Egnosodin, un médico veterinario, desapareció hace dos días. Su hermano Irgapirino visitó a las sobrinas de Egnosodin para averiguar sobre su paradero, aunque su verdadero objetivo era confirmar que Egnosodin había sido asesinado. Irgapirino odiaba a Egnosodin porque lo acusaba de delatar a sus compañeros de universidad durante el movimiento estudiantil de 1968 en México. Más tarde, Irgapirino se unió a un grupo insurgente con el fin de matar a
BIOMETANO SÍ, PERO NO ASÍ. LA NUEVA BURBUJA ENERGÉTICA
Alegre causa
1. Alegre causa
En ese tiempo, yo vivía en casa de mis sobrinas Escolástica María y Benigna del Rosario. Llegué allí,
en un recorrido afanoso. Me había enterado que mi hermano Egnosodin, no había aparecido desde
hace dos días. Salió la noche del 20 de mayo, para atender una urgencia en la clínica de pequeños
animales en la cual prestaba sus servicios como médico veterinario. En este tipo de situaciones,
siempre, empiezan a generarse conjeturas para todos los gustos. En esa vehemencia que
acompaña a quienes han decidido construir expresiones a partir de palabras, en veces ampulosas.
Egnosodin no es el tipo de hermano agradable, cálido. Más bien ha asumido lo cotidiano en las
relaciones familiares y públicas, posiciones de urdimbre agreste, ásperas. Nosotros habíamos
llegado a ciudad Bermejal en 1968. Estaba, por cierto, un embeleso alrededor de las Juegos
Olímpico de Méjico. Ahí, de pasadita, comentábamos, en familia lo que sucedió. El crimen atroz en
contra de los protestantes. Estudiantes, trabajadores y personas que uno llama del común; se
levantaron contra el putrefacto gobierno del PRI. Y comentábamos, ahí, en la cocinita de nuestra
humilde casa. Nos hicimos partidarios de los protestantes. Solo los hombres; porque, aún en esa
situación, aparentemente libertaria, solo podíamos asumir posición los varones. Es decir, nuestras
hermanas Merceditas y Cándida no tenían nada que decir. O, lo que es lo mismo, nosotros tres
(Cianuro Alberto, Egnosodin Gildardo y yo, Irgapirino Guillermo) asumíamos que ellas no tenían
nada que hablar. Lo mismo mamá Rosalbina Gertrudis.
Cualquier día, en eso de que va pasando el tiempo, conocí que Egnosodin se había matriculado en
el Movimiento Muerte a Secuestradores (MAS), allá en la Universidad Católica Reina Beatriz. Y le
hice seguimiento. Conocía de sus andanzas del día a día. Era informante. Acusaba, ante el tribunal
Mayor, a sus compañeros y compañeras de universidad. Fueron muchos y muchas, quienes
sucumbieron, es decir se les fueron las vidas, por culpa de mi querido hermano. Yo empecé a
odiarlo desde el mismo momento que comprobé que había entregados a los torturadores, a mi
amiguita del alma, Giordana Valeria Moscoso. Simplemente porque asistió a una movilización de
protesta en contra de la visita que hizo el presidente del Imperio a nuestra ciudad.
Yo me vinculé al Movimiento Insurreccional. Lo hice por pura confrontación a ese hermano
malparido. A partir de allí, Egnosodin se constituyó objetivo militar. Dos veces intentamos matarlo.
Se salvó, en ambas ocasiones, por esa suerte hijueputa que está del lado, casi siempre, de los
torcidos. Corriendo el tiempo, terminé mi bachillerato. Me puse a trabajar para aliviar en algo las
cargas de familia. Me hice mensajero de la Farmacia el Buen Parto. Trabajaba día y noche.
Pensando, siempre, en que llegaría el día de la recompensa. Como en ese dicho malparido de los
católicos, en el sentido de “…los últimos serán los primeros”. Qué vergüenza siento ahora de haber
caminado ese camino mentiroso.
Estudié, en horario nocturno, mi pregrado en Filosofía y Letras, en la Universidad Giordano Bruno.
Desde mi primer semestre, asumí posición por “los sin tierra” y por los trabajadores organizados en
contraposición de las jerarquías. Incluidas las de Egnosodin. Me convertí en mensajero de la
subversión. No me importaba, si en ello, tenía que matar al contradictor o contradictora. Fueron
muchas las acciones en las que participé, directa o indirectamente, en contra de quienes hacían de
la vida, simple protocolo infame.
Ahora bien, cuando llegué a casa de mis sobrinas; hablé con ellas. Les dije que mi afán no era
buscar a su papá Egnosodin. Que yo era viajero designado para comprobar si su papá había
muerto. Quedando claro, eso no se los dije, que el objetivo militar seguía en vigencia. Y me
encontré con Robespierre Maldonado. Hombre designado para matar a Egnosodin. Es decir, mi
visita a las sobrinas, no era de solidaridad. Simplemente de comprobación. Y, a fe, que mis
2. camaradas lo hicieron bien. El cuerpo de Egnosodin, apareció en el Relleno Santa Rita. Bienvenida
esa comprobación. Hoy, en día, me erijo como soporte de todas las vendettas. Bien venidas sean.
A nombre de la revolución de los que, siempre, han estado sin voz.