1. Suplicantes
Hizo el ojo incólume en un vuelo de ojeadas,
amantes de la fantasía, durante el despertar de un sueño repleto de tonterías y de una broza
que cuesta masticar.
Se escapan las gaviotas que llevo en una jaula de mar, cuando pretendo cabalgar
con las manos heridas por encima de una colina vengativa, desde la que puedo pensar si
de verdad existe algo para lo que se precise la prisa. Sintiendo que solo en el tacto es
cómo se crea el conocimiento, siendo subjetivo a través del arisco sentimiento. Si antes
no me da la risa y tengo que volver a empezar con la sospecha de una vanguardia.
Ha desaparecido la súplica como la voz del enterrador de garabatos.
Ese lamento sin grito, ni alarido mezquino, para mover el agua entre ríos o arrimarles el
cielo a los pájaros. Para arrinconar el dominio incluso dentro de un imperio de sombras
asfixiadas, de desmanes desbandados.
La súplica y la ayuda han protagonizado incontables encontronazos errando por
una tierra cultivada de humillaciones, de cruces; de ramos cuyos difuntos no son los
pétalos apretados entre las manos. La súplica y la agresión imitaban el estilo, sin embargo,
emplazando un asalto de cortes, sangre y cuervos envenenados que son el crespón que
lucen los dioses más ufanos. Han usado los sabores del papel, los párpados de la muerte,
el sudor estéril y hasta la piel ciega de un árbol derramado.
Lo que quiere conseguir por medio de resumir una tropelía de rodillas, la postura
del favor sin gracia entre unas lágrimas y sus encantos. Acostumbrándose a sufrir para
que pueda convertirse en súplica. Siempre tan elevadas que su fin es la indiferencia, la
pérdida de la raíz amante de la lluvia.
Ha desaparecido la súplica como la voz del enterrador de garabatos.
Algo más ha caducado sin los verdaderos suplicantes entre nuestros amargos tragos, ante
el ejército o el ejercicio tirano, caprichoso, chabacano. Se ha extinguido la posibilidad de
dar respeto al suplicante, simplemente por ello: por tener los pies completamente
adheridos al suelo; por cuidar la sensatez entre ruegos carbonizados; por declarar una
forma de ser poco silvestre, bienamada. Todo aquel que sabe engañar ni sabe suplicar ni
sabe humillar ante una derrota segura con las sombras levantadas por debajo de la voz.
La carencia de suplicantes hace que la súplica sea una suspicacia de otros tiempos, épocas
y realidades. La carencia de un sumiso hace que el concepto respeto pierda integrantes y
sombras.
Jueves, 26 de diciembre de 2019
Félix Sánchez
Un ciudadano más.