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Universidad Autónoma de Aguascalientes 
Antología de Ética 
Academia de Ética 
Centro de Ciencias Sociales y Humanidades 
___________________________________ 
Departamento de Filosofía 
Centro de Ciencias Sociales y Humanidades Antología de Ética
2 
ÍNDICE GENERAL 
ÍNDICE PAG. 
Presentación 3 
Programa del curso de Ética 5 
Guía de lecturas del curso de Ética 8 
UNIDAD I VISIÓN GENERAL DE LA ÉTICA 
1.1 Conceptualización de la ética 
1. De qué va la ética 10 
2. Ponte en su lugar 15 
3. La ética y sus preguntas. ¿Somos naturaleza o cultura? 
La dimensión de nuestros actos 22 
4. Moral y religión, Moral y política, Moral y economía, 
Moral y ciencia 26 
1.2 Visión ética del Ser humano 
5. La conciencia, un llamado del hombre a sí mismo 32 
6. El existencialismo es un humanismo 46 
7. Primera aproximación al valor. Valor y actitud. 
Segunda aproximación. Juicios de valor 62 
8. La crisis contemporánea del sentido ético de la vida 73 
9. La voluntad de valor 82 
10. El juicio moral, la obligatoriedad moral 86 
11. Kohlberg: El desarrollo del juicio moral 88es más 
ya voy 
1.3 Algunas éticas aplicadas 
12. La renovación ética 112 
UNIDAD II. LA ÉTICA PROFESIONAL 
2.1. Elementos de Ética Profesional 
13. Sobre ética profesional 132 
14. El llamado y el aprendizaje 136 
15. La ética profesional en el contexto universitario 141 
2.2 Ley Estatal de profesiones 151 
CUESTIONARIO PARA LAS LECTURAS DE LA 
ANTOLOGÍA 164 
Centro de Ciencias Sociales y Humanidades Antología de Ética
3 
PRESENTACIÓN 
Hoy en día estamos inmersos en el reino de lo efímero donde, en poco tiempo, se llegan a 
considerar obsoletos algunos conocimientos, ideas, valores, principios y costumbres; los productos 
actuales son de desecho, sólo tienen algunos meses de vida, y nosotros nos vamos acostumbrando a 
este nuevo paradigma cultural, aplicándolo a todo lo existente. Ante esta tendencia cabe 
preguntarnos si las tradiciones, las convicciones, la justicia, el respeto a los derechos humanos, el 
cuidado de nuestro ecosistema o la calidad profesional pueden ser algo tan efímero como las modas 
o las canciones del momento. 
Quizá una parte de la respuesta a esta pregunta la encontramos en la afirmación de un 
filósofo francés contemporáneo que, al analizar las distintas situaciones que estamos viviendo, ha 
escrito: "el siglo XXI será ético o no será"* Esta frase revela la actual preocupación por el malestar 
social ante la "pérdida" o crisis de los valores morales y la razón de la emergencia ética 
contemporánea que trata de dar respuestas a nuestros cuestionamientos y a nuestra insatisfacción. 
La Ética está muy lejos de ser una mera colección de ideas anquilosadas; si accedemos al 
pensamiento de autores contemporáneos nos damos cuenta de que la Ética ha tenido la capacidad 
de seguir el ritmo de los tiempos. En efecto, en las distintas épocas la Ética ha estado presente, 
apoyando al ser humano en su reflexión sobre los criterios, valores y principios que guían su 
comportamiento, y sirviendo de sustento en la conformación de su personalidad. 
Es verdad que en tiempos no lejanos la moral -objeto de estudio de la Ética-. era altamente 
opresiva, represiva, coactiva, sujetante, y hasta cierto punto, hipócrita, todo lo cual redundaba en 
mayorías dependientes y esclavas de los individuos y las instituciones que detentaban el poder. Fue 
un tiempo de moral heterónoma por excelencia, una época en la que se consideró que sólo había un 
tipo de ser humano y una sola forma válida de jerarquía de valores o de comportamiento moral. 
Como una reacción a la situación descrita, en los últimos años hemos sido actores o 
espectadores de cambios radicales. En un momento dado, gran parte de la humanidad se pronunció 
en contra de la moral establecida, trocando la heteronomía por anarquía y egoísmo, y olvidando 
toda prudencia y todo límite. Una expresión cultural de este momento histórico es el "todo se vale", 
es decir, todo vale lo mismo, no hay criterios de discernimiento, y esto crea confusión sobre la 
existencia o la pérdida de los valores. 
Se ha dicho que la Humanidad avanza en movimientos pendulares en los que asumimos 
reacciones en sentido contrario y con la misma fuerza de aquello que rechazamos; sin embargo, el 
saber está en ir más allá de la corriente, en poder encontrar el "justo medio" aristotélico que nos 
permita conformar nuevas perspectivas, menos extremistas y radicales, y más viables. Lo anterior 
propone una ética que sea, a un tiempo, ética de la libertad, de los valores, de la responsabilidad, 
ética que se gesta y desarrolla en un mundo plural, y que contempla tanto al individuo como a la 
comunidad, tanto al tiempo presente como al futuro de la Humanidad, en concreto, una ética que 
favorece el reconocimiento de las diferencias culturales y la autonomía de los individuos. 
* Lipovetsky Gilles. El crepúsculo del deber:La ética indolora de los nuevos tiempos democráticos, p.9 
Centro de Ciencias Sociales y Humanidades Antología de Ética
4 
Uno de los valores de gran importancia en nuestra sociedad es, sin duda, la vocación 
profesional. Y es que ésta, cultivada y enriquecida, ha generado un servicio invaluable para el bien 
común; lo mismo que, descuidada o sofocada por consideraciones egoístas y mercantilistas, ha 
generado problemas sociales debidos a la falta de sensibilidad y atención profesional a las 
necesidades humanas. 
A partir de esta concepción de la Ética y de su trascendental impacto en la vida personal y 
profesional del ser humano, el Departamento de Filosofía de la Universidad Autónoma de 
Aguascalientes, a través de la Academia de Ética, se ha propuesto proporcionar un material idóneo 
para los estudiantes de las diferentes carreras profesionales en las que se imparte la Ética como 
materia curricular, en sus distintas modalidades (Ética, Bioética, Ética Ambiental, Ética 
Profesional, Ética del Administrador, Ética del Relacionista Industrial, Ética del Mercadólogo). 
La presente Antología de Ética contiene una selección de lecturas adecuadas de ética 
general y profesional que ofrecen a los alumnos fuentes fundamentadas para el análisis de esta 
temática. La lectura de estos textos favorece el entendimiento y la comprensión de la realidad 
social que vivimos, así como la fundamentación de los criterios éticos con los que los jóvenes 
egresados se enfrentarán a la problemática propia de su ejercicio profesional. En las ideas 
propuestas por los autores seleccionados, los estudiantes encontrarán una fuente interesante de 
conocimiento, una invitación al análisis crítico y una orientación para el ejercicio permanente de su 
capacidad reflexiva. 
Academia de Ética de la Universidad Autónoma de Aguascalientes. 
Aguascalientes, Ags., julio del 2000 
Centro de Ciencias Sociales y Humanidades Antología de Ética
5 
PROGRAMA DEL CURSO 
UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE AGUASCALIENTES 
CENTRO DE CIENCIAS SOCIALES Y HUMANIDADES 
DEPARTAMENTO DE FILOSOFÍA 
MATERIA: ÉTICA PROFESIONAL 
ÁREA ACADÉMICA: ÉTICA, ANTROPOLOGÍA FILOSÓFICA Y FILOSOFÍA 
POLÍTICA 
DESCRIPCIÓN 
Según el Plan de Desarrollo Institucional, "la formación humanista es una parte esencial de 
la Universidad Autónoma de Aguascalientes y no sólo algo accesorio, de modo que no atenderla 
significa negar la propia esencia de nuestra casa de estudios", por ello "debemos pensar y aceptar 
que la educación no debe ser meramente utilitaria, sino humanista. Educar es algo más que 
producir un obrero calificado", de ahí que, "la educación (que imparta la U.A.A.) estará orientada al 
desarrollo integral de la personalidad del estudiante, fomentando la conciencia de responsabilidad 
social". 
En este marco se inscribe los curso de Ética Profesional que se imparten a diversas carreras, 
si bien no constituye un espacio exclusivo para la formación humanista de los estudiantes. Lo que 
se pretende, a través de este curso, es dar razón de la eticidad del ser humano, de porqué se exige un 
comportamiento ético en la vida diaria y en el ejercicio profesional, porqué hablamos de valores 
morales. El curso tiene una base teórica, para después orientarse a analizar, valorar e identificar 
espacios de aplicación de la conducta ética profesional, que es la parte práctica del mismo. 
OBJETIVO GENERAL 
Al finalizar el curso, el alumno tendrá criterios de valoración de la conducta ética, mediante 
el conocimiento de los problemas fundamentales de la ética y el análisis de los temas de la Ética 
Profesional, y reflexionará sobre los principios, actitudes y valores relacionados con el ejercicio 
profesional. 
OBJETIVOS PARTICULARES 
1. El alumno distinguirá los problemas centrales de la ética. 
2. El alumno analizará los contenidos teóricos de la ética profesional y su importancia en la 
práctica de su profesión. 
3. El alumno reflexionará sobre los principios, valores y compromisos éticos implicados en el 
ejercicio de la Ingeniería Agroindustrial. 
CONTENIDOS TEMÁTICOS 
UNIDAD I VISIÓN GENERAL DE LA ÉTICA 
1.1 Conceptualización de la Ética 
Centro de Ciencias Sociales y Humanidades Antología de Ética
6 
Definiciones de la Ética 
Ética y moral 
La Ética y otras disciplinas 
1.2 Visión ética del ser humano 
La conciencia 
La libertad 
La voluntad 
La responsabilidad 
La obligación moral 
Los valores 
La ley moral 
Desarrollo moral 
1.3 Algunas éticas aplicadas 
Bioética 
Ética ambiental 
UNIDAD II: LA ÉTICA PROFESIONAL 
2.1 Elementos de la Ética Profesional 
La ética y las profesiones 
Vocación profesional 
Clases de profesiones 
a) Origen y finalidad 
b) Funciones: personales y sociales 
c) Requisitos: académicos, físicos, intelectuales, etc. 
d) Etapas de la vida profesional: formación, ejercicio y retiro 
e) Aspectos complementarios de la profesión: moral, jurídico, social, religioso, etc. 
UNIDAD III: LA ÉTICA DE LA PROFESIÓN 
3.1 Elementos éticos de cada profesión 
Los temas de la tercera unidad se establecerán a partir de las propuestas que harán de forma 
conjunta maestro y alumnos del grupo. Dichos temas versarán sobre los compromisos éticos 
propios de cada profesión y estarán fundamentados en una bibliografía específica. 
METODOLOGÍA DEL CURSO 
1. Exposiciones por parte del profesor. 
2. Participación del grupo sobre las lecturas hechas con anticipación. 
3. Exposiciones en equipo de algunos de los temas de la segunda y tercera unidades. 
4. Entrega de reportes de lectura. 
FORMA DE EVALUACIÓN 
La evaluación constará de cuatro partes: 
1. Dos exámenes parciales: uno al terminar la primera unidad, y el segundo al terminar la tercera 
unidad, con un valor de 25% cada uno. 
Centro de Ciencias Sociales y Humanidades Antología de Ética
7 
2. Un trabajo escrito al final del curso, elaborado de acuerdo con las indicaciones del profesor, con 
un valor de 25%. 
3. La entrega de reportes de lectura, las exposiciones y las participaciones en clase tendrán un valor 
de 25%. 
BIBLIOGRAFÍA BÁSICA 
Fromm, E., Ética y psicoanálisis, Fondo de Cultura Económica, México, 1986 
Garzón, M., La ética, Conaculta (Colección "Cultura Tercer Milenio"), México, 1997 
Gobierno del Estado de Aguascalientes, "Ley de Profesiones del Estado de Aguascalientes", en 
Periódico Oficial del 25 de Julio de 1999 
González, J., El Ethos, destino del hombre, UNAM, FCE, México, 1997 
González, J., El malestar en la moral, UNAM y Miguel Ángel Porrúa, México, 1997 
Hersh, R.H. et. al., El crecimiento moral: De Piaget a Kohlberg, Narcea, Madrid, 1988 
Lipovetsky, G., El crepúsculo del deber, Anagrama, Barcelona, 1994 
Paz, O., "El llamado y el aprendizaje", en Letras Libres, Año 1 de 1994, No.4, Dir. Enrique Krauze, 
mensual, México, D.F., pp. 10-14 
Sartre, J.P., El existencialismo es un humanismo, Ediciones de los 80's, Argentina, 1990 
Savater, F., Ética para Amador, Ariel, Madrid, 1995 
Savater, F., Invitación a la ética, Anagrama, Barcelona, 1992 
Universidad de Deusto, La ética en la Universidad, Universidad de Deusto, Bilbao, España, 1995 
Villoro, L., El poder y el valor: Fundamentos de una ética política, El Colegio Nacional y el FCE, 
México, 1997 
Bibliografía Complementaria 
Aranguren, J.L.L., Ética, Alianza, Madrid, 1983 
Aranguren, J.L.L., Ética de la felicidad y otros ensayos, Tecnos, Madrid, 1988 
Alvarez Pastor, J., Ética de nuestro tiempo, Ed. Montes de Oca, México, 1966 
Benete, E., Éticas contemporáneas, Tecnos, Madrid, 1990 
Bueno, M., Principios de ética, Ed. Patria, México, 1983 
Camps., V. et. al., Historia de la ética, Camps Editor, Barcelona, 1988-1990, 3 vols. 
Cortina, A., Ética sin moral, Tecnos, Madrid, 1990 
Dussel, E., Ética latinoamericana, Edicol, México, 1977 
Garzón Bates, M., et. al., Ética y sociedad, Edicol, México, 1976 
Hare, R.M., El lenguaje de la moral, UNAM, México, 1975 
Hudson, W.D., La filosofía moral contemporánea, Alianza, Madrid, 1974 
Muguerza, J., Desde la perplejidad, FCE, Madrid, 1990 
Muguerza, J., La razón sin esperanza, Taurus, Madrid, 1977 
MacIntyre, A., Historia de la ética, Paidós, Buenos Aires, 1970 
Martínez del Campo, R., Ética, Jus, México, 1955 
Menéndez, A., Ética profesional, Herrero Hermanos, México, 1972 
Morris, Tom, Si Aristóteles dirigiera General Motors, Planera, Barcelona, 1998 
Sánchez Vázquez, A., Ética, Grijalbo, México, 1987 
Savater, F., Ética como amor propio, Mondadori, México, 1991 
Vidal, M. y P. Santidrián, Ética personal, Ed. Verbo Divino, Navarra, 1980 
Centro de Ciencias Sociales y Humanidades Antología de Ética
8 
GUÍA DE LECTURAS DEL CURSO DE ÉTICA 
UNIDAD 1. VISIÓN GENERAL DE LA ÉTICA 
1.1 Conceptualización de la Ética 
1. Fernando Savater, Ética para Amador, capítulo I, "De qué va Ética", pp.17-33. 
2. Fernando Savater, Ética para Amador, capítulo VII, "Ponte en su lugar", pp.121-143. 
3. Mercedes Garzón, La ética, capítulos 1 - 3, 1. La ética y sus preguntas, 2. ¿Somos naturaleza o 
cultura?, 3. La dimensión de nuestros actos humanos, pp.4-9 
4. Mercedes Garzón, La ética, capítulos 20 - 23, Moral y religión, Moral y política, Moral y 
Economía, y Moral y ciencia, pp.42-49 
1.2 Visión ética del ser humano 
5. Erich Frornm, Ética y psicoanálisis, capítulo IV "La conciencia, el llamado del hombre a sí 
mismo", pp.155-186. 
6. Jean Paul Sartre, El existencialismo es un humanismo (Texto íntegro). 
7. Luis Villoro, El poder y el valor: Fundamentos de una ética política, Primera parte, Esbozo de 
una teoría del valor, 1. Primera aproximación al valor, pp.13-21, y 2. Segunda aproximación al 
valor, pp.41-48 y 67-70. 
8. Juliana González, El malestar en la moral, capítulo 1, La ética y el psicoanálisis, 2.La crisis 
contemporánea del sentido ético de la vida, pp.15-30. 
9. Fernando Savater, Invitación a la ética, capítulo V, La voluntad de valor, pp.53 -61. 
1 0. Mercedes Garzón, La ética, capítulos 13 y 16, El juicio moral, La obligatoriedad moral, pp.29- 
29,34-35 
11. Richard H. Hersh et al., El crecimiento moral de Piaget a Kohlberg, capítulo 3 "Kohlberg: el 
desarrollo del juicio moral", pp.44 -70. 
1.3 Algunas éticas aplicadas 
12. Gilles Lipovetsky, El crepúsculo del deber, capítulo VI La renovación ética, pp.208- 244. 
UNIDAD II. LA ÉTICA PROFESIONAL 
2.1 La vida profesional 
13. Juliana González, El Ethos, destino del hombre, III. Ethos ante la vida y la muerte, capítulo 2. 
Sobre ética profesional, pp.93-98. 
14. Octavio Paz, "El llamado y el aprendizaje ", en la revista Letras Libres, abril 5 de 1999, pp.10- 
14. 
15. Universidad de Deusto, La ética en la Universidad, capítulos IV. La ética profesional en el 
contexto universitario, pp.57-71. 
2.2 Ley Estatal de Profesiones 
16. Gobierno del Estado de Aguascalientes, Ley de Profesiones del Estado de Aguascalientes, 
Periódico Oficial, 25 de julio de 1999, pp.12-19. 
Centro de Ciencias Sociales y Humanidades Antología de Ética
9 
UNIDAD I 
VISIÓN GENERAL DE LA ÉTICA 
1.1 Conceptualización de la Ética 
Centro de Ciencias Sociales y Humanidades Antología de Ética
10 
Tomado de: 
Fernando Savater, Ética para Amador, capítulo I, "De qué va la Ética", pp.17-33 
DE QUÉ VA LA ÉTICA 
Hay ciencias que se estudian por simple interés de saber cosas nuevas; otras, para aprender 
una destreza que permita hacer o utilizar algo; la mayoría, para obtener un puesto de trabajo y 
ganarse con él la vida. Si no sentimos curiosidad ni necesidad de realizar tales estudios, podemos 
prescindir tranquilamente de ellos. Abundan los conocimientos muy interesantes pero sin los cuales 
uno se las arregla bastante bien para vivir: yo, por ejemplo, lamento no tener ni idea de astrofísica 
ni de ebanistería, que a otros les darán tantas satisfacciones, aunque tal ignorancia no me ha 
impedido ir tirando hasta la fecha. Y tú, si no me equivoco, conoces las reglas del fútbol pero estás 
bastante pez en béisbol. No tiene mayor importancia, disfrutas con los mundiales, pasas 
olímpicamente de la liga americana y todos tan contentos. 
Lo que quiero decir es que ciertas cosas uno puede aprenderlas o no, a voluntad. Como 
nadie es capaz de saberlo todo, no hay más remedio que elegir y aceptar con humildad lo mucho 
que ignoramos. Se puede vivir sin saber astrofísica, ni ebanistería, ni fútbol, incluso sin saber leer 
ni escribir: se vive peor, si quieres, pero se vive. Ahora bien, otras cosas hay que saberlas porque en 
ello, como suele decirse, nos va la vida. Es preciso estar enterado, por ejemplo, de que saltar desde 
el balcón de un sexto piso no es cosa buena para la salud; o de que una dieta de clavos (¡con perdón 
de los fakires!) y ácido prúsico no permite llegar a viejo. Tampoco es aconsejable ignorar que si 
uno cada vez que se cruza con el vecino le atiza un mamporro las consecuencias serán antes o 
después muy desagradables. Pequeñeces así son importantes. Se puede vivir de muchos modos 
pero hay modos que no dejan vivir. 
En una palabra, entre todos los saberes posibles existe al menos uno imprescindible: el de 
que ciertas cosas nos convienen y otras no. No nos convienen ciertos alimentos ni nos convienen 
ciertos comportamientos ni ciertas actitudes. Me refiero, claro está, a que no nos convienen si 
queremos seguir viviendo. Si lo que uno quiere es reventar cuanto antes, beber lejía puede ser muy 
adecuado o también procurar rodearse del mayor número de enemigos posibles. Pero de momento 
vamos a suponer que lo que preferimos es vivir: los respetables gustos del suicida los dejaremos 
por ahora de lado. De modo que ciertas cosas nos convienen y a lo que nos conviene solemos 
llamarlo «bueno» porque nos sienta bien; otras, en cambio, nos sientan pero que muy mal y a todo 
eso lo llamamos «malo». Saber lo que nos conviene, es decir: distinguir entre lo bueno y lo malo, 
es un conocimiento que todos intentamos adquirir - todos sin excepción - por la cuenta que nos 
trae. 
Como he señalado antes, hay cosas buenas y malas para la salud: es necesario saber lo que 
debemos comer, o que el fuego a veces calienta y otras quema, así como el agua puede quitar la sed 
pero también ahogarnos. Sin embargo, a veces las cosas no son tan sencillas. ciertas drogas, por 
ejemplo, aumentan nuestro brío o producen sensaciones agradables, pero su abuso continuado 
puede ser nocivo. En unos aspectos son buenas, pero en otros malas: nos convienen y a la vez no 
nos convienen. En el terreno de las relaciones humanas, estas ambigüedades se dan con aún mayor 
frecuencia. La mentira es algo en general malo, porque destruye la confianza en la palabra -y todos 
necesitamos hablar para vivir en sociedad- y enemista a las personas; pero a veces parece que 
Centro de Ciencias Sociales y Humanidades Antología de Ética
11 
puede ser útil o beneficioso mentir para obtener alguna ventajilla. 0 incluso para hacerle un favor a 
alguien. Por ejemplo: ¿es mejor decirle al enfermo de cáncer incurable la verdad sobre su estado o 
se le debe engañar para que pase sin angustia sus últimas horas? La mentira no nos conviene, es 
mala, pero a veces parece resultar buena. Buscar gresca con los demás ya hemos dicho que es por 
lo común inconveniente, pero ¿debemos consentir que violen delante de nosotros a una chica sin 
intervenir, por aquello de no meternos en líos? Por otra parte, al que siempre dice la verdad -caiga 
quien caiga- suele cogerle manía todo el mundo; y quien interviene en plan Indiana Jones para 
salvar a la chica agredida es más probable que se vea con la crisma rota que quien se va silbando a 
su casa. Lo malo parece a veces resultar más o menos bueno y lo bueno tiene en ocasiones 
apariencias de malo. Vaya jaleo. 
Lo de saber vivir no resulta tan fácil porque hay diversos criterios opuestos respecto a qué 
debemos hacer. En matemáticas o geografía hay sabios e ignorantes, pero los sabios están casi 
siempre de acuerdo en lo fundamental. En lo de vivir, en cambio, las opiniones distan de ser 
unánimes. Si uno quiere llevar una vida emocionante, puede dedicarse a los coches de fórmula uno 
o al alpinismo; pero si se prefiere una vida segura y tranquila, será mejor buscar las aventuras en el 
videoclub de la esquina. Algunos aseguran que lo más noble es vivir para los demás y otros señalan 
que lo más útil es lograr que los demás vivan para uno. Según ciertas opiniones lo que cuenta es 
ganar dinero y nada más, mientras que otros arguyen que el dinero sin salud, tiempo libre, afecto 
sincero o serenidad de ánimo no vale nada. Médicos respetables indican que renunciar al tabaco y 
al alcohol es un medio seguro de alargar la vida, a lo que responden fumadores y borrachos que con 
tales privaciones a ellos desde luego la vida se les haría mucho más larga, etc. 
En lo único que a primera vista todos estamos de acuerdo es en que no estamos de acuerdo 
con todos. Pero fíjate que también estas opiniones distintas coinciden en otro punto: a saber, que lo 
que vaya a ser nuestra vida es, al menos en parte, resultado de lo que quiera cada cual. Si nuestra 
vida fuera algo completamente determinado y fatal, irremediable, todas estas disquisiciones 
carecerían del más mínimo sentido. Nadie discute si las piedras deben caer hacia arriba o hacia 
abajo: caen hacia abajo y punto. Los castores hacen presas en los arroyos y las abejas panales de 
celdillas exagonales: no hay castores a los que tiente hacer celdillas de panal, ni abejas que se 
dediquen a la ingeniería hidráulica. En su medio natural, cada animal parece saber perfectamente lo 
que es bueno y lo que es malo para él, sin discusiones ni dudas. No hay animales malos ni buenos 
en la naturaleza, aunque quizá la mosca considere mala a la araña que tiende su trampa y se la 
come. Pero es que la araña no lo puede remediar... 
Voy a contarte un caso dramático. Ya conoces a las termitas, esas hormigas blancas que en 
África levantan impresionantes hormigueros de varios metros de alto y duros como la piedra. Dado 
que el cuerpo de las termitas es blando, por carecer de la coraza quitinosa que protege a otros 
insectos, el hormiguero les sirve de caparazón colectivo contra ciertas hormigas enemigas, mejor 
armadas que ellas. Pero a veces uno de esos hormigueros se derrumba, por culpa de una riada o de 
un elefante (a los elefantes les gusta rascarse los flancos contra los termiteros, qué le vamos a 
hacer). En seguida, las termitas-obrero se ponen a trabajar para reconstruir su dañada fortaleza, a 
toda prisa. Y las grandes hormigas enemigas se lanzan al asalto. Las termitas-soldado salen a 
defender a su tribu e intentan detener a las enemigas. Como ni por tamaño ni por armamento 
pueden competir con ellas, se cuelgan de las asaltantes intentando frenar todo lo posible su marcha, 
mientras las feroces mandíbulas de sus asaltantes las van despedazando. Las obreras trabajan con 
toda celeridad y se ocupan de cerrar otra vez el termitero derruido... pero lo cierran dejando fuera a 
las pobres y heroicas termitas-soldado, que sacrifican sus vidas por la seguridad de las demás. ¿No 
merecen acaso una medalla, por lo menos? ¿No es justo decir que son valientes? 
Centro de Ciencias Sociales y Humanidades Antología de Ética
12 
Cambio de escenario, pero no de tema. En la Ilíada, Homero cuenta la historia de Héctor, 
el mejor guerrero de Troya, que espera a pie firme fuera de las murallas de su ciudad a Aquiles, el 
enfurecido campeón de los aqueos, aun sabiendo que éste es más fuerte que él y que probablemente 
va a matarle. Lo hace por cumplir su deber, que consiste en defender a su familia y a sus 
conciudadanos del terrible asaltante. Nadie duda de que Héctor es un héroe, un auténtico valiente. 
Pero ¿es Héctor heroico y valiente del mismo modo que las termitas - soldado, cuya gesta millones 
de veces repetida ningún Homero se ha molestado en contar? ¿No hace Héctor, a fin de cuentas, lo 
mismo que cualquiera de las termitas anónimas? ¿Por qué nos parece su valor más auténtico y más 
difícil que el de los insectos? ¿Cuál es la diferencia entre un caso y otro? 
Sencillamente, la diferencia estriba en que las termitas - soldado luchan y mueren porque 
tienen que hacerlo, sin poderlo remediar (como la araña que se come a la mosca). Héctor, en 
cambio, sale a enfrentarse con Aquiles porque quiere. Las termitas - soldado no pueden desertar, ni 
rebelarse, ni remolonear para que otras vayan en su lugar: están programadas necesariamente por 
la naturaleza para cumplir su heroica misión. El caso de Héctor es distinto. Podría decir que está 
enfermo o que no le da la gana enfrentarse a alguien más fuerte que él. Quizá sus conciudadanos le 
llamasen cobarde y le tuviesen por un caradura o quizá le preguntasen qué otro plan se le ocurre 
para frenar a Aquiles, pero es indudable que tiene la posibilidad de negarse a ser héroe. Por mucha 
presión que los demás ejerzan sobre él, siempre podría escaparse de lo que se supone que debe 
hacer: no está programado para ser héroe, ningún hombre lo está. De ahí que tenga mérito su gesto 
y que Homero cuente su historia con épica emoción. A diferencia de las termitas, decimos que 
Héctor es libre y por eso admiramos su valor. 
Y así llegamos a la palabra fundamental de todo este embrollo: libertad. Los animales (y 
no digamos ya los minerales o las plantas) no tienen más remedio que ser tal como son y hacer lo 
que están programados naturalmente para hacer. No se les puede reprochar que lo hagan ni 
aplaudirles por ello porque no saben comportarse de otro modo. Tal disposición obligatoria les 
ahorra sin duda muchos quebraderos de cabeza. En cierta medida, desde luego, los hombres 
también estamos programados por la naturaleza. Estamos hechos para beber agua, no lejía, y a 
pesar de todas nuestras precauciones debemos morir antes o después. Y de modo menos imperioso 
pero parecido, nuestro programa cultural es determinante: nuestro pensamiento viene condicionado 
por el lenguaje que le da forma (un lenguaje que se nos impone desde fuera y que no hemos 
inventado para nuestro uso personal) y somos educados en ciertas tradiciones, hábitos, formas de 
comportamiento, leyendas ... ; en una palabra, que se nos inculcan desde la cunita unas fidelidades 
y no otras. Todo ello pesa mucho y hace que seamos bastante previsibles. Por ejemplo, Héctor, ese 
del que acabamos de hablar. Su programación natural hacía que Héctor sintiese necesidad de 
protección, cobijo y colaboración, beneficios que mejor o peor encontraba en su ciudad de Troya. 
También era muy natural que considerara con afecto a su mujer Andrómaca - que le proporcionaba 
compañía placentera- y a su hijito, por el que sentía lazos de apego biológico. Culturalmente, se 
sentía parte de Troya y compartía con los troyanos la lengua, las costumbres y las tradiciones. 
Además, desde pequeño le habían educado para que fuese un buen guerrero al servicio de su ciudad 
y se le dijo que la cobardía era algo aborrecible, indigno de un hombre. Si traicionaba a los suyos, 
Héctor sabía que se vería despreciado y que le castigarían de uno u otro modo. De modo que 
también estaba bastante programado para actuar como lo hizo, ¿no? Y sin embargo... 
Sin embargo, Héctor hubiese podido decir: ¡a la porra con todo! Podría haberse disfrazado 
de mujer para escapar por la noche de Troya, o haberse fingido enfermo o loco para no combatir, o 
haberse arrodillado ante Aquiles ofreciéndole sus servicios como guía para invadir Troya por su 
lado más débil; también podría haberse dedicado a la bebida o haber inventado una nueva religión 
que dijese que no hay que luchar contra los enemigos sino poner la otra mejilla cuando nos 
abofetean. Me dirás que todos estos comportamientos hubiesen sido bastante raros, dado quien era 
Centro de Ciencias Sociales y Humanidades Antología de Ética
13 
Héctor y la educación que había recibido. Pero tienes que reconocer que no son hipótesis 
imposibles, mientras que un castor que fabrique panales o una termita desertora no son algo raro 
sino estrictamente imposible. Con los hombres nunca puede uno estar seguro del todo, mientras que 
con los animales o con otros seres naturales sí. 
Por mucha programación biológica o cultural que tengamos, los hombres siempre podemos 
optar finalmente por algo que no esté en el programa (al menos, que no esté del todo). Podemos 
decir «sí» o «no», quiero o no quiero. Por muy achuchados que nos veamos por las circunstancias, 
nunca tenemos un solo camino a seguir sino varios. 
Cuando te hablo de libertad es a esto a lo que me refiero. A lo que nos diferencia de las 
termitas y de las mareas, de todo lo que se mueve de modo necesario e irremediable. Cierto que no 
podemos hacer cualquier cosa que queramos, pero también cierto que no estamos obligados a 
querer hacer una sola cosa. Y aquí conviene señalar dos aclaraciones respecto a la libertad: 
Primera: No somos libres de elegir lo que nos pasa (haber nacido tal día, de tales padres y 
en tal país, padecer un cáncer o ser atropellados por un coche, ser guapos o feos, que los aqueos se 
empeñen en conquistar nuestra ciudad, etc.), sino libres para responder a lo que nos pasa de tal o 
cual modo (obedecer o rebelarnos, ser prudentes o temerarios, vengativos o resignados, vestirnos a 
la moda o disfrazarnos de oso de las cavernas, defender Troya o huir, etc.). 
Segunda: Ser libres para intentar algo no tiene nada que ver con lograrlo indefectiblemente. 
No es lo mismo la libertad (que consiste en elegir dentro de lo posible) que la omnipotencia (que 
sería conseguir siempre lo que uno quiere, aunque pareciese imposible). Por ello, cuanta más 
capacidad de acción tengamos, mejores resultados podremos obtener de nuestra libertad. Soy libre 
de querer subir al monte Everest, pero dado mi lamentable estado físico y mi nula preparación en 
alpinismo es prácticamente imposible que consiguiera mi objetivo. En cambio soy libre de leer o no 
leer, pero como aprendí a leer de pequeñito la cosa no me resulta demasiado difícil si decido 
hacerlo. Hay cosas que dependen de mi voluntad (y eso es ser libre) pero no todo depende de mi 
voluntad (entonces sería omnipotente), porque en el mundo hay otras muchas voluntades y otras 
muchas necesidades que no controlo a mi gusto. Si no me conozco ni a mí mismo ni al mundo en 
que vivo, mi libertad se estrellará una y otra vez contra lo necesario. Pero, cosa importante, no por 
ello dejaré de ser libre... aunque me escueza. 
En realidad existen muchas fuerzas que limitan nuestra libertad, desde terremotos o 
enfermedades hasta tiranos. Pero también nuestra libertad es una fuerza en el mundo, nuestra 
fuerza. Si hablas con la gente, sin embargo, verás que la mayoría tiene mucha más conciencia de lo 
que limita su libertad que de la libertad misma. Te dirán: «¿Libertad? ¿Pero de qué libertad me 
hablas? ¿Cómo vamos a ser libres, si nos comen el coco desde la televisión, si los gobernantes nos 
engañan y nos manipulan, si los terroristas nos amenazan, si las drogas nos esclavizan, y si además 
me falta dinero para comprarme una moto, que es lo que yo quisiera?» En cuanto te fijes un poco, 
verás que los que así hablan parece que se están quejando pero en realidad se encuentran muy 
satisfechos de saber que no son libres. En el fondo piensan: “¡Uf! ¡Menudo peso nos hemos quitado 
de encima! Como no somos libres, no podemos tener la culpa de nada de lo que nos ocurra... “ Pero 
yo estoy seguro de que nadie -nadie- cree de veras que no es libre, nadie acepta sin más que 
funciona como un mecanismo inexorable de relojería o como una termita. Uno puede considerar 
que optar libremente por ciertas cosas en ciertas circunstancias es muy difícil (entrar en una casa en 
llamas para salvar a un niño, por ejemplo, o enfrentarse con firmeza a un tirano) y que es mejor 
decir que no hay libertad para no reconocer que libremente se prefiere lo más fácil, es decir, esperar 
a los bomberos o lamer la bota que le pisa a uno el cuello. Pero dentro de las tripas algo insiste en 
decirnos: «Si tú hubieras querido...» 
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Cuando cualquiera se empeñe en negarte que los hombres somos libres, te aconsejo que le 
apliques la prueba del filósofo romano. En la antigüedad, un filósofo romano discutía con un amigo 
que le negaba la libertad humana y aseguraba que todos los hombres no tienen más remedio que 
hacer lo que hacen. El filósofo cogió su bastón y comenzó a darle estacazos con toda su fuerza. 
«¡Para, ya está bien, no me pegues más!», le decía el otro. Y el filósofo, sin dejar de zurrarle, 
continuó argumentando: «¿No dices que no soy libre y que lo que hago no tengo más remedio que 
hacerlo? Pues entonces no gastes saliva pidiéndome que pare: soy automático.» Hasta que el amigo 
no reconoció que el filósofo podía libremente dejar de pegarle, el filósofo no suspendió su paliza. 
La prueba es buena, pero no debes utilizarla más que en último extremo y siempre con amigos que 
no sepan artes marciales... 
En resumen: a diferencia de otros seres, vivos o inanimados, los hombres podemos 
inventar y elegir en parte nuestra forma de vida. Podemos optar por lo que nos parece bueno, es 
decir, conveniente para nosotros, frente a lo que nos parece malo e inconveniente. Y como 
podemos inventar y elegir, podernos equivocarnos, que es algo que a los castores, las abejas y las 
termitas no suele pasarles. De modo que parece prudente fijarnos bien en lo que hacemos y 
procurar adquirir un cierto saber vivir que nos permita acertar. A ese saber vivir, o arte de vivir si 
prefieres, es a lo que llaman ética. De ello, si tienes paciencia, seguiremos hablando en las 
siguientes páginas de este libro. 
Vete leyendo... 
«¿Y si ahora, dejando en el suelo el abollonado escudo y el fuerte casco y apoyado la pica 
contra el muro, saliera al encuentro del inexorable Aquiles, le dijera que permitía a los Atridas 
llevarse a Helena y las riquezas que Alejandro trajo a Ilión en las cóncavas naves, que esto fue lo 
que originó la guerra, y le ofreciera repartir a los aqueos la mitad de lo que la ciudad contiene y 
más tarde tomara juramento a los troyanos de que, sin ocultar nada, formasen dos lotes con cuantos 
bienes existen dentro de esta hermosa ciudad?... Mas ¿por qué en tales cosas me hace pensar el 
corazón?» (Homero, Ilíada). 
«La libertad no es una filosofía y ni siquiera es una idea: es un movimiento de la conciencia que 
nos lleva, en ciertos momentos, a pronunciar dos monosílabos: Sí o No. En su brevedad 
instantánea, como a la luz del relámpago, se dibuja el signo contradictorio de la naturaleza 
humana» (Octavio Paz, La otra voz). 
«La vida del hombre no puede "ser vivida" repitiendo los patrones de su especie; es él mismo - 
cada uno - quien debe vivir. El hombre es el único animal que puede estar fastidiado, que puede 
estar disgustado, que puede sentirse expulsado del paraíso» (Erich Fromm, Ética y psicoanálisis). 
Centro de Ciencias Sociales y Humanidades Antología de Ética
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Tomado de: 
Fernando Savater, Ética para Amador, capítulo VII, "Ponte en su lugar", 
pp.121 - 143. 
PONTE EN SU LUGAR 
Robinson Crusoe pasea por una de las playas de la isla en la que una inoportuna tormenta 
con su correspondiente naufragio le ha confinado. Lleva su loro al hombro y se protege del sol 
gracias a la sombrilla fabricada con hojas de palmera que le tiene justificadamente orgulloso de su 
habilidad. Piensa que, dadas las circunstancias, no puede decirse que se las haya arreglado del todo 
mal. Ahora tiene un refugio en el que guarecerse de las inclemencias del tiempo y del asalto de las 
fieras, sabe dónde conseguir alimento y bebida, tiene vestidos que le abriguen y que él mismo se ha 
hecho con elementos naturales de la isla, los dóciles servicios de un rebañito de cabras, etc. En fin, 
que sabe cómo arreglárselas para llevar más o menos su buena vida de naúfrago solitario. Sigue 
paseando Robinson y está tan contento de sí mismo que por un momento le parece que no echa 
nada de menos. De pronto, se detiene con sobresalto. Allí, en la arena blanca, se dibuja una marca 
que va a revolucionar toda su pacífica existencia: la huella de un pie humano. 
¿De quién será? ¿Amigo o enemigo? ¿Quizá un enemigo al que puede convertir en amigo? 
¿Hombre o mujer? ¿Cómo se entenderá con él o ella? ¿Qué trato le dará? Robinson está ya 
acostumbrado a hacerse preguntas desde que llegó a la isla y a resolver los problemas del modo 
más ingenioso posible: ¿qué comeré?, ¿dónde me refugiaré?, ¿cómo me protegeré del sol? Pero 
ahora la situación no es igual porque ya no tiene que vérselas con acontecimientos naturales, como 
el hambre o la lluvia, ni con fieras salvajes, sino con otro ser humano: es decir, con otro Robinson o 
con otros Robinsones y Robinsonas. Ante los elementos o las bestias, Robinson ha podido 
comportarse sin atender a nada más que a su necesidad de supervivencia. Se trataba de ver si podía 
con ellos o ellos podían con él, sin otras complicaciones. Pero ante seres humanos la cosa ya no es 
tan simple. Debe sobrevivir, desde luego, pero ya no de cualquier modo. Si Robinson se ha 
convertido en una fiera como las demás que rondan por la selva, a causa de su soledad y su 
desventura, no se preocupará más que de si el desconocido causante de la huella es un enemigo a 
eliminar o una presa a devorar. Pero si aún quieres seguir siendo un hombre... Entonces se las va a 
ver no ya con una presa o un simple enemigo, sino con un rival o un posible compañero; en 
cualquier caso, con un semejante. 
Mientras está solo, Robinson se enfrenta a cuestiones técnicas, mecánicas higiénicas, 
incluso científicas, si me apuras. De lo que se trata es de salvar la vida en un medio hostil y 
desconocido. Pero cuando encuentra la huella de Viernes en la arena de la playa empiezan sus 
problemas éticos. Ya no se trata solamente de sobrevivir, como una fiera o como una alcachofa, 
perdido en la naturaleza; ahora tiene que empezar a vivir humanamente, es decir, con otros o contra 
otros hombres, pero entre otros hombres. Lo que hace “humana” a la vida es el transcurrir en 
compañía de humanos, hablando con ellos, pactando y mintiendo, siendo respetado o traicionado, 
amado, haciendo proyectos y recordando el pasado, desafiándose, organizando juntos las cosas 
comunes, jugando, intercambiando símbolos... La ética no se ocupa de cómo alimentarse mejor o 
de cuál es la manera más recomendable de protegerse del frío ni de qué hay que hacer para vadear 
un río sin ahogarse, cuestiones todas ellas sin duda muy importantes para sobrevivir en 
determinadas circunstancias; lo que a la ética le interesa, lo que constituye su especialidad, es 
cómo vivir bien la vida humana, la vida que transcurre entre humanos. Si uno no sabe cómo 
arreglárselas para sobrevivir en los peligros naturales, pierde la vida, lo cual sin duda es un fastidio 
Centro de Ciencias Sociales y Humanidades Antología de Ética
16 
grande; pero si uno no tiene ni idea de ética, lo que pierde o malgasta es lo humano de su vida y 
eso, francamente, tampoco tiene ninguna gracia. 
Antes te dije que la huella en la arena anunció a Robinson la proximidad comprometedora 
de un semejante. Pero vamos a ver, ¿hasta qué punto era Viernes semejante a Robinson? Por un 
lado, un europeo del siglo XVII, poseedor de los conocimientos científicos más avanzados de su 
época, educado en la religión cristiana, familiarizado con los mitos homéricos y con la imprenta; 
por otro, un salvaje caníbal de los mares del Sur, sin más cultura que la tradición oral de su tribu, 
creyente en una religión politeísta y desconocedor de la existencia de las grandes ciudades 
contemporáneas como Londres o Amsterdam. Todo era diferente del uno al otro: color de la piel, 
aficiones culinarias, entretenimientos... Seguro que por las noches ni siquiera sus sueños tenían 
nada en común. Y sin embargo, pese a tantas diferencias, también había entre ellos rasgos funda-mentalmente 
parecidos, semejanzas esenciales que Robinson no compartía con ninguna fiera ni con 
ningún árbol o manantial de la isla. Para empezar, ambos hablaban, aunque fuese, en lenguas muy 
distintas. El mundo estaba hecho para ellos de símbolos y de relaciones entre símbolos, no de puras 
cosas sin nombre. Y tanto Robinson como Viernes eran capaces de valorar los comportamientos, 
de saber que uno puede hacer ciertas cosas que están «bien» y otras que son por el contrario 
«malas». A primera vista, lo que ambos consideraban «bueno» y «malo» no era ni mucho menos 
igual, porque sus valoraciones concretas provenían de culturas muy lejanas: el canibalismo, sin ir 
más lejos, era una costumbre razonable y aceptada para Viernes, mientras que a Robinson - como a 
ti, supongo, por tragaldabas que seas - le merecía el más profundo de los horrores. Y a pesar de ello 
los dos coincidían en suponer que hay criterios destinados a justificar qué es aceptable y qué es 
horroroso. Aunque tuvieran posiciones muy distintas desde las que discutir, podían llegar a discutir 
y comprender de qué estaban discutiendo. Ya es bastante más de lo que se suele hacer con un 
tiburón o con una avalancha de rocas, ¿no? 
Todo esto esta muy bien, me dirás, pero lo cierto es que por muy semejantes que sean los 
hombres no está claro de antemano cuál sea la mejor manera de comportarse respecto a ellos. Si la 
huella en la arena que encuentra Robinson pertenece a un miembro de la tribu de caníbales que 
pretende comérselo estofado, su actitud ante el desconocido no deberá ser la misma que si se trata 
del grumete del barco que viene por fin a rescatarle. Precisamente porque los otros hombres se me 
parecen mucho pueden resultarme más peligrosos que cualquier animal feroz o que un terremoto. 
No hay peor enemigo que un enemigo inteligente, capaz de hacer planes minuciosos, de tender 
trampas o de engañarme de mil maneras. Quizá entonces lo mejor sea tomarles la delantera y ser 
uno el primero en tratarles, por medio de violencia o emboscadas, como si ya fuesen efectivamente 
esos enemigos que pudieran llegar a ser... Sin embargo, esta actitud no es tan prudente como parece 
a primera vista: al comportarme ante mis semejantes como enemigo, aumento sin duda las 
posibilidades de que ellos se conviertan sin remedio en enemigos míos también; y además pierdo la 
ocasión de ganarme su amistad o de conservarla si en principio estuviesen dispuestos a 
ofrecérmela. 
Mira este otro comportamiento posible ante nuestros peligrosos semejantes. Marco Aurelio 
fue emperador de Roma y además filósofo, lo cual es bastante raro porque los gobernantes suelen 
interesarse poco por todas las cuestiones que no sean indiscutiblemente prácticas. A este emperador 
le gustaba anotar algo así como unas conversaciones que tenía consigo mismo, dándose consejos o 
hasta pegándose broncas. Frecuentemente apuntaba cosas de este jaez (acudo a la memoria, no al 
libro, de modo que no te lo tomes al pie de la letra): “Al levantarte hoy, piensa que a lo largo del 
día te encontrarás con algún mentiroso, con algún ladrón, con algún adúltero, con algún asesino. Y 
recuerda que has de tratarles como a hombres, porque son tan humanos como tú y por tanto te 
resultan tan imprescindibles como la mandíbula inferior lo es para la superior». Para Marco 
Aurelio, lo más importante respecto a los hombres no es si su conducta me parece conveniente o 
Centro de Ciencias Sociales y Humanidades Antología de Ética
17 
no, sino que - en cuanto humanos - me convienen y eso nunca debo olvidarlo al tratar con ellos. Por 
malos que sean, su humanidad coincide con la mía y la refuerza. Sin ellos, yo podría quizá vivir 
pero no vivir humanamente. Aunque tenga algún diente postizo y dos o tres con caries, siempre es 
más conveniente a la hora de comer contar con una mandíbula inferior que ayude a la superior... 
Y es que esa misma semejanza en la inteligencia, en la capacidad de cálculo y proyecto, en 
las pasiones y los miedos, eso mismo que hace tan peligrosos a los hombres para mí cuando 
quieren serlo, los hace también supremamente útiles. Cuando un ser humano me viene bien, nada 
puede venirme mejor. A ver, ¿qué conoces tú que sea mejor que ser amado? Cuando alguien quiere 
dinero, o poder, o prestigio... ¿acaso no apetece esas riquezas para poder comprar la mitad de lo 
que cuando uno es amado recibe gratis? Y ¿quién me puede amar de verdad sino otro ser como yo, 
que funcione igual que yo, que me quiera en tanto que humano... y a pesar de ello? Ningún bicho, 
por cariñoso que sea, puede darme tanto como otro ser humano, incluso aunque sea un ser humano 
algo antipático. Es muy cierto que a los hombres debo tratarlos con cuidado, por si acaso. Pero ese 
«cuidado» no puede consistir ante todo en recelo o malicia, sino en el miramiento que se tiene al 
manejar las cosas frágiles, las cosas más frágiles de todas... porque no son simples cosas. Ya que el 
vínculo de respeto y amistad con los otros humanos es lo más precioso del mundo para mí, que 
también lo soy, cuando me las vea con ellos debo tener principal interés en resguardarlo y hasta 
mimarlo, si me apuras un poco. Y ni siquiera a la hora de salvar el pellejo es aconsejable que 
olvide por completo esta prioridad. 
Marco Aurelio, que era emperador y filósofo pero no imbécil, sabía muy bien lo que tú 
también sabes: que hay gente que roba, que miente y que mata. Naturalmente, no suponía que por 
aquello de llevarse bien con el prójimo hay que favorecer semejantes conductas. Pero tenía bastante 
claras dos cosas que me parecen muy importantes: 
Primera: que quien roba, miente, traiciona, viola, mata o abusa de cualquier modo de uno 
no por ello deja de ser humano. Aquí el lenguaje es engañoso, porque al acuñar el título de infamia 
(“ése es un ladrón”, “aquélla una mentirosa “, “tal otro un criminal”) nos hace olvidar un poco que 
se trata siempre de seres humanos que, sin dejar de serlo, se comportan de manera poco 
recomendable. Y quien «ha llegado» a ser algo detestable, como sigue siendo humano aún puede 
volver a transformarse de nuevo en 1o más conveniente para nosotros, lo más imprescindible... 
Segunda: Una de las características principales de todos los humanos es nuestra capacidad 
de imitación. La mayor parte de nuestro comportamiento y de nuestros gustos la copiamos de los 
demás. Por eso somos tan educables y vamos aprendiendo sin cesar los logros que conquistaron 
otras personas en tiempos pasados o latitudes remotas. En todo lo que llamamos “civilización”, 
“cultura”, etc., hay un poco de invención y muchísimo de imitación. Si no fuésemos tan copiones, 
constantemente cada hombre debería empezarlo todo desde cero. Por eso es tan importante el 
ejemplo que damos a nuestros congéneres sociales. Es casi seguro que en la mayoría de los casos 
nos tratarán tal como se vean tratados. Si repartimos a troche y moche enemistad, aunque sea 
disimuladamente, no es probable que recibamos a cambio cosa mejor que más enemistad. Ya sé 
que por muy buen ejemplo que llegue a dar uno, los demás siempre tienen a la vista demasiados 
malos ejemplos que imitar. ¿Para qué molestarse, pues, y renunciar a las ventajas inmediatas que 
sacan a menudo los canallas? Marco Aurelio te contestaría “¿Te parece prudente aumentar el ya 
crecido número de los malos, de los que poco realmente positivo puedes esperar, y desanimar a la 
minoría de los mejores, que en cambio tanto pueden hacer por tu buena vida? ¿No es más lógico 
sembrar lo que intentas cosechar en lugar de lo opuesto, aun a sabiendas de que la cizaña puede 
estropear tu cosecha? ¿Prefieres portarte voluntariamente al modo de tanto loco como hay suelto, 
en lugar de defender y mostrar las ventajas de la cordura?” 
Centro de Ciencias Sociales y Humanidades Antología de Ética
18 
Pero estudiemos un poco más de cerca lo que hacen esos que llamarnos «malos», es decir, 
los que tratan a los demás humanos como a enemigos en lugar de procurar su amistad. Seguro que 
recuerdas la película Frankenstein, interpretada por ese entrañable monstruo de monstruos que fue 
Boris Karloff. Intentamos verla juntos en la tele cuando eras bastante pequeñajo y tuve que apagar 
porque, según me dijiste con elegante franqueza, «me parece que empieza a darme demasiado 
miedo». Bueno, pues en la novela de Mary W. Shelley en la que se basa la película, la criatura 
hecha de remiendos de cadáveres hace esta confesión a su ya arrepentido inventor: «Soy malo 
porque soy desgraciado.» Tengo la impresión de que la mayoría de los supuestos «malos» que 
corren por el mundo podrían decir lo mismo cuando fuesen sinceros. Si se comportan de manera 
hostil y despiadada con sus semejantes es porque sienten miedo, o soledad, o porque carecen de 
cosas necesarias que otros muchos poseen: desgracias, como verás. o porque padecen la mayor 
desgracia de todas, la de verse tratados por la mayoría sin amor ni respeto, tal como le ocurría a la 
pobre criatura del doctor Frankenstein, a la que sólo un ciego y una niña quisieron mostrar amistad. 
No conozco gente que sea mala de puro feliz ni que martirice al prójimo como señal de alegría. 
Todo lo más, hay bastantes que para estar contentos necesitan no enterarse de los padecimientos 
que abundan a su alrededor y de algunos de los cuales son cómplices. Pero la ignorancia, aunque 
esté satisfecha de sí misma, también es una forma de desgracia... 
Ahora bien: si cuanto más feliz y alegre se siente alguien menos ganas tendrá de ser malo, 
¿no será cosa prudente intentar fomentar todo lo posible la felicidad de los demás en lugar de 
hacerles desgraciados y por tanto propensos al mal? El que colabora en la desdicha ajena o no hace 
nada para ponerle remedio... se la está buscando. ¡Que no se queje luego de que haya tantos malos 
sueltos! A corto plazo, tratar a los semejantes como enemigos (o como víctimas) puede parecer 
ventajoso. El mundo está lleno de “pillines” o de descarados canallas que se consideran sumamente 
astutos cuando sacan provecho de la buena intención de los demás y hasta de sus desventuras. 
Francamente, no me parecen tan « listos » como ellos se halagan en creer. La mayor ventaja que 
podemos obtener de nuestros semejantes no es la posesión de más cosas (o el dominio sobre más 
personas tratadas como cosas, como instrumentos) sino la complicidad y afecto de más seres 
libres. Es decir, la ampliación y refuerzo de mi humanidad. «Y eso ¿para qué sirve?», preguntará el 
pillo, creyendo alcanzar el colmo de la astucia. A lo que tú puedes responderle: «No sirve para 
nada de lo que tú piensas. Sólo los siervos sirven y aquí ya te he dicho que estamos hablando de 
seres libres.» El problema del canalla es que no sabe que la libertad no sirve ni gusta de ser servida 
sino que busca contagiarse. Tiene mentalidad de esclavo, el pobrecillo... ¡por muy «rico» en cosas 
que se considere a sí mismo! 
Y suspira luego el canalla, ahora ya tembloroso y reducido a simple pillín: «Si yo no me 
aprovecho de los otros, ¡seguro que son los otros los que se aprovechan de mí! » Es una cuestión de 
ratones -esclavos y leones - libres, con las debidas reverencias para ambas especies zoológicas de 
mi mayor consideración. Diferencia número uno entre el que ha nacido para ratón y el que ha 
nacido para león: el ratón pregunta «¿qué me pasará?» y el león «¿qué haré?». Número dos: el 
ratón quiere obligar a los demás a que le quieran para así ser capaz de quererse a sí mismo y el león 
se quiere a sí mismo por lo que es capaz de querer a los demás. Número tres: el ratón está dispuesto 
a hacer lo que sea contra los demás para prevenir lo que los demás pueden hacer contra él, mientras 
que el león considera que hace a favor de sí mismo todo lo que hace a favor de los demás. Ser ratón 
o ser león: ¡he aquí la cuestión! Para el león está bastante claro—«tenebrosamente claro», como 
diría el poeta Antonio Machado—que el primer perjudicado cuando intento perjudicar a mi 
semejante soy precisamente yo mismo... y en la que tengo de mas valioso, de menos servil. 
Llegamos por fin al momento de intentar responder a una pregunta cuya contestación 
directa (indirectamente y con rodeos hace bastantes páginas que no hablamos de otra cosa) hemos 
aplazado ya demasiado tiempo: ¿en qué consiste tratar a las personas como personas, es decir, 
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19 
humanamente? Respuesta: consiste en que intentes ponerte en su lugar. Reconocer a alguien como 
semejante implica sobre todo la posibilidad de comprenderle desde dentro, de adoptar por un 
momento su propio punto de vista. Es algo que sólo de una manera muy novelesca y dudosa puedo 
pretender con un murciélago, o con un geranio, pero que en cambio se impone con los seres 
capaces de manejar símbolos como yo mismo. A fin de cuentas, siempre que hablamos con alguien 
lo que hacemos es establecer un terreno en el que quien ahora es “yo” sabe que se convertirá en 
“tú” y viceversa. Si no admitiésemos que existe algo fundamentalmente igual entre nosotros (la 
posibilidad de ser para otro lo que otro es para mí) no podríamos cruzar ni palabra. Allí donde hay 
cruce hay también reconocimiento de que en cierto modo pertenecemos a lo de enfrente y lo de 
enfrente nos pertenece... Y eso aunque yo sea joven y el otro viejo, aunque yo sea hombre y el otro 
mujer, aunque yo sea blanco y el otro negro, aunque yo sea tonto y el otro listo, aunque yo esté 
sano y el otro enfermo, aunque yo sea rico y el otro pobre. “Soy humano –dijo un antiguo poeta 
latino- y nada de lo que es humano puede parecerme ajeno”. Es decir: tener conciencia de mi 
humanidad consiste en darme cuenta de que, pese a todas las muy reales diferencias entre los 
individuos, estoy también en cierto modo dentro de cada uno de mis semejantes. Para empezar, 
como palabra. 
Y no sólo para poder hablar con ellos, claro está. Ponerse en el lugar de otro es algo más 
que el comienzo de toda comunicación simbólica con él: se trata de tomar en cuenta sus derechos. 
Y cuando los derechos faltan, hay que comprender sus razones. Pues eso es algo a lo que todo 
hombre tiene derecho frente a los demás hombres, aunque sea el peor de todos: tiene derecho - 
derecho humano- a que alguien intente ponerse en su lugar y comprender lo que hace y lo que 
siente. Aunque sea para condenarle en nombre de leyes que toda sociedad debe admitir. En una 
palabra, ponerte en el lugar de otro es tomarle en serio, considerarle tan plenamente real como a ti 
mismo. ¿Recuerdas a nuestro viejo amigo el ciudadano Kane? ¿O a Gloucester? Se tomaron tan en 
serio a sí mismos, tuvieron tan en cuenta sus deseos y ambiciones, que actuaron como si los demás 
no fuesen de verdad, corno si fuesen simples muñecos o fantasmas: los aprovechaban cuando les 
venía bien su colaboración, los desechaban o mataban si ya no les resultaban utilizables. No 
hicieron el mínimo esfuerzo por ponerse en su lugar, por relativizar su interés propio para tomar en 
cuenta también el interés ajeno. Ya sabes cómo les fue. 
No te estoy diciendo que haya nada malo en que tengas tus propios intereses, ni tampoco 
que debas renunciar a ellos siempre para dar prioridad a los de tu vecino. Los tuyos, desde luego, 
son tan respetables corno los suyos y lo demás son cuentos. Pero fíjate en la palabra misma 
«interés»: viene del latín inter esse, lo que está entre varios, lo que pone en relación a varios. 
Cuando hablo de «relativizar» tu interés quiero decir que ese interés no es algo tuyo 
exclusivamente, como si vivieras solo en un mundo de fantasmas, sino que te pone en contacto con 
otras realidades tan «de verdad» como tú mismo. De modo que todos los intereses que puedas tener 
son relativos (según otros intereses, según las circunstancias, según leyes y costumbres de la 
sociedad en que vives) salvo un interés, el único interés absoluto: el interés de ser humano entre los 
humanos, de dar y recibir el trato de humanidad sin el que no puede haber «buena vida». Por 
mucho que pueda interesarte algo, si miras bien nada puede ser tan interesante para ti corno la 
capacidad de ponerte en el lugar de aquellos con los que tu interés te relaciona. Y al ponerte en su 
lugar no sólo debes ser capaz de atender a sus razones, sino también de participar de algún modo 
en sus pasiones y sentimientos, en sus dolores, anhelos y gozos. Se trata de sentir simpatía por el 
otro (o si prefieres compasión, pues ambas voces tienen etimologías semejantes, la una derivando 
del griego y la otra del latín), es decir ser capaz de experimentar en cierta manera al unísono con el 
otro, no dejarle del todo solo ni en su pensar ni en su querer. Reconocer que estamos hechos de la 
misma pasta, a la vez idea, pasión y carne. 0 como lo dijo más bella y profundamente Shakespeare: 
todos los humanos estamos hechos de la sustancia con la que se trenzan los sueños. Que se note 
que nos damos cuenta de ese parentesco. 
Centro de Ciencias Sociales y Humanidades Antología de Ética
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Tomarte al otro en serio, es decir, ser capaz de ponerte en su lugar para aceptar 
prácticamente que es tan real como tú mismo, no significa que siempre debas darle la razón en lo 
que reclama o en lo que hace. Ni tampoco que, como le tienes por tan real como tú mismo, 
semejante a ti, debas comportarte como si fueseis idénticos. El dramaturgo y humorista Bernard 
Shaw solía decir:”no siempre hagas a los demás lo que desees que hagan a ti: ellos pueden tener 
gustos diferentes”. Sin duda los hombres somos semejantes, sin duda sería estupendo que 
llegásemos a ser iguales (en cuanto a oportunidades al nacer y luego ante las leyes), pero desde 
luego no somos ni tenernos por qué empeñarnos en ser idénticos. ¡Menudo aburrimiento y menuda 
tortura generalizada! Ponerte en el lugar del otro es hacer un esfuerzo de objetividad por ver las 
cosas como él las ve, no echar al otro y ocupar tú su sitio... 0 sea que él debe seguir siendo él y tú 
tienes que seguir siendo tú. El primero de los derechos humanos es el derecho a no ser fotocopia de 
nuestros vecinos, a ser más o menos raros. Y no hay derecho a obligar a otro a que deje de ser 
«raro» por su bien, salvo que su «rareza» consista en hacer daño al prójimo directa y claramente... 
Acabo de emplear la palabra «derecho» y me parece que ya la he utilizado un poco antes. 
¿Sabes por qué? Porque gran parte del difícil arte de ponerse en el lugar del prójimo tiene que ver 
con eso que desde muy antiguo se llama justicia. Pero aquí no sólo me refiero a lo que la justicia 
tiene de institución pública (es decir, leyes establecidas, jueces, abogados, etc.), sino a la virtud de 
la justicia, o sea: a la habilidad y el esfuerzo que debemos hacer cada uno – si queremos vivir bien-por 
entender lo que nuestros semejantes pueden esperar de nosotros. Las leyes y los jueces intentan 
determinar obligatoriamente lo mínimo que las personas tienen derecho a exigir de aquellos con 
quienes conviven en sociedad, pero se trata de un mínimo y nada más. Muchas veces por muy 
legal que sea, por mucho que se respeten los códigos y nadie pueda ponernos multas o llevarnos a 
la cárcel, nuestro comportamiento sigue siendo en el fondo injusto. Toda ley escrita no es más que 
una abreviatura, una simplificación -a menudo imperfecta- de lo que tu semejante puede esperar 
concretamente de ti, no del Estado o de sus jueces. La vida es demasiado compleja y sutil, las 
personas somos demasiado distintas, las situaciones son demasiado variadas, a menudo demasiado 
íntimas, como para que todo quepa en los libros de jurisprudencia. Lo mismo que nadie puede ser 
libre en tu lugar, también es cierto que nadie puede ser justo por ti si tú no te das cuenta de que 
debes serlo para vivir bien. Para entender del todo lo que el otro puede esperar de ti no hay más 
remedio que amarle un poco, aunque no sea más que amarle sólo porque también es humano... y 
ese pequeño pero importantísimo amor ninguna ley instituida puede imponerlo. Quien vive bien 
debe ser capaz de una justicia simpática, o de una compasión justa. 
¡Vaya, me ha salido otro capítulo larguísimo! Pero tengo la excusa de que éste es el 
capítulo más importante de todos. Lo fundamental de la ética de la que quiero hablarte he intentado 
decirlo en estas últimas páginas. Me atrevería a pedirte que, si no estás demasiado harto, lo leyeras 
otra vez antes de pasar más adelante. Aunque si no lo haces porque estás algo cansado... ¡bueno, 
me pongo en tu lugar! 
Vete leyendo... 
«Un día, cerca del mediodía, cuando iba a visitar mi canoa, me sorprendió de una manera 
extraña el descubrir sobre la arena la reciente huella de un pie descalzo. Me paré de repente, como 
herido por un rayo o como si hubiese visto alguna aparición. Escuché, dirigí la vista alrededor mío, 
pero nada vi, no oí nada... » (Daniel Defoe, Aventuras de Robinson Crusoe). 
«Toda vida verdadera es encuentro» (Martin Buber, Yoy tu). 
Centro de Ciencias Sociales y Humanidades Antología de Ética
21 
«Unido con sus semejantes por el más fuerte de todos los vínculos, el de un destino común, 
el hombre libre encuentra que siempre lo acompaña una nueva visión que proyecta sobre toda tarea 
cotidiana la luz del amor. La vida del hombre es una larga marcha a través de la noche, rodeado de 
enemigos invisibles, torturado por el cansancio y el dolor, hacia una meta que pocos pueden 
esperar alcanzar, y donde nadie puede detenerse mucho tiempo. Uno tras otro, a medida que 
avanzan, nuestros camaradas se alejan de nuestra vista, atrapados por las ordenes silenciosas de la 
muerte omnipotente. Muy breve es el lapso durante el cual podemos ayudarlos, en el que se decide 
su felicidad o su miseria. ¡Ojalá nos corresponda derramar luz solar en su senda, iluminar sus penas 
con el bálsamo de la simpatía, darles la pura alegría de un afecto que nunca se cansa, fortalecer su 
ánimo desfalleciente, inspirarles fe en horas de desesperanza!”. (Bertrand Russell, Misticismo y 
lógica) 
«Nunca hubo adepto de la virtud y enemigo del placer tan triste y tan rígido como para 
predicar las vigilias, los trabajos y las austeridades sin ordenar, al mismo tiempo, dedicarse con 
todas sus fuerzas a aliviar la pobreza y la miseria de los otros. Todos estiman que incluso hay que 
glorificar, con el título de humanidad, el hecho de que el hombre es para el hombre salvación y 
consuelo, puesto que es esencialmente “humano” –y ninguna virtud es tan propia del hombre como 
esta– suavizar lo más posible las penas de los otros, hacer desaparecer la tristeza, devolver la 
alegría de vivir, es decir: el placer” (Tomás Moro, Utopía). 
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22 
Tomado de: 
Mercedes Garzón, La ética, capítulos 1 - 3, 1. La ética y sus preguntas, 2. 
¿Somos naturaleza o cultura?, 3. La dimensión de nuestros actos. 
La ética y sus preguntas 
Antes de hacer filosofía o de pensar un tema filosófico, 
hemos elegido ya, o tenemos que elegir, 
y hemos decidido ya en buena parte la manera de comportarnos 
en la vida. 
Cuando hacemos filosofía, así sea la aparentemente más fría 
metafísica*, estamos ya viviendo y tratando de responder a una 
problemática en una situación y un mundo determinados que 
tratamos de explicar. En tal sentido, ninguna expresión filosófica 
es puramente teórica, sino también práctica y se enraiza en quien la 
formula, así como en su situación y en su tiempo. 
Ciertamente pueden no llegar a preocuparnos los temas de – 
digamos– la teoría del conocimiento*, o de la estética*; en cambio, 
algo muy distinto sucede con la ética, que se vincula con nuestro 
comportamiento a lo largo de toda la vida, en tanto se pregunta por 
la conducta de los individuos en sociedad, la cual está regulada por 
una serie de principios morales. 
Antes de hacer filosofía o de pensar un tema filosófico, hemos 
decidido ya en buena parte la manera de comportarnos en la vida. 
Esta elección o costumbre moral que tenemos ¿no influirá en 
nuestra manera de reaccionar frente a los problemas teóricos? No 
digamos en nosotros, sino también en los filósofos que alguna vez 
hemos leído, o de los cuales hemos oído hablar; ¿su posición moral 
no determina la forma en que resolvieron problemas ontológicos* o 
teológicos? 
¿No hay en el fondo de nuestra comprensión del mundo una 
decisión moral? 
Según Nietzsche, toda filosofía depende en última instancia de la 
ética. En rigor, lo que hay es un círculo entre ambas. Nuestra 
interpretación del mundo que enfrentamos está condicionada por 
nuestra situación en él y por nuestra actitud moral. 
La ética no establece las 
normas generales que señalan 
cómo se debe actuar (papel que 
corresponde a la moral), pero 
sí puede abrir las posibilidades 
para transformar nuestro 
comportamiento y orientarlo 
hacia otras formas de vida, así 
como proponer consejos 
prácticos para vivir 
gozosamente, lo cual la 
convierte más en un arte de la 
vida (o estética de la 
existencia) que en una 
disciplina puramente teórica. 
La ética se ocupa de nuestro 
comportamiento dentro de la 
sociedad pero, no prescribe el 
curso de nuestra conducta o 
nuestras acciones e incluso 
establece bases para aplicarla. 
De allí que abra la posibilidad de 
comportamientos distintos de los 
de la moral establecida por una 
comunidad o por la sociedad. La 
ética puede ayudarnos a elegir, 
pero no nos impone rígidamente 
una elección. 
Centro de Ciencias Sociales y Humanidades Antología de Ética
23 
Como el objeto de la filosofía es algo que no tenemos la 
posibilidad de “demostrar” empíricamente y, por tanto, no es del 
todo “objetivo”, las respuestas filosóficas están condicionadas, en 
última instancia, por intereses éticos. La filosofía no es sólo una 
interpretación del mundo: es una forma de vida. Vemos de un 
modo el mundo y en función de esa manera de verlo actuamos. 
A la ética le interesa, pues, el comportamiento de los individuos en 
sociedad, para lo cual tendrá que analizar las morales vigentes en 
cada comunidad o grupo social, investigar su origen y ocuparse de 
ver si ese producto de nuestra actividad creadora efectivamente 
responde a las necesidades de los miembros de la colectividad. 
La ética, por un lado, describe nuestro comportamiento en relación 
con la moral establecida y analiza y critica a esta última; por otro, 
intenta proyectar un horizonte que abra distintas posibilidades de 
relación social. 
La ética envuelve nuestro 
comportamiento a lo largo de 
toda una vida, en la medida en 
que se pregunta por la conducta 
de los individuos en la sociedad, 
la cual está regulada por una 
serie de principios morales. 
¿Somos naturaleza o cultura? 
A diferencia de los animales, 
que sólo actúan por instinto, 
somos creadores, transformamos nuestro entorno y 
así generamos cultura, la cual representa una síntesis de valores. 
Lo primero que podemos señalar acerca de nosotros mismos, 
hombres y mujeres insertos en un mundo social, es que hemos 
rebasado el nivel natural, donde el animal satisface instintivamente 
sus necesidades y se relaciona de manera inmediata con su entorno. 
El animal no se detiene ante las cosas que encuentra. Una vez 
saciado su apetito, abandona el objeto que colmó su necesidad. 
Todas las características del 
animal se encuentran en 
nosotros pero metamorfoseadas 
en cultura e historia 
Nos distinguimos de los animales justo porque nuestras posibilidades de sobrevivencia suponen 
dominar la naturaleza y transformarla socialmente –no somos individuos aislados, vivimos con 
otros y necesitamos de esta relación para existir– por medio de una actividad práctica, el trabajo, 
con el cual se producen medios de vida para la subsistencia. Esto implica no sólo la creación de un 
mundo distinto del natural, sino también la aparición de un ente que se transforma y se produce a sí 
mismo pues, además de ser parte de la naturaleza, es y crea cultura. 
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24 
Somos creadores, entonces, no sólo de nosotros mismos, en cuanto diferentes de los demás entes, 
sino del mundo que nos rodea; mundo histórico, cultural y social, que se transforma y cambia 
constantemente. 
El mundo cultural –la política, la economía, la organización social– que se construye a partir de la 
transformación de la naturaleza es el que en cada momento histórico se nos presenta como distinto 
y es el que tratamos de interpretar y comprender con mayor urgencia. 
Para el primitivo, es la naturaleza inmensa el origen del temor; así, 
las primeras explicaciones tienden no sólo a someter sino también 
a darle un sentido a ese todo natural. 
Pero esa naturaleza, al ser transformada, es ya cultura, porque es 
naturaleza trabajada y explicada por un ente que no es ya 
naturaleza pura, sino un ente histórico, social y cultural que intenta 
tanto dominar como explicar la naturaleza, en busca de seguridad 
frente a ella. Encontramos aquí el origen del mito, la religión, el 
arte, la filosofía y la ciencia. 
Somos históricos, modificamos la naturaleza y al transformarla nos 
creamos a nosotros mismos. Nos enfrentamos a ella para 
apropiárnosla y nos distinguimos de los animales desde el 
momento en que un ente natural no crea cultura. No sólo nos 
diferenciamos de ellos por nuestra racionalidad; la razón es nada 
más un componente de nuestra constitución, pero toda nuestra 
estructura emocional, afectiva e instintiva es distinta de la del 
animal. Todas las características del animal se encuentran en 
nosotros pero metamorfoseadas en cultura e historia. La filosofía, 
la religión, la ciencia y el arte no tienen su origen únicamente en la 
razón sino que nacen de necesidades emocionales y afectivas. La 
desconfianza en la razón, incluso, es el origen de la mística y de la 
filosofía llamada irracionalista. 
Cuando tratamos de 
explicar y dominar la 
naturaleza, pretendemos 
tener seguridad frente a 
ella; tal es el origen del 
mito, la religión, el arte, 
la filosofía y la ciencia. 
La más ruda punta de flecha, así como las más sofisticadas computadoras y bombas atómicas, son 
la “mostración” palpable (no la demostración siempre discutible) de que esta producción de objetos 
se realiza social e históricamente. 
La dimensión de nuestros actos 
A la construcción de nuestro propio modo de ser, 
de nuestra forma de vida concreta, 
es a lo que llamamos “estructura ética” 
del comportamiento. 
En el acto animal existe un ajustamiento completo con el medio en que actúa; sus instintos le dictan 
cómo actuar en cada caso. A este carácter del acto le llamaremos “justeza”; la situación 
estimulante, de un lado, y la capacidad biológica, del otro, determinan unívocamente una respuesta. 
Nosotros, ante un estímulo, ignoramos cómo actuar; sabemos únicamente que tenemos que actuar. 
Dentro de ciertas posibilidades, todas “irreales”, hemos de elegir una y hacerla real. Ésta es una 
primera dimensión de nuestra libertad, a la que llamaremos ontológica, pues se refiere a nuestra 
específica estructura de ser, distinta de los demás seres vivos. Tenemos que considerar la realidad 
antes de actuar en ella; esto significa moverse en la “irrealidad” en la cual nos formamos un 
esquema del acto y elegimos las maneras de llevarlo a cabo. 
Centro de Ciencias Sociales y Humanidades Antología de Ética
25 
Podemos decir que estamos “condenados a la libertad”, ya que ésta es la que nos distingue de los 
animales; por ello, la libertad es una característica específica de nuestros actos. Somos seres que, si 
bien pertenecemos a la naturaleza por nuestras determinaciones biológicas y físicas, estamos, sin 
embargo, más allá de ella en cuanto creamos un mundo social y cultural que debemos explicarnos 
en su totalidad y en cada acto concreto. 
Por lo tanto, a diferencia de los entes puramente naturales, no estamos completos si nos limitamos a 
una existencia sólo física y biológica. Tenemos que completarnos, creando un mundo distinto y 
construyéndonos a nosotros mismos. Nuestra vida no está dada por potencias extrañas, pues la 
conquistamos, encontramos, logramos y adquirimos lentamente por medio de nuestras acciones. 
Éstas se dirigen a fines posteriores, con lo cual la naturaleza se transforma en cultura y la creación 
de la vida de cada individuo en existencia social. 
Esta acción libre, que rebasa el plano meramente natural, implica 
lo que llamaremos “constitución ética de nuestra conducta”, por lo 
que entendemos a la ética no sólo como la reflexión en torno al 
comportamiento de los individuos en sociedad, sino también como 
la estructura de ser que hace que nuestros actos sean radicalmente 
distintos a los de los demás entes. 
A partir de Aristóteles, ética significa modo de ser, carácter. Ésta 
es la traducción original de la palabra griega éthos. Lo ético 
comprende las disposiciones del hombre en la vida, su carácter, sus 
costumbres y su moral; ética es carácter, pero no en el sentido 
psicológico o biológico de “temperamento”, dado en las estructuras 
de la especie o nacido con nosotros para toda la vida, sino en el de 
modo de ser o forma de vida que vamos adquiriendo, apropiando e 
incorporado a lo largo de nuestra existencia. 
Es el hábito, la repetición de actos iguales, el que, en el 
comportamiento, nos forma el carácter, es decir, la personalidad 
que hemos conquistado a través de la vida, lo que hemos hecho de 
nosotros mismos. Aquí encontramos un círculo. El carácter o la 
estructura ética nace de la repetición de actos iguales y ésta, a su 
vez, se convierte en el principio interno de nuevos actos. 
Al animal le está dado el 
ajustamiento; nosotros 
tenemos que ajustarnos, 
es decir, tenemos que 
elegir un acto, aun 
cuando sea una sola la 
posibilidad, puesto que 
podemos elegir el no 
hacer nada. Esta 
“libertad ontológica” es 
condición de posibilidad 
de nuestros actos. 
Si bien en nuestras 
determinaciones biológicas y 
físicas pertenecemos a la 
naturaleza, estamos más allá de 
ella en cuanto creamos un mundo 
social y cultural 
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26 
Tomado de: 
Mercedes Garzón, La ética, capítulos 20 - 23, Moral y religión, Moral y política, 
Moral y Economía, y Moral y ciencia. 
Moral y religión 
Aunque toda religión implica una moral, 
no necesariamente la moral se sustenta en una cosmovisión religiosa. 
En la medida en que la moral regula el comportamiento de los individuos en sociedad, por fuerza se 
establecen relaciones entre ella y otras creaciones del pensamiento. Tales relaciones pueden 
expresarse de diversas formas, ya sea en el sentido de que la moral se apoye en otros conjuntos de 
ideas o entre en conflicto con ellos. Por eso, trataremos de delimitar el campo de acción de cada 
una de esas esferas del pensamiento y la actividad del hombre, con el objeto de distinguir los 
diversos aspectos en que se relacionan y evitar que se confundan. 
Casi desde sus orígenes, moral y religión se han encontrado íntimamente ligadas. Una de las 
primeras formas de explicación de la realidad fueron los mitos, o religiones naturales, las cuales 
daban fundamento a las normas que regulaban la vida social. Es necesario distinguir, sin embargo, 
desde sus orígenes, lo que correspondería estrictamente a la moral y lo que llamamos religión. 
Por religión entendemos, en un sentido muy amplio, la creencia en 
fuerzas o entes sobrenaturales; éstos serían el origen, la causa o el 
fundamento de todo lo existente, de todo lo real. Toda religión, 
además, propone al hombre cierto tipo de comportamiento, una 
determinada forma de vida, por lo que también postula una serie de 
normas de conducta que los individuos tienen que observar y 
cumplir. Estas reglas serían dictadas por la o las divinidades (ya 
que existen religiones monoteístas y politeístas) que cada religión 
considera como lo absoluto. 
Así, la obligatoriedad de la norma deriva precisamente del hecho 
de que esta última ha sido dada, ordenada o impuesta por un ente 
suprahumano. De este modo, por ejemplo, en la religión cristiana, 
que es la común a la cultura occidental, encontramos los llamados 
Diez Mandamientos de la Ley de Dios, que deben ser cumplidos y 
acatados por todos aquellos que profesen dicha fe, so pena de 
recibir el castigo divino. Toda religión, entonces, implica una 
moral, prescribe una forma de conducta. Sin embargo, no toda 
moral implica una concepción religiosa. 
Aun cuando en sus orígenes moral y religión aparecen 
estrechamente ligadas, sus campos se han ido separando y 
delimitando a lo largo de la historia. Puede darse el caso de que la 
moral se funde en una o varias divinidades; es en este sentido como 
decimos hallarnos frente a una moral heterónoma que encuentra el 
origen y la obligatoriedad de sus normas en una concepción 
religiosa, si bien ya hemos visto que por moral heterónoma 
entendemos toda moral basada en algo ajeno a la propia voluntad 
del individuo. 
Toda religión propone al 
hombre un cierto tipo de 
comportamiento, una 
determinada forma de 
vida. 
El fundamento de la moral se 
encuentra en las necesidades 
de los individuos histórica y 
socialmente determinados. La 
moral, en este sentido, no es 
identificable con la religión. 
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27 
La filosofía de Kant, por ejemplo, fundamenta la moral en la autonomía de la voluntad. Así, se 
distingue de la moral religiosa en el sentido de que tiene su propio campo de acción y encuentra su 
origen en la misma conciencia o voluntad del individuo. 
Como ya hemos indicado, la moral tiene por objeto regular las relaciones entre los individuos 
inmersos en la vida social y surge de las necesidades de convivencia de la misma sociedad. 
Moral y política 
La sentencia de Nicolás Maquiavelo (1469-1527), 
según la cual el fin justifica los medios, 
señala claramente la discrepancia entre moral y política. 
Las relaciones entre la moral y la política son muy diversas y mantienen puntos de coincidencia y 
de contradicción notables. Ello se debe a que tanto una como otra tienden a abarcar y dirigir 
nuestro comportamiento social, si bien la política pone su acento en el punto de vista general del 
poder para organizar la existencia social, mientras la moral adopta la perspectiva del individuo 
social que ha interiorizado unas normas y las vive como propias. El término política, en un primer 
sentido, designa las formas de organización y de convivencia en una sociedad estructurada en un 
Estado. 
De hecho, es en el nivel de la política acorde con esta acepción donde se sitúa el poder de mantener 
o de cambiar de manera radical una situación determinada, no sólo en lo que respecta a cuestiones 
morales sino en lo que se refiere a la sociedad en general. 
Estos dos ejemplos ilustran las posibilidades extremas donde se 
oponen la moral y la organización política. Cuando la sociedad se 
encuentra en una situación de equilibrio, la moral y la política se 
complementan mutuamente, al apuntar una hacia lo general y la 
otra a lo particular. Así, pues, la moral contribuye a fortalecer y 
unir la organización política; a su vez, ésta ayuda a mantener las 
normas morales, muchas veces, incluso, convirtiéndolas en 
ordenamientos jurídicos. 
Encontramos también otra significación del término política, 
estrictamente referida a la serie de instrumentos o medios para 
obtener y mantener el poder dentro de un conglomerado social, en 
función de lo cual se establece cierto tipo de relaciones entre moral 
y política. Pero en los casos en que existen luchas fuertes en una 
sociedad, suele surgir un moralismo abstracto que se priva de los 
instrumentos con los cuales podría defender una situación 
determinada. 
En el nivel de la política se 
sitúa el poder de mantener 
o cambiar de modo radical 
una situación dada, no sólo 
respecto a cuestiones 
morales, sino en lo que se 
refiere a la sociedad en 
general 
Por otra parte, en ciertos casos la moral queda relegada por completo debido a la forma como se 
considera que es posible alcanzar el poder o conservarlo. A esta posición extrema es a la que se 
ha dado en llamar realismo (o cinismo) político, por basarse en el principio de la eficacia para 
lograr los fines, sin que importe la violación de cualquier norma moral. Cabe aclarar que el 
realismo político no toma en cuenta que todo fin político implica una finalidad moral, un 
concepto del individuo y su libertad que marca los límites de su acción. Así, al actuar en nombre 
de la eficacia, olvida su propia finalidad y ello le impide alcanzarla, en la medida en que, en 
última instancia, lo que se propone la lucha por el poder es establecer un orden de vida diferente 
del anterior. 
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28 
Tanto el moralismo abstracto como el realismo político constituyen 
dos posiciones extremas en las relaciones entre moral y política. El 
primero exige la pureza de la acción y el segundo la mera eficacia 
sin principios. Estos dos planteamientos son totalmente opuestos y, 
en definitiva, no proponen una justa relación entre moral y política; 
sólo pueden concebirse en la realidad si se marcan límites uno al 
otro, puesto que una pureza sin eficacia no puede realizarse y una 
eficacia que no afirme valores no plantearía ningún cambio social 
real y deseable. 
El moralismo abstracto 
exige la pureza de la 
acción, mientras el 
realismo político platea la 
mera eficacia sin 
principios. Son las dos 
opciones extremas en las 
relaciones entre moral y 
política. 
Moral y economía 
La moral y la economía se implican mutuamente, 
pero no en el sentido marxista, en donde 
“la ideología dominante es la de la clase dominante”. 
De la misma manera en que producimos los medios de subsistencia (es decir, que creamos una 
serie de productos materiales para satisfacer necesidades), nos es necesario crear o producir las 
formas de relacionarnos socialmente, de explicarnos el mundo y esas mismas relaciones. En tal 
sentido, la forma en que producimos nuestra vida material determina el modo de comportarnos 
dentro de la sociedad, así como la interpretación que tenemos de ello. 
Por eso, a un determinado tipo de economía (o modo de 
producción social) corresponde una moral específica que trata de 
regular los comportamientos sociales de los individuos de acuerdo 
con una estructura económica particular. Así, la economía impone 
los límites de nuestra actividad y condiciona, en gran medida, 
nuestra conducta. Por tanto, es necesario explicar la relación entre 
economía y moral, sin caer en determinismos economicistas, ya 
que una y otra se implican mutuamente, pero no de manera 
arbitraria o mecánica. 
Lo que caracteriza a nuestras sociedades capitalistas neoliberales es 
el basarse en la producción ilimitada de mercancías (el consumo) y 
el tener el lucro personal (la ganancia económica) –que se 
identifica con el éxito individual– como único fin. Para que este 
sistema pueda funcionar, es necesario crear en cada individuo un 
carácter competitivo y egoísta, capaz de mantener esta 
organización narcisista en la cual todos trabajan para sí mismos y 
en contra de los otros. Al mismo tiempo, surge un tipo de moral 
que nos permite vivir con “buena conciencia” estas relaciones 
donde prevalecen el individualismo y el consumo (“compro, luego 
existo”). 
La forma en que 
producimos nuestra vida 
material determina el 
modo de comportarnos 
dentro de la sociedad. 
Así, nuestras sociedades provocan el surgimiento de un carácter que, incluso en los niveles más 
profundos de nuestra singularidad, fomenta y ayuda tanto a la producción en gran escala como a la 
“satisfacción del deseo”, por medio de un hedonismo consumista. 
Esto significa que, de algún modo, la moral tiende a formar un tipo de individuo que valora, sobre 
todas las cosas, la actividad productiva conducente al éxito económico personal. De esta manera, 
Centro de Ciencias Sociales y Humanidades Antología de Ética
29 
domina tanto una moral productivista, como el mito de que el “éxito” se valora por la cantidad de 
dinero que se posee. 
Vemos así cómo se complementan la moral y el modo de 
producción: este último impone determinados ideales (el 
enriquecimiento económico) al conjunto de la sociedad y la moral 
forma un carácter específico y un individuo adecuado para 
funcionar en el sistema y hacer marchar a éste. Por tanto, el tipo de 
trabajo requerido en una formación económica, de hecho, ya está 
formando también el carácter de quien lo realiza. 
La moral y la economía se 
complementan; al crecimiento 
ilimitado de mercancías y a la 
ganancia económica se suma el 
hedonismo consumista, que 
refleja la moral planetaria del 
final de siglo. 
Moral y ciencia 
A pesar de la objetividad que se atribuye 
al método científico; ni sus premisas ni sus resultados 
están desvinculados de la moral. 
La relación entre moral y ciencia es importante, sobre todo si tenemos en cuenta que el capitalismo 
se ha basado en el desarrollo de la ciencia y de la técnica, hasta convertirlo en el centro de nuestras 
tecnocráticas sociedades. De esta manera, la ciencia se ha erigido como el último criterio de verdad 
que decide acerca no sólo del conocimiento, sino de nuestras propias vidas, por lo que se halla en el 
nivel más alto de la jerarquía de valores. 
Analizaremos tres aspectos donde la moral y la ciencia entran en relación: 
· En la medida en que la sociedad capitalista, como ya dijimos, se basa en la producción ilimitada 
de mercancías, ésta marcará el camino que debe seguir la investigación científica, ya que los 
resultados que ella genere serán aplicados, mediante la técnica, para aumentar y perfeccionar la 
producción. De ese modo, vemos que esta actividad no se encuentra aislada de las condiciones 
sociales ni permanece al margen de ellas. 
· El desarrollo de la ciencia y de la técnica ha tenido efectos negativos para la sociedad, tanto 
porque ha creado medios capaces de destruir el mundo en su totalidad, como porque ha 
contaminado el ambiente, lo cual amenaza con exterminar a los individuos. 
No se trata de cuestionar desde una perspectiva moral a la ciencia o 
a la técnica, sino más bien de replantear el problema del lugar que 
ocupan y de la forma de dominio que imponen a nuestras vidas, sin 
olvidar sus beneficios. Tal crítica implica no sólo a estas 
actividades, sino también a la interpretación y organización del 
mundo que provoca el imperialismo planetario del individuo 
ordenado tecnocráticamente. 
Otra relación entre moral y ciencia es la que se refiere a la 
caracterización del científico como individuo entregado absoluta y 
exclusivamente a la “búsqueda de la verdad”, como si ésta pudiera 
comprenderse al margen de las determinaciones sociales y 
El desarrollo de la ciencia 
y de la técnica ha tenido 
efectos negativos para la 
sociedad, por la creación 
de medios que pueden 
destruir al mundo en 
totalidad: (“Explosión 
atómica en Hiroshima, 
1945”) 
Centro de Ciencias Sociales y Humanidades Antología de Ética
30 
políticas, lo cual tiende a hacer creer que aquél no es responsable 
de los resultados y efectos que socialmente pueden tener sus 
descubrimientos. 
Esto nos lleva al problema de la responsabilidad moral del 
científico, quien, además de estar comprometido con la verdad 
científica, también está inmerso en todas las relaciones de su 
sociedad: tiene una determinada ideología y una moral, por lo que 
ni los resultados de su investigación ni el empleo de éstos se 
sustraerán a una serie de implicaciones sociales. En consecuencia. 
Debe asumir el papel que desempeña en la sociedad e intentar 
participar activamente en las decisiones relativas al uso y la 
aplicación de sus descubrimientos, ya que, en última instancia, es 
responsable de las consecuencias a que éstos den lugar en la 
sociedad donde vive. 
En nuestros días, la relación de 
la moral con la ciencia tiene 
varios niveles: desde la 
pretensión de “buscar la 
verdad” hasta los “avances” 
que, junto con la técnica, han 
desquiciado el equilibrio 
ecológico y amenazan con 
degradar y hasta acabar con la 
especie humana. 
Centro de Ciencias Sociales y Humanidades Antología de Ética
31 
UNIDAD I 
VISIÓN GENERAL DE LA ÉTICA 
1.2 Visión ética del Ser humano 
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32 
Tomado de: 
Erich Frornm, Ética y psicoanálisis, capítulo IV "La conciencia, el llamado 
del hombre a sí mismo", pp.155 - 186. 
LA CONCIENCIA, EL LLAMADO DEL HOMBRE A SÍ 
MISMO 
Quienquiera que habla y reflexiona sobre una mala acción que ha hecho, está pensando en la bajeza que 
ha cometido, y a aquello que uno piensa se está sujeto –se está sujeto absolutamente con toda el alma a lo 
que se piensa- y, de tal modo, quien así haga, sigue sujeto a la bajeza. Y seguramente no será capaz de 
cambiar, porque su espíritu se tornará ordinario y su corazón se corromperá y, además de eso, podrá 
invadirle un humor de tristeza. ¿Qué deseáis? Quitar la corrupción de esta o aquella manera. Mas seguirá 
siendo siempre una corrupción. Haber o no pecado ¿qué provecho nos reportará en el cielo? Durante el 
tiempo que estoy meditando sobre esto podría estar ensartando perlas para el gozo del cielo. Por eso es por 
lo que está escrito: “Apártate del mal y obra bien”, desvíate completamente del mal, no medites sobre él y 
obra bien. ¿Has obrado mal? Entonces equilíbralo obrando bien. 
Isaac Meier de Ger 31 
No existe aseveración más soberbia que el hombre pueda hacer que la de decir: “Obraré de 
acuerdo con mi conciencia”. A través de la historia los hombres han sostenido los principios de la 
justicia, el amor y la verdad contra toda clase de presiones a que se han visto sometidos con el fin 
de hacerlos renunciar a lo que sabían y creían. Los profetas obraron de acuerdo con su conciencia 
cuando denunciaron a su país y predijeron su caída a causa de su corrupción e injusticia. Sócrates 
prefirió la muerte a seguir una línea de conducta con la cual hubiera traicionado a su conciencia al 
transigir con la mentira. Sin la existencia de la conciencia la raza humana se hubiera quedado 
estancada hace mucho tiempo en su azarosa carrera. 
Diferentes a estos hombres fueron otros, que también decían que obraban de acuerdo con su 
conciencia: los hombres de la inquisición, que quemaron en la pira a hombres de conciencia, 
pretendiendo obrar en nombre de su conciencia; los rapaces provocadores de las guerras, que han 
sostenido que obran siguiendo a su conciencia cuando anteponen a cualquier otra consideración su 
voracidad por el poder. En efecto, es difícil que exista alguna acción de crueldad o indiferencia 
hacia otros o hacia uno mismo que no haya sido racionalizada como el dictado de la conciencia, 
exhibiendo así, en su necesidad de ser apaciguada, el poder de la conciencia. 
En sus diversas manifestaciones empíricas, la conciencia es, ciertamente, desconcertante. ¿Son 
estas diversas clases de conciencia una misma, y sólo difieren en su contenido? ¿Constituyen 
distintos fenómenos que sólo tienen en común el nombre de “conciencia”? ¿O resulta insostenible 
el supuesto de la existencia de la conciencia si investigamos el problema empíricamente como un 
problema de motivación humana? 
La literatura filosófica que trata de la conciencia ofrece gran riqueza de indicios para contestar 
estas cuestiones. Cicerón y Séneca consideraron a la conciencia como la voz interior que acusa y 
defiende a nuestra conducta con respecto a sus cualidades éticas. La filosofía del Estoicismo la 
relaciona con la autoconservación (cuidado de uno mismo) y es descrita por Crisipo como la 
vivencia de la armonía interior. La filosofía escolástica tiene a la conciencia por la ley de la razón 
(lex rationis) puesta en el hombre por Dios. Se diferencia de la “sindéresis”. Mientras esta última es 
el hábito (o facultad) de juzgar y de querer el bien, la primera aplica el principio general a las 
acciones particulares. Aunque el término “sindéresis” ha sido abandonado por los escritores 
modernos, el término “conciencia” es usado frecuentemente para señalar aquello que la filosofía 
escolástica entendía por sindéresis, la advertencia interior de los principios morales. El elemento 
31 In Time and Eternity, ed. por N. N. Glatzer (Nueva York: Schocken Books, 1946) 
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33 
emocional de esta advertencia fue destacado en especial por los escritores ingleses. Shaftesbury, 
por ejemplo, sostuvo la existencia de un “sentido moral” en el hombre, un sentido de lo bueno y lo 
malo, una reacción emotiva basada en el hecho de que la mente del hombre se halla en armonía con 
el orden cósmico. Butler pensó que los principios morales son una parte intrínseca de la 
constitución del hombre e identificó a la conciencia particularmente con el deseo innato de la 
acción benévola. Nuestros sentimientos hacia otros y nuestra reacción frente a la aprobación o la 
censura de los demás constituyó la esencia de la conciencia para Adam Smith. Kant abstrajo la 
conciencia de todo contenido específico y la identifico con el sentido del deber como tal. 
Nietzsche, un crítico acerbo de la “mala conciencia” religiosa, percibió a la conciencia genuina 
arraigada en la autoafirmación, en la facultad “de decirse sí a si mismo”. Max Scheler creyó que la 
conciencia es la expresión del juicio racional, pero un juicio por el sentimiento y no por el 
pensamiento. 
Pero algunos problemas importantes siguen sin respuesta y sin ser siquiera tocados, problemas 
de motivación, sobre los cuales los datos de la investigación psicoloanálitica pueden arrojar más 
luz. En el siguiente análisis distinguiremos la conciencia “autoritaria” de la “humanista”, distinción 
que se ajusta al principio general de separar la Ética Autoritaria de la Humanista. 
A. La conciencia autoritaria 
La conciencia autoritaria es la voz de una autoridad externa interiorizada, los padres, el Estado, o 
cualesquiera que sean las autoridades de una cultura dada. Mientras las relaciones de los individuos 
con las autoridades conservan su carácter externo, sin sanción ética, difícilmente podemos hablar 
de conciencia; tal conducta es meramente acomodaticia, regulada por el temor ante el castigo y la 
esperanza por la recompensa, siempre dependiente de la presencia de estas autoridades, de su 
conocimiento de lo que uno está haciendo y su facultad supuesta o real para castigar y 
recompensar. A menudo una experiencia que la gente considera como sentimiento de culpa, 
surgido de su conciencia, resulta a veces no ser otra cosa que el temor que tiene a tales autoridades. 
Estas personas, propiamente hablando, no se sienten culpables, sino atemorizadas. Sin embargo, en 
la formación de la conciencia, autoridades tales como los padres, la iglesia, el Estado o la opinión 
pública, son aceptadas consciente o inconscientemente como legisladores éticos y morales cuyas 
leyes y sanciones adopta uno interiorizándolas. Por así decirlo, las leyes y las sanciones de la 
autoridad externa llegan a formar parte de uno mismo, y en vez de sentirse responsable ante algo 
externo, uno se siente responsable ante algo interno: la propia conciencia. La conciencia es un 
regulador de la conducta más efectivo que el temor ante las autoridades externas; porque si bien 
uno puede sustraerse a las autoridades, no puede, en cambio, escapar de sí mismo ni, por 
consiguiente, de la autoridad interiorizada que ha llegado a formar parte de uno mismo. La 
conciencia autoritaria es aquello que Freud describió como el superyó; pero, como demostraré más 
adelante, ésta es solamente una forma de conciencia o posiblemente una fase preliminar en el 
desarrollo de la conciencia. 
Si bien la conciencia autoritaria es diferente del temor al castigo y la esperanza de recompensa, 
ya que la relación con la autoridad ha sido interiorizada, no es muy diferente en otros aspectos 
esenciales. El punto más importante de similitud es que las prescripciones de la conciencia 
autoritaria no se determinan por un juicio propio de valor, sino exclusivamente por el hecho de que 
sus mandatos y prohibiciones son establecidos por las autoridades. Si estas normas son buenas, la 
conciencia dirigirá las acciones del hombre hacia la virtud. Sin embargo, no han llegado a ser las 
normas de la conciencia porque son buenas, sino por ser las normas establecidas por la autoridad. 
Si son malas, son también parte de la conciencia. Un creyente en Hitler, por ejemplo, sentía que 
obraba de acuerdo con su conciencia al cometer actos que eran sumamente repulsivos. 
Pero aunque la relación con la autoridad se interiorice, no debe suponerse que esta 
interiorización sea tan completa que la conciencia quede divorciada de las autoridades externas. 
Una completa separación, tal como la que podemos estudiar en los casos de neurosis obsesivas, es 
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Antología De Ética Profesional

  • 1. 1 Universidad Autónoma de Aguascalientes Antología de Ética Academia de Ética Centro de Ciencias Sociales y Humanidades ___________________________________ Departamento de Filosofía Centro de Ciencias Sociales y Humanidades Antología de Ética
  • 2. 2 ÍNDICE GENERAL ÍNDICE PAG. Presentación 3 Programa del curso de Ética 5 Guía de lecturas del curso de Ética 8 UNIDAD I VISIÓN GENERAL DE LA ÉTICA 1.1 Conceptualización de la ética 1. De qué va la ética 10 2. Ponte en su lugar 15 3. La ética y sus preguntas. ¿Somos naturaleza o cultura? La dimensión de nuestros actos 22 4. Moral y religión, Moral y política, Moral y economía, Moral y ciencia 26 1.2 Visión ética del Ser humano 5. La conciencia, un llamado del hombre a sí mismo 32 6. El existencialismo es un humanismo 46 7. Primera aproximación al valor. Valor y actitud. Segunda aproximación. Juicios de valor 62 8. La crisis contemporánea del sentido ético de la vida 73 9. La voluntad de valor 82 10. El juicio moral, la obligatoriedad moral 86 11. Kohlberg: El desarrollo del juicio moral 88es más ya voy 1.3 Algunas éticas aplicadas 12. La renovación ética 112 UNIDAD II. LA ÉTICA PROFESIONAL 2.1. Elementos de Ética Profesional 13. Sobre ética profesional 132 14. El llamado y el aprendizaje 136 15. La ética profesional en el contexto universitario 141 2.2 Ley Estatal de profesiones 151 CUESTIONARIO PARA LAS LECTURAS DE LA ANTOLOGÍA 164 Centro de Ciencias Sociales y Humanidades Antología de Ética
  • 3. 3 PRESENTACIÓN Hoy en día estamos inmersos en el reino de lo efímero donde, en poco tiempo, se llegan a considerar obsoletos algunos conocimientos, ideas, valores, principios y costumbres; los productos actuales son de desecho, sólo tienen algunos meses de vida, y nosotros nos vamos acostumbrando a este nuevo paradigma cultural, aplicándolo a todo lo existente. Ante esta tendencia cabe preguntarnos si las tradiciones, las convicciones, la justicia, el respeto a los derechos humanos, el cuidado de nuestro ecosistema o la calidad profesional pueden ser algo tan efímero como las modas o las canciones del momento. Quizá una parte de la respuesta a esta pregunta la encontramos en la afirmación de un filósofo francés contemporáneo que, al analizar las distintas situaciones que estamos viviendo, ha escrito: "el siglo XXI será ético o no será"* Esta frase revela la actual preocupación por el malestar social ante la "pérdida" o crisis de los valores morales y la razón de la emergencia ética contemporánea que trata de dar respuestas a nuestros cuestionamientos y a nuestra insatisfacción. La Ética está muy lejos de ser una mera colección de ideas anquilosadas; si accedemos al pensamiento de autores contemporáneos nos damos cuenta de que la Ética ha tenido la capacidad de seguir el ritmo de los tiempos. En efecto, en las distintas épocas la Ética ha estado presente, apoyando al ser humano en su reflexión sobre los criterios, valores y principios que guían su comportamiento, y sirviendo de sustento en la conformación de su personalidad. Es verdad que en tiempos no lejanos la moral -objeto de estudio de la Ética-. era altamente opresiva, represiva, coactiva, sujetante, y hasta cierto punto, hipócrita, todo lo cual redundaba en mayorías dependientes y esclavas de los individuos y las instituciones que detentaban el poder. Fue un tiempo de moral heterónoma por excelencia, una época en la que se consideró que sólo había un tipo de ser humano y una sola forma válida de jerarquía de valores o de comportamiento moral. Como una reacción a la situación descrita, en los últimos años hemos sido actores o espectadores de cambios radicales. En un momento dado, gran parte de la humanidad se pronunció en contra de la moral establecida, trocando la heteronomía por anarquía y egoísmo, y olvidando toda prudencia y todo límite. Una expresión cultural de este momento histórico es el "todo se vale", es decir, todo vale lo mismo, no hay criterios de discernimiento, y esto crea confusión sobre la existencia o la pérdida de los valores. Se ha dicho que la Humanidad avanza en movimientos pendulares en los que asumimos reacciones en sentido contrario y con la misma fuerza de aquello que rechazamos; sin embargo, el saber está en ir más allá de la corriente, en poder encontrar el "justo medio" aristotélico que nos permita conformar nuevas perspectivas, menos extremistas y radicales, y más viables. Lo anterior propone una ética que sea, a un tiempo, ética de la libertad, de los valores, de la responsabilidad, ética que se gesta y desarrolla en un mundo plural, y que contempla tanto al individuo como a la comunidad, tanto al tiempo presente como al futuro de la Humanidad, en concreto, una ética que favorece el reconocimiento de las diferencias culturales y la autonomía de los individuos. * Lipovetsky Gilles. El crepúsculo del deber:La ética indolora de los nuevos tiempos democráticos, p.9 Centro de Ciencias Sociales y Humanidades Antología de Ética
  • 4. 4 Uno de los valores de gran importancia en nuestra sociedad es, sin duda, la vocación profesional. Y es que ésta, cultivada y enriquecida, ha generado un servicio invaluable para el bien común; lo mismo que, descuidada o sofocada por consideraciones egoístas y mercantilistas, ha generado problemas sociales debidos a la falta de sensibilidad y atención profesional a las necesidades humanas. A partir de esta concepción de la Ética y de su trascendental impacto en la vida personal y profesional del ser humano, el Departamento de Filosofía de la Universidad Autónoma de Aguascalientes, a través de la Academia de Ética, se ha propuesto proporcionar un material idóneo para los estudiantes de las diferentes carreras profesionales en las que se imparte la Ética como materia curricular, en sus distintas modalidades (Ética, Bioética, Ética Ambiental, Ética Profesional, Ética del Administrador, Ética del Relacionista Industrial, Ética del Mercadólogo). La presente Antología de Ética contiene una selección de lecturas adecuadas de ética general y profesional que ofrecen a los alumnos fuentes fundamentadas para el análisis de esta temática. La lectura de estos textos favorece el entendimiento y la comprensión de la realidad social que vivimos, así como la fundamentación de los criterios éticos con los que los jóvenes egresados se enfrentarán a la problemática propia de su ejercicio profesional. En las ideas propuestas por los autores seleccionados, los estudiantes encontrarán una fuente interesante de conocimiento, una invitación al análisis crítico y una orientación para el ejercicio permanente de su capacidad reflexiva. Academia de Ética de la Universidad Autónoma de Aguascalientes. Aguascalientes, Ags., julio del 2000 Centro de Ciencias Sociales y Humanidades Antología de Ética
  • 5. 5 PROGRAMA DEL CURSO UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE AGUASCALIENTES CENTRO DE CIENCIAS SOCIALES Y HUMANIDADES DEPARTAMENTO DE FILOSOFÍA MATERIA: ÉTICA PROFESIONAL ÁREA ACADÉMICA: ÉTICA, ANTROPOLOGÍA FILOSÓFICA Y FILOSOFÍA POLÍTICA DESCRIPCIÓN Según el Plan de Desarrollo Institucional, "la formación humanista es una parte esencial de la Universidad Autónoma de Aguascalientes y no sólo algo accesorio, de modo que no atenderla significa negar la propia esencia de nuestra casa de estudios", por ello "debemos pensar y aceptar que la educación no debe ser meramente utilitaria, sino humanista. Educar es algo más que producir un obrero calificado", de ahí que, "la educación (que imparta la U.A.A.) estará orientada al desarrollo integral de la personalidad del estudiante, fomentando la conciencia de responsabilidad social". En este marco se inscribe los curso de Ética Profesional que se imparten a diversas carreras, si bien no constituye un espacio exclusivo para la formación humanista de los estudiantes. Lo que se pretende, a través de este curso, es dar razón de la eticidad del ser humano, de porqué se exige un comportamiento ético en la vida diaria y en el ejercicio profesional, porqué hablamos de valores morales. El curso tiene una base teórica, para después orientarse a analizar, valorar e identificar espacios de aplicación de la conducta ética profesional, que es la parte práctica del mismo. OBJETIVO GENERAL Al finalizar el curso, el alumno tendrá criterios de valoración de la conducta ética, mediante el conocimiento de los problemas fundamentales de la ética y el análisis de los temas de la Ética Profesional, y reflexionará sobre los principios, actitudes y valores relacionados con el ejercicio profesional. OBJETIVOS PARTICULARES 1. El alumno distinguirá los problemas centrales de la ética. 2. El alumno analizará los contenidos teóricos de la ética profesional y su importancia en la práctica de su profesión. 3. El alumno reflexionará sobre los principios, valores y compromisos éticos implicados en el ejercicio de la Ingeniería Agroindustrial. CONTENIDOS TEMÁTICOS UNIDAD I VISIÓN GENERAL DE LA ÉTICA 1.1 Conceptualización de la Ética Centro de Ciencias Sociales y Humanidades Antología de Ética
  • 6. 6 Definiciones de la Ética Ética y moral La Ética y otras disciplinas 1.2 Visión ética del ser humano La conciencia La libertad La voluntad La responsabilidad La obligación moral Los valores La ley moral Desarrollo moral 1.3 Algunas éticas aplicadas Bioética Ética ambiental UNIDAD II: LA ÉTICA PROFESIONAL 2.1 Elementos de la Ética Profesional La ética y las profesiones Vocación profesional Clases de profesiones a) Origen y finalidad b) Funciones: personales y sociales c) Requisitos: académicos, físicos, intelectuales, etc. d) Etapas de la vida profesional: formación, ejercicio y retiro e) Aspectos complementarios de la profesión: moral, jurídico, social, religioso, etc. UNIDAD III: LA ÉTICA DE LA PROFESIÓN 3.1 Elementos éticos de cada profesión Los temas de la tercera unidad se establecerán a partir de las propuestas que harán de forma conjunta maestro y alumnos del grupo. Dichos temas versarán sobre los compromisos éticos propios de cada profesión y estarán fundamentados en una bibliografía específica. METODOLOGÍA DEL CURSO 1. Exposiciones por parte del profesor. 2. Participación del grupo sobre las lecturas hechas con anticipación. 3. Exposiciones en equipo de algunos de los temas de la segunda y tercera unidades. 4. Entrega de reportes de lectura. FORMA DE EVALUACIÓN La evaluación constará de cuatro partes: 1. Dos exámenes parciales: uno al terminar la primera unidad, y el segundo al terminar la tercera unidad, con un valor de 25% cada uno. Centro de Ciencias Sociales y Humanidades Antología de Ética
  • 7. 7 2. Un trabajo escrito al final del curso, elaborado de acuerdo con las indicaciones del profesor, con un valor de 25%. 3. La entrega de reportes de lectura, las exposiciones y las participaciones en clase tendrán un valor de 25%. BIBLIOGRAFÍA BÁSICA Fromm, E., Ética y psicoanálisis, Fondo de Cultura Económica, México, 1986 Garzón, M., La ética, Conaculta (Colección "Cultura Tercer Milenio"), México, 1997 Gobierno del Estado de Aguascalientes, "Ley de Profesiones del Estado de Aguascalientes", en Periódico Oficial del 25 de Julio de 1999 González, J., El Ethos, destino del hombre, UNAM, FCE, México, 1997 González, J., El malestar en la moral, UNAM y Miguel Ángel Porrúa, México, 1997 Hersh, R.H. et. al., El crecimiento moral: De Piaget a Kohlberg, Narcea, Madrid, 1988 Lipovetsky, G., El crepúsculo del deber, Anagrama, Barcelona, 1994 Paz, O., "El llamado y el aprendizaje", en Letras Libres, Año 1 de 1994, No.4, Dir. Enrique Krauze, mensual, México, D.F., pp. 10-14 Sartre, J.P., El existencialismo es un humanismo, Ediciones de los 80's, Argentina, 1990 Savater, F., Ética para Amador, Ariel, Madrid, 1995 Savater, F., Invitación a la ética, Anagrama, Barcelona, 1992 Universidad de Deusto, La ética en la Universidad, Universidad de Deusto, Bilbao, España, 1995 Villoro, L., El poder y el valor: Fundamentos de una ética política, El Colegio Nacional y el FCE, México, 1997 Bibliografía Complementaria Aranguren, J.L.L., Ética, Alianza, Madrid, 1983 Aranguren, J.L.L., Ética de la felicidad y otros ensayos, Tecnos, Madrid, 1988 Alvarez Pastor, J., Ética de nuestro tiempo, Ed. Montes de Oca, México, 1966 Benete, E., Éticas contemporáneas, Tecnos, Madrid, 1990 Bueno, M., Principios de ética, Ed. Patria, México, 1983 Camps., V. et. al., Historia de la ética, Camps Editor, Barcelona, 1988-1990, 3 vols. Cortina, A., Ética sin moral, Tecnos, Madrid, 1990 Dussel, E., Ética latinoamericana, Edicol, México, 1977 Garzón Bates, M., et. al., Ética y sociedad, Edicol, México, 1976 Hare, R.M., El lenguaje de la moral, UNAM, México, 1975 Hudson, W.D., La filosofía moral contemporánea, Alianza, Madrid, 1974 Muguerza, J., Desde la perplejidad, FCE, Madrid, 1990 Muguerza, J., La razón sin esperanza, Taurus, Madrid, 1977 MacIntyre, A., Historia de la ética, Paidós, Buenos Aires, 1970 Martínez del Campo, R., Ética, Jus, México, 1955 Menéndez, A., Ética profesional, Herrero Hermanos, México, 1972 Morris, Tom, Si Aristóteles dirigiera General Motors, Planera, Barcelona, 1998 Sánchez Vázquez, A., Ética, Grijalbo, México, 1987 Savater, F., Ética como amor propio, Mondadori, México, 1991 Vidal, M. y P. Santidrián, Ética personal, Ed. Verbo Divino, Navarra, 1980 Centro de Ciencias Sociales y Humanidades Antología de Ética
  • 8. 8 GUÍA DE LECTURAS DEL CURSO DE ÉTICA UNIDAD 1. VISIÓN GENERAL DE LA ÉTICA 1.1 Conceptualización de la Ética 1. Fernando Savater, Ética para Amador, capítulo I, "De qué va Ética", pp.17-33. 2. Fernando Savater, Ética para Amador, capítulo VII, "Ponte en su lugar", pp.121-143. 3. Mercedes Garzón, La ética, capítulos 1 - 3, 1. La ética y sus preguntas, 2. ¿Somos naturaleza o cultura?, 3. La dimensión de nuestros actos humanos, pp.4-9 4. Mercedes Garzón, La ética, capítulos 20 - 23, Moral y religión, Moral y política, Moral y Economía, y Moral y ciencia, pp.42-49 1.2 Visión ética del ser humano 5. Erich Frornm, Ética y psicoanálisis, capítulo IV "La conciencia, el llamado del hombre a sí mismo", pp.155-186. 6. Jean Paul Sartre, El existencialismo es un humanismo (Texto íntegro). 7. Luis Villoro, El poder y el valor: Fundamentos de una ética política, Primera parte, Esbozo de una teoría del valor, 1. Primera aproximación al valor, pp.13-21, y 2. Segunda aproximación al valor, pp.41-48 y 67-70. 8. Juliana González, El malestar en la moral, capítulo 1, La ética y el psicoanálisis, 2.La crisis contemporánea del sentido ético de la vida, pp.15-30. 9. Fernando Savater, Invitación a la ética, capítulo V, La voluntad de valor, pp.53 -61. 1 0. Mercedes Garzón, La ética, capítulos 13 y 16, El juicio moral, La obligatoriedad moral, pp.29- 29,34-35 11. Richard H. Hersh et al., El crecimiento moral de Piaget a Kohlberg, capítulo 3 "Kohlberg: el desarrollo del juicio moral", pp.44 -70. 1.3 Algunas éticas aplicadas 12. Gilles Lipovetsky, El crepúsculo del deber, capítulo VI La renovación ética, pp.208- 244. UNIDAD II. LA ÉTICA PROFESIONAL 2.1 La vida profesional 13. Juliana González, El Ethos, destino del hombre, III. Ethos ante la vida y la muerte, capítulo 2. Sobre ética profesional, pp.93-98. 14. Octavio Paz, "El llamado y el aprendizaje ", en la revista Letras Libres, abril 5 de 1999, pp.10- 14. 15. Universidad de Deusto, La ética en la Universidad, capítulos IV. La ética profesional en el contexto universitario, pp.57-71. 2.2 Ley Estatal de Profesiones 16. Gobierno del Estado de Aguascalientes, Ley de Profesiones del Estado de Aguascalientes, Periódico Oficial, 25 de julio de 1999, pp.12-19. Centro de Ciencias Sociales y Humanidades Antología de Ética
  • 9. 9 UNIDAD I VISIÓN GENERAL DE LA ÉTICA 1.1 Conceptualización de la Ética Centro de Ciencias Sociales y Humanidades Antología de Ética
  • 10. 10 Tomado de: Fernando Savater, Ética para Amador, capítulo I, "De qué va la Ética", pp.17-33 DE QUÉ VA LA ÉTICA Hay ciencias que se estudian por simple interés de saber cosas nuevas; otras, para aprender una destreza que permita hacer o utilizar algo; la mayoría, para obtener un puesto de trabajo y ganarse con él la vida. Si no sentimos curiosidad ni necesidad de realizar tales estudios, podemos prescindir tranquilamente de ellos. Abundan los conocimientos muy interesantes pero sin los cuales uno se las arregla bastante bien para vivir: yo, por ejemplo, lamento no tener ni idea de astrofísica ni de ebanistería, que a otros les darán tantas satisfacciones, aunque tal ignorancia no me ha impedido ir tirando hasta la fecha. Y tú, si no me equivoco, conoces las reglas del fútbol pero estás bastante pez en béisbol. No tiene mayor importancia, disfrutas con los mundiales, pasas olímpicamente de la liga americana y todos tan contentos. Lo que quiero decir es que ciertas cosas uno puede aprenderlas o no, a voluntad. Como nadie es capaz de saberlo todo, no hay más remedio que elegir y aceptar con humildad lo mucho que ignoramos. Se puede vivir sin saber astrofísica, ni ebanistería, ni fútbol, incluso sin saber leer ni escribir: se vive peor, si quieres, pero se vive. Ahora bien, otras cosas hay que saberlas porque en ello, como suele decirse, nos va la vida. Es preciso estar enterado, por ejemplo, de que saltar desde el balcón de un sexto piso no es cosa buena para la salud; o de que una dieta de clavos (¡con perdón de los fakires!) y ácido prúsico no permite llegar a viejo. Tampoco es aconsejable ignorar que si uno cada vez que se cruza con el vecino le atiza un mamporro las consecuencias serán antes o después muy desagradables. Pequeñeces así son importantes. Se puede vivir de muchos modos pero hay modos que no dejan vivir. En una palabra, entre todos los saberes posibles existe al menos uno imprescindible: el de que ciertas cosas nos convienen y otras no. No nos convienen ciertos alimentos ni nos convienen ciertos comportamientos ni ciertas actitudes. Me refiero, claro está, a que no nos convienen si queremos seguir viviendo. Si lo que uno quiere es reventar cuanto antes, beber lejía puede ser muy adecuado o también procurar rodearse del mayor número de enemigos posibles. Pero de momento vamos a suponer que lo que preferimos es vivir: los respetables gustos del suicida los dejaremos por ahora de lado. De modo que ciertas cosas nos convienen y a lo que nos conviene solemos llamarlo «bueno» porque nos sienta bien; otras, en cambio, nos sientan pero que muy mal y a todo eso lo llamamos «malo». Saber lo que nos conviene, es decir: distinguir entre lo bueno y lo malo, es un conocimiento que todos intentamos adquirir - todos sin excepción - por la cuenta que nos trae. Como he señalado antes, hay cosas buenas y malas para la salud: es necesario saber lo que debemos comer, o que el fuego a veces calienta y otras quema, así como el agua puede quitar la sed pero también ahogarnos. Sin embargo, a veces las cosas no son tan sencillas. ciertas drogas, por ejemplo, aumentan nuestro brío o producen sensaciones agradables, pero su abuso continuado puede ser nocivo. En unos aspectos son buenas, pero en otros malas: nos convienen y a la vez no nos convienen. En el terreno de las relaciones humanas, estas ambigüedades se dan con aún mayor frecuencia. La mentira es algo en general malo, porque destruye la confianza en la palabra -y todos necesitamos hablar para vivir en sociedad- y enemista a las personas; pero a veces parece que Centro de Ciencias Sociales y Humanidades Antología de Ética
  • 11. 11 puede ser útil o beneficioso mentir para obtener alguna ventajilla. 0 incluso para hacerle un favor a alguien. Por ejemplo: ¿es mejor decirle al enfermo de cáncer incurable la verdad sobre su estado o se le debe engañar para que pase sin angustia sus últimas horas? La mentira no nos conviene, es mala, pero a veces parece resultar buena. Buscar gresca con los demás ya hemos dicho que es por lo común inconveniente, pero ¿debemos consentir que violen delante de nosotros a una chica sin intervenir, por aquello de no meternos en líos? Por otra parte, al que siempre dice la verdad -caiga quien caiga- suele cogerle manía todo el mundo; y quien interviene en plan Indiana Jones para salvar a la chica agredida es más probable que se vea con la crisma rota que quien se va silbando a su casa. Lo malo parece a veces resultar más o menos bueno y lo bueno tiene en ocasiones apariencias de malo. Vaya jaleo. Lo de saber vivir no resulta tan fácil porque hay diversos criterios opuestos respecto a qué debemos hacer. En matemáticas o geografía hay sabios e ignorantes, pero los sabios están casi siempre de acuerdo en lo fundamental. En lo de vivir, en cambio, las opiniones distan de ser unánimes. Si uno quiere llevar una vida emocionante, puede dedicarse a los coches de fórmula uno o al alpinismo; pero si se prefiere una vida segura y tranquila, será mejor buscar las aventuras en el videoclub de la esquina. Algunos aseguran que lo más noble es vivir para los demás y otros señalan que lo más útil es lograr que los demás vivan para uno. Según ciertas opiniones lo que cuenta es ganar dinero y nada más, mientras que otros arguyen que el dinero sin salud, tiempo libre, afecto sincero o serenidad de ánimo no vale nada. Médicos respetables indican que renunciar al tabaco y al alcohol es un medio seguro de alargar la vida, a lo que responden fumadores y borrachos que con tales privaciones a ellos desde luego la vida se les haría mucho más larga, etc. En lo único que a primera vista todos estamos de acuerdo es en que no estamos de acuerdo con todos. Pero fíjate que también estas opiniones distintas coinciden en otro punto: a saber, que lo que vaya a ser nuestra vida es, al menos en parte, resultado de lo que quiera cada cual. Si nuestra vida fuera algo completamente determinado y fatal, irremediable, todas estas disquisiciones carecerían del más mínimo sentido. Nadie discute si las piedras deben caer hacia arriba o hacia abajo: caen hacia abajo y punto. Los castores hacen presas en los arroyos y las abejas panales de celdillas exagonales: no hay castores a los que tiente hacer celdillas de panal, ni abejas que se dediquen a la ingeniería hidráulica. En su medio natural, cada animal parece saber perfectamente lo que es bueno y lo que es malo para él, sin discusiones ni dudas. No hay animales malos ni buenos en la naturaleza, aunque quizá la mosca considere mala a la araña que tiende su trampa y se la come. Pero es que la araña no lo puede remediar... Voy a contarte un caso dramático. Ya conoces a las termitas, esas hormigas blancas que en África levantan impresionantes hormigueros de varios metros de alto y duros como la piedra. Dado que el cuerpo de las termitas es blando, por carecer de la coraza quitinosa que protege a otros insectos, el hormiguero les sirve de caparazón colectivo contra ciertas hormigas enemigas, mejor armadas que ellas. Pero a veces uno de esos hormigueros se derrumba, por culpa de una riada o de un elefante (a los elefantes les gusta rascarse los flancos contra los termiteros, qué le vamos a hacer). En seguida, las termitas-obrero se ponen a trabajar para reconstruir su dañada fortaleza, a toda prisa. Y las grandes hormigas enemigas se lanzan al asalto. Las termitas-soldado salen a defender a su tribu e intentan detener a las enemigas. Como ni por tamaño ni por armamento pueden competir con ellas, se cuelgan de las asaltantes intentando frenar todo lo posible su marcha, mientras las feroces mandíbulas de sus asaltantes las van despedazando. Las obreras trabajan con toda celeridad y se ocupan de cerrar otra vez el termitero derruido... pero lo cierran dejando fuera a las pobres y heroicas termitas-soldado, que sacrifican sus vidas por la seguridad de las demás. ¿No merecen acaso una medalla, por lo menos? ¿No es justo decir que son valientes? Centro de Ciencias Sociales y Humanidades Antología de Ética
  • 12. 12 Cambio de escenario, pero no de tema. En la Ilíada, Homero cuenta la historia de Héctor, el mejor guerrero de Troya, que espera a pie firme fuera de las murallas de su ciudad a Aquiles, el enfurecido campeón de los aqueos, aun sabiendo que éste es más fuerte que él y que probablemente va a matarle. Lo hace por cumplir su deber, que consiste en defender a su familia y a sus conciudadanos del terrible asaltante. Nadie duda de que Héctor es un héroe, un auténtico valiente. Pero ¿es Héctor heroico y valiente del mismo modo que las termitas - soldado, cuya gesta millones de veces repetida ningún Homero se ha molestado en contar? ¿No hace Héctor, a fin de cuentas, lo mismo que cualquiera de las termitas anónimas? ¿Por qué nos parece su valor más auténtico y más difícil que el de los insectos? ¿Cuál es la diferencia entre un caso y otro? Sencillamente, la diferencia estriba en que las termitas - soldado luchan y mueren porque tienen que hacerlo, sin poderlo remediar (como la araña que se come a la mosca). Héctor, en cambio, sale a enfrentarse con Aquiles porque quiere. Las termitas - soldado no pueden desertar, ni rebelarse, ni remolonear para que otras vayan en su lugar: están programadas necesariamente por la naturaleza para cumplir su heroica misión. El caso de Héctor es distinto. Podría decir que está enfermo o que no le da la gana enfrentarse a alguien más fuerte que él. Quizá sus conciudadanos le llamasen cobarde y le tuviesen por un caradura o quizá le preguntasen qué otro plan se le ocurre para frenar a Aquiles, pero es indudable que tiene la posibilidad de negarse a ser héroe. Por mucha presión que los demás ejerzan sobre él, siempre podría escaparse de lo que se supone que debe hacer: no está programado para ser héroe, ningún hombre lo está. De ahí que tenga mérito su gesto y que Homero cuente su historia con épica emoción. A diferencia de las termitas, decimos que Héctor es libre y por eso admiramos su valor. Y así llegamos a la palabra fundamental de todo este embrollo: libertad. Los animales (y no digamos ya los minerales o las plantas) no tienen más remedio que ser tal como son y hacer lo que están programados naturalmente para hacer. No se les puede reprochar que lo hagan ni aplaudirles por ello porque no saben comportarse de otro modo. Tal disposición obligatoria les ahorra sin duda muchos quebraderos de cabeza. En cierta medida, desde luego, los hombres también estamos programados por la naturaleza. Estamos hechos para beber agua, no lejía, y a pesar de todas nuestras precauciones debemos morir antes o después. Y de modo menos imperioso pero parecido, nuestro programa cultural es determinante: nuestro pensamiento viene condicionado por el lenguaje que le da forma (un lenguaje que se nos impone desde fuera y que no hemos inventado para nuestro uso personal) y somos educados en ciertas tradiciones, hábitos, formas de comportamiento, leyendas ... ; en una palabra, que se nos inculcan desde la cunita unas fidelidades y no otras. Todo ello pesa mucho y hace que seamos bastante previsibles. Por ejemplo, Héctor, ese del que acabamos de hablar. Su programación natural hacía que Héctor sintiese necesidad de protección, cobijo y colaboración, beneficios que mejor o peor encontraba en su ciudad de Troya. También era muy natural que considerara con afecto a su mujer Andrómaca - que le proporcionaba compañía placentera- y a su hijito, por el que sentía lazos de apego biológico. Culturalmente, se sentía parte de Troya y compartía con los troyanos la lengua, las costumbres y las tradiciones. Además, desde pequeño le habían educado para que fuese un buen guerrero al servicio de su ciudad y se le dijo que la cobardía era algo aborrecible, indigno de un hombre. Si traicionaba a los suyos, Héctor sabía que se vería despreciado y que le castigarían de uno u otro modo. De modo que también estaba bastante programado para actuar como lo hizo, ¿no? Y sin embargo... Sin embargo, Héctor hubiese podido decir: ¡a la porra con todo! Podría haberse disfrazado de mujer para escapar por la noche de Troya, o haberse fingido enfermo o loco para no combatir, o haberse arrodillado ante Aquiles ofreciéndole sus servicios como guía para invadir Troya por su lado más débil; también podría haberse dedicado a la bebida o haber inventado una nueva religión que dijese que no hay que luchar contra los enemigos sino poner la otra mejilla cuando nos abofetean. Me dirás que todos estos comportamientos hubiesen sido bastante raros, dado quien era Centro de Ciencias Sociales y Humanidades Antología de Ética
  • 13. 13 Héctor y la educación que había recibido. Pero tienes que reconocer que no son hipótesis imposibles, mientras que un castor que fabrique panales o una termita desertora no son algo raro sino estrictamente imposible. Con los hombres nunca puede uno estar seguro del todo, mientras que con los animales o con otros seres naturales sí. Por mucha programación biológica o cultural que tengamos, los hombres siempre podemos optar finalmente por algo que no esté en el programa (al menos, que no esté del todo). Podemos decir «sí» o «no», quiero o no quiero. Por muy achuchados que nos veamos por las circunstancias, nunca tenemos un solo camino a seguir sino varios. Cuando te hablo de libertad es a esto a lo que me refiero. A lo que nos diferencia de las termitas y de las mareas, de todo lo que se mueve de modo necesario e irremediable. Cierto que no podemos hacer cualquier cosa que queramos, pero también cierto que no estamos obligados a querer hacer una sola cosa. Y aquí conviene señalar dos aclaraciones respecto a la libertad: Primera: No somos libres de elegir lo que nos pasa (haber nacido tal día, de tales padres y en tal país, padecer un cáncer o ser atropellados por un coche, ser guapos o feos, que los aqueos se empeñen en conquistar nuestra ciudad, etc.), sino libres para responder a lo que nos pasa de tal o cual modo (obedecer o rebelarnos, ser prudentes o temerarios, vengativos o resignados, vestirnos a la moda o disfrazarnos de oso de las cavernas, defender Troya o huir, etc.). Segunda: Ser libres para intentar algo no tiene nada que ver con lograrlo indefectiblemente. No es lo mismo la libertad (que consiste en elegir dentro de lo posible) que la omnipotencia (que sería conseguir siempre lo que uno quiere, aunque pareciese imposible). Por ello, cuanta más capacidad de acción tengamos, mejores resultados podremos obtener de nuestra libertad. Soy libre de querer subir al monte Everest, pero dado mi lamentable estado físico y mi nula preparación en alpinismo es prácticamente imposible que consiguiera mi objetivo. En cambio soy libre de leer o no leer, pero como aprendí a leer de pequeñito la cosa no me resulta demasiado difícil si decido hacerlo. Hay cosas que dependen de mi voluntad (y eso es ser libre) pero no todo depende de mi voluntad (entonces sería omnipotente), porque en el mundo hay otras muchas voluntades y otras muchas necesidades que no controlo a mi gusto. Si no me conozco ni a mí mismo ni al mundo en que vivo, mi libertad se estrellará una y otra vez contra lo necesario. Pero, cosa importante, no por ello dejaré de ser libre... aunque me escueza. En realidad existen muchas fuerzas que limitan nuestra libertad, desde terremotos o enfermedades hasta tiranos. Pero también nuestra libertad es una fuerza en el mundo, nuestra fuerza. Si hablas con la gente, sin embargo, verás que la mayoría tiene mucha más conciencia de lo que limita su libertad que de la libertad misma. Te dirán: «¿Libertad? ¿Pero de qué libertad me hablas? ¿Cómo vamos a ser libres, si nos comen el coco desde la televisión, si los gobernantes nos engañan y nos manipulan, si los terroristas nos amenazan, si las drogas nos esclavizan, y si además me falta dinero para comprarme una moto, que es lo que yo quisiera?» En cuanto te fijes un poco, verás que los que así hablan parece que se están quejando pero en realidad se encuentran muy satisfechos de saber que no son libres. En el fondo piensan: “¡Uf! ¡Menudo peso nos hemos quitado de encima! Como no somos libres, no podemos tener la culpa de nada de lo que nos ocurra... “ Pero yo estoy seguro de que nadie -nadie- cree de veras que no es libre, nadie acepta sin más que funciona como un mecanismo inexorable de relojería o como una termita. Uno puede considerar que optar libremente por ciertas cosas en ciertas circunstancias es muy difícil (entrar en una casa en llamas para salvar a un niño, por ejemplo, o enfrentarse con firmeza a un tirano) y que es mejor decir que no hay libertad para no reconocer que libremente se prefiere lo más fácil, es decir, esperar a los bomberos o lamer la bota que le pisa a uno el cuello. Pero dentro de las tripas algo insiste en decirnos: «Si tú hubieras querido...» Centro de Ciencias Sociales y Humanidades Antología de Ética
  • 14. 14 Cuando cualquiera se empeñe en negarte que los hombres somos libres, te aconsejo que le apliques la prueba del filósofo romano. En la antigüedad, un filósofo romano discutía con un amigo que le negaba la libertad humana y aseguraba que todos los hombres no tienen más remedio que hacer lo que hacen. El filósofo cogió su bastón y comenzó a darle estacazos con toda su fuerza. «¡Para, ya está bien, no me pegues más!», le decía el otro. Y el filósofo, sin dejar de zurrarle, continuó argumentando: «¿No dices que no soy libre y que lo que hago no tengo más remedio que hacerlo? Pues entonces no gastes saliva pidiéndome que pare: soy automático.» Hasta que el amigo no reconoció que el filósofo podía libremente dejar de pegarle, el filósofo no suspendió su paliza. La prueba es buena, pero no debes utilizarla más que en último extremo y siempre con amigos que no sepan artes marciales... En resumen: a diferencia de otros seres, vivos o inanimados, los hombres podemos inventar y elegir en parte nuestra forma de vida. Podemos optar por lo que nos parece bueno, es decir, conveniente para nosotros, frente a lo que nos parece malo e inconveniente. Y como podemos inventar y elegir, podernos equivocarnos, que es algo que a los castores, las abejas y las termitas no suele pasarles. De modo que parece prudente fijarnos bien en lo que hacemos y procurar adquirir un cierto saber vivir que nos permita acertar. A ese saber vivir, o arte de vivir si prefieres, es a lo que llaman ética. De ello, si tienes paciencia, seguiremos hablando en las siguientes páginas de este libro. Vete leyendo... «¿Y si ahora, dejando en el suelo el abollonado escudo y el fuerte casco y apoyado la pica contra el muro, saliera al encuentro del inexorable Aquiles, le dijera que permitía a los Atridas llevarse a Helena y las riquezas que Alejandro trajo a Ilión en las cóncavas naves, que esto fue lo que originó la guerra, y le ofreciera repartir a los aqueos la mitad de lo que la ciudad contiene y más tarde tomara juramento a los troyanos de que, sin ocultar nada, formasen dos lotes con cuantos bienes existen dentro de esta hermosa ciudad?... Mas ¿por qué en tales cosas me hace pensar el corazón?» (Homero, Ilíada). «La libertad no es una filosofía y ni siquiera es una idea: es un movimiento de la conciencia que nos lleva, en ciertos momentos, a pronunciar dos monosílabos: Sí o No. En su brevedad instantánea, como a la luz del relámpago, se dibuja el signo contradictorio de la naturaleza humana» (Octavio Paz, La otra voz). «La vida del hombre no puede "ser vivida" repitiendo los patrones de su especie; es él mismo - cada uno - quien debe vivir. El hombre es el único animal que puede estar fastidiado, que puede estar disgustado, que puede sentirse expulsado del paraíso» (Erich Fromm, Ética y psicoanálisis). Centro de Ciencias Sociales y Humanidades Antología de Ética
  • 15. 15 Tomado de: Fernando Savater, Ética para Amador, capítulo VII, "Ponte en su lugar", pp.121 - 143. PONTE EN SU LUGAR Robinson Crusoe pasea por una de las playas de la isla en la que una inoportuna tormenta con su correspondiente naufragio le ha confinado. Lleva su loro al hombro y se protege del sol gracias a la sombrilla fabricada con hojas de palmera que le tiene justificadamente orgulloso de su habilidad. Piensa que, dadas las circunstancias, no puede decirse que se las haya arreglado del todo mal. Ahora tiene un refugio en el que guarecerse de las inclemencias del tiempo y del asalto de las fieras, sabe dónde conseguir alimento y bebida, tiene vestidos que le abriguen y que él mismo se ha hecho con elementos naturales de la isla, los dóciles servicios de un rebañito de cabras, etc. En fin, que sabe cómo arreglárselas para llevar más o menos su buena vida de naúfrago solitario. Sigue paseando Robinson y está tan contento de sí mismo que por un momento le parece que no echa nada de menos. De pronto, se detiene con sobresalto. Allí, en la arena blanca, se dibuja una marca que va a revolucionar toda su pacífica existencia: la huella de un pie humano. ¿De quién será? ¿Amigo o enemigo? ¿Quizá un enemigo al que puede convertir en amigo? ¿Hombre o mujer? ¿Cómo se entenderá con él o ella? ¿Qué trato le dará? Robinson está ya acostumbrado a hacerse preguntas desde que llegó a la isla y a resolver los problemas del modo más ingenioso posible: ¿qué comeré?, ¿dónde me refugiaré?, ¿cómo me protegeré del sol? Pero ahora la situación no es igual porque ya no tiene que vérselas con acontecimientos naturales, como el hambre o la lluvia, ni con fieras salvajes, sino con otro ser humano: es decir, con otro Robinson o con otros Robinsones y Robinsonas. Ante los elementos o las bestias, Robinson ha podido comportarse sin atender a nada más que a su necesidad de supervivencia. Se trataba de ver si podía con ellos o ellos podían con él, sin otras complicaciones. Pero ante seres humanos la cosa ya no es tan simple. Debe sobrevivir, desde luego, pero ya no de cualquier modo. Si Robinson se ha convertido en una fiera como las demás que rondan por la selva, a causa de su soledad y su desventura, no se preocupará más que de si el desconocido causante de la huella es un enemigo a eliminar o una presa a devorar. Pero si aún quieres seguir siendo un hombre... Entonces se las va a ver no ya con una presa o un simple enemigo, sino con un rival o un posible compañero; en cualquier caso, con un semejante. Mientras está solo, Robinson se enfrenta a cuestiones técnicas, mecánicas higiénicas, incluso científicas, si me apuras. De lo que se trata es de salvar la vida en un medio hostil y desconocido. Pero cuando encuentra la huella de Viernes en la arena de la playa empiezan sus problemas éticos. Ya no se trata solamente de sobrevivir, como una fiera o como una alcachofa, perdido en la naturaleza; ahora tiene que empezar a vivir humanamente, es decir, con otros o contra otros hombres, pero entre otros hombres. Lo que hace “humana” a la vida es el transcurrir en compañía de humanos, hablando con ellos, pactando y mintiendo, siendo respetado o traicionado, amado, haciendo proyectos y recordando el pasado, desafiándose, organizando juntos las cosas comunes, jugando, intercambiando símbolos... La ética no se ocupa de cómo alimentarse mejor o de cuál es la manera más recomendable de protegerse del frío ni de qué hay que hacer para vadear un río sin ahogarse, cuestiones todas ellas sin duda muy importantes para sobrevivir en determinadas circunstancias; lo que a la ética le interesa, lo que constituye su especialidad, es cómo vivir bien la vida humana, la vida que transcurre entre humanos. Si uno no sabe cómo arreglárselas para sobrevivir en los peligros naturales, pierde la vida, lo cual sin duda es un fastidio Centro de Ciencias Sociales y Humanidades Antología de Ética
  • 16. 16 grande; pero si uno no tiene ni idea de ética, lo que pierde o malgasta es lo humano de su vida y eso, francamente, tampoco tiene ninguna gracia. Antes te dije que la huella en la arena anunció a Robinson la proximidad comprometedora de un semejante. Pero vamos a ver, ¿hasta qué punto era Viernes semejante a Robinson? Por un lado, un europeo del siglo XVII, poseedor de los conocimientos científicos más avanzados de su época, educado en la religión cristiana, familiarizado con los mitos homéricos y con la imprenta; por otro, un salvaje caníbal de los mares del Sur, sin más cultura que la tradición oral de su tribu, creyente en una religión politeísta y desconocedor de la existencia de las grandes ciudades contemporáneas como Londres o Amsterdam. Todo era diferente del uno al otro: color de la piel, aficiones culinarias, entretenimientos... Seguro que por las noches ni siquiera sus sueños tenían nada en común. Y sin embargo, pese a tantas diferencias, también había entre ellos rasgos funda-mentalmente parecidos, semejanzas esenciales que Robinson no compartía con ninguna fiera ni con ningún árbol o manantial de la isla. Para empezar, ambos hablaban, aunque fuese, en lenguas muy distintas. El mundo estaba hecho para ellos de símbolos y de relaciones entre símbolos, no de puras cosas sin nombre. Y tanto Robinson como Viernes eran capaces de valorar los comportamientos, de saber que uno puede hacer ciertas cosas que están «bien» y otras que son por el contrario «malas». A primera vista, lo que ambos consideraban «bueno» y «malo» no era ni mucho menos igual, porque sus valoraciones concretas provenían de culturas muy lejanas: el canibalismo, sin ir más lejos, era una costumbre razonable y aceptada para Viernes, mientras que a Robinson - como a ti, supongo, por tragaldabas que seas - le merecía el más profundo de los horrores. Y a pesar de ello los dos coincidían en suponer que hay criterios destinados a justificar qué es aceptable y qué es horroroso. Aunque tuvieran posiciones muy distintas desde las que discutir, podían llegar a discutir y comprender de qué estaban discutiendo. Ya es bastante más de lo que se suele hacer con un tiburón o con una avalancha de rocas, ¿no? Todo esto esta muy bien, me dirás, pero lo cierto es que por muy semejantes que sean los hombres no está claro de antemano cuál sea la mejor manera de comportarse respecto a ellos. Si la huella en la arena que encuentra Robinson pertenece a un miembro de la tribu de caníbales que pretende comérselo estofado, su actitud ante el desconocido no deberá ser la misma que si se trata del grumete del barco que viene por fin a rescatarle. Precisamente porque los otros hombres se me parecen mucho pueden resultarme más peligrosos que cualquier animal feroz o que un terremoto. No hay peor enemigo que un enemigo inteligente, capaz de hacer planes minuciosos, de tender trampas o de engañarme de mil maneras. Quizá entonces lo mejor sea tomarles la delantera y ser uno el primero en tratarles, por medio de violencia o emboscadas, como si ya fuesen efectivamente esos enemigos que pudieran llegar a ser... Sin embargo, esta actitud no es tan prudente como parece a primera vista: al comportarme ante mis semejantes como enemigo, aumento sin duda las posibilidades de que ellos se conviertan sin remedio en enemigos míos también; y además pierdo la ocasión de ganarme su amistad o de conservarla si en principio estuviesen dispuestos a ofrecérmela. Mira este otro comportamiento posible ante nuestros peligrosos semejantes. Marco Aurelio fue emperador de Roma y además filósofo, lo cual es bastante raro porque los gobernantes suelen interesarse poco por todas las cuestiones que no sean indiscutiblemente prácticas. A este emperador le gustaba anotar algo así como unas conversaciones que tenía consigo mismo, dándose consejos o hasta pegándose broncas. Frecuentemente apuntaba cosas de este jaez (acudo a la memoria, no al libro, de modo que no te lo tomes al pie de la letra): “Al levantarte hoy, piensa que a lo largo del día te encontrarás con algún mentiroso, con algún ladrón, con algún adúltero, con algún asesino. Y recuerda que has de tratarles como a hombres, porque son tan humanos como tú y por tanto te resultan tan imprescindibles como la mandíbula inferior lo es para la superior». Para Marco Aurelio, lo más importante respecto a los hombres no es si su conducta me parece conveniente o Centro de Ciencias Sociales y Humanidades Antología de Ética
  • 17. 17 no, sino que - en cuanto humanos - me convienen y eso nunca debo olvidarlo al tratar con ellos. Por malos que sean, su humanidad coincide con la mía y la refuerza. Sin ellos, yo podría quizá vivir pero no vivir humanamente. Aunque tenga algún diente postizo y dos o tres con caries, siempre es más conveniente a la hora de comer contar con una mandíbula inferior que ayude a la superior... Y es que esa misma semejanza en la inteligencia, en la capacidad de cálculo y proyecto, en las pasiones y los miedos, eso mismo que hace tan peligrosos a los hombres para mí cuando quieren serlo, los hace también supremamente útiles. Cuando un ser humano me viene bien, nada puede venirme mejor. A ver, ¿qué conoces tú que sea mejor que ser amado? Cuando alguien quiere dinero, o poder, o prestigio... ¿acaso no apetece esas riquezas para poder comprar la mitad de lo que cuando uno es amado recibe gratis? Y ¿quién me puede amar de verdad sino otro ser como yo, que funcione igual que yo, que me quiera en tanto que humano... y a pesar de ello? Ningún bicho, por cariñoso que sea, puede darme tanto como otro ser humano, incluso aunque sea un ser humano algo antipático. Es muy cierto que a los hombres debo tratarlos con cuidado, por si acaso. Pero ese «cuidado» no puede consistir ante todo en recelo o malicia, sino en el miramiento que se tiene al manejar las cosas frágiles, las cosas más frágiles de todas... porque no son simples cosas. Ya que el vínculo de respeto y amistad con los otros humanos es lo más precioso del mundo para mí, que también lo soy, cuando me las vea con ellos debo tener principal interés en resguardarlo y hasta mimarlo, si me apuras un poco. Y ni siquiera a la hora de salvar el pellejo es aconsejable que olvide por completo esta prioridad. Marco Aurelio, que era emperador y filósofo pero no imbécil, sabía muy bien lo que tú también sabes: que hay gente que roba, que miente y que mata. Naturalmente, no suponía que por aquello de llevarse bien con el prójimo hay que favorecer semejantes conductas. Pero tenía bastante claras dos cosas que me parecen muy importantes: Primera: que quien roba, miente, traiciona, viola, mata o abusa de cualquier modo de uno no por ello deja de ser humano. Aquí el lenguaje es engañoso, porque al acuñar el título de infamia (“ése es un ladrón”, “aquélla una mentirosa “, “tal otro un criminal”) nos hace olvidar un poco que se trata siempre de seres humanos que, sin dejar de serlo, se comportan de manera poco recomendable. Y quien «ha llegado» a ser algo detestable, como sigue siendo humano aún puede volver a transformarse de nuevo en 1o más conveniente para nosotros, lo más imprescindible... Segunda: Una de las características principales de todos los humanos es nuestra capacidad de imitación. La mayor parte de nuestro comportamiento y de nuestros gustos la copiamos de los demás. Por eso somos tan educables y vamos aprendiendo sin cesar los logros que conquistaron otras personas en tiempos pasados o latitudes remotas. En todo lo que llamamos “civilización”, “cultura”, etc., hay un poco de invención y muchísimo de imitación. Si no fuésemos tan copiones, constantemente cada hombre debería empezarlo todo desde cero. Por eso es tan importante el ejemplo que damos a nuestros congéneres sociales. Es casi seguro que en la mayoría de los casos nos tratarán tal como se vean tratados. Si repartimos a troche y moche enemistad, aunque sea disimuladamente, no es probable que recibamos a cambio cosa mejor que más enemistad. Ya sé que por muy buen ejemplo que llegue a dar uno, los demás siempre tienen a la vista demasiados malos ejemplos que imitar. ¿Para qué molestarse, pues, y renunciar a las ventajas inmediatas que sacan a menudo los canallas? Marco Aurelio te contestaría “¿Te parece prudente aumentar el ya crecido número de los malos, de los que poco realmente positivo puedes esperar, y desanimar a la minoría de los mejores, que en cambio tanto pueden hacer por tu buena vida? ¿No es más lógico sembrar lo que intentas cosechar en lugar de lo opuesto, aun a sabiendas de que la cizaña puede estropear tu cosecha? ¿Prefieres portarte voluntariamente al modo de tanto loco como hay suelto, en lugar de defender y mostrar las ventajas de la cordura?” Centro de Ciencias Sociales y Humanidades Antología de Ética
  • 18. 18 Pero estudiemos un poco más de cerca lo que hacen esos que llamarnos «malos», es decir, los que tratan a los demás humanos como a enemigos en lugar de procurar su amistad. Seguro que recuerdas la película Frankenstein, interpretada por ese entrañable monstruo de monstruos que fue Boris Karloff. Intentamos verla juntos en la tele cuando eras bastante pequeñajo y tuve que apagar porque, según me dijiste con elegante franqueza, «me parece que empieza a darme demasiado miedo». Bueno, pues en la novela de Mary W. Shelley en la que se basa la película, la criatura hecha de remiendos de cadáveres hace esta confesión a su ya arrepentido inventor: «Soy malo porque soy desgraciado.» Tengo la impresión de que la mayoría de los supuestos «malos» que corren por el mundo podrían decir lo mismo cuando fuesen sinceros. Si se comportan de manera hostil y despiadada con sus semejantes es porque sienten miedo, o soledad, o porque carecen de cosas necesarias que otros muchos poseen: desgracias, como verás. o porque padecen la mayor desgracia de todas, la de verse tratados por la mayoría sin amor ni respeto, tal como le ocurría a la pobre criatura del doctor Frankenstein, a la que sólo un ciego y una niña quisieron mostrar amistad. No conozco gente que sea mala de puro feliz ni que martirice al prójimo como señal de alegría. Todo lo más, hay bastantes que para estar contentos necesitan no enterarse de los padecimientos que abundan a su alrededor y de algunos de los cuales son cómplices. Pero la ignorancia, aunque esté satisfecha de sí misma, también es una forma de desgracia... Ahora bien: si cuanto más feliz y alegre se siente alguien menos ganas tendrá de ser malo, ¿no será cosa prudente intentar fomentar todo lo posible la felicidad de los demás en lugar de hacerles desgraciados y por tanto propensos al mal? El que colabora en la desdicha ajena o no hace nada para ponerle remedio... se la está buscando. ¡Que no se queje luego de que haya tantos malos sueltos! A corto plazo, tratar a los semejantes como enemigos (o como víctimas) puede parecer ventajoso. El mundo está lleno de “pillines” o de descarados canallas que se consideran sumamente astutos cuando sacan provecho de la buena intención de los demás y hasta de sus desventuras. Francamente, no me parecen tan « listos » como ellos se halagan en creer. La mayor ventaja que podemos obtener de nuestros semejantes no es la posesión de más cosas (o el dominio sobre más personas tratadas como cosas, como instrumentos) sino la complicidad y afecto de más seres libres. Es decir, la ampliación y refuerzo de mi humanidad. «Y eso ¿para qué sirve?», preguntará el pillo, creyendo alcanzar el colmo de la astucia. A lo que tú puedes responderle: «No sirve para nada de lo que tú piensas. Sólo los siervos sirven y aquí ya te he dicho que estamos hablando de seres libres.» El problema del canalla es que no sabe que la libertad no sirve ni gusta de ser servida sino que busca contagiarse. Tiene mentalidad de esclavo, el pobrecillo... ¡por muy «rico» en cosas que se considere a sí mismo! Y suspira luego el canalla, ahora ya tembloroso y reducido a simple pillín: «Si yo no me aprovecho de los otros, ¡seguro que son los otros los que se aprovechan de mí! » Es una cuestión de ratones -esclavos y leones - libres, con las debidas reverencias para ambas especies zoológicas de mi mayor consideración. Diferencia número uno entre el que ha nacido para ratón y el que ha nacido para león: el ratón pregunta «¿qué me pasará?» y el león «¿qué haré?». Número dos: el ratón quiere obligar a los demás a que le quieran para así ser capaz de quererse a sí mismo y el león se quiere a sí mismo por lo que es capaz de querer a los demás. Número tres: el ratón está dispuesto a hacer lo que sea contra los demás para prevenir lo que los demás pueden hacer contra él, mientras que el león considera que hace a favor de sí mismo todo lo que hace a favor de los demás. Ser ratón o ser león: ¡he aquí la cuestión! Para el león está bastante claro—«tenebrosamente claro», como diría el poeta Antonio Machado—que el primer perjudicado cuando intento perjudicar a mi semejante soy precisamente yo mismo... y en la que tengo de mas valioso, de menos servil. Llegamos por fin al momento de intentar responder a una pregunta cuya contestación directa (indirectamente y con rodeos hace bastantes páginas que no hablamos de otra cosa) hemos aplazado ya demasiado tiempo: ¿en qué consiste tratar a las personas como personas, es decir, Centro de Ciencias Sociales y Humanidades Antología de Ética
  • 19. 19 humanamente? Respuesta: consiste en que intentes ponerte en su lugar. Reconocer a alguien como semejante implica sobre todo la posibilidad de comprenderle desde dentro, de adoptar por un momento su propio punto de vista. Es algo que sólo de una manera muy novelesca y dudosa puedo pretender con un murciélago, o con un geranio, pero que en cambio se impone con los seres capaces de manejar símbolos como yo mismo. A fin de cuentas, siempre que hablamos con alguien lo que hacemos es establecer un terreno en el que quien ahora es “yo” sabe que se convertirá en “tú” y viceversa. Si no admitiésemos que existe algo fundamentalmente igual entre nosotros (la posibilidad de ser para otro lo que otro es para mí) no podríamos cruzar ni palabra. Allí donde hay cruce hay también reconocimiento de que en cierto modo pertenecemos a lo de enfrente y lo de enfrente nos pertenece... Y eso aunque yo sea joven y el otro viejo, aunque yo sea hombre y el otro mujer, aunque yo sea blanco y el otro negro, aunque yo sea tonto y el otro listo, aunque yo esté sano y el otro enfermo, aunque yo sea rico y el otro pobre. “Soy humano –dijo un antiguo poeta latino- y nada de lo que es humano puede parecerme ajeno”. Es decir: tener conciencia de mi humanidad consiste en darme cuenta de que, pese a todas las muy reales diferencias entre los individuos, estoy también en cierto modo dentro de cada uno de mis semejantes. Para empezar, como palabra. Y no sólo para poder hablar con ellos, claro está. Ponerse en el lugar de otro es algo más que el comienzo de toda comunicación simbólica con él: se trata de tomar en cuenta sus derechos. Y cuando los derechos faltan, hay que comprender sus razones. Pues eso es algo a lo que todo hombre tiene derecho frente a los demás hombres, aunque sea el peor de todos: tiene derecho - derecho humano- a que alguien intente ponerse en su lugar y comprender lo que hace y lo que siente. Aunque sea para condenarle en nombre de leyes que toda sociedad debe admitir. En una palabra, ponerte en el lugar de otro es tomarle en serio, considerarle tan plenamente real como a ti mismo. ¿Recuerdas a nuestro viejo amigo el ciudadano Kane? ¿O a Gloucester? Se tomaron tan en serio a sí mismos, tuvieron tan en cuenta sus deseos y ambiciones, que actuaron como si los demás no fuesen de verdad, corno si fuesen simples muñecos o fantasmas: los aprovechaban cuando les venía bien su colaboración, los desechaban o mataban si ya no les resultaban utilizables. No hicieron el mínimo esfuerzo por ponerse en su lugar, por relativizar su interés propio para tomar en cuenta también el interés ajeno. Ya sabes cómo les fue. No te estoy diciendo que haya nada malo en que tengas tus propios intereses, ni tampoco que debas renunciar a ellos siempre para dar prioridad a los de tu vecino. Los tuyos, desde luego, son tan respetables corno los suyos y lo demás son cuentos. Pero fíjate en la palabra misma «interés»: viene del latín inter esse, lo que está entre varios, lo que pone en relación a varios. Cuando hablo de «relativizar» tu interés quiero decir que ese interés no es algo tuyo exclusivamente, como si vivieras solo en un mundo de fantasmas, sino que te pone en contacto con otras realidades tan «de verdad» como tú mismo. De modo que todos los intereses que puedas tener son relativos (según otros intereses, según las circunstancias, según leyes y costumbres de la sociedad en que vives) salvo un interés, el único interés absoluto: el interés de ser humano entre los humanos, de dar y recibir el trato de humanidad sin el que no puede haber «buena vida». Por mucho que pueda interesarte algo, si miras bien nada puede ser tan interesante para ti corno la capacidad de ponerte en el lugar de aquellos con los que tu interés te relaciona. Y al ponerte en su lugar no sólo debes ser capaz de atender a sus razones, sino también de participar de algún modo en sus pasiones y sentimientos, en sus dolores, anhelos y gozos. Se trata de sentir simpatía por el otro (o si prefieres compasión, pues ambas voces tienen etimologías semejantes, la una derivando del griego y la otra del latín), es decir ser capaz de experimentar en cierta manera al unísono con el otro, no dejarle del todo solo ni en su pensar ni en su querer. Reconocer que estamos hechos de la misma pasta, a la vez idea, pasión y carne. 0 como lo dijo más bella y profundamente Shakespeare: todos los humanos estamos hechos de la sustancia con la que se trenzan los sueños. Que se note que nos damos cuenta de ese parentesco. Centro de Ciencias Sociales y Humanidades Antología de Ética
  • 20. 20 Tomarte al otro en serio, es decir, ser capaz de ponerte en su lugar para aceptar prácticamente que es tan real como tú mismo, no significa que siempre debas darle la razón en lo que reclama o en lo que hace. Ni tampoco que, como le tienes por tan real como tú mismo, semejante a ti, debas comportarte como si fueseis idénticos. El dramaturgo y humorista Bernard Shaw solía decir:”no siempre hagas a los demás lo que desees que hagan a ti: ellos pueden tener gustos diferentes”. Sin duda los hombres somos semejantes, sin duda sería estupendo que llegásemos a ser iguales (en cuanto a oportunidades al nacer y luego ante las leyes), pero desde luego no somos ni tenernos por qué empeñarnos en ser idénticos. ¡Menudo aburrimiento y menuda tortura generalizada! Ponerte en el lugar del otro es hacer un esfuerzo de objetividad por ver las cosas como él las ve, no echar al otro y ocupar tú su sitio... 0 sea que él debe seguir siendo él y tú tienes que seguir siendo tú. El primero de los derechos humanos es el derecho a no ser fotocopia de nuestros vecinos, a ser más o menos raros. Y no hay derecho a obligar a otro a que deje de ser «raro» por su bien, salvo que su «rareza» consista en hacer daño al prójimo directa y claramente... Acabo de emplear la palabra «derecho» y me parece que ya la he utilizado un poco antes. ¿Sabes por qué? Porque gran parte del difícil arte de ponerse en el lugar del prójimo tiene que ver con eso que desde muy antiguo se llama justicia. Pero aquí no sólo me refiero a lo que la justicia tiene de institución pública (es decir, leyes establecidas, jueces, abogados, etc.), sino a la virtud de la justicia, o sea: a la habilidad y el esfuerzo que debemos hacer cada uno – si queremos vivir bien-por entender lo que nuestros semejantes pueden esperar de nosotros. Las leyes y los jueces intentan determinar obligatoriamente lo mínimo que las personas tienen derecho a exigir de aquellos con quienes conviven en sociedad, pero se trata de un mínimo y nada más. Muchas veces por muy legal que sea, por mucho que se respeten los códigos y nadie pueda ponernos multas o llevarnos a la cárcel, nuestro comportamiento sigue siendo en el fondo injusto. Toda ley escrita no es más que una abreviatura, una simplificación -a menudo imperfecta- de lo que tu semejante puede esperar concretamente de ti, no del Estado o de sus jueces. La vida es demasiado compleja y sutil, las personas somos demasiado distintas, las situaciones son demasiado variadas, a menudo demasiado íntimas, como para que todo quepa en los libros de jurisprudencia. Lo mismo que nadie puede ser libre en tu lugar, también es cierto que nadie puede ser justo por ti si tú no te das cuenta de que debes serlo para vivir bien. Para entender del todo lo que el otro puede esperar de ti no hay más remedio que amarle un poco, aunque no sea más que amarle sólo porque también es humano... y ese pequeño pero importantísimo amor ninguna ley instituida puede imponerlo. Quien vive bien debe ser capaz de una justicia simpática, o de una compasión justa. ¡Vaya, me ha salido otro capítulo larguísimo! Pero tengo la excusa de que éste es el capítulo más importante de todos. Lo fundamental de la ética de la que quiero hablarte he intentado decirlo en estas últimas páginas. Me atrevería a pedirte que, si no estás demasiado harto, lo leyeras otra vez antes de pasar más adelante. Aunque si no lo haces porque estás algo cansado... ¡bueno, me pongo en tu lugar! Vete leyendo... «Un día, cerca del mediodía, cuando iba a visitar mi canoa, me sorprendió de una manera extraña el descubrir sobre la arena la reciente huella de un pie descalzo. Me paré de repente, como herido por un rayo o como si hubiese visto alguna aparición. Escuché, dirigí la vista alrededor mío, pero nada vi, no oí nada... » (Daniel Defoe, Aventuras de Robinson Crusoe). «Toda vida verdadera es encuentro» (Martin Buber, Yoy tu). Centro de Ciencias Sociales y Humanidades Antología de Ética
  • 21. 21 «Unido con sus semejantes por el más fuerte de todos los vínculos, el de un destino común, el hombre libre encuentra que siempre lo acompaña una nueva visión que proyecta sobre toda tarea cotidiana la luz del amor. La vida del hombre es una larga marcha a través de la noche, rodeado de enemigos invisibles, torturado por el cansancio y el dolor, hacia una meta que pocos pueden esperar alcanzar, y donde nadie puede detenerse mucho tiempo. Uno tras otro, a medida que avanzan, nuestros camaradas se alejan de nuestra vista, atrapados por las ordenes silenciosas de la muerte omnipotente. Muy breve es el lapso durante el cual podemos ayudarlos, en el que se decide su felicidad o su miseria. ¡Ojalá nos corresponda derramar luz solar en su senda, iluminar sus penas con el bálsamo de la simpatía, darles la pura alegría de un afecto que nunca se cansa, fortalecer su ánimo desfalleciente, inspirarles fe en horas de desesperanza!”. (Bertrand Russell, Misticismo y lógica) «Nunca hubo adepto de la virtud y enemigo del placer tan triste y tan rígido como para predicar las vigilias, los trabajos y las austeridades sin ordenar, al mismo tiempo, dedicarse con todas sus fuerzas a aliviar la pobreza y la miseria de los otros. Todos estiman que incluso hay que glorificar, con el título de humanidad, el hecho de que el hombre es para el hombre salvación y consuelo, puesto que es esencialmente “humano” –y ninguna virtud es tan propia del hombre como esta– suavizar lo más posible las penas de los otros, hacer desaparecer la tristeza, devolver la alegría de vivir, es decir: el placer” (Tomás Moro, Utopía). Centro de Ciencias Sociales y Humanidades Antología de Ética
  • 22. 22 Tomado de: Mercedes Garzón, La ética, capítulos 1 - 3, 1. La ética y sus preguntas, 2. ¿Somos naturaleza o cultura?, 3. La dimensión de nuestros actos. La ética y sus preguntas Antes de hacer filosofía o de pensar un tema filosófico, hemos elegido ya, o tenemos que elegir, y hemos decidido ya en buena parte la manera de comportarnos en la vida. Cuando hacemos filosofía, así sea la aparentemente más fría metafísica*, estamos ya viviendo y tratando de responder a una problemática en una situación y un mundo determinados que tratamos de explicar. En tal sentido, ninguna expresión filosófica es puramente teórica, sino también práctica y se enraiza en quien la formula, así como en su situación y en su tiempo. Ciertamente pueden no llegar a preocuparnos los temas de – digamos– la teoría del conocimiento*, o de la estética*; en cambio, algo muy distinto sucede con la ética, que se vincula con nuestro comportamiento a lo largo de toda la vida, en tanto se pregunta por la conducta de los individuos en sociedad, la cual está regulada por una serie de principios morales. Antes de hacer filosofía o de pensar un tema filosófico, hemos decidido ya en buena parte la manera de comportarnos en la vida. Esta elección o costumbre moral que tenemos ¿no influirá en nuestra manera de reaccionar frente a los problemas teóricos? No digamos en nosotros, sino también en los filósofos que alguna vez hemos leído, o de los cuales hemos oído hablar; ¿su posición moral no determina la forma en que resolvieron problemas ontológicos* o teológicos? ¿No hay en el fondo de nuestra comprensión del mundo una decisión moral? Según Nietzsche, toda filosofía depende en última instancia de la ética. En rigor, lo que hay es un círculo entre ambas. Nuestra interpretación del mundo que enfrentamos está condicionada por nuestra situación en él y por nuestra actitud moral. La ética no establece las normas generales que señalan cómo se debe actuar (papel que corresponde a la moral), pero sí puede abrir las posibilidades para transformar nuestro comportamiento y orientarlo hacia otras formas de vida, así como proponer consejos prácticos para vivir gozosamente, lo cual la convierte más en un arte de la vida (o estética de la existencia) que en una disciplina puramente teórica. La ética se ocupa de nuestro comportamiento dentro de la sociedad pero, no prescribe el curso de nuestra conducta o nuestras acciones e incluso establece bases para aplicarla. De allí que abra la posibilidad de comportamientos distintos de los de la moral establecida por una comunidad o por la sociedad. La ética puede ayudarnos a elegir, pero no nos impone rígidamente una elección. Centro de Ciencias Sociales y Humanidades Antología de Ética
  • 23. 23 Como el objeto de la filosofía es algo que no tenemos la posibilidad de “demostrar” empíricamente y, por tanto, no es del todo “objetivo”, las respuestas filosóficas están condicionadas, en última instancia, por intereses éticos. La filosofía no es sólo una interpretación del mundo: es una forma de vida. Vemos de un modo el mundo y en función de esa manera de verlo actuamos. A la ética le interesa, pues, el comportamiento de los individuos en sociedad, para lo cual tendrá que analizar las morales vigentes en cada comunidad o grupo social, investigar su origen y ocuparse de ver si ese producto de nuestra actividad creadora efectivamente responde a las necesidades de los miembros de la colectividad. La ética, por un lado, describe nuestro comportamiento en relación con la moral establecida y analiza y critica a esta última; por otro, intenta proyectar un horizonte que abra distintas posibilidades de relación social. La ética envuelve nuestro comportamiento a lo largo de toda una vida, en la medida en que se pregunta por la conducta de los individuos en la sociedad, la cual está regulada por una serie de principios morales. ¿Somos naturaleza o cultura? A diferencia de los animales, que sólo actúan por instinto, somos creadores, transformamos nuestro entorno y así generamos cultura, la cual representa una síntesis de valores. Lo primero que podemos señalar acerca de nosotros mismos, hombres y mujeres insertos en un mundo social, es que hemos rebasado el nivel natural, donde el animal satisface instintivamente sus necesidades y se relaciona de manera inmediata con su entorno. El animal no se detiene ante las cosas que encuentra. Una vez saciado su apetito, abandona el objeto que colmó su necesidad. Todas las características del animal se encuentran en nosotros pero metamorfoseadas en cultura e historia Nos distinguimos de los animales justo porque nuestras posibilidades de sobrevivencia suponen dominar la naturaleza y transformarla socialmente –no somos individuos aislados, vivimos con otros y necesitamos de esta relación para existir– por medio de una actividad práctica, el trabajo, con el cual se producen medios de vida para la subsistencia. Esto implica no sólo la creación de un mundo distinto del natural, sino también la aparición de un ente que se transforma y se produce a sí mismo pues, además de ser parte de la naturaleza, es y crea cultura. Centro de Ciencias Sociales y Humanidades Antología de Ética
  • 24. 24 Somos creadores, entonces, no sólo de nosotros mismos, en cuanto diferentes de los demás entes, sino del mundo que nos rodea; mundo histórico, cultural y social, que se transforma y cambia constantemente. El mundo cultural –la política, la economía, la organización social– que se construye a partir de la transformación de la naturaleza es el que en cada momento histórico se nos presenta como distinto y es el que tratamos de interpretar y comprender con mayor urgencia. Para el primitivo, es la naturaleza inmensa el origen del temor; así, las primeras explicaciones tienden no sólo a someter sino también a darle un sentido a ese todo natural. Pero esa naturaleza, al ser transformada, es ya cultura, porque es naturaleza trabajada y explicada por un ente que no es ya naturaleza pura, sino un ente histórico, social y cultural que intenta tanto dominar como explicar la naturaleza, en busca de seguridad frente a ella. Encontramos aquí el origen del mito, la religión, el arte, la filosofía y la ciencia. Somos históricos, modificamos la naturaleza y al transformarla nos creamos a nosotros mismos. Nos enfrentamos a ella para apropiárnosla y nos distinguimos de los animales desde el momento en que un ente natural no crea cultura. No sólo nos diferenciamos de ellos por nuestra racionalidad; la razón es nada más un componente de nuestra constitución, pero toda nuestra estructura emocional, afectiva e instintiva es distinta de la del animal. Todas las características del animal se encuentran en nosotros pero metamorfoseadas en cultura e historia. La filosofía, la religión, la ciencia y el arte no tienen su origen únicamente en la razón sino que nacen de necesidades emocionales y afectivas. La desconfianza en la razón, incluso, es el origen de la mística y de la filosofía llamada irracionalista. Cuando tratamos de explicar y dominar la naturaleza, pretendemos tener seguridad frente a ella; tal es el origen del mito, la religión, el arte, la filosofía y la ciencia. La más ruda punta de flecha, así como las más sofisticadas computadoras y bombas atómicas, son la “mostración” palpable (no la demostración siempre discutible) de que esta producción de objetos se realiza social e históricamente. La dimensión de nuestros actos A la construcción de nuestro propio modo de ser, de nuestra forma de vida concreta, es a lo que llamamos “estructura ética” del comportamiento. En el acto animal existe un ajustamiento completo con el medio en que actúa; sus instintos le dictan cómo actuar en cada caso. A este carácter del acto le llamaremos “justeza”; la situación estimulante, de un lado, y la capacidad biológica, del otro, determinan unívocamente una respuesta. Nosotros, ante un estímulo, ignoramos cómo actuar; sabemos únicamente que tenemos que actuar. Dentro de ciertas posibilidades, todas “irreales”, hemos de elegir una y hacerla real. Ésta es una primera dimensión de nuestra libertad, a la que llamaremos ontológica, pues se refiere a nuestra específica estructura de ser, distinta de los demás seres vivos. Tenemos que considerar la realidad antes de actuar en ella; esto significa moverse en la “irrealidad” en la cual nos formamos un esquema del acto y elegimos las maneras de llevarlo a cabo. Centro de Ciencias Sociales y Humanidades Antología de Ética
  • 25. 25 Podemos decir que estamos “condenados a la libertad”, ya que ésta es la que nos distingue de los animales; por ello, la libertad es una característica específica de nuestros actos. Somos seres que, si bien pertenecemos a la naturaleza por nuestras determinaciones biológicas y físicas, estamos, sin embargo, más allá de ella en cuanto creamos un mundo social y cultural que debemos explicarnos en su totalidad y en cada acto concreto. Por lo tanto, a diferencia de los entes puramente naturales, no estamos completos si nos limitamos a una existencia sólo física y biológica. Tenemos que completarnos, creando un mundo distinto y construyéndonos a nosotros mismos. Nuestra vida no está dada por potencias extrañas, pues la conquistamos, encontramos, logramos y adquirimos lentamente por medio de nuestras acciones. Éstas se dirigen a fines posteriores, con lo cual la naturaleza se transforma en cultura y la creación de la vida de cada individuo en existencia social. Esta acción libre, que rebasa el plano meramente natural, implica lo que llamaremos “constitución ética de nuestra conducta”, por lo que entendemos a la ética no sólo como la reflexión en torno al comportamiento de los individuos en sociedad, sino también como la estructura de ser que hace que nuestros actos sean radicalmente distintos a los de los demás entes. A partir de Aristóteles, ética significa modo de ser, carácter. Ésta es la traducción original de la palabra griega éthos. Lo ético comprende las disposiciones del hombre en la vida, su carácter, sus costumbres y su moral; ética es carácter, pero no en el sentido psicológico o biológico de “temperamento”, dado en las estructuras de la especie o nacido con nosotros para toda la vida, sino en el de modo de ser o forma de vida que vamos adquiriendo, apropiando e incorporado a lo largo de nuestra existencia. Es el hábito, la repetición de actos iguales, el que, en el comportamiento, nos forma el carácter, es decir, la personalidad que hemos conquistado a través de la vida, lo que hemos hecho de nosotros mismos. Aquí encontramos un círculo. El carácter o la estructura ética nace de la repetición de actos iguales y ésta, a su vez, se convierte en el principio interno de nuevos actos. Al animal le está dado el ajustamiento; nosotros tenemos que ajustarnos, es decir, tenemos que elegir un acto, aun cuando sea una sola la posibilidad, puesto que podemos elegir el no hacer nada. Esta “libertad ontológica” es condición de posibilidad de nuestros actos. Si bien en nuestras determinaciones biológicas y físicas pertenecemos a la naturaleza, estamos más allá de ella en cuanto creamos un mundo social y cultural Centro de Ciencias Sociales y Humanidades Antología de Ética
  • 26. 26 Tomado de: Mercedes Garzón, La ética, capítulos 20 - 23, Moral y religión, Moral y política, Moral y Economía, y Moral y ciencia. Moral y religión Aunque toda religión implica una moral, no necesariamente la moral se sustenta en una cosmovisión religiosa. En la medida en que la moral regula el comportamiento de los individuos en sociedad, por fuerza se establecen relaciones entre ella y otras creaciones del pensamiento. Tales relaciones pueden expresarse de diversas formas, ya sea en el sentido de que la moral se apoye en otros conjuntos de ideas o entre en conflicto con ellos. Por eso, trataremos de delimitar el campo de acción de cada una de esas esferas del pensamiento y la actividad del hombre, con el objeto de distinguir los diversos aspectos en que se relacionan y evitar que se confundan. Casi desde sus orígenes, moral y religión se han encontrado íntimamente ligadas. Una de las primeras formas de explicación de la realidad fueron los mitos, o religiones naturales, las cuales daban fundamento a las normas que regulaban la vida social. Es necesario distinguir, sin embargo, desde sus orígenes, lo que correspondería estrictamente a la moral y lo que llamamos religión. Por religión entendemos, en un sentido muy amplio, la creencia en fuerzas o entes sobrenaturales; éstos serían el origen, la causa o el fundamento de todo lo existente, de todo lo real. Toda religión, además, propone al hombre cierto tipo de comportamiento, una determinada forma de vida, por lo que también postula una serie de normas de conducta que los individuos tienen que observar y cumplir. Estas reglas serían dictadas por la o las divinidades (ya que existen religiones monoteístas y politeístas) que cada religión considera como lo absoluto. Así, la obligatoriedad de la norma deriva precisamente del hecho de que esta última ha sido dada, ordenada o impuesta por un ente suprahumano. De este modo, por ejemplo, en la religión cristiana, que es la común a la cultura occidental, encontramos los llamados Diez Mandamientos de la Ley de Dios, que deben ser cumplidos y acatados por todos aquellos que profesen dicha fe, so pena de recibir el castigo divino. Toda religión, entonces, implica una moral, prescribe una forma de conducta. Sin embargo, no toda moral implica una concepción religiosa. Aun cuando en sus orígenes moral y religión aparecen estrechamente ligadas, sus campos se han ido separando y delimitando a lo largo de la historia. Puede darse el caso de que la moral se funde en una o varias divinidades; es en este sentido como decimos hallarnos frente a una moral heterónoma que encuentra el origen y la obligatoriedad de sus normas en una concepción religiosa, si bien ya hemos visto que por moral heterónoma entendemos toda moral basada en algo ajeno a la propia voluntad del individuo. Toda religión propone al hombre un cierto tipo de comportamiento, una determinada forma de vida. El fundamento de la moral se encuentra en las necesidades de los individuos histórica y socialmente determinados. La moral, en este sentido, no es identificable con la religión. Centro de Ciencias Sociales y Humanidades Antología de Ética
  • 27. 27 La filosofía de Kant, por ejemplo, fundamenta la moral en la autonomía de la voluntad. Así, se distingue de la moral religiosa en el sentido de que tiene su propio campo de acción y encuentra su origen en la misma conciencia o voluntad del individuo. Como ya hemos indicado, la moral tiene por objeto regular las relaciones entre los individuos inmersos en la vida social y surge de las necesidades de convivencia de la misma sociedad. Moral y política La sentencia de Nicolás Maquiavelo (1469-1527), según la cual el fin justifica los medios, señala claramente la discrepancia entre moral y política. Las relaciones entre la moral y la política son muy diversas y mantienen puntos de coincidencia y de contradicción notables. Ello se debe a que tanto una como otra tienden a abarcar y dirigir nuestro comportamiento social, si bien la política pone su acento en el punto de vista general del poder para organizar la existencia social, mientras la moral adopta la perspectiva del individuo social que ha interiorizado unas normas y las vive como propias. El término política, en un primer sentido, designa las formas de organización y de convivencia en una sociedad estructurada en un Estado. De hecho, es en el nivel de la política acorde con esta acepción donde se sitúa el poder de mantener o de cambiar de manera radical una situación determinada, no sólo en lo que respecta a cuestiones morales sino en lo que se refiere a la sociedad en general. Estos dos ejemplos ilustran las posibilidades extremas donde se oponen la moral y la organización política. Cuando la sociedad se encuentra en una situación de equilibrio, la moral y la política se complementan mutuamente, al apuntar una hacia lo general y la otra a lo particular. Así, pues, la moral contribuye a fortalecer y unir la organización política; a su vez, ésta ayuda a mantener las normas morales, muchas veces, incluso, convirtiéndolas en ordenamientos jurídicos. Encontramos también otra significación del término política, estrictamente referida a la serie de instrumentos o medios para obtener y mantener el poder dentro de un conglomerado social, en función de lo cual se establece cierto tipo de relaciones entre moral y política. Pero en los casos en que existen luchas fuertes en una sociedad, suele surgir un moralismo abstracto que se priva de los instrumentos con los cuales podría defender una situación determinada. En el nivel de la política se sitúa el poder de mantener o cambiar de modo radical una situación dada, no sólo respecto a cuestiones morales, sino en lo que se refiere a la sociedad en general Por otra parte, en ciertos casos la moral queda relegada por completo debido a la forma como se considera que es posible alcanzar el poder o conservarlo. A esta posición extrema es a la que se ha dado en llamar realismo (o cinismo) político, por basarse en el principio de la eficacia para lograr los fines, sin que importe la violación de cualquier norma moral. Cabe aclarar que el realismo político no toma en cuenta que todo fin político implica una finalidad moral, un concepto del individuo y su libertad que marca los límites de su acción. Así, al actuar en nombre de la eficacia, olvida su propia finalidad y ello le impide alcanzarla, en la medida en que, en última instancia, lo que se propone la lucha por el poder es establecer un orden de vida diferente del anterior. Centro de Ciencias Sociales y Humanidades Antología de Ética
  • 28. 28 Tanto el moralismo abstracto como el realismo político constituyen dos posiciones extremas en las relaciones entre moral y política. El primero exige la pureza de la acción y el segundo la mera eficacia sin principios. Estos dos planteamientos son totalmente opuestos y, en definitiva, no proponen una justa relación entre moral y política; sólo pueden concebirse en la realidad si se marcan límites uno al otro, puesto que una pureza sin eficacia no puede realizarse y una eficacia que no afirme valores no plantearía ningún cambio social real y deseable. El moralismo abstracto exige la pureza de la acción, mientras el realismo político platea la mera eficacia sin principios. Son las dos opciones extremas en las relaciones entre moral y política. Moral y economía La moral y la economía se implican mutuamente, pero no en el sentido marxista, en donde “la ideología dominante es la de la clase dominante”. De la misma manera en que producimos los medios de subsistencia (es decir, que creamos una serie de productos materiales para satisfacer necesidades), nos es necesario crear o producir las formas de relacionarnos socialmente, de explicarnos el mundo y esas mismas relaciones. En tal sentido, la forma en que producimos nuestra vida material determina el modo de comportarnos dentro de la sociedad, así como la interpretación que tenemos de ello. Por eso, a un determinado tipo de economía (o modo de producción social) corresponde una moral específica que trata de regular los comportamientos sociales de los individuos de acuerdo con una estructura económica particular. Así, la economía impone los límites de nuestra actividad y condiciona, en gran medida, nuestra conducta. Por tanto, es necesario explicar la relación entre economía y moral, sin caer en determinismos economicistas, ya que una y otra se implican mutuamente, pero no de manera arbitraria o mecánica. Lo que caracteriza a nuestras sociedades capitalistas neoliberales es el basarse en la producción ilimitada de mercancías (el consumo) y el tener el lucro personal (la ganancia económica) –que se identifica con el éxito individual– como único fin. Para que este sistema pueda funcionar, es necesario crear en cada individuo un carácter competitivo y egoísta, capaz de mantener esta organización narcisista en la cual todos trabajan para sí mismos y en contra de los otros. Al mismo tiempo, surge un tipo de moral que nos permite vivir con “buena conciencia” estas relaciones donde prevalecen el individualismo y el consumo (“compro, luego existo”). La forma en que producimos nuestra vida material determina el modo de comportarnos dentro de la sociedad. Así, nuestras sociedades provocan el surgimiento de un carácter que, incluso en los niveles más profundos de nuestra singularidad, fomenta y ayuda tanto a la producción en gran escala como a la “satisfacción del deseo”, por medio de un hedonismo consumista. Esto significa que, de algún modo, la moral tiende a formar un tipo de individuo que valora, sobre todas las cosas, la actividad productiva conducente al éxito económico personal. De esta manera, Centro de Ciencias Sociales y Humanidades Antología de Ética
  • 29. 29 domina tanto una moral productivista, como el mito de que el “éxito” se valora por la cantidad de dinero que se posee. Vemos así cómo se complementan la moral y el modo de producción: este último impone determinados ideales (el enriquecimiento económico) al conjunto de la sociedad y la moral forma un carácter específico y un individuo adecuado para funcionar en el sistema y hacer marchar a éste. Por tanto, el tipo de trabajo requerido en una formación económica, de hecho, ya está formando también el carácter de quien lo realiza. La moral y la economía se complementan; al crecimiento ilimitado de mercancías y a la ganancia económica se suma el hedonismo consumista, que refleja la moral planetaria del final de siglo. Moral y ciencia A pesar de la objetividad que se atribuye al método científico; ni sus premisas ni sus resultados están desvinculados de la moral. La relación entre moral y ciencia es importante, sobre todo si tenemos en cuenta que el capitalismo se ha basado en el desarrollo de la ciencia y de la técnica, hasta convertirlo en el centro de nuestras tecnocráticas sociedades. De esta manera, la ciencia se ha erigido como el último criterio de verdad que decide acerca no sólo del conocimiento, sino de nuestras propias vidas, por lo que se halla en el nivel más alto de la jerarquía de valores. Analizaremos tres aspectos donde la moral y la ciencia entran en relación: · En la medida en que la sociedad capitalista, como ya dijimos, se basa en la producción ilimitada de mercancías, ésta marcará el camino que debe seguir la investigación científica, ya que los resultados que ella genere serán aplicados, mediante la técnica, para aumentar y perfeccionar la producción. De ese modo, vemos que esta actividad no se encuentra aislada de las condiciones sociales ni permanece al margen de ellas. · El desarrollo de la ciencia y de la técnica ha tenido efectos negativos para la sociedad, tanto porque ha creado medios capaces de destruir el mundo en su totalidad, como porque ha contaminado el ambiente, lo cual amenaza con exterminar a los individuos. No se trata de cuestionar desde una perspectiva moral a la ciencia o a la técnica, sino más bien de replantear el problema del lugar que ocupan y de la forma de dominio que imponen a nuestras vidas, sin olvidar sus beneficios. Tal crítica implica no sólo a estas actividades, sino también a la interpretación y organización del mundo que provoca el imperialismo planetario del individuo ordenado tecnocráticamente. Otra relación entre moral y ciencia es la que se refiere a la caracterización del científico como individuo entregado absoluta y exclusivamente a la “búsqueda de la verdad”, como si ésta pudiera comprenderse al margen de las determinaciones sociales y El desarrollo de la ciencia y de la técnica ha tenido efectos negativos para la sociedad, por la creación de medios que pueden destruir al mundo en totalidad: (“Explosión atómica en Hiroshima, 1945”) Centro de Ciencias Sociales y Humanidades Antología de Ética
  • 30. 30 políticas, lo cual tiende a hacer creer que aquél no es responsable de los resultados y efectos que socialmente pueden tener sus descubrimientos. Esto nos lleva al problema de la responsabilidad moral del científico, quien, además de estar comprometido con la verdad científica, también está inmerso en todas las relaciones de su sociedad: tiene una determinada ideología y una moral, por lo que ni los resultados de su investigación ni el empleo de éstos se sustraerán a una serie de implicaciones sociales. En consecuencia. Debe asumir el papel que desempeña en la sociedad e intentar participar activamente en las decisiones relativas al uso y la aplicación de sus descubrimientos, ya que, en última instancia, es responsable de las consecuencias a que éstos den lugar en la sociedad donde vive. En nuestros días, la relación de la moral con la ciencia tiene varios niveles: desde la pretensión de “buscar la verdad” hasta los “avances” que, junto con la técnica, han desquiciado el equilibrio ecológico y amenazan con degradar y hasta acabar con la especie humana. Centro de Ciencias Sociales y Humanidades Antología de Ética
  • 31. 31 UNIDAD I VISIÓN GENERAL DE LA ÉTICA 1.2 Visión ética del Ser humano Centro de Ciencias Sociales y Humanidades Antología de Ética
  • 32. 32 Tomado de: Erich Frornm, Ética y psicoanálisis, capítulo IV "La conciencia, el llamado del hombre a sí mismo", pp.155 - 186. LA CONCIENCIA, EL LLAMADO DEL HOMBRE A SÍ MISMO Quienquiera que habla y reflexiona sobre una mala acción que ha hecho, está pensando en la bajeza que ha cometido, y a aquello que uno piensa se está sujeto –se está sujeto absolutamente con toda el alma a lo que se piensa- y, de tal modo, quien así haga, sigue sujeto a la bajeza. Y seguramente no será capaz de cambiar, porque su espíritu se tornará ordinario y su corazón se corromperá y, además de eso, podrá invadirle un humor de tristeza. ¿Qué deseáis? Quitar la corrupción de esta o aquella manera. Mas seguirá siendo siempre una corrupción. Haber o no pecado ¿qué provecho nos reportará en el cielo? Durante el tiempo que estoy meditando sobre esto podría estar ensartando perlas para el gozo del cielo. Por eso es por lo que está escrito: “Apártate del mal y obra bien”, desvíate completamente del mal, no medites sobre él y obra bien. ¿Has obrado mal? Entonces equilíbralo obrando bien. Isaac Meier de Ger 31 No existe aseveración más soberbia que el hombre pueda hacer que la de decir: “Obraré de acuerdo con mi conciencia”. A través de la historia los hombres han sostenido los principios de la justicia, el amor y la verdad contra toda clase de presiones a que se han visto sometidos con el fin de hacerlos renunciar a lo que sabían y creían. Los profetas obraron de acuerdo con su conciencia cuando denunciaron a su país y predijeron su caída a causa de su corrupción e injusticia. Sócrates prefirió la muerte a seguir una línea de conducta con la cual hubiera traicionado a su conciencia al transigir con la mentira. Sin la existencia de la conciencia la raza humana se hubiera quedado estancada hace mucho tiempo en su azarosa carrera. Diferentes a estos hombres fueron otros, que también decían que obraban de acuerdo con su conciencia: los hombres de la inquisición, que quemaron en la pira a hombres de conciencia, pretendiendo obrar en nombre de su conciencia; los rapaces provocadores de las guerras, que han sostenido que obran siguiendo a su conciencia cuando anteponen a cualquier otra consideración su voracidad por el poder. En efecto, es difícil que exista alguna acción de crueldad o indiferencia hacia otros o hacia uno mismo que no haya sido racionalizada como el dictado de la conciencia, exhibiendo así, en su necesidad de ser apaciguada, el poder de la conciencia. En sus diversas manifestaciones empíricas, la conciencia es, ciertamente, desconcertante. ¿Son estas diversas clases de conciencia una misma, y sólo difieren en su contenido? ¿Constituyen distintos fenómenos que sólo tienen en común el nombre de “conciencia”? ¿O resulta insostenible el supuesto de la existencia de la conciencia si investigamos el problema empíricamente como un problema de motivación humana? La literatura filosófica que trata de la conciencia ofrece gran riqueza de indicios para contestar estas cuestiones. Cicerón y Séneca consideraron a la conciencia como la voz interior que acusa y defiende a nuestra conducta con respecto a sus cualidades éticas. La filosofía del Estoicismo la relaciona con la autoconservación (cuidado de uno mismo) y es descrita por Crisipo como la vivencia de la armonía interior. La filosofía escolástica tiene a la conciencia por la ley de la razón (lex rationis) puesta en el hombre por Dios. Se diferencia de la “sindéresis”. Mientras esta última es el hábito (o facultad) de juzgar y de querer el bien, la primera aplica el principio general a las acciones particulares. Aunque el término “sindéresis” ha sido abandonado por los escritores modernos, el término “conciencia” es usado frecuentemente para señalar aquello que la filosofía escolástica entendía por sindéresis, la advertencia interior de los principios morales. El elemento 31 In Time and Eternity, ed. por N. N. Glatzer (Nueva York: Schocken Books, 1946) Centro de Ciencias Sociales y Humanidades Antología de Ética
  • 33. 33 emocional de esta advertencia fue destacado en especial por los escritores ingleses. Shaftesbury, por ejemplo, sostuvo la existencia de un “sentido moral” en el hombre, un sentido de lo bueno y lo malo, una reacción emotiva basada en el hecho de que la mente del hombre se halla en armonía con el orden cósmico. Butler pensó que los principios morales son una parte intrínseca de la constitución del hombre e identificó a la conciencia particularmente con el deseo innato de la acción benévola. Nuestros sentimientos hacia otros y nuestra reacción frente a la aprobación o la censura de los demás constituyó la esencia de la conciencia para Adam Smith. Kant abstrajo la conciencia de todo contenido específico y la identifico con el sentido del deber como tal. Nietzsche, un crítico acerbo de la “mala conciencia” religiosa, percibió a la conciencia genuina arraigada en la autoafirmación, en la facultad “de decirse sí a si mismo”. Max Scheler creyó que la conciencia es la expresión del juicio racional, pero un juicio por el sentimiento y no por el pensamiento. Pero algunos problemas importantes siguen sin respuesta y sin ser siquiera tocados, problemas de motivación, sobre los cuales los datos de la investigación psicoloanálitica pueden arrojar más luz. En el siguiente análisis distinguiremos la conciencia “autoritaria” de la “humanista”, distinción que se ajusta al principio general de separar la Ética Autoritaria de la Humanista. A. La conciencia autoritaria La conciencia autoritaria es la voz de una autoridad externa interiorizada, los padres, el Estado, o cualesquiera que sean las autoridades de una cultura dada. Mientras las relaciones de los individuos con las autoridades conservan su carácter externo, sin sanción ética, difícilmente podemos hablar de conciencia; tal conducta es meramente acomodaticia, regulada por el temor ante el castigo y la esperanza por la recompensa, siempre dependiente de la presencia de estas autoridades, de su conocimiento de lo que uno está haciendo y su facultad supuesta o real para castigar y recompensar. A menudo una experiencia que la gente considera como sentimiento de culpa, surgido de su conciencia, resulta a veces no ser otra cosa que el temor que tiene a tales autoridades. Estas personas, propiamente hablando, no se sienten culpables, sino atemorizadas. Sin embargo, en la formación de la conciencia, autoridades tales como los padres, la iglesia, el Estado o la opinión pública, son aceptadas consciente o inconscientemente como legisladores éticos y morales cuyas leyes y sanciones adopta uno interiorizándolas. Por así decirlo, las leyes y las sanciones de la autoridad externa llegan a formar parte de uno mismo, y en vez de sentirse responsable ante algo externo, uno se siente responsable ante algo interno: la propia conciencia. La conciencia es un regulador de la conducta más efectivo que el temor ante las autoridades externas; porque si bien uno puede sustraerse a las autoridades, no puede, en cambio, escapar de sí mismo ni, por consiguiente, de la autoridad interiorizada que ha llegado a formar parte de uno mismo. La conciencia autoritaria es aquello que Freud describió como el superyó; pero, como demostraré más adelante, ésta es solamente una forma de conciencia o posiblemente una fase preliminar en el desarrollo de la conciencia. Si bien la conciencia autoritaria es diferente del temor al castigo y la esperanza de recompensa, ya que la relación con la autoridad ha sido interiorizada, no es muy diferente en otros aspectos esenciales. El punto más importante de similitud es que las prescripciones de la conciencia autoritaria no se determinan por un juicio propio de valor, sino exclusivamente por el hecho de que sus mandatos y prohibiciones son establecidos por las autoridades. Si estas normas son buenas, la conciencia dirigirá las acciones del hombre hacia la virtud. Sin embargo, no han llegado a ser las normas de la conciencia porque son buenas, sino por ser las normas establecidas por la autoridad. Si son malas, son también parte de la conciencia. Un creyente en Hitler, por ejemplo, sentía que obraba de acuerdo con su conciencia al cometer actos que eran sumamente repulsivos. Pero aunque la relación con la autoridad se interiorice, no debe suponerse que esta interiorización sea tan completa que la conciencia quede divorciada de las autoridades externas. Una completa separación, tal como la que podemos estudiar en los casos de neurosis obsesivas, es Centro de Ciencias Sociales y Humanidades Antología de Ética