Este documento explora la dinámica entre agresores y víctimas, argumentando que todos podemos asumir ambos roles dependiendo de la situación. Presenta tres ejemplos para ilustrar cómo las mismas personas pueden ser agresoras y víctimas en diferentes momentos. Finalmente, sugiere que la principal diferencia entre agresiones cotidianas y actos violentos graves es la intensidad de la emoción involucrada.
BIOMETANO SÍ, PERO NO ASÍ. LA NUEVA BURBUJA ENERGÉTICA
Sobre agresores y víctimas: una dinámica circular
1. SOBRE AGRESORES Y
VÍCTIMAS. UNA DINÁMICA
CIRCULAR.
Por Ignacio G. Sarrió.
Comienzo a escribir estas letras
consciente de lo complejo que resulta
abordar la temática del maltrato sin herir
diferentes sensibilidades. Violencia de
género, doméstica, de pareja, agresiones,
muertes de mujeres casi a diario…este
contexto obliga a la sociedad civil y a sus
poderes públicos a posicionarse,
mandando un mensaje claro y contundente
a sus miembros, “es necesario identificar
al agresor y a la víctima” para, así, darles
un tratamiento diferenciado. En el primer
caso reprimiéndolo, sancionándolo y
castigándolo y en el segundo (la víctima)
protegiéndola y apoyándola.
Soy igualmente sabedor de las variadas
sensibilidades que pueden verse
lastimadas, no solo por la gravedad del
problema, sino por el clima que lo
envuelve. No obstante, decido de forma
consciente y voluntaria adentrarme en él,
sin otra intención que reflexionar sobre el
fenómeno de la agresividad y violencia
humana en nuestra sociedad y,
humildemente, ofrecer una visión lo más
alejada posible de lo que se entiende como
“políticamente correcto”. Al mismo
tiempo espero ofrecer al lector la
posibilidad de considerar otros aspectos
distintos a los comúnmente tratados.
Por otro lado me gustaría subrayar que,
este ensayo, se centra en la potencialidad
humana (y su capacidad) para ejercer la
violencia.
Dicho esto, señalar que no es mi
pretensión demostrar nada, ni en cuestión
de género [si el hombre es o no más
violento que la mujer o viceversa], ni
sobre los tipos y modos de ejercer la
violencia [física, psicológica o sexual]
(Carrasco, 2004). Tampoco es un artículo
psicológico que describa la dinámica y
funcionamiento de la violencia. Todos
estos temas son suficientemente tratados
por los expertos en la materia (Chaux,
2003).
Por tanto, y con el permiso del lector, me
dispongo a acometer directamente el
objeto de este ensayo “todos somos
agresores y todos somos víctimas”.
A lo largo de la vida todos pasamos de un
rol a otro, de agresores a víctimas y de
víctimas a agresores. Veámoslo
gráficamente con unos ejemplos.
Ejemplo 1. “El hermano mayor que no
deja que el pequeño juegue con él y con
sus amigos”. El hermano mayor de 12
años y sus amigos forman un grupo de
niños, el pequeño de 9 años se acerca y
pide entrar en el juego. El mayor lo
2. expulsa diciéndole: “tú eres un enano,
vete!. Esto es para mayores!”. El
hermano mayor, en este ejemplo, asume el
rol de agresor, el menor el de víctima.
Al leer este ejemplo el lector puede
pensar: “eso es cosa de niños, o, se trata
de una violencia menor”. Sin embargo, en
cuestiones de violencia, agresividad y
victimología debemos tener presente dos
cuestiones:
Primero: el tipo de conducta agresiva, su
naturaleza y grado de identificación con
los delitos tipificados en el Código Penal
(C.P.) En este punto, la gravedad de la
agresión sí puede catalogarse siguiendo
una tipología de conductas delictivas
registrada (i.e. C.P). Así, algunos delitos,
tendrán su correspondiente consecuencia
en la víctima (i.e. huella psíquica) y su
correlato jurídico o legal (i.e. Daño moral)
(Arce y Fariña, 2005)
Segundo: La vivencia de la víctima o
grado de sufrimiento subjetivo generado
por la conducta violenta o agresiva y, que,
se manifestará en el sujeto de manera
diferenciada (y única) respecto a los
demás.
Así, comparativamente, el dolor y
sufrimiento generado en el hermano
menor del ejemplo 1 puede ser (o no)
mayor que el dolor de una persona adulta
víctima de un robo o de una agresión
física.
Luego, ¿de qué depende esta variabilidad
respecto al grado de sufrimiento
emocional de la víctima?. En dicha
variabilidad influirán aspectos
educacionales, culturales y sociales,
evolutivos, de género, de personalidad, así
como vivencias y experiencias del sujeto
y, más concretamente, la forma en cómo
la persona ha resuelto situaciones
parecidas y, por tanto, del balance (o
procesamiento cognitivo) realizado, es
decir, si ha considerado resuelto positiva o
negativamente el conflicto.
En caso de resolverlo adecuadamente, el
sujeto, desarrollará habilidades que
reforzarán un autoconcepto sólido y una
autoestima fuerte, de lo contrario,
probablemente, generará sentimientos de
vulnerabilidad e indefensión. Al fin y al
cabo, se trata, de un aprendizaje basado en
la experiencia (aprendizaje vicario) y, en
la observación de las figuras de referencia
del niño (aprendizaje por observación o
modelado).
Ejemplo 2. “El profesor que reparte los
exámenes y los comenta más allá de lo
puramente académico”. Clase de primero
de la ESO, alumnos de 12 y 13 años, en
pleno desarrollo de su autoconcepto, por
tanto, frágiles y vulnerables. Para ellos el
respeto y opinión de sus iguales, su
posición en el grupo y la aceptación de los
demás es, sin lugar a dudas, lo más
3. importante. En este contexto, el profesor
en cuestión, al repartir los exámenes de
matemáticas a sus alumnos comenta, al
llegar el turno de una alumna que ha
obtenido una baja calificación: “María, tú
verás, si sigues así te veo otra vez en
primaria con los pequeñitos”. La clase
rompe a reír, como es normal a estas
edades ante este tipo de comentarios
jocosos. La niña se siente avergonzada y
humillada. Al llegar a casa discute con sus
padres. Al día siguiente no acude a clase y
no deja de llorar. No quiere comer. En
esta situación el maestro es el agresor y la
menor la víctima que, a su vez, se ha
convertido en agresora haciendo víctimas
a sus padres, los cuales, acuden
indignados al instituto e increpan al
profesor convirtiéndole, a su vez, en
víctima y cerrando así el círculo.
¿Es la conducta del maestro un delito
tipificado?. No!. Sin embargo, el
sufrimiento de la menor al verse (y
sentirse) humillada delante de sus iguales,
superará con creces el de otras personas
expuestas a conductas criminales y
delictivas tipificadas en el C.P.
Ejemplo 3. “Un señor de edad avanzada
acude a una ventanilla de un organismo
público solicitando información. La
funcionaria que le atiende le contesta: eso
lo tiene todo en la página web.” El
anciano responde desconcertado:
¿Dónde?, y la funcionaria responde: aquí!,
y le da un papelito con la dirección web.
El anciano, confuso, coge el papelito y,
sin saber que decir, lo guarda en su
carpeta y se marcha. No sabe lo que es eso
de la web, le da vergüenza preguntar
porque sabe que no va a entender nada de
lo que le digan, sus hijos no están y su
mujer sufre demencia senil. En este caso,
la funcionaria, asume el rol de agresora, y,
el anciano, con su vergüenza y desazón el
de víctima.
Por tanto, ¿Quién y cómo puede
determinar el grado de sufrimiento de las
personas ante hechos catalogados como
cotidianos y, que, por tanto, pasan casi
siempre desapercibidos?, ¿es tan clara la
diferencia entre agresores y victimas?,
¿existen características diferenciales entre
ambos?. Sinceramente la respuesta es no.
La realidad es que todos somos ambas
cosas dependiendo del momento,
situación personal, variables de
personalidad, tolerancia a la frustración,
vivencias pasadas, etc.
Llegados a este punto el lector podría
pensar: “sí, pero de ahí a cometer un acto
violento, una agresión, un asesinato…”.
En mi humilde opinión, si es que este
pueda ser un tema sujeto a opinión, es
que, entre una y otra situación tan solo
media la variable “emoción”.
4. Los actos agresivos descritos en los
ejemplos anteriores se producen sin que
apenas medie una emoción intensa en el
agresor. En los actos violentos con
consecuencias físicas graves subyace una
emoción intensa como la ira, la rabia, el
odio o el desprecio que, interfiere y
mediatiza los procesos psicológicos que, a
su vez, rigen y controlan la conducta
humana.
Desde el punto de vista neuropsicológico,
el sistema límbico inhibe la acción de la
corteza pre-frontal y de sus estructuras
neuronales, impidiendo el normal
ejercicio de control necesario sobre la
conducta consciente y sustituyendo esta
por la conducta primitiva y animal
(reacción lucha-huída) (Siever, 2008). Es
lo que se conoce como “un rapto
emocional”, “enajenación mental
transitoria” o “pérdida de las facultades
cognitivas y volitivas”. Así, y dejando al
margen a los asesinos psicópatas fríos y
calculadores, y, a los antisociales o
criminales puros capaces de cometer
cualquier tipo de atrocidad sin un simple
pestañeo, con tal de conseguir lo que en
ese momento desean, exceptuando digo
estos dos casos, nada diferencia a un
homicida emocional del resto de la
población. Luego, ¿todos seríamos
capaces de llegar a esa situación si las
condiciones lo propician?. Digamos por
un momento que sí, y asumamos dicha
hipótesis.
Según esta premisa, la mayoría de los
agresores serían “personas normales” y,
por tanto, susceptibles de obtener una gran
mejoría si se sometiesen a tratamiento
psicológico especializado. Dicho
tratamiento debería estar dirigido a
intervenir en los aspectos sociales,
culturales, motivacionales, situacionales e
individuales de la agresividad, dotando al
agresor de nuevas habilidades sociales y
de relación que le permitan, ya no solo el
control de sus impulsos, sino el
cuestionamiento de ciertas principios
amorales.
Fdo. Ignacio González Sarrió.
Doctor en Psicología Jurídica (UV).
Máster en Psicología Clínica y Salud
(UV).
Máster en Psicología Organizacional y
RR.HH. (COP-CV).
En Valencia a 01 de abril de 2018.
5. Bibliografía.
Arce, R. y Fariña, F. (2005). Peritación
Psicológica de la Credibilidad del
Testimonio, la Huella Psíquica y la
Simulación: SEG. Papeles del Psicólogo,
2005. Vol. 26, pp. 59-77.
Siever, L.J. (2008). Neurobiología de la
agresividad y la violencia. Am J
Psychiatry, 2008; 165: 429-442.
Chaux, E. (2003). Agresión reactiva,
Agresión Instrumental y el ciclo de la
violencia. Revista de Estudios Sociales,
2003, Nº 15, Jun 01.
Caceres, J. (2004). Violencia física,
psicológica y sexual en el ámbito de la
pareja: papel del contexto. Clínica y Salid,
2004, vol. 15 nº1- Págs. 33-54