1. Tedio
Es cicatería la bella arte de ejercer de miserable. Se es un miserable con aroma de
mezquino entre vapores, de prefacio y oficio, si se es extremadamente pobre en cumplir
benevolente con el juicio más bondadoso. Soplas, y el humo mueve humo. El choque es una
mezcladura de inconsistencia, aunque por la cara más dura. Para los más ensimismados con
la honradez, les resulta llamativo, como si fuera de color bonito y atractivo, cuánto canon
barroco chorrea por su figura. ¡Solo como si fuese!, porque el color que desprende tan solo les
gusta a los cuervos trastornados y a los buitres infelices. Un marrón verdoso de esos que
suscitan suciedad, oscuridad, alquitranado de baja calidad que sale del culo de un lameculos
corrompido. El color del tabaco indigesto cuando los cigarrillos se han empapado de caída libre
o líquida. Infumable. La columna torcida de un añejo museo de excrementos.
Y de ensimismado nada, poco, en el fondo un cateto panza arriba. Fisonomía de un
perfil en la ruina más absoluta, por ruin y no por trementina. Un prófugo del penal de la moral;
la que nos condena para tener en cuenta en cada momento cómo nos comportamos con los
demás. Huido por quedar constantemente en evidencia. Huyendo de los escenarios hacia el
foso como el espíritu de la ópera en París, porque de músico pasa a ser ángel caído, y desde el
suelo a absoluto fantasma. Imagínense: un halo de humo soplado, revoloteando a su alrededor
esos cuervos con sangre en los ojos, y más tarde, si pueden, hasta en el pico hay restos de jugo
de moraga. Esa es la imagen que se proyecta en mis sentidos cuando te topas con un cicatero
de certamen. Veneno que se envenena con su propio humo.
No sufre la honestidad por no pasar de disparates. Ser honesto no tiene que ver con
hacer las cosas tal y como uno las cree. Ya que un delirio, una perturbación o una locura en el
desquicio de su puerta, puede hacerte creer tus propias pamplinas. Es ser justo, razonable, no
con uno, sino con los demás. Donde incluso cabe el traspié, porque tu misma condición te haría
rectificarlo. El desatino y el despropósito permite gozar de la oportunidad de azotar la talega
que se empeña en arrebatarme: mi talega por mí adorada. Mi talega, compañera de viaje,
hasta aquí pisoteada. Ahora en bandolera mientras me abraza, guardo en ella la fortuna de
existir, protegido por su linda mirada. Dar importancia a pequeñas cosas superficiales es de
cicateros. Sobre todo, cuando uno se lleva las manos a la cabeza haciéndose el lastimado. Y
ofenderse a la vez por ellas deprava hasta la condición más piadosa de cualquier individuo, sin
dotes de ser humano. Ándese muy lejos, por tanta evasión de lo digno, de poseer la inocencia
o buenas cualidades que muy poquitos le atribuyen. Hasta que acabe mal usándolos desde el
trato. Inconsciente de su propia responsabilidad.
Experto de lo ufano. Gurú de la arrogancia. Resuelto en el engaño. Enterado de la vaina
vana. Engañado por su autolatría. Entendido de lo mismo que quien no se entera de nada.
Experimentado de la malacrianza. Maestro a tejavana. Más malo que la quina, de ese matiz
entre vil y mal que respira. El último de la apartada fila, alejado por orden de un togado.
Terrorista de la armonía. Charcutero de la concordia. El que infesta lo que surca por cuáles son
sus semillas, desplegando si cabe un rojo amapola. Alfarero de sus propios pies de barro.
Caricatura con un castillo en el aire en el interior de un globo insuflado del humo envenenado.
2. Entrando en la edad madura, tal y como me advierte un explorador de lesiones, es
cuando he ido a presenciar los comportamientos más inmorales que nunca haya podido ni
imaginar. La libertad de llevar a cabo acciones injustas queda supeditado al principio de la
verdad y el bien.
Aunque se me viese con nariz roja, o peluca aguantando un bombín. Parecido a un
arlequín, pero de arco iris los tirantes. Ese no va a ser el fin. Aunque la estética más maniática
me hubiera condecorado con premios de consolación, ese no iba a ser argumento concluyente
por muy feo que pareciese. Aunque el empeño sea balbucir al mínimo mi intelecto, hasta maña
bajeza de enseñar a mentir al descendiente y a rechazar a los demás de forma antojadiza y
arbitraria, no me han visto ni me verán ser representante del espíritu del mal.
Si Charles Pierre Baudelaire (1821-1867) fuese contemporáneo, hubiera dedicado
desde su prosa poética, valiéndose de ser la conciencia del mal, razones como estas por las
que se te describiría como un tedio para el resto de la gente.
Félix Sánchez
viernes, 24 de mayo de 2019
Un ciudadano más.