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Nueva época - Vol. IV No. 89 Agosto de 2014
El Pintor y El Músico
Así como el pintor ve los objetos del mundo visible de una mane-
ra totalmente distinta que el ser humano común, así el poeta vive
de una forma muy diferente de la ordinaria los acontecimientos
del mundo interior y del mundo exterior. Es, sin embargo, más en
la música que en ninguna otra de la artes, donde es espíritu vuel-
ve poéticos los objetos y las modificaciones de la materia; y la
belleza, objeto del arte, no nos es dada y no se encuentra ya for-
mada dentro de los fenómenos.
Todos los sonidos que produce la naturaleza son burdos, sin
espíritu; y si los sonidos del bosque, el soplo del viento, el canto
del ruiseñor o el murmullo del arroyo parecen muchas veces me-
lodiosos y plenos de sentido, lo son sólo para un alma musical. El
músico extrae de sí mismo la esencia de su arte. No podría ser
tocado por la más ligera sospecha de imitación. El pintor, en
cambio, pareciera siempre estar precedido por la naturaleza visi-
ble, y que ésta fuera absolutamente para él un modelo que no
puede alcanzar; y sin embargo, el arte del pintor es más indepen-
diente y nace más a priori que el arte del músico.
Es únicamente del lenguaje de los jeroglíficos, de los signos, de
los que el pintor se sirve, y este lenguaje es infinitamente más
difícil que el del músico: el pintor pinta esencial y propiamente
con sus ojos; su arte consiste en ver la belleza y la armonía. Ver
es aquí plenamente activo, es la actividad imaginante absoluta.
Su pintura es su cifra, su expresión, su instrumento de reproduc-
ción; una cifra artificial que se da paralela con las notas del músi-
co, las que se oponen al cuadro del pintor en el juego de los más
diversos y múltiples movimientos de sus dedos, de sus pies, de
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El músico también escucha de una manera activa, proyectando
su escuchar hacia fuera: oye lo que viene de sí mismo. Cierto, un
tal vuelco de los sentidos o más bien su uso al revés, permanece
como un misterio para la mayoría de las personas, pero no es así
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clara conciencia.
Casi todas las personas son artistas en cierto grado: ven lo que
viene de ellos mismos, no lo que viene a ellos. La gran diferencia
es esta: el artista vivifica dentro de sus órganos el germen de la
vida, formándose él mismo; engrandeciendo sus sentidos, acre-
cienta la receptividad y aumenta la sensibilidad de sus órganos
hacia el espíritu; por lo cual, gracias a esto, puede hacer resplan-
decer y exteriorizar a voluntad las ideas, encauzarlas sin solicitud
exterior: el artista es capaz de utilizar sus órganos como herra-
mientas para modificar según su deseo el mundo de la realidad.
En tanto que en el no-artista sus órganos no se conmueven más
que por la intervención de cierta solicitud exterior y el espíritu
parece estar sometido, o se somete, como la materia inerte, a las
leyes fundamentales de la mecánica, donde toda modificación
presupone una causa exterior y donde la acción y la reacción
deben contrabalancearse y ser recíprocamente iguales en todo
tiempo. Es reconfortante saber que este comportamiento mecáni-
co es contrario a la naturaleza del espíritu, y que es temporal,
como todo lo que espiritualmente es contra natura.
En el conjunto, aún en la persona más ordinaria, el espíritu no se
guía según las leyes de la mecánica, de donde sabemos que es
posible desarrollar dentro de todas las disposiciones superiores,
las más altas aptitudes y las capacidades de los órganos de los
sentidos. Pero regresando a la diferencia entre la música y la
pintura, lo que sorprende es que en la música, la cifra, el instru-
mento y la materia son distintos, están separados, mientras que
en la pintura son uno: y que es ello justamente lo que hace que
en ella todo parezca in abstracto tan imperfecto. No hay nada
más evidente ni más cierto a mis ojos que el hecho de que la pin-
tura es más difícil que la música. Que ella esté un grado más
próximo al santuario del espíritu, y sea en cierta manera más no-
ble que la música, si me atrevo a decirlo, se podrá voluntariamen-
te deducir que los argumentos usuales y ridículos de los defenso-
res de la música, cuando sostienen que su efecto es mucho más
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Un buen actor es en efecto el instrumento poético y plástico. Un
ballet, una ópera, son efectivamente conciertos poético-plásticos,
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realismo. Las paradojas provocan siempre inquietud, es por eso
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Hojas secas.
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La narrativa del conocimiento vol. ii no. 48
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La narrativa del conocimiento vol. ii no. 47a extra año nuevo
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La narrativa del conocimiento vol. iv no. 89

  • 1. La Narrativa del Conocimiento © Boletín de difusión del Pensamiento Publicación virtual quincenal Textos y Fotografías de Fernando de Alarcón Nueva época - Vol. IV No. 89 Agosto de 2014 El Pintor y El Músico Así como el pintor ve los objetos del mundo visible de una mane- ra totalmente distinta que el ser humano común, así el poeta vive de una forma muy diferente de la ordinaria los acontecimientos del mundo interior y del mundo exterior. Es, sin embargo, más en la música que en ninguna otra de la artes, donde es espíritu vuel- ve poéticos los objetos y las modificaciones de la materia; y la belleza, objeto del arte, no nos es dada y no se encuentra ya for- mada dentro de los fenómenos. Todos los sonidos que produce la naturaleza son burdos, sin espíritu; y si los sonidos del bosque, el soplo del viento, el canto del ruiseñor o el murmullo del arroyo parecen muchas veces me- lodiosos y plenos de sentido, lo son sólo para un alma musical. El músico extrae de sí mismo la esencia de su arte. No podría ser tocado por la más ligera sospecha de imitación. El pintor, en cambio, pareciera siempre estar precedido por la naturaleza visi- ble, y que ésta fuera absolutamente para él un modelo que no puede alcanzar; y sin embargo, el arte del pintor es más indepen- diente y nace más a priori que el arte del músico. Es únicamente del lenguaje de los jeroglíficos, de los signos, de los que el pintor se sirve, y este lenguaje es infinitamente más difícil que el del músico: el pintor pinta esencial y propiamente con sus ojos; su arte consiste en ver la belleza y la armonía. Ver es aquí plenamente activo, es la actividad imaginante absoluta. Su pintura es su cifra, su expresión, su instrumento de reproduc- ción; una cifra artificial que se da paralela con las notas del músi- co, las que se oponen al cuadro del pintor en el juego de los más diversos y múltiples movimientos de sus dedos, de sus pies, de su boca. El músico también escucha de una manera activa, proyectando su escuchar hacia fuera: oye lo que viene de sí mismo. Cierto, un tal vuelco de los sentidos o más bien su uso al revés, permanece como un misterio para la mayoría de las personas, pero no es así para los artistas, lo que de una u otra forma tienen de esto una clara conciencia. Casi todas las personas son artistas en cierto grado: ven lo que viene de ellos mismos, no lo que viene a ellos. La gran diferencia es esta: el artista vivifica dentro de sus órganos el germen de la vida, formándose él mismo; engrandeciendo sus sentidos, acre- cienta la receptividad y aumenta la sensibilidad de sus órganos hacia el espíritu; por lo cual, gracias a esto, puede hacer resplan- decer y exteriorizar a voluntad las ideas, encauzarlas sin solicitud exterior: el artista es capaz de utilizar sus órganos como herra- mientas para modificar según su deseo el mundo de la realidad. En tanto que en el no-artista sus órganos no se conmueven más que por la intervención de cierta solicitud exterior y el espíritu parece estar sometido, o se somete, como la materia inerte, a las leyes fundamentales de la mecánica, donde toda modificación presupone una causa exterior y donde la acción y la reacción deben contrabalancearse y ser recíprocamente iguales en todo tiempo. Es reconfortante saber que este comportamiento mecáni- co es contrario a la naturaleza del espíritu, y que es temporal, como todo lo que espiritualmente es contra natura. En el conjunto, aún en la persona más ordinaria, el espíritu no se guía según las leyes de la mecánica, de donde sabemos que es posible desarrollar dentro de todas las disposiciones superiores, las más altas aptitudes y las capacidades de los órganos de los sentidos. Pero regresando a la diferencia entre la música y la pintura, lo que sorprende es que en la música, la cifra, el instru- mento y la materia son distintos, están separados, mientras que en la pintura son uno: y que es ello justamente lo que hace que en ella todo parezca in abstracto tan imperfecto. No hay nada más evidente ni más cierto a mis ojos que el hecho de que la pin- tura es más difícil que la música. Que ella esté un grado más próximo al santuario del espíritu, y sea en cierta manera más no- ble que la música, si me atrevo a decirlo, se podrá voluntariamen- te deducir que los argumentos usuales y ridículos de los defenso- res de la música, cuando sostienen que su efecto es mucho más general y poderoso. Esta grandeza física es mucho más general y poderosa. Esta grandeza física no debería servir de medida cuando se trata del nivel intelectual de las artes, pues en ello habría una contradicción. Los animales conocen y tienen idea de la música, pero no tienen idea alguna de la pintura; el cuadro más maravilloso, el más bello paisaje, simplemente nunca lo verán. La reproducción pictórica de cualquier objeto familiar de su entorno puede en rigor inducir- los a error; pero no lo perciben absolutamente como imagen ni lo experimentan en tanto pintura. Un buen actor es en efecto el instrumento poético y plástico. Un ballet, una ópera, son efectivamente conciertos poético-plásticos, obras de arte de numerosos instrumentos plásticos actuando en común. Un mero Sentido Activo del Sentimiento. Poesía. Algunas formas de escepticismo no son otra cosa que un idealis- mo inmaduro. El idealista que no sabe nada de sí mismo es un realista. El idealismo en estado bruto, de primera mano, es el realismo. Las paradojas provocan siempre inquietud, es por eso que tienen tan poco prestigio. http://lanarrativadelconocimiento.blogspot.com Derechos reservados, 2014 © Banco de Historia VisualBanco de Historia Visual Hojas secas. Como a fuego lento se seca el rocío. Con todo su aroma se marchita la flor. El cielo se nubla, la niebla hace bruma. Y en cada escondrijo se oculta el Amor. La luz de la Luna se apaga y se pierde, al callar su canto, con la muerte, el Sol. Sobre la pradera se seca la espiga, Sin más que su manto se cobija un Dios. Tiempo de sequía confirma tu ausencia. Los campos se pierden en mi soledad. Son las hojas secas despojos de mi alma. La tundra se posa en mi corazón. 1989 Mientras que el tiempo se acerca, espe- rando “La imaginación no es más que el aprovechamiento de lo que se tiene en la memoria.” Pierre Bonnard Fernando de Alarcón / Banco de Historia Visual © El Rincón, México - 2007