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1. 1
La imaginación participativa. Empowerment, poder de actuar y actopoder
“La democracia está desnuda, tanto en relación al poder de la riqueza,
como al poder de la filiación que hoy la secunda o la desafía. No está fundada
en la naturaleza de las cosas, ni en forma institucional alguna. No está sostenida
por una necesidad histórica, ni sostiene a alguna. Sólo se confía a la constancia de
sus propios actos”.
Jacques Rancière, 2005.
Introducción
En nuestra sociedad globalizada y “virtualizada” es bastante común la sensación de que
las decisiones más importantes para nuestra vida son tomadas en un “afuera” lejano,
indeterminado y abstracto (Europa, las empresas multinacionales, los bancos, etc…), por
nosotros y sin nosotros. La burocracia y la tecnocracia parecen matar a la ciudadanía,
poco a poco, pero inexorablemente. Es lo que probablemente aporta en la actualidad al
éxito de las nociones de “empowerment” y de “poder de actuar”, las que vendrían a
introducir proximidad allí donde sólo existe distancia, y, por otra parte, suplen la ausencia
de respuestas a las preguntas que plantea, cada vez con mayor insistencia, la actual forma
de democracia.
En suma la cuestión de la participación en las cosas que nos competen está vinculada a la
de la democracia. Y en sus formas tradicionales esta última tiene cada vez mayor
dificultad para convencer1. Ya sea que se trate del parlamentarismo (poder de los
notables), de la democracia de partidos y de las tendencias oligárquicas que engendra
(Michels, 1871), o de la democracia del público (que traduce la mediatización, el poder
de los expertos y de los sondajes), todas esas formas obedecen a los principios del
gobierno representativo (Manin, 1995). Parecen necesarias porque son parcialmente
democráticas (aunque nunca sean realmente adquiridas) e insuficientes, dado que todas
son también parcialmente oligárquicas. Mientras que los principios democráticos parecen
triunfar frente a “desconcierto” de sus enemigos, tanto reaccionarios como
revolucionarios” (Gauchet, 2002), la democracia, está bloqueada dado que es únicamente
representativa (Mendel, 2003).
A partir de ello se plantea la pregunta sobre las posibilidades de su superación con la
hipótesis de una “democracia fuerte”2, lo que conduce a una reflexión acerca de una
problemática articulada alrededor de la idea de participación y de los conceptos de
“empowerment”, de “poder de actuar” y de “actopoder”.
Continuemos. El debate “democracia representativa/democracia directa”, muy antiguo,
había al menos contextualizado y problematizado el marco y los desafíos teóricos en
oportunidad de la publicación del libro de Jean Blaecher, aparecido en 1975. Ellos fueron
1
No solamente por el ausentismo constatado en tiempos de elección, sino también por el desinterés e inquietud cada
vez más pronunciados de los ciudadanos respecto de la oferta política. Su dimensión representativa no es ajena a ello.
La democracia delegativa no sólo le concierne a los partidos políticos, sino a toda forma de agrupación colectiva:
asociaciones sindicales, pasando por los delegados escolares o los representantes del personal en las empresas.
2
Por oposición a la “democracia débil” en “la cual la participación de los ciudadanos está fuertemente encuadrada y
limitada. En esta perspectiva el poder del pueblo es una ilusión, ya que el pueblo no gobierna y,
en todo caso, no es capaz de hacerlo”. Quienes sostienen esa posición son, entre otros, Walter Lippmann y Joseph
Schumpeter, quienes cuestionaron lo que les parecía el “mito de la democracia popular”. Por el contrario los partidarios
de la “democracia fuerte”, como Jefferson, Tocqueville y Dewey, piensan que “votar una vez de vez en cuando, no es
suficiente” (Zask, 2011).
2. 2
discutidos en la revista MAUSS3, volviendo sobre los trabajos de Jean-Pierre Vernant
sobre la democracia en la antigua Grecia, los de Pierre Clastres (1976) acerca de las
sociedades primitivas, los de Claude Lefort4 y de Cornelus Castoriadis sobre “la
invención democrática” y la autonomía5. Todos esfuerzos teóricos recientemente
completados por los de Yves Sintomer (2007), conjunto que retomaremos brevemente a
fin de introducir y delimitar el marco de nuestra reflexión.
Proseguiremos entonces esta última actualizándola. Las nociones de “empowerment” y
de “poder de actuar”, tan de moda, parecen traducir, esa actualidad. Nosotros
intentaremos definirlas.
Los dos primeros capítulos nos llevarán a examinar de manera más concreta la
ambigüedad de la noción de participación (cuando el legislador se la apropia)
particularmente bien ilustradas por la ley 2002.2 cuando apunta a promover la
participación de los usuarios y las familias.
Finalmente, en la última parte de este texto, trataremos el concepto de “actopoder” creado
por el sociopsicoanálisis, el cual remite a una teoría del acto (Mendel, 1998) y a una
práctica de intervención (Prades, 2007, 2011). Particularmente propicias, en nuestra
opinión, para permitir una participación efectiva (y no fantasiosa) cuya implementación
(construcción de un dispositivo institucional) requiere la constancia de las variables y la
presencia de la imaginación, ambas consustanciales al acto de participar. Si el acto es
una aventura (Mendel, 1998) es por “su capacidad humana de mantener un proyecto de
acción, adaptándolo, de manera inventiva y creadora, a la realidad en cuestión y a las
dificultades encontradas. Esa adaptación innovadora, esa innovación adaptada, va a
modificar el proyecto de acción al tiempo que mantiene, dentro de lo posible, la proa en
dirección del objetivo fijado de antemano (…) En lo que se refiere a la capacidad creativa
universal y el movimiento hacia la creación, existen muchos grados y diferencias
individuales, pero de todas maneras, todo acto es posible sólo si están presentes esa
capacidad y esa tendencia. De lo contrario lo único que se manifestaría sería una
actividad conducida ya sea por el instinto, o por un estricto condicionamiento, o por un
proyecto de acción rígidamente mantenido frente y contra todo (aunque fuera
absurdamente). Es esa plasticidad inventiva del sujeto comprometido en la actividad, lo
que permite la interacción del acto que abre la potencialidad de la libertad y un escape al
estricto determinismo”. “Si la libertad es hija del acto -prosigue el autor- la fuerza de
creación es el padre fundador del acto” (Ibid, p.558-559).
El plan del artículo, lleno de preguntas que problematizan cada una de sus partes, dará
por lo tanto cuenta primeramente del debate “Democracia representativa/democracia
directa”. Luego se abordarán las nociones de “empowerment” y de “poder de actuar” y la
cuestión de la participación en el marco de la ley 2002.2, para finalizar con un examen de
la teoría y de la práctica del actopoder.
…………………………………
Empowerment y poder de actuar
3
Particularmente en la revista Nº 7 tituladas ¿Los salvajes eran demócratas?, y Nº 8, La democracia incompleta
(1990).
4
Ver por ejemplo los textos de Marcel Gauche, Pierre Clastres y Claude Lefort, referidos al de Étienne La Boétie
(1989).
5
Puede consultarse el libro colectivo dirigido por Giovanni Busino, 1989.
3. 3
¿Por qué los proyectos participativos que hacen frecuentemente uso de estas nociones
suelen fracasar, como lo constatan tanto Vincent de Gaulejac como J. Donzelot?
Comencemos por decir que las definiciones del “empowement” y del “poder de actuar”
varían mucho de un autor a otro, o de una práctica a otra. Poseen diferente estructura y se
refieren a realidades muy distintas.
El “empowerment” va desde “la pura y simple orden de hacerse cargo”, a la incitación
dirigida a los “habitantes de luchar para que ellos mismos transformen las condiciones de
vida de sus barrios” (Donzelot, 2013), o a la idea más modesta de permitirles reagruparse
para “hacer juntos”. La noción puede referirse al “modelo radical alimentado por teorías
de transformación social, como las de Paulo Freire” cuyos “desafíos son el
reconocimiento de los grupos con el propósito de poner fin a su estigmatización, la
autodeterminación, la redistribución de los recursos y de los derechos políticos”… En ese
modelo “el objetivo de emancipación individual y colectiva desemboca en un proyecto
de transformación social que (…) se basa en un cuestionamiento al sistema capitalista” (
Bacqué y Biewener, 2013).
Un segundo modelo es el modelo liberal (en el sentido anglosajón) asociado a la figura
de Keynes que “legitima el rol del Estado y de las políticas públicas a través de la
promoción de los derechos cívicos y la disminución de las desigualdades sociales y
económicas”. Articula – afirman los mismos autores- “la defensa de las libertades
individuales con una atención a la cohesión social y a la vida de las “communities”.
Luego hay un tercer modelo, neo-liberal, que apunta “a la extensión y la diseminación de
los valores del mercado hacia la vida social y todas sus instituciones”.
“Utilizado primero por los movimientos sociales de manera difusa, teorizada después por
los practicantes de terreno y los profesores universitarios, la noción de “empowerment”
permite designar un conjunto de prácticas caracterizadas por la búsqueda de un proceso
de autonomización de los usuarios y una transformación de las relaciones entre ellos y
los profesionales” (op. cit., 2013, p. 21-22).
La noción “poder de actuar” es igualmente polimorfa, según se identifique con el
Desarrollo del Poder de Actuar (DPA) lanzado por Yann Le Bossé (2012), o se refiera a
los trabajos del psicólogo del trabajo Yves Clot (2008).
El abordaje centrado en la DPA se inscribe en la corriente del trabajo comunitario
canadiense, y se define como “un proceso por el cual las personas acceden juntas, o
individualmente, a una mayor posibilidad de actuar sobre lo que les resulta importante a
ellas mismas, su entorno cercano o la colectividad con la que se identifican” (Le Bossé,
2013). No se trata de una teoría nueva; se inspira en otros abordajes: la teoría sistémica
(las interacciones entre los individuos y el entorno), la Gestalt (la dimensión emocional),
la perspectiva “resolutiva” y “concientizadora”. El abordaje de la DPA, que se toma como
referentes a Paul Ricoeur y a Paulo Freire, apunta al cambio y descansa sobre cuatro
“puntos de apoyo”: la percepción de los actores (sus apuestas y su contexto), la
implicación de las personas concernidas (que conduce a negociar con ellas), la forma de
conducción de las intervenciones (centrarse no ya en la historia de las personas, sino en
el aquí y ahora al que será necesario adaptarse), y la introducción de una acción tendiente
a la “concientización” (reflexión con las personas acerca de los efectos de las acciones
4. 4
iniciadas). La combinación de esos cuatro puntos de apoyo es lo que le otorga fuerza a
esta propuesta y producirá el cambio. Trabajadores sociales y formadores pueden
apropiarse de este tipo de acción: no es verdaderamente una teoría, ni una metodología,
sino más bien una “postura profesional” y una herramienta (grilla de lectura) que conduce
al interviniente a considerar a las personas a las que acompaña más como recursos que
como problemas (se reconoce bien en este caso uno de los postulados del trabajo social
comunitario). Las ocho experiencias llevadas a cabo a partir del abordaje centrado en la
DPA que aparecen en el libro dirigido por Claire Jouffray (2014) se refieren a
intervenciones sociales de tipo individual (acompañamiento de una persona), con
colectivos (trabajo con jóvenes para la creación de un comité de residentes, por ejemplo),
y acompañamientos pedagógicos (en la formación). Se trata de contribuir a cambiar
teniendo en cuenta a los actores y al impacto del contexto. La primera muestra “la
satisfacción del profesional al ver que las personas se atribuyen sus propios éxitos”,
mientras que otra, presentada por una asistente social, señala de qué manera este abordaje
la condujo a interrogar “los desafíos” de su institución y a integrarlos. Un tercer relato da
testimonio de “el compromiso de los participantes que les permitió ponerse en marcha”.
En cada caso pareciera que la distancia entre lo que la gente piensa hacer, y lo que
realmente hace, es determinante para emprender los cambios que tendrán efecto sobre las
personas, pero también sobre las estructuras. Perspectiva pluri-disciplinaria, pero en la
que no aparece la articulación de las disciplinas, tampoco cuáles serían esas disciplinas.
Está menos interesada en producir y utilizar conceptos que en distribuir certificados ya
que la DPA es una marca6.
En lo que respecta al “poder de actuar”, tal como es concebida por Yves Clot, la cosa es
muy distinta. Él se esfuerza por explicitar los aportes teóricos y metodológicos de la
psicología del trabajo, a fin de ponerlos al servicio de los trabajadores de manera tal que
estos puedan desarrollar su poder de actuar. “La actividad del sujeto –escribe el autor- se
ve amputada de su poder de actuar cuanto los propósitos de la acción que se está
realizando están desligados de aquello que realmente es importante para él, y que otros
objetivos válidos, son reducidos al silencio y dejados de lado” (Clot, 2008). “Esa
desvitalización de la actividad –prosigue- es una forma habitual de entropía del poder de
actuar”. La muy sofisticada teoría desarrollada por Yves Clot se completa con un trabajo
práctico provisto de metodologías (confrontación cruzada, método del sosías) que, en
nuestra opinión, es más cercano a lo experimental que a la intervención.
Volvamos ahora al « empowerment” que, siempre según Jacques Donzelot, debería ser
promovido en los barrios populares, tomando como ejemplo lo que se hace en los Estados
Unidos (Donzelot, 2003, 2006). La primera pregunta que se plantea es: ¿por qué y cómo
el « empowerment” debería ser favorecido entre los más carenciados, cuando lo es tan
poco entre quienes lo son menos? Desde esta perspectiva con el « empowerment” sucede
lo mismo que con el “proyecto”: ¿por qué –como dice François Dubet (2000)- el proyecto
en la escuela está reservado para los alumnos con mayores dificultades? Más adelante
responderemos parcial e indirectamente a esa pregunta.
Existe además una cierta ingenuidad al sorprenderse por el hecho que en una sociedad
estratificada, muy desigual, la tendencia “natural” y espontánea a un incremento del poder
6
Se burlaron de Ségolène Royal cuando, en las elecciones presidenciales en las que se presentó como candidata,
propuso mostrar un título concerniente a la “democracia participativa”, a lo que por suerte renunció (sin duda por
temor al ridículo). Otros se atreven, dado que “el poder de actuar, individual y colectivo” es una marca registrada en el
Instituto Nacional de la Propiedad Industrial (INPI).
5. 5
de actuar de los más pobres y vulnerables no se desarrolle. Esa orientación ¿no estará
dirigida a la autonomización del pensamiento, cautivo hasta ahora, de una clase sometida
que podría volverse peligrosa? Esto es por otra parte lo que presiente el autor: “Vemos
bien que es el estatuto mismo de la participación en el seno de nuestra forma de acción
pública lo que está en juego. Mientras ella continúe siendo concebida como una forma de
legitimación pseudo-democrática, no podrá generar ningún crecimiento de la capacidad
de poder de la gente” (Donzelot, 2006). Pero no se trata, como cree él, de una simple
sustitución de la “búsqueda del bien común”, del “interés general”. Permitir que los que
se encuentran en la base se ocupen de lo que les concierne, es, para los de arriba,
arriesgarse a que los primeros comprendan mejor su situación y, eventualmente, no se
sientan satisfechos. ¿Es necesario recordar una banalidad? Los poderosos minimizaron
siempre el poder de aquellos a los que dominan.
Jacques Donzelot y Marie-Hélène Bacqué (como veremos) producen muy buenos
diagnósticos a solicitud de los jefes de proyectos. Pero sus críticas justificadas no nos
hablan de la forma que podría asumir la participación que dicen, sin embargo, desear.
……………………………………
Teoría y práctica del actopoder
Una pregunta nos viene ahora a la mente: ¿cuál es la especificidad del concepto de
“actopoder” si la relacionamos con el “empowerment” y el “poder de actuar”, por un lado,
y con la participación, del otro?
Definamos ante todo el concepto de “actopoder” forjado tempranamente por Gérard
Mendel y retomando la presentación realizada en el Diccionario de riesgos psicosociales
(Prades y Rueff-Escoubès, 2014).
La actual división del trabajo impide al trabajador realizar un acto completo. Sólo puede
llevar a cabo fragmentos de actos. Esa fragmentación que Georges Friedmann llamó hace
tiempo “el trabajo en migajas”, fue formalizada por la organización científica del trabajo
(Taylor), cuyos efectos deletéreos sobre la psicología del hombre que trabaja revelaron
rápidamente Adam Smith y Karl Marx. Los conceptos de “alienación” y “reificación”
provienen de esas observaciones y la psicología social se constituyó en gran parte
alrededor de esta cuestión. El Sociopsicoanálisis no escapó a la regla: en relación al
trabajo repetitivo habló de “petrificación” y de “mutilación de la personalidad”.
La pregunta que se le planteó al Sociopsicoanálisis, en tanto intervención psicosocial, fue
cómo se podría conducir a cada individuo hacia el ejercicio más pleno de un cierto poder
sobre su acto, a fin de que pueda ser vivido por él como siendo propio, beneficiándose
además del hecho de que su acto modifica la realidad (los efectos de su producción).
La respuesta desde el punto de vista psicológico será permitir que cada uno tenga la
posibilidad de decir lo que piensa acerca de su trabajo, en un encuadre que permita mayor
libertad de expresión de la que se conoce habitualmente dentro de las empresas, una
comunicación colectiva y escrita de dicha expresión que se traduce en preguntas y
propuestas.
6. 6
La respuesta organizacional consistirá en tratar de religar lo que está desligado para paliar
la división del trabajo, y ello ubicando al individuo en un grupo de pares, y a dicho grupo
dentro de un dispositivo institucional que lo vincule con los otros, “recortados” en un
organigrama institucional específico.
Esto significa que lo que otros llamaron más tarde el poder de actuar (otro nombre del
“actopoder”) está ampliamente determinado por la organización del trabajo. Es por ello
que el Sociopsicoanálisis se propone modificar a la misma durante el tiempo de su
intervención, a fin de hacer contrapeso a los efectos de división del acto de trabajo. El
dispositivo institucional prevé en particular la constitución de grupos homogéneos de
oficio y jerárquicos, y una comunicación escrita e indirecta entre los diferentes grupos,
con la obligación de darle respuesta. Este dispositivo de expresión colectiva y
comunicación sobre el acto de trabajo contribuye a permitir “el movimiento de
apropiación del acto”, lo cual conlleva un desarrollo psicosocial individual y colectivo.
El concepto de “actopoder” da cuenta de esa relación del sujeto con el acto, y del poder
del acto sobre la realidad externa. La clínica sociopsicoanalítica muestra que en función
del poder que el sujeto tenga sobre sus actos se producirán efectos psicológicos opuestos.
Displacer, sufrimiento, desmotivación: eso será lo reservado a aquellos (la mayoría) que
tienen poco o ningún poder sobre su acto de trabajo. Placer, motivación, responsabilidad,
creatividad, lograrán quienes se lo apropien. Desarrollar el poder que la gente tiene sobre
lo que hace será entonces el trabajo del Sociopsicoanálisis, haciendo eso, participando en
un acto más completo, esas personas se alejarán de los aspectos más patógenos de la
organización actual del trabajo.
En síntesis, el concepto de actopoder le agrega a la concepción sociológica más clásica
del poder, la del poder de unos sobre otros (tal como la encontramos en Michel Crozier,
por ejemplo), una definición psicosocial como es la del poder que tenemos sobre nuestros
propios actos. Dicho concepto encuentra su expresión concreta en la implementación de
lo que el Sociopsicoanálisis (SP) denomina un Dispositivo Institucional (DI).
Observemos ahora la expresión que prevé el SP cuando implementa el DI en un Hogar de
Niños de carácter social. Lo que nos interesa en primer término es la dimensión
participativa. Es por ello que nos limitaremos a comunicar al lector solamente los
elementos indispensables para la comprensión de lo que acabamos de plantear sobre ese
punto7. Nos referiremos aquí a una intervención comenzada y realizada a partir de una
demanda del director del Hogar, quien deseaba que los equipos de acompañantes
especializadas pudieran tomar cierta distancia respecto de las situaciones frecuentemente
difíciles que vivían. Era necesario que ellas pudieran reflexionar colectivamente para
lograrlo y continuar cuestionándose. La ADRAP8 respondió proponiendo la instalación
de un Dispositivo Institucional con las siguientes características:
- la constitución de grupos homogéneos (de oficios) “recortados” en el organigrama
del establecimiento, en este caso particular, tres grupos de acompañantes y tres
grupos de niños y adolescentes. El conjunto de los grupos (es decir el conjunto
7
Para una descripción completa de esta intervención los referimos a nuestro artículo de 2005 “Intervención e
identidad profesional. Sociopsicoanálisis institucional en un Hogar de Niños de carácter social”. Les Cahiers de
l’Actif Nº 348-349, y al libro de Prades (dir.), 2007.
8
ADRAP: Association de Recherche et d’Action Psychosociologique [www.sociopsychanalyse.com].
7. 7
del personal) se reunió en general cada dos o tres meses, el último en hacerlo era
el Comité de seguimiento, que cerraba lo que llamamos un ciclo;
- los miembros de los grupos tienen una tarea, la de hablar exclusivamente de su
trabajo. Con ayuda de un interviniente externo, propondrán un orden del día, cada
grupo nombrará un coordinador y un secretario que serán rotativos en cada
encuentro. La duración de los mismos es de aproximadamente dos horas. Al
finalizar cada reunión habrá un tiempo reservado a la escritura de un informe, o
más bien una comunicación, dirigida a otro grupo, por lo general al Comité de
seguimiento;
- hay entonces primero concertación al interior década uno de los grupos; luego una
comunicación dirigida a otro grupo por la vía de informes escritos. Esa
comunicación indirecta evita el cara a cara con la jerarquía;
- las comunicaciones escritas son elaboradas por el grupo: ellas dan cuenta de la
reflexión colectiva llevada a cabo (concertación) y se traduce en señalamientos,
preguntas, propuestas, a las cuales deber responder los grupos que los reciben
(muchas veces el Comité de seguimiento) de la manera más argumentada posible
(los intervinientes se ocupan de que así sea);
- en ningún momento el dispositivo funciona según una forma representativa: nunca
habrá delegados que se expresarán en nombre de otros;
- este Dispositivo institucional se basa en la participación voluntaria y en el
anonimato (la entidad es el grupo, nunca los individuos que lo componen). Está
destinado a permanecer. En este sentido se presenta como un tercer canal de
comunicación (agregándose al canal jerárquico y al canal sindical).
……………………………….
Conclusiones
Hemos evocado brevemente a la democracia representativa, a la que Marx llamaba
formal, a fin de mostrar que tanto a la escala de un barrio como a la de una nación, la
democracia sólo ha encontrado en los dos últimos siglos unos pocos medios para
renovarse. Existen, no obstante, experiencias muchas veces embrionarias (Sintomer,
2007) que no pudieron imponerse. En el mejor de los casos, cuando hay voluntad, los
grandes principios tropiezan con la realidad de su puesta en marcha (pensamos en la
política de la ciudad).
Si la cuestión de la participación estuvo de entrada vinculada a la democracia, si se revela
particularmente decisiva debido a la desconfianza que existe sobre la democracia
representativa que la pone en peligro (la desconfianza respecto de los políticos ya no debe
ser demostrada), las alternativas – ya sea que tomen la forma organizacional de la
democracia directa (Castoriadis) o que se apoyen en la ideal del “empowerment” y del
“poder de actuar”- chocan la mayoría de las veces con las dificultades de su realización
práctica. La fuerza del dispositivo que hemos descripto brevemente es la que asocia una
antropología del acto (vinculada al concepto de actopoder), apenas evocada en este texto,
con una práctica de intervención rigurosa (DI).
La ley 2002.2 que (en Francia) renueva la acción social y médico-social, pone el acento
en una mayor participación de los usuarios, pero no escapa a una lógica que tiende a
plantear principios generales, sin explicitar las teorías generales de las que derivan los
medios a implementar. La efectiva aplicación de estos últimos ni siquiera está
8. 8
garantizada, dado que la evaluación externa que se prevé es llevada a cabo por quienes
son evaluados. Por otra parte, como señalamos más arriba, no es posible modificar el
lugar que ciertos actores tienen en una institución sin tomar en cuenta la de los otros. Esto
ha hecho que a más de diez años de haber adoptado dicha ley la participación de los
usuarios (es decir, el poder que ellos tienen sobre su vida) siga siendo en general muy
limitada.
De lo que se carece es de la creación de dispositivos participativos, como el Dispositivo
Institucional Mendel (DIM), cuyo objetivo explícito es permitir que las personas
aumenten su poder sobre sus actos en el marco de su actividad cotidiana. Hemos visto
hasta qué punto niños y jóvenes han podido reflexionar acerca de todos los temas que
realmente les competen, modificando así las relaciones con los otros grupos
institucionales. La democracia sólo existe en razón de los actos que le dan vida. Es
dinámica, a veces conflictiva, jamás está asegurada. La democracia participativa, como
escribe tan pertinentemente Loïc Blondiaux (2008), “merece que uno se interese en ella,
porque es el lugar en el que se pueden desplegar las contradicciones del orden
democrático”.
Bajo la forma en que la presentamos antes, la implementación llevada a cabo desde hace
cuatro decenios, da cuenta de una creatividad colectiva insospechada que se manifiesta
en cada intervención. Esto prueba que no hay verdadera participación sin imaginación y
creatividad, de manera que lo que llamamos imaginación participativa para nosotros es
casi redundante. Sin duda se encuentra en las antípodas de todas las otras formas de
“implicación forzada” (Durand) y de “cooperaciones institucionales” obligadas, que
congregan individuos sumisos y cautivos.
Gérard Mendel denominó a nuestra capacidad de escapar a la repetición “lo vívido del
sujeto”, y es en el acto que ella se manifiesta. Se define, al menos en parte, como la
“capacidad humana de inventar”, como la creación en el curso mismo del acto. “El pintor
que comienza un cuadro – escribe Mendel (1999)- ignora en parte en qué devendrá su
proyecto, de lo contrario sólo sería un copista y no un creador. Esto es así en todo acto en
el que interviene la fuerza de creación (…). Sucede así con todo acto en el que interviene
la fuerza de creación (…). Todo acto tiene una parte de invención bajo pena de ser sólo
una repetición rutinaria”. En este sentido la imaginación es consustancial a la
participación y contribuye, en su desarrollo, a definir al actopoder. Nos encontramos aquí
con el lugar que, en los años 1930, la Teoría Crítica de la Escuela de Francfort le dio a la
imaginación: sin imaginación, decía en otras palabras Herbert Marcuse, todo
conocimiento corre el riesgo de quedar prisionero del pasado o del presente y
desconectado del futuro, el único, éste último, que vincula dicho conocimiento a la
historia de la humanidad.
Extraído de Jean-Luc Prades, "L’imagination participative Empowerment, pouvoir d’agir et actepouvoir",
Sciences et actions sociales [en ligne], N°2 | 2015, mis en ligne le 01 octobre 2015, consulté le 04 février
2017, URL : http://sas-revue.org/index.php/17-varia/43-l-imagination-participative-empowerment-
pouvoir-d-agir-et-actepouvoir (Traducción: MJ. Acevedo)