El PIB no es un indicador exhaustivo del progreso económico y tampoco de bienestar social; Además el índice está ofreciendo registros descorazonadores.
CONOCIMIENTO INTERIOR BRUTO, la obsolescencia del PIB.
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CONOCIMIENTO INTERIOR BRUTO.
Aurea Rodríguez y
Manfred Nolte
‘Hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad’ es una expresión castiza que se
recoge en una canción de ‘La verbena de la Paloma’, zarzuela estrenada en 1894.
Adelantan tanto que, hasta el mismo enunciado, este célebre y repetido recuerdo, que
los que ya tenemos años hemos escuchado de nuestros mayores cuando nosotros aun
no lo éramos, puede sonar a literatura rancia, a ripio desgastado de otros tiempos, a algo
que chirría con la velocidad meteórica de nuestros tiempos. Unos tiempos donde lo
último que se nos contaba de la inteligencia artificial (IA) el día de ayer resulta obsoleto
a la vista de lo que se nos comunica al día siguiente. Por ejemplo: el advenimiento del
generador de videos OpenAI Sora o la noticia de que Microsoft invertirá casi 2.000
millones en España para inteligencia artificial.
Pero dice bien la expresión: el progreso es imparable y exponencial, aunque no estén
aquí Don Sebastián y Don Hilarión, personajes de la zarzuela, para repetirlo y para dar
fe, recordándolo. No hay sitio para los impenitentes garantes de las tradiciones.
Mi admirada Aurea Rodríguez, una adelantada en el ámbito de la innovación y del
conocimiento, sinergente, ‘mamá hacker’ como a ella le gusta definirse, y autora, entre
una larga lista de escritos y comunicaciones de dos libros que llevan títulos tan
provocativos como necesarios, ‘Antes muerta que analógica’ y ‘Antes muerta que sin
Inteligencia artificial’, me ha obligado, con un tacto de cirujana ocular, a apearme del
caballo paulino de las conversiones, afeando e instruyendo al mismo tiempo mi conducta
y la de la industria de economistas macro en la que milito: ‘Estáis en la prehistoria
docente y divulgativa, en un montón de frentes y en un millar de conceptos, pero haced
el favor de una vez -lo dice con una mezcla de advertencia y ternura- de enterrar al
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menos el legendario y paticojo concepto de PIB, Producto interior bruto. ¡Dadle al
interruptor o pulsad el botón y cambiad de chip! Los nuevos vientos hablan del
‘Conocimiento interior bruto’ (CIB)’.
Aurea Rodríguez, sus precursores y sus seguidores llevan razón por partida doble: de una
parte, el PIB no es un indicador exhaustivo del progreso económico y tampoco de
bienestar social; de otra, dentro de su limitación el índice está ofreciendo registros
descorazonadores porque no pone énfasis en lo que verdaderamente constituye una
fuente de progreso económico y de bienestar para la sociedad: se llama productividad,
o sea la capacidad de producir más y mejor con menos.
Veamos.
Es claro que el indicador PIB es inexacto, o si se desea, insuficiente. Al exigirse para su
computo que responda a una transacción monetaria, el PIB elude o subestima un
amplísimo campo de la realidad económica, al ignorar actividades tan importantes como
el trabajo doméstico, el voluntariado o el ocio. Se atribuye a Robert Kennedy la frase de
que el PIB “lo mide todo, excepto lo que hace que la vida valga la pena".
Además, la infraestimación del PIB es tanto mayor cuanto menor sea el grado de
desarrollo de un país. En los países menos desarrollados, las personas dedican mucho
más tiempo a realizar actividades no remuneradas que a aquellas que tienen
contraprestación mercantil. Estudios recientes arrojan cifras espectaculares: hasta el
53% del trabajo humano en España no es dinerario, y por lo tanto no se incluye en el
PIB. Algunas cosas resultan paradójicas. Desde la perspectiva del PIB el nacimiento de
un niño reduce la renta ‘per cápita’ mientras que la de una cría de cordero la aumenta.
Se computa el sueldo del pastor que pastorea los corderos, pero no la actividad de quien
cuida en el hogar a niños o ancianos, que han debido renunciar a un trabajo
remunerado.
El ‘Índice de desarrollo humano’, de Naciones Unidas es la medida resumen de los logros
en las dimensiones clave del desarrollo de la persona: una vida larga y saludable, el
acceso al conocimiento a través del sistema educativo y un estándar de vida decente en
términos de renta disponible. Pero ni siquiera el IDH ampliamente consensuado en
Naciones Unidas como indicador de bienestar y desarrollo logra satisfacernos del todo.
Su aplicación es más útil para comparar el estado relativo de los países en desarrollo y
su progreso en el tiempo que para evaluar a los países avanzados. Al igual que el PIB,
omite la problemática de los impactos medioambientales, de género, de derechos
humanos o de libertades políticas y otros aspectos.
Más recientemente, la publicación de Thomas Sedlacek, un sugerente economista checo
que lleva por título ‘La economía del bien y del mal’ ha ahondado en la esencia de los
bienes objeto del consumo humano. Sedlacek refiere una verdad incuestionable. La
dimensión numérica y analítica está ahí́y cumple funciones insustituibles en la vida. Pero
los humanos consumimos en función de nuestras preferencias, que son nuestros
valores. En muchas ocasiones estos se refieren a la dimensión numérica, esto es a sus
precios. Todos necesitamos comer, vestirnos y habitar una vivienda. El precio nos
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proporciona información precisa para acometer esos menesteres. Algunos valores
tienen precio. Pero junto a ellos hay muchos valores que no tienen precio. Asignárselo
sería someterlos al ridículo, minimizarlos sin sentido: el amor materno, la amistad, la
estética, la búsqueda de la verdad y la justicia. Todos estos valores carecen de precio y
no se sienten representados por el gran índice macroeconómico. La economía se
confunde con la contabilidad.
Pero, es que, al margen de la validez de nuestro índice de cabecera, el PIB, éste muestra
en nuestro país evidentes síntomas de anemia y desfallecimiento. Fedea y el Consejo
General de Economistas acaban de presentar un estudio en el que señalan que la brecha
de productividad de España con la eurozona ha sido de casi 14 puntos en 2023, lo que
ha provocado a su vez una fuerte caída del PIB per cápita, que se sitúa 17 puntos por
debajo de la media de la zona. El bache es aún mayor si nos remontamos a 2015, ya que
desde entonces nuestro crecimiento ha sido del 2,5%, casi la mitad, 4,7%, de la zona
euro.
¿De qué dolencia básica padece, entonces, nuestra economía y muchas otras de los
países centrales? Si analizamos las principales empresas del mundo, el 80% de sus
activos son activos intangibles. Cuando hablamos de activos intangibles nos referimos a
las personas, la reputación, el valor de la marca, del fondo de Comercio, de las relaciones,
de los procedimientos, la propiedad intelectual, de los datos, los algoritmos y la
estrategia. La economía basada en el conocimiento se fundamenta en la innovación y el
capital intelectual como motores para generar riqueza, lo cual requiere inversiones
significativas en activos intangibles, lo que la distingue de las economías basadas en
bienes tangibles. Propulsar esta línea de creación de activos inmateriales se traduce en
aumentar el ‘conocimiento interior bruto’ que, de doble forma, inmediata e inducida,
incide en un mayor PIB y un mayor PIB per cápita. Como es lógico suponer, esta
transición es más dificultosa para las pequeñas y medianas empresas que para las de
gran tamaño. No hablamos de ciencia ficción: existen metodologías de valoración de
intangibles, aunque aún no se haya consagrado un estándar internacional armonizado.
Por si no lo hemos adivinado, la inversión aludida para propiciar el crecimiento del
‘conocimiento interior bruto’ se orienta a la educación, a la investigación y al sustento y
desarrollo del conocimiento en su más amplia acepción. Corea destina un 5% de su PIB
a I+D+i, por encima de Estados Unidos, de la media de la Unión europea y por supuesto
muy por encima de España que no llega al 1,5% del PIB. Por eso es una de las economías
más pujantes e igualitarias del planeta.
Naciones Unidas en colaboración con otras organizaciones privadas ha confeccionado y
realiza el seguimiento desde 2017 del ‘Índice Global del Conocimiento’ (GKI), que incluye
siete subíndices compuestos que miden meticulosamente el desempeño de seis sectores
críticos: educación preuniversitaria; educación y formación técnica y profesional;
educación más alta; tecnología de información y comunicaciones; investigación y
desarrollo e innovación y economía. España, con una puntuación de 59 puntos sobre
cien, ocupa el lugar 30 en una lista de 133 países estudiados. Lejos de nuestra
importancia productiva teórica.
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En resumen: la renta de un país y su potencia económica se miden en la actualidad por
el PIB. En el futuro lo harán en términos de conocimiento interior bruto.
22.02.2024
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