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POESÍA COMPLETA
(1920-1928)
Sabine Sicaud
(1913-1928)
Traducción:
© Julio Tamayo
cinelacion@yahoo.es
2
3
INTROITO
El sufrimiento es un acelerador de partículas, convierte a un ignorante en un
sabio, a un joven en un viejo. En un viejo con la inocencia, verdad, de un niño,
por lo que un joven enfermo con la muerte en los talones es casi garantía absoluta
de genialidad, de profundidad. Sabine Sicaud está herida de muerte con apenas
15 años y se nota en la evolución de su poesía, que pasa del impresionismo, de la
evocación del exterior, ya nostálgica desde la infancia, al expresionismo, al canto
interior, del sufrimiento interior, “Dolor, te detesto”, donde sus poemas alcanzan
una altura de vértigo. La muerte no es que se intuya, es que es una presencia
constante, evidente. Sabine desde sus poemas de infancia, se está despidiendo de
la vida, de las cosas, de las flores, que para ella tienen la consistencia, conciencia,
de personas. Sabine ama la vida con la pasión del enfermo terminal, con la
desesperación de quien sabe que todo lo que hace, ve, puede ser la última que lo
haga, vea. Que sea una niña, una pre-adolescente, no es anecdótico, en sus
poemas no hay cinismo, amargura, narcisismo, solo asombro ante el mundo, y
dolor ante su inminente pérdida. Junto a Gisèle Prassinos (14), y María de las
Estrellas (3), los tres casos de precocidad creativa más deslumbrantes de la
historia de la literatura, de la poesía. De su vida poco que contar, nació en
Villeneuve-sur-Lot (Lot-et-Garonne), un pueblo del suroeste de Francia, el 23 de
febrero de 1913, con 6 años empezó a escribir sus primeros poemas, con 11 sus
primeros premios literarios, con 13 su primer libro de poesía, “Poemas de
infancia”, prologado por la gran poeta Anna de Noailles (“El honor de sufrir”,
libro que influyó, a la contra, en sus últimos poemas), con 14 se lastima un pie
que le provoca una infección generalizada, complicada con una osteomielitis que
le provoca una agónica muerte con 15 años y 5 meses. Muerte prematura que no
hace lamentar lo no escrito, porque lo escrito ya vale por varias vidas, grises.
Julio Tamayo
4
5
ÍNDICE
INTROITO
Julio Tamayo………………………………………………………………….…..3
POEMAS DE INFANCIA
(1926)
Gorros de baño..........…....…………………………………………………........11
Campanas de Pascua……………………………..…………………….………..13
¿Los libros? Sea……..………………..………..………………………...……...14
Diego…………………….………..……..……………………………………....16
Fafou…………………..…………..……..………..……..…………....………...19
El sendero de bambús………..……….……..…………..……………………....21
La retama………………………..………..……..………..………………...…...24
La castaña………………………..………..………..……………...………...….26
La gata y su hijo…………………………..……………………………….…....28
La cabra……………………………….……………….…………………...…...30
La glicina……………………………………………………………………......31
La uva olvidada…………………………….………………………….………...33
La paz………………………………………..……………………………..…....35
La rosa azul……..…..………………………..………………………………….38
El cine…..................….……………………..……………………………...…...42
El citiso……….....….…..…………………..……………..……………..……...45
El funicular de Larrún ……………..…………..…………..……………….…...46
El jazmín……...................…………..……………….……………….……...….48
La mariposa nocturna…...............…………………..………………….….…….51
La pequeña seta……….…...……………..…………..…………..……………...52
El primer ciclamino……………………..………….……….……………...…...54
El tamarisco..…………………..…………..………..……………………….….55
Las flores de haba…..…………………….…………………………....………..57
Las mariposas de haba……………………………………………………….….59
Los peregrinos de la duna……………………………………………………….60
Mañana de otoño………………….…………..……………………………..…..63
Nivoso………………………………………………….………………………..65
Lluvioso………………..…………..………………………………….………...66
Termidor……………………………………………………………………...….68
6
RECOPILACIÓN PÓSTUMA
(1958)
PRIMEROS POEMAS
“La Soledad”……………………………………………………………...……..73
Castillo de Biron……………………………….……………….……..………...76
La hora del plátano……………………..………………..…………….………..77
La Gruta de los Leprosos………………….……………..…………...……..…..79
La vieja mujer de la luna……………………..…………………………....…….81
La camelia roja…...........…………………..…………….……………………....82
Las begonias……….….…………………..…………..…………………..…….84
Las Fontanelas..................………….………………..……………........…..…...86
Las tres canciones............………………………..………………...…...….........89
Primeras hojas…....…….………………………..…………………...……..…...90
Viña virgen del otoño……………………………………………..……………..91
CAMINOS
Tarjeta postal………………………………………………………………...…..95
Caminos del Este…………………………………..………………………..…..96
Caminos del Oeste……………………………………….………………..…….97
Caminos del Norte………………………………..……………………………..98
Caminos del Sur…………………….………..…………..…………………..….99
El camino excavado………………..………….…………..………..…...……..100
El camino del rompecorazones..………………..……..……………………….101
El camino de Dios………………………………………………………….…..102
El camino del amor……………………………………………………..……...104
El camino de arena……………………….…..……….……..…………..……..105
El camino de los árboles………………..……..……….………….…….……..106
El camino de las canciones..…………….………..………..……….……….....109
El camino de los caballos…………………….……………..…….………..…..110
El camino de las Altas Llanuras..............……….……….……….……….........112
El camino fuera de la ley...……….....………….……..……….…………….....113
El camino de los jardines........…...……….……….…….…………..……...….114
El camino de las viudas……….………..……..……..……….……..……...…..115
Cuando habitaba en Florencia…..………………………………………...........116
7
DOLOR, TE DETESTO
¡Ah! Dejadme gritar………………………………………………….…..…….119
A los médicos que vienen a verme……..……….……………………………...120
Mañana…………………….……….……..……..……….………………….....121
Dolor, te detesto……………………..……………..……………….………….124
Días de fiebre………………………………………………………….……….127
Enfermedad…………………………………………………………...………..129
Médicos……………………………………..………………………………….130
Primavera……………………………..…………………..………...………….131
Cuando esté curada………………………..…………………………………...133
¿Un médico?…………………………….………………………………...…...135
¿Hablarte?……………………………………………………………..……….138
HOJAS DE CUADERNO
(Extractos)
Ha partido sobre su caballo, por la hierba………………………………...…...141
La casita está vacía....…............……………………………………………….142
La silla vacía............….………………………………………………….....….143
La mano de los dioses………….…………..………….……………….……....144
No olvides la canción del sol, Vassili.............…………...……..………….…..145
No hables de ausencia..........................……………….………..…………........146
No mires tan lejos……..…..…..………..……..……….………..…………......147
Te calentarás al fuego del campesino..……………………...………..………..148
OTROS POEMAS
En el jardín…………………………………………………………….……….151
Corrida de Muerte……….……………………………………………………..153
En el reino donde las imágenes viven……………………………...…………..155
Y qué me importa la cáscara de tu alma……………..………..…...…………..157
Fragmentos de poemas………………………..…………..………………..…..158
La canción del pequeño guijarro……………………..………………..……….159
La encrucijada…………………………..……..………….………..…………..160
El camino del pájaro………………..…………….……………..……………..162
El camino de la felicidad…………….………..……………..………………...163
El camino del guerrero……………………..………………….……………….164
El camino del molino…………………..…………….………………..……….165
Los viejos tilos………………………….…………………..……………...…..166
Huerto vasco………………….……….……….…………..……………...…...171
Sobre una visita a los Estudios Gaumont…………………….…….…………..172
8
9
POEMAS DE INFANCIA
(1926)
Sabine con 12 años
10
11
Gorros de baño
Ved… ved, la mar, como un estanque,
Su jaspe de flores vivas:
Nenúfares vibrantes.
Rojos nelumbos, lirios amarillos de las orillas…
La brisa marina parece haber quebrado esto
Para arrojarlo, al viejo puerto, como en una loca cosecha.
Cosecha que danza al canto de las olas, farándula
De corolas con tonos de llama. ¿Está ahí,
Dices, próxima España?
He creído ver un campo de lotos, al pie de las rocas,
¡Y son los claveles de Carmen, mira!
¡Los pétalos allá, danzan!
Revocados, relucientes de agua, sobre la pantalla azul, arrugados
Por mil pequeñas risas, su presencia
Es la alegría de la bella tarde vasca, laminada de oro.
¿Rosetones en los colores de aquel torero?
Pompones de chinelas montañesas,
Pequeñas vasijas barnizadas y redondas, las miro
Y cierro los ojos, y no quiero saber nada
De los rostros ocultos bajo las cúpulas de seda.
¿Cabellos rubios? ¿Cabellos negros?
¡Qué importa! En la alegría
De los reflejos que parecen
12
Cogerse de la mano para brincar mejor,
Pienso en el invisible hilo que os asemeja,
¡Oh felices pelotas infantiles! - Linternas de zafiro,
De rubís, de topacio y de esmeralda;
Frutos de Aladín, alrededor de los cuales los peces merodean
y la ola, a golpes furtivos, espolvorea de plata;
Conchas mágicas, flotan
En el extremo de tallos que parecen de carne humana,
¡de lejos me gustáis, jugando en la palma
De esta bañera pelirroja y tranquila del Puerto Viejo!
Un eco de banda de jazz os conduce…
Y, desde lo alto de los acantilados, inclinada
Sobre la cala verde, malva, rosa y roja,
Con la falsa luz oblicua del ocaso,
Veo todavía, manchas que se mueven,
Últimos pequeños gorros cogiendo vuelo,
Pájaros-flores de este chal enramado y con flecos
Que, también, para sentir mejor el aire español,
engalana, a su hora, la playa…
Biarritz, septiembre 1925
13
Campanas de Pascua
- Las campanas han partido…
Las grandes campanas las primeras.
O las pequeñas, ¿qué saben ellas? ¡tan divertidas,
Tan pimpantes de irse así de ligeras! -
Su falda revolotea alrededor de ellas;
Golpeándolas sin decir nada,
Como un pájaro acurrucado en una jaula.
Vuelan sin alas,
Por sus caminos, muy antiguos,
Caminos azules por encima de las nubes.
- Los gruesos bordones, a veces delante, a veces detrás,
Resoplan para mostrar que van rápido.
Y las pequeñas campanas de los conventos
O de las iglesias de pueblo, tan pequeñas
Que parecen tazas infantiles, tan orgullosas
De ir también a Roma - van delante,
Detrás, y por todas partes a la vez, tan ligeras...
- Los niños miran al cielo, gritando: ¡Hola!
Las personas ancianas levantan también la cabeza,
Pero no las ven ya con sus ojos parpadeantes.
- Y los niños esperan su vuelta,
Como una gran fiesta.
Las personas ancianas también esperan, como se espera
Cuando ya no se está seguro de creer en los huevos de Pascua…
- Sin embargo, hay que creer en los milagros, siempre.
¡Qué suenen los Maitines, hermano Jacobo!
Veo las campanas reaparecer, apresuradas…
- Su falda, sobre los jardines, se desliza alrededor de ellas
Todas las primaveras de Roma, y en cada tañido
Se escapan, las aleluyas, de las golondrinas.
14
¿Los libros? Sea…
¿Libros? Sea. Pero en invierno.
¡Que el jardín esté gris, la ventana gris!
Que la brisa, fuera, sea cierzo
Y el calor, dentro, de tizones claros.
Libros… Pero en un cielo de Londres
Y lágrimas, sobre las baldosas, a punto de fundirse…
Abrigos sintiendo el vetiver -
Gatos hechos un ovillo, mantillas, castañas, ¡el invierno!
Entonces, si quieres, un libro - no libros -
Uno solo, pero bello como la primavera verde,
El verano dorado, el rojo otoño grande abierto,
¡Pleno de pajarillos parlanchines y mariposas ebrias!
¿Cuál me ofrecerás, cuál
me aportará esto, mañana, Papá Noel?
Imágenes, seguro… Es el tiempo de las imágenes.
¡Os saludamos, Pastores, Reyes Magos!
Y los cuentos… ¡Hola, príncipe Encantador!
Y la historia… - que veo, pero de otro modo -
Y viajes… ¡que me mimen los naufragios!
¿Papá Noel, Papá Noel, no escondes
En tu capucha, una brizna de acebo,
En tu barba, un grano de escarcha?
Entre nosotros, ¿los reemplazarán este voluminoso libro?
Un libro mío no es un libro
Como los que se imprimen, y, hasta el final,
tienen sus hojas bien cortadas, no podría seguirlas.
15
No se lee un cuento… Se recuerda.
Lo escucho, bordado por llamas danzantes,
¡lo que no me dice, lo invento!
¿La historia? Un cuento también. De los viajes, nada,
Nada, sepa, que no me retienen
Si algún pájaro azul me hace una seña.
En cuanto a los poemas… sea. Esperaremos al verano.
El verano no tiene necesidad de rimas que se alinean.
Esperemos solamente la púrpura aterciopelada
De esta rosa que está, cerca de la viña…
Diciembre 1925
16
Diego
Su nombre es de allá, como su raza.
El ojo vivo, el paso danzante, los cabellos negros,
Es un pequeño caballo serrano, que, por las noches,
Durante mucho tiempo, mira hacia el sur, husmeando el espacio.
Libera toda su cabellera al viento que corre
Y, cerca de su oreja, busca la borla
De un clavel rojo. Sobre su frente,
Sus pelos se encrespan, parecidos a la lana.
Nada en él de esos caballos delgados que se entrenan
Por los campos jalonados de postes;
Ni nada del pesado caballo nacido en las llanuras,
Esas llanuras grasientas y lustrosas de canales
Donde barcazas discurren con ruido de cadenas.
Ignora las carreras, y las carretas y la labranza,
Él cuya pezuña segura como la de las cabras,
Sube a lo alto de los senderos azules, en los enebros.
En sus fosas nasales, anchas abiertas, un temblor corto.
Como otros potros acaballados, vino, un día,
De la montaña de hierbas olorosas.
Empujado por pastores con capas de bandoleros
Vino, pequeño caballo hirsuto de crines flotantes…
Mantiene sus ojos sorprendidos, ojos de niño
Que miran lejos, como a través de las cosas…
Y a veces se ve lucir en ellos un resplandor, sin causa.
Dicen entonces: «¿Viene de Córcega?» Pero tiene
También otras miradas, llenas de ternura.
La yegua de los viejos jeques tiene miradas así
Para el amo con chilaba que ama. «Una caricia
Da el antílope y el caballo de la casa.»
17
Ningún hito en la entrada, un trozo de pasto,
Una puerta de aquí que no conoce...
Y las puertas pueden abrirse imprudentemente
El pequeño caballo negro se sacude, un momento,
Su cabeza dice: «No, ¿para qué huir?»
Relincha como si riese, a media voz, en arpegio;
Y su cola, como un abanico,
Se agita con el ruido del follaje arrastrado.
Conoce cada camino más allá del portal,
Y quizá sabe adónde conduce cada camino.
Se presta al arnés, como juego, tras él
A veces tira de esta cosa que se mueve -
Un carro - que tiñe de rojo su cuello
Cuyos cascabeles tienen el sonido de los clarines por la noche.
A veces, como poseído por la locura,
Se le ve brincando sin causa, por un poco de agua
Un chorro del aspersor o tres gotas de lluvia
Un papel que da vueltas, y sus pequeños cascos
Iluminan el pavés. A veces, en el prado, libre,
Se pone a merodear con aire farruco, ¡y adrede!
Galopa haciendo zigzag, o, doblando sus corbas,
Se pone de pie, desafiándonos, haciendo equilibrios…
Cuando le llevan a beber, agarra, por una punta,
Nuestros mandiles, nuestras mangas, lo que puede, y nos dirige,
Él, el pequeño caballo sin brida. Una brizna de heno
Pende de su belfo moreno - o algún tallo
Arrancado al viejo muro - y su ojo sueña, a lo lejos…
18
Está aquí hace mucho tiempo, mucho tiempo, cantidad de años,
Que es de la casa, el pequeño caballo negro
Cuyo pelo, hilo a hilo, en bucles marchitos,
Se argenta sobre la frente. Le gusta vernos,
Llevarnos, conducirnos. Nos llama
Y nos toma el pelo y permanece joven y alegre…
Sin embargo,
Cuando el viento viene del sur, batiendo sus alas
Como un águila de la Sierra, cuando la primavera
Con su perfume de romero que nos asombra,
Y todas las tardes, y todas las tardes de verano, de otoño,
¿Qué espera, mi pequeño caballo con ojos de niño,
De qué se acuerda que nos sorprende,
Cuando el viento viene del Sur?
19
Fafou
¿Quimera, dromedario, canguro?
No. Solo esta sombra chinesca,
Fafou, en la ventana, a contraluz, Fafou,
Totalmente sola y pensativa… Una fucsia se pavonea
En la pantalla verde tras ella, y escucho, a dos pasos,
Pájaros que lo han visto y chillan.
Fafou aterriza en una gárgola. Un ojo cansado
Parece apenas abrirse de perfil en el que brilla,
Sin embargo, algo, no se sabe qué de agudo…
Por allí, se oculta un nido de polluelos desnudos
Por quien la madre tiembla - Fafou sueña.
Un muy pequeño pétalo rojo, se acuesta,
Marca de un tirón su fina boca… Un bostezo.
Después otro… Fafou dormía inocentemente.
Fafou dormía, ¡os digo! Se estira,
La cola como una bayoneta,
Después como un cirio; la espalda abombada, después ahuecada. Lo peor,
Es que no parece ver, gritando desaforadamente,
A la madre del pájaro en el tejo tan próximo…
Una pata en armas, sentada, ahí está
Limpiándose, cándida, y su vestido tiene el brillo
De un bello satén de vieja dama donde se cuelga
La luz de la tarde.
¿Una dama? ¿o algún viejo diablo con hábito negro?
Fafou, no me gustan esos ojos de otro mundo,
Esos ojos de aparecido… De repente cruasans,
Ahora lunas redondas,
¿Porqué esos agujeros fosforescentes
En esa cara oscura? Sobre la tela
Que se oscurece, también - la tela del jardín
Donde los colgantes de fucsias son estrellas
Vestidas de un negro vivo que se apaga…
20
- ¡No es más que una lechada de tinta o de hollín,
Un pelaje siniestro! ¿De dónde has cogido
Ese negro pizarra de gato negro lavado de lluvia?
- ¿Gato negro o león negro? ¿Murciélago,
Búho, qué? Ya no lo sé. En la ventana,
Una cabeza en la que la oreja plana desaparece…
¿Lagarto, culebra o tortuga? ¡Ah! ¡Tan cercano que,
El pájaro mismo no sabe qué temer, qué ser
Fantástico y cambiante va a trepar esta noche
En el jardín clandestino misterio de caverna!
-En la oscuridad, en la oscuridad… Un punto luce,
Dos puntos… dos luciérnagas, verdes linternas…
¡Fafou, no quiero!
¿De dónde vuelves, demonio, de qué sabbat,
De qué gruta de hechicera,
Cuando tus ojos me provocan este miedo, de repente?
- ¡Es la hora de los canalones,
De la jungla! Caminando, pisoteando suave,
Una vendimia imaginaria, sobre la piedra,
¿Qué arma afilas? ¡No quiero, Fafou!
¡Ven bajo la lámpara! Un lazo rosa en el cuello,
Un bello lazo rosa de jovencita, rosa pálido,
Te quiero, como encima de una tarjeta postal,
Una pequeña gata negra, eso es todo...
21
El sendero de bambús
Conozco un túnel, un túnel con el porche verde,
Por donde ningún tren pasa…
En verano, el sol siembra, de un lugar a otro,
Pequeños mosaicos; en invierno,
La nieve lo tiñe de blanco; pero es verde,
Totalmente verde debajo, y los gorriones se aprietan en él,
Cada tarde, en pelotas grises, por millares.
¿Es un verdadero túnel? Al final, veo la terraza,
La casa pálida, un macizo deshojado.
Es el otoño. El viento empuja las hojas muertas;
Las empuja un largo rato…
¡Qué importa!
Al túnel no le importa. Escucho
Remover sus hojas vivas.
Ellas dicen al viento: «¿Ves;
Nuestras pequeñas hojas cortantes?
Son cuchillos verdes, sables que tus dedos
No separaron de su tallo. Ves,
Estamos aquí desde las viejas guerras
Y estaremos
En la próxima guerra… ¡Ves nuestras hojas claras!»
Y el viento dice: «Los acebos mismos se secaron,
Y el aloe feroz de flores como brasas,
Y la yuca de metal sombrío, y el cactus…
Y solo sois juncos, nada más.»
Y digo a mi túnel, para que se calle:
«¡Oh bello túnel, bendito seas de estar entre juncos!
Sois la capilla verde de los pájaros;
El sendero donde, como una princesa japonesa,
Me paseo bajo sus palmeras, soñando.
22
Para mí, vuestras hojas son alegres peces vivos,
Abanicos de seda con varillas de jade;
El penacho que llevaba en su frente Shéhérazade;
Las oriflamas de un cortejo, las cintas
De satén blanco de la vara que un pastor
Olvidó ayer bajo tus arcadas.
Vuestros tallos son finas columnas
Y no el estuche de una espada o dagas furtivas…
¡Oh sendero de bambús, misteriosos para mí
Como una dulce noche profunda y verde,
No envidies al arma que mata o hiere, al arma a la vista
U oculta, al acecho, que se moja de sangre!...»
Y el bello túnel verde, en la noche que cae.
Me mece con un ruido de alas,
Y es como un gran bosque que se adormece - o la mar,
Cuando la mar nos llama
Con todas sus pequeñas olas al frente verdes,
Olas que parecen susurrar en el aire
Como si cada una tuviera alas...
23
24
La retama
Oh retama, retama,
Creí conocerte y no sabía nada
De este olor mezclado con el rumor ligero
Que viene del fondo de las piñas, que viene
De lejanos países que son el tuyo, retama…
- Conocía tu pequeña alma en nuestra casa,
Tu pequeña alma esparcida al pie de los robles rojos
Y de los serbales con color otoñal ya…
- Pero esta rosa radiante, estas violetas purpuradas,
Estas espigas de coral de semillas apretadas,
Esta luz en finos cascabeles que suenan,
¿Las encontrábamos en nuestra casa, incluso en otoño?
- Aquí, los pinos tienden tan alto sus parasoles
Que los vientos de la duna se relajan
Y el sol juega a cara o cruz,
Libremente, sobre tus cálidos tapices que cubren el suelo…
- Es como una llama a ras de la arena,
Un crepúsculo rojo y malva interminable
Bajo los altos parasoles,
Cuando floreces, retama…
- Tus flores… tus flores son el tapiz
De un templo abierto, bullicioso de plegarias…
Entre los pilares castaños, los perfumes adormecidos
De incienso y resina,
Perfumes de siemprevivas y de musgo marino
Acompañan al tuyo, mecido en el aire…
25
-Tu alma de aquí, la descubro
En este vagón de juguete que corre cerca del mar,
En el umbral de estos países rosas y verdes
Que se abren
Sobre el verde y el rosa argentados de la mar…
Costa de Plata, 1925
26
La castaña
¿Quizás un erizo que acaba de nacer?
En el mar, sería un erizo de mar, no muy grande…
Aquí, la bola de un cardo - quizás
¿O la borla escurridiza de una bardana
O de un cactus? Pues no, en el bosque que se marchita,
En el bosque sin espinas, musgoso, discreto y cerrado,
Esta cosa ha rodado súbitamente, desde lo alto,
Como un desafío… entre las hojas que se marchitan.
Bueno, lo he comprendido. Es la estación.
Los arrendajos, a picotazos, han trabajado en el árbol.
Incluso en los parques donde velan, pensativos, a los dioses de mármol,
Tienen estas caídas sobre su césped.
Castaño de Indias allá, castaño aquí. Castaña
Ruda y salvaje, verde todavía, separada
A la fuerza de la rama donde los grandes vientos, ya, la alcanzan
El viento y los arrendajos burlones, y la nidada
De escolares armados de piedras y ramas.
¡Cómo podría defenderse! Sobre la espalda
De la dulce pradera en pendiente, ¿podrá
Deslizarse un día, a su hora, quién sabe?
Y acurrucarse en una tibia esquina, para el invierno…
¡Ah! ¿Por qué tantas espinas, tantas agujas,
Tantos puñales dibujados, pobre pelotón verde?
Una grieta… Un poco de satén brilla
Y el corazón nuevo está ahí, debajo, y de nada sirve
Ser una castaña oscura, de gusto áspero, ¡tan menuda!
Agrietada, eres una castaña casi desnuda…
27
Y la coz en la cabeza llegará,
Y el cuchillo puntiagudo, el agua hirviendo, la olla
Que suda con pequeñas risas, sollozos
En los tizones demasiado rojos; todo será
Como se dice en la ordinaria historia de las castañas.
Y no querrás, cuando me informe
En la ciudad brumosa, un grito ronco: «¡Castañas calientes!»
Cuando perciba, rollizas, pálidas, sin piel,
O agrietadas y duras con manchas de pantera,
A las hermanas de mi salvaje, todas sus hermanas
No querrás, que evoque, allá,
Un viejo árbol perdiendo sus hojas rojizas,
¿Y acordarme del golpe sordo, pesado, pesado como un cristal,
Pobres frutos muertos que caen sobre el musgo?
28
La gata y su hijo
La pequeña pantera negra de ojos dorados
Nos aporta su hijo… En la casa amiga,
Le traslada y le oculta a su antojo -
Tibia bola inocente que encontramos dormida
En el armario o el costurero, o sobre un libro…
Bebé negro, sus pequeños puños apretados,
Parece vivir en un Paraíso impreciso,
Un paraíso donde se mama y se duerme.
Sus ojos azules que, más tarde, serán dos cequíes de oro,
Mientras tanto se abren, como dos flores asombradas,
Mientras tanto no dejan ver más que una grieta, cernida
Por minúsculas pestañas que serán negras. Totalmente negro,
Desde su pequeña cabeza hasta al final de la cola,
Grave, sentada en el pisapapeles,
Su madre le vigila y nos vigila…
Y el juguete de terciopelo raso y negro, mala copia
Del gran muñeco de peluche, en sordina,
Saca de no se sabe dónde, cuando le place,
Un ronroneo de avión que parte o de rueca…
Asador giratorio, máquina de coser, cuchilla fina
De un Pulgarcito que hiciera esquí de fondo,
Algo zumba un avispón que lo busca
En su rincón en sombra, donde sueña una fiera en miniatura.
29
Ella - su madre - nos mira. Su figura,
Que encuentra el medio de evocar a la vez
El Sudán negro, el Siam amarillo y el misterio
De ese Nilo verde que refleja las esfinges de piedra,
Su figura, de repente, se crispa… Dos pliegues rectos
Achican su frente y dos pliegues alargan
El labio retorcido… ¿Es una risa muda?
¿Una risa dolorosa? No lo sabemos.
Fuera de su funda, de puntas lisas,
Diez garras, un instante, se muestran… ¿Qué le pasa?
Pues nada… Dos ruecas, ahora, giran juntas,
Y es como el chirrido ligero de un cable que
Conecta dos pequeños motores, en el aire que tiembla.
Coronado por el público, jurado de «Vigilias de París», en el concurso Juegos
Florales de Francia, 1925, este poema obtiene el quinto premio.
30
La cabra
La hierba es tan fresca, esta mañana,
Que su terciopelo tierno nos persigue -
Su terciopelo nuevo que huele a menta,
a joven hinojo y a tomillo.
La vaca se estira, golosa,
Hacia el campo de tréboles vecino.
Todos los verdes bordean el camino
Del verde ácido al verde almendra.
Pero es un terciopelo demasiado cuidado
El que se alinea entre las vallas…
En las zarzas, a la aventura,
La cabra ama arañarse.
Ama el verde de los matorrales
Donde la sombra se vuelve un poco rojiza,
Y ese verde de los árboles casi azules
Que todos los vientos de tormenta asaltan.
Mucho más allá de los surcos
Y de los huertos encharcados de savia,
Las campanas de ensueño
esparcen sus carillones...
A veces, un toque de difuntos les acompaña…
Pero hace bueno, ¡es por la mañana!
Cabra del Señor Seguin [cuento de Alphonse Daudet]
No mires la montaña…
31
La glicina
¡Oh bello pie de glicina
Que trepas en la azotea!
Glicina en flor, tierna glicina - azul pavés
de las rejas, de los balcones, de los muros demasiado nuevos, de los techos
Demasiado viejos - ¡flexible glicina!
Esta mañana, bajo el cielo tembloroso como tú,
¡En tus racimos y tus hojas
Todo el milagro azul de la primavera me acoge!
En mariposas, del azul se deshoja…
Del azul… del azul matizado de las lilas,
Un violeta tan dulce que no se sabe
Si vemos manojos de iris o de lilas.
En el suelo hay un campo de pétalos.
¿Jacintos, pálidas violetas?
No, pero, en el aire, una guirnalda que se extiende,
que se deshilacha, que desliza gotas de satén...
Llueve malva. Ha llovido esta noche, esta mañana.
La tierra es malva; la hierba malva. El jardín
Es un jardín parecido a los que imagino
Alrededor de un pequeño puente sobre lotos, en China.
Jardines de Asia… Sombra al pie de las colinas,
Tejados recogidos, estanques floridos y murmurantes...
Es como una fresca felicidad desconocida que me levanta,
Una felicidad matinal, hecha de un aire tan transparente,
De colores y de olores tan finos,
¡Que se siente todo el alma festiva de las glicinas!
32
¡Oh glicinas!, collar de canalones angustiados,
Mantón ligero del parque de grandes escaleras blancas
Y de la piedra de los viejos bancos
Ante los rastrojos en ruinas;
- ¡Parra de racimos de azur, festones de plata,
Vitral de obispo donde cada palma dibuja
Entre pendientes de amatistas, en filas;
Copos de incienso, claros sobres olorosos,
Que caen sobre mi frente, sobre mi pecho,
Como un presente de mayo!
- Glicina,
Cuyo nombre griego quiere decir: dulce, dulzura,
Vino azucarado… cuyo nombre es como un licor,
Como un perfume en la brisa mimosa,
Cuyo nombre, dulcemente, se desliza como tus flores,
Te saludo en el umbral del Bello Verano, Glicina…
33
La uva olvidada
¡Adiós, cestos! ¡La vendimia está hecha!
¿Qué esperas, uva que conozco, dulce uva viva
Que se obstina, uva tierna?… ¡Es la hora!
Como las castañuelas,
Chasquean las hojas secas al viento.
Sobre las huertas, la viña ha cantado hasta el final
Su canción roja. Y, por todas las rutas,
Los carros se han ido, como ebrios. Todos,
Todos los racimos han sangrado todas sus gotas.
¿Qué esperas tú, uva desafiando el Otoño rojizo?
En voz baja canta el mosto,
En voz alta el viticultor,
Con voz lejana y sin entusiasmo, el tordo…
- «¿Dónde viviremos ahora?
¿Dónde? dice el tordo. ¡Oh racimos dorados,
Oh racimos negros, oh racimos azules!»
- «¡Clic, clac! - cantan las hojas secas -
La campaña color melocotón,
Miel y frambuesa está ya muerta un poco.
Estará muerta mañana por muchos días...»
¡Ahí estás sin embargo joven y viva,
Sola en medio de la trilla gastada, a la espera
De no se sabe qué felicidad, uva de fresco terciopelo!
34
Uva de zafiro con reflejos de rubí,
Uva madurada después de las otras, retenida
Por un giro loco entre dos ramas nuevas,
¿Qué esperas? Ves, el viento arranca el hábito
Del suntuoso plátano. Sufres,
Sufrirás el viento, sufrirás la lluvia,
El hielo… «Qué importan la hora fugada,
La hora por venir, di, vi...»
¿Pero quieres vivir,
Vivir, incluso como bola de escarcha,
Incluso como carne blanda, con arrugas deslizándose en
Tu pequeña figura de de negra?
(Porque te volverás vieja y negra; presiento
Ya cosas tristes: la vejez,
El marchitamiento, el aburrimiento…) sobrevivir ahí,
Fuera, entre el invierno de largas quejas,
Incluso secada en racimo Corintio,
Incluso ahogada como una esponja, ¿esto
Quieres pues?… sea. El hombre y el pájaro lo olvidarán.
¿Pero no piensas en todas esas uvas, tus hermanas,
Tus hermanas de sangre roja o dorada yéndose
Por los grandes caminos de la tierra,
Hacia los puertos, las villas en llamas, los burgos, allá,
Allá, en pesados toneles o raros frascos?
¿Tus hermanas, qué sabes de su vida, más allá
De tu estrecho vergel?
Vinos ardientes o mostos, vinos moscatel, vinos ligeros,
Vinos que huelen a rosa y mora, y se emparentan
Con nombres cantarines de viejos países… dime,
¿Qué sabes de ellos? - «Nada. Su destino les conduce.
Vivo; no soy más que una uva…
Espero, donde me ves,
Caer sola y germinar quizás.
El surco me hará como un nido, bajo el techo
De la vieja cepa temblorosa, un nido donde puedo renacer
Un tallo salvaje y libre… ¡Quiero ser
Todavía joven viña en los bellos días que vendrán!»
A plena voz canta el viticultor,
Con voz lejana y quejumbrosa, el tordo...
35
La paz
¿Cómo la imagino?
Pues bien, no lo sé…
¿Quizás niña, muy rubia, y sosteniendo entre sus brazos
Ramas de glicina?
Quizás más pequeña todavía, sabiendo
Solo sonreír y murmurar en una cuna inclinada
Entre los dedos de una vieja mujer que tararea…
A veces, también la creo vieja… Bella, sin embargo,
Con la belleza de las Madonas
Que se ven en los vitrales antiguos. Hace tiempo -
Mucho antes de los vitrales - fue ese rostro
Inclinado sobre la fuente, en un paisaje azul
Donde los dioses griegos tocaban la lira, por la noche.
Pero apenas un momento después iba a sentarse
Al pie de los olivares, entre las violetas.
Bellona había tendido su arco… Debía huir.
¡Tanto huyó, que la dulce forma solo se detuvo
Para amenazarla otra vez y traicionarla!
Desde que la tierra es tierra
Huye… La creo pues vieja y ya no oso
Tocarla el velo que le presta su misterio.
¿Es humana? ¡He creído
Ver un niño con las pupilas tan tiernas!
36
¿Dónde? ¿Cuándo? Sobre aquel camino hay que esperarla
¿Y bajo que rasgos la reconocerán
Los que, desde siempre, la visten en sueños?
¿Está en el cielo azul de este día que se acaba
O en el alba del rosa abrileño?
¿Separando, el trigo maduro, paisana
de manos morenas
Sonríe al soldado herido?
¿Cómo la veis, pobres gentes harapientas,
Vosotras, madres que lloráis, y vosotros, pescadores de luna?
¿Ha regresado a los Bosques sagrados,
A los misales floridos de las leyendas?
¿Duerme, viejo Corot, en las nieblas doradas?
¿En las tuyas, color lavanda,
Dulce Puvis de Chavannes? ¿en las tuyas,
Dónde se desvanece, Henri Martin, en tu luz?
Y después, me acuerdo…
Un sonido puro de flauta, tan fresco, aéreo,
Entre los acordes lentos y graves; la sordina
Bulliciosa de los violonchelos os mecen
Como un océano en calma; una campana al paso,
Un canto de pájaro, La Música divina,
Esa música de una flota que juega,
Una noche, en el cálido silencio de una villa;
Mozart dándote su gran alma, paz frágil...
37
Me acuerdo… ¿Pero es quizás, al fondo, quién sabe?
Mucho más simple… Eres tú quien, la conoce,
Sin lugar a dudas, viejo hombre con capa,
Viejo pastor de senderos dorados y retamas,
Esa paz de los montes solitarios y las landas,
La paz que solo necesita un grillo para expresarse.
A lo lejos, el resplandor de una lámpara o de una estrella;
Ante la puerta, de aspecto un poco embalsamado…
¡Qué simple es, ves! ¿Quién hablaba de tus velos
Y por qué tantas palabras para describirte? Ves,
¡Qué importan las imágenes: casa blanca,
Oasis, arco iris, ángelus, domingos azules!
Qué importa la manera en que cada uno la lleva en sí,
Incluso sin saberlo, tu reflejo que apacigua,
Dulce promesa a los corazones de buena voluntad…
¡Ah! ¡tantos verbos, adjetivos, perífrasis!
— Yo que la siento a veces, en el jardín, en verano,
Tan cerca de dejarse convencer y de permanecer
Cuando los hombres se callan...
38
La rosa azul
No te conozco, rosa que no es rosa,
Ni color del sol, ni rojo terciopelo,
Ni blanco de pequeña monja, que me causas
Una ansiedad vaga, extraña rosa.
No te conozco, te sé de alguna parte,
Del florista en boga — al abrigo de un invernadero —
O en un parque demasiado bello como avivado por afeites
Y orígenes ficticios — de alguna parte
Donde la abeja misma duda, un poco temerosa.
Jardineros demasiado sabios, ¡qué habéis hecho!
«La rosa mosqueta que tendía hacia mí sus ramas vivas,
¿Qué habéis hecho de ella?» dice la abeja temerosa.
«¿Qué habéis hecho de ella?» dice la cetonia con gorro verde.
Y el Amor desnudo, sobre su columna, haciendo penitencia,
Dice: «¿Qué habéis hecho de ese tierno universo
donde libremente las flores cubrían los caminos verdes?»
¿Qué han hecho, que han hecho contigo rosa de los setos?
Demasiado suntuosa o demasiado pálida de repente,
Cada primavera ya nos pareces menos verdadera
en la milagrosa fiesta de los jardines…
Y hete aquí el azul convenido de las turquesas,
el azul de las hortensias azules, los lotos azules,
cielos demasiado azules sobre porcelanas chinas…
Hete aquí azul, ¡oh rosa azul! Un poco falsa
39
¡Cómo ojos que mintieran, bellos ojos lisos,
anchos y orgullosos, bañados de azur… junio se desliza
en el pequeño corazón fresco de las rosas de antaño!
Y yo sueño con el azul de la salvia de los bosques,
con los redondos ramos adornados en corona,
de adorables miosotis, un tanto marchitas;
con los acianos de los vastos campos dorados cosechables;
con las vincas de abril, con las campanillas de otoño;
Sueño con todos los ojos que se abren para ofrecer
todos los tonos azules del agua, del aire, de la pedrería:
el azul de la luparia, la dulzura florida
del cándido lino, la mirada clara del romero…
ese reflejo marino que tienen los ojos de los marineros
y los mechones de cardos a lo largo de las costas…
¡Sueño con la canción que se canta en voz alta
o tan discretamente en la cruz de las fosas…
Sueño contigo, sueño contigo, oh canción azul,
que cantas a los pobres corazones y los meces!
Os vuelvo a ver, jardines de la periferia
con rostros de flores que hacen pensar
en niños en una habitación; te veo,
ventana en sombra donde se cultiva un jacinto...
40
Y vosotros, campos de Harlem, brumas donde se tinta
el carillón de otros jacintos; azul de los techos
drapeados por una glicina; pólvora fina
de una espiga de lavanda al sol de las colinas,
mañanas azules, países azules, os conozco bien,
aquí, solo por los perfumes del viento que corre...
… Y otros, mejor que yo, cómo se acuerdan,
se acordarán de los veranos antiguos, de los olores vivaces.
¿Pero alguien dirá, oh rosa, infante azul,
Dama extranjera que sorprende, incluso allá,
en esos parques donde los pavos reales arrastran su cola,
dirá que te conocía, Princesa azul?
El mismo poeta, ¿osará
Franquear la rejilla o regatear la gavilla?
tantos senderos azules, después de abril,
de un azul demasiado simple… ¿Osará?
E, incluso osando, ¿qué saber de una rosa
que ya no es esta rosa con el alma de ayer?
— ¿El tiempo de los dioses y de las metamorfosis,
volverá, sin embargo, dama azul que fue rosa?
¿Los Cuentos de Perrault?… Los he soñado tanto…
ya sabes, varitas mágicas, brebajes
transformadores, para perderla o salvarla,
a la Bella que un Príncipe había soñado…
41
¿He soñado tanto, como el Príncipe, que, quizás,
bajo tu disfraz, te reconoceré?
Vale, no es culpa tuya… y pueden ponerte
Un ropaje azur sin mentir demasiado, quizás…
¿Orgullosa? ¿Te creen orgullosa? Yo diría:
«¿No adivináis que ser una rosa azul
es estar sola y triste?...» Y el secreto
de tu olor perdido también, lo diré,
para que te acojan con dulzura, Rosa mía...
«A propósito de una flor azul», tema del concurso de Juegos Florales Berruyers de
1925. El poema ganó el primer premio.
42
El cine
(Para un viejo Señor
que no comprende el cine)
Agujero de sombra. Gruta oscura, donde vagamente se siente,
Mover a los seres. La palidez de la pantalla desnuda
Como una bahía abierta, al fondo, sobre lo desconocido…
Música en sordina, tibieza, cuchicheos,
Olor a mandarina,
A azúcar de caramelo y almendras tostadas.
Espera, carillón de un timbre que se obstina,
Pequeña danza de resplandores esparcidos.
…………………………………………….
Después, golpe de sol brusco. El misterio
De este cuadrado de nieve animado.
Floraciones de jardines, picos, ríos, rincones encantadores,
Rincones trágicos, villas, bosques, la vasta tierra…
La vasta tierra, y el vasto cielo, y la magia
De los rostros parlantes, de los ojos, de los labios,
Sin la voz.
Gestos precisos, calma, energía
O nervios que ceden, Fiebres,
Felicidades y desesperaciones. Palabras, ¿para qué?
Una sonrisa, una lágrima,
Un pestañeo…
La emoción no está en el ruido.
Una línea, puntos… he aquí el hilo
De la historia triste o feliz que se desarrolla.
43
¿Te gusta ver a los hombres agitarse?
Sentado, miras la multitud.
¿Amas el desierto? Lo recorres, en verano,
Bajo un torrente de fuego, sin otro contratiempo
Para ti que dejar correr la arena… Llanuras,
Montañas, mares, te liberan sus secretos,
Y el polo está tan cerca
Que Nanouk el Esquimal lo acoge como hermano;
Y la jungla está tan cerca
Que te vas con el cazador de panteras…
¡Oh bellos viajes que jamás harás!
Todos los héroes, los conoces,
Los de la Historia y los de la leyenda;
Todos los cuentos de las Mil y una noches,
— Los cuentos de antaño, los de hoy —
Y los templos, y los palacios,
Y los viejos burgos o los claros de luna menguante…
Los conoces… Los conoces, tú, prisionero,
Quizás, de muros grises, de cosas grises, tú
Cuya vida es gris o peor…
¡Ves, flores que se abren, pájaros que te invitan, ves:
En los vergeles de Aladino se llenan los cestos…
Recogida de sueños, tú que fuiste un prisionero!
Así como un arca de porfirio
La muralla se aparta… ¡Evádete!
Llueve, donde el viento sopla sobre el techo,
O es un julio que arde, o en la calle,
Demasiados domingos con demasiada gente que charla,
Ven este pequeño rincón maravilloso y mira...
44
Aquí, la hora es vivida,
Incluso terrible — ¡todos los dramas son posibles! —
No es más que semi terrible,
Y hete aquí, como los niños muy pequeños,
Ríes, tú que llorabas… Ríes,
Tú, viejo, como los escolares a los que nada extraña.
Charlot está ahí… ¡Charlot! Y Keaton, y Fatty,
Y para esa risa sana, conquistada
Sobre ti mismo, te dan
Lo mejor de sí mismos.
Arte mudo, sea… No añado nada. Tú lo amas,
Tú lo amarás, digas lo que digas, el arte vivo
Que te ofrece su rostro nuevo y su lenguaje,
Sus ralentís, sus atajos, todos sus milagros,
Todos sus decorados móviles…
Cerca de estas gentes que, en la sombra, se borran,
Ven solamente a sentarte, ¿quieres, sin tomar parte?
De la noche de una sala estrecha, a los largos muros grises,
Mira este milagro: ponen una película…
45
El citiso
No, no es una glicina. En lugar de racimos malva,
Son racimos de oro…
Parecen pendientes de antaño, en bello o salvaje…
O pastillas de ámbar, o el confeti de oro
Que se arrojaría, en una gran boda,
El pequeño sendero… El decorado
Donde se encienden antorchas. ¡Ves flamear el paisaje!
Surge el viento.
Y es una cascada luminosa de topacios,
Un gran fuego artificial, un chorro de agua que se inflama,
¡Un catorce de Julio en mayo! ¡Ves, en el viento,
La alegría ardiente de la primavera!
Ningún cañón, fuera, ni Bastillas tomadas.
Es la fiesta rústica del Citiso.
Con el cabello al sol,
— Papillotes. Joven peluca alborotada —
El Citiso se despierta. Es parecido
A alguna página dorada saliendo de un mágico sueño.
Fue un árbol muerto — y aquí está parecido
A la Primavera misma, sacudiendo su cabeza alborotada…
Lanzados por la mano de un Genio, o por las hadas,
Se dispersan pequeños cascos amarillos, tan ligeros,
Tan menudos y barnizados, que maravillan
Al brusco viejo ciprés, calzado de marrón. Y las abejas
Van y vienen, con ese ruido que se escucha en los huertos.
Y yo, como tú, viejo ciprés, me maravillo
Largo tiempo, ante esto, que nadie parece ver,
— Salvo nosotros dos — el joven citiso en flor, al filo de la noche.
Décimo premio en los Juegos Florales de Francia en 1925
46
El funicular de Larrún
Juguete de madera guarnecida, el pequeño tren se alza
Por sus caminos, que atemorizan un poco,
Hacia la cima que parece huir, lila y azul…
El aire vivo huele a árnica, bálsamo y regaliz.
Juguete de madera guarnecida, el pequeño tren se alza.
Las ovejas extrañadas le miran llegar…
Parecen sin embargo — él de madera, ellas, de lana, —
Adquiridos en el mismo bazar, en cajas de regalo.
Un rayo de sol se divierte rebarnizando
Cada vez, al juguete que miran llegar.
Abajo, se ensombrece la garganta romántica
Donde duerme, al acecho, el tejado de morenos contrabandistas.
A lo lejos, picos que parecen almendros nevados;
Y, sobre todo la costa donde danza el Atlántico,
y galopan grandes nubes románticas.
47
País Vasco y sierras... América, más allá
De este velo plateado, punteado de navíos.
Oruga de cinco anillos, el tren de juguete se estira
Hacia la cima donde el azul se difumina en lila…
Ves esta agua plateada — América más allá, —
Ves este verde de prado, este amarillo de duna,
Este marrón de las piñas, esta blancura de las villas,
San Juan de Luz, Biarritz y Bayona, ¿y eso
Que reina aquí ya, a medias, sobre el Larrún,
Ese color de España donde se calienta la duna?
Entre dos rocas gigantes, Don Quijote aparece,
¿Sientes, sientes el viento que te hiela y te, quema,
— Que te quema a mediodía, y te hiela al atardecer —
Azotando tu capa, arrancando nuestras boinas?
Sobre el alero de los molinos, Don Quijote aparece.
La campanilla del tren suena como una loca…
Ya es hora… Descendemos. El pequeño tren se va.
Allí en lo alto, permanece de pie, moderna Quebranta,
Mi sur francés y mi sur español,
El vendedor de bizcochos — ¡A Dios, señoritas! —
Mira gravemente al juguete que se va
Con su esquila tintineando como una loca.
48
El jazmín
Nombre de flor… Para vosotros, quizás no es más
Que un nombre encantador, sin más. ¡Y lo es tanto!
Para otros, quizás, al final de la primavera,
En el aire tierno, un perfume que creen reconocer.
La flor misma… la han visto un día; saben bien
Que es blanca y pequeña y ríe en las horas cálidas
Con la frescura de caídas palmas de esmeralda.
Pero, para mí… de todo lo que es para mí, nadie sabe nada.
Nadie, si no ha, como yo, contra su mejilla,
Sentido los finos pequeños dedos acariciantes
De un arbusto inclinado en la noche que cae,
Y sentido como estrellas que se deshacen
Cuando el viento juega con las ramas — nadie, fuera,
O bajo un cielo parecido, si no ha, por una rama
Por una rama de donde se desliza un ramo de estrellas blancas,
Conocido la gracia de un jardín salvaje y su dulzura,
Nadie sabe… Oh joyas vivientes, pétalos
Hechos de nieve y de leche, de joven esmalte,
De nácar o de marfil tan blanco, blanco coral,
De carne de jacinto o de ixora tan pálida,
Blancura que en su blancura, entre un sanguíneo clavel
Y el amarillo pompón de una rosa, española,
La parda España, quiere como al frente blanco de sus montañas —
Blancura que parece un talismán, blancura donde se siente
Algo del cisne, de las palomas,
Del armiño — y que llega, como el incienso,
De un sol que arde bajo cielos deslumbrantes.
¡Mi jazmín de Oriente! mi jazmín que recae
49
Del viejo muro que conozco en un jardín gascón.
¿No eres realmente todo lo que imagino?
El alma de los limoneros, de los laureles-rosas, de las glicinas,
La respiro en vosotros como en un balcón
Girado hacia los países de las caravanas…
Estoy en la terraza donde las flores se deshacen
Como bellotas perlas sobre vuestras frentes,
¡Graves jovencitas musulmanas!
Trenzo como vosotras collares de sietes filas —
Y un viejo vendedor color dátil seco
Que me vendió ayer sus olorosos frascos
Para rociar ardientes gotas en la fresca noche...
Y puedes estar allá, mi dulce jazmín,
Rosa como la rosa o rubia como la abeja.
— La mimosa de Egipto tiene matas parecidas,
Las rosas de Isfahán tienen esos tonos de carmín —
Pero permanecéis para mí del blanco de las conchas,
Minúsculos conos de alabastro, cera en lágrimas,
Migajas de claro de luna en los agujeros negros del follaje,
Flores de mi bello jazmín salvaje, cuyo corazón
Parece oculto en el estuche blanco de una veladora.
¡Ese blanco que veía, a lo largo de nuestros caminos,
En el embrujo de una jornada dichosa,
El gran poeta de los nuestros [Jacques Boé, Jasmin], que brizna a brizna,
Recogía, ramos en Gascogne, para su Musa!
50
Totalmente blancos, os tendéis a las mariposas que se divierten
Alrededor del Ermitage, entre las espalderas.
Al abrigo de los viejos pozos ponéis un airón;
Coronáis el techo inclinado de Françonnette [poema de Jasmin]
Y, para el Ciego, perfumáis Castelculier [poema de Jasmin].
Es porque, el Poeta y vosotros, lleváis sin duda
El mismo nombre que ha escogido una hada.
Es por lo que se os quiere, engalanando la ruta
De los que van, cantando las flores de su país.
Jazmín, jazmín de plata, ¿no eres la imagen
De la estrella que los pastores seguían con los Magos?
La noche ha tomado su capa gris… ¡Conducid
A través de los jardines el largo peregrinaje!
¿Quién verá jamás vuestro pequeño rostro,
Tan menudo, tan menudo, bajo las ramas entrecruzadas,
Tal como, yo, lo veo, sin tan siquiera abrir la puerta,
Sin tan siquiera tener necesidad de mirar fuera,
Si es el tiempo del primer escarabajo con alas de oro?
Estás ahí… si es invierno, ¡qué importa!
Ya que, a mis ojos, no te marchitas,
Misterioso jazmín que me habla muy bajo,
Ya que no puedes tener para mí hojas muertas.
51
La mariposa nocturna [La polilla]
En el cielo, una flor sombría
Va silenciosamente…
Pequeño barco a remos,
Avión planeando en la sombra.
Sobre las alas, grandes ojos...
¿Qué pájaro misterioso,
Velloso, menudo, va, remando,
Va silenciosamente?
Es a la hora en que los perfumes
Se desprenden uno a uno
Geranios demasiado pesados
Y verbenas arrugadas,
Cuando una mariposa de terciopelo,
— Como una flor de pensamiento —
Deja los parterres de sombra.
En el cielo, una flor sombría.
No enciendas, tú que sabes,
La lámpara de las pérfidas claridades…
Ve, al pavo real nocturno como devana
Su hilo en zigzags mudos.
No enciendas, tú que sabes…
Deja la habitación en sombra,
Una flor en el cielo sombrío...
52
La pequeña seta
Vale, te reconozco, joven seta de los bosques…
Al borde del camino vacío, es a ti a quien veo
Abriendo tímidamente tu paraguas.
¿Ha llovido esta noche sobre la zarza y el hongo?
Ya, el sol tierno seca
Las más altas hojas del bosque...
¿Querías garantizar las mariquitas?
Hace bueno. ¡Serás joven seta, una sombrilla,
La sombrilla en satén marrón de un rey de Lilliput!
No te muestres demasiado, sobre todo… El camino bulle… ¡calla!
¡Haz rápido una señal a las mariquitas!
Gente con grandes pies vienen hacia ti.
Te buscan, mi pequeña seta…
¡Que el tojo zumbante de avispas,
El enebro y el acebo escondan los anchos techos
De tus mayores, las hermanas setas,
Porque lo uno lleva hacia lo otro y la sartén está al final!
Aquí imprudentemente todo un pueblo crece:
¡Rojo y color sangre, verde y color musgo,
Chantarela de bonete rojo,
Sombreros rojos, verdes, dorados, por todas partes,
Los techos de un redondo pueblo crecen!
Desde la oronja con forma de huevo, el fresco champiñón blanco
Forrado de crepé rosa,
Hasta el malvado boletus que llaman Satán,
Los reconozco todos, los alegres, los morosos,
Los pérfidos, los buenos, los grises, los negros, los rosas,
Tus primos del húmedo otoño y de la primavera...
53
¡Pero es por ti, querida pequeña seta, por quién tiemblo!
Aún no eres más que un grueso clavo bien clavado;
Tu cabeza tiene el lustre del castaño de las Indias y te pareces a él.
¡Sobre todo, no alces al revés del foso
Tu casquete de monja! te verían… tiemblo.
Yo, tú lo sabes, cerraré los ojos.
Expreso, te olvidaré bajo una hoja seca.
Te olvidaré, pequeña Pulgarcito. Ni puedo, ni quiero
Ser para ti el Ogro que sueña con carne fresca…
¡Pasaré cerrando los ojos!
En mi cesto, llevaré algunas flores, una fresa…
Nada, quizás… ¡Pero tú, sobre el talud,
En la hora en que los caminos se callan,
Levanta tu capuchón, ya no temas!
Parda y dorada, sobre el talud,
Desarrollarás una cúpula tan redonda,
Tan ancha, que la luna en marcha — un segundo —
Se detendrá para frotarte con su blanco dedo. La noche
Se hará dulce a tu alrededor, azulada y profunda.
Linda choza de salvaje — mesa redonda
Para las ranas cuyo ojo amarillo y soñador luce,
¡Mi seta! Ya no serás un clavo en la hierba verde,
Sino un pino-parasol en la sombra donde se concentran
Las hormigas que, siempre, van en largas procesiones;
Serás una bella tienda, abierta de par en par,
Donde los grillos vendrán a cantar, de noche...
El poema ganó la segunda medalla de plata en el «Jazmín de Plata» de 1925
54
El primer ciclamino
Es pequeño… es un bebé.
Su primera flor está abierta.
Parece un volante tumbado
Al borde de unas raquetas verdes.
Diez hojas redondas de lunares blancos
Sobre tallos rosa praliné…
Bulbo inflado, que parece
Dormir bajo la fina tierra…
¡Calla! Otros dos botones están listos
Para mostrar su pequeña nariz roja.
Es un bello rojo de vino fresco,
Una pluma de Indio que se mueve…
Y mañana, tres pequeñas boinas,
Tres boinas de obispo de broma,
Con un aspecto tan cómico y joven,
Saludarán… para decirnos tanto
Sobre esta fiesta de la Primavera
Cuya apertura anuncian,
Que no sabremos — dubitativos
Ante el estrado en miniatura —
Si se trata de este Buen Tiempo
Que caza «viento, lluvia y frío»,
O tres pequeños charlatanes
Contándonos la Buenaventura.
55
El tamarisco
Todo el invierno, el laurel te ha desafiado. Todo el invierno,
Los dos tejos, abanicándote con sus espesos flecos,
Te han dicho: «¿No amas este frescor del aire?»
Y el cedro estaba verde, el ciprés estaba verde,
Y los bambús hacían gestos de alegría,
Y la palmera jugaba en el oasis…
Y la yedra vestida de verde botella, y el musgo
De lana verde rana, y la hierba verde maíz,
Se burlaban de ti, cubriendo el suelo pardo con una funda,
Donde la escarcha cosía botones de cristal…
Y la magnolia de loza barnizada,
El evónimo acompasado, la yuca de metal,
Miraban con ironía
Tus ramas ateridas… El boj mismo, el boj
De los buenos viejos jardines del presbítero,
Parecía fatuo y saciado sobre un trozo de tierra
Amplio como la mano y la «alcachofa de los pozos»
Encuadraba el estanque con rosas agresivas...
Y todos decían: «¡Ves, gracias a nuestras hojas vivas,
Jamás existe el invierno, jamás el invierno!»
Y ante ti, tan descubierto,
Tan desnudo, tan magro, con pequeños dedos tan frágiles,
Me detenía, sin saber…
56
Mi arbusto ligero, cuya frente greñuda
Rizada por la brisa de mar de tibias alas,
Adquiría allá, al sol, un verde tan dulce,
Un verde que se tintaba de rosa en todas las puntas
En cuanto el tiempo de las flores abría su caja de pólvora
Y su estuche rojo perfumado —
¿Debería decidir
No ver más tu fino rostro reanimado?
¡Ah! ¡qué poco me importan, los otros, los tenaces,
Los siempre verdes, si debes permanecer desnudo!
Jamás comprenderán lo que hay de gracia,
De encanto delicado en tus brotes menudos
Cuando resucitas,
Tamarisco mío, porque el inverno es el invierno…
Haber temblado por ti, cuando se inclinan rápido
Sobre la primera pelusa imperceptible ayer,
Y cómo te aman por este verde, este tierno verde
Tan milagrosamente nuevo, después del invierno...
57
Las flores de haba
Un olor a vainilla, insistente, tan dulce…
¡Las habas están en flor!
Una mariposa, después dos, entre los jóvenes brotes —
Ya, este amplio perfume pleno de dulzura…
Abriga todo el valle que sigue la ruta
Invade la llanura, toda.
Las habas están en flor…
Lazos de satén, blancas escarapelas,
Conchas de nácar donde tiembla una señal negra,
¡Flores de haba! Tended vuestros pequeños incensarios
A este buen viento cálido que improvisa…
¡Escalonad vuestras blancas escarapelas!
¡Derechas, en terciopelo verde-gris,
Las hojas, en vano, montan guardia!
¡En vano, cada una adquiere
Como un reflejo de acero, doblando su terciopelo gris!
Yo, sé, flores de haba,
Que simuláis apresuraros alrededor
De este pesado tallo donde se espesa la savia.
Cascabeles de este sonajero demasiado pesado
Veláis, a vosotras mismas, vuestro sueño…
¡Alas! Queréis alas y sé,
Cuando el viento juega a las raquetas en la llanura,
Que estos volantes que van y vienen
Estas pequeñas plumas que suben, sois
Vosotras, nadie más que vosotras, las flores de haba, que se suponen
Inmóviles, sobre el pie verde que os retiene.
58
Una parte, otra se posa…
¿Quién lo pone en duda? No confesáis nada.
¿Debéis, tan cerca de la tierra,
Permanecer allí quizás? ¡Id,
Yo, solo sé que no sois esta cosa ligera,
Una mariposa de abril, echa para volar!
¿Por qué solo los árboles tendrían sobre sus ramas
Mariposas pudiendo abrir sus alas blancas
Y jugar con el viento, por qué?
Mañana, alzando un pequeño dedo
— Estuche velado de la primera vaina —
No tendréis una fila de perlas, ya grandes,
Y seréis habas salvajes, sin perfume.
Mañana, las mariposas se irán una a una
Hacia las acacias de la colina…
El viento jugará más lejos, eso es todo. Vuestro olor fino,
Insistente, tan dulce, vuestro olor
No lo olvidaremos… No lo olvidaremos ya, habas en flor...
59
Las mariposas de día
En el cielo, una flor de haba,
Que gira y vuela y da vueltas…
Copos que pasan saltando
Y que la brisa levanta…
Alas abriéndose como ojos…
Mariposas blancas, mariposas azules,
Atraídas por el olor de las corolas…
¡Flores que vuelan y dan vueltas!
Felices fuegos artificiales lanzados
En el campo, sobre las hayas;
Arboledas de zafiros y rubís
Dispersados por un golpe de viento…
En el cielo, una flor de haba.
60
Los peregrinos de la duna
Los pinos… Los pinos de verdes cabellos,
Con sandalias de oro y cobre.
Uno por uno, dos por dos
Derechos ante ellos,
Se marchan, como ebrios…
Ebrios de sol, y de viento,
Los brazos tendidos, a menudo inclinados —
En tanto el viento les empuja a lo largo
En tanto el sol muerde hasta hacer sangre
La duna rojiza
Los pinos se marchan, cargados de incienso,
De oro y de mirra, hacia allá abajo,
Hacia países que no conocen, tendiendo los brazos...
Los pinos se marchan con ruido de alas,
Con ruido de pasos, con ruido de voces sobrenaturales.
Los escucho, los escucho… A paso ligero,
El bosque les sigue, como un rebaño sigue al pastor.
En voz baja, boca cerrada,
Como los cantantes de Ucrania,
El Océano cuenta sus penas.
La última marejada, calmada
Arruga y desarruga tejidos que arrastra…
El viento juega a imitarlo, en los remolinos
De los pinos en marcha.
61
Oh patriarcas,
Verdes peregrinos de arenas rojas,
Peregrinos hacia no sé dónde,
Sois vosotros quienes marcháis, sois vosotros
Quienes hacéis, bajo mis pies desnudos, estremecer la duna…
La noche cae… Y quizás aquí
Soñemos, mojados de luna,
Noches malvas, gris pálido también,
Y diáfanas…
Vuestras noches, Puvis de Chavannes [pintor]…
Yo, he visto pinos, uno por uno,
Volverse azules, volverse pardos,
Los he visto, azotados de espuma,
Dislocados por el viento salvaje.
Y conduciendo siempre, siempre,
El mismo largo peregrinaje…
Alucinados, ciegos, sordos,
Los he visto como Don Quijote,
Los he visto como el Judío errante,
Calvos, jorobados, mancos, tambaleantes,
Sombres chinescas de lado.
Y por detrás, he visto, apresurados
Como las ovejas de la fábula,
A otros pinos, todos los pinos heridos,
Aferrados a las pendientes de arena…
En los tiestos de arcilla, sangraba
Su savia espesa, gota a gota…
Los primeros pinos seguían su ruta.
62
Yo sola les acompaño…
¿Hacia la España de los milagros?
¿Hacia qué sierras, qué castillos,
Qué tabernáculos?
No, no me digas demasiado alto
La historia de los pinos de la duna,
La historia verdadera en cuatro palabras…
Pues veo, a la luz de la luna,
A la luz del sol, verde o pardo,
Marchar al bosque ante mí…
Y es verdad, porque así lo creo.
Costa de Plata, agosto de 1925
63
Mañana de otoño
Es una mañana… no, una mañana de Corot
Con árboles y ninfas — sobre la tierra,
Es un rincón muy pequeño, entre muros de piedra
No muy altos…
Es una mañana en el pequeño jardín del presbítero.
Es una mañana de otoño:
Viña roja, dalias amarillas
Pequeños dedos retorcidos de crisantemos rojos;
Un girasol mostrando su rostro de rey negro
Bajo una vieja diadema de plumas rígidas, un poco magras…
Regadera verde, cerca del geranio en tiesto.
Es una mañana, sin ninfas de Corot.
El cura duerme, la casa duerme, el camino duerme,
Mientras que, dulcemente, caen piezas de oro…
Es una mañana de otoño…
El alba, que se ha levantado a paso de lobo, primero tirita
En albornoz rosa… después se echa a reír en el cielo,
Y todo se vuelve rosa como ella, y ríe como ella,
Y son claridades rosas y rubias tales
Que el pequeño jardín dorado parece irreal.
Despierta sobresaltada, en el campanario, la campana suena:
«¡Rápido! ¡Rápido! ¡Levantaros, buenas gentes
Es de día! ¡Una mañana de otoño!
¡Suena! ¡Hace buen tiempo!
Escucha, vieja servidora de cofia blanca, del presbítero.
Es la hora, levántate, viejo cura;
¡Ve los pájaros, ve la luz!
Coge tu sotana y tu bonete cuadrado,
Abre la puerta y vete… ¡el tiempo es oro!
64
La avenida tiene todos los tonos salvajes de los viejos misales…
Ve rápido, no te rezagues, bajo el gran cielo,
Al pequeño jardín lleno de alegría…
Color fuego, color flores, color miel,
¡Es demasiado bello! lo tomarías por un altar.
Te perderás la misa...»
65
Nivoso
(4º mes republicano)
Deja caer las plumas de la nieve…
Los pájaros que las han perdido
traen novedades totalmente blancas…
Las alas que las han perdido
han planeado sobre Finlandia y Noruega.
Han acariciado bosques blancos
y vertiginosas extensiones
donde el sol friolero, al poco tiempo, se inclina…
¡Oh! ¡por qué barrer las plumas de la nieve!
Ellas hablan de los soles blancos como la luna
y de los lagos blancos donde los trineos corren tan rápido…
Hablan de leyendas a la luz de la luna
y de cabañas donde los «Tomtes» [Gnomos] nos invitan.
Alas han sembrado sus plumas, una a una…
¡Tended las manos a las plumas de la nieve!
Es como el alma de los países que nos incitan,
los países contados por Selma Lagerlöf...
66
Lluvioso
(5º mes del calendario republicano)
Llueve. Llueve con poca intensidad
Sobre el atajo…
— ¿Qué Dios, para castigarnos vierte,
Oh campaña, de día, de noche,
Esta lluvia tan menuda?
— Es como un dolor que nos persigue
Y gota a gota nos traspasa,
Un gris sin fin que lleva en él
Tanta lasitud y aburrimiento
Que el corazón por completo se ahoga.
— Un sudario de agua gris que gira
Sobre los viejos caminos que se ahogan…
— ¡Oh relucientes hojas de seda
Que al sol y con alegría
Bordan los pesados vergeles de frutas!
Terraza-jardín rosa alrededor de un pozo...
— ¿Es posible que el invierno se emplee
En arruinar todos los rincones alegres?
— Vamos, soñando en los nidos destruidos.
La cuerda llora sobre los pozos,
Los árboles lloran en la llanura…
67
— Como en el corazón de Verlaine,
Llueve, llueve con poca intensidad.
Es como un dolor que nos persigue…
Y quizás también nos conduce,
— ¿Hacia dónde, hacia qué, tan pronto, tan tarde?
¡Al repique persistente de las goteras
Un castillo se muere en alguna parte!
— Cañas se desploman, se esparcen…
— Y ojos grises, en la niebla,
(¿Es un cuadro de Carrière?)
Miran a lo lejos, a alguna parte,
Hacia la villa de amarillas luces…
68
Termidor
(11º mes del calendario republicano)
¿De las lagartijas y los gatos soy hermana?
¿De dónde me viene este amor por las piedras calientes
Y esta plenitud solar donde merodean
Como pecas?
Insectos rojizos, viva luz
Que obliga a los ojos a pestañear;
¡Amplio verano donde nos bañamos
Sin que una brizna de aire nos llegue!
La piedra arde bajo los dedos. La arena quema
Habla de África a la hierba seca.
Un olor de incienso y de pecado
Habla de Asia al cedro azul.
El insecto: abeja, moscardón, cetonia,
pulgón salvaje, libélula de oro,
Se adormece sobre cada ramita.
Es rojo bajo las peonías.
Es amarillo en los ojos claros
De la lagartija, hermana mía, que bosteza.
¡Cuídate de los ojos claros de las murallas,
Insecto rojo, moreno, rojo o verde!
Y tú, lagartija, cuídate también… cuídate
Del gato negro que duerme, del revés,
Párpados cerrados y puños abiertos,
Una oreja blanda amoratada…
69
¿Sabemos de qué están tigradas,
Jaspeadas, estriadas, vuestras miradas de ámbar,
Hermanos que estiráis los miembros
Sobre mi piedra de liquen dorado?
¡Querría ser el sol con lentejuelas
Que flamea solamente en los pequeños lagos dorados
De vuestros ojos somnolientos donde se refleja el mediodía!
En mis ojos que son azules, incluso un poco grises al fondo,
Mis ojos, sé bien lo que hacen
Los rayos del verano atravesándome la frente.
¡Incluso las pestañas se unen, incluso haciendo sombra
Con mis dedos apretados que se han vuelto transparentes,
Es como un incendio en los agujeros de un telón sombrío!
Todo el oro de los joyeros, de los príncipes de Oriente,
Puebla mis ojos cerrados de estrellas que se obstinan…
Lagartijas, compañeras mías, gatos durmientes a los que trastorna
La ronda del sol contra el muro ardiente,
¿Jamás me diréis lo que veo dentro de
— Lo que veo en la noche que desciende en sordina —
Vuestro ojo claro de cazadores que julio trastorna?...
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71
RECOPILACIÓN PÓSTUMA
(1958)
72
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PRIMEROS POEMAS
«La Soledad»
(el nombre de la casa donde vivía Sabine Sicaud)
Soledad… Para vosotros esto quiere decir solo,
Para mí — ¿quién sabrá comprenderme?
Esto quiero decir: verde, verde áspero, ternura vivaz,
Verde plátano, verde calicanto, verde tilo.
Palabra verde. Silencio verde. Manos verdes.
Grandes árboles inclinados, arbustos locos;
Dedos mezclados de rosales, de laureles, de bambús,
Pies de cedros antiguos donde se conciertan
Las bestias del Buen Dios; rondas alertas
De libélulas sobre el agua verde…
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En el agua, reflejos de castaños,
De tejos pardos, de sauces dorados, de largas mentas
Y del joven berro; charcos durmientes
Y corrientes vivas donde reman los «molineros»;
Ranas con resorte y carpas venerables;
Martín pescador… En marzo, estrellas de ciruelos,
De perales, de manzanos; racimos de arce.
En mayo, la fiesta de la cicuta,
La de los botones de oro: esplendor de los prados.
Campanarios blancos de las yucas, lanzas agudas
Y tallos dulces, loniceras de hebras apretadas,
Parra virgen de brazos pesados cargados de palmas,
Y siempre, y por todas partes, fresca, reluciente, calmada,
La invasión de yedra de pequeñas olas lustradas
Ganando el muro de las clases, los marcos de las ventanas,
Los techos de los pabellones vanamente reclavados…
Yedra alimentando el frente del roble, el cuello de la haya,
Sus ramos de granos negros como una trampa tendida
Al dubitativo tordo; verde reino
De mirlos con hábito — reino que se expande
Tanto en un parque de Florencia como de Roma
En mantos de esmeralda y cordajes flotantes...
Cuyos plátanos seculares, cada verano,
Hacen una larga catedral verde — yedra
De la gruta de rocalla donde duermen abrigados
Cada invierno, los alcatraces y los cactus frágiles;
Funda que el polvo blanco de la villa
Apenas escarcha las noches de gran viento — para mí,
Verde obligado de las viejas piedras,
Árboles viejos, techos inclinados, viejos techos —
¿Un castillo? No, Señora, una mansión,
Una ermita verde que huele a madera, a heno,
Donde los ruidos de la ruta llegan de bastante lejos
Por no ser ya más que música en semitonos.
Un tren sobre el talud se apresura entre plantas,
Pero el horizonte totalmente rosa y malva que reúne
Reviste al viaje de colores de leyenda.
Miran un instante hacia estos trenes que se van
Arrastrando su barba gris — y es verdad que expanden
Un poco de nostalgia al borde del dorado verano…
75
Pero el jazz de los gorriones enrabieta a las hojas,
Las palomas blancas se exaltan, el ciprés
Es la torre encantada donde las notas se deshojan
Alrededor del ruiseñor. Del prado,
Sube la fiebre de los grillos, de los saltamontes,
Todas las hierbas tienen patas, tienen alas —
Y el Asno y el Caballo de la Fábula están allí
Y Chantecler [obra de Rostand] se representa con gran boato
Día y noche en el patio donde las plumas revolotean.
En un claro del agua, el eterno prodigio
Del renacuajo de terciopelo convertido en sapo de oro,
De la voz de cristal entre las escofinas nuevas
De innumerables ranas. El gato duerme.
Diquito [Dickette] — asuntos de perro — y sobre su cabeza llueven
Pastillas de luna o de sol ardiente.
Si llueve realmente, la lluvia de cubos llenos chorreantes
Se esparce del mismo a los dedos verdes que la detienen.
Un tilo, bambús. El abrigo verde del poeta,
Del verde, ¿comprendéis? Para que a las viejas casas
Nadie les hiera los ojos bajo sus párpados cansados.
Dulzura del árbol, del musgo, del césped…
Decís: ¿Soledad? ¡Ah! en las horas que pasan,
no hay nada vivo más vivo que un jardín,
Más misterioso, perfumado, áspero, tenaz,
Y poblado — tan poblado que a menudo llegan
A discurrir mil pequeños genios
Salidos de no se sabe donde, como en Aladino.
Una palabra verde… Que dirá la frescura infinita
Una palabra color de savia y de fuente y del aire
Que baña una casa desde siempre tuya,
Una palabra desierta quizás y desecada para otros,
Pero para uno mismo, familiar, tan próxima, tierna, verde
¿Cómo un islote, un querido islote en el universo?...
76
Castillo de Biron
Sobre los caminos desnudos, nadie ya.
De color sanguina pálida
Un horizonte de madera tiembla.
¿De qué áspera melancolía
Nos envuelve aquí el otoño?
Un quejido de polea
Sobrevive en lo alto de redondos pozos.
El patio de honor y el porche
En vano hablarían de Italia…
Demasiados corredores sombríos conectan
Las salas donde nuestros pasos resuenan
Retratos que ignoramos.
Demasiada sombra compacta las vigas
A lo largo de frisos abolidos.
Feu el duque de los «zapatos a medida»
Se ha unido al difunto Bragelonne.
En las cocinas, nadie ya.
La tarde muere, llena de mosquitos.
Viejo castillo de Gontaut-Biron
Con qué melancolía
Miras llegar el otoño...
77
La hora del plátano
¿Oléis este olor, este olor salvaje y rojizo
del bello cuero nuevo, calentado por el otoño que flamea?
Todos los cueros del Levante están ahí, llegan juntos procedentes
de zocos lejanos saturados de ámbar y de sándalo.
Aceites y gomas de oro les salpican.
Perfumes amarillos esencias y vainas,
todos los cueros preciosos de un fasto oriental,
cueros estampados y grabados, punteados de metal,
pintados y adamasquinados, están ahí. Los de Córdoba
se extienden en paneles donde la luz juega
como en la escalera de un palacio ducal;
los de Rusia tienen reflejos de púrpura ardiente;
los de Venecia el dulzor del terciopelo espeso,
y los de Flandes donde los raros dorados, los sordos marrones,
parecen en el burgomaestre esperar una kermés.
78
¿Qué manos han ofrecido a estos libros de mesa
el relieve suntuoso que me encanta?
¿Y ese abrigo parecido a la ropa de Dante,
entallado por poetas ignorados?
Bellos libros de antaño, os amo, dorados
sobre un fondo de sol como de Iconos,
mi biblioteca es una gala de otoño
esta noche, entre los brazos de un árbol mitrado de oro.
La leyenda se borda en el mismo decorado.
Mis libros, de los muy viejos a los muy jóvenes, se extienden
de rama en rama, a la manera de los pájaros pensativos,
y por encima el mosaico de macizos
adquiriendo la gama salvaje y rojiza del follaje.
Porque están vestidos de hojas, en este tiempo
en que los plátanos rojizos y salvajes se despojan.
La virgen, en la alameda, ha hilado su rueca
para que cada página tenga una marca flotante.
¿Tú que lees, la frente inclinada, en una habitación,
no sientes que en el umbral frío de noviembre
toda esta marroquinería nueva y estos pergaminos de oro
están hechos para que, esta noche, se traduzcan, fuera,
únicamente, las estrofas del plátano? Otoño,
labrado de sol, encuadernado de insectos amarillos,
lleno de miel y de granos, y de ese olor fuerte
que pasea el viento del sur, de puerta en puerta;
Otoño, ¿quién podrá creer en las hojas muertas,
creer, esta noche, en la tristeza de la muerte?
79
La Gruta de los Leprosos
Valle de Gavaudun
No me hables ni de la torre,
Ni de las bellas ruinas rojizas,
Ni de esta viva funda
De hojas en media luna.
La garganta es demasiado fresca y demasiado verde;
La ribera, como una serpiente,
Retorcida, apenas descubierta
Bajo demasiada hierba donde queda en suspenso
El misterio de los bosques vírgenes.
No me hables ni del albergue,
Ni de los cangrejos que se cogen
En el musgo y los capilares.
No he visto, en este rincón de tierra,
Ni la paz de la noche transparente,
Ni la de las crestas desiertas.
¡Pero, bloqueando el cielo, dos rocas
De golpe desnudas, desolladas,
Con muchas bocas abiertas!
Hacia estas bocas negras, clamando
No se sabe qué horror antiguo,
¿Sabes si, furtivamente,
Las pobres almas regresan?
80
¿Dónde están, dónde están, Dios mío,
Esos parias vestidos de rojo
Qué, allá arriba, acechaban las noches azules
Por los agujeros abiertos de este antro?
Gruta de los Leprosos, umbral maldito
Al borde del acantilado ocre…
No deberías haberme dicho
Qué temblor antaño atravesaba
Este decorado de hojas felices...
81
La vieja mujer de la luna
Hemos hablado mucho en la habitación, esta noche.
Acostada, bordeada, la luna entró por la ventana.
Evoca de perfil un somnoliento bienestar
La vieja que, en lo alto, porta su negro fardo.
¡Qué cansada debe estar y querríamos conocer
El crimen por el cual todos podemos verla
A lo largo de las noches claras caminar sin esperanza!
Pobre vieja tan vieja, ¿es un vuelo de madera muerta
Que curva su vieja espalda sobre el redondo planeta?
Tiene mucho frío, quien sabe, cuando el viento sopla fuerte.
¿Va a marchar hasta el fin del mundo?
¡Y por qué en el cielo se arrastra hasta el día!
Dormimos… Cerraremos los ojos a cal y canto…
Luna, déjala sentarse un segundo.
82
La camelia roja
En medio de plantas frágiles
que un grueso vidrio defiende,
muchos botones despuntan, frágiles,
un primer capullo verde estalla.
Ya, al lado de los tiestos de arcilla,
se adivina el azul, el blanco.
Un ciclamino juega al volante
— cuidad los pequeños tiestos de arcilla —
Pero más alto, mucho más alto ya,
hacia las ramas que se reavivan
ha pasado una hada. Ya
consumido de púrpura viva
El primer capullo se transformó.
Rosetón rojo — ¿eres una insignia?
Terciopelo sombrío jaspeado de claridad,
en la sangre, dos plumas de cisne...
¿De qué infante eres la insignia?
83
¡Rosa orgullosa de invierno,
se siente hecha para las gavillas
que vendrán pronto, que vendrán queridas,
mucho antes de la estación de las gavillas!
Flores de surco, de madera, de hierba,
no entendéis nada de esto.
Para dedos demasiado blancos, demasiado cansados,
se cosechan estas ramas.
Rama verde de hojas barnizadas
te ofrecen como ceremonia
esta corola sin perfume…
Hacia los tocadores, hacia los palacios,
los ramos se van uno a uno.
En el marco de los altos espejos,
saludad a la flor de los palacios.
Habláis de esta mano cansada
de la Dama de las camelias.
No sé lo que hay
en el corazón de las camelias;
ni busco ni la humilde gracia
ni el aroma de tantas flores —
¿De abrirse a lo Chandeleur
en una atmósfera ficticia,
de ser rara; de ser una flor
que florece antes que las otras,
de todo lo que tiene de ficticio
le estoy agradecida? No lo sé.
La amo al abrigo de las cencelladas
por todo lo que es o no es.
Inmóvil mariposa roja
entre dos hojas que no se mueven
está bajo los vidrios, allá abajo,
la primera camelia roja.
84
Las begonias
Son las begonias claras
color fruta, color carne,
color concha pálida.
Begonias de pesados pétalos
color perla y ópalo
— color de flores también que murieron ayer —
Son las begonias pálidas.
Begonias abiertas de par en par
¿sentís los dedos del invierno
amenazar vuestro corazón abierto?
Vosotras cuya púrpura está tan viva,
begonias color sangre
color sol que desciende
hacia la mar que una marejada aviva —
Begonias deslumbrantes
que habláis de gloria y de sangre
al borde de tallos mutilados,
¿sentís todo lo que se siente
cuando el viento, la niebla, la lluvia o el hielo
se deslizan a lo largo de las avenidas?
Tijeras del jardinero… ¡qué habéis hecho!
Tallos blandos que descargan
una orgullosa flor marchita…
Se acabó por este año.
Vuestros harapos de terciopelo se dispersan ya.
85
Sobre vuestras cabezas descoronadas
un nombre, un poco bárbaro, dirá que sois
de esa fina palidez o de ese rojo altivo
que las tardes de otoño exageran.
Begonias de alma extranjera,
flores de lujo, flores que se ama
como se aman otros climas
en el aire un poco turbio de las sierras —
Flores de jardines con verjas de oro,
he aquí la hora, la hora en que duermen
en el fondo de los grandes palacios de cristal.
Es la hora de las semillas que abrazan
bulbos rosas y peludos
que guardan flores que ya no están,
el frágil germen bajo la tierra.
Flores demasiado duales; flores sin perfume,
sin aroma ligero, ninguno,
pero de una belleza misteriosa,
hojas verdes, hojas castañas,
ramos de coral uno a uno,
acostados en macizos difuntos,
es la hora de las prisiones de vidrio.
Dormid. El viento sopla fuera
¡tantos bellos sueños han muerto
de una muerte sin despertar posible!
Corazones tiernos o corazones impasibles,
me gusta saberos dormidos
en el fino terreno de las semillas
no obstante a lo largo de los vidrios impasibles
el viento que sufre, el viento loco
lleva los harapos allá abajo, no sé dónde...
86
Las Fontanelas
Solo es una casa
blanca entre los árboles...
Pequeñas fuentes… Sin duda
Fue allí entre los reflejos
De manantiales y arroyos
Donde todos estos ruidos encantadores se complacen
Con soñar al lado de una ruta.
Cascabeles claros, tiernos o fatuos,
De manantiales y arroyos,
Finos musgos que junio vela,
Oasis al borde de una ruta.
Un rincón verde, árboles abovedados
Y nuestra alma se apacigua del todo.
Vosotros que pasáis rápido deteniendo
Vuestros ojos llenos de fiebre un instante
Sobre esta frescura que reposa,
Si pudierais entender largo tiempo
Este pequeño cascabel de un instante
Tan lejano de vuestra alma cerrada...
Dos gotas de agua, tan poca cosa
Pero esta frescura que reposa.
87
Los Charmettes [casa de Rousseau], Milly [casa de Lamartine], Nohant [donde
vio a George Sand],
Nombres que cantan, nombres emotivos
Como un viejo jardín lleno de rosas;
El arroyo jadeante del Cayla [casa de los hnos. Guérin];
Arnaga [casa de Rostand], la pila [vasque] donde se posa
La tarde vasca con ropaje plateado...
¡Un viejo banco, la alameda, una rosa,
Todo lo que sobrevive en las cosas!
Vosotros que pronunciáis a media voz,
Tiernamente, nombres de antaño,
Decid, ¿no es un poco su hermano
Este diminutivo donde se ve
Correr en sílabas claras
Las fuentecitas de nuestros bosques?
Fontanelas… pequeñas voces
Que en los antiguos tiempos nos mecían.
Bajo la menta y las capilares
¿No es el espejo estrecho
Donde se inclinan las «fastisillères» [hadas]?
Aquí vino Francina la pastora [poema de Jasmin]
¡Oh canciones, canciones de antes!
¿Es un parque, es un pequeño bosque?
¡De la gran ruta solo se ve
Un ramillete de árboles tan tranquilos!
88
Una niebla ligera sobre la villa
Desvanece el rojo de los techos —
Y de ser blanca, de estar allí
Bajo el cielo que ha amado Virgilio,
Simplemente, con ese estallido
Solamente de flores
Entre bellos árboles tranquilos,
Esta casa es ya para nosotros
Algo así como un asilo.
Asilo que se sueña al cabo
De un camino batido por la tormenta,
Clara parada del paisaje.
Verde no inglés, verde más dulce
Que tienen nuestros pastos.
Acostadas lilas, bañadas de rojo,
Persianas abriéndose en el follaje.
Vosotros que partís, acordaros.
Solo es una casa francesa.
Libros, cuadros que complacen,
Un interior con tonos dulces,
Gris, rosa Luis sexto,
Una vieja casa francesa.
De lejos, de cerca, no sé de donde,
Podéis volver a ver en los días tristes
Un pequeño rincón verde de los nuestros.
Su gracia, un poco os asiste,
Vosotros que partís en la noche triste.
«Las Fontanelas»
Villeneuve-sur-Lot
89
Las tres canciones
Escuchas la canción del agua…
¡Cómo llueve, qué rápido llueve!
Parecen cascabeles
Agitándose en los canalones.
¡Al abrigo en tu cama
Escuchas la canción del agua!
Escuchas la canción del viento…
¡Cómo se agitan las ramas!
Los nidos de los pájaros, muy a menudo,
Son acunados, acunados demasiado rápido.
Al abrigo de las cortinas blancas
Escuchas la canción del viento.
Escuchas la canción del fuego…
¡Cómo se agitan las llamas!
El fuego amarillo, rojo y azul
Para calentarte arde rápido.
Cuando tus ojos parpadean un poco,
Escuchas la canción del fuego.
Escucha las tres canciones
Que se hacen muy pequeñas
Y dulces como un ronroneo
Para que duermas más rápido.
Si quieres, bebé, durmamos
Con el ruido ligero de las canciones.
90
Primeras hojas
Os tendéis hacia mí, verdes pequeñas manos de los árboles,
Verdes pequeñas manos de los árboles del camino.
Mientras los viejos muros se deterioran un poco más,
Y las viejas casas muestran sus heridas,
Vosotras os tendéis hacia mí, brotes de las hayas,
Verdes pequeños dedos.
Pequeños dedos aconchados,
Pequeños dedos jóvenes, luminosos, apresurados por vivir,
Por encima de los viejos muros os tendéis hacia nosotros.
El viejo muro dice: «Cuidado con el viento loco,
Cuidado con el sol demasiado vivo, cuidado con las noches que centellean,
Cuidado con la cabra, con la oruga,
Cuidado con la vida, ¡oh pequeños dedos!»
Verdes pequeños dedos ganchudos, bruscos y tiernos,
Os sentís bien porque
Los viejos muros, esta mañana, tienen la voz de Casandra.
Pequeños dedos de papel de seda,
Pequeños dedos de terciopelo o de esmalte tornasolado,
Sabéis bien porqué
No escuchareis los muros color ceniza...
Frágiles abanicos verdes, manos del próximo verano,
Nos sentimos bien porque no escucháis
Ni los viejos muros, ni los techos que se descuelgan;
No sabemos bien porqué
Por encima de los viejos muros, de todos vuestros pequeños dedos,
¡Hacéis señas a la juventud!
91
Viña virgen del otoño
Dejáis caer vuestras manos rojas,
Viña virgen, las dejáis caer
Como si toda la sangre del mundo estuviera sobre ellas.
Cuando tiembla, toda la balaustrada se mueve
Todo el muro sangra,
Oh viña virgen… Todo el cielo está embebido
De una misma luz roja.
Es como un estremecimiento de alas rojas que caen,
Alas de pájaros de las islas, alas
Que sangran. Es el fin de un reino —
O algo infinitamente más simple.
Son los pies palmeados de los altos flamencos
O las frágiles patas de paloma
Que marchan por el camino de entrada.
(¿Dónde van, tan rojas?)
Sus huellas estrelladas
Se juntan con la otra viña, donde se vendimian.
Tan roja,
¿Es ya la sangre de las cubas llenas?
¡Ah! Simplemente la fiesta de la vendimia.
¿Simplemente verdad?
Y sin embargo, ¡qué temblorosas vuestras manos! Sus venas
Se rompen una a una… Tanta sangre…
Y este olor tan insulso, extraño.
Estas manos que caen con aspecto cansado,
Oh viña verde, de aspecto cansado y como ausente,
Manos abandonadas…
92
(¿Lady Macbeth no tuvo ese gesto
Después de haber frotado la mancha tanto tiempo?)
Manos que se crispan, manos que permanecen
En jirones rojos sobre el palpitante octubre;
Decid, ¡oh! decid cada año
¿Sois las manos homicidas del Otoño?
¿O cada año,
Sin nada ni nadie que se conmueva,
Manos asesinadas
Que flotan en el filo rojo del otoño?
93
CAMINOS
94
95
Tarjeta postal
Cuando la anémona roja y los jacintos azules
Florecen en los parques de Inglaterra,
Una niña pequeña con vestido rojo o azul
Desciende las escaleras de piedra.
De green [verde], los parterres, la yedra,
Los bellos árboles jamás tallados
Y el sotobosque pleno de jacintos…
Con vestido rojo o azul — anémona o jacinto —
Una niña pequeña es pintada
En la primavera verde y mojada
De la vieja Inglaterra.
96
Caminos del Este
Cuando era Rusa, me llamaban
Katia, Masha, Tania.
Tenía una nana,
una baba, todo lo que acaba en «a»
en los nombres rusos.
En nuestra isba
Nuestra Señora de Portchaïef lucía
como una estrella y fuera las estrellas
lucían como el mosaico
de nuestra iglesia en Pascuas.
Y sobre la pálida tierra
de una palidez de nieve o roja
de sus amapolas, corría como el viento
mi bello caballito de Siberia.
Trineos, barcos, rebaños, blanca y roja Rusia,
danzas, música de mi tierra, cuando era Rusa…
Poder sufrir tanto, ser tan vieja, tan joven,
hacer un gesto con la mano sin lloro ni grito.
Tenía largas trenzas rubias
como hoy.
97
Caminos del Oeste
¿Para quién os han hecho, grandes caminos del Oeste?
caminos de libertad que suponemos tales
y mentís sin duda…
Espacios donde surge el Popocatepelt,
donde la negra secuoya cierne extrañas rutas,
donde la fauna y la flora tienen cielos tan vastos
que el hombre ya no sabe en qué planta vivir.
Caminos de libertad que suponemos libres.
A través de las Pampas corre mi caballo sin brida,
pero la ciudad gigante tiene sus redes de fuego,
y los jóvenes mortales de todas las razas
tienen sus lazos, sus muros, sus padres y sus dioses.
Desde las «Tres Puntas» del mar de los Sargazos,
América del Sur, del Norte,
países de toisones de oro, de minas de oro, del oro
que hace al hombre libre y lo esclaviza,
el Pampero quizás ignora las trabas
y el águila boreal, las trampas del cazador…
Pero, oh mi libertad, más querida que una hermana,
es en mí donde vives, serena y sedentaria,
mientras que los caminos dan la vuelta al mundo.
98
Caminos del Norte
Cuando «palidecía al escuchar Vancouver» [Marcel Thiry]
y era del Norte
demasiado frío atravesaba mi pelliza de invierno
y mi gorro de animales muertos.
Mis hermanos cazaban los osos
hasta el fondo de grutas de hadas;
la sangre hablaba bajo sus trofeos,
los Tomtes [Gnomos] se escondían, el viento ululaba a las puertas
y el hielo bloqueaba los fiordos
cuando era del Norte.
Muros blancos de frío, prisión.
Jamás vi pasar a Nils Holgersson [Selma Lagerlöf].
Selma, Selma, ¿por qué me has olvidado?
debí nacer en Morbacka, el día de Pascuas.
Sin embargo sabía que estaba convidada…
99
Caminos del Sur
Caminos del Sur con un nombre que te hace daño
ciertos días
a base de cavar nostalgias…
Inscritos en rojo o azul sobre el cristal
de vuestras grandes agencias de viaje,
inscritos sobre los navíos amarrados,
sobre el avión correo
o sobre el pájaro que teme el frío de los días más cortos
ciertos días — ciertos días
¡qué insidiosa se vuelve su magia!
Caminos del Sur — el olor del pomelo
o del desierto sin oasis
o de la selva virgen de peligrosas noches.
Pistas de bestias en el monte
o en esos mares plenos de estrellas rojizas
según hablan entre ellos los marinos.
Sol del Sur que vuelve la piel aceitosa y de ébano,
noches de los poblados indígenas,
tam-tam… Más lejos que vosotros, al Sur,
Bolero de Ravel que sin embargo hace daño
como esos nombres de tristezas extrañas,
borde astral
de esas rutas sin ángel
donde desaparece lentamente la Cruz del Sur…
100
El camino excavado
¿El viejo camino excavado por las roderas?
Ha llovido demasiado.
El viejo camino de la Cantera,
El del viejo molino que ya no muele,
El camino del Señor que ya no tiene castillo,
El camino del Verdugo,
El camino de la diligencia,
Y los que les cruzan, todos los caminos cubiertos de hierba,
Todos los caminos llenos de agua,
Todos los caminos perdidos…
Entre los altos espinos,
Los endrinos, la dulcamara, los nabos del diablo,
El verde era el de las grutas y el amarillo
El de la melancolía.
Incluso el hielo cruje bajo el paso de los rebaños
Y se vuelve triste antes de que caiga la noche.
Los caminos excavados, la lluvia,
La gris escarcha,
El último escarabajo…
Tomemos la ruta nueva
Que sobre un puente sólido y nuevo pasa el río.
101
El camino del rompecorazones
¿Un solo corazón? Imposible
Si es por él por quien se sufre y se es feliz
Dicen: corazón dolorido,
Corazón torturado, corazón en pedazos —
Luego: alegre y ligero como un pájaro de las islas,
Un corazón tan grande, tan pesado, tan grueso
Que ya no hay lugar
Para ninguna otra cosa que él en nuestro cuerpo humano.
¿Después evadido, bañado de una gracia divina?
¿Un corazón tan pleno
De toda la sangre del mundo y solo guarda la huella
De una fina cicatriz que se borra?
¡Imposible! Me hacen falta muchos corazones.
Él mismo no puede olvidar en la alegría
Toda la angustia que ha conocido una vez
— Una vez o muchas, cada vez para siempre —
Mi corazón se acordará de que fue un corazón demasiado pesado
Y que jamás será un corazón nuevo, sin patria,
Sin equipaje que llevar de vida en vida.
102
El camino de Dios
Hay muchos caminos
en el Reino de mi padre…
Si ellos se encuentran,
se cruzan o se ignoran,
tienen sus pendientes de alegrías,
sus simas, sus claros
y su fauna y su flora,
no importa. Hay muchos caminos.
Hay muchas montañas
de altura diferente
con muchas vertientes…
y muchas toperas
donde trepan hormigas.
¿Si nada te acompaña
salvo la sombra de tu cuerpo sobre el cuadrante solar,
emplearás más tiempo
en escalar la montaña?
¿Si duermes bajo la tienda
de las ricas caravanas,
emplearás menos tiempo
en salir de las sabanas?
¿Si no tienes amigos
cuya barca y remos
hayan desafiado la tempestad en las cuatro esquinas del mundo,
emplearás más tiempo en alcanzar el puerto
que si lo habrías empleado
en remar juntos?
¡Qué caminos se parecen!
103
Tantas olas profundas
y costas sin fiordos,
tantas tormentas de arena
alrededor de los minaretes,
tanta nieve y viento
sobre el monte Everest…
Y el camino de Dios puede ser tan modesto.
104
El camino del amor
Amor, mi querido amor, te siento cerca de mí
Con tu bello rostro.
Si cambias de nombre, de acento, de corazón y de edad,
Tu rostro al menos no me engañará.
Los ojos de tu rostro, Amor, tienen cerca de mí
La claridad paciente de las estrellas.
De la noche, del mar, de las islas sin escalas,
No temo nada si tú me has reconocido.
Amor mío, de muy lejos, por ti, he venido
Quizás. ¿Y nos iremos Dios sabe cuándo?
¿Desde cuándo buscas mi sombra desvanecida?
¿Cuándo te he perdido? ¿En qué vida?
¿Y qué osará el cielo contra nosotros ahora?
105
El camino de arena
No acordarse siguiendo este camino…
No acordarse… Te daba la mano.
Nuestros pasos eran semejantes,
Nuestras sombras se acordaban ante nosotros en la arena,
Mirábamos muy lejos o demasiado cerca, simplemente
El aire sentía lo que se siente en este momento.
El viento no venía del Océano. Ni de allí
Ni de ninguna parte. Nada de viento. Nada de nubes. Un pino
Cuyo gemelo fue cortado hace tiempo
Estaba solo. Nos hablábamos o no nos hablábamos.
Nuestras pasiones, ¡pero tan seguros de la bella hora estable!
No regreses por el camino de arena.
106
El camino de los árboles
I. El camino del cedro
He reencontrado al cedro
Nos hemos reconocido los dos. Me ha dicho:
«Eres tú, te conozco, tus brazos están revestidos
de mi resina blanca y tus cabellos brillan
con mis finas agujas
y tus bolsillos crujen
con mis manzanas de cedro...»
No he dicho nada.
Pero su olor a él,
a incienso, a ámbar y cedro,
lo conozco bien como él conoce el resto.
II. El camino del roble
He reencontrado al roble
al viejo roble con abejas,
tiene todavía el corazón abierto, pero menos abejas,
al parecer menos miel al fondo de su corazón negro.
Los enjambres le han dejado quizás —
o he pasado demasiado tarde esta noche.
El roble sacude su vieja cabeza
como un hombre completamente solo...
107
III. El camino del olmo
He reencontrado al olmo.
No un olmo célebre,
sino un olmo sin ex-voto,
dando la espalda al camino del los hombres.
Su columna de madera, rugosa, desnuda, enorme,
¿alguien la ha estrechado alguna vez entre sus brazos?
La hemos medido con un hilo de seda
la columna de madera que no para
de engrosar en silencio.
Pero engrosar — ¿quién ha visto alguna vez engrosar a un olmo?
Tantos días y noches, tanto sol y agua,
paz, olvido, suerte… ¡tanto y tanto!
Entre los podadores, las orugas, el autan [viento del sudoeste],
He reencontrado la Paciencia.
IV. El camino de los enebros
He reencontrado a mis pequeños enebros,
torcidos, espinosos, quemados, aferrados a las rocas
como acróbatas.
¡Ah! ¡El azul de ultramar de sus pequeñas bayas
al lado de los crepúsculos escarlata!
Se erizan, redondos o tan triturados
que todo el cielo atraviesa
sus pequeños cuerpos estrafalarios.
La hierba al ras hace de tapiz de Persia
pero el viento se lanza borrascoso.
108
Aquí, las liebres y las cabras
Escapan a los hombres de allá
Aquí azulean los enebros
por el pájaro que no ven.
Pequeño grano azul, salvaje, amargo,
sembrado entre los vellones pelirrojos
de árboles enanos que el invierno devuelve
como los erizos en la mar.
V. El camino del junco
(inspirado en la fábula de La Fontaine «El roble y el junco»)
Después reencontré al junco,
al junco verde que dijo: «Me pliego y no me rompo».
Los pies en el agua,
se curvaba tan bajo
que sus listones obstruyen el arroyo.
Había olvidado su alma de flauta.
Su frente verde saludaba, saludaba sin descanso,
su espalda se balanceaba como la espalda de una serpiente
y jamás el sol la veía de frente.
Decía a los tallos:
«Me pliego y no me rompo, me pliego y no me rompo...»
en fin, lo que decía al roble
del Señor Jean de La Fontaine.
Y el asno que pastaba lo pastó de todos modos.
No he reencontrado al baobab.
109
El camino de las canciones
Es la canción del pobre negro,
su canción de ruta.
En la isla, de su choza donde la cálida noche escucha,
esta canción nació.
Con una voz baja y resignada,
mece a los pobres negros
en todas las islas.
Es la canción del Hombre amarillo
al fondo de los arrozales.
Desciende, remonta, monótona,
como un junco, a lo largo de las riberas.
Zumba en el corazón de las casas de papel,
pero dice: en mis barcos de guerra,
me escucharán hasta en el fin de la tierra.
Para la canción de los hombres blancos,
hacen falta más instrumentos y voces más sabias.
Más cielo donde subir,
más cielo donde caer,
dice el Hombre blanco que canta.
Pero el canto del Piel-Roja,
del guerrero, del cazador, del caballero Piel-Roja,
del pirata Piel-Roja y del hechicero Piel-Roja.
Sobre la ruta perdida entre todas las rutas
¿quién la reencontrará?
110
El camino de los caballos
¿No tienes un caballo blanco
Allá en tu isla?
¿Una hierba salvaje
Expandida por él?
¡Ah! ¡Cómo flotan sus crines
Flotan en los brazos del viento
Cuando se despierta!
Duerme como un pájaro blanco
En alguna parte en la isla.
Camino por la calle
Como todo el mundo,
Es la hierba, la hierba desconocida,
Y el caballo greñudo
Color de luna,
Quienes están en mi casa, allá,
En una isla redonda.
Caparazonados, al paso, al galope,
No conozco a tus cuatro caballos.
Vas a París,
La canción lo dice,
Sobre tu caballo gris.
Vas a La Haya
Sobre la yegua baya.
Vas a la mansión
Sobre el caballo negro.
111
Y no sé dónde
Sobre el potro rojizo.
Pero mi caballo blanco
Noche y día me espera
En el umbral de mi isla.
112
El camino de las Altas Llanuras
I.
Es el camino de las Altas Llanuras,
El pequeño camino seco al borde del cielo.
Un roble deforme se alza entre las zarzas.
Cañadas azules se hunden
De los dos lados como dos surcos de agua
Contra un navío de piedra.
Y la hierba y la maleza y la piedra y la tierra
Son crujientes y duras
Sobre el puente del navío que abandonaron los marineros.
Sin portillos, sin arboladura,
La llanura se recorta al borde del cielo.
En su magra vegetación o hábitos de penitente,
El roble envejece solo, de pie, con la proa al viento,
Al sol, a la luna, a la sombra, temblando
Con un temblor eterno.
II.
Sobre el otro promontorio
Una arboleda de árboles negros
Fue el Bosque de los Suplicios.
Cuando duerme el pájaro de día,
El pájaro de noche se desliza
Por las ramas de terciopelo
Bordeando el cielo…
Pujols, camino de la Corniche
113
El camino fuera de la ley
Es el camino de los fuera de la ley
Sin pavés. Sin postes ni límites.
Sin cables telegráficos
Portadores de música.
Sin carteles rojos o amarillos.
Sin ribera, sin puente del Rey,
Sin casas, sin campanarios, sin nada.
Un camino sin ganado ni perro
Bajo una luna menguada
Totalmente sola en medio del cielo.
Caminos, caminos habituales
Hechos para gente con uniforme,
Nos conducís cada uno adonde sabemos.
Pero la luna tiene indulgencias
Con los rebeldes y los locos.
Y cuando la aventura comienza
Transpone no se sabe donde
Al pequeño camino sin roderas,
Sin pancartas y sin fronteras,
Que quizás un día fue nuestro.
POESÍA COMPLETA (1920-1928) Sabine Sicaud
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POESÍA COMPLETA (1920-1928) Sabine Sicaud

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  • 3. 3 INTROITO El sufrimiento es un acelerador de partículas, convierte a un ignorante en un sabio, a un joven en un viejo. En un viejo con la inocencia, verdad, de un niño, por lo que un joven enfermo con la muerte en los talones es casi garantía absoluta de genialidad, de profundidad. Sabine Sicaud está herida de muerte con apenas 15 años y se nota en la evolución de su poesía, que pasa del impresionismo, de la evocación del exterior, ya nostálgica desde la infancia, al expresionismo, al canto interior, del sufrimiento interior, “Dolor, te detesto”, donde sus poemas alcanzan una altura de vértigo. La muerte no es que se intuya, es que es una presencia constante, evidente. Sabine desde sus poemas de infancia, se está despidiendo de la vida, de las cosas, de las flores, que para ella tienen la consistencia, conciencia, de personas. Sabine ama la vida con la pasión del enfermo terminal, con la desesperación de quien sabe que todo lo que hace, ve, puede ser la última que lo haga, vea. Que sea una niña, una pre-adolescente, no es anecdótico, en sus poemas no hay cinismo, amargura, narcisismo, solo asombro ante el mundo, y dolor ante su inminente pérdida. Junto a Gisèle Prassinos (14), y María de las Estrellas (3), los tres casos de precocidad creativa más deslumbrantes de la historia de la literatura, de la poesía. De su vida poco que contar, nació en Villeneuve-sur-Lot (Lot-et-Garonne), un pueblo del suroeste de Francia, el 23 de febrero de 1913, con 6 años empezó a escribir sus primeros poemas, con 11 sus primeros premios literarios, con 13 su primer libro de poesía, “Poemas de infancia”, prologado por la gran poeta Anna de Noailles (“El honor de sufrir”, libro que influyó, a la contra, en sus últimos poemas), con 14 se lastima un pie que le provoca una infección generalizada, complicada con una osteomielitis que le provoca una agónica muerte con 15 años y 5 meses. Muerte prematura que no hace lamentar lo no escrito, porque lo escrito ya vale por varias vidas, grises. Julio Tamayo
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  • 5. 5 ÍNDICE INTROITO Julio Tamayo………………………………………………………………….…..3 POEMAS DE INFANCIA (1926) Gorros de baño..........…....…………………………………………………........11 Campanas de Pascua……………………………..…………………….………..13 ¿Los libros? Sea……..………………..………..………………………...……...14 Diego…………………….………..……..……………………………………....16 Fafou…………………..…………..……..………..……..…………....………...19 El sendero de bambús………..……….……..…………..……………………....21 La retama………………………..………..……..………..………………...…...24 La castaña………………………..………..………..……………...………...….26 La gata y su hijo…………………………..……………………………….…....28 La cabra……………………………….……………….…………………...…...30 La glicina……………………………………………………………………......31 La uva olvidada…………………………….………………………….………...33 La paz………………………………………..……………………………..…....35 La rosa azul……..…..………………………..………………………………….38 El cine…..................….……………………..……………………………...…...42 El citiso……….....….…..…………………..……………..……………..……...45 El funicular de Larrún ……………..…………..…………..……………….…...46 El jazmín……...................…………..……………….……………….……...….48 La mariposa nocturna…...............…………………..………………….….…….51 La pequeña seta……….…...……………..…………..…………..……………...52 El primer ciclamino……………………..………….……….……………...…...54 El tamarisco..…………………..…………..………..……………………….….55 Las flores de haba…..…………………….…………………………....………..57 Las mariposas de haba……………………………………………………….….59 Los peregrinos de la duna……………………………………………………….60 Mañana de otoño………………….…………..……………………………..…..63 Nivoso………………………………………………….………………………..65 Lluvioso………………..…………..………………………………….………...66 Termidor……………………………………………………………………...….68
  • 6. 6 RECOPILACIÓN PÓSTUMA (1958) PRIMEROS POEMAS “La Soledad”……………………………………………………………...……..73 Castillo de Biron……………………………….……………….……..………...76 La hora del plátano……………………..………………..…………….………..77 La Gruta de los Leprosos………………….……………..…………...……..…..79 La vieja mujer de la luna……………………..…………………………....…….81 La camelia roja…...........…………………..…………….……………………....82 Las begonias……….….…………………..…………..…………………..…….84 Las Fontanelas..................………….………………..……………........…..…...86 Las tres canciones............………………………..………………...…...….........89 Primeras hojas…....…….………………………..…………………...……..…...90 Viña virgen del otoño……………………………………………..……………..91 CAMINOS Tarjeta postal………………………………………………………………...…..95 Caminos del Este…………………………………..………………………..…..96 Caminos del Oeste……………………………………….………………..…….97 Caminos del Norte………………………………..……………………………..98 Caminos del Sur…………………….………..…………..…………………..….99 El camino excavado………………..………….…………..………..…...……..100 El camino del rompecorazones..………………..……..……………………….101 El camino de Dios………………………………………………………….…..102 El camino del amor……………………………………………………..……...104 El camino de arena……………………….…..……….……..…………..……..105 El camino de los árboles………………..……..……….………….…….……..106 El camino de las canciones..…………….………..………..……….……….....109 El camino de los caballos…………………….……………..…….………..…..110 El camino de las Altas Llanuras..............……….……….……….……….........112 El camino fuera de la ley...……….....………….……..……….…………….....113 El camino de los jardines........…...……….……….…….…………..……...….114 El camino de las viudas……….………..……..……..……….……..……...…..115 Cuando habitaba en Florencia…..………………………………………...........116
  • 7. 7 DOLOR, TE DETESTO ¡Ah! Dejadme gritar………………………………………………….…..…….119 A los médicos que vienen a verme……..……….……………………………...120 Mañana…………………….……….……..……..……….………………….....121 Dolor, te detesto……………………..……………..……………….………….124 Días de fiebre………………………………………………………….……….127 Enfermedad…………………………………………………………...………..129 Médicos……………………………………..………………………………….130 Primavera……………………………..…………………..………...………….131 Cuando esté curada………………………..…………………………………...133 ¿Un médico?…………………………….………………………………...…...135 ¿Hablarte?……………………………………………………………..……….138 HOJAS DE CUADERNO (Extractos) Ha partido sobre su caballo, por la hierba………………………………...…...141 La casita está vacía....…............……………………………………………….142 La silla vacía............….………………………………………………….....….143 La mano de los dioses………….…………..………….……………….……....144 No olvides la canción del sol, Vassili.............…………...……..………….…..145 No hables de ausencia..........................……………….………..…………........146 No mires tan lejos……..…..…..………..……..……….………..…………......147 Te calentarás al fuego del campesino..……………………...………..………..148 OTROS POEMAS En el jardín…………………………………………………………….……….151 Corrida de Muerte……….……………………………………………………..153 En el reino donde las imágenes viven……………………………...…………..155 Y qué me importa la cáscara de tu alma……………..………..…...…………..157 Fragmentos de poemas………………………..…………..………………..…..158 La canción del pequeño guijarro……………………..………………..……….159 La encrucijada…………………………..……..………….………..…………..160 El camino del pájaro………………..…………….……………..……………..162 El camino de la felicidad…………….………..……………..………………...163 El camino del guerrero……………………..………………….……………….164 El camino del molino…………………..…………….………………..……….165 Los viejos tilos………………………….…………………..……………...…..166 Huerto vasco………………….……….……….…………..……………...…...171 Sobre una visita a los Estudios Gaumont…………………….…….…………..172
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  • 11. 11 Gorros de baño Ved… ved, la mar, como un estanque, Su jaspe de flores vivas: Nenúfares vibrantes. Rojos nelumbos, lirios amarillos de las orillas… La brisa marina parece haber quebrado esto Para arrojarlo, al viejo puerto, como en una loca cosecha. Cosecha que danza al canto de las olas, farándula De corolas con tonos de llama. ¿Está ahí, Dices, próxima España? He creído ver un campo de lotos, al pie de las rocas, ¡Y son los claveles de Carmen, mira! ¡Los pétalos allá, danzan! Revocados, relucientes de agua, sobre la pantalla azul, arrugados Por mil pequeñas risas, su presencia Es la alegría de la bella tarde vasca, laminada de oro. ¿Rosetones en los colores de aquel torero? Pompones de chinelas montañesas, Pequeñas vasijas barnizadas y redondas, las miro Y cierro los ojos, y no quiero saber nada De los rostros ocultos bajo las cúpulas de seda. ¿Cabellos rubios? ¿Cabellos negros? ¡Qué importa! En la alegría De los reflejos que parecen
  • 12. 12 Cogerse de la mano para brincar mejor, Pienso en el invisible hilo que os asemeja, ¡Oh felices pelotas infantiles! - Linternas de zafiro, De rubís, de topacio y de esmeralda; Frutos de Aladín, alrededor de los cuales los peces merodean y la ola, a golpes furtivos, espolvorea de plata; Conchas mágicas, flotan En el extremo de tallos que parecen de carne humana, ¡de lejos me gustáis, jugando en la palma De esta bañera pelirroja y tranquila del Puerto Viejo! Un eco de banda de jazz os conduce… Y, desde lo alto de los acantilados, inclinada Sobre la cala verde, malva, rosa y roja, Con la falsa luz oblicua del ocaso, Veo todavía, manchas que se mueven, Últimos pequeños gorros cogiendo vuelo, Pájaros-flores de este chal enramado y con flecos Que, también, para sentir mejor el aire español, engalana, a su hora, la playa… Biarritz, septiembre 1925
  • 13. 13 Campanas de Pascua - Las campanas han partido… Las grandes campanas las primeras. O las pequeñas, ¿qué saben ellas? ¡tan divertidas, Tan pimpantes de irse así de ligeras! - Su falda revolotea alrededor de ellas; Golpeándolas sin decir nada, Como un pájaro acurrucado en una jaula. Vuelan sin alas, Por sus caminos, muy antiguos, Caminos azules por encima de las nubes. - Los gruesos bordones, a veces delante, a veces detrás, Resoplan para mostrar que van rápido. Y las pequeñas campanas de los conventos O de las iglesias de pueblo, tan pequeñas Que parecen tazas infantiles, tan orgullosas De ir también a Roma - van delante, Detrás, y por todas partes a la vez, tan ligeras... - Los niños miran al cielo, gritando: ¡Hola! Las personas ancianas levantan también la cabeza, Pero no las ven ya con sus ojos parpadeantes. - Y los niños esperan su vuelta, Como una gran fiesta. Las personas ancianas también esperan, como se espera Cuando ya no se está seguro de creer en los huevos de Pascua… - Sin embargo, hay que creer en los milagros, siempre. ¡Qué suenen los Maitines, hermano Jacobo! Veo las campanas reaparecer, apresuradas… - Su falda, sobre los jardines, se desliza alrededor de ellas Todas las primaveras de Roma, y en cada tañido Se escapan, las aleluyas, de las golondrinas.
  • 14. 14 ¿Los libros? Sea… ¿Libros? Sea. Pero en invierno. ¡Que el jardín esté gris, la ventana gris! Que la brisa, fuera, sea cierzo Y el calor, dentro, de tizones claros. Libros… Pero en un cielo de Londres Y lágrimas, sobre las baldosas, a punto de fundirse… Abrigos sintiendo el vetiver - Gatos hechos un ovillo, mantillas, castañas, ¡el invierno! Entonces, si quieres, un libro - no libros - Uno solo, pero bello como la primavera verde, El verano dorado, el rojo otoño grande abierto, ¡Pleno de pajarillos parlanchines y mariposas ebrias! ¿Cuál me ofrecerás, cuál me aportará esto, mañana, Papá Noel? Imágenes, seguro… Es el tiempo de las imágenes. ¡Os saludamos, Pastores, Reyes Magos! Y los cuentos… ¡Hola, príncipe Encantador! Y la historia… - que veo, pero de otro modo - Y viajes… ¡que me mimen los naufragios! ¿Papá Noel, Papá Noel, no escondes En tu capucha, una brizna de acebo, En tu barba, un grano de escarcha? Entre nosotros, ¿los reemplazarán este voluminoso libro? Un libro mío no es un libro Como los que se imprimen, y, hasta el final, tienen sus hojas bien cortadas, no podría seguirlas.
  • 15. 15 No se lee un cuento… Se recuerda. Lo escucho, bordado por llamas danzantes, ¡lo que no me dice, lo invento! ¿La historia? Un cuento también. De los viajes, nada, Nada, sepa, que no me retienen Si algún pájaro azul me hace una seña. En cuanto a los poemas… sea. Esperaremos al verano. El verano no tiene necesidad de rimas que se alinean. Esperemos solamente la púrpura aterciopelada De esta rosa que está, cerca de la viña… Diciembre 1925
  • 16. 16 Diego Su nombre es de allá, como su raza. El ojo vivo, el paso danzante, los cabellos negros, Es un pequeño caballo serrano, que, por las noches, Durante mucho tiempo, mira hacia el sur, husmeando el espacio. Libera toda su cabellera al viento que corre Y, cerca de su oreja, busca la borla De un clavel rojo. Sobre su frente, Sus pelos se encrespan, parecidos a la lana. Nada en él de esos caballos delgados que se entrenan Por los campos jalonados de postes; Ni nada del pesado caballo nacido en las llanuras, Esas llanuras grasientas y lustrosas de canales Donde barcazas discurren con ruido de cadenas. Ignora las carreras, y las carretas y la labranza, Él cuya pezuña segura como la de las cabras, Sube a lo alto de los senderos azules, en los enebros. En sus fosas nasales, anchas abiertas, un temblor corto. Como otros potros acaballados, vino, un día, De la montaña de hierbas olorosas. Empujado por pastores con capas de bandoleros Vino, pequeño caballo hirsuto de crines flotantes… Mantiene sus ojos sorprendidos, ojos de niño Que miran lejos, como a través de las cosas… Y a veces se ve lucir en ellos un resplandor, sin causa. Dicen entonces: «¿Viene de Córcega?» Pero tiene También otras miradas, llenas de ternura. La yegua de los viejos jeques tiene miradas así Para el amo con chilaba que ama. «Una caricia Da el antílope y el caballo de la casa.»
  • 17. 17 Ningún hito en la entrada, un trozo de pasto, Una puerta de aquí que no conoce... Y las puertas pueden abrirse imprudentemente El pequeño caballo negro se sacude, un momento, Su cabeza dice: «No, ¿para qué huir?» Relincha como si riese, a media voz, en arpegio; Y su cola, como un abanico, Se agita con el ruido del follaje arrastrado. Conoce cada camino más allá del portal, Y quizá sabe adónde conduce cada camino. Se presta al arnés, como juego, tras él A veces tira de esta cosa que se mueve - Un carro - que tiñe de rojo su cuello Cuyos cascabeles tienen el sonido de los clarines por la noche. A veces, como poseído por la locura, Se le ve brincando sin causa, por un poco de agua Un chorro del aspersor o tres gotas de lluvia Un papel que da vueltas, y sus pequeños cascos Iluminan el pavés. A veces, en el prado, libre, Se pone a merodear con aire farruco, ¡y adrede! Galopa haciendo zigzag, o, doblando sus corbas, Se pone de pie, desafiándonos, haciendo equilibrios… Cuando le llevan a beber, agarra, por una punta, Nuestros mandiles, nuestras mangas, lo que puede, y nos dirige, Él, el pequeño caballo sin brida. Una brizna de heno Pende de su belfo moreno - o algún tallo Arrancado al viejo muro - y su ojo sueña, a lo lejos…
  • 18. 18 Está aquí hace mucho tiempo, mucho tiempo, cantidad de años, Que es de la casa, el pequeño caballo negro Cuyo pelo, hilo a hilo, en bucles marchitos, Se argenta sobre la frente. Le gusta vernos, Llevarnos, conducirnos. Nos llama Y nos toma el pelo y permanece joven y alegre… Sin embargo, Cuando el viento viene del sur, batiendo sus alas Como un águila de la Sierra, cuando la primavera Con su perfume de romero que nos asombra, Y todas las tardes, y todas las tardes de verano, de otoño, ¿Qué espera, mi pequeño caballo con ojos de niño, De qué se acuerda que nos sorprende, Cuando el viento viene del Sur?
  • 19. 19 Fafou ¿Quimera, dromedario, canguro? No. Solo esta sombra chinesca, Fafou, en la ventana, a contraluz, Fafou, Totalmente sola y pensativa… Una fucsia se pavonea En la pantalla verde tras ella, y escucho, a dos pasos, Pájaros que lo han visto y chillan. Fafou aterriza en una gárgola. Un ojo cansado Parece apenas abrirse de perfil en el que brilla, Sin embargo, algo, no se sabe qué de agudo… Por allí, se oculta un nido de polluelos desnudos Por quien la madre tiembla - Fafou sueña. Un muy pequeño pétalo rojo, se acuesta, Marca de un tirón su fina boca… Un bostezo. Después otro… Fafou dormía inocentemente. Fafou dormía, ¡os digo! Se estira, La cola como una bayoneta, Después como un cirio; la espalda abombada, después ahuecada. Lo peor, Es que no parece ver, gritando desaforadamente, A la madre del pájaro en el tejo tan próximo… Una pata en armas, sentada, ahí está Limpiándose, cándida, y su vestido tiene el brillo De un bello satén de vieja dama donde se cuelga La luz de la tarde. ¿Una dama? ¿o algún viejo diablo con hábito negro? Fafou, no me gustan esos ojos de otro mundo, Esos ojos de aparecido… De repente cruasans, Ahora lunas redondas, ¿Porqué esos agujeros fosforescentes En esa cara oscura? Sobre la tela Que se oscurece, también - la tela del jardín Donde los colgantes de fucsias son estrellas Vestidas de un negro vivo que se apaga…
  • 20. 20 - ¡No es más que una lechada de tinta o de hollín, Un pelaje siniestro! ¿De dónde has cogido Ese negro pizarra de gato negro lavado de lluvia? - ¿Gato negro o león negro? ¿Murciélago, Búho, qué? Ya no lo sé. En la ventana, Una cabeza en la que la oreja plana desaparece… ¿Lagarto, culebra o tortuga? ¡Ah! ¡Tan cercano que, El pájaro mismo no sabe qué temer, qué ser Fantástico y cambiante va a trepar esta noche En el jardín clandestino misterio de caverna! -En la oscuridad, en la oscuridad… Un punto luce, Dos puntos… dos luciérnagas, verdes linternas… ¡Fafou, no quiero! ¿De dónde vuelves, demonio, de qué sabbat, De qué gruta de hechicera, Cuando tus ojos me provocan este miedo, de repente? - ¡Es la hora de los canalones, De la jungla! Caminando, pisoteando suave, Una vendimia imaginaria, sobre la piedra, ¿Qué arma afilas? ¡No quiero, Fafou! ¡Ven bajo la lámpara! Un lazo rosa en el cuello, Un bello lazo rosa de jovencita, rosa pálido, Te quiero, como encima de una tarjeta postal, Una pequeña gata negra, eso es todo...
  • 21. 21 El sendero de bambús Conozco un túnel, un túnel con el porche verde, Por donde ningún tren pasa… En verano, el sol siembra, de un lugar a otro, Pequeños mosaicos; en invierno, La nieve lo tiñe de blanco; pero es verde, Totalmente verde debajo, y los gorriones se aprietan en él, Cada tarde, en pelotas grises, por millares. ¿Es un verdadero túnel? Al final, veo la terraza, La casa pálida, un macizo deshojado. Es el otoño. El viento empuja las hojas muertas; Las empuja un largo rato… ¡Qué importa! Al túnel no le importa. Escucho Remover sus hojas vivas. Ellas dicen al viento: «¿Ves; Nuestras pequeñas hojas cortantes? Son cuchillos verdes, sables que tus dedos No separaron de su tallo. Ves, Estamos aquí desde las viejas guerras Y estaremos En la próxima guerra… ¡Ves nuestras hojas claras!» Y el viento dice: «Los acebos mismos se secaron, Y el aloe feroz de flores como brasas, Y la yuca de metal sombrío, y el cactus… Y solo sois juncos, nada más.» Y digo a mi túnel, para que se calle: «¡Oh bello túnel, bendito seas de estar entre juncos! Sois la capilla verde de los pájaros; El sendero donde, como una princesa japonesa, Me paseo bajo sus palmeras, soñando.
  • 22. 22 Para mí, vuestras hojas son alegres peces vivos, Abanicos de seda con varillas de jade; El penacho que llevaba en su frente Shéhérazade; Las oriflamas de un cortejo, las cintas De satén blanco de la vara que un pastor Olvidó ayer bajo tus arcadas. Vuestros tallos son finas columnas Y no el estuche de una espada o dagas furtivas… ¡Oh sendero de bambús, misteriosos para mí Como una dulce noche profunda y verde, No envidies al arma que mata o hiere, al arma a la vista U oculta, al acecho, que se moja de sangre!...» Y el bello túnel verde, en la noche que cae. Me mece con un ruido de alas, Y es como un gran bosque que se adormece - o la mar, Cuando la mar nos llama Con todas sus pequeñas olas al frente verdes, Olas que parecen susurrar en el aire Como si cada una tuviera alas...
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  • 24. 24 La retama Oh retama, retama, Creí conocerte y no sabía nada De este olor mezclado con el rumor ligero Que viene del fondo de las piñas, que viene De lejanos países que son el tuyo, retama… - Conocía tu pequeña alma en nuestra casa, Tu pequeña alma esparcida al pie de los robles rojos Y de los serbales con color otoñal ya… - Pero esta rosa radiante, estas violetas purpuradas, Estas espigas de coral de semillas apretadas, Esta luz en finos cascabeles que suenan, ¿Las encontrábamos en nuestra casa, incluso en otoño? - Aquí, los pinos tienden tan alto sus parasoles Que los vientos de la duna se relajan Y el sol juega a cara o cruz, Libremente, sobre tus cálidos tapices que cubren el suelo… - Es como una llama a ras de la arena, Un crepúsculo rojo y malva interminable Bajo los altos parasoles, Cuando floreces, retama… - Tus flores… tus flores son el tapiz De un templo abierto, bullicioso de plegarias… Entre los pilares castaños, los perfumes adormecidos De incienso y resina, Perfumes de siemprevivas y de musgo marino Acompañan al tuyo, mecido en el aire…
  • 25. 25 -Tu alma de aquí, la descubro En este vagón de juguete que corre cerca del mar, En el umbral de estos países rosas y verdes Que se abren Sobre el verde y el rosa argentados de la mar… Costa de Plata, 1925
  • 26. 26 La castaña ¿Quizás un erizo que acaba de nacer? En el mar, sería un erizo de mar, no muy grande… Aquí, la bola de un cardo - quizás ¿O la borla escurridiza de una bardana O de un cactus? Pues no, en el bosque que se marchita, En el bosque sin espinas, musgoso, discreto y cerrado, Esta cosa ha rodado súbitamente, desde lo alto, Como un desafío… entre las hojas que se marchitan. Bueno, lo he comprendido. Es la estación. Los arrendajos, a picotazos, han trabajado en el árbol. Incluso en los parques donde velan, pensativos, a los dioses de mármol, Tienen estas caídas sobre su césped. Castaño de Indias allá, castaño aquí. Castaña Ruda y salvaje, verde todavía, separada A la fuerza de la rama donde los grandes vientos, ya, la alcanzan El viento y los arrendajos burlones, y la nidada De escolares armados de piedras y ramas. ¡Cómo podría defenderse! Sobre la espalda De la dulce pradera en pendiente, ¿podrá Deslizarse un día, a su hora, quién sabe? Y acurrucarse en una tibia esquina, para el invierno… ¡Ah! ¿Por qué tantas espinas, tantas agujas, Tantos puñales dibujados, pobre pelotón verde? Una grieta… Un poco de satén brilla Y el corazón nuevo está ahí, debajo, y de nada sirve Ser una castaña oscura, de gusto áspero, ¡tan menuda! Agrietada, eres una castaña casi desnuda…
  • 27. 27 Y la coz en la cabeza llegará, Y el cuchillo puntiagudo, el agua hirviendo, la olla Que suda con pequeñas risas, sollozos En los tizones demasiado rojos; todo será Como se dice en la ordinaria historia de las castañas. Y no querrás, cuando me informe En la ciudad brumosa, un grito ronco: «¡Castañas calientes!» Cuando perciba, rollizas, pálidas, sin piel, O agrietadas y duras con manchas de pantera, A las hermanas de mi salvaje, todas sus hermanas No querrás, que evoque, allá, Un viejo árbol perdiendo sus hojas rojizas, ¿Y acordarme del golpe sordo, pesado, pesado como un cristal, Pobres frutos muertos que caen sobre el musgo?
  • 28. 28 La gata y su hijo La pequeña pantera negra de ojos dorados Nos aporta su hijo… En la casa amiga, Le traslada y le oculta a su antojo - Tibia bola inocente que encontramos dormida En el armario o el costurero, o sobre un libro… Bebé negro, sus pequeños puños apretados, Parece vivir en un Paraíso impreciso, Un paraíso donde se mama y se duerme. Sus ojos azules que, más tarde, serán dos cequíes de oro, Mientras tanto se abren, como dos flores asombradas, Mientras tanto no dejan ver más que una grieta, cernida Por minúsculas pestañas que serán negras. Totalmente negro, Desde su pequeña cabeza hasta al final de la cola, Grave, sentada en el pisapapeles, Su madre le vigila y nos vigila… Y el juguete de terciopelo raso y negro, mala copia Del gran muñeco de peluche, en sordina, Saca de no se sabe dónde, cuando le place, Un ronroneo de avión que parte o de rueca… Asador giratorio, máquina de coser, cuchilla fina De un Pulgarcito que hiciera esquí de fondo, Algo zumba un avispón que lo busca En su rincón en sombra, donde sueña una fiera en miniatura.
  • 29. 29 Ella - su madre - nos mira. Su figura, Que encuentra el medio de evocar a la vez El Sudán negro, el Siam amarillo y el misterio De ese Nilo verde que refleja las esfinges de piedra, Su figura, de repente, se crispa… Dos pliegues rectos Achican su frente y dos pliegues alargan El labio retorcido… ¿Es una risa muda? ¿Una risa dolorosa? No lo sabemos. Fuera de su funda, de puntas lisas, Diez garras, un instante, se muestran… ¿Qué le pasa? Pues nada… Dos ruecas, ahora, giran juntas, Y es como el chirrido ligero de un cable que Conecta dos pequeños motores, en el aire que tiembla. Coronado por el público, jurado de «Vigilias de París», en el concurso Juegos Florales de Francia, 1925, este poema obtiene el quinto premio.
  • 30. 30 La cabra La hierba es tan fresca, esta mañana, Que su terciopelo tierno nos persigue - Su terciopelo nuevo que huele a menta, a joven hinojo y a tomillo. La vaca se estira, golosa, Hacia el campo de tréboles vecino. Todos los verdes bordean el camino Del verde ácido al verde almendra. Pero es un terciopelo demasiado cuidado El que se alinea entre las vallas… En las zarzas, a la aventura, La cabra ama arañarse. Ama el verde de los matorrales Donde la sombra se vuelve un poco rojiza, Y ese verde de los árboles casi azules Que todos los vientos de tormenta asaltan. Mucho más allá de los surcos Y de los huertos encharcados de savia, Las campanas de ensueño esparcen sus carillones... A veces, un toque de difuntos les acompaña… Pero hace bueno, ¡es por la mañana! Cabra del Señor Seguin [cuento de Alphonse Daudet] No mires la montaña…
  • 31. 31 La glicina ¡Oh bello pie de glicina Que trepas en la azotea! Glicina en flor, tierna glicina - azul pavés de las rejas, de los balcones, de los muros demasiado nuevos, de los techos Demasiado viejos - ¡flexible glicina! Esta mañana, bajo el cielo tembloroso como tú, ¡En tus racimos y tus hojas Todo el milagro azul de la primavera me acoge! En mariposas, del azul se deshoja… Del azul… del azul matizado de las lilas, Un violeta tan dulce que no se sabe Si vemos manojos de iris o de lilas. En el suelo hay un campo de pétalos. ¿Jacintos, pálidas violetas? No, pero, en el aire, una guirnalda que se extiende, que se deshilacha, que desliza gotas de satén... Llueve malva. Ha llovido esta noche, esta mañana. La tierra es malva; la hierba malva. El jardín Es un jardín parecido a los que imagino Alrededor de un pequeño puente sobre lotos, en China. Jardines de Asia… Sombra al pie de las colinas, Tejados recogidos, estanques floridos y murmurantes... Es como una fresca felicidad desconocida que me levanta, Una felicidad matinal, hecha de un aire tan transparente, De colores y de olores tan finos, ¡Que se siente todo el alma festiva de las glicinas!
  • 32. 32 ¡Oh glicinas!, collar de canalones angustiados, Mantón ligero del parque de grandes escaleras blancas Y de la piedra de los viejos bancos Ante los rastrojos en ruinas; - ¡Parra de racimos de azur, festones de plata, Vitral de obispo donde cada palma dibuja Entre pendientes de amatistas, en filas; Copos de incienso, claros sobres olorosos, Que caen sobre mi frente, sobre mi pecho, Como un presente de mayo! - Glicina, Cuyo nombre griego quiere decir: dulce, dulzura, Vino azucarado… cuyo nombre es como un licor, Como un perfume en la brisa mimosa, Cuyo nombre, dulcemente, se desliza como tus flores, Te saludo en el umbral del Bello Verano, Glicina…
  • 33. 33 La uva olvidada ¡Adiós, cestos! ¡La vendimia está hecha! ¿Qué esperas, uva que conozco, dulce uva viva Que se obstina, uva tierna?… ¡Es la hora! Como las castañuelas, Chasquean las hojas secas al viento. Sobre las huertas, la viña ha cantado hasta el final Su canción roja. Y, por todas las rutas, Los carros se han ido, como ebrios. Todos, Todos los racimos han sangrado todas sus gotas. ¿Qué esperas tú, uva desafiando el Otoño rojizo? En voz baja canta el mosto, En voz alta el viticultor, Con voz lejana y sin entusiasmo, el tordo… - «¿Dónde viviremos ahora? ¿Dónde? dice el tordo. ¡Oh racimos dorados, Oh racimos negros, oh racimos azules!» - «¡Clic, clac! - cantan las hojas secas - La campaña color melocotón, Miel y frambuesa está ya muerta un poco. Estará muerta mañana por muchos días...» ¡Ahí estás sin embargo joven y viva, Sola en medio de la trilla gastada, a la espera De no se sabe qué felicidad, uva de fresco terciopelo!
  • 34. 34 Uva de zafiro con reflejos de rubí, Uva madurada después de las otras, retenida Por un giro loco entre dos ramas nuevas, ¿Qué esperas? Ves, el viento arranca el hábito Del suntuoso plátano. Sufres, Sufrirás el viento, sufrirás la lluvia, El hielo… «Qué importan la hora fugada, La hora por venir, di, vi...» ¿Pero quieres vivir, Vivir, incluso como bola de escarcha, Incluso como carne blanda, con arrugas deslizándose en Tu pequeña figura de de negra? (Porque te volverás vieja y negra; presiento Ya cosas tristes: la vejez, El marchitamiento, el aburrimiento…) sobrevivir ahí, Fuera, entre el invierno de largas quejas, Incluso secada en racimo Corintio, Incluso ahogada como una esponja, ¿esto Quieres pues?… sea. El hombre y el pájaro lo olvidarán. ¿Pero no piensas en todas esas uvas, tus hermanas, Tus hermanas de sangre roja o dorada yéndose Por los grandes caminos de la tierra, Hacia los puertos, las villas en llamas, los burgos, allá, Allá, en pesados toneles o raros frascos? ¿Tus hermanas, qué sabes de su vida, más allá De tu estrecho vergel? Vinos ardientes o mostos, vinos moscatel, vinos ligeros, Vinos que huelen a rosa y mora, y se emparentan Con nombres cantarines de viejos países… dime, ¿Qué sabes de ellos? - «Nada. Su destino les conduce. Vivo; no soy más que una uva… Espero, donde me ves, Caer sola y germinar quizás. El surco me hará como un nido, bajo el techo De la vieja cepa temblorosa, un nido donde puedo renacer Un tallo salvaje y libre… ¡Quiero ser Todavía joven viña en los bellos días que vendrán!» A plena voz canta el viticultor, Con voz lejana y quejumbrosa, el tordo...
  • 35. 35 La paz ¿Cómo la imagino? Pues bien, no lo sé… ¿Quizás niña, muy rubia, y sosteniendo entre sus brazos Ramas de glicina? Quizás más pequeña todavía, sabiendo Solo sonreír y murmurar en una cuna inclinada Entre los dedos de una vieja mujer que tararea… A veces, también la creo vieja… Bella, sin embargo, Con la belleza de las Madonas Que se ven en los vitrales antiguos. Hace tiempo - Mucho antes de los vitrales - fue ese rostro Inclinado sobre la fuente, en un paisaje azul Donde los dioses griegos tocaban la lira, por la noche. Pero apenas un momento después iba a sentarse Al pie de los olivares, entre las violetas. Bellona había tendido su arco… Debía huir. ¡Tanto huyó, que la dulce forma solo se detuvo Para amenazarla otra vez y traicionarla! Desde que la tierra es tierra Huye… La creo pues vieja y ya no oso Tocarla el velo que le presta su misterio. ¿Es humana? ¡He creído Ver un niño con las pupilas tan tiernas!
  • 36. 36 ¿Dónde? ¿Cuándo? Sobre aquel camino hay que esperarla ¿Y bajo que rasgos la reconocerán Los que, desde siempre, la visten en sueños? ¿Está en el cielo azul de este día que se acaba O en el alba del rosa abrileño? ¿Separando, el trigo maduro, paisana de manos morenas Sonríe al soldado herido? ¿Cómo la veis, pobres gentes harapientas, Vosotras, madres que lloráis, y vosotros, pescadores de luna? ¿Ha regresado a los Bosques sagrados, A los misales floridos de las leyendas? ¿Duerme, viejo Corot, en las nieblas doradas? ¿En las tuyas, color lavanda, Dulce Puvis de Chavannes? ¿en las tuyas, Dónde se desvanece, Henri Martin, en tu luz? Y después, me acuerdo… Un sonido puro de flauta, tan fresco, aéreo, Entre los acordes lentos y graves; la sordina Bulliciosa de los violonchelos os mecen Como un océano en calma; una campana al paso, Un canto de pájaro, La Música divina, Esa música de una flota que juega, Una noche, en el cálido silencio de una villa; Mozart dándote su gran alma, paz frágil...
  • 37. 37 Me acuerdo… ¿Pero es quizás, al fondo, quién sabe? Mucho más simple… Eres tú quien, la conoce, Sin lugar a dudas, viejo hombre con capa, Viejo pastor de senderos dorados y retamas, Esa paz de los montes solitarios y las landas, La paz que solo necesita un grillo para expresarse. A lo lejos, el resplandor de una lámpara o de una estrella; Ante la puerta, de aspecto un poco embalsamado… ¡Qué simple es, ves! ¿Quién hablaba de tus velos Y por qué tantas palabras para describirte? Ves, ¡Qué importan las imágenes: casa blanca, Oasis, arco iris, ángelus, domingos azules! Qué importa la manera en que cada uno la lleva en sí, Incluso sin saberlo, tu reflejo que apacigua, Dulce promesa a los corazones de buena voluntad… ¡Ah! ¡tantos verbos, adjetivos, perífrasis! — Yo que la siento a veces, en el jardín, en verano, Tan cerca de dejarse convencer y de permanecer Cuando los hombres se callan...
  • 38. 38 La rosa azul No te conozco, rosa que no es rosa, Ni color del sol, ni rojo terciopelo, Ni blanco de pequeña monja, que me causas Una ansiedad vaga, extraña rosa. No te conozco, te sé de alguna parte, Del florista en boga — al abrigo de un invernadero — O en un parque demasiado bello como avivado por afeites Y orígenes ficticios — de alguna parte Donde la abeja misma duda, un poco temerosa. Jardineros demasiado sabios, ¡qué habéis hecho! «La rosa mosqueta que tendía hacia mí sus ramas vivas, ¿Qué habéis hecho de ella?» dice la abeja temerosa. «¿Qué habéis hecho de ella?» dice la cetonia con gorro verde. Y el Amor desnudo, sobre su columna, haciendo penitencia, Dice: «¿Qué habéis hecho de ese tierno universo donde libremente las flores cubrían los caminos verdes?» ¿Qué han hecho, que han hecho contigo rosa de los setos? Demasiado suntuosa o demasiado pálida de repente, Cada primavera ya nos pareces menos verdadera en la milagrosa fiesta de los jardines… Y hete aquí el azul convenido de las turquesas, el azul de las hortensias azules, los lotos azules, cielos demasiado azules sobre porcelanas chinas… Hete aquí azul, ¡oh rosa azul! Un poco falsa
  • 39. 39 ¡Cómo ojos que mintieran, bellos ojos lisos, anchos y orgullosos, bañados de azur… junio se desliza en el pequeño corazón fresco de las rosas de antaño! Y yo sueño con el azul de la salvia de los bosques, con los redondos ramos adornados en corona, de adorables miosotis, un tanto marchitas; con los acianos de los vastos campos dorados cosechables; con las vincas de abril, con las campanillas de otoño; Sueño con todos los ojos que se abren para ofrecer todos los tonos azules del agua, del aire, de la pedrería: el azul de la luparia, la dulzura florida del cándido lino, la mirada clara del romero… ese reflejo marino que tienen los ojos de los marineros y los mechones de cardos a lo largo de las costas… ¡Sueño con la canción que se canta en voz alta o tan discretamente en la cruz de las fosas… Sueño contigo, sueño contigo, oh canción azul, que cantas a los pobres corazones y los meces! Os vuelvo a ver, jardines de la periferia con rostros de flores que hacen pensar en niños en una habitación; te veo, ventana en sombra donde se cultiva un jacinto...
  • 40. 40 Y vosotros, campos de Harlem, brumas donde se tinta el carillón de otros jacintos; azul de los techos drapeados por una glicina; pólvora fina de una espiga de lavanda al sol de las colinas, mañanas azules, países azules, os conozco bien, aquí, solo por los perfumes del viento que corre... … Y otros, mejor que yo, cómo se acuerdan, se acordarán de los veranos antiguos, de los olores vivaces. ¿Pero alguien dirá, oh rosa, infante azul, Dama extranjera que sorprende, incluso allá, en esos parques donde los pavos reales arrastran su cola, dirá que te conocía, Princesa azul? El mismo poeta, ¿osará Franquear la rejilla o regatear la gavilla? tantos senderos azules, después de abril, de un azul demasiado simple… ¿Osará? E, incluso osando, ¿qué saber de una rosa que ya no es esta rosa con el alma de ayer? — ¿El tiempo de los dioses y de las metamorfosis, volverá, sin embargo, dama azul que fue rosa? ¿Los Cuentos de Perrault?… Los he soñado tanto… ya sabes, varitas mágicas, brebajes transformadores, para perderla o salvarla, a la Bella que un Príncipe había soñado…
  • 41. 41 ¿He soñado tanto, como el Príncipe, que, quizás, bajo tu disfraz, te reconoceré? Vale, no es culpa tuya… y pueden ponerte Un ropaje azur sin mentir demasiado, quizás… ¿Orgullosa? ¿Te creen orgullosa? Yo diría: «¿No adivináis que ser una rosa azul es estar sola y triste?...» Y el secreto de tu olor perdido también, lo diré, para que te acojan con dulzura, Rosa mía... «A propósito de una flor azul», tema del concurso de Juegos Florales Berruyers de 1925. El poema ganó el primer premio.
  • 42. 42 El cine (Para un viejo Señor que no comprende el cine) Agujero de sombra. Gruta oscura, donde vagamente se siente, Mover a los seres. La palidez de la pantalla desnuda Como una bahía abierta, al fondo, sobre lo desconocido… Música en sordina, tibieza, cuchicheos, Olor a mandarina, A azúcar de caramelo y almendras tostadas. Espera, carillón de un timbre que se obstina, Pequeña danza de resplandores esparcidos. ……………………………………………. Después, golpe de sol brusco. El misterio De este cuadrado de nieve animado. Floraciones de jardines, picos, ríos, rincones encantadores, Rincones trágicos, villas, bosques, la vasta tierra… La vasta tierra, y el vasto cielo, y la magia De los rostros parlantes, de los ojos, de los labios, Sin la voz. Gestos precisos, calma, energía O nervios que ceden, Fiebres, Felicidades y desesperaciones. Palabras, ¿para qué? Una sonrisa, una lágrima, Un pestañeo… La emoción no está en el ruido. Una línea, puntos… he aquí el hilo De la historia triste o feliz que se desarrolla.
  • 43. 43 ¿Te gusta ver a los hombres agitarse? Sentado, miras la multitud. ¿Amas el desierto? Lo recorres, en verano, Bajo un torrente de fuego, sin otro contratiempo Para ti que dejar correr la arena… Llanuras, Montañas, mares, te liberan sus secretos, Y el polo está tan cerca Que Nanouk el Esquimal lo acoge como hermano; Y la jungla está tan cerca Que te vas con el cazador de panteras… ¡Oh bellos viajes que jamás harás! Todos los héroes, los conoces, Los de la Historia y los de la leyenda; Todos los cuentos de las Mil y una noches, — Los cuentos de antaño, los de hoy — Y los templos, y los palacios, Y los viejos burgos o los claros de luna menguante… Los conoces… Los conoces, tú, prisionero, Quizás, de muros grises, de cosas grises, tú Cuya vida es gris o peor… ¡Ves, flores que se abren, pájaros que te invitan, ves: En los vergeles de Aladino se llenan los cestos… Recogida de sueños, tú que fuiste un prisionero! Así como un arca de porfirio La muralla se aparta… ¡Evádete! Llueve, donde el viento sopla sobre el techo, O es un julio que arde, o en la calle, Demasiados domingos con demasiada gente que charla, Ven este pequeño rincón maravilloso y mira...
  • 44. 44 Aquí, la hora es vivida, Incluso terrible — ¡todos los dramas son posibles! — No es más que semi terrible, Y hete aquí, como los niños muy pequeños, Ríes, tú que llorabas… Ríes, Tú, viejo, como los escolares a los que nada extraña. Charlot está ahí… ¡Charlot! Y Keaton, y Fatty, Y para esa risa sana, conquistada Sobre ti mismo, te dan Lo mejor de sí mismos. Arte mudo, sea… No añado nada. Tú lo amas, Tú lo amarás, digas lo que digas, el arte vivo Que te ofrece su rostro nuevo y su lenguaje, Sus ralentís, sus atajos, todos sus milagros, Todos sus decorados móviles… Cerca de estas gentes que, en la sombra, se borran, Ven solamente a sentarte, ¿quieres, sin tomar parte? De la noche de una sala estrecha, a los largos muros grises, Mira este milagro: ponen una película…
  • 45. 45 El citiso No, no es una glicina. En lugar de racimos malva, Son racimos de oro… Parecen pendientes de antaño, en bello o salvaje… O pastillas de ámbar, o el confeti de oro Que se arrojaría, en una gran boda, El pequeño sendero… El decorado Donde se encienden antorchas. ¡Ves flamear el paisaje! Surge el viento. Y es una cascada luminosa de topacios, Un gran fuego artificial, un chorro de agua que se inflama, ¡Un catorce de Julio en mayo! ¡Ves, en el viento, La alegría ardiente de la primavera! Ningún cañón, fuera, ni Bastillas tomadas. Es la fiesta rústica del Citiso. Con el cabello al sol, — Papillotes. Joven peluca alborotada — El Citiso se despierta. Es parecido A alguna página dorada saliendo de un mágico sueño. Fue un árbol muerto — y aquí está parecido A la Primavera misma, sacudiendo su cabeza alborotada… Lanzados por la mano de un Genio, o por las hadas, Se dispersan pequeños cascos amarillos, tan ligeros, Tan menudos y barnizados, que maravillan Al brusco viejo ciprés, calzado de marrón. Y las abejas Van y vienen, con ese ruido que se escucha en los huertos. Y yo, como tú, viejo ciprés, me maravillo Largo tiempo, ante esto, que nadie parece ver, — Salvo nosotros dos — el joven citiso en flor, al filo de la noche. Décimo premio en los Juegos Florales de Francia en 1925
  • 46. 46 El funicular de Larrún Juguete de madera guarnecida, el pequeño tren se alza Por sus caminos, que atemorizan un poco, Hacia la cima que parece huir, lila y azul… El aire vivo huele a árnica, bálsamo y regaliz. Juguete de madera guarnecida, el pequeño tren se alza. Las ovejas extrañadas le miran llegar… Parecen sin embargo — él de madera, ellas, de lana, — Adquiridos en el mismo bazar, en cajas de regalo. Un rayo de sol se divierte rebarnizando Cada vez, al juguete que miran llegar. Abajo, se ensombrece la garganta romántica Donde duerme, al acecho, el tejado de morenos contrabandistas. A lo lejos, picos que parecen almendros nevados; Y, sobre todo la costa donde danza el Atlántico, y galopan grandes nubes románticas.
  • 47. 47 País Vasco y sierras... América, más allá De este velo plateado, punteado de navíos. Oruga de cinco anillos, el tren de juguete se estira Hacia la cima donde el azul se difumina en lila… Ves esta agua plateada — América más allá, — Ves este verde de prado, este amarillo de duna, Este marrón de las piñas, esta blancura de las villas, San Juan de Luz, Biarritz y Bayona, ¿y eso Que reina aquí ya, a medias, sobre el Larrún, Ese color de España donde se calienta la duna? Entre dos rocas gigantes, Don Quijote aparece, ¿Sientes, sientes el viento que te hiela y te, quema, — Que te quema a mediodía, y te hiela al atardecer — Azotando tu capa, arrancando nuestras boinas? Sobre el alero de los molinos, Don Quijote aparece. La campanilla del tren suena como una loca… Ya es hora… Descendemos. El pequeño tren se va. Allí en lo alto, permanece de pie, moderna Quebranta, Mi sur francés y mi sur español, El vendedor de bizcochos — ¡A Dios, señoritas! — Mira gravemente al juguete que se va Con su esquila tintineando como una loca.
  • 48. 48 El jazmín Nombre de flor… Para vosotros, quizás no es más Que un nombre encantador, sin más. ¡Y lo es tanto! Para otros, quizás, al final de la primavera, En el aire tierno, un perfume que creen reconocer. La flor misma… la han visto un día; saben bien Que es blanca y pequeña y ríe en las horas cálidas Con la frescura de caídas palmas de esmeralda. Pero, para mí… de todo lo que es para mí, nadie sabe nada. Nadie, si no ha, como yo, contra su mejilla, Sentido los finos pequeños dedos acariciantes De un arbusto inclinado en la noche que cae, Y sentido como estrellas que se deshacen Cuando el viento juega con las ramas — nadie, fuera, O bajo un cielo parecido, si no ha, por una rama Por una rama de donde se desliza un ramo de estrellas blancas, Conocido la gracia de un jardín salvaje y su dulzura, Nadie sabe… Oh joyas vivientes, pétalos Hechos de nieve y de leche, de joven esmalte, De nácar o de marfil tan blanco, blanco coral, De carne de jacinto o de ixora tan pálida, Blancura que en su blancura, entre un sanguíneo clavel Y el amarillo pompón de una rosa, española, La parda España, quiere como al frente blanco de sus montañas — Blancura que parece un talismán, blancura donde se siente Algo del cisne, de las palomas, Del armiño — y que llega, como el incienso, De un sol que arde bajo cielos deslumbrantes. ¡Mi jazmín de Oriente! mi jazmín que recae
  • 49. 49 Del viejo muro que conozco en un jardín gascón. ¿No eres realmente todo lo que imagino? El alma de los limoneros, de los laureles-rosas, de las glicinas, La respiro en vosotros como en un balcón Girado hacia los países de las caravanas… Estoy en la terraza donde las flores se deshacen Como bellotas perlas sobre vuestras frentes, ¡Graves jovencitas musulmanas! Trenzo como vosotras collares de sietes filas — Y un viejo vendedor color dátil seco Que me vendió ayer sus olorosos frascos Para rociar ardientes gotas en la fresca noche... Y puedes estar allá, mi dulce jazmín, Rosa como la rosa o rubia como la abeja. — La mimosa de Egipto tiene matas parecidas, Las rosas de Isfahán tienen esos tonos de carmín — Pero permanecéis para mí del blanco de las conchas, Minúsculos conos de alabastro, cera en lágrimas, Migajas de claro de luna en los agujeros negros del follaje, Flores de mi bello jazmín salvaje, cuyo corazón Parece oculto en el estuche blanco de una veladora. ¡Ese blanco que veía, a lo largo de nuestros caminos, En el embrujo de una jornada dichosa, El gran poeta de los nuestros [Jacques Boé, Jasmin], que brizna a brizna, Recogía, ramos en Gascogne, para su Musa!
  • 50. 50 Totalmente blancos, os tendéis a las mariposas que se divierten Alrededor del Ermitage, entre las espalderas. Al abrigo de los viejos pozos ponéis un airón; Coronáis el techo inclinado de Françonnette [poema de Jasmin] Y, para el Ciego, perfumáis Castelculier [poema de Jasmin]. Es porque, el Poeta y vosotros, lleváis sin duda El mismo nombre que ha escogido una hada. Es por lo que se os quiere, engalanando la ruta De los que van, cantando las flores de su país. Jazmín, jazmín de plata, ¿no eres la imagen De la estrella que los pastores seguían con los Magos? La noche ha tomado su capa gris… ¡Conducid A través de los jardines el largo peregrinaje! ¿Quién verá jamás vuestro pequeño rostro, Tan menudo, tan menudo, bajo las ramas entrecruzadas, Tal como, yo, lo veo, sin tan siquiera abrir la puerta, Sin tan siquiera tener necesidad de mirar fuera, Si es el tiempo del primer escarabajo con alas de oro? Estás ahí… si es invierno, ¡qué importa! Ya que, a mis ojos, no te marchitas, Misterioso jazmín que me habla muy bajo, Ya que no puedes tener para mí hojas muertas.
  • 51. 51 La mariposa nocturna [La polilla] En el cielo, una flor sombría Va silenciosamente… Pequeño barco a remos, Avión planeando en la sombra. Sobre las alas, grandes ojos... ¿Qué pájaro misterioso, Velloso, menudo, va, remando, Va silenciosamente? Es a la hora en que los perfumes Se desprenden uno a uno Geranios demasiado pesados Y verbenas arrugadas, Cuando una mariposa de terciopelo, — Como una flor de pensamiento — Deja los parterres de sombra. En el cielo, una flor sombría. No enciendas, tú que sabes, La lámpara de las pérfidas claridades… Ve, al pavo real nocturno como devana Su hilo en zigzags mudos. No enciendas, tú que sabes… Deja la habitación en sombra, Una flor en el cielo sombrío...
  • 52. 52 La pequeña seta Vale, te reconozco, joven seta de los bosques… Al borde del camino vacío, es a ti a quien veo Abriendo tímidamente tu paraguas. ¿Ha llovido esta noche sobre la zarza y el hongo? Ya, el sol tierno seca Las más altas hojas del bosque... ¿Querías garantizar las mariquitas? Hace bueno. ¡Serás joven seta, una sombrilla, La sombrilla en satén marrón de un rey de Lilliput! No te muestres demasiado, sobre todo… El camino bulle… ¡calla! ¡Haz rápido una señal a las mariquitas! Gente con grandes pies vienen hacia ti. Te buscan, mi pequeña seta… ¡Que el tojo zumbante de avispas, El enebro y el acebo escondan los anchos techos De tus mayores, las hermanas setas, Porque lo uno lleva hacia lo otro y la sartén está al final! Aquí imprudentemente todo un pueblo crece: ¡Rojo y color sangre, verde y color musgo, Chantarela de bonete rojo, Sombreros rojos, verdes, dorados, por todas partes, Los techos de un redondo pueblo crecen! Desde la oronja con forma de huevo, el fresco champiñón blanco Forrado de crepé rosa, Hasta el malvado boletus que llaman Satán, Los reconozco todos, los alegres, los morosos, Los pérfidos, los buenos, los grises, los negros, los rosas, Tus primos del húmedo otoño y de la primavera...
  • 53. 53 ¡Pero es por ti, querida pequeña seta, por quién tiemblo! Aún no eres más que un grueso clavo bien clavado; Tu cabeza tiene el lustre del castaño de las Indias y te pareces a él. ¡Sobre todo, no alces al revés del foso Tu casquete de monja! te verían… tiemblo. Yo, tú lo sabes, cerraré los ojos. Expreso, te olvidaré bajo una hoja seca. Te olvidaré, pequeña Pulgarcito. Ni puedo, ni quiero Ser para ti el Ogro que sueña con carne fresca… ¡Pasaré cerrando los ojos! En mi cesto, llevaré algunas flores, una fresa… Nada, quizás… ¡Pero tú, sobre el talud, En la hora en que los caminos se callan, Levanta tu capuchón, ya no temas! Parda y dorada, sobre el talud, Desarrollarás una cúpula tan redonda, Tan ancha, que la luna en marcha — un segundo — Se detendrá para frotarte con su blanco dedo. La noche Se hará dulce a tu alrededor, azulada y profunda. Linda choza de salvaje — mesa redonda Para las ranas cuyo ojo amarillo y soñador luce, ¡Mi seta! Ya no serás un clavo en la hierba verde, Sino un pino-parasol en la sombra donde se concentran Las hormigas que, siempre, van en largas procesiones; Serás una bella tienda, abierta de par en par, Donde los grillos vendrán a cantar, de noche... El poema ganó la segunda medalla de plata en el «Jazmín de Plata» de 1925
  • 54. 54 El primer ciclamino Es pequeño… es un bebé. Su primera flor está abierta. Parece un volante tumbado Al borde de unas raquetas verdes. Diez hojas redondas de lunares blancos Sobre tallos rosa praliné… Bulbo inflado, que parece Dormir bajo la fina tierra… ¡Calla! Otros dos botones están listos Para mostrar su pequeña nariz roja. Es un bello rojo de vino fresco, Una pluma de Indio que se mueve… Y mañana, tres pequeñas boinas, Tres boinas de obispo de broma, Con un aspecto tan cómico y joven, Saludarán… para decirnos tanto Sobre esta fiesta de la Primavera Cuya apertura anuncian, Que no sabremos — dubitativos Ante el estrado en miniatura — Si se trata de este Buen Tiempo Que caza «viento, lluvia y frío», O tres pequeños charlatanes Contándonos la Buenaventura.
  • 55. 55 El tamarisco Todo el invierno, el laurel te ha desafiado. Todo el invierno, Los dos tejos, abanicándote con sus espesos flecos, Te han dicho: «¿No amas este frescor del aire?» Y el cedro estaba verde, el ciprés estaba verde, Y los bambús hacían gestos de alegría, Y la palmera jugaba en el oasis… Y la yedra vestida de verde botella, y el musgo De lana verde rana, y la hierba verde maíz, Se burlaban de ti, cubriendo el suelo pardo con una funda, Donde la escarcha cosía botones de cristal… Y la magnolia de loza barnizada, El evónimo acompasado, la yuca de metal, Miraban con ironía Tus ramas ateridas… El boj mismo, el boj De los buenos viejos jardines del presbítero, Parecía fatuo y saciado sobre un trozo de tierra Amplio como la mano y la «alcachofa de los pozos» Encuadraba el estanque con rosas agresivas... Y todos decían: «¡Ves, gracias a nuestras hojas vivas, Jamás existe el invierno, jamás el invierno!» Y ante ti, tan descubierto, Tan desnudo, tan magro, con pequeños dedos tan frágiles, Me detenía, sin saber…
  • 56. 56 Mi arbusto ligero, cuya frente greñuda Rizada por la brisa de mar de tibias alas, Adquiría allá, al sol, un verde tan dulce, Un verde que se tintaba de rosa en todas las puntas En cuanto el tiempo de las flores abría su caja de pólvora Y su estuche rojo perfumado — ¿Debería decidir No ver más tu fino rostro reanimado? ¡Ah! ¡qué poco me importan, los otros, los tenaces, Los siempre verdes, si debes permanecer desnudo! Jamás comprenderán lo que hay de gracia, De encanto delicado en tus brotes menudos Cuando resucitas, Tamarisco mío, porque el inverno es el invierno… Haber temblado por ti, cuando se inclinan rápido Sobre la primera pelusa imperceptible ayer, Y cómo te aman por este verde, este tierno verde Tan milagrosamente nuevo, después del invierno...
  • 57. 57 Las flores de haba Un olor a vainilla, insistente, tan dulce… ¡Las habas están en flor! Una mariposa, después dos, entre los jóvenes brotes — Ya, este amplio perfume pleno de dulzura… Abriga todo el valle que sigue la ruta Invade la llanura, toda. Las habas están en flor… Lazos de satén, blancas escarapelas, Conchas de nácar donde tiembla una señal negra, ¡Flores de haba! Tended vuestros pequeños incensarios A este buen viento cálido que improvisa… ¡Escalonad vuestras blancas escarapelas! ¡Derechas, en terciopelo verde-gris, Las hojas, en vano, montan guardia! ¡En vano, cada una adquiere Como un reflejo de acero, doblando su terciopelo gris! Yo, sé, flores de haba, Que simuláis apresuraros alrededor De este pesado tallo donde se espesa la savia. Cascabeles de este sonajero demasiado pesado Veláis, a vosotras mismas, vuestro sueño… ¡Alas! Queréis alas y sé, Cuando el viento juega a las raquetas en la llanura, Que estos volantes que van y vienen Estas pequeñas plumas que suben, sois Vosotras, nadie más que vosotras, las flores de haba, que se suponen Inmóviles, sobre el pie verde que os retiene.
  • 58. 58 Una parte, otra se posa… ¿Quién lo pone en duda? No confesáis nada. ¿Debéis, tan cerca de la tierra, Permanecer allí quizás? ¡Id, Yo, solo sé que no sois esta cosa ligera, Una mariposa de abril, echa para volar! ¿Por qué solo los árboles tendrían sobre sus ramas Mariposas pudiendo abrir sus alas blancas Y jugar con el viento, por qué? Mañana, alzando un pequeño dedo — Estuche velado de la primera vaina — No tendréis una fila de perlas, ya grandes, Y seréis habas salvajes, sin perfume. Mañana, las mariposas se irán una a una Hacia las acacias de la colina… El viento jugará más lejos, eso es todo. Vuestro olor fino, Insistente, tan dulce, vuestro olor No lo olvidaremos… No lo olvidaremos ya, habas en flor...
  • 59. 59 Las mariposas de día En el cielo, una flor de haba, Que gira y vuela y da vueltas… Copos que pasan saltando Y que la brisa levanta… Alas abriéndose como ojos… Mariposas blancas, mariposas azules, Atraídas por el olor de las corolas… ¡Flores que vuelan y dan vueltas! Felices fuegos artificiales lanzados En el campo, sobre las hayas; Arboledas de zafiros y rubís Dispersados por un golpe de viento… En el cielo, una flor de haba.
  • 60. 60 Los peregrinos de la duna Los pinos… Los pinos de verdes cabellos, Con sandalias de oro y cobre. Uno por uno, dos por dos Derechos ante ellos, Se marchan, como ebrios… Ebrios de sol, y de viento, Los brazos tendidos, a menudo inclinados — En tanto el viento les empuja a lo largo En tanto el sol muerde hasta hacer sangre La duna rojiza Los pinos se marchan, cargados de incienso, De oro y de mirra, hacia allá abajo, Hacia países que no conocen, tendiendo los brazos... Los pinos se marchan con ruido de alas, Con ruido de pasos, con ruido de voces sobrenaturales. Los escucho, los escucho… A paso ligero, El bosque les sigue, como un rebaño sigue al pastor. En voz baja, boca cerrada, Como los cantantes de Ucrania, El Océano cuenta sus penas. La última marejada, calmada Arruga y desarruga tejidos que arrastra… El viento juega a imitarlo, en los remolinos De los pinos en marcha.
  • 61. 61 Oh patriarcas, Verdes peregrinos de arenas rojas, Peregrinos hacia no sé dónde, Sois vosotros quienes marcháis, sois vosotros Quienes hacéis, bajo mis pies desnudos, estremecer la duna… La noche cae… Y quizás aquí Soñemos, mojados de luna, Noches malvas, gris pálido también, Y diáfanas… Vuestras noches, Puvis de Chavannes [pintor]… Yo, he visto pinos, uno por uno, Volverse azules, volverse pardos, Los he visto, azotados de espuma, Dislocados por el viento salvaje. Y conduciendo siempre, siempre, El mismo largo peregrinaje… Alucinados, ciegos, sordos, Los he visto como Don Quijote, Los he visto como el Judío errante, Calvos, jorobados, mancos, tambaleantes, Sombres chinescas de lado. Y por detrás, he visto, apresurados Como las ovejas de la fábula, A otros pinos, todos los pinos heridos, Aferrados a las pendientes de arena… En los tiestos de arcilla, sangraba Su savia espesa, gota a gota… Los primeros pinos seguían su ruta.
  • 62. 62 Yo sola les acompaño… ¿Hacia la España de los milagros? ¿Hacia qué sierras, qué castillos, Qué tabernáculos? No, no me digas demasiado alto La historia de los pinos de la duna, La historia verdadera en cuatro palabras… Pues veo, a la luz de la luna, A la luz del sol, verde o pardo, Marchar al bosque ante mí… Y es verdad, porque así lo creo. Costa de Plata, agosto de 1925
  • 63. 63 Mañana de otoño Es una mañana… no, una mañana de Corot Con árboles y ninfas — sobre la tierra, Es un rincón muy pequeño, entre muros de piedra No muy altos… Es una mañana en el pequeño jardín del presbítero. Es una mañana de otoño: Viña roja, dalias amarillas Pequeños dedos retorcidos de crisantemos rojos; Un girasol mostrando su rostro de rey negro Bajo una vieja diadema de plumas rígidas, un poco magras… Regadera verde, cerca del geranio en tiesto. Es una mañana, sin ninfas de Corot. El cura duerme, la casa duerme, el camino duerme, Mientras que, dulcemente, caen piezas de oro… Es una mañana de otoño… El alba, que se ha levantado a paso de lobo, primero tirita En albornoz rosa… después se echa a reír en el cielo, Y todo se vuelve rosa como ella, y ríe como ella, Y son claridades rosas y rubias tales Que el pequeño jardín dorado parece irreal. Despierta sobresaltada, en el campanario, la campana suena: «¡Rápido! ¡Rápido! ¡Levantaros, buenas gentes Es de día! ¡Una mañana de otoño! ¡Suena! ¡Hace buen tiempo! Escucha, vieja servidora de cofia blanca, del presbítero. Es la hora, levántate, viejo cura; ¡Ve los pájaros, ve la luz! Coge tu sotana y tu bonete cuadrado, Abre la puerta y vete… ¡el tiempo es oro!
  • 64. 64 La avenida tiene todos los tonos salvajes de los viejos misales… Ve rápido, no te rezagues, bajo el gran cielo, Al pequeño jardín lleno de alegría… Color fuego, color flores, color miel, ¡Es demasiado bello! lo tomarías por un altar. Te perderás la misa...»
  • 65. 65 Nivoso (4º mes republicano) Deja caer las plumas de la nieve… Los pájaros que las han perdido traen novedades totalmente blancas… Las alas que las han perdido han planeado sobre Finlandia y Noruega. Han acariciado bosques blancos y vertiginosas extensiones donde el sol friolero, al poco tiempo, se inclina… ¡Oh! ¡por qué barrer las plumas de la nieve! Ellas hablan de los soles blancos como la luna y de los lagos blancos donde los trineos corren tan rápido… Hablan de leyendas a la luz de la luna y de cabañas donde los «Tomtes» [Gnomos] nos invitan. Alas han sembrado sus plumas, una a una… ¡Tended las manos a las plumas de la nieve! Es como el alma de los países que nos incitan, los países contados por Selma Lagerlöf...
  • 66. 66 Lluvioso (5º mes del calendario republicano) Llueve. Llueve con poca intensidad Sobre el atajo… — ¿Qué Dios, para castigarnos vierte, Oh campaña, de día, de noche, Esta lluvia tan menuda? — Es como un dolor que nos persigue Y gota a gota nos traspasa, Un gris sin fin que lleva en él Tanta lasitud y aburrimiento Que el corazón por completo se ahoga. — Un sudario de agua gris que gira Sobre los viejos caminos que se ahogan… — ¡Oh relucientes hojas de seda Que al sol y con alegría Bordan los pesados vergeles de frutas! Terraza-jardín rosa alrededor de un pozo... — ¿Es posible que el invierno se emplee En arruinar todos los rincones alegres? — Vamos, soñando en los nidos destruidos. La cuerda llora sobre los pozos, Los árboles lloran en la llanura…
  • 67. 67 — Como en el corazón de Verlaine, Llueve, llueve con poca intensidad. Es como un dolor que nos persigue… Y quizás también nos conduce, — ¿Hacia dónde, hacia qué, tan pronto, tan tarde? ¡Al repique persistente de las goteras Un castillo se muere en alguna parte! — Cañas se desploman, se esparcen… — Y ojos grises, en la niebla, (¿Es un cuadro de Carrière?) Miran a lo lejos, a alguna parte, Hacia la villa de amarillas luces…
  • 68. 68 Termidor (11º mes del calendario republicano) ¿De las lagartijas y los gatos soy hermana? ¿De dónde me viene este amor por las piedras calientes Y esta plenitud solar donde merodean Como pecas? Insectos rojizos, viva luz Que obliga a los ojos a pestañear; ¡Amplio verano donde nos bañamos Sin que una brizna de aire nos llegue! La piedra arde bajo los dedos. La arena quema Habla de África a la hierba seca. Un olor de incienso y de pecado Habla de Asia al cedro azul. El insecto: abeja, moscardón, cetonia, pulgón salvaje, libélula de oro, Se adormece sobre cada ramita. Es rojo bajo las peonías. Es amarillo en los ojos claros De la lagartija, hermana mía, que bosteza. ¡Cuídate de los ojos claros de las murallas, Insecto rojo, moreno, rojo o verde! Y tú, lagartija, cuídate también… cuídate Del gato negro que duerme, del revés, Párpados cerrados y puños abiertos, Una oreja blanda amoratada…
  • 69. 69 ¿Sabemos de qué están tigradas, Jaspeadas, estriadas, vuestras miradas de ámbar, Hermanos que estiráis los miembros Sobre mi piedra de liquen dorado? ¡Querría ser el sol con lentejuelas Que flamea solamente en los pequeños lagos dorados De vuestros ojos somnolientos donde se refleja el mediodía! En mis ojos que son azules, incluso un poco grises al fondo, Mis ojos, sé bien lo que hacen Los rayos del verano atravesándome la frente. ¡Incluso las pestañas se unen, incluso haciendo sombra Con mis dedos apretados que se han vuelto transparentes, Es como un incendio en los agujeros de un telón sombrío! Todo el oro de los joyeros, de los príncipes de Oriente, Puebla mis ojos cerrados de estrellas que se obstinan… Lagartijas, compañeras mías, gatos durmientes a los que trastorna La ronda del sol contra el muro ardiente, ¿Jamás me diréis lo que veo dentro de — Lo que veo en la noche que desciende en sordina — Vuestro ojo claro de cazadores que julio trastorna?...
  • 70. 70
  • 72. 72
  • 73. 73 PRIMEROS POEMAS «La Soledad» (el nombre de la casa donde vivía Sabine Sicaud) Soledad… Para vosotros esto quiere decir solo, Para mí — ¿quién sabrá comprenderme? Esto quiero decir: verde, verde áspero, ternura vivaz, Verde plátano, verde calicanto, verde tilo. Palabra verde. Silencio verde. Manos verdes. Grandes árboles inclinados, arbustos locos; Dedos mezclados de rosales, de laureles, de bambús, Pies de cedros antiguos donde se conciertan Las bestias del Buen Dios; rondas alertas De libélulas sobre el agua verde…
  • 74. 74 En el agua, reflejos de castaños, De tejos pardos, de sauces dorados, de largas mentas Y del joven berro; charcos durmientes Y corrientes vivas donde reman los «molineros»; Ranas con resorte y carpas venerables; Martín pescador… En marzo, estrellas de ciruelos, De perales, de manzanos; racimos de arce. En mayo, la fiesta de la cicuta, La de los botones de oro: esplendor de los prados. Campanarios blancos de las yucas, lanzas agudas Y tallos dulces, loniceras de hebras apretadas, Parra virgen de brazos pesados cargados de palmas, Y siempre, y por todas partes, fresca, reluciente, calmada, La invasión de yedra de pequeñas olas lustradas Ganando el muro de las clases, los marcos de las ventanas, Los techos de los pabellones vanamente reclavados… Yedra alimentando el frente del roble, el cuello de la haya, Sus ramos de granos negros como una trampa tendida Al dubitativo tordo; verde reino De mirlos con hábito — reino que se expande Tanto en un parque de Florencia como de Roma En mantos de esmeralda y cordajes flotantes... Cuyos plátanos seculares, cada verano, Hacen una larga catedral verde — yedra De la gruta de rocalla donde duermen abrigados Cada invierno, los alcatraces y los cactus frágiles; Funda que el polvo blanco de la villa Apenas escarcha las noches de gran viento — para mí, Verde obligado de las viejas piedras, Árboles viejos, techos inclinados, viejos techos — ¿Un castillo? No, Señora, una mansión, Una ermita verde que huele a madera, a heno, Donde los ruidos de la ruta llegan de bastante lejos Por no ser ya más que música en semitonos. Un tren sobre el talud se apresura entre plantas, Pero el horizonte totalmente rosa y malva que reúne Reviste al viaje de colores de leyenda. Miran un instante hacia estos trenes que se van Arrastrando su barba gris — y es verdad que expanden Un poco de nostalgia al borde del dorado verano…
  • 75. 75 Pero el jazz de los gorriones enrabieta a las hojas, Las palomas blancas se exaltan, el ciprés Es la torre encantada donde las notas se deshojan Alrededor del ruiseñor. Del prado, Sube la fiebre de los grillos, de los saltamontes, Todas las hierbas tienen patas, tienen alas — Y el Asno y el Caballo de la Fábula están allí Y Chantecler [obra de Rostand] se representa con gran boato Día y noche en el patio donde las plumas revolotean. En un claro del agua, el eterno prodigio Del renacuajo de terciopelo convertido en sapo de oro, De la voz de cristal entre las escofinas nuevas De innumerables ranas. El gato duerme. Diquito [Dickette] — asuntos de perro — y sobre su cabeza llueven Pastillas de luna o de sol ardiente. Si llueve realmente, la lluvia de cubos llenos chorreantes Se esparce del mismo a los dedos verdes que la detienen. Un tilo, bambús. El abrigo verde del poeta, Del verde, ¿comprendéis? Para que a las viejas casas Nadie les hiera los ojos bajo sus párpados cansados. Dulzura del árbol, del musgo, del césped… Decís: ¿Soledad? ¡Ah! en las horas que pasan, no hay nada vivo más vivo que un jardín, Más misterioso, perfumado, áspero, tenaz, Y poblado — tan poblado que a menudo llegan A discurrir mil pequeños genios Salidos de no se sabe donde, como en Aladino. Una palabra verde… Que dirá la frescura infinita Una palabra color de savia y de fuente y del aire Que baña una casa desde siempre tuya, Una palabra desierta quizás y desecada para otros, Pero para uno mismo, familiar, tan próxima, tierna, verde ¿Cómo un islote, un querido islote en el universo?...
  • 76. 76 Castillo de Biron Sobre los caminos desnudos, nadie ya. De color sanguina pálida Un horizonte de madera tiembla. ¿De qué áspera melancolía Nos envuelve aquí el otoño? Un quejido de polea Sobrevive en lo alto de redondos pozos. El patio de honor y el porche En vano hablarían de Italia… Demasiados corredores sombríos conectan Las salas donde nuestros pasos resuenan Retratos que ignoramos. Demasiada sombra compacta las vigas A lo largo de frisos abolidos. Feu el duque de los «zapatos a medida» Se ha unido al difunto Bragelonne. En las cocinas, nadie ya. La tarde muere, llena de mosquitos. Viejo castillo de Gontaut-Biron Con qué melancolía Miras llegar el otoño...
  • 77. 77 La hora del plátano ¿Oléis este olor, este olor salvaje y rojizo del bello cuero nuevo, calentado por el otoño que flamea? Todos los cueros del Levante están ahí, llegan juntos procedentes de zocos lejanos saturados de ámbar y de sándalo. Aceites y gomas de oro les salpican. Perfumes amarillos esencias y vainas, todos los cueros preciosos de un fasto oriental, cueros estampados y grabados, punteados de metal, pintados y adamasquinados, están ahí. Los de Córdoba se extienden en paneles donde la luz juega como en la escalera de un palacio ducal; los de Rusia tienen reflejos de púrpura ardiente; los de Venecia el dulzor del terciopelo espeso, y los de Flandes donde los raros dorados, los sordos marrones, parecen en el burgomaestre esperar una kermés.
  • 78. 78 ¿Qué manos han ofrecido a estos libros de mesa el relieve suntuoso que me encanta? ¿Y ese abrigo parecido a la ropa de Dante, entallado por poetas ignorados? Bellos libros de antaño, os amo, dorados sobre un fondo de sol como de Iconos, mi biblioteca es una gala de otoño esta noche, entre los brazos de un árbol mitrado de oro. La leyenda se borda en el mismo decorado. Mis libros, de los muy viejos a los muy jóvenes, se extienden de rama en rama, a la manera de los pájaros pensativos, y por encima el mosaico de macizos adquiriendo la gama salvaje y rojiza del follaje. Porque están vestidos de hojas, en este tiempo en que los plátanos rojizos y salvajes se despojan. La virgen, en la alameda, ha hilado su rueca para que cada página tenga una marca flotante. ¿Tú que lees, la frente inclinada, en una habitación, no sientes que en el umbral frío de noviembre toda esta marroquinería nueva y estos pergaminos de oro están hechos para que, esta noche, se traduzcan, fuera, únicamente, las estrofas del plátano? Otoño, labrado de sol, encuadernado de insectos amarillos, lleno de miel y de granos, y de ese olor fuerte que pasea el viento del sur, de puerta en puerta; Otoño, ¿quién podrá creer en las hojas muertas, creer, esta noche, en la tristeza de la muerte?
  • 79. 79 La Gruta de los Leprosos Valle de Gavaudun No me hables ni de la torre, Ni de las bellas ruinas rojizas, Ni de esta viva funda De hojas en media luna. La garganta es demasiado fresca y demasiado verde; La ribera, como una serpiente, Retorcida, apenas descubierta Bajo demasiada hierba donde queda en suspenso El misterio de los bosques vírgenes. No me hables ni del albergue, Ni de los cangrejos que se cogen En el musgo y los capilares. No he visto, en este rincón de tierra, Ni la paz de la noche transparente, Ni la de las crestas desiertas. ¡Pero, bloqueando el cielo, dos rocas De golpe desnudas, desolladas, Con muchas bocas abiertas! Hacia estas bocas negras, clamando No se sabe qué horror antiguo, ¿Sabes si, furtivamente, Las pobres almas regresan?
  • 80. 80 ¿Dónde están, dónde están, Dios mío, Esos parias vestidos de rojo Qué, allá arriba, acechaban las noches azules Por los agujeros abiertos de este antro? Gruta de los Leprosos, umbral maldito Al borde del acantilado ocre… No deberías haberme dicho Qué temblor antaño atravesaba Este decorado de hojas felices...
  • 81. 81 La vieja mujer de la luna Hemos hablado mucho en la habitación, esta noche. Acostada, bordeada, la luna entró por la ventana. Evoca de perfil un somnoliento bienestar La vieja que, en lo alto, porta su negro fardo. ¡Qué cansada debe estar y querríamos conocer El crimen por el cual todos podemos verla A lo largo de las noches claras caminar sin esperanza! Pobre vieja tan vieja, ¿es un vuelo de madera muerta Que curva su vieja espalda sobre el redondo planeta? Tiene mucho frío, quien sabe, cuando el viento sopla fuerte. ¿Va a marchar hasta el fin del mundo? ¡Y por qué en el cielo se arrastra hasta el día! Dormimos… Cerraremos los ojos a cal y canto… Luna, déjala sentarse un segundo.
  • 82. 82 La camelia roja En medio de plantas frágiles que un grueso vidrio defiende, muchos botones despuntan, frágiles, un primer capullo verde estalla. Ya, al lado de los tiestos de arcilla, se adivina el azul, el blanco. Un ciclamino juega al volante — cuidad los pequeños tiestos de arcilla — Pero más alto, mucho más alto ya, hacia las ramas que se reavivan ha pasado una hada. Ya consumido de púrpura viva El primer capullo se transformó. Rosetón rojo — ¿eres una insignia? Terciopelo sombrío jaspeado de claridad, en la sangre, dos plumas de cisne... ¿De qué infante eres la insignia?
  • 83. 83 ¡Rosa orgullosa de invierno, se siente hecha para las gavillas que vendrán pronto, que vendrán queridas, mucho antes de la estación de las gavillas! Flores de surco, de madera, de hierba, no entendéis nada de esto. Para dedos demasiado blancos, demasiado cansados, se cosechan estas ramas. Rama verde de hojas barnizadas te ofrecen como ceremonia esta corola sin perfume… Hacia los tocadores, hacia los palacios, los ramos se van uno a uno. En el marco de los altos espejos, saludad a la flor de los palacios. Habláis de esta mano cansada de la Dama de las camelias. No sé lo que hay en el corazón de las camelias; ni busco ni la humilde gracia ni el aroma de tantas flores — ¿De abrirse a lo Chandeleur en una atmósfera ficticia, de ser rara; de ser una flor que florece antes que las otras, de todo lo que tiene de ficticio le estoy agradecida? No lo sé. La amo al abrigo de las cencelladas por todo lo que es o no es. Inmóvil mariposa roja entre dos hojas que no se mueven está bajo los vidrios, allá abajo, la primera camelia roja.
  • 84. 84 Las begonias Son las begonias claras color fruta, color carne, color concha pálida. Begonias de pesados pétalos color perla y ópalo — color de flores también que murieron ayer — Son las begonias pálidas. Begonias abiertas de par en par ¿sentís los dedos del invierno amenazar vuestro corazón abierto? Vosotras cuya púrpura está tan viva, begonias color sangre color sol que desciende hacia la mar que una marejada aviva — Begonias deslumbrantes que habláis de gloria y de sangre al borde de tallos mutilados, ¿sentís todo lo que se siente cuando el viento, la niebla, la lluvia o el hielo se deslizan a lo largo de las avenidas? Tijeras del jardinero… ¡qué habéis hecho! Tallos blandos que descargan una orgullosa flor marchita… Se acabó por este año. Vuestros harapos de terciopelo se dispersan ya.
  • 85. 85 Sobre vuestras cabezas descoronadas un nombre, un poco bárbaro, dirá que sois de esa fina palidez o de ese rojo altivo que las tardes de otoño exageran. Begonias de alma extranjera, flores de lujo, flores que se ama como se aman otros climas en el aire un poco turbio de las sierras — Flores de jardines con verjas de oro, he aquí la hora, la hora en que duermen en el fondo de los grandes palacios de cristal. Es la hora de las semillas que abrazan bulbos rosas y peludos que guardan flores que ya no están, el frágil germen bajo la tierra. Flores demasiado duales; flores sin perfume, sin aroma ligero, ninguno, pero de una belleza misteriosa, hojas verdes, hojas castañas, ramos de coral uno a uno, acostados en macizos difuntos, es la hora de las prisiones de vidrio. Dormid. El viento sopla fuera ¡tantos bellos sueños han muerto de una muerte sin despertar posible! Corazones tiernos o corazones impasibles, me gusta saberos dormidos en el fino terreno de las semillas no obstante a lo largo de los vidrios impasibles el viento que sufre, el viento loco lleva los harapos allá abajo, no sé dónde...
  • 86. 86 Las Fontanelas Solo es una casa blanca entre los árboles... Pequeñas fuentes… Sin duda Fue allí entre los reflejos De manantiales y arroyos Donde todos estos ruidos encantadores se complacen Con soñar al lado de una ruta. Cascabeles claros, tiernos o fatuos, De manantiales y arroyos, Finos musgos que junio vela, Oasis al borde de una ruta. Un rincón verde, árboles abovedados Y nuestra alma se apacigua del todo. Vosotros que pasáis rápido deteniendo Vuestros ojos llenos de fiebre un instante Sobre esta frescura que reposa, Si pudierais entender largo tiempo Este pequeño cascabel de un instante Tan lejano de vuestra alma cerrada... Dos gotas de agua, tan poca cosa Pero esta frescura que reposa.
  • 87. 87 Los Charmettes [casa de Rousseau], Milly [casa de Lamartine], Nohant [donde vio a George Sand], Nombres que cantan, nombres emotivos Como un viejo jardín lleno de rosas; El arroyo jadeante del Cayla [casa de los hnos. Guérin]; Arnaga [casa de Rostand], la pila [vasque] donde se posa La tarde vasca con ropaje plateado... ¡Un viejo banco, la alameda, una rosa, Todo lo que sobrevive en las cosas! Vosotros que pronunciáis a media voz, Tiernamente, nombres de antaño, Decid, ¿no es un poco su hermano Este diminutivo donde se ve Correr en sílabas claras Las fuentecitas de nuestros bosques? Fontanelas… pequeñas voces Que en los antiguos tiempos nos mecían. Bajo la menta y las capilares ¿No es el espejo estrecho Donde se inclinan las «fastisillères» [hadas]? Aquí vino Francina la pastora [poema de Jasmin] ¡Oh canciones, canciones de antes! ¿Es un parque, es un pequeño bosque? ¡De la gran ruta solo se ve Un ramillete de árboles tan tranquilos!
  • 88. 88 Una niebla ligera sobre la villa Desvanece el rojo de los techos — Y de ser blanca, de estar allí Bajo el cielo que ha amado Virgilio, Simplemente, con ese estallido Solamente de flores Entre bellos árboles tranquilos, Esta casa es ya para nosotros Algo así como un asilo. Asilo que se sueña al cabo De un camino batido por la tormenta, Clara parada del paisaje. Verde no inglés, verde más dulce Que tienen nuestros pastos. Acostadas lilas, bañadas de rojo, Persianas abriéndose en el follaje. Vosotros que partís, acordaros. Solo es una casa francesa. Libros, cuadros que complacen, Un interior con tonos dulces, Gris, rosa Luis sexto, Una vieja casa francesa. De lejos, de cerca, no sé de donde, Podéis volver a ver en los días tristes Un pequeño rincón verde de los nuestros. Su gracia, un poco os asiste, Vosotros que partís en la noche triste. «Las Fontanelas» Villeneuve-sur-Lot
  • 89. 89 Las tres canciones Escuchas la canción del agua… ¡Cómo llueve, qué rápido llueve! Parecen cascabeles Agitándose en los canalones. ¡Al abrigo en tu cama Escuchas la canción del agua! Escuchas la canción del viento… ¡Cómo se agitan las ramas! Los nidos de los pájaros, muy a menudo, Son acunados, acunados demasiado rápido. Al abrigo de las cortinas blancas Escuchas la canción del viento. Escuchas la canción del fuego… ¡Cómo se agitan las llamas! El fuego amarillo, rojo y azul Para calentarte arde rápido. Cuando tus ojos parpadean un poco, Escuchas la canción del fuego. Escucha las tres canciones Que se hacen muy pequeñas Y dulces como un ronroneo Para que duermas más rápido. Si quieres, bebé, durmamos Con el ruido ligero de las canciones.
  • 90. 90 Primeras hojas Os tendéis hacia mí, verdes pequeñas manos de los árboles, Verdes pequeñas manos de los árboles del camino. Mientras los viejos muros se deterioran un poco más, Y las viejas casas muestran sus heridas, Vosotras os tendéis hacia mí, brotes de las hayas, Verdes pequeños dedos. Pequeños dedos aconchados, Pequeños dedos jóvenes, luminosos, apresurados por vivir, Por encima de los viejos muros os tendéis hacia nosotros. El viejo muro dice: «Cuidado con el viento loco, Cuidado con el sol demasiado vivo, cuidado con las noches que centellean, Cuidado con la cabra, con la oruga, Cuidado con la vida, ¡oh pequeños dedos!» Verdes pequeños dedos ganchudos, bruscos y tiernos, Os sentís bien porque Los viejos muros, esta mañana, tienen la voz de Casandra. Pequeños dedos de papel de seda, Pequeños dedos de terciopelo o de esmalte tornasolado, Sabéis bien porqué No escuchareis los muros color ceniza... Frágiles abanicos verdes, manos del próximo verano, Nos sentimos bien porque no escucháis Ni los viejos muros, ni los techos que se descuelgan; No sabemos bien porqué Por encima de los viejos muros, de todos vuestros pequeños dedos, ¡Hacéis señas a la juventud!
  • 91. 91 Viña virgen del otoño Dejáis caer vuestras manos rojas, Viña virgen, las dejáis caer Como si toda la sangre del mundo estuviera sobre ellas. Cuando tiembla, toda la balaustrada se mueve Todo el muro sangra, Oh viña virgen… Todo el cielo está embebido De una misma luz roja. Es como un estremecimiento de alas rojas que caen, Alas de pájaros de las islas, alas Que sangran. Es el fin de un reino — O algo infinitamente más simple. Son los pies palmeados de los altos flamencos O las frágiles patas de paloma Que marchan por el camino de entrada. (¿Dónde van, tan rojas?) Sus huellas estrelladas Se juntan con la otra viña, donde se vendimian. Tan roja, ¿Es ya la sangre de las cubas llenas? ¡Ah! Simplemente la fiesta de la vendimia. ¿Simplemente verdad? Y sin embargo, ¡qué temblorosas vuestras manos! Sus venas Se rompen una a una… Tanta sangre… Y este olor tan insulso, extraño. Estas manos que caen con aspecto cansado, Oh viña verde, de aspecto cansado y como ausente, Manos abandonadas…
  • 92. 92 (¿Lady Macbeth no tuvo ese gesto Después de haber frotado la mancha tanto tiempo?) Manos que se crispan, manos que permanecen En jirones rojos sobre el palpitante octubre; Decid, ¡oh! decid cada año ¿Sois las manos homicidas del Otoño? ¿O cada año, Sin nada ni nadie que se conmueva, Manos asesinadas Que flotan en el filo rojo del otoño?
  • 94. 94
  • 95. 95 Tarjeta postal Cuando la anémona roja y los jacintos azules Florecen en los parques de Inglaterra, Una niña pequeña con vestido rojo o azul Desciende las escaleras de piedra. De green [verde], los parterres, la yedra, Los bellos árboles jamás tallados Y el sotobosque pleno de jacintos… Con vestido rojo o azul — anémona o jacinto — Una niña pequeña es pintada En la primavera verde y mojada De la vieja Inglaterra.
  • 96. 96 Caminos del Este Cuando era Rusa, me llamaban Katia, Masha, Tania. Tenía una nana, una baba, todo lo que acaba en «a» en los nombres rusos. En nuestra isba Nuestra Señora de Portchaïef lucía como una estrella y fuera las estrellas lucían como el mosaico de nuestra iglesia en Pascuas. Y sobre la pálida tierra de una palidez de nieve o roja de sus amapolas, corría como el viento mi bello caballito de Siberia. Trineos, barcos, rebaños, blanca y roja Rusia, danzas, música de mi tierra, cuando era Rusa… Poder sufrir tanto, ser tan vieja, tan joven, hacer un gesto con la mano sin lloro ni grito. Tenía largas trenzas rubias como hoy.
  • 97. 97 Caminos del Oeste ¿Para quién os han hecho, grandes caminos del Oeste? caminos de libertad que suponemos tales y mentís sin duda… Espacios donde surge el Popocatepelt, donde la negra secuoya cierne extrañas rutas, donde la fauna y la flora tienen cielos tan vastos que el hombre ya no sabe en qué planta vivir. Caminos de libertad que suponemos libres. A través de las Pampas corre mi caballo sin brida, pero la ciudad gigante tiene sus redes de fuego, y los jóvenes mortales de todas las razas tienen sus lazos, sus muros, sus padres y sus dioses. Desde las «Tres Puntas» del mar de los Sargazos, América del Sur, del Norte, países de toisones de oro, de minas de oro, del oro que hace al hombre libre y lo esclaviza, el Pampero quizás ignora las trabas y el águila boreal, las trampas del cazador… Pero, oh mi libertad, más querida que una hermana, es en mí donde vives, serena y sedentaria, mientras que los caminos dan la vuelta al mundo.
  • 98. 98 Caminos del Norte Cuando «palidecía al escuchar Vancouver» [Marcel Thiry] y era del Norte demasiado frío atravesaba mi pelliza de invierno y mi gorro de animales muertos. Mis hermanos cazaban los osos hasta el fondo de grutas de hadas; la sangre hablaba bajo sus trofeos, los Tomtes [Gnomos] se escondían, el viento ululaba a las puertas y el hielo bloqueaba los fiordos cuando era del Norte. Muros blancos de frío, prisión. Jamás vi pasar a Nils Holgersson [Selma Lagerlöf]. Selma, Selma, ¿por qué me has olvidado? debí nacer en Morbacka, el día de Pascuas. Sin embargo sabía que estaba convidada…
  • 99. 99 Caminos del Sur Caminos del Sur con un nombre que te hace daño ciertos días a base de cavar nostalgias… Inscritos en rojo o azul sobre el cristal de vuestras grandes agencias de viaje, inscritos sobre los navíos amarrados, sobre el avión correo o sobre el pájaro que teme el frío de los días más cortos ciertos días — ciertos días ¡qué insidiosa se vuelve su magia! Caminos del Sur — el olor del pomelo o del desierto sin oasis o de la selva virgen de peligrosas noches. Pistas de bestias en el monte o en esos mares plenos de estrellas rojizas según hablan entre ellos los marinos. Sol del Sur que vuelve la piel aceitosa y de ébano, noches de los poblados indígenas, tam-tam… Más lejos que vosotros, al Sur, Bolero de Ravel que sin embargo hace daño como esos nombres de tristezas extrañas, borde astral de esas rutas sin ángel donde desaparece lentamente la Cruz del Sur…
  • 100. 100 El camino excavado ¿El viejo camino excavado por las roderas? Ha llovido demasiado. El viejo camino de la Cantera, El del viejo molino que ya no muele, El camino del Señor que ya no tiene castillo, El camino del Verdugo, El camino de la diligencia, Y los que les cruzan, todos los caminos cubiertos de hierba, Todos los caminos llenos de agua, Todos los caminos perdidos… Entre los altos espinos, Los endrinos, la dulcamara, los nabos del diablo, El verde era el de las grutas y el amarillo El de la melancolía. Incluso el hielo cruje bajo el paso de los rebaños Y se vuelve triste antes de que caiga la noche. Los caminos excavados, la lluvia, La gris escarcha, El último escarabajo… Tomemos la ruta nueva Que sobre un puente sólido y nuevo pasa el río.
  • 101. 101 El camino del rompecorazones ¿Un solo corazón? Imposible Si es por él por quien se sufre y se es feliz Dicen: corazón dolorido, Corazón torturado, corazón en pedazos — Luego: alegre y ligero como un pájaro de las islas, Un corazón tan grande, tan pesado, tan grueso Que ya no hay lugar Para ninguna otra cosa que él en nuestro cuerpo humano. ¿Después evadido, bañado de una gracia divina? ¿Un corazón tan pleno De toda la sangre del mundo y solo guarda la huella De una fina cicatriz que se borra? ¡Imposible! Me hacen falta muchos corazones. Él mismo no puede olvidar en la alegría Toda la angustia que ha conocido una vez — Una vez o muchas, cada vez para siempre — Mi corazón se acordará de que fue un corazón demasiado pesado Y que jamás será un corazón nuevo, sin patria, Sin equipaje que llevar de vida en vida.
  • 102. 102 El camino de Dios Hay muchos caminos en el Reino de mi padre… Si ellos se encuentran, se cruzan o se ignoran, tienen sus pendientes de alegrías, sus simas, sus claros y su fauna y su flora, no importa. Hay muchos caminos. Hay muchas montañas de altura diferente con muchas vertientes… y muchas toperas donde trepan hormigas. ¿Si nada te acompaña salvo la sombra de tu cuerpo sobre el cuadrante solar, emplearás más tiempo en escalar la montaña? ¿Si duermes bajo la tienda de las ricas caravanas, emplearás menos tiempo en salir de las sabanas? ¿Si no tienes amigos cuya barca y remos hayan desafiado la tempestad en las cuatro esquinas del mundo, emplearás más tiempo en alcanzar el puerto que si lo habrías empleado en remar juntos? ¡Qué caminos se parecen!
  • 103. 103 Tantas olas profundas y costas sin fiordos, tantas tormentas de arena alrededor de los minaretes, tanta nieve y viento sobre el monte Everest… Y el camino de Dios puede ser tan modesto.
  • 104. 104 El camino del amor Amor, mi querido amor, te siento cerca de mí Con tu bello rostro. Si cambias de nombre, de acento, de corazón y de edad, Tu rostro al menos no me engañará. Los ojos de tu rostro, Amor, tienen cerca de mí La claridad paciente de las estrellas. De la noche, del mar, de las islas sin escalas, No temo nada si tú me has reconocido. Amor mío, de muy lejos, por ti, he venido Quizás. ¿Y nos iremos Dios sabe cuándo? ¿Desde cuándo buscas mi sombra desvanecida? ¿Cuándo te he perdido? ¿En qué vida? ¿Y qué osará el cielo contra nosotros ahora?
  • 105. 105 El camino de arena No acordarse siguiendo este camino… No acordarse… Te daba la mano. Nuestros pasos eran semejantes, Nuestras sombras se acordaban ante nosotros en la arena, Mirábamos muy lejos o demasiado cerca, simplemente El aire sentía lo que se siente en este momento. El viento no venía del Océano. Ni de allí Ni de ninguna parte. Nada de viento. Nada de nubes. Un pino Cuyo gemelo fue cortado hace tiempo Estaba solo. Nos hablábamos o no nos hablábamos. Nuestras pasiones, ¡pero tan seguros de la bella hora estable! No regreses por el camino de arena.
  • 106. 106 El camino de los árboles I. El camino del cedro He reencontrado al cedro Nos hemos reconocido los dos. Me ha dicho: «Eres tú, te conozco, tus brazos están revestidos de mi resina blanca y tus cabellos brillan con mis finas agujas y tus bolsillos crujen con mis manzanas de cedro...» No he dicho nada. Pero su olor a él, a incienso, a ámbar y cedro, lo conozco bien como él conoce el resto. II. El camino del roble He reencontrado al roble al viejo roble con abejas, tiene todavía el corazón abierto, pero menos abejas, al parecer menos miel al fondo de su corazón negro. Los enjambres le han dejado quizás — o he pasado demasiado tarde esta noche. El roble sacude su vieja cabeza como un hombre completamente solo...
  • 107. 107 III. El camino del olmo He reencontrado al olmo. No un olmo célebre, sino un olmo sin ex-voto, dando la espalda al camino del los hombres. Su columna de madera, rugosa, desnuda, enorme, ¿alguien la ha estrechado alguna vez entre sus brazos? La hemos medido con un hilo de seda la columna de madera que no para de engrosar en silencio. Pero engrosar — ¿quién ha visto alguna vez engrosar a un olmo? Tantos días y noches, tanto sol y agua, paz, olvido, suerte… ¡tanto y tanto! Entre los podadores, las orugas, el autan [viento del sudoeste], He reencontrado la Paciencia. IV. El camino de los enebros He reencontrado a mis pequeños enebros, torcidos, espinosos, quemados, aferrados a las rocas como acróbatas. ¡Ah! ¡El azul de ultramar de sus pequeñas bayas al lado de los crepúsculos escarlata! Se erizan, redondos o tan triturados que todo el cielo atraviesa sus pequeños cuerpos estrafalarios. La hierba al ras hace de tapiz de Persia pero el viento se lanza borrascoso.
  • 108. 108 Aquí, las liebres y las cabras Escapan a los hombres de allá Aquí azulean los enebros por el pájaro que no ven. Pequeño grano azul, salvaje, amargo, sembrado entre los vellones pelirrojos de árboles enanos que el invierno devuelve como los erizos en la mar. V. El camino del junco (inspirado en la fábula de La Fontaine «El roble y el junco») Después reencontré al junco, al junco verde que dijo: «Me pliego y no me rompo». Los pies en el agua, se curvaba tan bajo que sus listones obstruyen el arroyo. Había olvidado su alma de flauta. Su frente verde saludaba, saludaba sin descanso, su espalda se balanceaba como la espalda de una serpiente y jamás el sol la veía de frente. Decía a los tallos: «Me pliego y no me rompo, me pliego y no me rompo...» en fin, lo que decía al roble del Señor Jean de La Fontaine. Y el asno que pastaba lo pastó de todos modos. No he reencontrado al baobab.
  • 109. 109 El camino de las canciones Es la canción del pobre negro, su canción de ruta. En la isla, de su choza donde la cálida noche escucha, esta canción nació. Con una voz baja y resignada, mece a los pobres negros en todas las islas. Es la canción del Hombre amarillo al fondo de los arrozales. Desciende, remonta, monótona, como un junco, a lo largo de las riberas. Zumba en el corazón de las casas de papel, pero dice: en mis barcos de guerra, me escucharán hasta en el fin de la tierra. Para la canción de los hombres blancos, hacen falta más instrumentos y voces más sabias. Más cielo donde subir, más cielo donde caer, dice el Hombre blanco que canta. Pero el canto del Piel-Roja, del guerrero, del cazador, del caballero Piel-Roja, del pirata Piel-Roja y del hechicero Piel-Roja. Sobre la ruta perdida entre todas las rutas ¿quién la reencontrará?
  • 110. 110 El camino de los caballos ¿No tienes un caballo blanco Allá en tu isla? ¿Una hierba salvaje Expandida por él? ¡Ah! ¡Cómo flotan sus crines Flotan en los brazos del viento Cuando se despierta! Duerme como un pájaro blanco En alguna parte en la isla. Camino por la calle Como todo el mundo, Es la hierba, la hierba desconocida, Y el caballo greñudo Color de luna, Quienes están en mi casa, allá, En una isla redonda. Caparazonados, al paso, al galope, No conozco a tus cuatro caballos. Vas a París, La canción lo dice, Sobre tu caballo gris. Vas a La Haya Sobre la yegua baya. Vas a la mansión Sobre el caballo negro.
  • 111. 111 Y no sé dónde Sobre el potro rojizo. Pero mi caballo blanco Noche y día me espera En el umbral de mi isla.
  • 112. 112 El camino de las Altas Llanuras I. Es el camino de las Altas Llanuras, El pequeño camino seco al borde del cielo. Un roble deforme se alza entre las zarzas. Cañadas azules se hunden De los dos lados como dos surcos de agua Contra un navío de piedra. Y la hierba y la maleza y la piedra y la tierra Son crujientes y duras Sobre el puente del navío que abandonaron los marineros. Sin portillos, sin arboladura, La llanura se recorta al borde del cielo. En su magra vegetación o hábitos de penitente, El roble envejece solo, de pie, con la proa al viento, Al sol, a la luna, a la sombra, temblando Con un temblor eterno. II. Sobre el otro promontorio Una arboleda de árboles negros Fue el Bosque de los Suplicios. Cuando duerme el pájaro de día, El pájaro de noche se desliza Por las ramas de terciopelo Bordeando el cielo… Pujols, camino de la Corniche
  • 113. 113 El camino fuera de la ley Es el camino de los fuera de la ley Sin pavés. Sin postes ni límites. Sin cables telegráficos Portadores de música. Sin carteles rojos o amarillos. Sin ribera, sin puente del Rey, Sin casas, sin campanarios, sin nada. Un camino sin ganado ni perro Bajo una luna menguada Totalmente sola en medio del cielo. Caminos, caminos habituales Hechos para gente con uniforme, Nos conducís cada uno adonde sabemos. Pero la luna tiene indulgencias Con los rebeldes y los locos. Y cuando la aventura comienza Transpone no se sabe donde Al pequeño camino sin roderas, Sin pancartas y sin fronteras, Que quizás un día fue nuestro.