Este documento presenta un resumen de los principales pensadores y corrientes filosóficas de la modernidad, comenzando con René Descartes. Descartes estableció el método del racionalismo al proponer que la razón es el fundamento del conocimiento y que la existencia se basa en el pensamiento a través de su famosa frase "pienso luego existo". Otras figuras clave mencionadas son Francis Bacon, fundador del empirismo, quien sostuvo que el conocimiento proviene de la experiencia sensorial, y John Locke, quien argumentó que la
Taller practico artistico - filosófico cuartos medios
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Filosofía y psicología
Profesor Martín De la Ravanal G.
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1. “Cuando yo era moderno”…
En esta oportunidad me corresponde introducirlos al pensamiento filosófico de la
modernidad. Y para empezar una paradoja: sucede que hoy por hoy el pensamiento moderno se
considera viejo. Tanto es así, que hoy se habla de una etapa posmoderna de la filosofía. Pero
los filósofos suelen decretar la muerte de ciertas ideas o de etapas que muchas veces gozan de
estupenda salud. Si hiciéramos un breve recuento, muchas de las nociones que hoy utilizamos en
la ciencia o en la política son hijas de la modernidad; ellas han contribuido a configurar todo un
mundo. Desde luego, el mundo no se detuvo, y muchas de esas ideas se han puesto en
actualmente en cuestión.
Los historiadores se han quebrado la cabeza tratando de situar una fecha de inicio de la
Modernidad. Lo que podemos afirmar con relativa certeza es que de las cenizas de la sociedad
medieval aparecerán los primeros indicios de la modernidad. Se sucederán una serie de cambios
que sería latoso enumerar a cabalidad: la peste, la aparición de las ciudades, la masificación del
salario y el dinero, el renacimiento, el surgimiento de bancos, el humanismo, la reforma
protestante, la invención de la imprenta, el descubrimiento de América, el estado absolutista, la
revolución inglesa, la revolución científica, la revolución industrial, la revolución francesa, etc.
De esa vorágine de cambios surgirá una sociedad que se ve a sí misma y el mundo de
manera totalmente distinta a la época de los griegos o a la sociedad medieval. El mundo antiguo
miraba el mundo como un cosmos; un todo vivo, integrado, armonioso y fundamentalmente
justo. El ser humano, por lo tanto, tenía una actitud confiada pues sabía que había un lugar para
cada acción y cosa. Al desmoronarse esa imagen, los individuos entran en crisis, una similar a la
que vive un joven en el comienzo de su adolescencia. Al no poder recurrir a los Dioses, a la
naturaleza, o al Dios monoteísta, se comienza a dudar de todo. El pasado se vuelve extraño y
pierde su peso, la autoridad es mirada con sospecha, se cuestiona y se critica todo conocimiento.
En gran parte, la Revolución Científica es
responsable de eso. Copérnico, Galileo, Bacon, Descartes, y
Newton desmontaron la visión antigua del “cosmos”, para
proponernos un “universo” puramente material, mecánico,
infinito, y sin sentido en sí mismo. Una realidad compuesta
de partículas y fuerzas sin espíritu, dirigidas por unas cuantas
leyes universales que la ciencia se encarga de describir.
En este universo, los hombres ya no habitarán en el
centro, flotarán a la deriva y sin patria, preguntándose ¿dónde
está ahora Dios? La solución que encontrará la filosofía
moderna a ese orden perdido será que el hombre mismo,
mediante su inteligencia o razón, ordene esa realidad que,
en sí misma, no mostraba sino incertidumbres. Por eso que
al leer al padre de la modernidad filosófica, el filósofo Renato
Descartes, se encuentra uno primero con puras dudas y
desconfianzas. Él es simplemente un hijo de su época, pero además el constructor de una nueva
era.
2. Pienso luego existo…
La época moderna fue una época de grandes guerras de religión. El cisma de la Iglesia
Católica producto de la Reforma protestante condujo a una batalla entre verdades religiosas, que
fomentó entre los filósofos la sensación de incertidumbre y crisis. Descartes vivió esa época, pero
en vez de pensar que las religiones solucionarían algo, soñó un lenguaje ideal, similar a la
matemática, que no permitiera errores o prejuicios producto de las creencias equivocadas de los
hombres. Así comenzó la búsqueda de un método y un ideal de verdad donde no existieran
las dudas ni los errores. Si usando semejante método hallásemos un fundamento
evidentemente verdadero, podríamos, a partir de él, hallar otras verdades, tal como pasa en la
matemática, donde un axioma correcto nos lleva a teoremas correctos. El nuevo ideal de Descartes
es la certeza racional: una creencia de la que no quepa sospechar porque su verdad se halla
Guía de lectura y de reflexión – Filosofía – Cuarto medio – Unidad: Epistemología y
filosofía de la ciencia. Temas: teorías de conocimiento modernas- racionalismo,
empirismo, criticismo. Segundo Trimestre 2013.
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completamente demostrada y liberada del error. Para este filósofo, nada, (por muy viejo,
respetable, venerable, o habitual que sea) merece ser considerado verdad sin examinarlo
filosóficamente. Descartes inaugura el pensamiento crítico que terminará cuestionando la
autoridad tradicional de aquella época: la confianza en la filosofía aristotélica y las verdades de la
fe.
Su problema es cómo alcanzar ese tipo de verdad, qué camino seguir. Ya sabemos que
su meta es hallar ideas “claras y distintas” es decir, un pensamiento que no dé lugar a la
confusión. Para hallar esa idea se le ocurrió dudar de todo: de lo aprendido en sus años de
estudio, de la información que nos entregan los sentidos, de nuestra capacidad de distinguir el
sueño de la realidad, de la evidencia de nuestro yo y de nuestro cuerpo, etc. Dudó hasta de los
pensamientos más lógicos, imaginándose un Genio maligno que lo engañara en todo,
constantemente.
Descartes partió actuando como un escéptico, aunque sólo fuera para obtener una nueva
verdad, una indubitable. Cuento corto: luego de mucho dudar, se dio cuenta que si uno duda de
todo, no se puede dudar de que se está dudando. Y dudar es, desde luego, pensar, y para
pensar se tiene que ser algo, se tiene que existir. ¡Pum! Cayó la teja… pienso, luego existo
(cogito ergo sum)
Aquí hay algo profundo: si la nueva verdad es que existimos ya que evidentemente
tenemos actividades mentales (dudar, vacilar, imaginar, tener certezas, sentir, etc.) entonces las
verdades ya no reposan en la realidad exterior, en la Naturaleza, en Dios u en otra cosa. El criterio
de lo que es verdad y lo que no, reside ahora en nosotros, los humanos, ya que la certeza es
algo que se da en nuestra actividad mental. La conciencia, con todo lo que ocurre en ella,
siempre está presente para que demos cuenta de sus actividades, las que podemos reconocer y
reflexionar. Será entonces la conciencia de los seres humanos, especialmente su parte racional,
el nuevo punto de partida para reconstruir el orden perdido. A éste nuevo
fundamento moderno se le llamará el sujeto.
Descartes ya había dado un primer paso, pero aún no tenía el
camino para seguir hallando más verdades del tipo “cogito ergo sum”.
Ese camino consistirá en el método de apegarse a cuatro reglas sencillas.
La primera de ellas consiste en guiarnos por el criterio de la certeza, vale
decir, no aceptar aquello que se muestre dudoso o confuso, tratando
siempre de proceder cautelosamente, sin precipitarse o dejarse llevar por el
prejuicio. La segunda consiste en agarrar el problema y dividirlo en partes,
hasta llegar a las más simples. Esta es la parte del análisis. A ella le sigue
la tercera regla que nos pide organizar todo nuevamente de manera
ordenada; haciendo una síntesis que vaya de lo simple a lo complejo. La
cuarta regla es la revisión general y continua de todo, para no olvidar nada.
Cuatro pasos, he ahí el método de Descartes para hallar verdades indudables.
Pero Descartes había dudado también de la realidad exterior, del mundo y sus cosas que
estaban “allá afuera”. Con su nueva filosofía, Renato desconfía de los olores, colores, sabores del
mundo y deja sólo lo que la mente no puede negar: que las cosas están en un espacio, que tienen
una extensión, que sus movimientos ocurren en un tiempo, y que todo eso puede ser medido
matemática y geométricamente. Todo lo demás quedará fuera de la ciencia, y serán datos
“subjetivos”. El mundo así visto es un mecanismo cuantificable. El cuerpo, parte del mundo, es
considerado una máquina que está separada de la mente. Los animales también son máquinas y
no poseen alma. Nace el dualismo, que plantea que somos una res cogitans, una cosa pensante,
frente a un cuerpo y a un mundo extenso, es decir, materiales. Todo lo material se rige por las
leyes matemáticas de la física (que estableció Dios) donde cada efecto está determinado por una
causa que lo provoca. Ante eso, el sujeto se descubre como una conciencia con voluntad, y libre.
En su examen de la mente humana Descartes halló tres tipos de ideas: las adventicias;
que son adquiridas por los sentidos y la enseñanza, las ficticias; que son creadas por la
imaginación, y las innatas; que son aquellas que poseemos en nuestro espíritu desde el
nacimiento. Dentro de esas ideas innatas están las ideas de número, de causa, de perfección, de
materia, de mente y, la idea de Dios. En su obra, Descartes intentó ofrecer un prueba racional de la
existencia de Dios, buscando una nueva base para la teología. De hecho el papel de Dios será
muy importante en su filosofía: será Él, a quien no podemos negar como nuestro creador pues
tenemos en nosotros (seres finitos) una idea de perfección absoluta, el encargado de garantizar
que nuestras ideas se correspondan con el mundo exterior, y que por lo tanto sea imposible estar
engañados o equivocados todo el tiempo.
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Descartes es el padre de la filosofía moderna al inventar un nuevo criterio de verdad, y es,
además, padre del racionalismo, al afirmar el poder y la independencia de la razón humana frente
al mundo.
3. Habían dos mellizos llamados racionalismo y
empirismo…
Descartes abre una disputa entre quienes, a la hora de hablar de conocimiento, le dan
primacía al entendimiento o la razón, los llamados racionalistas, y aquellos que señalan la
experiencia como fuente de todo conocimiento, los empiristas. Se puede sostener que aunque
fueran dos corrientes que se presentaban como opuestas tenían algo de fondo en común. El
filósofo que superaría esta división sería Emmanuel Kant, del que ya hablaremos.
Partamos por los empiristas. El abuelo de ellos se llamó Francis Bacon, un filósofo –
político inglés obsesionado por destronar a Aristóteles del terreno de la ciencia. A su juicio, la
ciencia no era la actividad solitaria y contemplativa ante la naturaleza, como lo planteaban los
aristotélicos, sino que era una intervención activa de la realidad, mediante observaciones y
experimentos, y mediante la cooperación de la comunidad científica. El conocimiento avanzaba
mejor acumulando evidencia en un procedimiento que se llama inducción que paría desde las
observaciones particulares de hechos, sumando cada vez más pruebas, hasta dar con una
generalización o ley de la naturaleza. Para dar ese paso era necesario hacer hipótesis sobre lo
que se quiere explicar, siempre contrastándolas con los datos u hechos observados. Además era
de suma importancia para Bacon suspender todo prejuicio, y filtrar continuamente nuestros
conocimientos, para liberarlos de los errores y confusiones. La utilidad social de la ciencia,
consistía en que mediante sus métodos podríamos “torturar” a la naturaleza (¡él utiliza esa
expresión!) para que nos revelase sus secretos. Con ello podríamos dominar la naturaleza para
favorecer la sociedad. Saber era para Bacon, poder.
Dejando atrás a este abuelo terrible, el empirista más
famoso fue John Locke. Él escribió en el siglo XVII, y su
pensamiento político (del que no haremos mención ahora) influyó
en las revoluciones americanas y francesa. En el terreno
epistemológico se propuso investigar cómo conocemos, qué
validez tiene lo que conocemos y si ese conocimiento tiene
límites. Se opuso a la idea cartesiana de que tenemos ideas
innatas, y dijo que nuestra mente viene al mundo como una pizarra
en blanco (tabula rasa), que comienza a ser llenada con los datos
aportados por los sentidos. Todo conocimiento se origina, por lo
tanto, en los sentidos, y por lo tanto, en la experiencia. De hecho,
éste filósofo inglés sostenía que todos los problemas filosóficos
debían resolverse examinando las pruebas que podíamos obtener a
partir de la experiencia sensorial. No había que tener ideas preconcebidas sino atenerse a la
experiencia en actitud antidogmática.
La mente viene, por lo tanto sin conceptos ni ideas de ningún tipo. Sin embargo, ella es capaz de
formar ideas a partir de la experiencia, que va dejando sus impresiones (como un timbre en la hoja)
que vienen todas de la sensación. La riqueza de la mente se produce porque tenemos una
facultad que se llama entendimiento que puede operar sobre esas ideas simples, asociándolas,
combinándolas, separándolas, formando ideas complejas. Así, Locke fue el primero que dijo que
la mente genera lo que conoce, por asociación. Pero siempre necesitaríamos de la sensación
para obtener ideas simples, pues éstas no se pueden crear de la nada.
Aunque fuese su opositor respecto de las ideas innatas, le da la razón a Descartes al admitir que
las características medibles o cuantificables son certezas más fiables que las que varían de sujeto
en sujeto. A esas características básicas, como el que las cosas tienen una forma y un tamaño, las
llamo “cualidades primarias”. Las “cualidades secundarias” en cambio, surgen de la
combinación de las primarias, y dependen sobre todo de la relación entre la mente del sujeto y los
objetos que conoce. No podemos pensar un objeto sin forma, tamaño o extensión, pero los olores,
sabores, texturas, temperaturas dependen notoriamente de quien lo está sintiendo. A partir de las
cualidades primarias “objetivas” (solidez, extensión, figura, movimiento, etc.) y de las cualidades
secundarias “subjetivas” (olores, colores, sabores, etc.) se forman las ideas simples de la mente.
Estas ideas son nuestro límite: no sabemos cómo son las cosas fuera de nuestra
mente. Sólo tenemos conciencia de la huella que dejan los objetos en nuestra mente, las
percepciones. Básicamente la verdad consistirá, entonces, en representarse ideas acordes o
adecuadas a los datos más evidentes que nos proporcionen los objetos a través de la experiencia.
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El empirismo aboga por cotejar nuestras ideas con lo que la experiencia muestra. Pero,
¿cómo saber si nuestra experiencia es la misma? No tenemos cómo comparar si nuestras
representaciones son adecuadas al objeto. Incluso si llamásemos a otra persona para corroborarlo,
esta persona estaría viendo su propia representación solamente. Ningún observador podría
conocer el objeto como tal, pues sólo tiene acceso a lo que hay en su mente. Fue por esa misma
razón que Descartes tuvo que apoyarse en Dios como el garante de que las ideas se
correspondieran realmente con la realidad. Las conclusiones que obtuvo Locke con sus
investigaciones filosóficas, le persuadieron de considerar que nuestra capacidad de conocer, la
razón, tiene límites que coinciden con la experiencia: no se puede conocer aquello que no hemos
experimentado.
Los racionalistas sabían que no podían prescindir de la información de los sentidos, pero
consideraban este conocimiento inseguro y poco confiable, que necesitaba ser garantizado por el
entendimiento y sus principios lógicos. El terreno de las ideas puras, de las definiciones exactas,
de la organización sistemática de los conceptos, del uso de la lógica era para ellos una fuente de
certezas claras y distintas. Muchos de los racionalistas fueron matemáticos o se inspiraron en las
matemáticas, tal es el caso de Benito Spinoza o de Gottfried Liebniz. Este último le contestó a
Locke que si bien no hay ningún contenido en el entendimiento que no haya entrado por los
sentidos, el entendimiento mismo es innato, no lo adquirimos por experiencia.
Liebniz fue un sofisticado y elegante filósofo, inventor y
diplomático de las cortes europeas durante el periodo del
absolutismo. Pensaba que desde lo más pequeño a lo más grande
todo estaba regido por una armonía y equilibrio matemático, y que
en cada nivel de la realidad se desplegaba un universo entero.
Incluso llevo esta idea a su formulación numérica desarrollando la
matemática de lo infinitamente pequeño, el cálculo infinitesimal.
Liebniz pensaba que la realidad era un sistema creado por Dios, un
mundo creado de muchos posibles mundos que pudieron haber
sido pero no fueron. Al ser el “mejor de los mundos posibles” todo lo
que ocurre en él tiene una razón de ser, todo tiene su causa
necesaria. Y si todo es necesario, todo está determinado en el
pasado, presente y futuro.
Liebniz consideraba también que toda la realidad es continua: desde lo más pequeño a lo más
gigantesco hay una conexión. En la realidad todas las cosas están conectadas entre sí, y por lo
tanto unas cosas son causas de las otras. Como todo tiene una razón de ser, todo podría, por lo
tanto, llegar a ser comprendido filosófica y matemáticamente en una ciencia universal.
Dentro de éste orden Liebniz identificó ciertas proposiciones que son evidentemente
necesarias y verdaderas sin que para demostrarlo necesitemos recurrir a la experiencia. “La
distancia más corta entre dos puntos es la recta”, “La suma de dos ángulos rectos es igual a 180º”,
“El todo es mayor que la parte o que cada una de las partes”, “Nada puede ser y no ser al mismo
tiempo” (principio de no contradicción) son ejemplos de lo que Liebniz llamó verdades de
razón. Al depender del entendimiento, estas verdades son innatas. Hay otras verdades, en cambio,
que pueden ser o no según las circunstancias, por ello las llamó verdades de hecho. Estas
dependen íntegramente de la experiencia. Por ejemplo, el árbol frente a mi oficina hoy mide tres
metros pero en un año quizás mida seis o nueve. Ahora, el que sea de una u otra forma tiene una
razón de ser, nada ocurre en el universo “porque sí”. La idea de que todo en la naturaleza tiene su
causa es una idea que no viene de la naturaleza sino que es puesta por nuestro propio
entendimiento. El entendimiento no es como una pizarra vacía sino como una madera que tiene
ciertas propiedades y capacidades naturales, y que se manifestarán al ir trabajándola.
Pese a su aparente diferencia, racionalismo y empirismo fueron dos vías que coincidieron
en la Revolución Cientifica. A partir de sus trabajos, Galileo y Newton consagraron el matrimonio
entre el lenguaje matemático y la experimentación con la naturaleza. Desde ellos, acumular
datos, medir y cuantificar, determinar leyes generales y expresarlas en fórmulas, se convirtieron en
el hacer común de los científicos modernos. Sin embargo, las críticas elaboradas por un filósofo
gordito serían muy terribles para esta confianza en la nueva ciencia.
4. David Hume, el filósofo gordito.
Ahora nos situamos en el siglo XVIII, periodo que culminará con la Revolución Francesa.
Hume fue un escocés bien gordito, hijo de una familia de nobles venida a menos. Llegó a la
filosofía luego de ser abogado, escritor, historiador, político y diplomático. Se le conoce aún como
uno de los empiristas más importantes y trascendentes por su radicalidad. Esta radicalidad se
basaba en que Hume dijo que lo único que había que tener en cuenta en el conocimiento era
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la experiencia. Y la experiencia son las huellas del mundo en
nuestro espíritu, que David llamó impresiones. A su juicio
Locke aún recurría a conceptos que no eran sacados de la
experiencia, como la idea de un yo, la noción de sustancia, o el
concepto de causa. Se propuso entonces, un examen crítico
de la ciencia y la filosofía para limitar sus pretensiones, uno
que estuviera basado exclusivamente en la observación y la
experiencia.
Para Hume todo conocimiento proviene de las
impresiones, las que provocan en nosotros, imágenes,
conceptos e ideas como productos o representaciones
derivadas. Las ideas de la mente no son más que copias de
las impresiones. Por ejemplo; usted está ahora mismo en la playa, en unos roqueríos que son un
mirador. Siente las impresiones “externas” del olor del mar, el ruido de las olas, el calor tibio del sol
que se esconde, el sabor de la sal en su boca, los colores de un atardecer que comienza. Además
se despiertan en usted impresiones internas, que surgen por reflexión, como el deseo de abrazar a
su polola mientras observan ese espectáculo en una tarde romántica. Horas después el sol ya se
ha puesto, pero usted puede reavivar esas primeras impresiones como recuerdos, claro que ya no
gozan de la misma vivacidad. Puede incluso variar la escena: imaginarse un oleaje embravecido,
un cielo cubierto, y viento frío golpeando su cara. Puede incluso abstraer elementos comunes y
elaborar un concepto general de “atardeceres” ya sea en el campo, en la playa, en la ciudad etc.
Esos recuerdos, imágenes derivadas o conceptos ya son propiamente ideas. De las impresiones
se forman ideas simples, las que al combinarse se transforman en ideas complejas. Y eso es
todo.
Bueno, pero todo eso pasa en mi mente… ¿y el objeto? Del objeto, nada. Lo único que
podemos asegurar es que tenemos esta u otra impresión en nuestra conciencia, no podemos
asegurar nada de la realidad exterior. De todo lo que no podamos comprobar o verificar por
experiencia, no podemos decir que exista. Simplemente “creemos” en que existe una realidad
exterior. Lo único que hay es el flujo constante de impresiones e ideas. La realidad para Hume no
es más que las impresiones más fuertes y nítidas que tenemos en nuestro espíritu. Lo que me
pareció la otra noche como la vaga silueta de un cuerpo humano, hoy me aparece nítidamente
como un montón de ropa. No hay otro criterio para saber lo que es la realidad. Tampoco existe un
“yo”: recibo fragmentos de impresiones de lo que sería mi cuerpo, veo un reflejo en el espejo y creo
que soy yo, escucho que me llaman por un nombre y asumo que se trata de mi, escucho una voz
interior y supongo que es la mía. Es lo mismo que cuando veo llover: veo gotas de agua caer del
cielo pero no veo “la lluvia caer”. No existe ningún personaje llamado lluvia que le ocurra caer. El
que yo tenga un “yo” más o menos estable en el tiempo y el espacio es simplemente una ilusión, la
experiencia no nos lo demuestra. Literalmente, el Yo es algo imaginado.
Bueno, ¿y la ciencia? Para Hume la ciencia reposa sobre la idea de causalidad. Esta es
una de las tres formas en que las ideas se asocian. La primera es la ley de la semejanza que
hace que tendamos a unir o poner juntas ideas o impresiones similares. La segunda es la ley de la
contigüidad, que nos impulsa a ver ciertas cosas como apareciendo juntas: el humo, la ceniza, el
papelillo, el filtro, el cenicero aparecen como parte de una misma experiencia. La tercera es la ley
de la causalidad: nuestra mente considera ciertas impresiones o ideas, que se presentan primero,
como las causas de otras impresiones, que son posteriores, y que serían los efectos. Hume llegó
a la conclusión que esto no es más que algo psicológico, un hábito de la mente que no nos permite
afirmar nada con certeza de la realidad. Al jugar billar, cuando la bola blanca choca con la bola
roja, creemos que el movimiento de la primera es causa de la reacción de la segunda. Esto es una
pura ilusión. Sólo vemos que dos cosas suelen ir juntas, pero no vemos que un fenómeno sea la
causa de otro fenómeno.
Esto además afecta a la confianza en la inducción. Recordemos que el método de la
inducción sostiene que a partir de observar hechos particulares, muchos de ellos, podemos obtener
conclusiones generales. Por ejemplo, veo un cisne y es blanco, veo otro y es blanco, veo diez y
son todos blancos, veo mil blanquitos, veo un millón, etc. …según la inducción en algún momento
estaré autorizado para decir: “Todos los cisnes son blancos”. Sin embargo, sostiene Hume, puede
ser que en la experiencia 1.000.002 me tope con un desconocido cisne negro. Mi conclusión sería
inválida. Simplemente creemos que la naturaleza es regular, pero no tenemos como justificar o
demostrar eso.
Así, Hume se convirtió en un escéptico radical. Consecuente con su postura, sostuvo que
no podemos demostrar que Dios existe, y por lo tanto murió sin preocuparse mucho por su
salvación divina. No obstante, el problema se los dejó a los otros. Con su crítica le quitó el piso a
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toda filosofía que pretendiera decir algo sensato sobre Dios, el alma humana o el sentido del
mundo o la historia. Con este gordito se hubieran acabado las grandes pretensiones de la
Filosofía, sino fuera por un aburrido filósofo alemán que para pasar el rato, dio vuelta todo lo que
hasta entonces se había sostenido sobre el conocimiento.
5. Kant, un Nerd que cambió la
historia.
Kant se comportó como viejo toda su vida. Hoy le
hubiésemos considerado un nerd, pues consagró su vida al
estudio, salió poco, hacía todo a la misma hora, no tuvo grandes
pasiones ni vicios, no conoció otros países, no tuvo grandes
metidas de pata. Pero, como un buen nerd, tuvo la paciencia para
cambiar el mundo con sus ideas. Hizo en filosofía lo que
Copérnico hizo en astronomía: desde él, la razón humana dejo de
girar en torno al mundo, sino que el mundo vino a girar en torno al
sol del entendimiento humano (giro copernicano). La mente
humana, sostuvo, sintetiza la realidad, le da su ser y su forma. Por
lo tanto en Kant culmina lo que empezó siendo un problema
originado por el cosmos perdido: el orden de las cosas, que
conocemos por la ciencia moderna, es un producto de la actividad
racional humana.
En su obra, Kant resuelve la aparente disputa entre racionalistas y empiristas, creando una
corriente que se denominará posteriormente como criticismo. Kant pensaba que la pregunta
epistemológica por excelencia era ¿qué puedo saber? y sostuvo que en lugar de dar por sentado
que nuestro conocimiento es válido, había que examinar qué condiciones transformaban a un
conocimiento en un saber válido. Su interés inicial era salvar la metafísica (con sus cuestiones
sobre Dios, el Alma y el Mundo) pero consideraba que en filosofía se especulaba mucho, y tanto
rollo mental hacía que nos alejáramos de la experiencia que es la que nos señala lo posible y lo
imposible. La esperanza de Kant era que si llegábamos a utilizar bien nuestra razón, sin caer en
contradicciones o ideas ilusorias, seríamos capaces de liberarnos de la ignorancia y de la opresión
de autoridades que pretenden tutelarnos. En esto, Kant se mostró partidario de los ideales de la
Ilustración, y los defendió con gran pasión.
Kant imaginaba a la filosofía como un tribunal donde se examinaría si podemos fiarnos del
conocimiento que se pretende verdadero, aclarando cómo es posible su validez. Grandes
científicos se habían liberado de los engaños y habían aprendido a describir fielmente la naturaleza
según leyes universales, eternas y objetivas. La ciencia moderna, en especial Newton, demostraba
que era posible un saber basado en la experiencia pero que tuviera valor universal. Esa ciencia no
se agotaba en decir obviedades lógicas como “la distancia más corta entre dos puntos es la recta”,
con ella era posible tener juicios rigurosamente verdaderos, universales, que además pudiesen
sintetizar lo que la experiencia muestra añadiendo siempre nueva información
1
. Este saber daba
cuenta, según Kant, de que lo que en realidad ocurría era que la razón coloca sus estructuras y
leyes en los objetos de manera previa a la experiencia, es decir, era un conocimiento a priori. Por
ello, la ciencia podía establecer anticipaciones en la experiencia. Kant denominó en general los
conocimientos previos a toda experiencia como conocimientos a priori y aquellos que
provenían de la experiencia los llamo conocimientos a posteriori. Esta cuestión de un
conocimiento sobre la experiencia, pero que tuviese una validez más allá de toda experiencia (o
sea, que fuese, a priori) se transformó en su problema central. Su solución fue plantear que lo a
priori resulta de un aporte de nuestras propias capacidades mentales, vale decir, es algo que el
sujeto pone en la realidad.
Entonces, la filosofía de Kant es el análisis de la relación entre aquello que nos
aportan los sentidos y la manera en que la razón da forma a ese material. Sin el material de
los sentidos, el entendimiento está vacío, pero sin su labor, la experiencia no tendría ninguna
estructura. La razón constituye el mundo que experimentamos, lo unifica. Cómo son las cosas en sí
mismas independientes del sujeto que las conoce (Kant llama a esto el noúmeno), queda como
una incógnita imposible de descifrar para la razón humana, pues sólo sabemos cómo se presentan
ellas, como fenómenos, a nosotros. Desde Kant los objetos no son realidades independientes de
mi actividad pensante.
1
Kant llamó a estos juicios (o afirmaciones) juicios sintéticos a priori, distinguiéndolos de los juicios
puramente a priori (analíticos) y de los juicios de pura experiencia (o sintéticos).
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¿Cómo ocurre esto? Primero nuestra conciencia recibe el material de los sentidos, que en
sí mismo no puede ser conocido sino es configurado por el espacio y el tiempo, que no son
“cosas reales” del mundo, sino los moldes o las formas que nuestra razón le impone a las cosas. El
espacio y el tiempo es el marco donde van a aparecer la variedad de materiales que nos dan los
sentidos. Ya que todas las experiencias se dan en el espacio y en el tiempo, que aporta nuestra
mente, es posible que la matemática y la geometría existan como verdaderas y necesarias. Ahora,
para que nuestra mente capte los objetos como tales, es decir como cosas determinadas y
definidas, es necesario que el entendimiento sume las categorías, que son los conceptos más
generales con que pensamos las cosas y además, las formas elementales en que ellas se nos
presentan. Entre las categorías encontramos la cantidad, la cualidad, la relación y la modalidad. El
entendimiento hace posible que podamos experimentar objetos, y por lo tanto hace posible que
exista la física como ciencia.
Sin embargo, el pensamiento no descansa y trata de ir subiendo en sus conceptos hacia
ideas más generales, abarcadoras, unificadoras y absolutas. El ser humano es un ser
inevitablemente metafísico, quiere comprender el todo, aunque efectivamente sea inalcanzable. Su
tendencia natural es tratar de captar el mundo como la totalidad de las cosas que existen, el yo
como algo puro e independiente del mundo (¡¡por lo tanto inmortal!!), y a Dios como el sustento
creador de estas realidades. Como la experiencia no puede mostrarnos nada de eso, el uso de la
razón en estas cuestiones no es más que una ilusión, un espejismo. Este fracaso se muestra en el
hecho que quedamos atrapados de antinomias o tesis contradictorias: por ejemplo, no podemos
discernir si el mundo tiene límites espaciales y temporales o si es infinito, pues la razón pura piensa
una cosa que la experiencia no puede probar. Así Kant se las arregla para validar el conocimiento
de la ciencia (pues este se basa en la correcta mezcla entre la experiencia y nuestro espíritu) y
para dejar el tema de Dios y el alma en el terreno de la ética y de la religión. Desde Kant la
metafísica dejará de ser posible en el terreno de la ciencia para alojarse en lo moral.
Aún así Kant abre una ventana, pues revela que no somos una cosa más del mundo. En
tanto la razón humana es condición de posibilidad para que conozcamos el mundo, es en cierto
sentido anterior al mundo ni se agota en el mundo. El observador observa que él mismo está fuera
de lo que observa. La razón es trascendental; hace posible la experiencia del mundo para toda la
especie humana que comparte sus estructuras generales. Se va a hablar de un sujeto
trascendental, es decir que las condiciones de poder acceder al mundo, conocerlo y pensarlo no
son cosa de sujetos individuales sino elementos universales; la Razón humana como la fuente de
todo sentido y la posibilidad de todo conocimiento universal. Como el pensamiento hace posible el
mundo, hay algo de él que es independiente, libre, y autónomo. Por ello es que el hombre es un
ser moral, pues es capaz de determinar su voluntad. Será en éste terreno donde Kant volverá a
tratar de colocar a Dios en la filosofía. Ésta idea poco a poco se transformará en la afirmación de
que es la razón humana la que en realidad crea o pone libremente al ser. Los que se abanderarán
bajo esta afirmación serán conocidos como la corriente del idealismo alemán.
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PARADIGMA DE LA
FILOSOFÍA ANTIGUA
PARADIGMA DE LA
FILOSOFÍA MODERNA
IDEA GENERAL DE LA
REALIDAD O EL UNIVERSO
IDEA DE LA NATURALEZA
IDEA DEL SER HUMANO
IDEA DEL CONOCIMIENTO
IDEA DE LA VERDAD
IDEA DE DIOS
IDEAL Y FINALIDAD DE LA
SABIDURÍA.
Ejercicio 1: comparación de paradigmas filosóficos. (TRABAJO DE
TRES PERSONAS)
A continuación, comparen el modelo o paradigma de pensamiento antiguo (GUÍA N°3)
con la filosofía moderna, según cada elemento que se te indique. Luego de hacer las
comparaciones respectivas, redacten una conclusión respecto de los elementos que
siguen manteniendo vigencia en ambos periodos.
Entreguen éstas comparaciones en un cuadro como el que se te sugiere. Se evaluará:
1) pertinencia y corrección de las comparaciones 2) manejo de los conceptos más
importantes de cada periodo 3) redacción, ortografía y claridad de la respuesta 4)
indicar explícitamente como ejemplos, filósofos y sus ideas.
Elabora tu respuesta por computador y entrégala impresa en la fecha indicada por el
profesor. Tu trabajo no debe exceder las dos planas.
FORMALIDADES: PORTADA CON SIMBOLOS INSTITUCIONALES, INFORMACIÓN
DE LOS INTEGRANTES, TITULO, LETRA ARIAL 12, DOS PLANAS MÁXIMO.