1. “LA JIRAFA, LA CABRA Y OTROS ANIMALES”
Érase una vez una jirafa tan alta, tan alta, que la mayoría de los
demás animales para poder verle los ojos, tenían que mirar con
prismáticos, medía más de seis metros. Además de ser la más alta,
también era la más presumida, la más orgullosa, la más estúpida y
la más egoísta.
Un día paseaba junto a una cabra, una liebre, un zorro, un tigre y
una cebra; cuando se encontraron con un campo lleno de
plataneros. Los plátanos tenían un color amarillo brillante que te
incitaban a comer. La jirafa alargó su alto cuello y comenzó a
comer plátanos sin ofrecer ninguno a sus compañeros. La cabra
que era la más glotona intentó llegar a las ramas apoyando su
cuerpo sobre las patas y estirando el cuello para coger un plátano,
pero le fue imposible. El tigre intentó trepar por el tronco del
platanero sujetándose con sus afiladas uñas y cuando tenía
conseguido casi su objetivo, la jirafa movió el árbol con su fuerte
cuello y el tigre calló al suelo fracasando en su intento. Luego lo
intentó el zorro dando impresionantes saltos del suelo al tronco y
del tronco a los plátanos, pero después de fracasar en tres
ocasiones desistió. La cebra lo intentó utilizando la psicología de
colores; “querida y amiga jirafa, puesto que nos parecemos tanto
en el color de nuestra piel, se generosa y danos aunque solo sea
un plátano a cada uno”; la jirafa ni le escuchó. La liebre después
de ver el resultado de sus compañeros ni lo intentó, le dijo a la
jirafa “conmigo no te esfuerces que no me gustan los plátanos”.
La jirafa siguió comiendo plátanos sin control, más que por
hambre, por dar envidia a sus compañeros, que la miraban y se
relamían la boca. Ella los miraba y estúpidamente se sonreía.
De repente oscureció. Una nube negra tapó el cielo. Cuando la
jirafa se disponía a introducir en su boca otros cuantos plátanos,
un relámpago iluminó el firmamento, acompañado de un
estrepitoso trueno y una torrencial lluvia. ¡Seguirme, conozco una
cueva! exclamó la liebre. Ésta que era la más veloz, enseguida se
introdujo en la cueva. Detrás llegaron el zorro, el tigre, la cabra y
2. la cebra. La entrada a la cueva no era muy grande, de tal manera
que la cebra se tuvo que agachar para poder entrar. ¡Qué bien que
estamos todos a cubierta! dijo la cabra. Todos no, le respondió el
zorro, falta la jirafa.
Entre la tupida cortina de lluvia se vislumbró el rostro de la jirafa.
Jirafa que había empequeñecido al caminar curvada y cabizbaja.
En vez de sus largos seis metros de altura, parecía que solo medía
un par de ellos. Era lógico, entre la panzada de plátanos, la lluvia
y la caminata, estaba para que la ingresaran. Como pudo llegó
hasta la puerta de la cueva; y, ¿ahora qué? ¿Cómo entrar por esa
estrecha puerta? Lo intentó de mil maneras. El resto de animales,
desde su interior, le animaban a pesar de haber sido tan egoísta
con ellos. Pero, fue imposible. No hubo ni una gota de agua que
no cayera encima de ella.
Después de una larga hora de llover sobre los plataneros, de llover
sobre la hierba, de llover sobre la cueva, de llover sobre la jirafa,
salió un espléndido sol. La jirafa exclamó ¡menos mal! Se tumbó
todo lo larga que era sobre el tupido césped con la intención de
que los rallos solares secaran su empapada piel. El resto de
animales salieron de la cueva y retomaron el camino a casa.
Entonces la jirafa exclamó ¡esperadme un rato, hasta que mi
mojada piel se seque! ¡Amigos míos, no me dejéis aquí sola!
Con que amigos, contestó la cabra. Ahora que te interesa si somos
amigos y ¿antes en los plataneros qué éramos? No fuiste capaz de
darnos ni un solo plátano, exclamó la cebra. Bien que te reías
cuando nos relamíamos la boca, le dijo el tigre. Te importó lo
mismo los saltos que di para alcanzar un plátano, sin conseguirlo,
le recriminó el zorro. Igual de rápida que tu eras comiendo
plátanos, así soy yo de rápida en irme a casa; se dio media vuelta
la liebre y como una bala salió en busca de su madriguera.
Allí se quedó sola la jirafa, empapada en agua, con un empacho
platanero y ni sus ruegos, promesas y lloros afligieron los
corazones de los demás animales. Tuvieron que pasar varias horas
3. hasta que la enorme jirafa se recuperara de los efectos negativos
del agua y la saturación de plátanos que embuchó.
En esta larga espera le dio tiempo a pensar en lo mal que se
encontraba físicamente, en lo humillada que se sentía al haber
sido abandonada por los otros animales y en que la única culpable
de lo sucedido era ella por haber sido tan arrogante y egoísta. Dio
las gracias a la lluvia, a la entrada tan estrecha de la cueva y a que
sus compañeros hubieran tomado la decisión de dejarla sola,
porque todo ello le hizo reflexionar que en la vida es más
importante tener amigos que sentirse el más importante del
mundo despreciando a los que nos rodean.
Moraleja: “compartir es vivir”
Gabriel Catalán López (2011)
gabrielcatalan1@hotmail.com