, ante la amistad,
ante Dios, ante la materia de
desarrollo moral, etc.
5. Las actitudes tienen cierto carácter de
estabilidad, aunque pueden y suelen
ser modificadas mucho más
fácilmente que la opción fundamental.
De algún modo, las actitudes expresan
la opción fundamental, concretando
aquella “postura fundamental ante el
todo”, en posturas concretas ante
realidades particulares. Por otra parte,
ellas influyen directamente en los
actos individuales de la persona.
6. Así como la opción fundamental
orienta en general el
comportamiento del individuo, las
actitudes provocan la tendencia a
actuar de un modo específico.
Solemos comprender las actitudes
de los demás precisamente a través
de sus actos, sobre todo cuando se
repiten en una misma dirección,
denotando la postura del individuo
ante determinada realidad.
7. Según cómo se porte
una persona en relación
con otra, o cuando
entra en una Iglesia,
etc. comprendemos su
actitud ante esa
persona, o ante Dios...
8. Las actitudes se deben a
“ingredientes” que no dependen de
la libertad del sujeto, como su
temperamento, su educación,
circunstancias contingentes,
experiencias positivas o negativas...
9. Desde el momento que en su conciencia se
da cuenta de que una determinada actitud es
negativa o positiva (actitud de desprecio,
odio, rechazo, envidia; o al contrario, de
acogida, benevolencia, amor), y en la medida
en que esa actitud depende de él, la actitud
en cuestión tiene una connotación moral.
10. Teniendo en cuenta que las actitudes pueden ser
positivas o negativas (también desde el punto de vista
moral), que en parte pueden depender del sujeto, y que
pueden ser por éste libremente orientadas e incluso
modificadas, comprendemos que entran en el campo de
la propia responsabilidad moral y deben ser
consideradas al analizar el comportamiento ético de la
persona, así como al plantearse el problema de su
educación.
12. Proveniente del vocablo latino
“habitus” del verbo habere, el
hábito indica, de modo
genérico, algo que se tiene
por adquisición. Se trata de
una disposición estable que
afecta a alguna de las
facultades de la persona,
facilitando su ejercicio en un
determinado tipo de
actuación.
13. Es sobre todo la repetición
de determinados actos lo
que hace que la facultad
que entra en juego en ellos
vaya adquiriendo una
especie de “memoria”
dinámica que la potencia
en su capacidad de realizar
en el futuro esos mismos
actos.
15. Cuando uno está aprendiendo a
manejar, le parece casi imposible
poder coordinar los movimientos
de los pies y las manos para
cambiar de velocidad, mantener
la dirección con el volante, etc.
Después de un tiempo de
práctica, le sale ya casi sin darse
cuenta, mientras habla con quien
viaja a su lado. Ha adquirido un
hábito que le facilita la ejecución
de una serie de operaciones.
16. Cuando un alumno se dedica con
intensidad al estudio de las
matemáticas forma un hábito
que le permite analizar los
problemas con agilidad y
exactitud, mientras quizá le
cueste enormemente expresarse
con soltura, como hace su amigo
que estudió humanidades
clásicas, y a quien las
matemáticas le parecen un
misterio.
17. No se trata de que uno se
vuelva más inteligente, ni
de que simplemente ha
adquirido nuevos
conocimientos.
Se trata de que, por así
decir, su facultad
intelectiva “ha aprendido”
a operar de cierto modo
en cierto tipo de actos.
18. El hábito puede designar también
un determinado comportamiento
estable por parte de un individuo,
una costumbre “habitual”.
19. Uno tiene el hábito de silbar por los
pasillos, otro ha formado el hábito de
guardar silencio, el otro tiene el
hábito de dormir con la ventana
abierta, otro de cepillarse sus dientes
después de cada comida...
20. Se comprende fácilmente
que la adquisición, el
cambio, el mantenimiento,
el potenciamiento de los
hábitos (tanto en cuanto
perfeccionamiento de una
facultad como en cuanto
costumbre), influye, a
veces decisivamente, en
nuestro actuar cotidiano.
21. Por otra parte, igual que
sucede con los actos, el
sujeto puede ser la
causa, el responsable de
sus propios hábitos.
Se entiende entonces
que hay en ello una
dimensión moral.
22. Desde el punto de vista objetivo, la
moralidad de los hábitos tiene que
ver con su contenido mismo, o con
sus consecuencias en el
comportamiento del individuo.
23. Dado que los hábitos se forman por
repetición de actos, y que consisten en la
facilidad de obrar de un determinado
modo, entendemos que puede haber
hábitos en sí moralmente buenos o
moralmente malos.
24. No es lo mismo tener el hábito de
decir la verdad que haber formado el
hábito de mentir; no es igual el hábito
auto controlarse ante las ofensas
verbales que el hábito de ofender
verbalmente al prójimo.
Hay, pues, hábitos que nos ayudan a
obrar el bien y otros que lo dificultan o
que incluso facilitan la realización de
actos inmorales. A los primeros los
llamamos virtudes, a los segundos
vicios [1].
25. Desde el punto de vista
subjetivo habría que tener
en cuenta el índice de
responsabilidad que cada
sujeto tiene en la formación
y mantenimiento de sus
hábitos buenos o malos.
A veces se forman por
repetición de actos casi
mecánicos, sin que uno se
dé cuenta.
26. Otras veces el individuo reitera
conscientemente unos actos
que le hacen responsable de
los hábitos que fraguan en él.
Otras los forma incluso
deliberadamente, como
cuando alguien se esfuerza
por formar el hábito virtuoso
de hablar bien de los demás;
o, al contrario, lucha contra el
vicio de criticar.
27. Hay que tener en cuenta
también que
frecuentemente un
determinado hábito puede
llevar al sujeto a actuar de
cierta manera con menor
conciencia y voluntad,
como por un mecanismo
del que no es del todo
responsable.
28. La consideración del hábito que
le lleva a actuar así podría
ayudar a comprender su menor
responsabilidad moral respecto
a un determinado acto. Pero
habría que considerar también
lo dicho antes sobre los actos
“voluntarios in causa”: quizás
esa persona es culpable de
haber formado ese hábito que
ahora le lleva a actuar de ese
modo.
30. * Acto humano,
* Opción fundamental,
* Actitudes,
* Hábitos.
Se trata de cuatro
expresiones
complementarias,
e íntimamente unidas,
del actuar humano.
31. El acto se refiere a cada
actuación puntual y
específica; las otras tres
se fijan en el sujeto que
actúa, en su disposición
de fondo o en sus
posturas particulares y
transitorias, en los
mecanismos que facilitan
o dificultan su actuar.
32. Al final sale a relucir, por
una parte, la unidad de la
vida moral de la persona;
y por otra el hecho de
que, en el fondo, toda la
vida moral se refiere,
como decíamos antes, al
actuar libre, y por ello
responsable, del sujeto.
33. Podríamos decir que la vida moral es un
movimiento dinámico que se articula en dos
líneas que confluyen en el acto humano.
Por una parte, la Opción Fundamental establece
una dirección en el sujeto, a partir de la cual éste
va formando diversas actitudes ante las diversas
realidades, las cuales le inclinan a actuar de uno u
otro modo.
Por otra parte, sus facultades y potencias se
van enriqueciendo en su capacidad de actuar
según los diversos hábitos, de modo que el
sujeto llega a obrar más fácilmente de uno u
otro modo.
34. Podremos evitar reducir la moral a
una serie de actos aislados e
inconexos; o, por el lado opuesto,
a una vaga “opción trascendente”,
desligada de las opciones reales
de cada día.
36. Al hablar del “acto humano” me
he referido a él como si fuera
una realidad simple. Ahora
debemos adentrarnos en él
para considerar que es más
bien una realidad compleja y
que los elementos que lo
componen deben ser
atentamente considerados para
su evaluación moral.
37. En efecto, cuando una persona
actúa, su acto tiene siempre un
propio objeto intencional; pero
sucede además que el sujeto
quiere realizar ese objetivo
porque está motivado por un
determinado fin; y, en tercer
lugar, actúa siempre en medio
de una serie de circunstancias,
que pueden connotar su acción
en un sentido o en otro.
38. Estamos hablando de los tres
clásicos “factores de la
moralidad”, o “fuentes de la
moralidad”. Es decir, la moralidad
positiva o negativa de un acto
humano está relacionada, más
aún, depende del objeto, el fin y
las circunstancias implicadas en la
acción. Consideramos en primer
lugar el último de los factores,
que presenta menos problemas
teóricos.
39. Las circunstancias: Son
elementos que configuran
externamente la realidad del
acto. Nunca se realiza un acto
humano fuera del espacio y del
tiempo, y de condiciones que
de un modo u otro dan una
coloración moral al mismo. Al
considerar una acción podemos
preguntarnos: quién, cómo,
dónde, cuándo, con quién, con
qué medios, etc. ha actuado.
40. Algunas circunstancias son
moralmente “neutras”, como el
hecho de que quien roba lo haga
un lunes o un jueves. Otras, que
podemos llamar “moralizantes”,
configuran moralmente una acción
que, de no ser por esa
circunstancia, no sería ni buena ni
mala, como la circunstancia de
quien escala una montaña (acción
en sí amoral) esté gravemente
enfermo del corazón y ponga de
ese modo en peligro su salud.
41. Otras circunstancias son
llamadas “especificantes”, en
cuanto que definen la especie
de un acto; cuando alguien
mata al propio padre, ese
homicidio es llamado
específicamente “parricidio”;
cuando alguien roba un
objeto sagrado, el acto es -
además de un hurto- un
“sacrilegio”.
42. Finalmente, algunas circunstancias
son “atenuantes o agravantes”,
según den mayor o menor peso
moral al bien o mal realizado con
un determinado acto; no es lo
mismo robar a un millonario que a
una pobre viuda; no es lo mismo
herir a otro en un momento de ira
incontrolable provocada por una
agresión, que hacerlo con alevosía
y premeditación, sin ninguna
provocación por su parte de la
víctima.
43. Pero el problema principal en este
punto está en la consideración de los
otros dos “factores”, el objeto y el fin.
Y más concretamente, el problema de
la importancia moral del objeto y el
fin, en la acción humana.
Una visión equilibrada de esa relación nos
permitirá evitar tanto el “objetivismo
moral” (lo único que cuenta moralmente
es el tipo de acción realizada), como el
“subjetivismo moral” (lo único que cuenta
es el fin, la intención del sujeto).
44. Para comprender mejor lo que
entendemos por objeto y fin de
un acto pongamos un ejemplo
sencillo: un señor está trabajando
junto a su mesa, juntando piezas
de reloj. Me pregunto, ¿cuál es el
fin de su trabajo, de esas
operaciones que realiza con esos
materiales? Está claro: hacer un
aparato que marca la hora y que
llamamos reloj. Ese es el finis
operis, el fin de la obra que
realiza.
45. Pero luego me pregunto: ¿y por
qué está haciendo un reloj?
¿Cuál es el fin del relojero? La
respuesta podría variar: ganar
dinero, o pasar el rato, o hacer
un regalo a un amigo... Pero sé
que, aparte del fin de la obra
que él realiza, el relojero mismo
tiene algún fin que le mueve a
actuar. Ese es el finis operantis,
el fin de quien obra.
46. El objeto: es aquello que el
sujeto quiere realizar con su
acto. Podemos decir que el
objeto coincide con el finis
operis, aquello a lo que
tiende la acción del sujeto,
“el fin próximo de una
elección deliberada que
determina el acto del querer
de la persona que actúa”
(VS 78).
47. No nos referimos, pues, al
“objeto” en sentido material, sino
al “objetivo”, a lo intencionado
por el sujeto que actúa. Si yo me
llevo el portafolios de otro para
quedarme con él, el objeto de mi
acción no es simplemente esa
pequeña maleta y lo que contiene;
el objeto es la apropiación de la
misma por parte mía, sin el
consentimiento de su dueño
actual; es decir, robarme el
portafolio y lo que contiene.
48. El fin: Es el motivo en vista
del cual el sujeto quiere
realizar el acto. Se trata del
finis operantis. El relojero
hace relojes para ganar
dinero, o quizás para pasar el
tiempo... Yo me apropio del
portafolios del otro para
quedarme con el dinero que
lleva dentro, o quizás para
ayudar con él a los pobres..
49. Ahora bien, ¿cuál de los dos
factores, fin y objeto, determina la
moralidad del acto humano? Si
ambos, ¿en qué modo y medida lo
hacen uno y otro? En ocasiones,
fin y objeto coinciden en la
intencionalidad del sujeto: quiere
robar para quedarse con el dinero
del otro. En esos casos, bastará
analizar moralmente el objeto de la
acción para comprender la
moralidad de la acción misma y del
sujeto.
50. Pero a veces fin y objeto no
coinciden: el sujeto roba
con la finalidad de ayudar a
los pobres, por ejemplo.
Esta dicotomía entre objeto
y fin es frecuente, en cuanto
que la persona humana
suele tener o poner fines
correctos y hasta nobles en
el horizonte de sus actos.
51. Son pocos los que quieren el
mal sin justificarlo con una
“buena intención”. La mujer que
piensa en el aborto dice que es
para que no sufra la pobre
criatura, o por el bien de los
hijos que ya tiene; el terrorista
pone una bomba en un
mercado lleno de gente porque
con ello pretende colaborar con
la noble causa de su grupo en
lucha....
52. Según esa visión, la moral
de un acto humano no
depende tanto su objeto
cuanto del fin que persigue
el sujeto. En esa
consideración, lo que
cuenta es la evaluación de
las consecuencias positivas
o negativas del acto
(“consecuencialismo”);
53. Algunos subrayan la
necesidad de que las
consecuencias positivas
sean proporcionalmente
mayores que las
negativas para que el
acto sea correcto
(“proporcionalismo”).
54. El objeto del acto no posee en sí ninguna
connotación moral, sino que se refiere a lo que
algunos autores llaman “bienes pre-morales”.
Es precisamente la consideración de los bienes o
males pre-morales puestos por el acto lo que
determina la moralidad de la intención o fin del
sujeto, y por tanto del acto mismo.
55. Nos interesa anotar que no es correcto
despojar al objeto del acto humano de su
connotación moral. Hay una moralidad,
positiva o negativa, en los objetos de
ciertas acciones, como el matar a un
inocente, el ayudar al necesitado, etc.
La moralidad del acto, en sentido estricto,
se da en la acción misma (si no hay acto
humano no hay moralidad), pero la acción
está ya connotada moralmente por su
propio objeto, además del fin por el que
el sujeto la realiza.
56. Ciertamente, no es nada fácil definir cuál
es exactamente el “peso” del fin y del
objeto en la cualificación moral de un
acto. Sto. Tomás de Aquino parece
encontrar cierta dificultad para mantener
el equilibrio entre esos dos componentes
de la acción.
Afirma primero que “la primera bondad de un
acto moral proviene del objeto”(art. 2); luego
declara que dado que el fin es causa de las
acciones, “las acciones humanas... tienen
razón de bondad que procede del fin del cual
dependen, además de la bondad absoluta
que hay en ella” (art. 4).
57. Después profundiza en la relación entre
ambos, distinguiendo el acto interior
voluntario, cuyo objeto es propiamente
el fin, del acto externo, que recibe su
especie del propio objeto.
Pero, dado que “los actos externos
solamente tienen razón de moralidad en
cuanto son voluntarios”... “la especie de
un acto se considera formalmente
según el fin y materialmente según el
objeto del acto exterior” (art. 6).
58. Ahora bien, hay que recordar que la moralidad
de un acto humano reside en la adhesión libre
de la voluntad al bien/mal percibido por la
razón: “En los actos humanos el bien y el mal
se dicen en relación a la razón”.
Por lo tanto hay que ver que cada uno de los
tres “factores de la moralidad” se encuentra
en una relación directa con la razón, y que
por ello ésta puede ver conforme o contraria
a sí misma, razonable o irrazonable (moral o
inmoral), tanto el fin como el objeto de la
acción, teniendo en cuenta las circunstancias
que la rodean.
59. Si mi razón me presenta un fin determinado como
contrario a ella y yo de todas formas lo quiero, mi
voluntad se adhiere libremente al mal que me
presenta la razón; e igualmente sucede si la razón
me presenta como contrario a ella el objeto de la
acción, aunque yo lo considere sólo como medio para
lograr un fin bueno: querer ese medio (objeto de la
acción) significa querer el mal identificado en él por
mi razón.
60. En realidad, aunque nosotros los separamos
mentalmente para analizarlos, los tres
“factores de la moralidad” están
intrínsecamente ligados en cada acto humano
real. Podemos hablar de un “objeto global”
del acto humano, que incluye los tres
“factores”.
Es decir, cuando decido realizar un
determinado acto, mi voluntad quiere todo lo
que está implicado en él, según me es
presentado por la razón: quiero esto, por ese
fin, en estas circunstancias. La moralidad del
acto proviene de la interrelación de esos tres
elementos en su relación con la razón y en
cuanto queridos por la voluntad libre.
61. Esa es la razón de fondo del dicho clásico
recogido por Aristóteles: “Lo bueno debe
serlo en su totalidad, mientras que lo malo
se presenta por cualquier defecto”.
Un acto humano es bueno cuando la
voluntad se adhiere al bien y solamente al
bien que la razón le presenta en su
comprensión del “objeto global”; la acción
es mala cuando la voluntad se adhiere al
mal que la razón ve en uno cualquiera de
los tres elementos o factores que la
componen.
62. Es también esa la fundamentación
de otro aforismo clásico: “El fin no
justifica los medios”. No los
justifica, en sentido moral, porque,
aunque la voluntad se adhiera al
bien visto en el fin, el medio -objeto
de la acción concreta- es igualmente
querido; y por lo tanto, si la razón
comprende que el medio es en sí
inmoral y el sujeto lo quiere, aunque
sea sólo como medio para el fin
bueno, la voluntad del sujeto se
adhiere a ese mal.
63. Diversa es la actuación del principio del doble
efecto. Hay situaciones en las que el sujeto
tiene que actuar en vista de un fin bueno e
importante, utilizando un medio bueno o
indiferente, pero con la conciencia de que de
su acción se seguirá también un efecto
colateral y secundario que en sí es negativo, y
que debería ser evitado si se pudiera.
Es el caso, por ejemplo, de un médico que,
para salvar la vida de una mujer (fin bueno e
importante) se ve obligado a extirparle los
ovarios, dejándola de este modo estéril
(efecto negativo).
64. Para ayudar a discernir correctamente en esos
casos, se ofrecen algunas condiciones, sin las
cuales no se puede decir que el sujeto no ha
querido el efecto negativo de su acción.
En primer lugar, el efecto negativo no debe ser
el medio para lograr el fin, por lo que hemos
dicho hace un momento: el medio es querido
efectivamente por el sujeto, en cuanto medio.
En segundo lugar, el efecto negativo no debe
ser querido, sino solamente “tolerado”; es decir,
el efecto no se deberá a la intención del sujeto,
sino que sucederá “contra su voluntad”.
65. En tercer lugar, se debe constatar que no
exista un modo alternativo para lograr el
mismo fin evitando el efecto secundario.
Si existiera esa posibilidad y el sujeto
optara por la acción que provoca el
efecto secundario, significaría que el
sujeto realmente lo quiere.
En cuarto lugar, debe haber una
proporción aceptable entre el fin bueno
que se persigue y el daño provocado por
el efecto colateral.
66. En el fondo, la acción realizada de acuerdo
con este principio es moralmente aceptable
porque en la voluntad del sujeto hay
solamente adhesión al bien visto en el fin.
El mal del efecto secundario es solamente
tolerado, en cuanto no se puede evitar sin
provocar la pérdida del fin, cuya
importancia se supone justifica ese efecto
negativo, como en el ejemplo de la
consecuencia de una situación de
esterilidad para salvar la vida de la
enferma.
67. Otro problema muy actual, estrechamente
ligado a nuestro tema, es el de la
existencia de actos intrínsecamente malos
y de normas morales absolutas.
Los autores que siguen el
consecuencialismo la niegan firmemente.
Si la moral de los actos no depende en
nada de su objeto, sino solamente de las
intenciones del sujeto en vista de las
consecuencias positivas y negativas de su
acción, está claro que no podemos hablar
de “actos intrínsecamente malos”.
68. Cualquier acto, aun aquél que en principio
nos pueda parecer más gravemente
inmoral, podría ser bueno en un
determinado caso, de acuerdo con las
buenas intenciones del sujeto y teniendo
en cuenta las consecuencias buenas del
acto previstas por él antes de actuar.
Por ello, tampoco podemos hablar de
“normas absolutas”; en todo caso se
aceptará la existencia de normas más o
menos universales, válidas “las más de las
veces”, pero no necesariamente en toda
ocasión.
69. Pero, como he recordado arriba, el objeto propio
de un acto es lo primero que lo especifica
moralmente; porque el objeto se encuentra en
una relación directa propia con la razón moral,
de modo que ésta la ve como bueno o malo en
sí, independientemente de la intención del sujeto
y de las consecuencias previsibles.
70. Ahora bien, si hay actos que tienen
como objeto propio algo que va
directa e intrínsecamente contra el
bien de la persona humana (de
quien actúa o de otra), esos actos
serán intrínsecamente malos desde
el punto de vista moral. Y las
normas que los prohíben
moralmente serán normas morales
absolutas, es decir, no relativas a la
situación, la intención del sujeto,
las consecuencias.
71. Así, “no se debe matar
nunca a un ser humano
inocente” es una norma
moral absoluta, que prohíbe
moralmente un acto que es
intrínsecamente malo: malo
en sí y por sí, y no en
función del por qué es
realizado, o de sus posibles
consecuencias.
72. Esto no significa, naturalmente, que la intención
y la consideración de las circunstancias, no tenga
ninguna importancia en la consideración moral
de los actos. Lo hemos recalcado antes. Quiere
decir más bien que, además de la buena
intención -fin bueno- el objeto del acto tiene
que ser también bueno para que lo sea el acto en
su totalidad.
73. Se habla de actos intrínsecamente malos y
no de actos intrínsecamente buenos,
porque no se puede decir que un acto es
bueno solamente en función de su objeto:
hay que analizar el fin de quien actúa; al
contrario, sí se puede decir que un acto es
malo solamente por su objeto, a pesar del
eventual buen fin de quien actúa.
Con estos apuntes, breves, sobre algunos
puntos especialmente candentes en la
discusión moral actual, hemos cerrado la
consideración de la “estructura
antropológica de la moral”.
75. Auto evaluación
1. ¿Cuál es la diferencia entre los así llamados
“actos humanos” y “actos del hombre”?
2. ¿Hay moralidad en los “actos del hombre”?
¿Por qué?
3. ¿Por qué querer hacer algo malo está mal si
no se “ha hecho” nada?
4. ¿Por qué una omisión puede ser pecado si
no se “ha hecho” nada?
5. Supongamos que una persona en
condiciones de completa embriaguez comete,
por ejemplo, sin ser consciente de ello un
asesinato. Dado que no era consciente y libre,
¿es responsable de ello?
76. 6. ¿Cómo podemos definir la “opción o
elección fundamental”?
7. ¿Puede el hombre actuar en contra de su
“opción fundamental”?
8. ¿Por qué son importantes las actitudes?
9. ¿Qué importancia tienen los hábitos para
la vida moral de la persona, y en qué
sentido puede haber una moralidad en
relación con ellos?
10. ¿A qué llamamos factores o fuentes de
la moralidad y cuáles son?
77. 11. Define el “objeto” del acto.
(12). ¿En qué consiste la corriente moral
denominada “teleologismo”?
(13). ¿Qué factor de la moralidad del acto
dejan fuera las corrientes teleológicas
consecuencialistas y proporcionalistas?
¿Por qué?
14. ¿Por qué el fin no justifica los medios?
(15). ¿A qué llamamos “objeto global” del
acto humano?
78. (16). ¿Puede ser moralmente bueno un acto
si alguno de sus “factores” es malo?
(17). ¿Cuáles son las condiciones para que
se pueda actuar según el principio del
doble efecto?
(18). ¿Por qué es aceptable moralmente el
principio del doble efecto, siendo así que
se produce un efecto negativo?
(19). ¿Qué se quiere decir con la expresión
“actos intrínsecamente malos”?
(20). ¿Qué son las normas absolutas
morales o “absolutos morales”?
79. Para la reflexión y discusión
1. Una persona mata a un enemigo suyo para
vengarse. Otra persona hace lo mismo, no
teniendo otra alternativa, para defenderse de
quien lo quería matar a él. Ambas personas
han matado a otra. En el primer caso se ha
realizado una acción moralmente mala y en el
segundo caso no. Parecería, pues, que la
buena intención puede justificar acciones
malas en sí mismas: los dos han realizado el
mismo acto (matar), pero uno de ellos con
una buena intención (“para defenderse”).
Parecería, también, que no existen actos
intrínsecamente malos ni normas morales
absolutas, ya que pueden darse excepciones
como la del ejemplo.
80. Los casos no son tan raros: una mujer se
opera para no tener más hijos y otra para
remover un tumor canceroso.
Supongamos que en ambas se realiza el
mismo tipo de operación.
La primera mujer habría obrado mal; la
segunda bien. ¿Lo único que diferencia sus
acciones es la intención?
81. Un último ejemplo: una mujer casada toma
píldoras anticonceptivas para no tener más
hijos; otra para defenderse de una
probable agresión de soldados enemigos
que están entrando en la ciudad.
De nuevo parece que la intención viene a
justificar acciones malas. ¿Por qué en el
primer caso se realiza una mala acción y en
el segundo no?
82. 2. Acabada la segunda guerra mundial se
juzgó en Nüremberg a los criminales de
guerra nazis. Algunos médicos que
colaboraron en la experimentación y en los
asesinatos de judíos se excusaron diciendo
que si no lo hubieran hecho ellos, lo
hubieran llevado a cabo otros de todas
formas, y que su presencia y su acción fue,
en conjunto, benéfica porque, dentro de
sus posibilidades, trataban de salvar al
mayor número posible de prisioneros y de
matar a los menos posibles.
83. Si hubieran dejado su puesto a otros,
éstos habrían matado a más personas.
Los jueces dictaron una sentencia en
su contra. ¿No era cierto que gracias a
ellos se salvaron muchos seres
humanos?,
¿que, teniendo en cuenta la situación
concreta, actuaron responsablemente
obteniendo las mejores consecuencias
posibles?
84. Otro hecho parecido. Una enfermera relata
sus experiencias en un campo de
concentración alemán. Cuenta que cuando
nacía un bebé, los soldados mataban a
éste y a la madre. Si el bebé nacía muerto
dejaban con vida a la madre.
Así que ella misma, que se encargaba de
los partos, mataba a los bebés para que al
menos se salvara la madre. Reconoce que
era una acción salvaje, pero que “no le
quedaba otra alternativa; al menos se
salvaba la madre; sería peor que murieran
los dos”.
85. ¿Es verdad que no tenía otra opción?
¿Quedan justificados los abortos que
realizó?
¿Sopesando las consecuencias de su
acción, no es verdad que fueron
proporcionalmente mayores los beneficios?
¿No se daba en estos casos, como
argumentan algunos moralistas, un
conflicto entre diversos bienes premorales
y diversas normas morales: pocas vidas -
muchas vidas; no matar - salvar la vida?
Notas del editor
1] El importante tema de las virtudes será estudiado más adelante, al analizar la “respuesta positiva” que el hombre ofrece a Dios con su vida moral.
[1] Cf. Anexo sobre Cómo ser un líder virtuoso (Entrevista con Alexandre Havard)
[1] Cf. Anexo sobre Cómo ser un líder virtuoso (Entrevista con Alexandre Havard)