1. EXPERIENCIA Y ACTUALIZACIÓN PEDAGÓGICA
Wílmer Casasola R.
Experiencia y actualización pedagógica (2010). Perspectivas. InformaTEC. Publicación
del Instituto Tecnológico de Costa Rica. Nº 306
Un buen profesional debe estar siempre actualizado. No basta con un saber hacer.
Es necesario complementar el saber hacer con el saber crear. Y saber crear exige o
demanda investigación. Con mucha más razón se exige o demanda una continua
actualización del profesional docente. El docente enseña, y enseñar demanda un
continuo aprendizaje. En este sentido, la enseñanza es a la vez una continua
investigación, pues sólo ésta procura una sólida actualización de los saberes propios
de una especialidad. A través de la investigación actualizamos los conocimientos y
adquirimos las herramientas pedagógicas fundamentales que nos permite una mejor
enseñanza, abandonando ese saber hacer sin fundamentación didáctica ni
epistemológica. Precisamente en esto consiste nuestra tarea investigativa:
investigamos porque tenemos que enseñar.
Augusto Hortal afirma que sin investigación no hay universidad, que el bien
intrínseco de la investigación es la ampliación de los conocimientos. “La
investigación no sólo enriquece los contenidos de lo que se va enseñar, sino que
contribuye a la calidad de la docencia.” Como sostiene Hortal: “Para estar al día y
2. enseñar, hace falta dedicación al estudio, a la docencia, a la atención a los alumnos,
a las publicaciones recientes para saber si lo que se enseña está refrendado o
cuestionado por la comunidad científica o intelectual conforme a los métodos
contrastados…”. Investigar es tener una permanente curiosidad por saber.
Investigar es descubrir saberes. Por supuesto, en todo proceso investigativo existe
ciertas dosis de lectura, y en algunas disciplinas más que en otras. Leer es
emanciparnos de la ignorancia que nos envuelve día a día. Es un entretenimiento
que nos edifica como seres racionalmente superiores. Este entretenimiento lúdico
constituye también todo un ejercicio o actividad profesional que nos permite estar
al día en nuestra especialidad.
La docencia requiere arte y experiencia. Pero cuando esto constituye una idea
estática en sí misma deviene entonces en un anquilosamiento cognoscitivo y en una
actitud dogmática. Veamos por qué. Antonio Alanís en sus indagaciones ha
demostrado la importancia de la docencia como arte, pero aclara la importancia de
su fundamentación científica. Según el autor, “la docencia es el arte de enseñar un
contenido específico a una persona o un grupo. Pero también la docencia se prepara,
se planifica, y aquí interviene el elemento sistemático y la información científica;
por tanto, si la docencia es el arte de enseñar, también es fuente de investigación y
práctica científica.”. De lo anterior se desprende que la docencia no es una intuición
emocional si no algo objetivamente planificado. Que la docencia como arte no
significa una inspiración romántica en el salón de clases sino la elaboración de toda
una estructura didáctica epistemológicamente valorada.
La experiencia es de mucha importancia en la vida profesional, y no cabe duda que
aprendemos significativamente de aquellas personas de experiencia. Sin embargo,
apelar a la experiencia es la aniquilación de la propia experiencia. Es decir, si
3. solemos apelar que la experiencia es la fuente de todo conocimiento, y si apelamos
nosotros a nuestra propia experiencia como argumento de autoridad para legitimar
determinado quehacer, estamos invalidando a otros la posibilidad de conocer por
otros medios que no sean el de este kilometraje biológico de la vida humana nuestra.
Enfocado a la práctica docente, Antonio Alanís afirma que “la experiencia no es
sinónimo ni de conocimiento ni de calidad; por sí sola, la experiencia sólo es una
huella mental que deja una actividad en la cual nos hemos visto involucrados
voluntaria e involuntariamente. Es decir, podemos realizar de forma rutinaria una
actividad durante 10, 20 o 30 años sin que en realidad hayamos aprendido algo
nuevo más allá del ejercicio mecánico de nuestra actividad en cuestión. En síntesis,
la experiencia acumulativa y medida en años de servicio, como indicador de
habilidades y conocimientos es una falacia.” El autoengaño puede estar presente
cuando apelamos a la experiencia en algunas áreas del saber humano. En materia
educativa, la experiencia podría entenderse erróneamente como la transmisión
mecanizada de saberes al margen de una actualización bibliográfica suficiente que
permita dar cuenta de una buena educación.
Apelar a la experiencia para afirmar un supuesto saber es falaz. Es caer en una
moralización de la experiencia. Cabe aquí citar nuevamente aquella afirmación de
Nietzsche acerca de la moral de las costumbres. “la moral no es más que la
obediencia a las costumbres, y las costumbres son la manera tradicional de
conducirse.”. Y en cuestiones educativas podemos plantearnos algunos
interrogantes: ¿y si nuestra moralidad (docente) consiste en apelar a la experiencia?
¿y si nuestra forma tradicional de conducirnos (enseñar) es errónea? ¿no estaremos
fundamentando nuestro saber (didáctica) en una falsa experiencia cuando ésta
experiencia pretende ser el canon de nuestra actividad docente? Apelar a la
4. experiencia puede legitimar un discurso falso y abandonarse irresponsablemente a
toda actualización pedagógica. Cabe la posibilidad de que nuestra forma de enseñar
esté basada en una experiencia y técnica carentes de toda fundamentación didáctica,
metodológica y epistemológica. El autoengaño se hace presente, y las consecuencias
se hacen sentir en la educación.