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SACERDOCIO MINISTERIAL Y
SACERDOCIO COMÚN DE LOS FIELES
Introducción
Para exponer este tema hay que partir de la naturaleza y
misión del sacerdocio. El Papa Benedicto XVI afirma que el
sacerdocio ministerial, está siempre al servicio del sacerdocio
común o bautismal de todos los fieles. Así, recuerda que desde
finales del siglo I se define el ministerio a la vez como “servicio a
la palabra”, “servicio a la mesa” y “servicio de orden”1
. De modo
parecido, en un artículo de 1968 titulado El sentido del ministerio
sacerdotal, el profesor entonces en Tubinga se preguntaba sobre
la identidad del sacerdote tras el concilio. Aludía ahí a la postura
que proponía la superación de la visión sacral y ritualista del
sacerdocio, el cual tan sólo se dirigía al culto y requería una
posterior desmitificación. Para esto se precisa volver al papel
desempeñado entre los primeros cristianos por el sacerdote, el
cual –siguiendo la Epístola a los hebreos– supone el fin del culto
de la antigua alianza. Nos encontramos, pues, ante un “nuevo
inicio” del ministerio, que hunde “sus raíces en la cristología”, a
la vez que busca nuevas palabras para designar esa nueva imagen
del ministerio: apóstol, presbítero, supervisor, siervo. Queda
pues clara la exclusividad del sacerdocio de Cristo: el que se ha
hecho hombre y ha entregado su vida por amor debe ser considerado como el verdadero Sacerdote, como el
verdadero Sacerdocio para el mundo. “Tras la novedad del nuevo testamento no existe en la Iglesia de Jesucristo
ningún otro sacerdos”2
.
El sacerdocio de Jesucristo
Jesucristo no es sacerdote a la manera de los sacerdotes judíos.
De hecho “Jesús tomó distancia de una concepción ritual de la religión,
criticando la postura que daba mayor valor a los preceptos humanos
ligados a la pureza ritual más que a la observancia de los mandamientos
de Dios, es decir, al amor de Dios y al prójimo, que como dice el Evangelio,
vale más que todos los holocaustos y sacrificios" (Mc 12,33).
¿Cómo es sacerdote Jesucristo?
Como es sabido, ni Jesús se llamó sacerdote a sí mismo, ni los
evangelistas le aplicaron este título. Hebreos es el único libro del Nuevo
Testamento en que se dice expresamente de Cristo que es sacerdote: Gran
Sacerdote de la Nueva Alianza. Al mismo tiempo, si bien es verdad que
hasta Hebreos no se aplica a Cristo este término, también es claro que la
Carta no ofrece una doctrina nueva.
Hebreos se limita a recoger una ya larga tradición escriturística.
Baste recordar que el Salmo 110 describía al Mesías como rey-sacerdote
1
Cfr. El nuevo pueblo de Dios, 127-128.
2
Cfr. HEIM, M. H., Joseph Ratzinger. Life in the Church and living theology, 346-357.
(vv. 1 y 4) y como sacerdote según el orden de Melquisedec. La Carta a los Hebreos dice que Jesucristo es
sacerdote “según el orden de Melquisedec”, que ofreció pan y vino. También Jesús –explicaba el Papa Benedicto
en una audiencia general– “ofreció pan y vino, y en ese gesto se resumió totalmente a sí mismo y a su propia
misión”.
Una de las poderosas razones en que se apoya la atribución bíblica del sacerdocio a Cristo estriba en el
carácter sacrificial de su muerte. Este carácter sacrificial aparece ya insinuado en los poemas del Siervo de
Yahweh, y nítidamente expresado por el mismo Jesús en la Ultima Cena al hablar de su sangre como sangre de
la Nueva Alianza que será derramada por los muchos (Mt 26, 28).
El sacerdocio de Cristo, doquiera aparece en la Sagrada Escritura—también en Hebreos—, viene envuelto
en lenguaje sacrificial, y está relacionado con el sacrificio. Jesús ofrece su cuerpo en comida, y da a su muerte el
sentido de sellar la Nueva Alianza, sentido de redención por los muchos. Fuerte lenguaje sacrificial encontramos
en San Pablo. Y en Hebreos, Cristo es presentado no sólo como el Pontífice, sino también como la víctima: como
el Pontífice que entra en los ciclos habiendo conseguido la redención por la propia sangre (cfr, cps 9-10).
No es este el momento de detenernos en la consideración del constitutivo del sacerdocio de Cristo. Baste
recordar que todos los teólogos están de acuerdo en que el sacerdocio de Cristo se fundamenta en la misma
unión hipostática3
, por cuanto es esta unión la que ontológicamente le constituye en Mediador.
El Vaticano II y la doctrina sobre el sacerdocio
El Vaticano II ha descrito el sacerdocio dentro de una enseñanza plenamente escriturística, aún más, en
un contexto neotestamentario. Y en la doctrina del Nuevo Testamento, el sacerdocio jerárquico es preciso
ponerlo en la línea del “hombre de Dios”, “el hombre consagrado” (I Tim. 6, 11). El nuevo grado de participación
en el sacerdocio de Cristo comporta una nueva configuración de la persona del presbítero, que se identifica de
algún modo, prolongándola, con la misión de Cristo.
El sacerdote, o llena su vida de existencia sacerdotal —es decir vive entregado al ministerio—, o tendrá
su vida vacía. Sin embargo estas palabras no son otra cosa que inevitable consecuencia de haber captado
lúcidamente el dinamismo inherente a la consagración sacramental por la que el hombre-sacerdote es
identificado con Cristo, Cabeza y Pastor de la Iglesia. Es la existencia entera del ministro la que queda implicada
por esta identificación sacramental con el Sumo y Eterno Sacerdote hasta el punto de que o su amor —ese amor
3
Esta doctrina fue dogmáticamente confirmada por las declaraciones de los Concilios de Efeso (431) y de Calcedonia (541),
es decir, respecto de la unión de las dos naturalezas en Jesucristo, se definió que en Jesucristo, a pesar de las dos naturalezas (físis),
la naturaleza divina y la naturaleza humana, no hay más que una persona o hipóstasis (hypóstasis), la de la segunda Persona de la
Santísima Trinidad. Esta última asume en la unidad de su divina hipóstasis la naturaleza humana tomada de la Virgen María por la
operación del Espíritu Santo.
al que estamos llamados todos los cristianos y que es el vínculo de la perfección (cfr. Col 3, 14) se convierte en
amor de pastor, o padece una desviación que lo desnaturaliza.
El modo distinto en que el cristiano es constituido sacerdote por el sacramento del orden está
caracterizado porque los presbíteros “son sellados con un carácter especial, y se configuran con Cristo Sacerdote
de tal modo que pueden actuar en la persona de Cristo Cabeza”4
.
Se trata, pues, de una configuración por la que el sacerdote es poseído, abrazado, envuelto —en cierto
sentido, transformado—, por y en Cristo Sacerdote y Cabeza de la Iglesia. Carece de sentido pensar que, tras esta
configuración sacramental, el sacerdote pueda buscar su santidad al margen o por caminos ajenos a la misión
que brota de esa consagración; y, al mismo tiempo, resulta evidente que fue una grave deformación considerar
el ministerio sacerdotal como una realidad heterogénea a la santificación del sacerdote.
El sacerdote actúa in persona Christi
Los presbíteros son configurados a Cristo Sacerdote como ministros de la Cabeza. Se trata de una
configuración que se lleva a cabo de una manera bien precisa: no recibiendo una parte del Sacerdocio, sino
siendo configurados sacramentalmente con Cristo, siendo asimilados a El. La expresión in persona Christi Capitis
quiere manifestar esta estrecha relación entre el sacerdote y Jesucristo, relación que consiste en hacer presente
al Señor en forma análoga a como el instrumento hace presente a la causa principal.
El ministerio sacerdotal necesariamente estará
siempre pendiente del Sacerdocio de Cristo y del modo
en que Cristo le da cumplimiento. El hecho de haber sido
consagrado para servirle como instrumento, el hecho de
que actúe tantas veces in persona Christi, el hecho de
que jamás pueda concebirse el ministerio sacerdotal
como una sucesión de Cristo, sino sólo como una
impersonación, acentúa la urgencia de que el sacerdote,
en su ministerio, preste atención al modo en que Cristo
vive su sacerdocio. La realidad más profunda del
sacerdote es, en efecto, misteriosa para él mismo. El
sacerdote ha sido configurado sacramentalmente con
Cristo Sacerdote hasta el punto de poder actuar in
persona Christi.
Este es el gran servicio de los presbíteros a Cristo único Sacerdote: dejarse abrazar de tal forma por el
mismo Cristo que, a través de ellos, pueda realizar el memorial de su sacrificio en el Calvario. El acto redentor no
se multiplica con la Misa; lo que se multiplica es su presencia sacramental. Y se hace presente, porque Cristo
mismo se hace presente como sacerdote y como víctima a través de sus sacerdotes.
El carácter sacerdotal de la vida cristiana
¿En qué consiste el sacerdocio común de los bautizados?
Los cristianos ofrecen toda su vida (sus trabajos, su vida familiar y social, sus actividad sociopolítica, el
descanso y la enfermedad, etc.) en la Eucaristía –y por medio del ministro–, la consagración sacerdotal que
recibieron en el Bautismo. Por su parte, el sacerdote-ministro, a la vez que consagra el pan y el vino, "frutos de
la tierra y del trabajo de los hombres", actualiza la consagración sacerdotal de la vida cristiana en cada Misa.
Luego, cada uno de los que comulgan reciben a Cristo para vivir con Él día a día y, como dice el Papa Benedicto
XVI, “transformar el mundo con el amor de Dios”. Así se articulan orgánicamente esas dos participaciones del
sacerdocio de Cristo: el sacerdocio de los ministros ordenados (los obispos y los presbíteros) al servicio del
sacerdocio común de todos los bautizados5
.
4 CONC . VAT. II, Decr. Presbyterorum ordinis, n. 2.
5
Ramiro Pellitero, Sentido sacerdotal de la vida Cristiana, Instituto Superior de Ciencias Religiosas. Recuperado de
http://www.fluvium.org
De este modo –con el alimento de la Eucaristía
prolongado en la oración y en unión profunda con la
Cruz– los cristianos pueden ejercer el sacerdocio que
poseen desde su Bautismo. Muriendo a sí mismos por el
amor que ponen en todas sus tareas, contribuyen a que
los frutos de la redención sigan llegando a todas las
personas. Este es el sentido sacerdotal de la vida cristiana
que lleva a participar del sacerdocio de Cristo y la misión
de la Iglesia, para gloria de Dios y salvación del mundo.
Puede decirse que todo cristiano está marcada
por un matiz sacerdotal, puesto que todos los cristianos,
al ser incorporados a Cristo por medio del bautismo, “son
consagrados como casa espiritual y sacerdocio santo (...)
para que por medio de todas las obras del hombre
cristiano ofrezcan sacrificios y anuncien las maravillas de quien los llamó de las tinieblas a la luz admirable”6
.
También el sacrificio de la Misa ha de ocupar el lugar central en la vida de todos los cristianos, los cuales
han de ofrecerse a sí mismos juntamente con Cristo7
.
El sacerdocio ministerial hace operante el sacerdocio común
El sacerdocio ministerial del sacerdote es también particularmente efectivo, pues el sacerdote, mediante
su ministerio, hace operantes todas las energías del sacerdocio común de los fieles, que abraza el misterio de
Cristo siempre vivo, e inagotable fuente de vida (...) La identificación con este proceso constituye la medida de
la identidad sacerdotal. Se puede decir que el sacerdote sólo está abrazado por el misterio de Cristo, cuando él
mismo abraza a los demás en este misterio.
Si en todo cristiano es vital la comunión, en el sacerdote lo es particularmente. Su ministerio carece de
sentido desgajado de la comunión, pues se realiza en nombre de la Iglesia y está al servicio del sacerdocio de los
fieles. La vida sacerdotal ha de estar gastada en el ejercicio del ministerio, pues el sacerdote fue consagrado a
Cristo precisamente para abrazar a los demás en este misterio. Por eso parece imposible que el sacerdote se
revista de Cristo (cfr Rom 13, 14), sin que al mismo tiempo se revista de su caridad pastoral, y de que esta caridad
pastoral crezca mediante el ejercicio del ministerio.
Hermosamente lo expresa Presbyterorum
ordinis, en un texto “Los presbíteros (...) se ofrecen
todos los días enteramente a Dios, y mientras se nutren
del Cuerpo de Cristo, participan cordialmente de la
caridad de quien se da a los fieles como pan
eucarístico”8
. Presbyterorum ordinis señala, además,
como propio del ministerio sacerdotal el ayudar a que
“cada uno de los fieles sea conducido en el Espíritu
Santo a cultivar su propia vocación según el Evangelio,
a la caridad sincera y diligente y a la libertad con que
Cristo nos liberó”.
Se trata, pues, de que los fieles, con la ayuda
del ministerio sacerdotal, consigan la madurez
cristiana. Nada más ajeno por lo tanto al espíritu sacerdotal —que tiene que edificar y conducir hacia la madurez
cristiana. El ejercicio mismo del ministerio pastoral por el que el sacerdote se identifica con Cristo Pastor que
6
Const. Lumen gentium, n. 10.
7
Ibid., n. 11.
8
Decr. Presbyterorum ordinis, n. 13
edifica y une, ayudará al sacerdote a conseguir su propia madurez interior; abierto como corresponde a quien se
sabe inmerso en la edificación de una comunidad universal y misionera por propia naturaleza, él mismo verá su
corazón crecer ilimitadamente en la medida en que ama al rebaño, con un amor universal y lleno de misericordia
como el de Cristo y como el de la Iglesia y, por eso, optando siempre preferentemente por los pobres, los débiles
y los que más lo necesitan.
Es de destacar que los textos del Vaticano II en que tan poderosamente se afirma que los cristianos están
llamados a buscar la plenitud de la vida cristiana precisamente en las estructuras humanas y a través de sus
ocupaciones seculares, se encuentran inmersos en un contexto presidido por la visión teológica del sacerdocio
de los fieles. “Cristo Jesús, supremo y eterno sacerdote, porque desea continuar su testimonio y su servicio por
medio de los laicos, vivifica a estos con su Espíritu (...) Pues aquellos a quienes asocia íntimamente a su vida y
misión, también les hace partícipes de su oficio sacerdotal (...) Por esta razón los laicos, en cuanto consagrados
a Cristo y ungidos por el Espíritu Santo tienen una vocación admirable (...) pues todas sus obras, preces y
proyectos apostólicos, la vida conyugal y familiar, el trabajo cotidiano (...) se convierten en hostias espirituales,
aceptables a Dios por Jesucristo (1 Pedr 2, 5), que en la celebración de la Eucaristía, con la oblación del cuerpo
del Señor, ofrecen piadosísimamente al Padre. Así también los laicos, como adoradores en todo lugar y obrando
santamente, consagran a Dios el mundo mismo”9
.
En Presbyterorum ordinis todo este trasfondo eclesiológico y antropológico se encuentra presente: las
ocupaciones ordinarias del sacerdote son el lugar de su encuentro con Dios y, por tanto, su multiplicidad no
debería ser obstáculo para el desarrollo de la vida interior, sino todo lo contrario. Los laicos —ha enseñado
Lumen gentium—, participan del sacerdocio de Cristo y ejercen este sacerdocio real no sólo en la oración y en la
recepción de los sacramentos, sino también en sus trabajos seculares por medio de los cuales “consagran a Dios
el mundo”. Coherentemente, Presbyterorum ordinis subrayará que la labor sacerdotal, de la que forma parte
importante la tarea de la cura de almas, es fuente de santificación no sólo para los demás, sino también para el
sacerdote mismo.
Diferencia del sacerdocio ministerial y común
El motivo de este apartado es, precisamente, tratar de ahondar en la entraña de la diferencia entre
ambas formas de participar el único sacerdocio de Cristo, y buscar una solución adecuada a la cuestión teológica
que se plantea en la fomulación del Concilio Vaticano II (Lumen Gentium 10)10
.
La dificultad en explicar la diferencia entre ambos sacerdocios participados subsistió hasta el final del
Concilio que no ha querido exponer en el número 10 de la “Lumen Gentium” la doctrina teológica que
esclareciese esta distinción; sólo quiso afirmar que se trataba de un sacerdocio propio, aunque analógico con el
sacerdocio ministerial y que entre ambos se daba una diferencia “essentia et non gradu tantum”.
A este propósito es muy interesante el artículo El sacerdocio de Jesucristo en los ministros y en los fieles
Estudio teológico sobre la distinción «essentia et non gradu tantum» de Antonio Aranda Lomeña en la que
partiendo del texto original latino señala que en algunas versiones a lenguas modernas no parece estar
suficientemente cogido el sentido del texto, su espíritu, que tiende ante todo a subrayar la mutua ordenación
entre ambos modos de poseer y ejercer el sacerdocio cristiano,no obstante su diferencia esencial.
Con referencia al texto latino señala en la página 367 de su artículo en la Revista Scripta Theologica 22
(1990/2) lo siguiente:
9
Const. Lumen gentium, n. 34
10
La dimensión sacerdotal de la Iglesia, participada del sacerdocio de Jesucristo,es tema habitual de la teología y de la catequesis
contemporáneas. En relación con la materia que aquí estudiamos, la bibliografía es muy abundante.
Un magnífico estudio sobre la cuestión es el que ha escrito P. RODRÍGUEZ, Sacerdocio ministerial y sacerdocio común en la
estructura de la Iglesia, en «Romana» (Bolletino della Prelatura della Santa Croce e Opus Dei) III (1987) 162-176, en el que se
propone «considerar el significado que, para la comprensión de la estructurade la Iglesia, tiene el hecho de que el único y definitivo
sacerdocio de Cristo se participe en la Iglesia bajo una doble forma y modalidad» (p. 162)
“Se traduce a veces oscuramente la expresión essentia et non gradu tantum, se aisla esa fórmula del
resto, se le adjudica el protagonismo en detrimento del resto cuando, en realidad, lo más específico y original
del texto conciliar es ese resto: la mutua ordenación, pues la distinción esencial había sido ya anteriormente
formulada por el magisterio como es sabido. Por otra parte, el adverbio tantum suele traducirse por «sólo» o
«solamente», dando pie a una mala comprensión del texto, en el que una distinción «sólo» gradual está
radicalmente excluida. Es por eso mejor, para evitar ambigüedades, traducir ese adverbio por «tanto»
Una traducción adecuada es: «El sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial o jerárquico,
entre los que existe una diferencia no tanto gradual cuanto esencial, están sin embargo mutuamente ordenados:
uno y otro participan —cada uno según un modo peculiar— del único sacerdocio de Jesucristo»”.
La consagración sacerdotal de los bautizados hace capaz, no sólo al conjunto de todos ellos como
comunidad sacerdotal —aunque ése sea el sentido principal— sino también a cada uno considerado
singularmente, de ser sujeto de acciones sacerdotales análogas a las de Cristo, como ofrecer el sacrificio de su
propia existencia, rendir al Padre el culto que le es debido, aquel que brota de un corazón purificado. Estamos,
pues, ante una modalidad participada del sacerdocio de Cristo que es designable como «sacerdocio existencia!».
Eso es, sustancialmente, el sacerdocio común de los fieles como hemos especificado anteriormente.
El ejercicio del sacerdocio común está descrito conforme a tres grandes capítulos: a) la glorificación de Dios, b)
la ofrenda de sí mismo en sacrificio de alabanza, c) el testimonio evangelizador.
Son acciones sacerdotales en las que se expresa, dentro de la existencia ordinaria del discípulo de Cristo,
su consagración y misión bautismales. Como es sabido, lo que aquí manifiesta el Concilio se encontrará
desarrollado con mayor amplitud en otros pasajes de esta misma Constitución, y en otros documentos
conciliares11
.
El Profesor Aranda concluye su trabajo señalando que “La cuestión teológica es tratar de expresar en
qué consiste la diferencia esencial entre ambos sacerdocios en cuanto sacerdocios. Y eso pide reflexionar sobre
el sacerdocio de Jesucristo, del que uno y otro participan suo peculiari modo (en su modo peculiar). Lo que cada
uno de ellos sea en cuanto sacerdocio, es decir, su especificidad sacerdotal, estriba en su modo peculiar de
participar del sacerdocio de Cristo. Estamos ante dos modos analógicos de participar, entre los que la distinción
o desemejanza es de naturaleza (son sacerdocios de naturaleza distinta), por más que sean expresiones
mutuamente ordenadas —que se exigen mutuamente por la propia realidad de la Iglesia1— de una única
realidad sacerdotal: el sacerdocio de Jesucristo. El punto de reflexión consiste, por tanto, en preguntarse cómo
o en qué pueden distinguirse por naturaleza y no sólo gradualmente dos sacerdocios derivados por participación
del mismo y único origen. Es preciso meditar sobre el sacerdocio de Cristo: buscar la luz en esa luz.
BIBLIOGRAFIA
ARANDA, Antonio. "El sacerdocio de Jesucristo en los ministros y en los fieles. Estudio teológico sobre la
distinción «essentia et non gradu tantum»". Scripta Theologica. Año 1990, vol. 22 (2), p. 365-404.
FERNÁNDEZ, Aurelio. "La diferencia entre el sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial en los
debates conciliares del Vaticano II". Scripta Theologica. 1969, Vol 1 (2), p: 493-504.
MATEO-SECO, Lucas F. "El ministerio, fuente de espiritualidad del sacerdote". Scripta Theologica. Año 1990, vol.
22 (2), p. 431-476.
OTERO, María Mercedes. "El `alma sacerdotal´ del cristiano". Scripta Theologica. 1981, Vol 13 (2-3), p: 277-302.
11
Como, por ejemplo, en la Constitución Gaudium et spes, p. I, ce. II-III-IV y en la parte II. Se encuentran ahí incontables pasajes en
los que se está argumentando de modo implícito a partir de la realidad del sacerdocio común de los fieles, participado del sacerdocio
de Cristo, con sus distintas funciones. Lo mismo puede decirse del Decreto Apostolicam actuositatem en su conjunto, y de numerosos
pasajes del Decreto Ad gentes. Dentro del magisterio postconciliar destacan los desarrollos en esta materia de la Ex. Ap. Christifideles
laici.

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3er. tema sacerdocio

  • 1. SACERDOCIO MINISTERIAL Y SACERDOCIO COMÚN DE LOS FIELES Introducción Para exponer este tema hay que partir de la naturaleza y misión del sacerdocio. El Papa Benedicto XVI afirma que el sacerdocio ministerial, está siempre al servicio del sacerdocio común o bautismal de todos los fieles. Así, recuerda que desde finales del siglo I se define el ministerio a la vez como “servicio a la palabra”, “servicio a la mesa” y “servicio de orden”1 . De modo parecido, en un artículo de 1968 titulado El sentido del ministerio sacerdotal, el profesor entonces en Tubinga se preguntaba sobre la identidad del sacerdote tras el concilio. Aludía ahí a la postura que proponía la superación de la visión sacral y ritualista del sacerdocio, el cual tan sólo se dirigía al culto y requería una posterior desmitificación. Para esto se precisa volver al papel desempeñado entre los primeros cristianos por el sacerdote, el cual –siguiendo la Epístola a los hebreos– supone el fin del culto de la antigua alianza. Nos encontramos, pues, ante un “nuevo inicio” del ministerio, que hunde “sus raíces en la cristología”, a la vez que busca nuevas palabras para designar esa nueva imagen del ministerio: apóstol, presbítero, supervisor, siervo. Queda pues clara la exclusividad del sacerdocio de Cristo: el que se ha hecho hombre y ha entregado su vida por amor debe ser considerado como el verdadero Sacerdote, como el verdadero Sacerdocio para el mundo. “Tras la novedad del nuevo testamento no existe en la Iglesia de Jesucristo ningún otro sacerdos”2 . El sacerdocio de Jesucristo Jesucristo no es sacerdote a la manera de los sacerdotes judíos. De hecho “Jesús tomó distancia de una concepción ritual de la religión, criticando la postura que daba mayor valor a los preceptos humanos ligados a la pureza ritual más que a la observancia de los mandamientos de Dios, es decir, al amor de Dios y al prójimo, que como dice el Evangelio, vale más que todos los holocaustos y sacrificios" (Mc 12,33). ¿Cómo es sacerdote Jesucristo? Como es sabido, ni Jesús se llamó sacerdote a sí mismo, ni los evangelistas le aplicaron este título. Hebreos es el único libro del Nuevo Testamento en que se dice expresamente de Cristo que es sacerdote: Gran Sacerdote de la Nueva Alianza. Al mismo tiempo, si bien es verdad que hasta Hebreos no se aplica a Cristo este término, también es claro que la Carta no ofrece una doctrina nueva. Hebreos se limita a recoger una ya larga tradición escriturística. Baste recordar que el Salmo 110 describía al Mesías como rey-sacerdote 1 Cfr. El nuevo pueblo de Dios, 127-128. 2 Cfr. HEIM, M. H., Joseph Ratzinger. Life in the Church and living theology, 346-357.
  • 2. (vv. 1 y 4) y como sacerdote según el orden de Melquisedec. La Carta a los Hebreos dice que Jesucristo es sacerdote “según el orden de Melquisedec”, que ofreció pan y vino. También Jesús –explicaba el Papa Benedicto en una audiencia general– “ofreció pan y vino, y en ese gesto se resumió totalmente a sí mismo y a su propia misión”. Una de las poderosas razones en que se apoya la atribución bíblica del sacerdocio a Cristo estriba en el carácter sacrificial de su muerte. Este carácter sacrificial aparece ya insinuado en los poemas del Siervo de Yahweh, y nítidamente expresado por el mismo Jesús en la Ultima Cena al hablar de su sangre como sangre de la Nueva Alianza que será derramada por los muchos (Mt 26, 28). El sacerdocio de Cristo, doquiera aparece en la Sagrada Escritura—también en Hebreos—, viene envuelto en lenguaje sacrificial, y está relacionado con el sacrificio. Jesús ofrece su cuerpo en comida, y da a su muerte el sentido de sellar la Nueva Alianza, sentido de redención por los muchos. Fuerte lenguaje sacrificial encontramos en San Pablo. Y en Hebreos, Cristo es presentado no sólo como el Pontífice, sino también como la víctima: como el Pontífice que entra en los ciclos habiendo conseguido la redención por la propia sangre (cfr, cps 9-10). No es este el momento de detenernos en la consideración del constitutivo del sacerdocio de Cristo. Baste recordar que todos los teólogos están de acuerdo en que el sacerdocio de Cristo se fundamenta en la misma unión hipostática3 , por cuanto es esta unión la que ontológicamente le constituye en Mediador. El Vaticano II y la doctrina sobre el sacerdocio El Vaticano II ha descrito el sacerdocio dentro de una enseñanza plenamente escriturística, aún más, en un contexto neotestamentario. Y en la doctrina del Nuevo Testamento, el sacerdocio jerárquico es preciso ponerlo en la línea del “hombre de Dios”, “el hombre consagrado” (I Tim. 6, 11). El nuevo grado de participación en el sacerdocio de Cristo comporta una nueva configuración de la persona del presbítero, que se identifica de algún modo, prolongándola, con la misión de Cristo. El sacerdote, o llena su vida de existencia sacerdotal —es decir vive entregado al ministerio—, o tendrá su vida vacía. Sin embargo estas palabras no son otra cosa que inevitable consecuencia de haber captado lúcidamente el dinamismo inherente a la consagración sacramental por la que el hombre-sacerdote es identificado con Cristo, Cabeza y Pastor de la Iglesia. Es la existencia entera del ministro la que queda implicada por esta identificación sacramental con el Sumo y Eterno Sacerdote hasta el punto de que o su amor —ese amor 3 Esta doctrina fue dogmáticamente confirmada por las declaraciones de los Concilios de Efeso (431) y de Calcedonia (541), es decir, respecto de la unión de las dos naturalezas en Jesucristo, se definió que en Jesucristo, a pesar de las dos naturalezas (físis), la naturaleza divina y la naturaleza humana, no hay más que una persona o hipóstasis (hypóstasis), la de la segunda Persona de la Santísima Trinidad. Esta última asume en la unidad de su divina hipóstasis la naturaleza humana tomada de la Virgen María por la operación del Espíritu Santo.
  • 3. al que estamos llamados todos los cristianos y que es el vínculo de la perfección (cfr. Col 3, 14) se convierte en amor de pastor, o padece una desviación que lo desnaturaliza. El modo distinto en que el cristiano es constituido sacerdote por el sacramento del orden está caracterizado porque los presbíteros “son sellados con un carácter especial, y se configuran con Cristo Sacerdote de tal modo que pueden actuar en la persona de Cristo Cabeza”4 . Se trata, pues, de una configuración por la que el sacerdote es poseído, abrazado, envuelto —en cierto sentido, transformado—, por y en Cristo Sacerdote y Cabeza de la Iglesia. Carece de sentido pensar que, tras esta configuración sacramental, el sacerdote pueda buscar su santidad al margen o por caminos ajenos a la misión que brota de esa consagración; y, al mismo tiempo, resulta evidente que fue una grave deformación considerar el ministerio sacerdotal como una realidad heterogénea a la santificación del sacerdote. El sacerdote actúa in persona Christi Los presbíteros son configurados a Cristo Sacerdote como ministros de la Cabeza. Se trata de una configuración que se lleva a cabo de una manera bien precisa: no recibiendo una parte del Sacerdocio, sino siendo configurados sacramentalmente con Cristo, siendo asimilados a El. La expresión in persona Christi Capitis quiere manifestar esta estrecha relación entre el sacerdote y Jesucristo, relación que consiste en hacer presente al Señor en forma análoga a como el instrumento hace presente a la causa principal. El ministerio sacerdotal necesariamente estará siempre pendiente del Sacerdocio de Cristo y del modo en que Cristo le da cumplimiento. El hecho de haber sido consagrado para servirle como instrumento, el hecho de que actúe tantas veces in persona Christi, el hecho de que jamás pueda concebirse el ministerio sacerdotal como una sucesión de Cristo, sino sólo como una impersonación, acentúa la urgencia de que el sacerdote, en su ministerio, preste atención al modo en que Cristo vive su sacerdocio. La realidad más profunda del sacerdote es, en efecto, misteriosa para él mismo. El sacerdote ha sido configurado sacramentalmente con Cristo Sacerdote hasta el punto de poder actuar in persona Christi. Este es el gran servicio de los presbíteros a Cristo único Sacerdote: dejarse abrazar de tal forma por el mismo Cristo que, a través de ellos, pueda realizar el memorial de su sacrificio en el Calvario. El acto redentor no se multiplica con la Misa; lo que se multiplica es su presencia sacramental. Y se hace presente, porque Cristo mismo se hace presente como sacerdote y como víctima a través de sus sacerdotes. El carácter sacerdotal de la vida cristiana ¿En qué consiste el sacerdocio común de los bautizados? Los cristianos ofrecen toda su vida (sus trabajos, su vida familiar y social, sus actividad sociopolítica, el descanso y la enfermedad, etc.) en la Eucaristía –y por medio del ministro–, la consagración sacerdotal que recibieron en el Bautismo. Por su parte, el sacerdote-ministro, a la vez que consagra el pan y el vino, "frutos de la tierra y del trabajo de los hombres", actualiza la consagración sacerdotal de la vida cristiana en cada Misa. Luego, cada uno de los que comulgan reciben a Cristo para vivir con Él día a día y, como dice el Papa Benedicto XVI, “transformar el mundo con el amor de Dios”. Así se articulan orgánicamente esas dos participaciones del sacerdocio de Cristo: el sacerdocio de los ministros ordenados (los obispos y los presbíteros) al servicio del sacerdocio común de todos los bautizados5 . 4 CONC . VAT. II, Decr. Presbyterorum ordinis, n. 2. 5 Ramiro Pellitero, Sentido sacerdotal de la vida Cristiana, Instituto Superior de Ciencias Religiosas. Recuperado de http://www.fluvium.org
  • 4. De este modo –con el alimento de la Eucaristía prolongado en la oración y en unión profunda con la Cruz– los cristianos pueden ejercer el sacerdocio que poseen desde su Bautismo. Muriendo a sí mismos por el amor que ponen en todas sus tareas, contribuyen a que los frutos de la redención sigan llegando a todas las personas. Este es el sentido sacerdotal de la vida cristiana que lleva a participar del sacerdocio de Cristo y la misión de la Iglesia, para gloria de Dios y salvación del mundo. Puede decirse que todo cristiano está marcada por un matiz sacerdotal, puesto que todos los cristianos, al ser incorporados a Cristo por medio del bautismo, “son consagrados como casa espiritual y sacerdocio santo (...) para que por medio de todas las obras del hombre cristiano ofrezcan sacrificios y anuncien las maravillas de quien los llamó de las tinieblas a la luz admirable”6 . También el sacrificio de la Misa ha de ocupar el lugar central en la vida de todos los cristianos, los cuales han de ofrecerse a sí mismos juntamente con Cristo7 . El sacerdocio ministerial hace operante el sacerdocio común El sacerdocio ministerial del sacerdote es también particularmente efectivo, pues el sacerdote, mediante su ministerio, hace operantes todas las energías del sacerdocio común de los fieles, que abraza el misterio de Cristo siempre vivo, e inagotable fuente de vida (...) La identificación con este proceso constituye la medida de la identidad sacerdotal. Se puede decir que el sacerdote sólo está abrazado por el misterio de Cristo, cuando él mismo abraza a los demás en este misterio. Si en todo cristiano es vital la comunión, en el sacerdote lo es particularmente. Su ministerio carece de sentido desgajado de la comunión, pues se realiza en nombre de la Iglesia y está al servicio del sacerdocio de los fieles. La vida sacerdotal ha de estar gastada en el ejercicio del ministerio, pues el sacerdote fue consagrado a Cristo precisamente para abrazar a los demás en este misterio. Por eso parece imposible que el sacerdote se revista de Cristo (cfr Rom 13, 14), sin que al mismo tiempo se revista de su caridad pastoral, y de que esta caridad pastoral crezca mediante el ejercicio del ministerio. Hermosamente lo expresa Presbyterorum ordinis, en un texto “Los presbíteros (...) se ofrecen todos los días enteramente a Dios, y mientras se nutren del Cuerpo de Cristo, participan cordialmente de la caridad de quien se da a los fieles como pan eucarístico”8 . Presbyterorum ordinis señala, además, como propio del ministerio sacerdotal el ayudar a que “cada uno de los fieles sea conducido en el Espíritu Santo a cultivar su propia vocación según el Evangelio, a la caridad sincera y diligente y a la libertad con que Cristo nos liberó”. Se trata, pues, de que los fieles, con la ayuda del ministerio sacerdotal, consigan la madurez cristiana. Nada más ajeno por lo tanto al espíritu sacerdotal —que tiene que edificar y conducir hacia la madurez cristiana. El ejercicio mismo del ministerio pastoral por el que el sacerdote se identifica con Cristo Pastor que 6 Const. Lumen gentium, n. 10. 7 Ibid., n. 11. 8 Decr. Presbyterorum ordinis, n. 13
  • 5. edifica y une, ayudará al sacerdote a conseguir su propia madurez interior; abierto como corresponde a quien se sabe inmerso en la edificación de una comunidad universal y misionera por propia naturaleza, él mismo verá su corazón crecer ilimitadamente en la medida en que ama al rebaño, con un amor universal y lleno de misericordia como el de Cristo y como el de la Iglesia y, por eso, optando siempre preferentemente por los pobres, los débiles y los que más lo necesitan. Es de destacar que los textos del Vaticano II en que tan poderosamente se afirma que los cristianos están llamados a buscar la plenitud de la vida cristiana precisamente en las estructuras humanas y a través de sus ocupaciones seculares, se encuentran inmersos en un contexto presidido por la visión teológica del sacerdocio de los fieles. “Cristo Jesús, supremo y eterno sacerdote, porque desea continuar su testimonio y su servicio por medio de los laicos, vivifica a estos con su Espíritu (...) Pues aquellos a quienes asocia íntimamente a su vida y misión, también les hace partícipes de su oficio sacerdotal (...) Por esta razón los laicos, en cuanto consagrados a Cristo y ungidos por el Espíritu Santo tienen una vocación admirable (...) pues todas sus obras, preces y proyectos apostólicos, la vida conyugal y familiar, el trabajo cotidiano (...) se convierten en hostias espirituales, aceptables a Dios por Jesucristo (1 Pedr 2, 5), que en la celebración de la Eucaristía, con la oblación del cuerpo del Señor, ofrecen piadosísimamente al Padre. Así también los laicos, como adoradores en todo lugar y obrando santamente, consagran a Dios el mundo mismo”9 . En Presbyterorum ordinis todo este trasfondo eclesiológico y antropológico se encuentra presente: las ocupaciones ordinarias del sacerdote son el lugar de su encuentro con Dios y, por tanto, su multiplicidad no debería ser obstáculo para el desarrollo de la vida interior, sino todo lo contrario. Los laicos —ha enseñado Lumen gentium—, participan del sacerdocio de Cristo y ejercen este sacerdocio real no sólo en la oración y en la recepción de los sacramentos, sino también en sus trabajos seculares por medio de los cuales “consagran a Dios el mundo”. Coherentemente, Presbyterorum ordinis subrayará que la labor sacerdotal, de la que forma parte importante la tarea de la cura de almas, es fuente de santificación no sólo para los demás, sino también para el sacerdote mismo. Diferencia del sacerdocio ministerial y común El motivo de este apartado es, precisamente, tratar de ahondar en la entraña de la diferencia entre ambas formas de participar el único sacerdocio de Cristo, y buscar una solución adecuada a la cuestión teológica que se plantea en la fomulación del Concilio Vaticano II (Lumen Gentium 10)10 . La dificultad en explicar la diferencia entre ambos sacerdocios participados subsistió hasta el final del Concilio que no ha querido exponer en el número 10 de la “Lumen Gentium” la doctrina teológica que esclareciese esta distinción; sólo quiso afirmar que se trataba de un sacerdocio propio, aunque analógico con el sacerdocio ministerial y que entre ambos se daba una diferencia “essentia et non gradu tantum”. A este propósito es muy interesante el artículo El sacerdocio de Jesucristo en los ministros y en los fieles Estudio teológico sobre la distinción «essentia et non gradu tantum» de Antonio Aranda Lomeña en la que partiendo del texto original latino señala que en algunas versiones a lenguas modernas no parece estar suficientemente cogido el sentido del texto, su espíritu, que tiende ante todo a subrayar la mutua ordenación entre ambos modos de poseer y ejercer el sacerdocio cristiano,no obstante su diferencia esencial. Con referencia al texto latino señala en la página 367 de su artículo en la Revista Scripta Theologica 22 (1990/2) lo siguiente: 9 Const. Lumen gentium, n. 34 10 La dimensión sacerdotal de la Iglesia, participada del sacerdocio de Jesucristo,es tema habitual de la teología y de la catequesis contemporáneas. En relación con la materia que aquí estudiamos, la bibliografía es muy abundante. Un magnífico estudio sobre la cuestión es el que ha escrito P. RODRÍGUEZ, Sacerdocio ministerial y sacerdocio común en la estructura de la Iglesia, en «Romana» (Bolletino della Prelatura della Santa Croce e Opus Dei) III (1987) 162-176, en el que se propone «considerar el significado que, para la comprensión de la estructurade la Iglesia, tiene el hecho de que el único y definitivo sacerdocio de Cristo se participe en la Iglesia bajo una doble forma y modalidad» (p. 162)
  • 6. “Se traduce a veces oscuramente la expresión essentia et non gradu tantum, se aisla esa fórmula del resto, se le adjudica el protagonismo en detrimento del resto cuando, en realidad, lo más específico y original del texto conciliar es ese resto: la mutua ordenación, pues la distinción esencial había sido ya anteriormente formulada por el magisterio como es sabido. Por otra parte, el adverbio tantum suele traducirse por «sólo» o «solamente», dando pie a una mala comprensión del texto, en el que una distinción «sólo» gradual está radicalmente excluida. Es por eso mejor, para evitar ambigüedades, traducir ese adverbio por «tanto» Una traducción adecuada es: «El sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial o jerárquico, entre los que existe una diferencia no tanto gradual cuanto esencial, están sin embargo mutuamente ordenados: uno y otro participan —cada uno según un modo peculiar— del único sacerdocio de Jesucristo»”. La consagración sacerdotal de los bautizados hace capaz, no sólo al conjunto de todos ellos como comunidad sacerdotal —aunque ése sea el sentido principal— sino también a cada uno considerado singularmente, de ser sujeto de acciones sacerdotales análogas a las de Cristo, como ofrecer el sacrificio de su propia existencia, rendir al Padre el culto que le es debido, aquel que brota de un corazón purificado. Estamos, pues, ante una modalidad participada del sacerdocio de Cristo que es designable como «sacerdocio existencia!». Eso es, sustancialmente, el sacerdocio común de los fieles como hemos especificado anteriormente. El ejercicio del sacerdocio común está descrito conforme a tres grandes capítulos: a) la glorificación de Dios, b) la ofrenda de sí mismo en sacrificio de alabanza, c) el testimonio evangelizador. Son acciones sacerdotales en las que se expresa, dentro de la existencia ordinaria del discípulo de Cristo, su consagración y misión bautismales. Como es sabido, lo que aquí manifiesta el Concilio se encontrará desarrollado con mayor amplitud en otros pasajes de esta misma Constitución, y en otros documentos conciliares11 . El Profesor Aranda concluye su trabajo señalando que “La cuestión teológica es tratar de expresar en qué consiste la diferencia esencial entre ambos sacerdocios en cuanto sacerdocios. Y eso pide reflexionar sobre el sacerdocio de Jesucristo, del que uno y otro participan suo peculiari modo (en su modo peculiar). Lo que cada uno de ellos sea en cuanto sacerdocio, es decir, su especificidad sacerdotal, estriba en su modo peculiar de participar del sacerdocio de Cristo. Estamos ante dos modos analógicos de participar, entre los que la distinción o desemejanza es de naturaleza (son sacerdocios de naturaleza distinta), por más que sean expresiones mutuamente ordenadas —que se exigen mutuamente por la propia realidad de la Iglesia1— de una única realidad sacerdotal: el sacerdocio de Jesucristo. El punto de reflexión consiste, por tanto, en preguntarse cómo o en qué pueden distinguirse por naturaleza y no sólo gradualmente dos sacerdocios derivados por participación del mismo y único origen. Es preciso meditar sobre el sacerdocio de Cristo: buscar la luz en esa luz. BIBLIOGRAFIA ARANDA, Antonio. "El sacerdocio de Jesucristo en los ministros y en los fieles. Estudio teológico sobre la distinción «essentia et non gradu tantum»". Scripta Theologica. Año 1990, vol. 22 (2), p. 365-404. FERNÁNDEZ, Aurelio. "La diferencia entre el sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial en los debates conciliares del Vaticano II". Scripta Theologica. 1969, Vol 1 (2), p: 493-504. MATEO-SECO, Lucas F. "El ministerio, fuente de espiritualidad del sacerdote". Scripta Theologica. Año 1990, vol. 22 (2), p. 431-476. OTERO, María Mercedes. "El `alma sacerdotal´ del cristiano". Scripta Theologica. 1981, Vol 13 (2-3), p: 277-302. 11 Como, por ejemplo, en la Constitución Gaudium et spes, p. I, ce. II-III-IV y en la parte II. Se encuentran ahí incontables pasajes en los que se está argumentando de modo implícito a partir de la realidad del sacerdocio común de los fieles, participado del sacerdocio de Cristo, con sus distintas funciones. Lo mismo puede decirse del Decreto Apostolicam actuositatem en su conjunto, y de numerosos pasajes del Decreto Ad gentes. Dentro del magisterio postconciliar destacan los desarrollos en esta materia de la Ex. Ap. Christifideles laici.