Al pie de la montaña mágica de Tomas Mann, enero en la elite es ya sinónimo de esta especial convención, entendiendo por especial no solo el ‘espíritu de Davos’, sino también la naturaleza de sus invitados. Durante cinco días la apacible estación de esquí invernal se transforma en la más selecta y cosmopolita feria del planeta.
DAVOS: EL PESO Y EL CONSEJO DE UN PODER SOCIALIZADOR.
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DAVOS: EL PESO Y EL CONSEJO DE UN PODER SOCIALIZADOR.
Manfred Nolte
La semana del 15 al 19 de enero pasado, la estación alpina de Davos congregó en una
nueva cita anual a cerca de 3.000 líderes de todos los espectros del planeta, dispuesta a
perseverar en una misión singular: la de compartir talento, información e innovación,
aportando valor social al tumulto y a la distopia mundial. Contra escépticos o
antisistema, bajo el lema anual de “Reconstruir la confianza”, Davos-Kloster resiste en su
afán de demostrar que bien sigue valiendo una misa.
Al pie de la montaña mágica de Tomas Mann, enero en la elite es ya sinónimo de esta
especial convención, entendiendo por especial no solo el ‘espíritu de Davos’, sino
también la naturaleza de sus invitados. Durante cinco días la apacible estación de esquí
invernal se transforma en la más selecta y cosmopolita feria del planeta.
Davos es un hervidero de reuniones, desayunos, almuerzos y cenas de trabajo, con un
programa multidisciplinar –más de 400 convocatorias distintas- que permite a los
asistentes la selección óptima de los temas según sus particulares intereses. En las
sesiones plenarias hay ocasión de escuchar en vivo a jefes de Estado o presidentes de
Organismos Multilaterales, así como a Premios Nobel, artistas reputados, científicos o
jóvenes empresarios de moda.
Nadie que siga la trayectoria de los grandes gestores del progreso económico,
tecnológico y social en el mundo desconoce el vocablo Davos. Es, en equivalencia
lingüística, una protopalabra. Hay no pocos, sin embargo, que reprueban
vehementemente la mera existencia de un movimiento selectivo de ideario liberal, que
estaría mejor consumido en las llamas del olvido o reducido a cenizas. Es, desde luego,
manifiestamente liberal el talante del foro suizo, porque quien así lo desee, como ha
sido el caso de Pedro Sánchez, puede cultivar activamente su rostro colaboracionista en
los distintos escenarios del foro y al mismo tiempo cargar rotundamente contra su
espíritu, contra el neoliberalismo, y denostarlo sin mayores esfuerzos y con nula
oposición.
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No están en la estación suiza, quizá, todos los que son, pero son casi todos los que están.
Ellos son ‘Davos Men’, morfotipos de un denominador común. ‘Hombre-Davos’, es un
concepto acuñado por el politólogo Samuel Huntington que describe al ciudadano
global, una estirpe con escasa necesidad de profesar lealtades nacionales, un grupo que
contempla complacido la desaparición de las fronteras y considera a los gobiernos
tradicionales como vestigios del pasado. Una especie de comunismo capitalista,
sustituyendo el slogan marxista de ‘el trabajador carece de patria’ por el de ‘el capitalista
o la corporación transnacional carecen de patria’, porque la globalización, aunque en la
actualidad no atraviese por sus mejores horas, ha transformado el planeta, ha sacado a
millones de personas de la trampa de la pobreza y será mejorable, pero describe un
sistema de librecambio que hasta ahora no ha encontrado sustituto mejor.
Davos no tiene condición política así que no se emiten al cabo de sus deliberaciones
decretos vinculantes y solo accidentalmente surgen algunos acuerdos de voluntades,
pero se redactan escrupulosamente resúmenes públicos de todos y cada uno de los
eventos, que se cuelgan de la web oficial y circulan libremente por las redes. Pero no se
levantan actas. Todo se homologa a través del filtro único de un silencioso consenso,
interpretando, esto es aceptando o repudiando, las pautas reinantes, separando los
defectos tolerables de los inaceptables, siempre en opinión de quienes ocupan la cima
del planeta. Davos, implícitamente, ratifica anualmente una meritocracia derivada de la
ética weberiana, -tan suiza, tan protestante- donde el poder, aun más si es visionario,
tolerante y generoso, es visto como algo que proviene paritariamente de las manos de
los dioses y de la lucha aguerrida por la cuota de propiedad de los bienes del planeta. El
consenso anual ha apuntado este año a las tensiones geopolíticas, a la gran
transformación inducida por la Inteligencia artificial, a la polarización de las democracias
y a las transiciones climática y digital.
También hay que recordar que no todo ha sido o es marketing, debate o innovación en
Davos. En ocasiones ha marcado hitos políticos memorables como la Declaración de
1988 entre Grecia y Turquía evitando un conflicto bélico eminente o el acuerdo sobre
Gaza y Jericó de 1995 firmado entre Simón Peres y Yaser Arafat, sellado a la vista del
público asistente al Pleno y rubricado con un abrazo de los protagonistas y el
consiguiente aplauso atronador de la asamblea.
Davos constituye una gran fábrica de ideas, una fundación ideada EN 1971 por
intelectuales y profesionales al mando de Klaus Schwab y respaldada por un grupo
elitista, pero que persigue la diseminación gratuita de sus valores y hallazgos a todo el
espectro del mundo intelectual, político y social. Creo en consecuencia que cabe
sumarse antes a los aplausos que a las extendidas descalificaciones cuya razón solo cabe
ubicar en un espíritu poco informado, resentido o políticamente reaccionario.
Davos existe, en su singularidad, porque irradia valor.