1. EL FUTURO DEL CRECIMIENTO
Manfred Nolte
Alemania se codea con la recesión al deambular cinco trimestres consecutivos sin
crecimiento. 2023 ha supuesto para los administrados de Scholz una etapa complicada,
al registrar una contracción del 0,3% durante los doce meses completos, en contraste
con su propia trayectoria histórica y con la marcha del resto de países vecinos. La
preocupación persiste, al augurar la OCDE uno de los registros mas bajos del grupo, el
0,6%, para 2024. No se trata aquí de pasar revista a las causas, sino simplemente a llamar
la atención de cómo un parámetro de crecimiento llamado PIB puede convulsionar una
economía y el estado de opinión sobre la misma, hasta recordar el apodo de ’el enfermo
de Europa’ que el país del Rhein acuñó tras la reunificación en la década de 1990. Abre
igualmente el debate sobre la conveniencia y la necesidad de crecer y el modo en que
haya que impulsar ese crecimiento.
Otro tanto cabe comentar sobre la economía española, cuya famélica productividad es
la causa del retroceso hacia escalones sucesivamente inferiores en el ranking de países.
Según las proyecciones del ‘Centre for Economics and Business Research’ londinense, la
tasa anual de crecimiento del PIB en España promediará un 1,6% en los próximos cinco
años y caerá algo más entre 2029 y 2038, confirmando la pérdida de relevancia de
España en el ámbito económico global. CEBR estima que España quedará fuera del grupo
de las quince economías más importantes del mundo. Es menester recordar aquí con el
adecuado énfasis que, en términos históricos, España llegó a ser la octava economía
mundial entre 2004 y 2007.
¿Es por lo tanto el crecimiento económico un factor clave de la economía, simbolizado
en las siglas PIB?
No para todos y no sin matices. Existe un determinado movimiento, hoy en relativo
declive, anti-PIB, o sea anti-crecimiento, crecimiento cero o incluso decrecimiento. No
es tan extraño toparse con movimientos que defienden trabajar sólo 21 horas a la
2. semana o incluso que les paguen por no hacer nada, porque para eso están las
maquinillas de crear dinero de los Bancos Centrales.
El decrecimiento como seudoteoría economía nace con Herman Daly, un economista
ecológico estadounidense, georgista y profesor de la Universidad de Maryland al
destacar la reducción del bienestar que conlleva el crecimiento económico
desenfrenado. En otras palabras, el crecimiento perverso se produce cuando el aumento
de la producción se realiza a expensas de los recursos y el bienestar, que son, claramente,
más valiosos que los productos producidos. El georgismo, derivado de su promotor
Henry George, sostiene a su vez que cada uno es dueño lo que crea, pero que cuanto se
halla en la naturaleza, es patrimonio de toda la humanidad.
El anti-crecimiento se basa implícitamente en la simplificación de que el PIB es algo que
el gobierno puede cerrar y abrir a su discreción como un grifo, en lugar de ser, como es,
el resultado del esfuerzo sostenido y muchas veces heroico de millones de personas en
los mercados de trabajo, dinero, y bienes y servicios, afanándose en una innovación
productiva, gran parte de las veces contra corriente de los acontecimientos y en ardua
competencia con economías menos proteccionistas y de costes diferenciales. El
ambientalismo y el ecologismo asumen erróneamente que el crecimiento económico es
incompatible con la lucha contra el cambio climático, aunque hayan abierto una puerta
a la reflexión sobre sus efectos.
El Foro Económico Mundial (FEM), ha abierto una pionera línea de investigación en esta
materia (la ‘iniciativa del futuro del crecimiento’) ‘proponiendo una nueva forma de
evaluar el crecimiento económico que equilibra la eficiencia con la sostenibilidad, la
resiliencia y la equidad a largo plazo, así como la innovación para el futuro, alineándose
con las prioridades tanto globales como nacionales’. La situación de partida es que la
mayoría de las naciones están experimentando un crecimiento que no es sostenible
desde el punto de vista social y medioambiental. Además, su capacidad para fomentar
la innovación, reducir su impacto en las crisis globales y adaptarse a ellas es bastante
limitada.
La puntuación promedio obtenida en el pilar de inclusión, que mide hasta qué punto
todas las partes interesadas se benefician de las oportunidades que crea la economía,
es de 55.9 sobre 100. Por otro lado, la dimensión de resiliencia, que evalúa la capacidad
de una economía para resistir y recuperarse de las crisis, obtuvo una puntuación de 52.8
sobre 100. Estas calificaciones están apenas por encima del nivel aceptable, según los
estudios realizados por el FEM.
Sin embargo, la puntuación global promedio de la dimensión de sostenibilidad no
alcanza el aprobado, manteniéndose en un decepcionante 46.8 sobre 100. Esta
dimensión evalúa hasta qué punto una economía puede mantener su huella ecológica
dentro de límites ambientales finitos. Por otro lado, la dimensión de innovación obtiene
la puntuación global más baja, con un bajo promedio de 45.2 sobre 100. Esta dimensión
mide la capacidad de una economía para reaccionar frente a nuevos desarrollos
tecnológicos, sociales, institucionales y organizativos, con el objetivo de mejorar la
calidad del crecimiento a largo plazo.
3. A título de ejemplo, en el período comprendido entre 2018 y 2023, las economías más
avanzadas del mundo, tales como Australia, Canadá, Francia, Alemania, Italia, Japón,
Arabia Saudita, Corea del Sur, el Reino Unido y Estados Unidos, experimentaron un
crecimiento PIB per cápita del 1,01% con un promedio de 52.475 dólares en paridad de
poder adquisitivo. Estas economías sobresalen en diversos aspectos. Por un lado, se
destacan por su alto grado de inclusión, con una puntuación de 68,9. Esto implica que
existe un nivel significativo de igualdad y oportunidades para todos los segmentos de la
sociedad en cuanto al acceso a educación, empleo y servicios sociales. Por otro lado,
estas naciones se caracterizan por su capacidad de innovación, obteniendo una
puntuación de 59,4. Esta cualidad refleja la capacidad de generar nuevas ideas,
tecnologías y modelos de negocio, lo que impulsa el desarrollo económico y la mejora
de la calidad de vida. Asimismo, estas economías han demostrado ser resilientes frente
a desafíos y crisis, obteniendo una puntuación de 61,9 en este aspecto. Esto indica su
capacidad para adaptarse y recuperarse rápidamente ante situaciones adversas,
manteniendo una estabilidad económica y social. Sin embargo, una de las áreas en las
que estas economías pueden mejorar es la sostenibilidad, donde obtuvieron una
puntuación de 45,8. Esto implica que hay margen para implementar políticas y prácticas
más sostenibles, considerando aspectos ambientales, sociales y económicos a largo
plazo.
El estudio suizo sitúa a España con los siguientes baremos: Innovación 56; Inclusividad
70,6; Sostenibilidad 52,5 y Resiliencia 58,3.
Los economistas ya tenemos una palabra para el decrecimiento: es la palabra ‘recesión’
y es algo que todos los gobiernos del planeta tratan de evitar porque empobrece a las
personas y crea paro, descontento y malestar. Pero la transición verde debe asumir una
determinada interpretación del crecimiento inclusivo y sostenible. Hasta ahí el punto de
encuentro asumible.