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PROYECTO EDITORIAL
TRASTORNOS DEL LENGUAJE
Serie
GUÍAS DE INTERVENCIÓN
Director:
Carlos Gallego
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Consulte nuestra página web: www.sintesis.com
En ella encontrará el catálogo completo y comentado
Diseño de cubierta: JV Diseño gráfico
© Alicia Fernández-Zúñiga
© EDITORIAL SÍNTESIS, S. A.
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ISBN: 978-84-995803-0-2
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leyes, reproducir, registrar o transmitir esta publicación, íntegra o parcialmente, por cualquier sistema de
recuperación y por cualquier medio, sea mecánico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia o
cualquier otro, sin la autorización previa por escrito de Editorial Síntesis, S. A.
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Índice
Capítulo 1. La tartamudez infantil
1.1. Introducción
1.2. Características
1.2.1. Tipos de disfluencias
1.2.2. Variabilidad
1.2.3. Comienzo
1.2.4. Aspectos lingüísticos
1.2.5. Remisión espontánea
1.3. Criterios diagnósticos del DSM-IV-TR
1.4. Desarrollo del tartamudeo
1.5. Incidencia y prevalencia
1.6. Factores de género
1.7. Historia familiar
1.8. Factores ambientales y estrés
Cuadro resumen
Caso Clínico
Preguntas de autoevaluación
Capítulo 2. Etiología de la tartamudez
2.1. Introducción
2.2. Teorías neurofisiológicas
2.1.1. Retroalimentación auditiva
2.1.2. Control motor
2.1.3. Genética
2.3. Teorías psicológicas
2.3.1. Teorías psicoanalíticas
2.3.2. Teorías psicosociales
2.4. Teorías lingüísticas
Cuadro resumen
Caso Clínico
Preguntas de autoevaluación
9
Capítulo 3. Evaluación de la tartamudez
3.1. Introducción
3.2. Objetivos de la evaluación
3.3. Instrumentos de evaluación
3.3.1. Entrevista con los padres
3.3.2. Entrevista con el niño
3.3.3. Interacción de los padres con el niño
3.3.4. Registros de conducta
3.3.5. Cuestionario de fluidez para padres
3.3.6. Cuestionarios para el colegio
3.4. Evaluación del habla del niño
3.5. Criterios diagnósticos
3.6. Variables fisiológicas
3.7. Variables cognitivas
3.8. Aspectos socio-emocionales
3.9. Entrenamiento a corto plazo
3.10. Análisis funcional
3.11. Pronóstico
3.12. Devolución de la información a los padres
Cuadro resumen
Caso Clínico
Preguntas de autoevaluación
Capítulo 4. Tratamiento I. Guía para el terapeuta
4.1. Introducción
4.1.1. Programas de tratamiento
4.1.2. Técnicas de control del habla
4.1.3. Principios básicos para la intervención
4.1.4. Actitud del terapeuta
4.2. Programa de intervención temprana
4.2.1. Intervención con los padres
4.2.2. Intervención indirecta con el niño
4.2.3. Intervención en el colegio
4.3. Programa de intervención con escolares
4.3.1. Intervención directa con el niño
4.3.2. Intervención con los padres
4.3.3. Intervención dirigida al profesor
Cuadro resumen
Caso clínico
10
Preguntas de autoevaluación
Capítulo 5. Tratamiento II. Guía para los padres
5.1. Falta de fluidez o tartamudeo
5.2. Cómo diferenciar las faltas de fluidez normales de las anormales
5.3. Tartamudeo
5.4. A quién afecta
5.5. Evolución del problema
5.6. Origen del problema
5.7. Objetivos a conseguir
5.8. Qué se puede hacer
5.9. Cómo actuar
5.10. Cómo manejar su conducta
5.11. Qué decirle al niño
5.12. Cómo se trata
Cuadro resumen
Preguntas de autoevaluación
Materiales para el tratamiento
Clave de respuestas
Lecturas recomendadas y bibliografía
11
1
La tartamudez infantil
1.1. Introducción
La tartamudez es uno de los trastornos más desconcertantes en el ambito de la
comunicación, dada la diversidad de alteraciones y la heterogeneidad del problema.
Además, la característica de ser una dificultad que se presenta de una forma interrumpida
ha hecho difícil su estudio, y su tratamiento y recuperación han supuesto un reto para
muchos terapeutas.
La mayoría de los estudiosos del tema coinciden en que el tartamudeo es un
trastorno que afecta fundamentalmente al habla. Las alteraciones de la fluidez más
representativas de la tartamudez consisten en repeticiones de sonidos, palabras, o frases,
así como en prolongación de sonidos, bloqueos o segmentación de palabras. En la
conducta lingüística también se observan errores de vacilaciones, interjecciones o
reformulaciones de la frase al inicio de la emisión. Con frecuencia estas disfluencias se
interpretan como intentos de comenzar el habla o de posponer o evitar decir
determinadas palabras con las cuales se anticipa el tartamudeo.
Sin embargo, en las primeras etapas del desarrollo del lenguaje, entre los 2 y los 5
años, se observa que los niños interrumpen con frecuencia la fluidez del habla, con
pausas, interjecciones o repeticiones, cuando hablan espontáneamente. A este tipo de
expresión no se la suele considerar alterada y sólo se la llama tartamudez en un
porcentaje pequeño de niños. Esto ocurre cuando las dificultades tienen determinadas
características y se prolongan en el tiempo, aunque no existe un acuerdo generalizado
sobre a qué alteraciones llamar tartamudez (Wingate, 1976).
1.2. Características
1.2.1. Tipos de disfluencias
12
Cuando los niños pequeños cometen errores en su lenguaje y su habla no es fluida las
interrupciones tienen diferentes orígenes. Unas veces son porque el niño aún no domina
la coordinación de los órganos, otra porque no recuerda aquella palabra precisa que iba a
decir, o porque reformula la oración. También puede ser que el niño, con respecto a su
interlocutor, se muestre inseguro, reflejándose en su habla vacilante (Johnson, 1959;
Bloodstein, 1995; Van Riper, 1982). Con frecuencia es difícil diferenciar este tipo de
confusiones, normales, en el desarrollo del lenguaje, con la aparición del tartamudeo. Sin
embargo, existen algunos signos en el habla no fluida del niño que advierten de la relación
con la tartamudez y que se valoran de forma distinta por los terapeutas.
Las vacilaciones al empezar a hablar o interjecciones (“um”, “eh”), así como las
repeticiones, son frecuentes tanto en los hablantes normales como en los no fluidos. La
repetición de frases supone un error menor y más normal que la repetición de palabras, y
ambas se encuentran en todos los hablantes, tartamudos o no. Pero si se atiende a la
dimensión de la repetición y en qué unidad del habla se produce, las diferencias son más
claras. Si las repeticiones son de sílaba o de sonidos y se repiten frecuentemente, se
considera una falta de fluidez preocupante. Asimismo, la repetición de parte de la palabra
o partir la palabra es una alteración más atípica y característica de los tartamudos.
Igualmente indican anormalidad de la fluidez cuando hay prolongaciones de sonidos.
a) Frecuencia. La frecuencia con que se presentan estas alteraciones se ha visto
hace tiempo como un signo importante para el diagnóstico de la tartamudez y
una valoración de su severidad. Algunos autores plantean que la repetición de
sílabas en tres o más ocasiones, en cien palabras, es indicativa, de tartamudez
(por ejemplo: “mi, mi, mi, mi, mira esto…”), mientras que se considera el
límite normal si se encuentra por debajo de esas tres repeticiones (Riley, 1981;
Van Riper, 1982; Gregory y Hill, 1984; Yairi y Ambrose, 1992). Del mismo
modo la frecuencia de las prolongaciones se utiliza para determinar un habla
tartamuda si estas alteraciones exceden en 1 por 100 palabras.
b) Duración. La duración de las disfluencias es otro factor a considerar en la
caracterización de la alteración del habla. Si la duración de las prolongaciones
excede a un segundo se debe considerar un signo de problema. Lo mismo
ocurre con la duración de los bloqueos. Además de la frecuencia y duración
de las repeticiones de sonidos o sílabas, también son señales de alarma si éstas
se presentan con un ritmo irregular o agitado y la velocidad de las repeticiones
se acelera (Yairi, 1982; Gregory y Hill, 1984).
c) Conductas asociadas. Asimismo la mayoría de los autores plantean como
predictores de tartamudez en el habla de los niños los signos de hacer fuerza al
hablar, prolongaciones largas y presencia de bloqueos (Van Riper, 1982; Riley
y Riley, 1985; Bloodstein, 1995). Frecuentemente, estos errores de la
alteración del ritmo del habla pueden venir acompañados de otra serie de
conductas motoras asociadas de esfuerzo o tensión. Se puede observar un
aumento de la tensión muscular en el rostro o en los órganos
13
fonoarticuladores, así como en todo el cuerpo. Estas señales de esfuerzo
producen a veces movimientos innecesarios, como cierre de ojos,
movimientos de cabeza, boca abierta o movimientos en manos y piernas junto
al bloqueo en una palabra. A veces, también se puede percibir un aumento del
volumen de la voz, asociado a la repetición o al bloqueo al hablar, lo cual
indica que el habla está siendo dificultosa (Bloodstein, 1995).
En general, se consideran disfluencias poco habituales cuando las repeticiones
ocurren con frecuencia a lo largo de la expresión, se dan en más de dos o tres ocasiones
y los elementos repetidos son cortos. Se tiende a repetir más sonidos o sílabas que las
palabras (por ejemplo: “mira, mira, mira…”, es menos frecuente), ya que tampoco es
habitual en el habla normal, que las repeticiones de palabras se presenten con frecuencia.
Otras manifestaciones que discriminan entre tartamudez y habla normal son la
presencia de conductas que retrasan u ocultan las dificultades. Recursos como sustituir
palabras o dar un rodeo indican la intención de evitar las palabras en las que se piensa
que se va a tartamudear. De igual manera ocurre con las pausas, interjecciones o prefijos
que se incluyen antes de la palabra que se teme decir. Este tipo de manifestaciones
aparece con más frecuencia en los niños mayores, cuando llevan más tiempo
tartamudeando. En los pequeños, se da más abandonar la formulación de la frase que ha
iniciado cuando encuentra dificultades en su expresión.
1.2.2. Variabilidad
Este tipo de dificultades en la fluidez se presenta con una gran variabilidad. Es
característico del trastorno que las disfluencias no se manifiesten de forma continuada,
sino que aparezcan de forma fluctuante en algunas ocasiones y desaparezcan en otras.
Con frecuencia cuando los padres consultan y el terapeuta quiere evaluar las disfluencias
en sesión, el niño puede hablar fluido y no mostrar dificultad alguna.
Por otra parte, estas alteraciones tienen la particularidad de no presentarse siempre
de la misma manera, pudiendo ser diferentes de un sujeto a otro. Aparecen con
características distintas, variando en sus formas de expresión, en su frecuencia e
intensidad. Igualmente, los errores de fluidez no se dan en el habla del niño en todas las
ocasiones ni cuando habla con cualquier persona, sino que sus dificultades se pueden
observar sólo en situaciones determinadas. En unas, el tartamudo puede expresarse con
fluidez, mientras que en otras, puede no ser capaz de comunicarse.
Esta variabilidad en el control del habla, para la mayoría de los niños, puede surgir
en determinadas circunstancias que le rodean mientras está hablando. Factores como la
presión comunicativa del contexto, la actitud del interlocutor, el tema de conversación o
la emoción que sienta mientras habla, pueden influir en la fluidez del niño (Bloodstein,
1995). Así, el tartamudo puede hablar, generalmente, estando solo o hablando a niños
14
pequeños o a animales de compañía; también puede ser fluido cuando canta o habla con
una cierta entonación. Por el contrario, suele ser común que al dirigirse a un grupo,
hablar con desconocidos o por teléfono le resulte más difícil.
1.2.3. Comienzo
Es habitual que el problema aparezca en los niños entre los 2 años y medio y los 12 años.
Sin embargo, la mayoría de los problemas de fluidez comienzan en la primera infancia,
en los primeros años preescolares (entre los 2 y los 4 años), y generalmente después de
haber hablado fluido con anterioridad (Johnson, 1959; Van Riper, 1982). No se describen
en la bibliografía ni en la clínica casos de niños que muestren dificultades de fluidez antes
de los 2 años o cuando se encuentran en etapas anteriores del desarrollo del lenguaje. En
casos menos frecuentes el problema puede surgir alrededor de los 6 o los 7 años,
generalmente relacionado con el inicio de la primaria y situaciones de estrés. En edades
posteriores (8 o 10 años) es raro que aparezca un tartamudeo.
Se ha visto que el inicio del problema puede ser rápido o gradual. Es más habitual
que las dificultades en el habla surjan de modo paulatino con repeticiones leves o
vacilaciones, habitualmente sin signos de tensión, y con amplios períodos de habla fluida.
En los casos en que la dificultad se presenta de forma súbita se asocia a mayor severidad
y a situaciones estresantes para el niño (Van Riper, 1982; Yairi y Ambrose, 1992).
La dificultad suele aparecer cuando el niño está empezando a hablar de forma más
elaborada, formando frases más largas y complejas. Este momento se produce en torno a
los 2 años y medio o 3, de modo que el inicio del tartamudeo se presenta alrededor de
esta etapa evolutiva del lenguaje y unido a un período de auge en el desarrollo
neurológico, cognitivo y físico.
1.2.4. Aspectos lingüísticos
En este momento del desarrollo (alrededor de los 2 años y medio), el niño debe adquirir
diferentes habilidades para el lenguaje. Éstas pueden ser más difíciles para algunos niños
y en ellos las faltas de fluidez se pueden hacer más evidentes y prolongarse a lo largo del
tiempo. Por un lado, el niño está perfeccionando y mecanizando un proceso que le
permite coordinar los movimientos de los órganos que intervienen en la fono-articulación
y debe producir con precisión los sonidos vocálicos y consonánticos. También, en este
período, el niño está siendo capaz de emitir y combinar un número mayor de fonemas.
Avanza en el conocimiento de las reglas fonológicas que rigen el uso de los sonidos, lo
cual mejora significativamente la inteligibilidad del habla del pequeño. Así, en su lenguaje
se está produciendo un mayor número de emisiones y la longitud y complejidad de las
15
mismas también va aumentando (Starkweather y cols., 1990).
En cuanto al desarrollo social y uso social del lenguaje, el niño comienza a
establecer conversaciones y a ser capaz de mantener las reglas complejas que las rigen. A
partir de ahora aprende a respetar turnos, introducir temas y a mejorar su capacidad de
dialogar. En definitiva, está aprendiendo a relacionarse con el mundo social y a adaptarse
a las situaciones cambiantes del ambiente en que se desenvuelve. El niño debe adecuarse
a las diferentes actitudes de los padres, las pautas educativas, la aplicación de la
disciplina, etc.; paralelamente, se está desarrollando emocional y afectivamente,
mejorando su capacidad para dirigir su conducta y sus emociones. Está aumentando así
el control afectivo y la expresión de sus emociones.
Todos estos aspectos han incidido en que el trastorno en los niños se relacione con
el desarrollo de las habilidades necesarias para organizar el lenguaje y utilizarlo
adecuadamente en situaciones sociales (Starkweather y cols., 1990).
Los datos de las investigaciones apuntan a que los tartamudos como grupo tienen
una historia de desarrollo normal, salvo en el habla y el lenguaje (Kline y Starkweather,
1979; Bloodstein, 1995; Gregory, 1999). Parece que muchos niños que presentan
tartamudez tienden a decir sus primeras palabras, frases y oraciones más tarde que otros
niños que hablan fluido. Igualmente los problemas de pronunciación son mas frecuentes
entre los niños tartamudos. Asimismo, se ha encontrado que en las niñas aparecen las
faltas de fluidez significativamente antes que en los niños y que este inicio parece estar
vinculado a un desarrollo lingüístico más temprano (Yairi, 1997).
1.2.5. Remisión espontánea
Otra de las particularidades del tartamudeo es que el problema tiene una tendencia clara a
remitir espontáneamente durante la infancia. Habitualmente, entre los 18 meses y 2 años
posteriores a su inicio, suele desaparecer, sin intervención profesional (Starkweather y
cols., 1990; Yairi y Ambrose, 1992). Resulta difícil dar datos concluyentes sobre la
proporción de niños que se recuperarán espontáneamente sin terapia, ya que las
investigaciones son muy dispares. Algunos estudios indican que entre un 23% y un 80%
de los casos remite sin tratamiento (Bloodstein, 1995; Yairi y Ambrose, 1992). A lo largo
del año siguiente a su aparición, el problema se disipa en un alto porcentaje de casos.
Con estos datos de recuperación espontánea de la fluidez tan alta, sin tratamiento,
se comprende que esté tan extendida, entre los profesionales, la recomendación de no
preocuparse por el problema y esperar a que desaparezca. Sin embargo, ya hemos
comentado que cuando el niño empieza a tartamudear, no suele hacerlo continuadamente
sino de forma cambiante, con períodos de tiempo en que el habla es fluida y otras
disfluente. Hay que tener en cuenta que en una proporción de niños, este tipo de errores
se va haciendo más frecuente, las épocas fluidas son cada vez más cortas y el
tartamudeo se va instaurando de forma estable, pudiendo perdurar a lo largo del
16
desarrollo y hasta la edad adulta (Bloodstein, 1995). Algunos autores afirman que entre el
20% y el 50% de los niños que presentan excesivas repeticiones en el habla sufrirán
disfluencias crónicas (Starkweather y cols., 1990). Si el trastorno persiste en el niño,
después de transcurrido un año de su comienzo, existe un mayor riesgo de que el
problema se instaure y se mantenga (Yairi, 1997).
Por tanto, dado que no se cuenta con datos claros sobre el comienzo del problema,
es fundamental comprender los factores que facilitan la aparición y mantenimiento de las
alteraciones en el habla, en los primeros años, para poder determinar si el niño necesita
tratamiento, y prevenirlo a tiempo antes de que el problema se cronifique.
1.3. Criterios diagnósticos del DSM IV-TR
El Manual de Diagnóstico Internacional de Trastornos Mentales (DSM IV-TR) (APA,
2002), presenta una serie de criterios para el diagnóstico de la tartamudez que se
resumen en el siguiente cuadro:
Cuadro 1.1. Criterios diagnósticos para el tartamudeo según el DSM IV-TR (APA, 2002)
A) Alteración de la fluidez y de la organización temporal normales del habla (inadecuadas para la edad del
sujeto), caracterizada por ocurrencias frecuentes de uno o más de los siguientes fenómenos:
1. repeticiones de sonidos y sílabas
2. prolongaciones de sonidos
3. interjecciones
4. palabras fragmentadas (por ejemplo, pausas dentro de una palabra)
5. bloqueos audibles o silenciosos (pausas en el habla)
6. circunloquios (sustituciones de palabras para evitar palabras problemáticas)
7. palabras producidas con un exceso de tensión física
8. repeticiones de palabras monosilábicas (por ejemplo,“yo- yo- yo le veo”).
B) La alteración de la fluidez interfiere el rendimiento académico o laboral o la comunicación social.
C) Si hay un déficit sensorial o motor del habla, las deficiencias del habla son superiores a las
habitualmente asociadas a estos problemas.
1.4. Desarrollo del tartamudeo
17
Aunque pueden existir diferencias individuales, los errores en el habla también suelen
variar a lo largo de la evolución del niño. A medida que el niño va desarrollándose con su
problema las características de su forma de hablar también se van modificando. En la
edad preescolar, son más frecuentes las repeticiones, la prolongación de sílabas y las
pausas, mientras que los bloqueos y las manifestaciones de esfuerzo son más leves.
Conforme el niño se va haciendo mayor pueden aparecer, además, otras conductas,
como tensión muscular, movimientos asociados y una frecuencia más alta de bloqueos.
Asimismo, la dificultad tiende a mantenerse con el tiempo de forma más constante, los
períodos fluidos van siendo menos frecuentes y se van estabilizando los no fluidos.
Otra diferencia que se observa a medida que el niño crece es el grado de conciencia
que tiene del problema. A partir de los 6 años el niño puede empezar a ser consciente de
su dificultad, aunque es más fácil que organice cognitivamente sus problemas a partir de
los 8 años. A esta edad, el desarrollo cognitivo del niño le proporciona una capacidad de
reflexión sobre su expresión y su conducta que no tenía antes. A partir de este momento
pueden aparecer aspectos cognitivos, como una preparación anticipatoria del habla que
reduce la espontaneidad al hablar, en función de la percepción que tiene de sus
interrupciones (Bloodstein, 1995).
Asimismo, se puede ir observando en el niño una mayor preocupación por el
problema y una tendencia a evitar enfrentarse a situaciones comunicativas. La evitación
de situaciones es selectiva, en el sentido de que unas circunstancias le generan tensión al
hablar y otras no. Por ejemplo, hay algunas palabras y sonidos que el niño puede valorar
como más difíciles que otros y no quiera pronunciarlos, e intente sustituir esas palabras o
dar rodeos para no decirlos. De esta forma, al no enfrentar situaciones que le generan
temor, el niño va aumentando el miedo a hablar ante momentos, temas, personas o
determinadas palabras o sonidos. Por otra parte, la percepción de sus dificultades, con
frecuencia, le puede generar vergüenza y malestar. Todo ello incidirá negativamente en
su expresión al aparecer inseguridad y ansiedad cuando quiera hablar.
Con este tipo de manifestaciones la alteración se va estableciendo y haciéndose más
persistente y difícil de recuperar (Van Riper, 1982). Algunos autores presentan esta clara
variabilidad en el desarrollo del tartamudeo describiendo fases diferenciadas en su
evolución. Hay una tendencia general en los tartamudos, como grupo, a aumentar la
frecuencia e intensidad de sus dificultades con la edad (Van Riper, 1982; Bloodstein,
1995).
Bloodstein (1995) propone que el tartamudeo tiene un marco evolutivo. El
planteamiento surge del estudio de 418 tartamudos, entre los 2 y los 16 años, que fueron
atendidos en consulta. Después de examinar los diferentes síntomas, reacciones,
adaptaciones y condiciones ante las que aparecía el tartamudeo, clasificó el problema en
cuatro etapas diferenciadas. Establece para cada etapa una edad de aparición y se
considera como un proceso continuo y gradual, en donde las etapas se ven como puntos
de referencia de un continuo.
1. La primera fase corresponde al período de preescolar, entre los 2 y los 6 años,
18
en el que destacan seis características que se pueden encontrar en la mayoría
de los casos:
a) La dificultad tiende a ser episódica. El problema se presenta durante
semanas o meses entre los que hay períodos de habla normal. En esta fase
hay un alto porcentaje de recuperación espontánea, en que los episodios de
tartamudeo no vuelven a aparecer.
b) El niño tartamudea más cuando está excitado o enfadado, cuando tiene
mucho que decir, o en condiciones de mucha presión comunicativa.
c) El síntoma dominante del habla es la repetición. La repetición simple es con
frecuencia el único síntoma que se encuentra. Lo habitual es que se repitan
las sílabas iniciales y a veces hay cierta tendencia a repetir palabras
enteras.
d) Hay una tendencia marcada a que el tartamudeo aparezca al principio de la
oración. En algunos niños pequeños el tartamudeo se limita casi por
completo a la primera palabra de la emisión.
e) Los errores en el habla se dan en las palabras-función, pronombres,
conjunciones, artículos y preposiciones. Suelen repetir la palabra completa.
Se repiten con frecuencia palabras como “pero”, “y”, “que”, “yo” y
“con”.
f) En esta fase el niño no se muestra preocupado por sus dificultades del habla.
Los niños de 2 y 3 años se muestran frustrados cuando tartamudean y no
quieran hablar, lloran, o pueden decir “no puedo hablar”. Estas reacciones
se dan en respuesta a una experiencia inmediata en la que se han tenido
que hacer muchos esfuerzos para hablar. Son reacciones breves y
puntuales, que no tienen relación con las reacciones de los niños
tartamudos mayores de temor ante la comunicación.
2. La segunda fase del desarrollo del tartamudeo se manifiesta en las primeras
etapas de la escolaridad primaria y viene marcada por:
a) El trastorno es fundamentalmente crónico. Es decir, hay muy pocos
períodos de habla normal, cuando aparecen.
b) El autoconcepto del niño es de ser tartamudo.
c) El tartamudeo se da más en las partes principales del discurso, nombres,
verbos, adjetivos y adverbios. Hay menos tendencia a tartamudear en las
palabras iniciales y las repeticiones de toda la palabra no son frecuentes.
d) A pesar de que su autoconcepto sea el de tartamudo, el niño se muestra
poco preocupado por sus dificultades de habla. No aparecen características
como la anticipación del tartamudeo, las sustituciones, los circunloquios,
evitación del habla o miedo a las palabras, sonidos y situaciones, los cuales
19
son más propias del tartamudeo más avanzado.
e) Parece ser que el tartamudeo aumenta cuando el niño está excitado o está
hablando rápido.
3. La tercera fase abarca desde los 8 años en adelante. Esta etapa parece ser más
común al final de la infancia y en la primera adolescencia. El tartamudeo en
esta fase tiene las características típicas de:
a) El tartamudeo aparece y desaparece en función de la situación específica en
la que se encuentra la persona. Hay situaciones que se suelen considerar
más difíciles que otras, como hablar ante toda la clase, hablar con extraños
o usar el teléfono.
b) También hay algunas palabras y sonidos que se consideran más difíciles que
otros.
c) Se comienzan a usar las sustituciones de palabras y circunloquios en
respuesta a una frustración más que a un miedo real al tartamudeo.
d) No se evitan apenas las situaciones en las que hay que hablar y no hay
apenas muestras de temor o retraimiento.
En esta etapa empieza a desarrollarse la anticipación al tartamudeo como
algo muy consciente. También es característico que el tartamudo hable
libremente en casi todas las situaciones a pesar de que la persona muestre
completamente desarrollado el tartamudeo. También puede que muestre
irritación como reacción ante las dificultades que tiene para hablar, más que
vergüenza o ansiedad.
4. El final del desarrollo del tartamudeo, la cuarta fase, se puede ver en niños de
más de 10 años o mayores, especialmente al final de la adolescencia y también
en la edad adulta. Las características vienen marcadas por:
a) Anticipaciones intensas y temor al tartamudeo.
b) Se temen palabras, sonidos y situaciones.
c) Sustituciones de palabras y circunloquios muy frecuentes.
d) Evitación de situaciones de comunicación y aparición de otros indicadores
de miedo y vergüenza. Estas reacciones pueden afectar a la capacidad del
niño o del adolescente para establecer relaciones sociales espontáneas y
puede provocar aislamiento del resto de la gente.
e) El aspecto más distintivo de esta fase son las reacciones emocionales que
empiezan a suponer un problema. Los chicos empiezan a ser conscientes
de las reacciones que tienen los demás ante su modo de hablar, y
20
comienzan a sentirse mal y a malinterpretar estas reacciones.
Este tipo de descripciones ayudan a clarificar que el tartamudeo muestra diferentes
características a lo largo de su desarrollo. Sin embargo, estas subdivisiones no se suelen
utilizar de esta manera en la clínica. Cuando se va a realizar la evaluación o diagnóstico
del problema es más útil describir el tartamudeo y detallar todos los factores que están
influyendo.
Siguiendo la explicación de las distintas fases evolutivas, parece claro que las faltas
de fluidez aparecen en su forma más simple en el comienzo de la dificultad y que se van
complicando en función de las influencias ambientales, de factores del desarrollo y psico-
sociales.
Ante esta perspectiva es evidente que cuanto antes podamos identificar los
elementos que aumentan el riesgo de sufrir disfluencias a largo plazo y podamos
desarrollar estrategias para solucionar el problema, más posibilidades tendremos de
prevenir un problema de tartamudeo crónico. Además se sabe que el pronóstico de
recuperaciones es mayor y puede alcanzar un 82% si el profesional proporciona
orientaciones a los padres antes de que el niño tenga 5 años de edad. Sin embargo, esta
proporción se reduce a un 37% si la evaluación del niño se realiza después de los 5 años.
Otros autores refieren la importancia de evaluar al niño en el momento en que
comienza el tartamudeo, como factor importante para la recuperación del trastorno. Se
ha observado que los niños que superaron la dificultad fueron evaluados en una media de
4 meses después de haberse iniciado el problema, mientras que los que no se recuperaron
habían sido evaluados en un promedio de 19 meses después de haber comenzado a
tartamudear. Desde estos planteamientos el período de duración del tartamudeo es un
factor negativo para desarrollar un problema crónico, con dificultades más severas,
mientras que el tartamudeo tiene mejor pronóstico si se evalúa y se interviene de forma
temprana (Starkweather y cols., 1990; Yairi, 1997).
Cuadro 1.2. Pronóstico de recuperación
• Es alto (82%), si se dan orientaciones a los padres antes de los 5 años
• Más bajo (37%) si la evaluación es posterior a los 5 años
• La dificultad del habla se recuperó antes cuando se evaluó 4 meses después de iniciado el tartamudeo
• Los casos que no se recuperaron fueron evaluados 19 meses después de iniciado el tartamudeo
1.5. Incidencia y prevalencia
21
Los datos sobre la incidencia de la tartamudez son dispares ya que los resultados de las
investigaciones dependen de diversos factores. Por un lado, la selección de las edades en
las que se realizan los estudios y por otro, la alta remisión espontánea del trastorno
influye también en los criterios que se establezcan para el estudio de casos. El hecho de
que el problema disminuya con la edad o la inclusión de aquellas alteraciones del habla de
aparición muy temprana, influirá en que la incidencia varíe. Así los datos que inciden en
la población diferirán si se contabilizan problemas estables o transitorios.
Por tanto, la incidencia en la población considera si una persona ha sido o no
diagnosticada como tartamuda en algún momento a lo largo de la vida. Mientras que la
prevalencia en la población considera la frecuencia con que el problema prevalece en una
persona o continúa a lo largo del tiempo. De esta forma en el caso de la tartamudez en
los niños la incidencia será mayor que la prevalencia.
La prevalencia del tartamudeo en la población escolar de las sociedades
occidentales es aproximadamente el 1% (APA, 2000) y parece ser algo mas alta en países
europeos que en Estados Unidos (Bloodstein, 1995). La incidencia de aquellos que han
tartamudeado alguna vez a lo largo de la vida, es claramente más alta, en torno a un 4%
o 5% y posiblemente, si se tienen en cuenta los episodios que ocurren en la primera
infancia y que desaparecen en un período de tiempo, esta incidencia sería aún mayor.
La prevalencia de estos problemas en la población infantil es mayor en la edad
preescolar, siendo el riesgo más alto entre los 2 años y medio y los 4 años (Inghram,
1984). Los datos de los estudios indican resultados desiguales, ya que como hemos visto,
dependen del criterio, el momento en que se realice el estudio, la gran variabilidad y la
alta remisión espontánea del trastorno. Algunas investigaciones exhaustivas en la
población escolar indican la prevalencia entre un 3% y un 4,5% (Andrews y Harris,
1964). Este estudio contabilizó niños hasta la edad de 13 años, que habían sufrido
problemas de fluidez durante al menos 6 meses. El mayor riesgo para tartamudear se
encontraba entre los 3 y los 4 años en el 50% de los casos bajando a un 25% en las
edades de 5 y 6 años (Andrews y Harris, 1964). Por otro lado la Sociedad Americana de
Tartamudez sitúa en un 2,3% la incidencia del tartamudeo en la población general.
No existen datos de la incidencia en nuestro país, que conozcamos, excepto un
estudio epidemiológico realizado en Madrid, con una muestra de 2.352 escolares de
primaria. En esta investigación la incidencia de la tartamudez era de un 1,49%, cifra
inferior a los aportados por los estudios anteriores. De la muestra se obtuvieron 34
tartamudos, los cuales se distribuyeron fundamentalmente en la primera etapa escolar, 25
niños, que tenían menos de 10 años. De estos niños la mayoría de ellos eran varones (20
niños) y solamente aparecían 5 niñas. El resto del grupo, de 9 niños, pertenecía a la
segunda etapa escolar y 8 de ellos eran niños frente a una sola niña (Santacreu y Fdez-
Zúñiga, 1991).
1.6. Factores de género
22
Los estudios sobre la tartamudez reflejan una constante en la presentación del problema
y es que la dificultad aparece con mayor frecuencia en niños que en niñas, con una
proporción de 4 a 1, siendo este porcentaje mayor cuando la edad aumenta. Parece que
el problema se presenta con una frecuencia similar en ambos sexos en la edad preescolar
y alrededor de los tres años. Sin embargo, a medida que la edad de los niños avanza, la
frecuencia es mayor en los niños, lo cual parece que tiene relación con que en las niñas el
problema remite a una edad más temprana y de forma más rápida que en los niños (Yairi,
1997).
Estas diferencias entre sexos se han atribuido a diferentes factores. Se plantea que
el sistema nervioso central de las niñas madura a una edad más temprana que los niños y
que, generalmente, el desarrollo del habla y del lenguaje también se produce a edades
anteriores en ellas. Asimismo, se ha hecho referencia a posibles diferencias, en las
distintas actitudes educativas y expectativas de los padres hacia los niños que hacia las
niñas, lo cual puede ser un factor que influya en el aprendizaje del trastorno (Bloodstein,
1995).
1.7. Historia familiar
Por otra parte, existen multitud de datos sobre la presencia del problema dentro de una
misma familia. Se ha planteado que la ocurrencia del tartamudeo es tres veces más alto
en las familias de los tartamudos que en la población general. Las diferencias encontradas
entre familias con padres tartamudos y no tartamudos respecto a los hijos tartamudos
eras significativas, en el sentido que los padres parecían predisponer a la tartamudez
(Andrews y Harris, 1964). Muchos datos sobre la incidencia de la tartamudez indican
que, en algún grado, la herencia biológica puede jugar un papel importante en la etiología
del tartamudeo, como muestra el hecho de que el problema se presente en un 50% de los
familiares de los tartamudos o que exista una alta concordancia de la tartamudez en
gemelos (Andrews, 1984).
1.8. Factores ambientales y estrés
Otros aspectos que se han valorado en la aparición del problema son los referidos al
ambiente, puesto que hay datos de que el trastorno varía de unas culturas a otras. En
aquellas culturas donde el número de tartamudos es más alto, parece que una de sus
características es mantener una elevada competitividad y mayor presión ambiental
(Bloodstein, 1995). Aunque este aspecto aún no está claro y no se ha precisado qué tipo
de presión ambiental es la que está relacionada con el tartamudeo. Se ha planteado como
factor la exigencia que suelen ejercer los padres sobre el niño para que hable fluido o una
23
exigencia específica, lingüística, para requerir un lenguaje más elaborado. Igualmente
pudiera relacionarse con una elevada presión sobre la conducta o unas demandas
excesivas hacia el niño que se encuentran por encima de sus capacidades en ese
momento (Starkweather y Gottwald, 1990).
En la literatura se cita frecuentemente como el niño tartamudea más cuando está
excitado o nervioso y los padres también lo reflejan en sus descripciones del problema.
Con respecto a este tema se ha planteado que en el ambiente del niño existan,
probablemente, diferentes circunstancias que alteren su fluidez. Las reacciones del niño
ante algunas situaciones pueden provocarle estrés, aumentando su excitación o tensión.
La tensión le hace hablar más rápido, coordinar peor sus movimientos y en consecuencia
aumentar sus disfluencias.
Las situaciones del ambiente del niño que pueden alterar su habla son muy
variadas. Una de las más frecuentes son las respuestas de los demás hacia sus
dificultades. Aspectos como llamarle la atención, desviar la mirada o decirle que hable
más despacio son factores que pueden incrementar sus errores. Otro tipo de influencias
negativas hacia la fluidez es el lenguaje de los interlocutores. En la interacción con el niño
se puede reducir su lenguaje espontáneo si se le hacen muchas preguntas, lo cual
aumenta la presión comunicativa y las probabilidades de disfluencias. Asimismo, también
es inadecuado interrumpirle, corregir sus faltas de pronunciación o expresión. Con
respecto al lenguaje que utiliza el adulto, éste puede usar unos términos o una
estructuración compleja para el desarrollo lingüístico del niño. En este caso el niño tiende
a imitar el lenguaje de los padres, lo cual aumenta su exigencia hacia el lenguaje, el habla
y la fluidez.
Dentro del ambiente familiar se pueden presentar situaciones con el resto de la
familia, como tener que competir por el turno de palabra o presentar competencia entre
los hermanos. También se han planteado como aspectos importantes las altas
expectativas de los padres hacia el habla del niño o hacia su conducta, y formas
inadecuadas de plantear la disciplina.
Además de estos factores ambientales también se han descrito otras circunstancias
que se refieren a elementos negativos que se encuentran en el mismo niño y que pueden
alterar su fluidez. En la clínica los padres observan con frecuencia que las disfluencias
pueden presentarse con mayor intensidad cuando el niño está cansado o enfermo.
Igualmente, si el niño muestra aspectos emocionales como estar enfadado, ansioso o
tiene prisa por comunicarse, su habla perderá fluidez. De la misma forma cuando quiera
demostrar una determinada ejecución o suscitar interés delante de otros será difícil
mantenerse fluido. La excitación, la prisa o la presión son factores importantes para
alterar la fluidez. En esos momentos la expresión se produce más rápido y con esfuerzo,
lo cual dificulta la adecuada planificación y coordinación de movimientos. Además a nivel
cognitivo la capacidad de encontrar las palabras y de formular frases también disminuye.
Finalmente, en cuanto a los generadores de tensión de tipo lingüísticos, hay que contar
con el tipo de lenguaje que el propio niño esté utilizando y que sea excesivamente
complejo para él (Starkweather, 1987).
24
Por tanto, la delimitación de estos componentes de estrés en el ambiente que rodea
al niño y sus características, plantean claramente la necesidad de abordar estos factores
en la intervención, para aminorar, en la medida de lo posible, los disrruptores de la
fluidez del habla en el niño.
En la introducción se ha intentado caracterizar el problema de la tartamudez en los niños. Se plantea
que sus dificultades aparecen fundamentalmente en la fluidez del habla, con la presencia de
repeticiones, prolongaciones y bloqueos que el niño produce. Asimismo, las disfluencias no se dan
de forma aislada sino que paralelamente a ellas pueden surgir una serie de signos de tensión y
esfuerzo al hablar. Igualmente el niño puede mostrar movimientos asociados junto a los bloqueos
pero también junto a otras disfluencias.
Estas manifestaciones no se presentan en todos los momentos en que el niño habla; en
ocasiones aparecen y en otras no. Las disfluencias en el habla se relacionan con determinadas
situaciones, personas o temas que pueden ser más difíciles para el niño. El problema se inicia entre
los 2 y los 5 años, aunque es alrededor de los 2 años y medio cuando se observa con mayor
frecuencia.
La incidencia es de aproximadamente un 1% en la población mientras que la prevalencia es
más alta, situándose alrededor de un 4% de la población escolar. Asimismo se ha visto que el
problema se presenta más a menudo en los varones, con una proporción de 4 niños por una niña.
Igualmente se ha comprobado la alta incidencia familiar del trastorno, ocurriendo con mayor
frecuencia en los miembros varones de una misma familia.
La dificultad no se da de la misma forma en todas las edades.Tiene una clara tendencia a
variar a lo largo de los años. En un comienzo las disfluencias consisten en repeticiones de sonidos o
particiones de palabras y hay pocos signos de esfuerzo. Además, es habitual que la dificultad
fluctúe en el tiempo. En los primeros años, es usual que el problema se dé por temporadas, semanas
o meses, mientras que en otros momentos la dificultad desaparece y el niño habla fluido. A medida
que va pasando el tiempo los errores van siendo más frecuentes y se van haciendo más graves.
Aparecen movimientos asociados al habla, conciencia del problema y una tendencia a evitar
determinadas situaciones difíciles para el tartamudo.
Se han estudiado diferentes factores que afectan al problema de la tartamudez, desde
aspectos del ambiente que rodea al niño, como situaciones de estrés, a las características del mismo
niño que aumenten las posibilidades de sus disfluencias al hablar.
La naturaleza evolutiva del trastorno y la presencia de factores que aumentan y disminuyen el
tartamudeo, hace evidente la necesidad de intervenir lo más temprano posible y determinar los
aspectos influyentes en la fluidez (ambientales, lingüísticos, motores, sociales, etc.), para poder
prevenir la tartamudez en la infancia.
25
Caso clínico
Información facilitada por los padres
Pablo tiene 8 años y los padres acuden a consulta para realizar una evaluación de las dificultades de
fluidez que presenta. Él es el mayor y tiene dos hermanos menores, uno de 5 y otro de 2 años. El
embarazo y el parto fueron normales.
A los 3 años el niño comienza a manifestar disfluencias en el habla, (repeticiones
generalmente al comienzo de la palabra y ocasionalmente con esfuerzo). La familia relaciona el
hecho con el nacimiento del hermano segundo y una época de muchos cambios (cambio de
vivienda) para el niño. A partir de ahí la evolución fue irregular, presentando períodos cortos en los
que dejaba de tartamudear y períodos disfluentes. Los padres consultan con el pediatra que les
indica esperar hasta que el niño sea mayor y el problema remita.
Los padres cuando observaban estas dificultades le indicaban que se tranquilizara y tomara
aire, porque les parecía que, en ocasiones, le “faltaba aire”. A los 4 años observan que el problema
se va acentuando y haciéndose mas continuado. Además aparece esfuerzo al hablar, por lo que
deciden consultar con un profesional. La logopeda advierte a los padres de que puede afianzarse un
problema de tartamudez y les da orientaciones para que no reaccionen ante las disfluencias del niño.
En esta primera etapa, después de una sesión de orientación, no se proporciona tratamiento al niño
hasta ver su evolución.
En los meses sucesivos el problema no remite, apareciendo movimientos asociados en la cara
especialmente. La preocupación de los padres va en aumento y deciden volver a consultar. Con 6
años acuden a otro logopeda que realiza tratamiento con el niño por medio de entrenamiento en
técnicas de respiración, un patrón de habla silábico y un método de relajación general. La
intervención dura 10 meses. Los padres deciden no continuar porque no ven avances fuera, en casa
o con amigos, aunque el logopeda refería mejoría y control del habla en la sesión.
En el habla observan que repite y se bloquea. Aparecen movimientos asociados. Las
disfluencias son más evidentes cuando está nervioso, tiene mucho interés en contar algo o no
consigue lo que quiere. En estas ocasiones suele hablar más deprisa. Si en casa le apremian para
que haga algo o se enfrenta a situaciones nuevas, notan que aumentan sus dificultades. Por el
contrario, con sus hermanos pequeños y cuando habla solo jugando, las dificultades del habla son
escasas. Los padres han observado que el niño se retrae de hablar cuando hay personas no
conocidas y para hablar por teléfono. El chico es consciente de sus dificultades, en ocasiones ha
preguntado que “por qué le ocurre esto” y quiere recibir ayuda para solucionarlo.
Existen antecedentes familiares de tartamudez en un tío del niño, hermano del padre y de
retraso en el desarrollo de lenguaje en el padre y un primo. No hay antecedentes médicos de interés.
Con respecto al desarrollo del lenguaje no se retrasó en las primeras palabras ni
posteriormente. Su expresión ha sido poco clara pero ahora es normal. En el desarrollo motor es un
niño ágil, con habilidades para el deporte. Los hábitos de autonomía y las pautas básicas de aseo y
vestido, las tiene bien adquiridas. En cuanto al sueño, tarda en conciliarlo porque dice tener miedo y
requiere que un adulto le acompañe.
A nivel emocional, protesta con frecuencia y llora por cosas sin importancia. Llama la
atención con conductas infantiles y se queja de más atención de los padres al hermano que le sigue.
En casa es inquieto, perfeccionista, tiene una baja tolerancia a la frustración.
Está escolarizado en 3º de Primaria, en el mismo centro donde cursó Educación Infantil. Está
bien adaptado, se lleva bien con sus compañeros y tiene amigos. Su rendimiento escolar es
adecuado. La profesora comenta que es participativo y que colabora en todo, aunque durante las
clases se muestra distraído a veces. En ocasiones evita leer en voz alta. En clase la profesora
también ha notado sus dificultades de habla, especialmente cuando le pregunta algo o discute con
algún compañero. En la relación social con otros niños es selectivo y prefiere relacionarse con un
26
grupo reducido. Con los hermanos y primos se lleva bien, especialmente con el menor.
Los padres muestran un nivel alto de ansiedad con respecto al problema, especialmente el
padre. El padre comenta que él es muy exigente con el niño. Ambos están muy pendientes del
lenguaje, del habla y de su conducta, observándole con frecuencia. Saben que no tienen que llamarle
la atención sobre sus dificultades, pero le suelen dar recomendaciones, ya que creen que le ayuda
cuando habla más lento.Tienden a anticiparse negativamente y en ocasiones establecen un trato
especial, en la aplicación de la disciplina, con respecto al resto de los hermanos, por temor a que
aumenten las dificultades de habla.
Preguntas de autoevaluación
1. ¿Las disfluencias normales son diferentes al tartamudeo?
a) No se diferencian. ☐
b) Con el paso del tiempo se van diferenciando. ☐
c) Se diferencian en el tipo de alteraciones que muestra el niño. ☐
d) Se pueden dar simultáneamente en cualquier niño normal. ☐
e) No hay disfluencias normales. ☐
2. ¿La frecuencia de las disfluencias es un factor importante para definir el tartamudeo?
a) Es un aspecto fundamental en la caracterización del problema. ☐
b) Solamente indica que el niño habla más deprisa. ☐
c) No hay relación con el tartamudeo. ☐
d) La frecuencia no influye en que el niño tartamudee. ☐
e) La frecuencia de disfluencias puede ser alta y no notarse en el habla. ☐
3. ¿Los movimientos asociados son característicos del tartamudeo?
a) Son frecuentes en los niños normales. ☐
b) No tienen nada que ver con las disfluencias. ☐
c) Son movimientos de inquietud motora mientras se habla. ☐
d) Son conductas de distracción del tartamudo. ☐
e) Si son característicos de la tensión del tartamudo al hablar. ☐
4. ¿El tartamudeo en las primeras etapas del desarrollo puede desaparecer?
a) Cuando aparece ya no se corrige. ☐
b) Hay un alto porcentaje de casos que desaparece sin intervención profesional. ☐
c) Siempre desaparece y no se vuelve a presentar nunca. ☐
d) El tartamudeo aparece durante un año y luego el niño vuelve a hablar fluido. ☐
e) El niño en las primeras etapas tartamudea siempre y es necesario intervenir. ☐
27
28
2
Etiología de la tartamudez
2.1. Introducción
El origen de la tartamudez es desconocido y las teorías etiológicas constituyen un área
difícil porque ninguna de ellas cumple el objetivo de explicar el trastorno. Muchas se
basan en observaciones parciales y no se cuenta, actualmente, con una visión global del
problema. Por otro lado, la gran variedad de terapias de la tartamudez implica también la
aplicación de diferentes perspectivas teóricas sobre la dificultad, con la consiguiente falta
de seguridad que aportan para el tratamiento.
Las explicaciones teóricas sobre la tartamudez han fluctuado a lo largo de los años,
en función de las tendencias de la ciencia en cada momento histórico, y han oscilado
desde planteamientos filosóficos hacia modelos más orientados a problemas orgánicos.
En los años treinta las propuestas teóricas predominantes defendían un origen
orgánico del trastorno, de tipo neurofisiológico. Después de los años cuarenta y hasta los
sesenta empezaron a tomar auge las explicaciones psicosociales, por influencia de las
teorías psicoanalíticas y de la teoría del aprendizaje, de los conductistas. En estos años se
traslada el foco de atención de los aspectos orgánicos para insistir en la importancia del
medio y de la interacción con el hablante, así como en la aparición del trastorno como
resultado de experiencias de aprendizaje temprano. En la siguiente década y principios de
los setenta vuelven de nuevo las explicaciones neurofisiológicas, decayendo las
psicosociales y dando paso al mismo tiempo a las interpretaciones psicolingüísticas de la
tartamudez. Actualmente no parece predominar ninguna corriente específicamente,
aunque se ha vuelto a trabajar en las hipótesis neurológicas con las nuevas técnicas de
imagen estructural y funcional del cerebro.
2.2. Teorías neurofisiológicas
Las teorías neurofisiológicas se basan en los resultados de investigaciones sobre
diferentes aspectos del sistema nervioso central. En un principio se relacionó la
tartamudez con la existencia de alteraciones cerebrales.
29
Una primera teoría y más conocida fue la de la dominancia cerebral. Se planteó que
la aparición de disfluencias en el niño, que está aprendiendo a hablar, dependía de la falta
de una dominancia cerebral establecida para el lenguaje. Se argumentó que los órganos
fonoarticuladores, la lengua, mandíbula, laringe, etc. recibían en sus dos partes, derecha
e izquierda, los impulsos motores de diferentes zonas de ambos hemisferios. La
sincronización de estos impulsos provenientes de dos vías produciría un habla fluida y
suave, sin distorsiones.
Los investigadores atribuyeron la adecuada sincronización a que uno de los
hemisferios era el dominante en los impulsos nerviosos. Pero, si no se producía la
suficiente dominancia de uno de los hemisferios, las acciones de las dos mitades de la
musculatura del habla no se sincronizarían y aparecería una tendencia a la ruptura del
habla. Esta división podría crear retrasos en los tiempos de procesamiento de las
estructuras del habla y producir una programación anormal de la misma. En el cerebro
del tartamudo, al no estar lateralizado, los mensajes de ambos hemisferios entrarían en
competición y crearían la disrrupción. La dominancia del hemisferio izquierdo del
lenguaje implicaría que está más especializado en la adquisición y procesamiento del
lenguaje que el hemisferio derecho y la dominancia derecha podría influir negativamente
en el desarrollo de las capacidades lingüísticas.
No se sabe cómo el lenguaje llega a residir principalmente en un hemisferio, pero
parece que la lateralización del lenguaje se produce en torno a los ocho años. Se
argumenta que si posteriormente los niños continúan tartamudeando, es consecuencia de
que la lateralización cerebral del lenguaje sigue siendo incompleta (Travis, 1931).
Como la dominancia manual hace referencia a la lateralización del lenguaje, también
se ha estudiado ampliamente la dominancia manual y el tartamudeo. Los resultados de
los estudios no son claros. Se han dado estimaciones muy variables, de zurdos
tartamudos desde el 2% al 21% y de los ambidiestros del 61%. La investigación sobre
lateralidad no ha conseguido demostrar que los tartamudos se diferencien por ser zurdos
o ambidiestros, como se creía.
En relación con estas teorías se planteó, como terapia para los niños zurdos
tartamudos, entrenarles en que usaran la mano derecha para que redujeran su
dominancia lateral y trabajaran su hemisferio izquierdo. Sin embargo, a los niños que se
les ha cambiado su dominancia manual no tartamudean y el tratamiento para los
tartamudos tampoco obtuvo los resultados esperados. Además de las discrepancias que
se planteaban en los resultados, la teoría fue perdiendo interés.
Posteriormente, se realizaron estudios sistemáticos con registros
electroencefalográficos del funcionamiento cerebral de los tartamudos. Estas
investigaciones pusieron de manifiesto diferencias en el procesamiento interhemisférico,
en concreto, diferencias en la asimetría del ritmo alfa entre tartamudos y no tartamudos.
Para llegar a determinar si esta lateralización era o no la misma que presentaban los
no tartamudos se utilizaron diferentes técnicas como cuestionarios, escucha dicótica,
registros electroencefalográficos, pruebas con barbitúricos (Wada), etc.
Con respecto a la escucha dicótica es una técnica que consiste en la manipulación
30
sistemática de los parámetros acústicos de un estímulo auditivo. Cuando presentan
diferentes estímulos auditivos en ambos oídos, los oyentes afirman oír el estímulo dado
por uno sólo, el dominante, aunque a nivel central se reciban las señales acústicas en
ambos hemisferios. Diferentes experimentos han dejado constancia de que estímulos
como palabras o números se reciben más fielmente por el oído derecho que por el oído
izquierdo (Bloodstein, 1995).
2.2.1. Retroalimentación auditiva
Con respecto a la audición también se ha estudiado el resultado que se observa en el
habla con la Retroalimentación Auditiva Demorada (RAD) (Lee, 1951). Este efecto se
produce cuando se retrasa unos milisegundos, a través de unos auriculares, la percepción
del habla del propio sujeto. Este retraso produce en los hablantes normales un aumento
de los errores de la fluidez, repeticiones de sílabas, omisiones de sonidos y alteraciones
de la entonación. Al percibir estas consecuencias en personas que nunca habían padecido
un problema de tartamudez, se pensó que se había descubierto la clave del tartamudeo y
que los tartamudos presentaban una alteración en el sistema de retroalimentación
auditiva, que era la causa de sus dificultades.
Por otra parte, la aplicación de este mismo fenómeno de la RAD en los tartamudos
produce la aparición de disfluencias o un aumento de las mismas. Para que la persona
pueda adaptarse a este efecto y conseguir hablar fluidamente, tiene que disminuir la
velocidad del habla y alargar los sonidos. El resultado de adaptación que realiza el
hablante se ha utilizado como técnica terapéutica en la tartamudez. La aplicación de un
aparato que retrasa la percepción del habla del sujeto consigue que se disminuyan los
errores de fluidez.
La base teórica de la RAD, que explica el tartamudeo como una alteración del la
retroalimentación auditiva, no ofrece una explicación al hecho de la remisión espontánea
que se da en muchos casos, ni a las amplias fluctuaciones, de frecuencia e intensidad,
que se producen de una situación a otra en el habla en una misma persona (Ham, 1990;
Santacreu y Fdez-Zúñiga, 1991).
2.2.2. Control motor
Posteriormente también se ha relacionado el trastorno con dificultades en el control
motor. Se parte de que el habla se produce por un proceso motor que tiene su origen en
el sistema nervioso central. Éste controla la respiración, la articulación y los movimientos
de la laringe, en función de la retroalimentación auditiva y propioceptiva que recibe. La
programación y coordinación de todos estos sistemas se produce en el cerebro y sin esa
31
intervención no se daría el habla ni el tartamudeo.
Es evidente que la producción espontánea del habla implica una gran complejidad,
ya que supone la utilización de un gran número de músculos y la intervención de multitud
de aspectos neuronales para producir siete sílabas por segundo. Se pensó en la
posibilidad de que en el tartamudeo estuviese subyaciendo un sistema motor algo
limitado. Hay datos dispares sobre estas posibles dificultades. Se ha observado en los
tartamudos que cuando hablan fluidamente, son más lentos en comenzar a hablar; el
proceso de alcanzar velocidad es más lento y hay asincronía entre los articuladores.
Diferentes estudios han advertido de problemas en la articulación y la coarticulación.
Parece que algunos subsistemas motores del habla en los tartamudos presentan una
eficiencia y una estabilidad reducidas o no interactúan adecuadamente. Se plantea que
estas características del sistema motor del habla pueden ser un factor de riesgo para
tartamudear. Además, parece que estas limitaciones motoras no se circunscriben a su
sistema de habla, sino que también se ha visto en los tiempos de reacción manual, que
son más largos que en los niños fluidos.
Asimismo, se han realizado estudios con medidas del tiempo de reacción vocal para
ver la eficiencia de la laringe. Los resultados de un gran número de estudios coinciden en
que los tartamudos tienen un tiempo de reacción vocal mayor que los hablantes
normales. Y en los niños también aparecen estas diferencias en los tiempos de reacción
vocal entre los no fluidos y su grupo control.
Por otra parte, también se ha planteado la posibilidad de que la falta de fluidez
estuviera relacionada con la forma de vocalizar de los tartamudos, con algún tipo de
alteración en el mecanismo vocal. En estos casos, el tartamudeo ocurriría al aparecer una
contracción inadecuada y excesiva en los músculos laríngeos, relacionándose esta elevada
tensión, con estrés psicológico (Wingate, 1976).
Starkweather (1987) también insiste en una dificultad en el control motor del habla
en los niños tartamudos. Plantea que las disfluencias aparecen más a menudo en las
sílabas tónicas, en las palabras infrecuentes y en el comienzo de las frases. Aunque no
descarta el papel de la lingüística, afirma que en esos momentos las demandas sobre el
control motor del habla son mayores, es decir, en estos puntos el mecanismo del habla
tiene que moverse más rápidamente y de forma más precisa. El control motor para la
fluidez tiene que ver con la velocidad con que el niño emite sílabas. Esta velocidad
depende por un lado de que el niño reaccione rápidamente a estímulos externos e
internos (tiempo de reacción), realice movimientos a gran velocidad y traspaso
coarticulatorio. Que el movimiento se produzca sin obstáculos depende de que los
músculos estén relajados y los movimientos se sincronicen adecuadamente. Así, aquellas
situaciones que el tartamudo considera difíciles requieren unas demandas excesivas, que
pueden generar factores emocionales, como el temor o la inseguridad, que se pueden
reflejar en dificultades en el control motor del habla.
También se ha explicado en términos motores el hecho de que el tartamudeo
aumente cuando el hablante está ansioso o excitado. Se ha planteado que para que los
movimientos se realicen con la suavidad y la velocidad adecuada es necesario un tono
32
muscular base, el cual puede estar afectado, entre otros aspectos, por el estado
emocional del tartamudo. La seguridad y relajación con que se realiza un movimiento
afecta a la precisión del mismo.
Sin embargo, se ha argumentado que las alteraciones observadas pueden ser el
resultado del tartamudeo, más que su causa. Las posibles diferencias en los tiempos de
reacción de la voz, la actividad inusual y otras medidas de la función motora del habla
pueden ser el resultado del esfuerzo que realiza el tartamudo con su dificultad.
Con respecto a la intervención ante una posible alteración motora, como un factor
de riesgo para que aparezca el tartamudeo, es evidente que el tratamiento para su mejora
consiste en el control motor del habla. Algunos autores proponen programas de
intervención diseñados para mejorar la planificación motora de la producción del habla en
niños que tartamudean, entrenándoles en producir conjuntos de sílabas con una
vocalización precisa, un flujo de aire suave, una secuenciación adecuada y una velocidad
apropiada para la edad (Riley y Riley, 1985; 1999).
Otros programas plantean modelar la fluidez por medio de lentificar la tasa
articulatoria y simplificar los movimientos fonatorios para facilitar la coordinación del
habla y la fluidez. Por medio de aproximaciones sucesivas se enseña al niño a producir
un habla fluida a una velocidad normal. También se utiliza el comienzo fácil y la fonación
continua, que se practican a una velocidad lenta en varios contextos. Con la utilización de
estas técnicas se debe mantener la prosodia normal (Starkweather, 1987).
En relación con estas teorías orgánicas, recientemente se han vuelto a retomar
estudios con base neurofisiológica, utilizando los nuevos métodos de neuroimagen
cerebral. Estas nuevas técnicas se combinan con estudios conductuales (cuando el
tartamudo está realizando alguna tarea o respondiendo a un determinado estímulo) y
están proporcionando información sobre el funcionamiento de determinadas áreas
cerebrales durante el lenguaje y el habla en los tartamudos. A través de diferentes
métodos como la resonancia magnética (RM), tomografía computerizada (TC),
tomografía de emisión de positrones (PET), etc. se han estudiado las imágenes
estructurales cerebrales de los tartamudos adultos. Los resultados obtenidos en los
sujetos examinados no parecen estar en relación con anomalías estructurales del cerebro
o si existen son muy sutiles. Tampoco aparecen lesiones cerebrales ni signos de
enfermedad degenerativa. La mayoría de los tartamudos muestran algún grado de
alteración en el funcionamiento cerebral utilizando procedimientos electrofisiológicos y
metabólicos. Estas alteraciones del funcionamiento cerebral son multifocales e implican
regiones corticales, clásicamente asociadas al lenguaje y a áreas motoras. Las anomalías
aparecen en los estudios de imagen con el cerebro en reposo y se relacionan con déficits
en el funcionamiento del lenguaje y del control motor del habla (Watson y Freeman,
1997).
En resumen, después de las diferentes investigaciones y modelos propuestos no se
ha encontrado una causa única para el tartamudeo. No se puede olvidar que es el cerebro
el que controla la lateralidad del lenguaje, los tiempos de reacción de la laringe, el tiempo
de comienzo de la voz, etc. y es lógico que se pretenda delimitar el papel del cerebro en
33
el tartamudeo. Sin embargo, las investigaciones en este campo no han aportado pruebas
concluyentes en las que los tartamudos se puedan diferenciar de los no tartamudos.
2.2.3. Genética
La alta incidencia familiar de problemas de tartamudez y mayor proporción encontrada
en los varones ha influido en la búsqueda de un factor genético en la tartamudez. Esta
hipótesis, de una base genética del trastorno, partió del ámbito médico y ha sido muy
estudiada y discutida. Uno de los estudios mas amplios con un gran número de familias
es el que se realizó Kidd (1984) durante una década. Los resultados mostraban que el
problema aparece con una frecuencia tres veces mayor que en la población general, lo
que sugiere la presencia de una vulnerabilidad heredada a tener el trastorno.
Con respecto al sexo hay menos mujeres que tartamudean, aunque los datos
indican que las mujeres tartamudas tienen más familiares tartamudos que los hombres.
Esto puede indicar que las mujeres son más resistentes a la susceptibilidad heredada a
tartamudear. Sin embargo, parece que ellas son las que aportan esa susceptibilidad
genética a tartamudear.
Para hombres que tartamudean, el riesgo de tener un hijo que tartamudea es de un
22% y de tener una hija es de un 9,0%. Para las mujeres que tartamudean, el riesgo de
tener un hijo que tartamudea es del 36% y de tener una hija que tartamudea del 17%.
Asimismo se ha encontrado un porcentaje más alto de hombres que tartamudean, en un
21%, frente a una proporción de mujeres de un 5% (Kidd, 1984; Andrews y Harris,
1964). Se ha planteado que esta diferencia entre los sexos no se deba a una
predisposición diferente a tartamudear, sino que la diferencia estaría en la predisposición
a recuperarse del problema a una edad temprana. En concreto se argumenta que las niñas
se recuperan antes, por un desarrollo más temprano de las habilidades metalingüísticas
(Andrews, 1984).
En estudios con gemelos se ha encontrado que en los monocigóticos, cuando uno
tartamudea, la probabilidad de que el otro hermano también los haga es de un 77%,
mientras que esta proporción disminuye a un 17% cuando son sólo hermanos (Andrews,
1984). Sin embargo, en estudios realizados con gemelos educados separadamente los
resultados difieren. En los grupos de gemelos, cuando se daba tartamudez no afectaba a
ambos, por lo que hay que contar con la influencia de factores ambientales en el
problema, los cuales probablemente no incidan tanto en la etiología como en el
mantenimiento de la alteración. Si se eliminan estos factores las tasas de concordancia
entre monocigóticos disminuyen (Bloodstein, 1995).
Parece que no hay dudas de que la genética juega un papel en el desarrollo del
tartamudeo. Ahora bien, con los datos que se cuenta sobre la tartamudez no se puede
considerar un trastorno de transmisión genética, ya que se desconoce cuál es el papel que
cumple la genética y sólo sabemos que su adquisición puede estar relacionada con
34
factores de predisposición. Sin embargo, se tienen algunas estimaciones del riesgo, por
tanto, es necesario detectar el inicio del tartamudeo en niños que tienen riesgo de
padecerlo y valorar a aquellos que no lo presentan.
2.3. Teorías psicológicas
2.3.1. Teorías psicoanalíticas
Dentro de las teorías psicológicas se encuentran las explicaciones psicoanalíticas al
trastorno. Se propone que los tartamudos tienen unas características de personalidad
diferentes a las de los hablantes normales y que el tartamudeo es un síntoma neurótico de
un conflicto psicológico subyacente. Este síntoma es la expresión de un conflicto
inconsciente entre impulsos inmaduros de la persona y sus defensas socializadas contra
esos impulsos. Desde esta perspectiva, el tartamudo libera la tensión y la ansiedad
asociada con un conflicto inconsciente a través del tartamudeo.
Actualmente el interés en la bibliografía y en la clínica por este tipo de teorías es
escaso. En general se han tratado de verificar estos planteamientos a través de diferentes
estudios sobre la personalidad del tartamudo, intentando comprobar diferencias en las
características psicológicas de los mismos. Numerosos estudios, utilizando diferentes
instrumentos (Rorschach, MMPI, TAT, etc.), no encontraron un patrón de personalidad
común a los tartamudos, diferente a los no tartamudos, y no los encontraron alterados
emocionalmente o más neuróticos que los que no presentaban dificultades de habla (para
una revisión véase Bloodstein, 1995). Estas conclusiones no niegan la existencia de
posibles conflictos emocionales en el tartamudo, como altos niveles de ansiedad o
problemas de ajuste social, los cuales se interpretan más como consecuencia del
tartamudeo que como una causa, teniendo en cuenta que pueden aparecer
comportamientos asociados a sus dificultades comunicativas.
Por otro lado, el tratamiento para estos conflictos se ha basado en proporcionar al
tartamudo psicoanálisis u otro tipo de psicoterapia para solucionar sus problemas. Sin
embargo, esta intervención terapéutica no ha sido efectiva para modificar la conducta del
tartamudeo.
2.3.2. Teorías psicosociales
A) Teoría diagnosogénica
35
Esta teoría postula que el tartamudeo se desarrolla tras la diagnosis, o etiquetado del
tartamudo. Se plantea que los padres, ante las disfluencias normales de su hijo, podían
exigir excesivamente al niño que hablara fluido y mostrarse afectados o tener reacciones
negativas ante sus errores. Durante la etapa en la que el niño produce disfluencias
normales, los padres las califican de tartamudez, por lo que debe ser corregida,
produciendo al niño ansiedad y más dificultades. Según esta teoría, las actitudes de los
padres pueden actuar como refuerzo de la conducta y provocar un aumento de la
frecuencia de los errores en el habla, y favorecer así el comienzo del problema. En
definitiva, el tartamudeo surgiría como reacción a esas disfluencias normales que suele
presentar el niño en las primeras etapas del desarrollo del lenguaje (Johnson, 1959).
Desde este punto de vista también se han estudiado las actitudes de los padres de
los niños tartamudos al considerar que mostraban con sus hijos una actitud más ansiosa y
perfeccionista y con un nivel de exigencia hacia el habla inadecuada. Diversos estudios
posteriores se han centrado en valorar si los padres de niños tartamudos tienen unas
características especiales y diferentes a los niños que no tartamudean. Se ha planteado
que tuvieran una actitud más exigente, autoritaria y ansiosa, pero en los resultados de los
estudios no se ha podido demostrar. También se debe tener presente que la idea de los
padres de niños tartamudos como más dominantes y exigentes tampoco es consistente
con la observación clínica, que muestra que hay muchas excepciones (Bloodstein, 1995).
Aunque esta teoría no explica el origen de la falta de fluidez del niño, ni la gran
variabilidad del problema, sí ha influido decisivamente en las estrategias de intervención
posteriores, sobre el control de las consecuencias que tiene las reacciones del interlocutor.
El suprimir toda llamada de atención o actitud negativa hacia el habla son orientaciones
terapéuticas que están ampliamente extendidas en la clínica y en la bibliografía.
B) Modelo de demandas y capacidades
Starkweather (1987) elabora un modelo que no pretende ser una explicación sobre
el origen del tartamudeo sino que intenta aportar una descripción organizada de los
factores que considera relevantes en el desarrollo de la tartamudez. El modelo considera
que debe servir para elaborar programas de intervención en las primeras etapas de
desarrollo del problema.
Primeramente plantea que para que el niño adquiera la fluidez requiere unas
capacidades, que clasifica en: el control motor del habla, la formulación del lenguaje, la
madurez socio-emocional y los patrones cognitivos.
Las capacidades relacionadas con el control motor se refieren a la velocidad con
que el niño emite las sílabas y al nivel de coordinación motora.
Por otra parte, las capacidades relacionadas con el lenguaje se refieren al léxico, a la
habilidad de encontrar las palabras, a la sintaxis, a la formulación de frases y a los
36
aspectos pragmáticos de conocimiento de las reglas conversacionales. Hay muchos datos
que indican que en la medida que aumentan los problemas de lenguaje, la frecuencia de
las disfluencias también se amplía. En cuanto a los aspectos cognitivos se relacionan con
la habilidad metalingüística. Se considera que esta capacidad metalingüística es
probablemente un factor importante para la fluidez y en muchos estudios se relaciona
con la recuperación del tartamudeo (Yairi, 1997).
Con respecto a las demandas de fluidez se incluyen las exigencias del ambiente del
niño hacia sus capacidades. Estas demandas se refieren a presión en la conversación, en
la interacción social o tensión emocional, que realizan las personas que se relacionan con
el niño. La mayoría de estas imposiciones provienen de las expectativas de los
interlocutores y también del mismo niño.
Estas condiciones impuestas al niño son del tipo de presión de tiempo, en la que los
padres llevan un ritmo rápido con el niño en diferentes aspectos, como el habla, la
actividad o hablar ante otros. Ello implica que se requiera al niño una mayor velocidad al
hablar, con la consiguiente presión hacia su fluidez. Igualmente sucede con un
vocabulario y una sintaxis complejos. El niño tiende a imitar este tipo de lenguaje de sus
padres, lo que introduce una mayor dificultad para la planificación, temporización y
ejecución motora del habla.
Otra variable del medio en el que el niño se desenvuelve y que se considera
importante es su seguridad. Acontecimientos que supongan una amenaza para su
tranquilidad como el nacimiento de un hermano, separarse de sus padres, etc. son
factores a tener en cuenta.
En general, las exigencias del ambiente hacia los niños se van modificando a medida
que el niño evoluciona y madura. Es decir, a lo largo del tiempo las capacidades y
demandas son cambiantes. El modelo de Starkweather plantea que el tartamudeo se
produce cuando existe un exceso de demandas en el ambiente del niño hacia sus
capacidades cognitivas, lingüísticas, motoras y emocionales y éstas no se ajustan al nivel
de desarrollo del niño y sus capacidades. Así, por ejemplo, una alta exigencia por parte
de los padres (como presionar al niño con el ritmo o hablarle con un nivel de lenguaje
complejo) puede llevar a que la fluidez de un niño, con unas capacidades limitadas en ese
momento, se altere. Por tanto, se propone que es la conducta de los padres la que influye
en el desarrollo del tartamudeo, al demandar una ejecución en el habla que para el niño
es difícil (Starkweather y Gottwald, 1990).
Según esta teoría, no se considera necesario que exista un déficit orgánico para que
se dé el tartamudeo. El planteamiento está relacionado con un fallo o falta de madurez en
las capacidades que tiene el niño para la fluidez, que le lleva directamente a la ruptura del
habla (Starkweather y Gottwald, 1990; Bloodstein, 1995).
El programa terapéutico que se desprende de este modelo es prioritariamente
reducir las demandas del ambiente hacia el niño. Asimismo, se plantea centrar la atención
en aumentar la capacidad del niño y la de la familia en la resistencia emocional en
respuesta a la tartamudez. El programa terapéutico se diseña de acuerdo con las
condiciones familiares específicas de ese niño. Se plantea trabajar con los padres, dando
37
orientaciones para que sepan manejar el problema. Se centra la atención en introducir
cambios en el ambiente del niño, especialmente en la interacción verbal, utilizando un
modelo de habla que favorezca la fluidez y eliminando las respuestas negativas hacia los
errores. Paralelamente, el clínico trabaja directamente con el niño con sistemas de
facilitación de la fluidez.
C) Teorías del aprendizaje
Las teorías del aprendizaje tienen que ver con el condicionamiento de las
respuestas. En el caso de la tartamudez el problema se adquiere según la teoría del
aprendizaje. El objetivo de esta teoría ha sido la de aplicar la ciencia de la conducta a la
tartamudez para intentar delimitar cómo se aprende y mantiene el tartamudeo, e
identificar los factores motivacionales, los estímulos y los refuerzos. Se plantea que si las
disfluencias vienen acompañadas de respuestas de ansiedad, ésta quedará asociada al
habla por un proceso de aprendizaje. Ésta perspectiva insiste en la influencia activa de
agentes ambientales que ocasionan el problema; la relación de estímulos ambientales y
respuestas del niño por condicionamiento operante, instrumental o la combinación de
ambos.
Desde este punto de vista las personas tartamudas no se diferencian física ni
psicológicamente de las no tartamudas y su dificultad estaría relacionada con el
aprendizaje.
Las teorías de los conductistas plantean que las disfluencias en el niño aumentan si
las consecuencias son recompensas para él, entendiendo como refuerzo, la atención o la
preocupación de los padres. Además, los errores en el habla tienden a disminuir si las
consecuencias de las mismas son un castigo para el niño, es decir, las actitudes negativas
de los padres, las reprimendas, interrupciones o también castigos. Por lo tanto, las
disfluencias infantiles que provocan la atención o la respuesta de los padres serán
reforzadas y tenderán a ocurrir de nuevo. Por el contrario, si la disfluencia va seguida de
un castigo el niño tenderá a evitar el tartamudeo.
Los autores que trabajan con estas hipótesis no pretenden explicar las causas del
problema ni plantear una teoría, sino que intentan modificar el tartamudeo. Los
planteamientos operantes tuvieron un gran impacto al manejar las contingencias,
consecuencias y antecedentes del problema y en plantear estrategias de tratamiento de
modificación de estos factores (Ham, 1990; Bloodstein, 1995).
A partir de programas que se aplicaron en el tratamiento de la tartamudez en niños
y adultos (Ingham, 1984), se han vuelto a retomar, recientemente, los planteamientos
operantes. El Programa Lidcombe (Onslow y Packman, 2001) utiliza los métodos
operantes para un programa de intervención temprana en el tartamudeo, que
fundamentalmente aplican los padres. Las estrategias se basan en reforzar el habla fluida
38
mientras que se deben corregir las disfluencias. La metodología operante se centra en las
repeticiones, prolongaciones y bloqueos característicos del tartamudeo y no atiende a las
causas del mismo. Los autores defienden un amplio éxito de su sistema de intervención
en la desaparición de las alteraciones del habla en un alto porcentaje de casos.
D) Teoría de reacción de lucha anticipatoria
Bloodstein (1995; 1997) plantea una teoría cognitiva sobre el tartamudeo.
Considera que la tartamudez en el niño es el resultado de sus experiencias tempranas
negativas con el habla, que le han hecho pensar que hablar es difícil. Piensa que muchos
niños tartamudos tienen dificultades en el lenguaje y otras veces son las presiones
comunicativas de su entorno las que le dificultan hablar adecuadamente. Cuando nos
enfrentamos a una actividad motora compleja que nos resulta difícil es probable que la
abordemos con una tensión excesiva y que fragmentemos la actividad, esto es, la
dividimos en partes abarcables.
El tartamudeo es un reflejo de la tensión y la fragmentación del habla, las cuales
son el resultado del esfuerzo que el tartamudo hace para hablar bien, con el
convencimiento de que no es capaz de hacerlo y anticipando que va a tartamudear. La
tensión se refleja en las prolongaciones, los golpes fuertes y los bloqueos tónicos del
discurso, mientras que la fragmentación se ve principalmente en las repeticiones (clónica)
y los silencios. La reacción anticipatoria también aparece en niños pequeños. Hacia el
final de los años preescolares, los tartamudos parecen haber desarrollado un
autoconcepto de tartamudos. En esta época ya tienen conciencia del lenguaje y saben
manejar las palabras como constituyentes aislados del discurso. De esta forma el
problema se va desarrollando con la idea de que es difícil hablar, lo cual mantiene la
anticipación del tartamudeo y el autoconcepto de tartamudo.
Una vez que la persona se considera tartamuda y anticipa el problema aparecen
justo antes de tartamudear una serie de alteraciones fisiológicas, como aumento del
pulso, respiración irregular, respuesta dermogalvánica y alteraciones motoras, las cuales
provocan la aparición del problema.
Con respecto al tratamiento, desde esta perspectiva, se considera que hay que
intervenir para evitar la anticipación, las creencias de dificultad para expresarse, y el
concepto de tartamudo, ya que a medida que aumenta la edad estas creencias se van
haciendo más firmes, lo cual justifica la mayor facilidad de los niños para recuperarse del
trastorno.
2.4. Teorías lingüísticas
39
Se sabe que los errores de fluidez ocurren con más frecuencia en determinados
momentos del habla y en algunos tipos de palabras. El tartamudeo no es aleatorio y se
pueden predecir determinadas partes de la oración como más difíciles para el tartamudo,
y por tanto, con mayor probabilidad de tartamudear en ellas. Así, en el comienzo de las
estructuras lingüísticas se producen más errores. Dentro del lenguaje espontáneo de los
hablantes normales y tartamudos aparecen significativamente más errores en los límites
oracionales de la emisión que en otros puntos de la frase (Bernstein Ratner, 1997). Las
disfluencias son claramente más frecuentes en esos puntos del discurso, lo cual sugiere
que se pueden producir al comienzo de la frase porque estén implicados procesos
cognitivos de planificación de la oración.
Asimismo, se ha visto la relación entre la longitud de la oración y la aparición de
disfluencias, de modo que, cuanto más larga es la frase más probabilidades hay de fallar.
Este hecho se ha usado como principio en la planificación de programas terapéuticos para
niños pequeños con tartamudez del tipo: Gradual Increases in Length and Complexity of
Utterance (GILCU) (Ryan y Ryan, 1999) y Extended Length of Utterance (ELU)
(Costello Ingham, 1999; Bernstein Ratner, 1997).
Con respecto al lenguaje espontáneo de niños con tartamudez se han estudiado la
longitud de los enunciados. Utilizando la medida de la Longitud Media de Enunciado
(LME), se han apreciado diferencias significativas en las muestras de lenguaje de los
tartamudos: los enunciados tienden a ser más cortos que los de los no tartamudos y la
complejidad sintáctica es reducida, con un uso frecuente de la palabra “y” al comienzo
de las frases, apareciendo errores gramaticales frecuentes y frases inacabadas (Kline y
Starkweather, 1979).
Sin embargo, ante estas dificultades de organización cabe pensar en la posibilidad
de que sean estos problemas lingüísticos los que influyen en la aparición de disfluencias,
aunque también se puede atribuir a la tartamudez un desarrollo insuficiente de las
habilidades verbales. Asimismo, es posible plantear que el hecho de comunicarse por
medio de un número reducido de palabras pueda ser debido a intentar evitar el
tartamudeo y no dejar en evidencia el problema (Bloodstein, 1997).
En relación con posibles dificultades en el área del lenguaje, se han tratado de
objetivar, utilizando distintos instrumentos de medida lingüística con grupos de
tartamudos y de control (tests de lenguaje, Peabody, Test de Comprensión Auditiva de
Carrow, etc.). Los resultados obtenidos indicaron puntuaciones más bajas y más
variables, en las diferentes pruebas, en los tartamudos. También se han encontrado
pequeñas diferencias, pero significativas, entre niños tartamudos y no tartamudos de
entre 2 y 5 años en el test de vocabulario de Peabody y en el test de Desarrollo del
Lenguaje (TOLD) (Brown, 1938; Wingate, 1988; Wall y Myers, 1995; Bloodstein,
1995).
Otros estudios han encontrado que en el lenguaje espontáneo los tartamudos
tienden a cometer más errores en determinados tipos de palabras. Las disfluencias
aparecen con mayor frecuencia en palabras de contenido que en las de función.
Asimismo, la frecuencia es más alta en palabras largas que en las cortas y en palabras
40
que comienzan por consonante y en sílabas acentuadas (Brown, 1938; Bloodstein,
1995).
Igualmente, el tartamudeo ocurre más en palabras raras y en aquellas que contienen
mayor información y son poco predecibles. También ocurre menos cuando la palabra es
frecuente y es predecible. Por el contrario, los errores son altos si la frecuencia y la
predictibilidad son bajas (Ham, 1990; Bloodstein, 1995).
Por tanto, se podría considerar el trastorno como un problema lingüístico
ocasionado por dificultades en la estructuración del discurso, en el proceso de formación
de las oraciones. Igualmente, se ha planteado una posible disfunción leve en el área del
lenguaje expresivo y que estas dificultades en el desarrollo del lenguaje pudieran
favorecer la aparición del trastorno (Starkweather y Gottwald, 1990; Gregory, 1992).
Los datos sobre las habilidades lingüísticas de los tartamudos son confusos. En los
resultados obtenidos en los estudios no se encuentran diferencias claras entre tartamudos
y los hablantes fluidos. Cuando se han observado diferencias se destaca que éstas son
pequeñas y clínicamente poco significativas (Bernstein Ratner, 1997).
Con respecto al inicio del tartamudeo, en relación con la adquisición del lenguaje,
alrededor de los 2 años, hay un cambio en el desarrollo del lenguaje desde un sistema
básicamente léxico y asintáctico a un sistema gramatical, cualitativamente diferente, que
es capaz de generar planes sintácticos en la producción del discurso. Entre los 24 y los 30
meses se produce un gran avance lingüístico que influye en dos aspectos, los niños están
adquiriendo más vocabulario y su desarrollo gramatical es más complejo. Estos datos
apuntan a la hipótesis de que los niños empezarán a tener problemas de fluidez, cuando
el desarrollo gramatical y del vocabulario alcancen una gran expansión simultáneamente
(Bernstein Ratner, 1997).
En resumen, los diferentes enfoques de las investigaciones parece que han insistido
prioritariamente en buscar una sola causa que explicase el origen del problema. Este tipo
de aproximaciones están relacionadas con el modelo médico que ha influido el estudio de
los trastornos del lenguaje. Asimismo, las explicaciones a las diferentes dificultades y
manifestaciones del problema han partido generalmente de la tartamudez adulta. A
medida que han evolucionado las investigaciones, se han tenido en cuenta otros aspectos,
se han estudiado los inicios del problema en el niño y los modelos se han ido
complicando. De esta forma se han podido establecer explicaciones de la tartamudez que
diferencian entre los factores que influyen en las primeras manifestaciones del problema,
los que afectan al desarrollo del mismo y al afianzamiento del trastorno. Las variables
implicadas en cada una de estas etapas pueden ser distintas y el interés de los modelos
explicativos está actualmente más centrado en describir los diferentes aspectos que
intervienen en cada momento de la evolución del problema.
Partiendo de un planteamiento clínico, el modelo en el que se apoya la evaluación y
el tratamiento de los siguientes capítulos se basa en los siguientes principios.
Primeramente se considera que el trastorno, en su génesis, tiene una base de
predisposición genética. Esta predisposición tiene relación con el sexo, la edad, así como
en posibles dificultades del niño, en su capacidad de coordinación motora, habilidades
41
lingüísticas y habilidades sociales. Estos aspectos pueden influir claramente en que la
fluidez se altere cuando el niño comienza a hablar. Aunque es frecuente que en los niños
pequeños aparezcan faltas de fluidez, no todas ellas se pueden calificar de normales. En
una proporción menor de niños se pueden ver, en las primeras etapas del lenguaje, como
realizan fuerza al hablar, se bloquean e interrumpen su habla.
Cuando se producen estas alteraciones en el habla del niño, la reacción del ambiente
(conducta de los padres) se considera otra variable fundamental en el mantenimiento del
problema. El estilo comunicativo de la familia, la actitud hacia la dificultad, la presión
hacia su conducta, etc. son aspectos básicos para que el niño continúe teniendo faltas de
fluidez. En este sentido se estima que el planteamiento de “demandas y capacidades”
(Starkweather y Gottwald, 1990) es un modelo adecuado para explicar la tartamudez
temprana. Éste considera que las capacidades (motoras, lingüística, emocionales y
cognitivas) que el niño muestra son sometidas a diferentes tipos de exigencias o
demandas por parte del ambiente (demandas de tiempo, lingüísticas, actitudes negativas,
inseguridad), lo cual incide en romper su fluidez.
Sin embargo, cuando el niño lleva tartamudeando durante un período de tiempo y
evoluciona con su trastorno aparecen diferentes problemas secundarios que igualmente es
necesario describir. Por un lado el niño tiende a hacerse consciente de su tartamudeo.
Por otro sus dificultades para hablar también van generando temor a enfrentarse a
determinadas situaciones de comunicación, lo cual suele producir respuestas somáticas de
ansiedad y síntomas cognitivos de anticipación al tartamudeo. Paralelamente el niño
puede tratar de evitar sus dificultades, intentando utilizar algún recurso para no
bloquearse. De esta forma aparecen toda una serie de reacciones negativas hacia la
comunicación, el habla y la interacción social que van consolidando el problema. En este
proceso intervienen variables de aprendizaje, cognitivas y fisiológicas que están
relacionadas con el afianzamiento de la tartamudez.
Por tanto se puede plantear que las condiciones que influyen en el origen del
problema son diferentes de las que aparecen cuando se ha desarrollado la dificultad. El
mantenimiento del trastorno se produce como consecuencia de la aparición de factores
fisiológicos, lingüísticos, emocionales, etc. que son, a su vez, origen de otros problemas
de habla, de comunicación, emocionales y sociales.
La diferenciación de estos factores y la descripción de los mismos en el estudio de
la tartamudez ayudan, como se verá en los capítulos siguientes, a plantear
organizadamente la evaluación y el diagnóstico y a tener una guía para la intervención.
42
Los intentos de dar una explicación al tartamudeo han sido muy variados. Se ha planteado que la
causa del problema sea la alteración de funciones biológicas o fisiológicas, el resultado de
experiencias de aprendizaje temprano, o bien la interacción de ambos aspectos biológico y
ambiental. Asimismo, se ha postulado que el tartamudeo proviene de reacciones anómalas a
disfluencias normales en el habla y que estas reacciones anormales sean la expresión de funciones
cognitivas, lingüísticas o motoras alteradas.
Las explicaciones a lo largo de los años han evolucionado en función de las tendencias y
desarrollo de la ciencia, reflejando distintas formas de entender el problema y diversos niveles de
descripción.
En un primer momento (años treinta), y bajo la influencia del modelo médico, se insistió en
posibles alteraciones orgánicas o neurofisiológicas como origen del trastorno. Las teorías genéticas,
o de alteración neurofisiológica, parten de la búsqueda de una causa que explique la variedad de
síntomas que se observan en la tartamudez.
Posteriormente, con la influencia de las explicaciones de base psicoanalítica, el origen apunta
a posibles alteraciones psicológicas en el tartamudo que ocasionan sus dificultades en el habla.
Desde la perspectiva conductista, la teoría del aprendizaje argumenta que el tartamudo no se
diferencia de otras personas que no tartamudean y que su dificultad es aprendida a lo largo del
desarrollo.
Con el avance de nuevos instrumentos de diagnóstico neurológico vuelven a surgir en los
años setenta las teorías de base orgánica o neurofisiológica. Y más recientemente, con el desarrollo
de las teorías psicolingüísticas y del estudio del lenguaje de los tartamudos, se ha reparado en los
factores lingüísticos como causantes de la dificultad.
Sin embargo, las investigaciones no han resuelto aspectos básicos del trastorno y todavía no
se cuenta con datos que proporcionen una explicación global del problema. Una revisión del tema
nos indica que, actualmente, existe una clara tendencia en la mayoría de los autores a formular
explicaciones multicausales o modelos teóricos que integren los distintos aspectos del trastorno.
Todas estas teorías atribuyen el origen a la existencia de una cierta predisposición al trastorno, que
interactúa con otros factores de desarrollo del niño (psicológico, social, ambiental y lingüístico),
con la cognición, la emoción, el lenguaje y las habilidades motoras.
Caso clínico
La etiología del problema es desconocida. Sin embargo, se pueden plantear algunos factores que
han podido influir en la aparición del tartamudeo. Por un lado sabemos que si en la familia hay
tartamudos es más fácil que se reproduzcan casos dentro de la misma. Por tanto, es posible
plantear una cierta predisposición a tener problemas de fluidez en el niño, dado que existe en la
familia un tío paterno, que presenta tartamudez, lo cual le sitúa en un riesgo mayor de padecer el
problema. En el campo del lenguaje también hay otro factor que se relaciona con el tartamudeo, que
es el retraso de lenguaje que tuvo el padre y un primo del niño.
Sin embargo, estos factores de predisposición hacia el tartamudeo no son suficientes para
ocasionar el problema. En el momento en que surge la dificultad han podido influir además otros
factores diferentes.
Hay factores ambientales que han podido facilitar el desencadenamiento y el mantenimiento
del problema. Existen aspectos estresantes en el ambiente del niño, como el nacimiento de un
hermano y los cambios que refieren los padres, que se dieron coincidiendo con ese momento en la
vida del pequeño y que han podido favorecer la aparición del trastorno.
La rapidez en el habla de la madre y las interrupciones también son factores negativos hacia
43
la fluidez del habla. Por otro lado, las correcciones y llamadas de atención hacia la expresión del
niño, y la alta frecuencia de preguntas directas en la conversación también han podido aumentar la
presión comunicativa hacia el niño en la interacción.
La persistencia de estos factores a lo largo del tiempo han podido dificultar la adquisición de
la fluidez en el niño.
Preguntas de autoevaluación
1. ¿Se conoce la causa que origina la tartamudez?
a) Se sabe que tiene una causa orgánica. ☐
b) Es debido a que el tartamudo es zurdo. ☐
c) La causa está relacionada con que el niño es menos capaz cognitivamente. ☐
d) No se conoce aún el origen. ☐
e) Se sabe que está relacionado con una sola causa. ☐
2. ¿La tartamudez está relacionada con dificultades en el control motor del habla?
a) Sí, se ha observado que el control motor del habla de los tartamudos es
inestable.
☐
b) No está relacionado. ☐
c) El control motor del habla es adecuado en los tartamudos. ☐
d) El tartamudo es más rápido en sus reacciones y por eso habla deprisa. ☐
e) Las disfluencias indican que el tartamudo controla los movimientos del habla. ☐
3. Existe una alta incidencia familiar en la tartamudez ¿Cuál de estas afirmaciones no es correcta?
a) La tartamudez aparece con una frecuencia tres veces mayor que en la
población general.
☐
b) Hay menos mujeres que tartamudean. ☐
c) Aunque los gemelos se hayan educado separados también se presenta el
problema en los dos.
☐
d) Para el hombre que tartamudea es mayor el riesgo de tener un hijo tartamudo
que una hija con el problema.
☐
e) Los varones tartamudean más que las mujeres. ☐
4. La teoría del aprendizaje aplicada a la tartamudez intenta explicar cómo se aprende el tartamudeo ¿Cuál de
estas afirmaciones no es correcta?
a) La tartamudez está ocasionada por la influencia activa de agentes ambientales. ☐
b) Las disfluencias del niño aumentan si las consecuencias son positivas para él. ☐
c) Las actitudes negativas de los padres hacia el tartamudeo son un castigo para
el habla del niño.
☐
d) El tartamudo se diferencia psicológicamente de otras personas no tartamudas. ☐
e) Algunos programas de tratamiento conductual los aplican los padres, ☐
44
reforzando el habla fluida. ☐
45
3
Evaluación de la tartamudez
3.1. Introducción
La descripción de la tartamudez como alteración de la fluidez del habla con
interrupciones, repeticiones o bloqueos, que se presenta en determinadas situaciones, no
es suficiente para realizar un diagnóstico del trastorno. La evaluación en los niños
requiere de una valoración exhaustiva, no sólo de los aspectos de la fluidez, para poder
efectuar posteriormente un programa terapéutico amplio con la familia y con el niño.
Dado que el origen de la tartamudez es desconocido es necesario plantear en la
evaluación los factores etiológicos con los que el evaluador relaciona el problema. Según
la importancia que el clínico dé a estos distintos factores en la caracterización del
trastorno, el planteamiento de la evaluación y los elementos que se deben valorar pueden
diferir en las posibles visiones del problema. Por otra parte, el planteamiento teórico
ayuda a los terapeutas a proporcionar una explicación para cada caso y les orienta hacia
la intervención que cada caso requiere. Asimismo facilita al terapeuta la posibilidad de dar
a los padres una explicación que puedan comprender.
En el estudio de la tartamudez ya se han visto distintas teorías sobre su origen y al
no tener una explicación global del trastorno es necesario ir analizando los diferentes
factores que se consideran relevantes.
Como ya hemos visto, partimos de una explicación multicausal del problema y nos
basamos en modelos teóricos que integran distintos aspectos de la dificultad (Gregory y
Hill, 1984; Starkweather, 1987; Ham, 1990; Rustin, 1991; Santacreu y Fdez-Zúñiga,
1991; Wall y Myers, 1995). En general, se atribuye el origen a la existencia de una cierta
predisposición fisiológica para el trastorno, que posteriormente interactúa con otros
factores psicológicos, sociales, ambientales, lingüísticos y motores, que son
fundamentales en la aparición del problema.
Partiendo de esta interpretación de un trastorno multifactorial se plantea que la
evaluación debe incluir el análisis de los diferentes componentes, valorando aspectos
neurofisiológicos, psicosociales y lingüísticos relacionados con las dificultades del habla.
Con respecto a los factores neurofisiológicos, nos centramos en las capacidades
necesarias para coordinar los movimientos de los órganos que intervienen en la fono-
articulación y en la producción del habla. En estos aspectos fisiológicos parece que
46
Tartamudez infantil
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  • 9. Índice Capítulo 1. La tartamudez infantil 1.1. Introducción 1.2. Características 1.2.1. Tipos de disfluencias 1.2.2. Variabilidad 1.2.3. Comienzo 1.2.4. Aspectos lingüísticos 1.2.5. Remisión espontánea 1.3. Criterios diagnósticos del DSM-IV-TR 1.4. Desarrollo del tartamudeo 1.5. Incidencia y prevalencia 1.6. Factores de género 1.7. Historia familiar 1.8. Factores ambientales y estrés Cuadro resumen Caso Clínico Preguntas de autoevaluación Capítulo 2. Etiología de la tartamudez 2.1. Introducción 2.2. Teorías neurofisiológicas 2.1.1. Retroalimentación auditiva 2.1.2. Control motor 2.1.3. Genética 2.3. Teorías psicológicas 2.3.1. Teorías psicoanalíticas 2.3.2. Teorías psicosociales 2.4. Teorías lingüísticas Cuadro resumen Caso Clínico Preguntas de autoevaluación 9
  • 10. Capítulo 3. Evaluación de la tartamudez 3.1. Introducción 3.2. Objetivos de la evaluación 3.3. Instrumentos de evaluación 3.3.1. Entrevista con los padres 3.3.2. Entrevista con el niño 3.3.3. Interacción de los padres con el niño 3.3.4. Registros de conducta 3.3.5. Cuestionario de fluidez para padres 3.3.6. Cuestionarios para el colegio 3.4. Evaluación del habla del niño 3.5. Criterios diagnósticos 3.6. Variables fisiológicas 3.7. Variables cognitivas 3.8. Aspectos socio-emocionales 3.9. Entrenamiento a corto plazo 3.10. Análisis funcional 3.11. Pronóstico 3.12. Devolución de la información a los padres Cuadro resumen Caso Clínico Preguntas de autoevaluación Capítulo 4. Tratamiento I. Guía para el terapeuta 4.1. Introducción 4.1.1. Programas de tratamiento 4.1.2. Técnicas de control del habla 4.1.3. Principios básicos para la intervención 4.1.4. Actitud del terapeuta 4.2. Programa de intervención temprana 4.2.1. Intervención con los padres 4.2.2. Intervención indirecta con el niño 4.2.3. Intervención en el colegio 4.3. Programa de intervención con escolares 4.3.1. Intervención directa con el niño 4.3.2. Intervención con los padres 4.3.3. Intervención dirigida al profesor Cuadro resumen Caso clínico 10
  • 11. Preguntas de autoevaluación Capítulo 5. Tratamiento II. Guía para los padres 5.1. Falta de fluidez o tartamudeo 5.2. Cómo diferenciar las faltas de fluidez normales de las anormales 5.3. Tartamudeo 5.4. A quién afecta 5.5. Evolución del problema 5.6. Origen del problema 5.7. Objetivos a conseguir 5.8. Qué se puede hacer 5.9. Cómo actuar 5.10. Cómo manejar su conducta 5.11. Qué decirle al niño 5.12. Cómo se trata Cuadro resumen Preguntas de autoevaluación Materiales para el tratamiento Clave de respuestas Lecturas recomendadas y bibliografía 11
  • 12. 1 La tartamudez infantil 1.1. Introducción La tartamudez es uno de los trastornos más desconcertantes en el ambito de la comunicación, dada la diversidad de alteraciones y la heterogeneidad del problema. Además, la característica de ser una dificultad que se presenta de una forma interrumpida ha hecho difícil su estudio, y su tratamiento y recuperación han supuesto un reto para muchos terapeutas. La mayoría de los estudiosos del tema coinciden en que el tartamudeo es un trastorno que afecta fundamentalmente al habla. Las alteraciones de la fluidez más representativas de la tartamudez consisten en repeticiones de sonidos, palabras, o frases, así como en prolongación de sonidos, bloqueos o segmentación de palabras. En la conducta lingüística también se observan errores de vacilaciones, interjecciones o reformulaciones de la frase al inicio de la emisión. Con frecuencia estas disfluencias se interpretan como intentos de comenzar el habla o de posponer o evitar decir determinadas palabras con las cuales se anticipa el tartamudeo. Sin embargo, en las primeras etapas del desarrollo del lenguaje, entre los 2 y los 5 años, se observa que los niños interrumpen con frecuencia la fluidez del habla, con pausas, interjecciones o repeticiones, cuando hablan espontáneamente. A este tipo de expresión no se la suele considerar alterada y sólo se la llama tartamudez en un porcentaje pequeño de niños. Esto ocurre cuando las dificultades tienen determinadas características y se prolongan en el tiempo, aunque no existe un acuerdo generalizado sobre a qué alteraciones llamar tartamudez (Wingate, 1976). 1.2. Características 1.2.1. Tipos de disfluencias 12
  • 13. Cuando los niños pequeños cometen errores en su lenguaje y su habla no es fluida las interrupciones tienen diferentes orígenes. Unas veces son porque el niño aún no domina la coordinación de los órganos, otra porque no recuerda aquella palabra precisa que iba a decir, o porque reformula la oración. También puede ser que el niño, con respecto a su interlocutor, se muestre inseguro, reflejándose en su habla vacilante (Johnson, 1959; Bloodstein, 1995; Van Riper, 1982). Con frecuencia es difícil diferenciar este tipo de confusiones, normales, en el desarrollo del lenguaje, con la aparición del tartamudeo. Sin embargo, existen algunos signos en el habla no fluida del niño que advierten de la relación con la tartamudez y que se valoran de forma distinta por los terapeutas. Las vacilaciones al empezar a hablar o interjecciones (“um”, “eh”), así como las repeticiones, son frecuentes tanto en los hablantes normales como en los no fluidos. La repetición de frases supone un error menor y más normal que la repetición de palabras, y ambas se encuentran en todos los hablantes, tartamudos o no. Pero si se atiende a la dimensión de la repetición y en qué unidad del habla se produce, las diferencias son más claras. Si las repeticiones son de sílaba o de sonidos y se repiten frecuentemente, se considera una falta de fluidez preocupante. Asimismo, la repetición de parte de la palabra o partir la palabra es una alteración más atípica y característica de los tartamudos. Igualmente indican anormalidad de la fluidez cuando hay prolongaciones de sonidos. a) Frecuencia. La frecuencia con que se presentan estas alteraciones se ha visto hace tiempo como un signo importante para el diagnóstico de la tartamudez y una valoración de su severidad. Algunos autores plantean que la repetición de sílabas en tres o más ocasiones, en cien palabras, es indicativa, de tartamudez (por ejemplo: “mi, mi, mi, mi, mira esto…”), mientras que se considera el límite normal si se encuentra por debajo de esas tres repeticiones (Riley, 1981; Van Riper, 1982; Gregory y Hill, 1984; Yairi y Ambrose, 1992). Del mismo modo la frecuencia de las prolongaciones se utiliza para determinar un habla tartamuda si estas alteraciones exceden en 1 por 100 palabras. b) Duración. La duración de las disfluencias es otro factor a considerar en la caracterización de la alteración del habla. Si la duración de las prolongaciones excede a un segundo se debe considerar un signo de problema. Lo mismo ocurre con la duración de los bloqueos. Además de la frecuencia y duración de las repeticiones de sonidos o sílabas, también son señales de alarma si éstas se presentan con un ritmo irregular o agitado y la velocidad de las repeticiones se acelera (Yairi, 1982; Gregory y Hill, 1984). c) Conductas asociadas. Asimismo la mayoría de los autores plantean como predictores de tartamudez en el habla de los niños los signos de hacer fuerza al hablar, prolongaciones largas y presencia de bloqueos (Van Riper, 1982; Riley y Riley, 1985; Bloodstein, 1995). Frecuentemente, estos errores de la alteración del ritmo del habla pueden venir acompañados de otra serie de conductas motoras asociadas de esfuerzo o tensión. Se puede observar un aumento de la tensión muscular en el rostro o en los órganos 13
  • 14. fonoarticuladores, así como en todo el cuerpo. Estas señales de esfuerzo producen a veces movimientos innecesarios, como cierre de ojos, movimientos de cabeza, boca abierta o movimientos en manos y piernas junto al bloqueo en una palabra. A veces, también se puede percibir un aumento del volumen de la voz, asociado a la repetición o al bloqueo al hablar, lo cual indica que el habla está siendo dificultosa (Bloodstein, 1995). En general, se consideran disfluencias poco habituales cuando las repeticiones ocurren con frecuencia a lo largo de la expresión, se dan en más de dos o tres ocasiones y los elementos repetidos son cortos. Se tiende a repetir más sonidos o sílabas que las palabras (por ejemplo: “mira, mira, mira…”, es menos frecuente), ya que tampoco es habitual en el habla normal, que las repeticiones de palabras se presenten con frecuencia. Otras manifestaciones que discriminan entre tartamudez y habla normal son la presencia de conductas que retrasan u ocultan las dificultades. Recursos como sustituir palabras o dar un rodeo indican la intención de evitar las palabras en las que se piensa que se va a tartamudear. De igual manera ocurre con las pausas, interjecciones o prefijos que se incluyen antes de la palabra que se teme decir. Este tipo de manifestaciones aparece con más frecuencia en los niños mayores, cuando llevan más tiempo tartamudeando. En los pequeños, se da más abandonar la formulación de la frase que ha iniciado cuando encuentra dificultades en su expresión. 1.2.2. Variabilidad Este tipo de dificultades en la fluidez se presenta con una gran variabilidad. Es característico del trastorno que las disfluencias no se manifiesten de forma continuada, sino que aparezcan de forma fluctuante en algunas ocasiones y desaparezcan en otras. Con frecuencia cuando los padres consultan y el terapeuta quiere evaluar las disfluencias en sesión, el niño puede hablar fluido y no mostrar dificultad alguna. Por otra parte, estas alteraciones tienen la particularidad de no presentarse siempre de la misma manera, pudiendo ser diferentes de un sujeto a otro. Aparecen con características distintas, variando en sus formas de expresión, en su frecuencia e intensidad. Igualmente, los errores de fluidez no se dan en el habla del niño en todas las ocasiones ni cuando habla con cualquier persona, sino que sus dificultades se pueden observar sólo en situaciones determinadas. En unas, el tartamudo puede expresarse con fluidez, mientras que en otras, puede no ser capaz de comunicarse. Esta variabilidad en el control del habla, para la mayoría de los niños, puede surgir en determinadas circunstancias que le rodean mientras está hablando. Factores como la presión comunicativa del contexto, la actitud del interlocutor, el tema de conversación o la emoción que sienta mientras habla, pueden influir en la fluidez del niño (Bloodstein, 1995). Así, el tartamudo puede hablar, generalmente, estando solo o hablando a niños 14
  • 15. pequeños o a animales de compañía; también puede ser fluido cuando canta o habla con una cierta entonación. Por el contrario, suele ser común que al dirigirse a un grupo, hablar con desconocidos o por teléfono le resulte más difícil. 1.2.3. Comienzo Es habitual que el problema aparezca en los niños entre los 2 años y medio y los 12 años. Sin embargo, la mayoría de los problemas de fluidez comienzan en la primera infancia, en los primeros años preescolares (entre los 2 y los 4 años), y generalmente después de haber hablado fluido con anterioridad (Johnson, 1959; Van Riper, 1982). No se describen en la bibliografía ni en la clínica casos de niños que muestren dificultades de fluidez antes de los 2 años o cuando se encuentran en etapas anteriores del desarrollo del lenguaje. En casos menos frecuentes el problema puede surgir alrededor de los 6 o los 7 años, generalmente relacionado con el inicio de la primaria y situaciones de estrés. En edades posteriores (8 o 10 años) es raro que aparezca un tartamudeo. Se ha visto que el inicio del problema puede ser rápido o gradual. Es más habitual que las dificultades en el habla surjan de modo paulatino con repeticiones leves o vacilaciones, habitualmente sin signos de tensión, y con amplios períodos de habla fluida. En los casos en que la dificultad se presenta de forma súbita se asocia a mayor severidad y a situaciones estresantes para el niño (Van Riper, 1982; Yairi y Ambrose, 1992). La dificultad suele aparecer cuando el niño está empezando a hablar de forma más elaborada, formando frases más largas y complejas. Este momento se produce en torno a los 2 años y medio o 3, de modo que el inicio del tartamudeo se presenta alrededor de esta etapa evolutiva del lenguaje y unido a un período de auge en el desarrollo neurológico, cognitivo y físico. 1.2.4. Aspectos lingüísticos En este momento del desarrollo (alrededor de los 2 años y medio), el niño debe adquirir diferentes habilidades para el lenguaje. Éstas pueden ser más difíciles para algunos niños y en ellos las faltas de fluidez se pueden hacer más evidentes y prolongarse a lo largo del tiempo. Por un lado, el niño está perfeccionando y mecanizando un proceso que le permite coordinar los movimientos de los órganos que intervienen en la fono-articulación y debe producir con precisión los sonidos vocálicos y consonánticos. También, en este período, el niño está siendo capaz de emitir y combinar un número mayor de fonemas. Avanza en el conocimiento de las reglas fonológicas que rigen el uso de los sonidos, lo cual mejora significativamente la inteligibilidad del habla del pequeño. Así, en su lenguaje se está produciendo un mayor número de emisiones y la longitud y complejidad de las 15
  • 16. mismas también va aumentando (Starkweather y cols., 1990). En cuanto al desarrollo social y uso social del lenguaje, el niño comienza a establecer conversaciones y a ser capaz de mantener las reglas complejas que las rigen. A partir de ahora aprende a respetar turnos, introducir temas y a mejorar su capacidad de dialogar. En definitiva, está aprendiendo a relacionarse con el mundo social y a adaptarse a las situaciones cambiantes del ambiente en que se desenvuelve. El niño debe adecuarse a las diferentes actitudes de los padres, las pautas educativas, la aplicación de la disciplina, etc.; paralelamente, se está desarrollando emocional y afectivamente, mejorando su capacidad para dirigir su conducta y sus emociones. Está aumentando así el control afectivo y la expresión de sus emociones. Todos estos aspectos han incidido en que el trastorno en los niños se relacione con el desarrollo de las habilidades necesarias para organizar el lenguaje y utilizarlo adecuadamente en situaciones sociales (Starkweather y cols., 1990). Los datos de las investigaciones apuntan a que los tartamudos como grupo tienen una historia de desarrollo normal, salvo en el habla y el lenguaje (Kline y Starkweather, 1979; Bloodstein, 1995; Gregory, 1999). Parece que muchos niños que presentan tartamudez tienden a decir sus primeras palabras, frases y oraciones más tarde que otros niños que hablan fluido. Igualmente los problemas de pronunciación son mas frecuentes entre los niños tartamudos. Asimismo, se ha encontrado que en las niñas aparecen las faltas de fluidez significativamente antes que en los niños y que este inicio parece estar vinculado a un desarrollo lingüístico más temprano (Yairi, 1997). 1.2.5. Remisión espontánea Otra de las particularidades del tartamudeo es que el problema tiene una tendencia clara a remitir espontáneamente durante la infancia. Habitualmente, entre los 18 meses y 2 años posteriores a su inicio, suele desaparecer, sin intervención profesional (Starkweather y cols., 1990; Yairi y Ambrose, 1992). Resulta difícil dar datos concluyentes sobre la proporción de niños que se recuperarán espontáneamente sin terapia, ya que las investigaciones son muy dispares. Algunos estudios indican que entre un 23% y un 80% de los casos remite sin tratamiento (Bloodstein, 1995; Yairi y Ambrose, 1992). A lo largo del año siguiente a su aparición, el problema se disipa en un alto porcentaje de casos. Con estos datos de recuperación espontánea de la fluidez tan alta, sin tratamiento, se comprende que esté tan extendida, entre los profesionales, la recomendación de no preocuparse por el problema y esperar a que desaparezca. Sin embargo, ya hemos comentado que cuando el niño empieza a tartamudear, no suele hacerlo continuadamente sino de forma cambiante, con períodos de tiempo en que el habla es fluida y otras disfluente. Hay que tener en cuenta que en una proporción de niños, este tipo de errores se va haciendo más frecuente, las épocas fluidas son cada vez más cortas y el tartamudeo se va instaurando de forma estable, pudiendo perdurar a lo largo del 16
  • 17. desarrollo y hasta la edad adulta (Bloodstein, 1995). Algunos autores afirman que entre el 20% y el 50% de los niños que presentan excesivas repeticiones en el habla sufrirán disfluencias crónicas (Starkweather y cols., 1990). Si el trastorno persiste en el niño, después de transcurrido un año de su comienzo, existe un mayor riesgo de que el problema se instaure y se mantenga (Yairi, 1997). Por tanto, dado que no se cuenta con datos claros sobre el comienzo del problema, es fundamental comprender los factores que facilitan la aparición y mantenimiento de las alteraciones en el habla, en los primeros años, para poder determinar si el niño necesita tratamiento, y prevenirlo a tiempo antes de que el problema se cronifique. 1.3. Criterios diagnósticos del DSM IV-TR El Manual de Diagnóstico Internacional de Trastornos Mentales (DSM IV-TR) (APA, 2002), presenta una serie de criterios para el diagnóstico de la tartamudez que se resumen en el siguiente cuadro: Cuadro 1.1. Criterios diagnósticos para el tartamudeo según el DSM IV-TR (APA, 2002) A) Alteración de la fluidez y de la organización temporal normales del habla (inadecuadas para la edad del sujeto), caracterizada por ocurrencias frecuentes de uno o más de los siguientes fenómenos: 1. repeticiones de sonidos y sílabas 2. prolongaciones de sonidos 3. interjecciones 4. palabras fragmentadas (por ejemplo, pausas dentro de una palabra) 5. bloqueos audibles o silenciosos (pausas en el habla) 6. circunloquios (sustituciones de palabras para evitar palabras problemáticas) 7. palabras producidas con un exceso de tensión física 8. repeticiones de palabras monosilábicas (por ejemplo,“yo- yo- yo le veo”). B) La alteración de la fluidez interfiere el rendimiento académico o laboral o la comunicación social. C) Si hay un déficit sensorial o motor del habla, las deficiencias del habla son superiores a las habitualmente asociadas a estos problemas. 1.4. Desarrollo del tartamudeo 17
  • 18. Aunque pueden existir diferencias individuales, los errores en el habla también suelen variar a lo largo de la evolución del niño. A medida que el niño va desarrollándose con su problema las características de su forma de hablar también se van modificando. En la edad preescolar, son más frecuentes las repeticiones, la prolongación de sílabas y las pausas, mientras que los bloqueos y las manifestaciones de esfuerzo son más leves. Conforme el niño se va haciendo mayor pueden aparecer, además, otras conductas, como tensión muscular, movimientos asociados y una frecuencia más alta de bloqueos. Asimismo, la dificultad tiende a mantenerse con el tiempo de forma más constante, los períodos fluidos van siendo menos frecuentes y se van estabilizando los no fluidos. Otra diferencia que se observa a medida que el niño crece es el grado de conciencia que tiene del problema. A partir de los 6 años el niño puede empezar a ser consciente de su dificultad, aunque es más fácil que organice cognitivamente sus problemas a partir de los 8 años. A esta edad, el desarrollo cognitivo del niño le proporciona una capacidad de reflexión sobre su expresión y su conducta que no tenía antes. A partir de este momento pueden aparecer aspectos cognitivos, como una preparación anticipatoria del habla que reduce la espontaneidad al hablar, en función de la percepción que tiene de sus interrupciones (Bloodstein, 1995). Asimismo, se puede ir observando en el niño una mayor preocupación por el problema y una tendencia a evitar enfrentarse a situaciones comunicativas. La evitación de situaciones es selectiva, en el sentido de que unas circunstancias le generan tensión al hablar y otras no. Por ejemplo, hay algunas palabras y sonidos que el niño puede valorar como más difíciles que otros y no quiera pronunciarlos, e intente sustituir esas palabras o dar rodeos para no decirlos. De esta forma, al no enfrentar situaciones que le generan temor, el niño va aumentando el miedo a hablar ante momentos, temas, personas o determinadas palabras o sonidos. Por otra parte, la percepción de sus dificultades, con frecuencia, le puede generar vergüenza y malestar. Todo ello incidirá negativamente en su expresión al aparecer inseguridad y ansiedad cuando quiera hablar. Con este tipo de manifestaciones la alteración se va estableciendo y haciéndose más persistente y difícil de recuperar (Van Riper, 1982). Algunos autores presentan esta clara variabilidad en el desarrollo del tartamudeo describiendo fases diferenciadas en su evolución. Hay una tendencia general en los tartamudos, como grupo, a aumentar la frecuencia e intensidad de sus dificultades con la edad (Van Riper, 1982; Bloodstein, 1995). Bloodstein (1995) propone que el tartamudeo tiene un marco evolutivo. El planteamiento surge del estudio de 418 tartamudos, entre los 2 y los 16 años, que fueron atendidos en consulta. Después de examinar los diferentes síntomas, reacciones, adaptaciones y condiciones ante las que aparecía el tartamudeo, clasificó el problema en cuatro etapas diferenciadas. Establece para cada etapa una edad de aparición y se considera como un proceso continuo y gradual, en donde las etapas se ven como puntos de referencia de un continuo. 1. La primera fase corresponde al período de preescolar, entre los 2 y los 6 años, 18
  • 19. en el que destacan seis características que se pueden encontrar en la mayoría de los casos: a) La dificultad tiende a ser episódica. El problema se presenta durante semanas o meses entre los que hay períodos de habla normal. En esta fase hay un alto porcentaje de recuperación espontánea, en que los episodios de tartamudeo no vuelven a aparecer. b) El niño tartamudea más cuando está excitado o enfadado, cuando tiene mucho que decir, o en condiciones de mucha presión comunicativa. c) El síntoma dominante del habla es la repetición. La repetición simple es con frecuencia el único síntoma que se encuentra. Lo habitual es que se repitan las sílabas iniciales y a veces hay cierta tendencia a repetir palabras enteras. d) Hay una tendencia marcada a que el tartamudeo aparezca al principio de la oración. En algunos niños pequeños el tartamudeo se limita casi por completo a la primera palabra de la emisión. e) Los errores en el habla se dan en las palabras-función, pronombres, conjunciones, artículos y preposiciones. Suelen repetir la palabra completa. Se repiten con frecuencia palabras como “pero”, “y”, “que”, “yo” y “con”. f) En esta fase el niño no se muestra preocupado por sus dificultades del habla. Los niños de 2 y 3 años se muestran frustrados cuando tartamudean y no quieran hablar, lloran, o pueden decir “no puedo hablar”. Estas reacciones se dan en respuesta a una experiencia inmediata en la que se han tenido que hacer muchos esfuerzos para hablar. Son reacciones breves y puntuales, que no tienen relación con las reacciones de los niños tartamudos mayores de temor ante la comunicación. 2. La segunda fase del desarrollo del tartamudeo se manifiesta en las primeras etapas de la escolaridad primaria y viene marcada por: a) El trastorno es fundamentalmente crónico. Es decir, hay muy pocos períodos de habla normal, cuando aparecen. b) El autoconcepto del niño es de ser tartamudo. c) El tartamudeo se da más en las partes principales del discurso, nombres, verbos, adjetivos y adverbios. Hay menos tendencia a tartamudear en las palabras iniciales y las repeticiones de toda la palabra no son frecuentes. d) A pesar de que su autoconcepto sea el de tartamudo, el niño se muestra poco preocupado por sus dificultades de habla. No aparecen características como la anticipación del tartamudeo, las sustituciones, los circunloquios, evitación del habla o miedo a las palabras, sonidos y situaciones, los cuales 19
  • 20. son más propias del tartamudeo más avanzado. e) Parece ser que el tartamudeo aumenta cuando el niño está excitado o está hablando rápido. 3. La tercera fase abarca desde los 8 años en adelante. Esta etapa parece ser más común al final de la infancia y en la primera adolescencia. El tartamudeo en esta fase tiene las características típicas de: a) El tartamudeo aparece y desaparece en función de la situación específica en la que se encuentra la persona. Hay situaciones que se suelen considerar más difíciles que otras, como hablar ante toda la clase, hablar con extraños o usar el teléfono. b) También hay algunas palabras y sonidos que se consideran más difíciles que otros. c) Se comienzan a usar las sustituciones de palabras y circunloquios en respuesta a una frustración más que a un miedo real al tartamudeo. d) No se evitan apenas las situaciones en las que hay que hablar y no hay apenas muestras de temor o retraimiento. En esta etapa empieza a desarrollarse la anticipación al tartamudeo como algo muy consciente. También es característico que el tartamudo hable libremente en casi todas las situaciones a pesar de que la persona muestre completamente desarrollado el tartamudeo. También puede que muestre irritación como reacción ante las dificultades que tiene para hablar, más que vergüenza o ansiedad. 4. El final del desarrollo del tartamudeo, la cuarta fase, se puede ver en niños de más de 10 años o mayores, especialmente al final de la adolescencia y también en la edad adulta. Las características vienen marcadas por: a) Anticipaciones intensas y temor al tartamudeo. b) Se temen palabras, sonidos y situaciones. c) Sustituciones de palabras y circunloquios muy frecuentes. d) Evitación de situaciones de comunicación y aparición de otros indicadores de miedo y vergüenza. Estas reacciones pueden afectar a la capacidad del niño o del adolescente para establecer relaciones sociales espontáneas y puede provocar aislamiento del resto de la gente. e) El aspecto más distintivo de esta fase son las reacciones emocionales que empiezan a suponer un problema. Los chicos empiezan a ser conscientes de las reacciones que tienen los demás ante su modo de hablar, y 20
  • 21. comienzan a sentirse mal y a malinterpretar estas reacciones. Este tipo de descripciones ayudan a clarificar que el tartamudeo muestra diferentes características a lo largo de su desarrollo. Sin embargo, estas subdivisiones no se suelen utilizar de esta manera en la clínica. Cuando se va a realizar la evaluación o diagnóstico del problema es más útil describir el tartamudeo y detallar todos los factores que están influyendo. Siguiendo la explicación de las distintas fases evolutivas, parece claro que las faltas de fluidez aparecen en su forma más simple en el comienzo de la dificultad y que se van complicando en función de las influencias ambientales, de factores del desarrollo y psico- sociales. Ante esta perspectiva es evidente que cuanto antes podamos identificar los elementos que aumentan el riesgo de sufrir disfluencias a largo plazo y podamos desarrollar estrategias para solucionar el problema, más posibilidades tendremos de prevenir un problema de tartamudeo crónico. Además se sabe que el pronóstico de recuperaciones es mayor y puede alcanzar un 82% si el profesional proporciona orientaciones a los padres antes de que el niño tenga 5 años de edad. Sin embargo, esta proporción se reduce a un 37% si la evaluación del niño se realiza después de los 5 años. Otros autores refieren la importancia de evaluar al niño en el momento en que comienza el tartamudeo, como factor importante para la recuperación del trastorno. Se ha observado que los niños que superaron la dificultad fueron evaluados en una media de 4 meses después de haberse iniciado el problema, mientras que los que no se recuperaron habían sido evaluados en un promedio de 19 meses después de haber comenzado a tartamudear. Desde estos planteamientos el período de duración del tartamudeo es un factor negativo para desarrollar un problema crónico, con dificultades más severas, mientras que el tartamudeo tiene mejor pronóstico si se evalúa y se interviene de forma temprana (Starkweather y cols., 1990; Yairi, 1997). Cuadro 1.2. Pronóstico de recuperación • Es alto (82%), si se dan orientaciones a los padres antes de los 5 años • Más bajo (37%) si la evaluación es posterior a los 5 años • La dificultad del habla se recuperó antes cuando se evaluó 4 meses después de iniciado el tartamudeo • Los casos que no se recuperaron fueron evaluados 19 meses después de iniciado el tartamudeo 1.5. Incidencia y prevalencia 21
  • 22. Los datos sobre la incidencia de la tartamudez son dispares ya que los resultados de las investigaciones dependen de diversos factores. Por un lado, la selección de las edades en las que se realizan los estudios y por otro, la alta remisión espontánea del trastorno influye también en los criterios que se establezcan para el estudio de casos. El hecho de que el problema disminuya con la edad o la inclusión de aquellas alteraciones del habla de aparición muy temprana, influirá en que la incidencia varíe. Así los datos que inciden en la población diferirán si se contabilizan problemas estables o transitorios. Por tanto, la incidencia en la población considera si una persona ha sido o no diagnosticada como tartamuda en algún momento a lo largo de la vida. Mientras que la prevalencia en la población considera la frecuencia con que el problema prevalece en una persona o continúa a lo largo del tiempo. De esta forma en el caso de la tartamudez en los niños la incidencia será mayor que la prevalencia. La prevalencia del tartamudeo en la población escolar de las sociedades occidentales es aproximadamente el 1% (APA, 2000) y parece ser algo mas alta en países europeos que en Estados Unidos (Bloodstein, 1995). La incidencia de aquellos que han tartamudeado alguna vez a lo largo de la vida, es claramente más alta, en torno a un 4% o 5% y posiblemente, si se tienen en cuenta los episodios que ocurren en la primera infancia y que desaparecen en un período de tiempo, esta incidencia sería aún mayor. La prevalencia de estos problemas en la población infantil es mayor en la edad preescolar, siendo el riesgo más alto entre los 2 años y medio y los 4 años (Inghram, 1984). Los datos de los estudios indican resultados desiguales, ya que como hemos visto, dependen del criterio, el momento en que se realice el estudio, la gran variabilidad y la alta remisión espontánea del trastorno. Algunas investigaciones exhaustivas en la población escolar indican la prevalencia entre un 3% y un 4,5% (Andrews y Harris, 1964). Este estudio contabilizó niños hasta la edad de 13 años, que habían sufrido problemas de fluidez durante al menos 6 meses. El mayor riesgo para tartamudear se encontraba entre los 3 y los 4 años en el 50% de los casos bajando a un 25% en las edades de 5 y 6 años (Andrews y Harris, 1964). Por otro lado la Sociedad Americana de Tartamudez sitúa en un 2,3% la incidencia del tartamudeo en la población general. No existen datos de la incidencia en nuestro país, que conozcamos, excepto un estudio epidemiológico realizado en Madrid, con una muestra de 2.352 escolares de primaria. En esta investigación la incidencia de la tartamudez era de un 1,49%, cifra inferior a los aportados por los estudios anteriores. De la muestra se obtuvieron 34 tartamudos, los cuales se distribuyeron fundamentalmente en la primera etapa escolar, 25 niños, que tenían menos de 10 años. De estos niños la mayoría de ellos eran varones (20 niños) y solamente aparecían 5 niñas. El resto del grupo, de 9 niños, pertenecía a la segunda etapa escolar y 8 de ellos eran niños frente a una sola niña (Santacreu y Fdez- Zúñiga, 1991). 1.6. Factores de género 22
  • 23. Los estudios sobre la tartamudez reflejan una constante en la presentación del problema y es que la dificultad aparece con mayor frecuencia en niños que en niñas, con una proporción de 4 a 1, siendo este porcentaje mayor cuando la edad aumenta. Parece que el problema se presenta con una frecuencia similar en ambos sexos en la edad preescolar y alrededor de los tres años. Sin embargo, a medida que la edad de los niños avanza, la frecuencia es mayor en los niños, lo cual parece que tiene relación con que en las niñas el problema remite a una edad más temprana y de forma más rápida que en los niños (Yairi, 1997). Estas diferencias entre sexos se han atribuido a diferentes factores. Se plantea que el sistema nervioso central de las niñas madura a una edad más temprana que los niños y que, generalmente, el desarrollo del habla y del lenguaje también se produce a edades anteriores en ellas. Asimismo, se ha hecho referencia a posibles diferencias, en las distintas actitudes educativas y expectativas de los padres hacia los niños que hacia las niñas, lo cual puede ser un factor que influya en el aprendizaje del trastorno (Bloodstein, 1995). 1.7. Historia familiar Por otra parte, existen multitud de datos sobre la presencia del problema dentro de una misma familia. Se ha planteado que la ocurrencia del tartamudeo es tres veces más alto en las familias de los tartamudos que en la población general. Las diferencias encontradas entre familias con padres tartamudos y no tartamudos respecto a los hijos tartamudos eras significativas, en el sentido que los padres parecían predisponer a la tartamudez (Andrews y Harris, 1964). Muchos datos sobre la incidencia de la tartamudez indican que, en algún grado, la herencia biológica puede jugar un papel importante en la etiología del tartamudeo, como muestra el hecho de que el problema se presente en un 50% de los familiares de los tartamudos o que exista una alta concordancia de la tartamudez en gemelos (Andrews, 1984). 1.8. Factores ambientales y estrés Otros aspectos que se han valorado en la aparición del problema son los referidos al ambiente, puesto que hay datos de que el trastorno varía de unas culturas a otras. En aquellas culturas donde el número de tartamudos es más alto, parece que una de sus características es mantener una elevada competitividad y mayor presión ambiental (Bloodstein, 1995). Aunque este aspecto aún no está claro y no se ha precisado qué tipo de presión ambiental es la que está relacionada con el tartamudeo. Se ha planteado como factor la exigencia que suelen ejercer los padres sobre el niño para que hable fluido o una 23
  • 24. exigencia específica, lingüística, para requerir un lenguaje más elaborado. Igualmente pudiera relacionarse con una elevada presión sobre la conducta o unas demandas excesivas hacia el niño que se encuentran por encima de sus capacidades en ese momento (Starkweather y Gottwald, 1990). En la literatura se cita frecuentemente como el niño tartamudea más cuando está excitado o nervioso y los padres también lo reflejan en sus descripciones del problema. Con respecto a este tema se ha planteado que en el ambiente del niño existan, probablemente, diferentes circunstancias que alteren su fluidez. Las reacciones del niño ante algunas situaciones pueden provocarle estrés, aumentando su excitación o tensión. La tensión le hace hablar más rápido, coordinar peor sus movimientos y en consecuencia aumentar sus disfluencias. Las situaciones del ambiente del niño que pueden alterar su habla son muy variadas. Una de las más frecuentes son las respuestas de los demás hacia sus dificultades. Aspectos como llamarle la atención, desviar la mirada o decirle que hable más despacio son factores que pueden incrementar sus errores. Otro tipo de influencias negativas hacia la fluidez es el lenguaje de los interlocutores. En la interacción con el niño se puede reducir su lenguaje espontáneo si se le hacen muchas preguntas, lo cual aumenta la presión comunicativa y las probabilidades de disfluencias. Asimismo, también es inadecuado interrumpirle, corregir sus faltas de pronunciación o expresión. Con respecto al lenguaje que utiliza el adulto, éste puede usar unos términos o una estructuración compleja para el desarrollo lingüístico del niño. En este caso el niño tiende a imitar el lenguaje de los padres, lo cual aumenta su exigencia hacia el lenguaje, el habla y la fluidez. Dentro del ambiente familiar se pueden presentar situaciones con el resto de la familia, como tener que competir por el turno de palabra o presentar competencia entre los hermanos. También se han planteado como aspectos importantes las altas expectativas de los padres hacia el habla del niño o hacia su conducta, y formas inadecuadas de plantear la disciplina. Además de estos factores ambientales también se han descrito otras circunstancias que se refieren a elementos negativos que se encuentran en el mismo niño y que pueden alterar su fluidez. En la clínica los padres observan con frecuencia que las disfluencias pueden presentarse con mayor intensidad cuando el niño está cansado o enfermo. Igualmente, si el niño muestra aspectos emocionales como estar enfadado, ansioso o tiene prisa por comunicarse, su habla perderá fluidez. De la misma forma cuando quiera demostrar una determinada ejecución o suscitar interés delante de otros será difícil mantenerse fluido. La excitación, la prisa o la presión son factores importantes para alterar la fluidez. En esos momentos la expresión se produce más rápido y con esfuerzo, lo cual dificulta la adecuada planificación y coordinación de movimientos. Además a nivel cognitivo la capacidad de encontrar las palabras y de formular frases también disminuye. Finalmente, en cuanto a los generadores de tensión de tipo lingüísticos, hay que contar con el tipo de lenguaje que el propio niño esté utilizando y que sea excesivamente complejo para él (Starkweather, 1987). 24
  • 25. Por tanto, la delimitación de estos componentes de estrés en el ambiente que rodea al niño y sus características, plantean claramente la necesidad de abordar estos factores en la intervención, para aminorar, en la medida de lo posible, los disrruptores de la fluidez del habla en el niño. En la introducción se ha intentado caracterizar el problema de la tartamudez en los niños. Se plantea que sus dificultades aparecen fundamentalmente en la fluidez del habla, con la presencia de repeticiones, prolongaciones y bloqueos que el niño produce. Asimismo, las disfluencias no se dan de forma aislada sino que paralelamente a ellas pueden surgir una serie de signos de tensión y esfuerzo al hablar. Igualmente el niño puede mostrar movimientos asociados junto a los bloqueos pero también junto a otras disfluencias. Estas manifestaciones no se presentan en todos los momentos en que el niño habla; en ocasiones aparecen y en otras no. Las disfluencias en el habla se relacionan con determinadas situaciones, personas o temas que pueden ser más difíciles para el niño. El problema se inicia entre los 2 y los 5 años, aunque es alrededor de los 2 años y medio cuando se observa con mayor frecuencia. La incidencia es de aproximadamente un 1% en la población mientras que la prevalencia es más alta, situándose alrededor de un 4% de la población escolar. Asimismo se ha visto que el problema se presenta más a menudo en los varones, con una proporción de 4 niños por una niña. Igualmente se ha comprobado la alta incidencia familiar del trastorno, ocurriendo con mayor frecuencia en los miembros varones de una misma familia. La dificultad no se da de la misma forma en todas las edades.Tiene una clara tendencia a variar a lo largo de los años. En un comienzo las disfluencias consisten en repeticiones de sonidos o particiones de palabras y hay pocos signos de esfuerzo. Además, es habitual que la dificultad fluctúe en el tiempo. En los primeros años, es usual que el problema se dé por temporadas, semanas o meses, mientras que en otros momentos la dificultad desaparece y el niño habla fluido. A medida que va pasando el tiempo los errores van siendo más frecuentes y se van haciendo más graves. Aparecen movimientos asociados al habla, conciencia del problema y una tendencia a evitar determinadas situaciones difíciles para el tartamudo. Se han estudiado diferentes factores que afectan al problema de la tartamudez, desde aspectos del ambiente que rodea al niño, como situaciones de estrés, a las características del mismo niño que aumenten las posibilidades de sus disfluencias al hablar. La naturaleza evolutiva del trastorno y la presencia de factores que aumentan y disminuyen el tartamudeo, hace evidente la necesidad de intervenir lo más temprano posible y determinar los aspectos influyentes en la fluidez (ambientales, lingüísticos, motores, sociales, etc.), para poder prevenir la tartamudez en la infancia. 25
  • 26. Caso clínico Información facilitada por los padres Pablo tiene 8 años y los padres acuden a consulta para realizar una evaluación de las dificultades de fluidez que presenta. Él es el mayor y tiene dos hermanos menores, uno de 5 y otro de 2 años. El embarazo y el parto fueron normales. A los 3 años el niño comienza a manifestar disfluencias en el habla, (repeticiones generalmente al comienzo de la palabra y ocasionalmente con esfuerzo). La familia relaciona el hecho con el nacimiento del hermano segundo y una época de muchos cambios (cambio de vivienda) para el niño. A partir de ahí la evolución fue irregular, presentando períodos cortos en los que dejaba de tartamudear y períodos disfluentes. Los padres consultan con el pediatra que les indica esperar hasta que el niño sea mayor y el problema remita. Los padres cuando observaban estas dificultades le indicaban que se tranquilizara y tomara aire, porque les parecía que, en ocasiones, le “faltaba aire”. A los 4 años observan que el problema se va acentuando y haciéndose mas continuado. Además aparece esfuerzo al hablar, por lo que deciden consultar con un profesional. La logopeda advierte a los padres de que puede afianzarse un problema de tartamudez y les da orientaciones para que no reaccionen ante las disfluencias del niño. En esta primera etapa, después de una sesión de orientación, no se proporciona tratamiento al niño hasta ver su evolución. En los meses sucesivos el problema no remite, apareciendo movimientos asociados en la cara especialmente. La preocupación de los padres va en aumento y deciden volver a consultar. Con 6 años acuden a otro logopeda que realiza tratamiento con el niño por medio de entrenamiento en técnicas de respiración, un patrón de habla silábico y un método de relajación general. La intervención dura 10 meses. Los padres deciden no continuar porque no ven avances fuera, en casa o con amigos, aunque el logopeda refería mejoría y control del habla en la sesión. En el habla observan que repite y se bloquea. Aparecen movimientos asociados. Las disfluencias son más evidentes cuando está nervioso, tiene mucho interés en contar algo o no consigue lo que quiere. En estas ocasiones suele hablar más deprisa. Si en casa le apremian para que haga algo o se enfrenta a situaciones nuevas, notan que aumentan sus dificultades. Por el contrario, con sus hermanos pequeños y cuando habla solo jugando, las dificultades del habla son escasas. Los padres han observado que el niño se retrae de hablar cuando hay personas no conocidas y para hablar por teléfono. El chico es consciente de sus dificultades, en ocasiones ha preguntado que “por qué le ocurre esto” y quiere recibir ayuda para solucionarlo. Existen antecedentes familiares de tartamudez en un tío del niño, hermano del padre y de retraso en el desarrollo de lenguaje en el padre y un primo. No hay antecedentes médicos de interés. Con respecto al desarrollo del lenguaje no se retrasó en las primeras palabras ni posteriormente. Su expresión ha sido poco clara pero ahora es normal. En el desarrollo motor es un niño ágil, con habilidades para el deporte. Los hábitos de autonomía y las pautas básicas de aseo y vestido, las tiene bien adquiridas. En cuanto al sueño, tarda en conciliarlo porque dice tener miedo y requiere que un adulto le acompañe. A nivel emocional, protesta con frecuencia y llora por cosas sin importancia. Llama la atención con conductas infantiles y se queja de más atención de los padres al hermano que le sigue. En casa es inquieto, perfeccionista, tiene una baja tolerancia a la frustración. Está escolarizado en 3º de Primaria, en el mismo centro donde cursó Educación Infantil. Está bien adaptado, se lleva bien con sus compañeros y tiene amigos. Su rendimiento escolar es adecuado. La profesora comenta que es participativo y que colabora en todo, aunque durante las clases se muestra distraído a veces. En ocasiones evita leer en voz alta. En clase la profesora también ha notado sus dificultades de habla, especialmente cuando le pregunta algo o discute con algún compañero. En la relación social con otros niños es selectivo y prefiere relacionarse con un 26
  • 27. grupo reducido. Con los hermanos y primos se lleva bien, especialmente con el menor. Los padres muestran un nivel alto de ansiedad con respecto al problema, especialmente el padre. El padre comenta que él es muy exigente con el niño. Ambos están muy pendientes del lenguaje, del habla y de su conducta, observándole con frecuencia. Saben que no tienen que llamarle la atención sobre sus dificultades, pero le suelen dar recomendaciones, ya que creen que le ayuda cuando habla más lento.Tienden a anticiparse negativamente y en ocasiones establecen un trato especial, en la aplicación de la disciplina, con respecto al resto de los hermanos, por temor a que aumenten las dificultades de habla. Preguntas de autoevaluación 1. ¿Las disfluencias normales son diferentes al tartamudeo? a) No se diferencian. ☐ b) Con el paso del tiempo se van diferenciando. ☐ c) Se diferencian en el tipo de alteraciones que muestra el niño. ☐ d) Se pueden dar simultáneamente en cualquier niño normal. ☐ e) No hay disfluencias normales. ☐ 2. ¿La frecuencia de las disfluencias es un factor importante para definir el tartamudeo? a) Es un aspecto fundamental en la caracterización del problema. ☐ b) Solamente indica que el niño habla más deprisa. ☐ c) No hay relación con el tartamudeo. ☐ d) La frecuencia no influye en que el niño tartamudee. ☐ e) La frecuencia de disfluencias puede ser alta y no notarse en el habla. ☐ 3. ¿Los movimientos asociados son característicos del tartamudeo? a) Son frecuentes en los niños normales. ☐ b) No tienen nada que ver con las disfluencias. ☐ c) Son movimientos de inquietud motora mientras se habla. ☐ d) Son conductas de distracción del tartamudo. ☐ e) Si son característicos de la tensión del tartamudo al hablar. ☐ 4. ¿El tartamudeo en las primeras etapas del desarrollo puede desaparecer? a) Cuando aparece ya no se corrige. ☐ b) Hay un alto porcentaje de casos que desaparece sin intervención profesional. ☐ c) Siempre desaparece y no se vuelve a presentar nunca. ☐ d) El tartamudeo aparece durante un año y luego el niño vuelve a hablar fluido. ☐ e) El niño en las primeras etapas tartamudea siempre y es necesario intervenir. ☐ 27
  • 28. 28
  • 29. 2 Etiología de la tartamudez 2.1. Introducción El origen de la tartamudez es desconocido y las teorías etiológicas constituyen un área difícil porque ninguna de ellas cumple el objetivo de explicar el trastorno. Muchas se basan en observaciones parciales y no se cuenta, actualmente, con una visión global del problema. Por otro lado, la gran variedad de terapias de la tartamudez implica también la aplicación de diferentes perspectivas teóricas sobre la dificultad, con la consiguiente falta de seguridad que aportan para el tratamiento. Las explicaciones teóricas sobre la tartamudez han fluctuado a lo largo de los años, en función de las tendencias de la ciencia en cada momento histórico, y han oscilado desde planteamientos filosóficos hacia modelos más orientados a problemas orgánicos. En los años treinta las propuestas teóricas predominantes defendían un origen orgánico del trastorno, de tipo neurofisiológico. Después de los años cuarenta y hasta los sesenta empezaron a tomar auge las explicaciones psicosociales, por influencia de las teorías psicoanalíticas y de la teoría del aprendizaje, de los conductistas. En estos años se traslada el foco de atención de los aspectos orgánicos para insistir en la importancia del medio y de la interacción con el hablante, así como en la aparición del trastorno como resultado de experiencias de aprendizaje temprano. En la siguiente década y principios de los setenta vuelven de nuevo las explicaciones neurofisiológicas, decayendo las psicosociales y dando paso al mismo tiempo a las interpretaciones psicolingüísticas de la tartamudez. Actualmente no parece predominar ninguna corriente específicamente, aunque se ha vuelto a trabajar en las hipótesis neurológicas con las nuevas técnicas de imagen estructural y funcional del cerebro. 2.2. Teorías neurofisiológicas Las teorías neurofisiológicas se basan en los resultados de investigaciones sobre diferentes aspectos del sistema nervioso central. En un principio se relacionó la tartamudez con la existencia de alteraciones cerebrales. 29
  • 30. Una primera teoría y más conocida fue la de la dominancia cerebral. Se planteó que la aparición de disfluencias en el niño, que está aprendiendo a hablar, dependía de la falta de una dominancia cerebral establecida para el lenguaje. Se argumentó que los órganos fonoarticuladores, la lengua, mandíbula, laringe, etc. recibían en sus dos partes, derecha e izquierda, los impulsos motores de diferentes zonas de ambos hemisferios. La sincronización de estos impulsos provenientes de dos vías produciría un habla fluida y suave, sin distorsiones. Los investigadores atribuyeron la adecuada sincronización a que uno de los hemisferios era el dominante en los impulsos nerviosos. Pero, si no se producía la suficiente dominancia de uno de los hemisferios, las acciones de las dos mitades de la musculatura del habla no se sincronizarían y aparecería una tendencia a la ruptura del habla. Esta división podría crear retrasos en los tiempos de procesamiento de las estructuras del habla y producir una programación anormal de la misma. En el cerebro del tartamudo, al no estar lateralizado, los mensajes de ambos hemisferios entrarían en competición y crearían la disrrupción. La dominancia del hemisferio izquierdo del lenguaje implicaría que está más especializado en la adquisición y procesamiento del lenguaje que el hemisferio derecho y la dominancia derecha podría influir negativamente en el desarrollo de las capacidades lingüísticas. No se sabe cómo el lenguaje llega a residir principalmente en un hemisferio, pero parece que la lateralización del lenguaje se produce en torno a los ocho años. Se argumenta que si posteriormente los niños continúan tartamudeando, es consecuencia de que la lateralización cerebral del lenguaje sigue siendo incompleta (Travis, 1931). Como la dominancia manual hace referencia a la lateralización del lenguaje, también se ha estudiado ampliamente la dominancia manual y el tartamudeo. Los resultados de los estudios no son claros. Se han dado estimaciones muy variables, de zurdos tartamudos desde el 2% al 21% y de los ambidiestros del 61%. La investigación sobre lateralidad no ha conseguido demostrar que los tartamudos se diferencien por ser zurdos o ambidiestros, como se creía. En relación con estas teorías se planteó, como terapia para los niños zurdos tartamudos, entrenarles en que usaran la mano derecha para que redujeran su dominancia lateral y trabajaran su hemisferio izquierdo. Sin embargo, a los niños que se les ha cambiado su dominancia manual no tartamudean y el tratamiento para los tartamudos tampoco obtuvo los resultados esperados. Además de las discrepancias que se planteaban en los resultados, la teoría fue perdiendo interés. Posteriormente, se realizaron estudios sistemáticos con registros electroencefalográficos del funcionamiento cerebral de los tartamudos. Estas investigaciones pusieron de manifiesto diferencias en el procesamiento interhemisférico, en concreto, diferencias en la asimetría del ritmo alfa entre tartamudos y no tartamudos. Para llegar a determinar si esta lateralización era o no la misma que presentaban los no tartamudos se utilizaron diferentes técnicas como cuestionarios, escucha dicótica, registros electroencefalográficos, pruebas con barbitúricos (Wada), etc. Con respecto a la escucha dicótica es una técnica que consiste en la manipulación 30
  • 31. sistemática de los parámetros acústicos de un estímulo auditivo. Cuando presentan diferentes estímulos auditivos en ambos oídos, los oyentes afirman oír el estímulo dado por uno sólo, el dominante, aunque a nivel central se reciban las señales acústicas en ambos hemisferios. Diferentes experimentos han dejado constancia de que estímulos como palabras o números se reciben más fielmente por el oído derecho que por el oído izquierdo (Bloodstein, 1995). 2.2.1. Retroalimentación auditiva Con respecto a la audición también se ha estudiado el resultado que se observa en el habla con la Retroalimentación Auditiva Demorada (RAD) (Lee, 1951). Este efecto se produce cuando se retrasa unos milisegundos, a través de unos auriculares, la percepción del habla del propio sujeto. Este retraso produce en los hablantes normales un aumento de los errores de la fluidez, repeticiones de sílabas, omisiones de sonidos y alteraciones de la entonación. Al percibir estas consecuencias en personas que nunca habían padecido un problema de tartamudez, se pensó que se había descubierto la clave del tartamudeo y que los tartamudos presentaban una alteración en el sistema de retroalimentación auditiva, que era la causa de sus dificultades. Por otra parte, la aplicación de este mismo fenómeno de la RAD en los tartamudos produce la aparición de disfluencias o un aumento de las mismas. Para que la persona pueda adaptarse a este efecto y conseguir hablar fluidamente, tiene que disminuir la velocidad del habla y alargar los sonidos. El resultado de adaptación que realiza el hablante se ha utilizado como técnica terapéutica en la tartamudez. La aplicación de un aparato que retrasa la percepción del habla del sujeto consigue que se disminuyan los errores de fluidez. La base teórica de la RAD, que explica el tartamudeo como una alteración del la retroalimentación auditiva, no ofrece una explicación al hecho de la remisión espontánea que se da en muchos casos, ni a las amplias fluctuaciones, de frecuencia e intensidad, que se producen de una situación a otra en el habla en una misma persona (Ham, 1990; Santacreu y Fdez-Zúñiga, 1991). 2.2.2. Control motor Posteriormente también se ha relacionado el trastorno con dificultades en el control motor. Se parte de que el habla se produce por un proceso motor que tiene su origen en el sistema nervioso central. Éste controla la respiración, la articulación y los movimientos de la laringe, en función de la retroalimentación auditiva y propioceptiva que recibe. La programación y coordinación de todos estos sistemas se produce en el cerebro y sin esa 31
  • 32. intervención no se daría el habla ni el tartamudeo. Es evidente que la producción espontánea del habla implica una gran complejidad, ya que supone la utilización de un gran número de músculos y la intervención de multitud de aspectos neuronales para producir siete sílabas por segundo. Se pensó en la posibilidad de que en el tartamudeo estuviese subyaciendo un sistema motor algo limitado. Hay datos dispares sobre estas posibles dificultades. Se ha observado en los tartamudos que cuando hablan fluidamente, son más lentos en comenzar a hablar; el proceso de alcanzar velocidad es más lento y hay asincronía entre los articuladores. Diferentes estudios han advertido de problemas en la articulación y la coarticulación. Parece que algunos subsistemas motores del habla en los tartamudos presentan una eficiencia y una estabilidad reducidas o no interactúan adecuadamente. Se plantea que estas características del sistema motor del habla pueden ser un factor de riesgo para tartamudear. Además, parece que estas limitaciones motoras no se circunscriben a su sistema de habla, sino que también se ha visto en los tiempos de reacción manual, que son más largos que en los niños fluidos. Asimismo, se han realizado estudios con medidas del tiempo de reacción vocal para ver la eficiencia de la laringe. Los resultados de un gran número de estudios coinciden en que los tartamudos tienen un tiempo de reacción vocal mayor que los hablantes normales. Y en los niños también aparecen estas diferencias en los tiempos de reacción vocal entre los no fluidos y su grupo control. Por otra parte, también se ha planteado la posibilidad de que la falta de fluidez estuviera relacionada con la forma de vocalizar de los tartamudos, con algún tipo de alteración en el mecanismo vocal. En estos casos, el tartamudeo ocurriría al aparecer una contracción inadecuada y excesiva en los músculos laríngeos, relacionándose esta elevada tensión, con estrés psicológico (Wingate, 1976). Starkweather (1987) también insiste en una dificultad en el control motor del habla en los niños tartamudos. Plantea que las disfluencias aparecen más a menudo en las sílabas tónicas, en las palabras infrecuentes y en el comienzo de las frases. Aunque no descarta el papel de la lingüística, afirma que en esos momentos las demandas sobre el control motor del habla son mayores, es decir, en estos puntos el mecanismo del habla tiene que moverse más rápidamente y de forma más precisa. El control motor para la fluidez tiene que ver con la velocidad con que el niño emite sílabas. Esta velocidad depende por un lado de que el niño reaccione rápidamente a estímulos externos e internos (tiempo de reacción), realice movimientos a gran velocidad y traspaso coarticulatorio. Que el movimiento se produzca sin obstáculos depende de que los músculos estén relajados y los movimientos se sincronicen adecuadamente. Así, aquellas situaciones que el tartamudo considera difíciles requieren unas demandas excesivas, que pueden generar factores emocionales, como el temor o la inseguridad, que se pueden reflejar en dificultades en el control motor del habla. También se ha explicado en términos motores el hecho de que el tartamudeo aumente cuando el hablante está ansioso o excitado. Se ha planteado que para que los movimientos se realicen con la suavidad y la velocidad adecuada es necesario un tono 32
  • 33. muscular base, el cual puede estar afectado, entre otros aspectos, por el estado emocional del tartamudo. La seguridad y relajación con que se realiza un movimiento afecta a la precisión del mismo. Sin embargo, se ha argumentado que las alteraciones observadas pueden ser el resultado del tartamudeo, más que su causa. Las posibles diferencias en los tiempos de reacción de la voz, la actividad inusual y otras medidas de la función motora del habla pueden ser el resultado del esfuerzo que realiza el tartamudo con su dificultad. Con respecto a la intervención ante una posible alteración motora, como un factor de riesgo para que aparezca el tartamudeo, es evidente que el tratamiento para su mejora consiste en el control motor del habla. Algunos autores proponen programas de intervención diseñados para mejorar la planificación motora de la producción del habla en niños que tartamudean, entrenándoles en producir conjuntos de sílabas con una vocalización precisa, un flujo de aire suave, una secuenciación adecuada y una velocidad apropiada para la edad (Riley y Riley, 1985; 1999). Otros programas plantean modelar la fluidez por medio de lentificar la tasa articulatoria y simplificar los movimientos fonatorios para facilitar la coordinación del habla y la fluidez. Por medio de aproximaciones sucesivas se enseña al niño a producir un habla fluida a una velocidad normal. También se utiliza el comienzo fácil y la fonación continua, que se practican a una velocidad lenta en varios contextos. Con la utilización de estas técnicas se debe mantener la prosodia normal (Starkweather, 1987). En relación con estas teorías orgánicas, recientemente se han vuelto a retomar estudios con base neurofisiológica, utilizando los nuevos métodos de neuroimagen cerebral. Estas nuevas técnicas se combinan con estudios conductuales (cuando el tartamudo está realizando alguna tarea o respondiendo a un determinado estímulo) y están proporcionando información sobre el funcionamiento de determinadas áreas cerebrales durante el lenguaje y el habla en los tartamudos. A través de diferentes métodos como la resonancia magnética (RM), tomografía computerizada (TC), tomografía de emisión de positrones (PET), etc. se han estudiado las imágenes estructurales cerebrales de los tartamudos adultos. Los resultados obtenidos en los sujetos examinados no parecen estar en relación con anomalías estructurales del cerebro o si existen son muy sutiles. Tampoco aparecen lesiones cerebrales ni signos de enfermedad degenerativa. La mayoría de los tartamudos muestran algún grado de alteración en el funcionamiento cerebral utilizando procedimientos electrofisiológicos y metabólicos. Estas alteraciones del funcionamiento cerebral son multifocales e implican regiones corticales, clásicamente asociadas al lenguaje y a áreas motoras. Las anomalías aparecen en los estudios de imagen con el cerebro en reposo y se relacionan con déficits en el funcionamiento del lenguaje y del control motor del habla (Watson y Freeman, 1997). En resumen, después de las diferentes investigaciones y modelos propuestos no se ha encontrado una causa única para el tartamudeo. No se puede olvidar que es el cerebro el que controla la lateralidad del lenguaje, los tiempos de reacción de la laringe, el tiempo de comienzo de la voz, etc. y es lógico que se pretenda delimitar el papel del cerebro en 33
  • 34. el tartamudeo. Sin embargo, las investigaciones en este campo no han aportado pruebas concluyentes en las que los tartamudos se puedan diferenciar de los no tartamudos. 2.2.3. Genética La alta incidencia familiar de problemas de tartamudez y mayor proporción encontrada en los varones ha influido en la búsqueda de un factor genético en la tartamudez. Esta hipótesis, de una base genética del trastorno, partió del ámbito médico y ha sido muy estudiada y discutida. Uno de los estudios mas amplios con un gran número de familias es el que se realizó Kidd (1984) durante una década. Los resultados mostraban que el problema aparece con una frecuencia tres veces mayor que en la población general, lo que sugiere la presencia de una vulnerabilidad heredada a tener el trastorno. Con respecto al sexo hay menos mujeres que tartamudean, aunque los datos indican que las mujeres tartamudas tienen más familiares tartamudos que los hombres. Esto puede indicar que las mujeres son más resistentes a la susceptibilidad heredada a tartamudear. Sin embargo, parece que ellas son las que aportan esa susceptibilidad genética a tartamudear. Para hombres que tartamudean, el riesgo de tener un hijo que tartamudea es de un 22% y de tener una hija es de un 9,0%. Para las mujeres que tartamudean, el riesgo de tener un hijo que tartamudea es del 36% y de tener una hija que tartamudea del 17%. Asimismo se ha encontrado un porcentaje más alto de hombres que tartamudean, en un 21%, frente a una proporción de mujeres de un 5% (Kidd, 1984; Andrews y Harris, 1964). Se ha planteado que esta diferencia entre los sexos no se deba a una predisposición diferente a tartamudear, sino que la diferencia estaría en la predisposición a recuperarse del problema a una edad temprana. En concreto se argumenta que las niñas se recuperan antes, por un desarrollo más temprano de las habilidades metalingüísticas (Andrews, 1984). En estudios con gemelos se ha encontrado que en los monocigóticos, cuando uno tartamudea, la probabilidad de que el otro hermano también los haga es de un 77%, mientras que esta proporción disminuye a un 17% cuando son sólo hermanos (Andrews, 1984). Sin embargo, en estudios realizados con gemelos educados separadamente los resultados difieren. En los grupos de gemelos, cuando se daba tartamudez no afectaba a ambos, por lo que hay que contar con la influencia de factores ambientales en el problema, los cuales probablemente no incidan tanto en la etiología como en el mantenimiento de la alteración. Si se eliminan estos factores las tasas de concordancia entre monocigóticos disminuyen (Bloodstein, 1995). Parece que no hay dudas de que la genética juega un papel en el desarrollo del tartamudeo. Ahora bien, con los datos que se cuenta sobre la tartamudez no se puede considerar un trastorno de transmisión genética, ya que se desconoce cuál es el papel que cumple la genética y sólo sabemos que su adquisición puede estar relacionada con 34
  • 35. factores de predisposición. Sin embargo, se tienen algunas estimaciones del riesgo, por tanto, es necesario detectar el inicio del tartamudeo en niños que tienen riesgo de padecerlo y valorar a aquellos que no lo presentan. 2.3. Teorías psicológicas 2.3.1. Teorías psicoanalíticas Dentro de las teorías psicológicas se encuentran las explicaciones psicoanalíticas al trastorno. Se propone que los tartamudos tienen unas características de personalidad diferentes a las de los hablantes normales y que el tartamudeo es un síntoma neurótico de un conflicto psicológico subyacente. Este síntoma es la expresión de un conflicto inconsciente entre impulsos inmaduros de la persona y sus defensas socializadas contra esos impulsos. Desde esta perspectiva, el tartamudo libera la tensión y la ansiedad asociada con un conflicto inconsciente a través del tartamudeo. Actualmente el interés en la bibliografía y en la clínica por este tipo de teorías es escaso. En general se han tratado de verificar estos planteamientos a través de diferentes estudios sobre la personalidad del tartamudo, intentando comprobar diferencias en las características psicológicas de los mismos. Numerosos estudios, utilizando diferentes instrumentos (Rorschach, MMPI, TAT, etc.), no encontraron un patrón de personalidad común a los tartamudos, diferente a los no tartamudos, y no los encontraron alterados emocionalmente o más neuróticos que los que no presentaban dificultades de habla (para una revisión véase Bloodstein, 1995). Estas conclusiones no niegan la existencia de posibles conflictos emocionales en el tartamudo, como altos niveles de ansiedad o problemas de ajuste social, los cuales se interpretan más como consecuencia del tartamudeo que como una causa, teniendo en cuenta que pueden aparecer comportamientos asociados a sus dificultades comunicativas. Por otro lado, el tratamiento para estos conflictos se ha basado en proporcionar al tartamudo psicoanálisis u otro tipo de psicoterapia para solucionar sus problemas. Sin embargo, esta intervención terapéutica no ha sido efectiva para modificar la conducta del tartamudeo. 2.3.2. Teorías psicosociales A) Teoría diagnosogénica 35
  • 36. Esta teoría postula que el tartamudeo se desarrolla tras la diagnosis, o etiquetado del tartamudo. Se plantea que los padres, ante las disfluencias normales de su hijo, podían exigir excesivamente al niño que hablara fluido y mostrarse afectados o tener reacciones negativas ante sus errores. Durante la etapa en la que el niño produce disfluencias normales, los padres las califican de tartamudez, por lo que debe ser corregida, produciendo al niño ansiedad y más dificultades. Según esta teoría, las actitudes de los padres pueden actuar como refuerzo de la conducta y provocar un aumento de la frecuencia de los errores en el habla, y favorecer así el comienzo del problema. En definitiva, el tartamudeo surgiría como reacción a esas disfluencias normales que suele presentar el niño en las primeras etapas del desarrollo del lenguaje (Johnson, 1959). Desde este punto de vista también se han estudiado las actitudes de los padres de los niños tartamudos al considerar que mostraban con sus hijos una actitud más ansiosa y perfeccionista y con un nivel de exigencia hacia el habla inadecuada. Diversos estudios posteriores se han centrado en valorar si los padres de niños tartamudos tienen unas características especiales y diferentes a los niños que no tartamudean. Se ha planteado que tuvieran una actitud más exigente, autoritaria y ansiosa, pero en los resultados de los estudios no se ha podido demostrar. También se debe tener presente que la idea de los padres de niños tartamudos como más dominantes y exigentes tampoco es consistente con la observación clínica, que muestra que hay muchas excepciones (Bloodstein, 1995). Aunque esta teoría no explica el origen de la falta de fluidez del niño, ni la gran variabilidad del problema, sí ha influido decisivamente en las estrategias de intervención posteriores, sobre el control de las consecuencias que tiene las reacciones del interlocutor. El suprimir toda llamada de atención o actitud negativa hacia el habla son orientaciones terapéuticas que están ampliamente extendidas en la clínica y en la bibliografía. B) Modelo de demandas y capacidades Starkweather (1987) elabora un modelo que no pretende ser una explicación sobre el origen del tartamudeo sino que intenta aportar una descripción organizada de los factores que considera relevantes en el desarrollo de la tartamudez. El modelo considera que debe servir para elaborar programas de intervención en las primeras etapas de desarrollo del problema. Primeramente plantea que para que el niño adquiera la fluidez requiere unas capacidades, que clasifica en: el control motor del habla, la formulación del lenguaje, la madurez socio-emocional y los patrones cognitivos. Las capacidades relacionadas con el control motor se refieren a la velocidad con que el niño emite las sílabas y al nivel de coordinación motora. Por otra parte, las capacidades relacionadas con el lenguaje se refieren al léxico, a la habilidad de encontrar las palabras, a la sintaxis, a la formulación de frases y a los 36
  • 37. aspectos pragmáticos de conocimiento de las reglas conversacionales. Hay muchos datos que indican que en la medida que aumentan los problemas de lenguaje, la frecuencia de las disfluencias también se amplía. En cuanto a los aspectos cognitivos se relacionan con la habilidad metalingüística. Se considera que esta capacidad metalingüística es probablemente un factor importante para la fluidez y en muchos estudios se relaciona con la recuperación del tartamudeo (Yairi, 1997). Con respecto a las demandas de fluidez se incluyen las exigencias del ambiente del niño hacia sus capacidades. Estas demandas se refieren a presión en la conversación, en la interacción social o tensión emocional, que realizan las personas que se relacionan con el niño. La mayoría de estas imposiciones provienen de las expectativas de los interlocutores y también del mismo niño. Estas condiciones impuestas al niño son del tipo de presión de tiempo, en la que los padres llevan un ritmo rápido con el niño en diferentes aspectos, como el habla, la actividad o hablar ante otros. Ello implica que se requiera al niño una mayor velocidad al hablar, con la consiguiente presión hacia su fluidez. Igualmente sucede con un vocabulario y una sintaxis complejos. El niño tiende a imitar este tipo de lenguaje de sus padres, lo que introduce una mayor dificultad para la planificación, temporización y ejecución motora del habla. Otra variable del medio en el que el niño se desenvuelve y que se considera importante es su seguridad. Acontecimientos que supongan una amenaza para su tranquilidad como el nacimiento de un hermano, separarse de sus padres, etc. son factores a tener en cuenta. En general, las exigencias del ambiente hacia los niños se van modificando a medida que el niño evoluciona y madura. Es decir, a lo largo del tiempo las capacidades y demandas son cambiantes. El modelo de Starkweather plantea que el tartamudeo se produce cuando existe un exceso de demandas en el ambiente del niño hacia sus capacidades cognitivas, lingüísticas, motoras y emocionales y éstas no se ajustan al nivel de desarrollo del niño y sus capacidades. Así, por ejemplo, una alta exigencia por parte de los padres (como presionar al niño con el ritmo o hablarle con un nivel de lenguaje complejo) puede llevar a que la fluidez de un niño, con unas capacidades limitadas en ese momento, se altere. Por tanto, se propone que es la conducta de los padres la que influye en el desarrollo del tartamudeo, al demandar una ejecución en el habla que para el niño es difícil (Starkweather y Gottwald, 1990). Según esta teoría, no se considera necesario que exista un déficit orgánico para que se dé el tartamudeo. El planteamiento está relacionado con un fallo o falta de madurez en las capacidades que tiene el niño para la fluidez, que le lleva directamente a la ruptura del habla (Starkweather y Gottwald, 1990; Bloodstein, 1995). El programa terapéutico que se desprende de este modelo es prioritariamente reducir las demandas del ambiente hacia el niño. Asimismo, se plantea centrar la atención en aumentar la capacidad del niño y la de la familia en la resistencia emocional en respuesta a la tartamudez. El programa terapéutico se diseña de acuerdo con las condiciones familiares específicas de ese niño. Se plantea trabajar con los padres, dando 37
  • 38. orientaciones para que sepan manejar el problema. Se centra la atención en introducir cambios en el ambiente del niño, especialmente en la interacción verbal, utilizando un modelo de habla que favorezca la fluidez y eliminando las respuestas negativas hacia los errores. Paralelamente, el clínico trabaja directamente con el niño con sistemas de facilitación de la fluidez. C) Teorías del aprendizaje Las teorías del aprendizaje tienen que ver con el condicionamiento de las respuestas. En el caso de la tartamudez el problema se adquiere según la teoría del aprendizaje. El objetivo de esta teoría ha sido la de aplicar la ciencia de la conducta a la tartamudez para intentar delimitar cómo se aprende y mantiene el tartamudeo, e identificar los factores motivacionales, los estímulos y los refuerzos. Se plantea que si las disfluencias vienen acompañadas de respuestas de ansiedad, ésta quedará asociada al habla por un proceso de aprendizaje. Ésta perspectiva insiste en la influencia activa de agentes ambientales que ocasionan el problema; la relación de estímulos ambientales y respuestas del niño por condicionamiento operante, instrumental o la combinación de ambos. Desde este punto de vista las personas tartamudas no se diferencian física ni psicológicamente de las no tartamudas y su dificultad estaría relacionada con el aprendizaje. Las teorías de los conductistas plantean que las disfluencias en el niño aumentan si las consecuencias son recompensas para él, entendiendo como refuerzo, la atención o la preocupación de los padres. Además, los errores en el habla tienden a disminuir si las consecuencias de las mismas son un castigo para el niño, es decir, las actitudes negativas de los padres, las reprimendas, interrupciones o también castigos. Por lo tanto, las disfluencias infantiles que provocan la atención o la respuesta de los padres serán reforzadas y tenderán a ocurrir de nuevo. Por el contrario, si la disfluencia va seguida de un castigo el niño tenderá a evitar el tartamudeo. Los autores que trabajan con estas hipótesis no pretenden explicar las causas del problema ni plantear una teoría, sino que intentan modificar el tartamudeo. Los planteamientos operantes tuvieron un gran impacto al manejar las contingencias, consecuencias y antecedentes del problema y en plantear estrategias de tratamiento de modificación de estos factores (Ham, 1990; Bloodstein, 1995). A partir de programas que se aplicaron en el tratamiento de la tartamudez en niños y adultos (Ingham, 1984), se han vuelto a retomar, recientemente, los planteamientos operantes. El Programa Lidcombe (Onslow y Packman, 2001) utiliza los métodos operantes para un programa de intervención temprana en el tartamudeo, que fundamentalmente aplican los padres. Las estrategias se basan en reforzar el habla fluida 38
  • 39. mientras que se deben corregir las disfluencias. La metodología operante se centra en las repeticiones, prolongaciones y bloqueos característicos del tartamudeo y no atiende a las causas del mismo. Los autores defienden un amplio éxito de su sistema de intervención en la desaparición de las alteraciones del habla en un alto porcentaje de casos. D) Teoría de reacción de lucha anticipatoria Bloodstein (1995; 1997) plantea una teoría cognitiva sobre el tartamudeo. Considera que la tartamudez en el niño es el resultado de sus experiencias tempranas negativas con el habla, que le han hecho pensar que hablar es difícil. Piensa que muchos niños tartamudos tienen dificultades en el lenguaje y otras veces son las presiones comunicativas de su entorno las que le dificultan hablar adecuadamente. Cuando nos enfrentamos a una actividad motora compleja que nos resulta difícil es probable que la abordemos con una tensión excesiva y que fragmentemos la actividad, esto es, la dividimos en partes abarcables. El tartamudeo es un reflejo de la tensión y la fragmentación del habla, las cuales son el resultado del esfuerzo que el tartamudo hace para hablar bien, con el convencimiento de que no es capaz de hacerlo y anticipando que va a tartamudear. La tensión se refleja en las prolongaciones, los golpes fuertes y los bloqueos tónicos del discurso, mientras que la fragmentación se ve principalmente en las repeticiones (clónica) y los silencios. La reacción anticipatoria también aparece en niños pequeños. Hacia el final de los años preescolares, los tartamudos parecen haber desarrollado un autoconcepto de tartamudos. En esta época ya tienen conciencia del lenguaje y saben manejar las palabras como constituyentes aislados del discurso. De esta forma el problema se va desarrollando con la idea de que es difícil hablar, lo cual mantiene la anticipación del tartamudeo y el autoconcepto de tartamudo. Una vez que la persona se considera tartamuda y anticipa el problema aparecen justo antes de tartamudear una serie de alteraciones fisiológicas, como aumento del pulso, respiración irregular, respuesta dermogalvánica y alteraciones motoras, las cuales provocan la aparición del problema. Con respecto al tratamiento, desde esta perspectiva, se considera que hay que intervenir para evitar la anticipación, las creencias de dificultad para expresarse, y el concepto de tartamudo, ya que a medida que aumenta la edad estas creencias se van haciendo más firmes, lo cual justifica la mayor facilidad de los niños para recuperarse del trastorno. 2.4. Teorías lingüísticas 39
  • 40. Se sabe que los errores de fluidez ocurren con más frecuencia en determinados momentos del habla y en algunos tipos de palabras. El tartamudeo no es aleatorio y se pueden predecir determinadas partes de la oración como más difíciles para el tartamudo, y por tanto, con mayor probabilidad de tartamudear en ellas. Así, en el comienzo de las estructuras lingüísticas se producen más errores. Dentro del lenguaje espontáneo de los hablantes normales y tartamudos aparecen significativamente más errores en los límites oracionales de la emisión que en otros puntos de la frase (Bernstein Ratner, 1997). Las disfluencias son claramente más frecuentes en esos puntos del discurso, lo cual sugiere que se pueden producir al comienzo de la frase porque estén implicados procesos cognitivos de planificación de la oración. Asimismo, se ha visto la relación entre la longitud de la oración y la aparición de disfluencias, de modo que, cuanto más larga es la frase más probabilidades hay de fallar. Este hecho se ha usado como principio en la planificación de programas terapéuticos para niños pequeños con tartamudez del tipo: Gradual Increases in Length and Complexity of Utterance (GILCU) (Ryan y Ryan, 1999) y Extended Length of Utterance (ELU) (Costello Ingham, 1999; Bernstein Ratner, 1997). Con respecto al lenguaje espontáneo de niños con tartamudez se han estudiado la longitud de los enunciados. Utilizando la medida de la Longitud Media de Enunciado (LME), se han apreciado diferencias significativas en las muestras de lenguaje de los tartamudos: los enunciados tienden a ser más cortos que los de los no tartamudos y la complejidad sintáctica es reducida, con un uso frecuente de la palabra “y” al comienzo de las frases, apareciendo errores gramaticales frecuentes y frases inacabadas (Kline y Starkweather, 1979). Sin embargo, ante estas dificultades de organización cabe pensar en la posibilidad de que sean estos problemas lingüísticos los que influyen en la aparición de disfluencias, aunque también se puede atribuir a la tartamudez un desarrollo insuficiente de las habilidades verbales. Asimismo, es posible plantear que el hecho de comunicarse por medio de un número reducido de palabras pueda ser debido a intentar evitar el tartamudeo y no dejar en evidencia el problema (Bloodstein, 1997). En relación con posibles dificultades en el área del lenguaje, se han tratado de objetivar, utilizando distintos instrumentos de medida lingüística con grupos de tartamudos y de control (tests de lenguaje, Peabody, Test de Comprensión Auditiva de Carrow, etc.). Los resultados obtenidos indicaron puntuaciones más bajas y más variables, en las diferentes pruebas, en los tartamudos. También se han encontrado pequeñas diferencias, pero significativas, entre niños tartamudos y no tartamudos de entre 2 y 5 años en el test de vocabulario de Peabody y en el test de Desarrollo del Lenguaje (TOLD) (Brown, 1938; Wingate, 1988; Wall y Myers, 1995; Bloodstein, 1995). Otros estudios han encontrado que en el lenguaje espontáneo los tartamudos tienden a cometer más errores en determinados tipos de palabras. Las disfluencias aparecen con mayor frecuencia en palabras de contenido que en las de función. Asimismo, la frecuencia es más alta en palabras largas que en las cortas y en palabras 40
  • 41. que comienzan por consonante y en sílabas acentuadas (Brown, 1938; Bloodstein, 1995). Igualmente, el tartamudeo ocurre más en palabras raras y en aquellas que contienen mayor información y son poco predecibles. También ocurre menos cuando la palabra es frecuente y es predecible. Por el contrario, los errores son altos si la frecuencia y la predictibilidad son bajas (Ham, 1990; Bloodstein, 1995). Por tanto, se podría considerar el trastorno como un problema lingüístico ocasionado por dificultades en la estructuración del discurso, en el proceso de formación de las oraciones. Igualmente, se ha planteado una posible disfunción leve en el área del lenguaje expresivo y que estas dificultades en el desarrollo del lenguaje pudieran favorecer la aparición del trastorno (Starkweather y Gottwald, 1990; Gregory, 1992). Los datos sobre las habilidades lingüísticas de los tartamudos son confusos. En los resultados obtenidos en los estudios no se encuentran diferencias claras entre tartamudos y los hablantes fluidos. Cuando se han observado diferencias se destaca que éstas son pequeñas y clínicamente poco significativas (Bernstein Ratner, 1997). Con respecto al inicio del tartamudeo, en relación con la adquisición del lenguaje, alrededor de los 2 años, hay un cambio en el desarrollo del lenguaje desde un sistema básicamente léxico y asintáctico a un sistema gramatical, cualitativamente diferente, que es capaz de generar planes sintácticos en la producción del discurso. Entre los 24 y los 30 meses se produce un gran avance lingüístico que influye en dos aspectos, los niños están adquiriendo más vocabulario y su desarrollo gramatical es más complejo. Estos datos apuntan a la hipótesis de que los niños empezarán a tener problemas de fluidez, cuando el desarrollo gramatical y del vocabulario alcancen una gran expansión simultáneamente (Bernstein Ratner, 1997). En resumen, los diferentes enfoques de las investigaciones parece que han insistido prioritariamente en buscar una sola causa que explicase el origen del problema. Este tipo de aproximaciones están relacionadas con el modelo médico que ha influido el estudio de los trastornos del lenguaje. Asimismo, las explicaciones a las diferentes dificultades y manifestaciones del problema han partido generalmente de la tartamudez adulta. A medida que han evolucionado las investigaciones, se han tenido en cuenta otros aspectos, se han estudiado los inicios del problema en el niño y los modelos se han ido complicando. De esta forma se han podido establecer explicaciones de la tartamudez que diferencian entre los factores que influyen en las primeras manifestaciones del problema, los que afectan al desarrollo del mismo y al afianzamiento del trastorno. Las variables implicadas en cada una de estas etapas pueden ser distintas y el interés de los modelos explicativos está actualmente más centrado en describir los diferentes aspectos que intervienen en cada momento de la evolución del problema. Partiendo de un planteamiento clínico, el modelo en el que se apoya la evaluación y el tratamiento de los siguientes capítulos se basa en los siguientes principios. Primeramente se considera que el trastorno, en su génesis, tiene una base de predisposición genética. Esta predisposición tiene relación con el sexo, la edad, así como en posibles dificultades del niño, en su capacidad de coordinación motora, habilidades 41
  • 42. lingüísticas y habilidades sociales. Estos aspectos pueden influir claramente en que la fluidez se altere cuando el niño comienza a hablar. Aunque es frecuente que en los niños pequeños aparezcan faltas de fluidez, no todas ellas se pueden calificar de normales. En una proporción menor de niños se pueden ver, en las primeras etapas del lenguaje, como realizan fuerza al hablar, se bloquean e interrumpen su habla. Cuando se producen estas alteraciones en el habla del niño, la reacción del ambiente (conducta de los padres) se considera otra variable fundamental en el mantenimiento del problema. El estilo comunicativo de la familia, la actitud hacia la dificultad, la presión hacia su conducta, etc. son aspectos básicos para que el niño continúe teniendo faltas de fluidez. En este sentido se estima que el planteamiento de “demandas y capacidades” (Starkweather y Gottwald, 1990) es un modelo adecuado para explicar la tartamudez temprana. Éste considera que las capacidades (motoras, lingüística, emocionales y cognitivas) que el niño muestra son sometidas a diferentes tipos de exigencias o demandas por parte del ambiente (demandas de tiempo, lingüísticas, actitudes negativas, inseguridad), lo cual incide en romper su fluidez. Sin embargo, cuando el niño lleva tartamudeando durante un período de tiempo y evoluciona con su trastorno aparecen diferentes problemas secundarios que igualmente es necesario describir. Por un lado el niño tiende a hacerse consciente de su tartamudeo. Por otro sus dificultades para hablar también van generando temor a enfrentarse a determinadas situaciones de comunicación, lo cual suele producir respuestas somáticas de ansiedad y síntomas cognitivos de anticipación al tartamudeo. Paralelamente el niño puede tratar de evitar sus dificultades, intentando utilizar algún recurso para no bloquearse. De esta forma aparecen toda una serie de reacciones negativas hacia la comunicación, el habla y la interacción social que van consolidando el problema. En este proceso intervienen variables de aprendizaje, cognitivas y fisiológicas que están relacionadas con el afianzamiento de la tartamudez. Por tanto se puede plantear que las condiciones que influyen en el origen del problema son diferentes de las que aparecen cuando se ha desarrollado la dificultad. El mantenimiento del trastorno se produce como consecuencia de la aparición de factores fisiológicos, lingüísticos, emocionales, etc. que son, a su vez, origen de otros problemas de habla, de comunicación, emocionales y sociales. La diferenciación de estos factores y la descripción de los mismos en el estudio de la tartamudez ayudan, como se verá en los capítulos siguientes, a plantear organizadamente la evaluación y el diagnóstico y a tener una guía para la intervención. 42
  • 43. Los intentos de dar una explicación al tartamudeo han sido muy variados. Se ha planteado que la causa del problema sea la alteración de funciones biológicas o fisiológicas, el resultado de experiencias de aprendizaje temprano, o bien la interacción de ambos aspectos biológico y ambiental. Asimismo, se ha postulado que el tartamudeo proviene de reacciones anómalas a disfluencias normales en el habla y que estas reacciones anormales sean la expresión de funciones cognitivas, lingüísticas o motoras alteradas. Las explicaciones a lo largo de los años han evolucionado en función de las tendencias y desarrollo de la ciencia, reflejando distintas formas de entender el problema y diversos niveles de descripción. En un primer momento (años treinta), y bajo la influencia del modelo médico, se insistió en posibles alteraciones orgánicas o neurofisiológicas como origen del trastorno. Las teorías genéticas, o de alteración neurofisiológica, parten de la búsqueda de una causa que explique la variedad de síntomas que se observan en la tartamudez. Posteriormente, con la influencia de las explicaciones de base psicoanalítica, el origen apunta a posibles alteraciones psicológicas en el tartamudo que ocasionan sus dificultades en el habla. Desde la perspectiva conductista, la teoría del aprendizaje argumenta que el tartamudo no se diferencia de otras personas que no tartamudean y que su dificultad es aprendida a lo largo del desarrollo. Con el avance de nuevos instrumentos de diagnóstico neurológico vuelven a surgir en los años setenta las teorías de base orgánica o neurofisiológica. Y más recientemente, con el desarrollo de las teorías psicolingüísticas y del estudio del lenguaje de los tartamudos, se ha reparado en los factores lingüísticos como causantes de la dificultad. Sin embargo, las investigaciones no han resuelto aspectos básicos del trastorno y todavía no se cuenta con datos que proporcionen una explicación global del problema. Una revisión del tema nos indica que, actualmente, existe una clara tendencia en la mayoría de los autores a formular explicaciones multicausales o modelos teóricos que integren los distintos aspectos del trastorno. Todas estas teorías atribuyen el origen a la existencia de una cierta predisposición al trastorno, que interactúa con otros factores de desarrollo del niño (psicológico, social, ambiental y lingüístico), con la cognición, la emoción, el lenguaje y las habilidades motoras. Caso clínico La etiología del problema es desconocida. Sin embargo, se pueden plantear algunos factores que han podido influir en la aparición del tartamudeo. Por un lado sabemos que si en la familia hay tartamudos es más fácil que se reproduzcan casos dentro de la misma. Por tanto, es posible plantear una cierta predisposición a tener problemas de fluidez en el niño, dado que existe en la familia un tío paterno, que presenta tartamudez, lo cual le sitúa en un riesgo mayor de padecer el problema. En el campo del lenguaje también hay otro factor que se relaciona con el tartamudeo, que es el retraso de lenguaje que tuvo el padre y un primo del niño. Sin embargo, estos factores de predisposición hacia el tartamudeo no son suficientes para ocasionar el problema. En el momento en que surge la dificultad han podido influir además otros factores diferentes. Hay factores ambientales que han podido facilitar el desencadenamiento y el mantenimiento del problema. Existen aspectos estresantes en el ambiente del niño, como el nacimiento de un hermano y los cambios que refieren los padres, que se dieron coincidiendo con ese momento en la vida del pequeño y que han podido favorecer la aparición del trastorno. La rapidez en el habla de la madre y las interrupciones también son factores negativos hacia 43
  • 44. la fluidez del habla. Por otro lado, las correcciones y llamadas de atención hacia la expresión del niño, y la alta frecuencia de preguntas directas en la conversación también han podido aumentar la presión comunicativa hacia el niño en la interacción. La persistencia de estos factores a lo largo del tiempo han podido dificultar la adquisición de la fluidez en el niño. Preguntas de autoevaluación 1. ¿Se conoce la causa que origina la tartamudez? a) Se sabe que tiene una causa orgánica. ☐ b) Es debido a que el tartamudo es zurdo. ☐ c) La causa está relacionada con que el niño es menos capaz cognitivamente. ☐ d) No se conoce aún el origen. ☐ e) Se sabe que está relacionado con una sola causa. ☐ 2. ¿La tartamudez está relacionada con dificultades en el control motor del habla? a) Sí, se ha observado que el control motor del habla de los tartamudos es inestable. ☐ b) No está relacionado. ☐ c) El control motor del habla es adecuado en los tartamudos. ☐ d) El tartamudo es más rápido en sus reacciones y por eso habla deprisa. ☐ e) Las disfluencias indican que el tartamudo controla los movimientos del habla. ☐ 3. Existe una alta incidencia familiar en la tartamudez ¿Cuál de estas afirmaciones no es correcta? a) La tartamudez aparece con una frecuencia tres veces mayor que en la población general. ☐ b) Hay menos mujeres que tartamudean. ☐ c) Aunque los gemelos se hayan educado separados también se presenta el problema en los dos. ☐ d) Para el hombre que tartamudea es mayor el riesgo de tener un hijo tartamudo que una hija con el problema. ☐ e) Los varones tartamudean más que las mujeres. ☐ 4. La teoría del aprendizaje aplicada a la tartamudez intenta explicar cómo se aprende el tartamudeo ¿Cuál de estas afirmaciones no es correcta? a) La tartamudez está ocasionada por la influencia activa de agentes ambientales. ☐ b) Las disfluencias del niño aumentan si las consecuencias son positivas para él. ☐ c) Las actitudes negativas de los padres hacia el tartamudeo son un castigo para el habla del niño. ☐ d) El tartamudo se diferencia psicológicamente de otras personas no tartamudas. ☐ e) Algunos programas de tratamiento conductual los aplican los padres, ☐ 44
  • 45. reforzando el habla fluida. ☐ 45
  • 46. 3 Evaluación de la tartamudez 3.1. Introducción La descripción de la tartamudez como alteración de la fluidez del habla con interrupciones, repeticiones o bloqueos, que se presenta en determinadas situaciones, no es suficiente para realizar un diagnóstico del trastorno. La evaluación en los niños requiere de una valoración exhaustiva, no sólo de los aspectos de la fluidez, para poder efectuar posteriormente un programa terapéutico amplio con la familia y con el niño. Dado que el origen de la tartamudez es desconocido es necesario plantear en la evaluación los factores etiológicos con los que el evaluador relaciona el problema. Según la importancia que el clínico dé a estos distintos factores en la caracterización del trastorno, el planteamiento de la evaluación y los elementos que se deben valorar pueden diferir en las posibles visiones del problema. Por otra parte, el planteamiento teórico ayuda a los terapeutas a proporcionar una explicación para cada caso y les orienta hacia la intervención que cada caso requiere. Asimismo facilita al terapeuta la posibilidad de dar a los padres una explicación que puedan comprender. En el estudio de la tartamudez ya se han visto distintas teorías sobre su origen y al no tener una explicación global del trastorno es necesario ir analizando los diferentes factores que se consideran relevantes. Como ya hemos visto, partimos de una explicación multicausal del problema y nos basamos en modelos teóricos que integran distintos aspectos de la dificultad (Gregory y Hill, 1984; Starkweather, 1987; Ham, 1990; Rustin, 1991; Santacreu y Fdez-Zúñiga, 1991; Wall y Myers, 1995). En general, se atribuye el origen a la existencia de una cierta predisposición fisiológica para el trastorno, que posteriormente interactúa con otros factores psicológicos, sociales, ambientales, lingüísticos y motores, que son fundamentales en la aparición del problema. Partiendo de esta interpretación de un trastorno multifactorial se plantea que la evaluación debe incluir el análisis de los diferentes componentes, valorando aspectos neurofisiológicos, psicosociales y lingüísticos relacionados con las dificultades del habla. Con respecto a los factores neurofisiológicos, nos centramos en las capacidades necesarias para coordinar los movimientos de los órganos que intervienen en la fono- articulación y en la producción del habla. En estos aspectos fisiológicos parece que 46