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COLEGIO TOMAS ALVA EDISON
ÁREA DE FILOSOFÍA
DOCENTE: Mg. DIEGO ALEJANDRO RINCON R.
LECTURA No. 1
INTRODUCCIÓN A LA POSMODERNIDAD1
La Postmodernidad no es un tiempo concreto ni de la historia ni del pensamiento, sino que
es una condición humana determinada, como insinúa Lyotard en La condición
postmoderna. La Postmodernidad, en sus líneas fundamentales, trata de describir la
circunstancial existencial básica de los seres humanos occidentales de finales del siglo XX
e inicios del siglo XXI, de la que extraerá consecuencias que considera valiosas para el
pensamiento.
La Modernidad se identifica con la Ilustración y las consecuencias de ésta. El ideal
ilustrado es el dominio absoluto de la razón, entendida como la forma de conocer que
excluye el principio de no contradicción, es decir, la posibilidad de afirmar lo mismo sobre
lo mismo y lo contrario sobre lo mismo al mismo tiempo. La convicción ilustrada de que la
razón es capaz de llegar a conocer con veracidad cada rincón de la realidad. La Ilustración
y sus hijas han dado riendas sueltas a la razón como único criterio de conocimiento del
mundo, como la única forma legítima de conocer la realidad.
La Postmodernidad se encuentra decepcionada con la Modernidad, pero su decepción no
sólo es teórica, sino que sobre todo es práctica. La razón moderna se anunció como la
salvación humana, como el medio para conseguir la felicidad de los hombres, pero después
de un siglo escaso de dominio, la razón ha dotado de armas a los seres humanos para
matarse y destruirse con la mayor crueldad que han registrado todos los tiempos. Las
guerras mundiales son la mejor expresión del fracaso de los ideales ilustrados. La
Ilustración en su deriva técnica ha creado máquinas de destrucción y en vertiente teórica ha
ayudado a legitimar la necesidad de llegar a cabo sus ideales, o las variaciones de estos, por
todos los medios al alcance.
No nos podemos engañar, no nos encontramos ante el fracaso práctico de un ideal correcto,
sino que hemos llegado a las consecuencias necesarias, inevitables, de la teoría, ya que la
Ilustración es dominio teórico que se convierte en dominio técnico. En otras palabras, el
fracaso de la razón moderna no es porque los medios elegidos hayan sido equivocados, sino
que la propia dinámica de la razón moderna lleva a estas consecuencias. Cuando se tiene
una sola perspectiva sobre la realidad, en este caso la racional, ésta será autoritaria, al ser la
única que es verdadera, y se impondrá a las demás hasta la destrucción del otro como
negatividad, engaño o falsedad. La razón moderna acabó con la omnipresencia divina para
reclamar para sí misma esa misma omnipresencia que había dejado ausente.
1 Recuperado de: http://geografiasubjetiva.com/2008/04/14/introduccion-a-la-postmodernidad-
fragmento-de-filosofia-para-jaume/
2
La Modernidad ha confundido la razón, entendida como facultad, con una forma de
racionalidad concreta. Toda la razón ha quedado recluida al ámbito de la razón científica
natural y matemática. Han ignorado otras formas de racionalidad y de pensamiento, a las
que han considerado menores o irracionales, especialmente a la racionalidad propia del
pensamiento humanístico. Muchas regiones de la realidad y del conocimiento humano han
perdido su status científico por no poder acomodarse a las exigencias de la ciencia natural o
matemática.
La Postmodernidad busca concitar a las formas de racionalidad despreciada por la
Modernidad, a todas las que se dan dentro del ser humano. En especial la Postmodernidad
admite que se den válidamente explicaciones o interpretaciones contradictorias sin que
ninguna de las contradictorias tenga que ser rechazadas, ya que si no hay un criterio
supremo de conocimiento, no cabe rechazar ninguna de las explicaciones e
interpretaciones.
La primera gran consecuencia de lo anteriormente expuesto es que las ciencias naturales y
matemáticas pierden su centralidad y lo pierden porque ni siquiera ellas mismas pueden
cumplir con las exigencias que la Modernidad impone a la ciencia. El teorema de Gödell
destruyó la autosuficiencia matemática, la mecánica cuántica destruyó el mito de la perfecta
determinación en las ciencias físicas y químicas o la teoría de la relatividad quitó a la
realidad todo tipo de referencias absolutas. Las ciencias sociales y humanas pasan a ser
ciencias en el pleno sentido de la palabra, siendo más o menos científicas por su parecido a
las ciencias naturales y matemáticas.
El mundo postmoderno ha desechado los metarrelatos. El metarrelato es la justificación
general de toda la realidad, es decir, la dotación de sentido a toda la realidad. Ninguna
justificación puede alcanzar a cubrir toda la realidad, ya que necesariamente caerá en
alguna paradoja lógica o alguna insuficiencia en la construcción (especialmente en la
completitud o en la coherencia) y que desdicen sus propias pretensiones onmiabarcantes. El
hombre postmoderno no cree ya los metarrelatos, el hombre postmoderno no dirige la
totalidad de su vida conforme a un solo relato, porque la existencia humana se ha vuelto tan
enormemente compleja que cada región existencial del ser humano tiene que ser justificada
por un relato propio, por lo que los pensadores postmodernos llaman microrrelatos.
El microrrelato tiene una diferencia de dimensión respecto del metarrelato, pero esta
diferencia es fundamental, ya que sólo pretende dar sentido a una parte delimitada de la
realidad y de la existencia. Cada uno de nosotros tiene diferentes microrrelatos,
probablemente desgajados de metarrelatos, que entre ellos pueden ser contradictorios, pero
el ser humano postmoderno no vive esta contradicción porque él mismo ha deslindado cada
una de esta esfera hasta convertirlas en fragmentos. El hombre postmoderno vive la vida
como un conjunto de fragmentos independientes entre sí, pasando de unas posiciones a
otras sin ningún sentimiento de contradicción interna, puesto éste entiende que no tiene
nada que ver una cosa con otra. Pero esto no quiere decir que los microrrelatos no sean
cambiables sin mayor esfuerzo, ya que los microrrelatos responden al criterio fundamental
de utilidad.
3
Los defensores de los metarrelatos acusan al mundo postmodernos de crisis intelectuales y
de valores morales precisamente por el abandono de los metarrelatos. El principio moral
fundamental de la Postmodernidad es la tolerancia, esto es, permitir toda la gama de relatos
justificativos sin censura, mediatización, correcciones o adaptaciones a otro metarrelato. La
consecuencia política de la tolerancia es y sólo puede ser la democracia, aunque una
tendencia más radical incluso cuestiona esto, en mi opinión, en un alarde de ingenuidad.
Decíamos antes que la no contradicción es un principio fundamental de la Ilustración. La
Postmodernidad acepta la contradicción y se complace en ella. Considerar que la realidad
no es contradictoria no es más que el traslado injustificado de un principio lógico a lo
ontológico. La realidad es como es y no tiene isomorfía con las leyes lógicas. La creencia
en la isomorfía nos ha llevado a ver sólo una parte de la realidad, aquélla que no se
contradice, llegando al extremo de considerar irreal lo que no se acomodaba a la
prohibición de contradicción, más allá que nuestra experiencia existencial nos impone la
contradicción como un hecho inevitable y que debería ser un hecho de la razón, un Factum
Vernunfts en terminología kantiana.
¿En qué punto nos encontramos ahora? Destruido el imperio de la razón lógica no tenemos
tribunal ante el que llevar a las otras formas de conocimiento para ser enjuiciadas y
sentenciadas. Cada forma del conocimiento y cada racionalidad forman una interpretación
de la realidad o más bien de la parte de la realidad de la que se ocupan.
Los hechos por sí mismos no dicen nada, necesitan ser dotados de sentido y la dotación de
sentido la otorga la interpretación. La interpretación es lo hace visible la realidad al ser
humano. El ser humano interpreta porque lo necesita, porque si no vive en una realidad
irrelevante e invisible. Las interpretaciones son infinitas, ya que las aproximaciones de los
seres humanos a la sociedad pueden adoptar multitud de formas. Pero la interpretación no
es una actividad independiente, original y genial de un individuo, siguiendo a Gadamer
podemos decir que toda interpretación se inserta en una tradición. Nuestra interpretación
del mundo se encuentra limitado por la tradición desde la que interpretamos que no sólo
nos proporciona el instrumental sino también los conocimientos previos, los prejuicios.
El ideal ilustrado de un conocimiento sin prejuicios es imposible, porque incluso ese ideal
es fruto de una determinada tradición y de los prejuicios de ésta. La consecuencia de lo que
acabamos de decir que la construcción del conocimiento es social, por lo que ya no
importará tanto la Teoría del Conocimiento, sino la Sociología del Conocimiento. Lo
significativo deja de ser el descubrimiento del procedimiento de conocimiento común a
todos los seres humanos, sino la averiguación de las circunstancias sociales y ambientales
que llevan a conocer de una determinada forma. Decía Berkeley que la realidad es realidad
percibida, paralelamente un pensador postmoderno consideraría que la realidad es realidad
interpretada, no habiendo realidad fuera de la interpretación, ni realidad sin interpretación.
Hemos dicho que las interpretaciones dotan de sentido a los hechos. La interpretación es
una condición necesaria para que podamos conocer la realidad, para que nos podamos
relacionar con ella. La interpretación cuaja en la tradición y es el conocimiento de nuestras
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formas de interpretación el objeto de la ciencia central de la Postmodernidad: la
Hermenéutica. La Hermenéutica tiene sus orígenes en los principios del conocimiento
humano, no en vano Aristóteles escribe una tratado sobre la interpretación. Con Gadamer la
Hermenéutica cobra un nuevo giro, ya no pretende aprehender el verdadero y único sentido
del texto, sino manifestar las diversas interpretaciones del texto y las diversas formas de
interpretar. Hemos aludido por primera vez a un elemento fundamental del pensamiento
postmoderno: el texto.
La Postmodernidad, si la entendemos como Filosofía del Lenguaje, es una reflexión sobre
el lenguaje escrito, en contraposición con la tendencia anglosajona que se centra en el
lenguaje oral. El texto, como analogazo principal de cualquier acción humana, se
independiza del autor hasta tal punto de que el autor puede ser obviado. En la
Postmodernidad hay dos tendencias muy marcadas y contradictorias sobre la autoría, la que
la desprecia por centrarse únicamente en el texto y la que quiere explicar el texto como
trasunto del autor. No cabe hablar propiamente de un autor, pues el autor del texto se ha
perdido, como también se ha perdido el ser humano como sujeto, es decir, como director
libre de sus acciones.
Heidegger sostiene que desde el olvido del ser protagonizado por Sócrates y Platón, y
secundado por toda la Historia de la Metafísica, ha hecho de una simple interpretación de la
estructura gramatical, la relación entre sujeto y predicado, toda una teoría de la realidad.
Ese sujeto del que habla la tradición como protagonista de la realidad, de la historia,
sencillamente no existe, porque el hombre postmoderno se encuentra fragmentado y
sometido a un conjunto de fuerzas no propias del sujeto libre que le condiciona de tal
manera que recolocan al ser humano en su propio lugar como sometido a la realidad.
La idea de sujeto es un trasunto de la idea de Dios, que desplazó el teocentrismo por
antropocentrismo. Heidegger propugna un antihumanismo que no es otra cosa que la
finalización de esa consideración del ser humano como un dios venido a menos, porque el
ser es lo primario. El Humanismo se ha basado en una idea estática del ser humano, en una
primacía del acto sobre la potencia.
El pensamiento moderno se presenta como una racionalidad capaz de llegar hasta los
últimos rincones de la realidad, manifestando con total exactitud su estructura, que siempre
es racional. Por los motivos antes expuestos, esa pretensión del pensamiento moderno no
tiene sentido, produciéndonos únicamente la apariencia de haber alcanzado el final de la
realidad, cuando el final es inalcanzable, sencillamente porque no existe, porque la realidad
es un puro hacerse, nunca un acabamiento. Gianni Vattimo propone un pensamiento débil,
es decir, un pensamiento consciente de sus propias limitaciones y que tenga el alcance
limitado que éste pueda dar de sí. Ya hay posibilidad de metarrelato, el pensamiento sólo
puede llegar a un microrrelato, a una interpretación provisional y que no se apodera de la
realidad, sino que se abre a la realidad, para ser, como decía Heidegger, “pastor del ser”.
El pensamiento débil, el postmoderno, no es sinónimo de debilidad. El pensamiento débil
es el portavoz de la sospecha, es un pensamiento eminentemente crítico. El pensamiento
5
postmoderno no tolera ninguna pretensión totalitaria sobre la realidad, ningún pensamiento
que quiere trascender los límites del microrrelato hasta llegar a abarcar toda la realidad.
Detrás de cada intención totalitaria de un pensamiento sobre la realidad se esconde un
interés del poder, el poder manifiesto u oculto, que, a través del lenguaje ontologizado y
ontologizante, quiere someter la realidad a un poder, anularla, vaciarla, que pierda su
potencialidad.
El segundo Wittgenstein, el de Investigaciones Filosóficas, abrió un nuevo camino en la
reflexión sobre el lenguaje. El lenguaje no es uno, el lenguaje es diverso porque hay unas
reglas para cada grupo de participantes, para cada circunstancia. Wittgenstein hablaba de
“juegos de lenguaje”. Cada uno de los “juegos de lenguaje” corresponde con una
concepción de la realidad propia. El primer Wittgenstein mantuvo la isomorfía entre
lenguaje y realidad, pero renuncia a esta idea cuando descubre la existencia y la
importancia de los juegos de lenguaje. Una de las consecuencias del juego de lenguaje es
que no cabe juzgar el lenguaje de un según las reglas de otro juego, pues las reglas se
limitan a un ámbito propio y delimitado que le otorgan validez. Roto el lenguaje como
instrumento omnicomprensivo, rota posibilidad de comprender toda la realidad dentro una
misma teoría.
La tolerancia era tenida como una virtud moral dentro de la teoría racionalista, pero con
enormes limitaciones. Pervivía, dentro de la Filosofía Moral, la misma doctrina
sustancialista que en la Ontología, la cual sostenía que había leyes morales absolutamente
imprescindibles, mientras que otras eran más o menos opinables o culturales. Sólo cabía
tolerancia con los elementos opinables y culturales de la teoría moral, que eran pocos. El
verdadero problema radicaba en que la distinción entre lo esencial y lo cultural era también
cultural, por lo que se naturalizaba lo que era una diferencia estrictamente cultural, en otras
palabras, se elevaba a ontológico lo que era producto de la cultura humana.
El problema de la tolerancia es que estaba nacida sólo para la retórica, porque en teorías
dominadas por principios absolutos todo se debía a la deducción necesaria, pudiendo
quedar lo opinable en un conjunto vacío. Pero, siguiendo los pasos del segundo
Wittgenstein y de la teoría del fragmento que antes hemos esbozado, no cabe un punto
omnicomprensivo desde el que enjuiciar toda la realidad, aunque ésta sea la realidad moral.
Incluso los principios más elevados de la moral sólo son los principios de una determinada
moral, de una situación concreta a la que el ser humano responde con acciones y pautas
sobre estas acciones.
De esta forma la tolerancia no es virtud, una posibilidad de nuestras opciones morales e
intelectuales, sino que va dada de suyo por la propia estructura de nuestra aprehensión de la
realidad, en la que no cabe una teoría general que dé razón de cada punto de la realidad con
una necesidad absoluta a partir de unos axiomas autoevidentes.
La democracia no es un simple mecanismo político ni una forma más de gobierno, es el
paralelo político de la necesaria tolerancia. Éste es uno de los puntos de polémica interna
dentro de los mismos pensadores postmodernos, pues hay un sector que considera que la
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democracia no es más que la expresión política de un pensamiento eurocéntrico que se
intenta imponer a todas las culturas, mientras que la posición del a priori, mantenida por
Rorty y sus seguidores, sostiene que la democracia es un radical de la existencia humana, el
sustento de la realidad política como el ser lo es de realidad ontológica.
Siguiendo los pasos de Rorty podemos decir que la democracia es el sistema que hace
posible la pluralidad de discursos, pues ella misma contiene un mínimo dogmática que
consiste precisamente en la posibilidad de todos los discursos. Todo sistema política que
pretenda la consecución de unos ideales sobre las determinaciones concretas de individuos
y de grupos. Todo intento que realizar políticamente un sistema ideológico concreto y unos
propósitos políticos tienen en su interior el germen del totalitarismo, la determinación de la
pluralidad a partir de un solo punto de vista que se impone por todos los medios posibles.
La tolerancia y la democracia misma sólo son posibles si no hay pretensiones totalitarias en
el pensamiento, si no se quiere imponer una única visión de la realidad. El pensamiento
postmoderno siempre piensa mal y así quiere acertar. Un discurso que pretenda ser válido
para toda la realidad, no tener fisuras y dar respuesta a todas las preguntas planteadas o por
plantear, es un obstáculo ineludible para la existencia de la democracia. La democracia es
un sistema abierto, sin interpretación dogmática.
La Postmodernidad ve la realidad desde el paradigma del texto escrito. La oralidad ha ido
desapareciendo de nuestra cultura de manera que, hasta lo que consideramos oral, no es
más que una verbalización de formas escritas. El texto se independiza de su autor, porque
es reelaboración con cada lectura, que es en sí misma una reinterpretación; no tiene sentido
intentar encontrar lo que el autor ha querido decir, sino lo que los lectores, a lo largo de la
historia, han dicho que el texto quería decir. La verdad se transforma en verdad
interpretativa o verdad hermenéutica.
Las tradiciones forman cosmovisiones que son inconmensurables. Aquí es conveniente
volver a traer a colación al segundo Wittgenstein, que mantenía que cada juego de lenguaje
se valía a sí mismo y sólo tiene validez dentro de sí mismo, no existiendo la posibilidad
juzgar la validez desde fuera de cada juego, esto es, no hay un punto absoluto exterior a los
juegos e interpretaciones.
La lengua escrita es un fenómeno intrínsecamente social. Sin sociedad no hay lengua
escrita y la sociedad es el marco preferencial de creación de interpretaciones. Toda
interpretación, por muy individual que sea, procede de unas fuentes sociales y se dirige a la
colectividad. La acción del individuo se disuelve en el marco social en tal grado que se
llega a dudar de la individualidad a favor de una posición dentro de lo social.
Al igual que no texto tiene una temporalidad reversible, así también lo tiene la
temporalidad ontológica. De esta forma se puede invertir el orden de la casualidad,
convirtiéndose la causa en consecuencia y la consecuencia en causa, lo cual no permite
descubrir las otras perspectivas que una inversión temporal nos proporciona.
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La reversibilidad de la temporalidad y, por tanto, de la relación de causa y efecto nos lleva
a poder ver las interpretaciones de la realidad desde fuera de las tradiciones dominantes,
que las hay. Situarnos en los márgenes, en los límites, nos permite unas nuevas visiones e
interpretaciones que no nos permiten las interpretaciones dominantes. Ver una realidad
desde sus propios márgenes nos proporciona nuevas facetas interpretativas que no podemos
obtener desde las interpretaciones dominantes.
La identidad, principio angular del pensamiento racional desde los presocráticos, queda rota
en la Postmodernidad porque se rechazan las abstracciones y, en consecuencia, los
principios abstractos. La primacía es lo singular, siendo lo singular el principio y no la
abstracción de las singularidades. No debemos engañarnos con la apuesta por lo singular,
como una mera sustitución de lo abstracto, ya que lo singular es cambiante como la realidad
en tu conjunto.
Si no hay metarrelatos tampoco hay utopías, pues la utopía es un metarrelato.
Paradójicamente la postmodernidad ha generado una utopía, pero que funciona sobre la
base de microrrelatos, es decir, de explicaciones que le dan sentido sólo a una parte de la
realidad. Así ha nacido la “casi-utopía de la nueva era” (new age) que se caracteriza por la
huida del mundo y de la sociedad y por la conformación del espacio utópico en el seno de
la intimidad, con determinados elementos degradados de las tradiciones orientales. La
utopía new age no lucha por transformar la sociedad, sino que construye muros de
protección que no ataquen el proyecto de intimidad. Es una utopía fragmentada para un
mundo fragmentado.
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COLEGIO TOMAS ALVA EDISON
ÁREA DE FILOSOFÍA
DOCENTE: Mg. DIEGO ALEJANDRO RINCÓN ROJAS
LECTURA No. 2
TRANSMODENIDAD2
Rosa María Rodríguez
INTRODUCCIÓN
El concepto de “Transmodernidad” fue puesto en circulación por mí en el libro: La sonrisa
de Saturno. Hacia una teoría transmoderna. Si bien en el volumen se recopilan textos y
conferencias, que apuntan su gestación en los años anteriores. Y digo “puesto en
circulación”, pues ¿quién es dueño de las palabras?, sólo puedo afirmar que no lo tomé de
nadie, que no conozco utilización sistemática de él anterior a que yo lo convirtiera en eje de
mi reflexión y que, posteriormente, a pesar de su aparición esporádica en ciertos contextos,
no tengo constancia de una elaboración que pretenda otorgarle la dimensión teórica de que
yo deseo dotarlo.
En 1987, estando en casa de Jean Baudrillard, y en medio de una larga conversación, se
hizo patente la insuficiencia del término “postmodernismo” cuya adscripción él rechazaba.
Efectivamente, para mí, la realidad descrita por él en conceptos como “transexual” o
“transpolitica”, remitía a una configuración gnoseológica diferente, que, unida a nociones
como simulacro o hiperrealidad, nos hablaba de un adelgazamiento de lo real, de una
relación distinta con el mundo, que iba más allá de sus obras para representar algo así como
l’esprit du temps. Él no lo había pensado, pero le sugerí que quizás la época en la que nos
hallábamos podría muy bien recibir el nombre de “Transmodernidad”. Le pregunté si esta
denominación le podría parecer menos ajena. De una forma irónica y simpática me dijo que
si éramos pocos podría aceptar encontrarse allí, ¡siempre que nos alejáramos de la multitud
postmoderna!
Tras esta conversación, seguí dándole vueltas al término, pues más que un simple hallazgo
momentáneo me parecía que podía captar toda una serie de transformaciones de nuestro
presente conceptual y vivencial que la denominación post oscurecía.
El capítulo VI de mi Sonrisa de Saturno lleva por título “El porvenir de la teoría: la
Transmodernidad” y en él, tras analizar las características de la Modernidad y de la
Transmodernidad, comienzo a perfilar los lineamientos del nuevo concepto. Como allí
escribía:
2 Rodríguez, R. (2004). Transmodernidad. Barcelona: Anthropos. Pp.7-21
9
“La Transmodernidad prolonga, continúa y transciende la Modernidad, es el retorno de
algunas de sus líneas e ideas, acaso las más ingenuas, pero también las más universales.
El hegelianismo, el socialismo utópico, el marxismo, las filosofías de la sospecha, las
escuelas críticas... nos mostraron esta ingenuidad; tras la crisis de esas tendencias,
volvemos la vista atrás, al proyecto ilustrado, como marco general y más holgado donde
elegir nuestro presente. Pero es un retorno, distanciado, irónico, que acepta su ficción útil.
La Transmodernidad es el retorno, la copia, la pervivencia de una Modernidad débil,
rebajada, ligth. La zona contemporánea transitada por todas las tendencias, los recuerdos,
las posibilidades; transcendente y aparencial a la vez, voluntariamente sincrética en su
“multicronía”. La Transmodernidad es una ficción: nuestra realidad, la copia que
suplanta al modelo, un eclecticismo canallesco y angélico a la vez. La Transmodernidad es
lo postmoderno sin su inocente rupturismo, la galería museística de la razón, para no
olvidar la historia, que ha fenecido, para no concluir en el bárbaro asilvestramiento
cibernético o mass-mediático; es proponer los valores como frenos o como fábulas, pero
no olvidar, porque somos sabios, porque nuestro pasado lo ha sido. La Transmodernidad
retoma y recupera las vanguardias, las copia y las vende, es cierto, pero a la vez recuerda
que el arte ha tenido -tiene- un efecto de denuncia y experimentalismo, que no todo vale;
anula la distancia entre el elitismo y la cultura de masas, y descubre sus sendos rostros
cruzados. La Transmodernidad es imagen, serie, barroco de fuga y autorreferencia,
catástrofe, bucle, reiteración fractal e inane; entropía de lo obeso, inflación amoratada de
datos; estética de lo repleto y de su desaparición, entrópica, fatal. Su clave no es el post, la
ruptura, sino la transubstanciación vaso comunicada de los paradigmas. Son los mundos
que se penetran y se resuelven en pompas de jabón o como imágenes en una pantalla. La
Transmodernidad no es un deseo o una meta, simplemente está, como una situación
estratégica, compleja y aleatoria no elegible; no es buena ni mala, benéfica o
insoportable... y es todo eso juntamente... Es el abandono de la representación, es el reino
de la simulación, de la simulación que se sabe real”.
Ya desde el comienzo, mi puesta en circulación del término pretendía ser un punto de
arranque para vertebrar una teoría que, siendo rabiosamente última, abriera caminos frente
a las corrientes post que estaban embarrancando en un callejón sin salida, fascinadas por
una utilización excesivamente literaturizante de sus términos, encallando en un
eclecticismo y relativismo socialmente inane y gnoseológicamente nihilista. Para ello había
apuntado una serie de propuestas teóricas en el mismo libro que vengo citando:
 Uso regulativo, formal, de ciertos valores e ideas.
 Deliberación y elección de las reglas de juego para las diversas prácticas. Revisión.
Multiplicidad de juegos de lenguaje.
 Asunción del compromiso ontológico de una determinada opción momentánea.
 Ejercicio crítico “débil”, no desenmascarador ontológicamente, sino de pragmática
autonomía y salubridad.
 Apropiación del dinamismo, fragmentariedad... postmodernos. El uso regulativo de
ciertas ideas otorga objetividad y normalización; la revisión constante intentaría
paliar su instrumentalización.
 Ideal democrático ilustrado para la sociedad; retorno del individuo a la vida privada.
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 Escepticismo, ironía, distanciamiento: reasunción “ligera”, rebajada, de los criterios
de fundamentación; legitimación a posteriori, por los resultados.
Como muy bien nos mostrara Kant, para actuar y para pensar, no es necesario el
conocimiento nouménico de los fundamentos, pero éstos hay que suponerlos como ideales
regulativos. Se trataba de dar un paso más, si bien para él no eran comprobables
empíricamente, pero en cierto sentido si absolutamente reales, el reto en la actualidad
consistía en reconocer su necesidad lógica en una ausencia metafísica más radical; los
precisamos como condiciones de consistencia epistemológica, pero ello sólo supone un
requerimiento de nuestro procedimiento intelectivo, en modo alguno del mundo real.
Asumir esa ausencia intrínseca, no resta efectividad al proceso. El fundamento no se hallará
en el conocimiento metafísico de la verdad, sino en el pacto gnoseológico de los sujetos que
consensuan una racionalidad que les permita interpretar la realidad y transformarla. Así, el
acuerdo, tras el supuesto fictivo e hipotético de cierta universalidad, asume la multiplicidad
de juegos de lenguaje, por lo cual establece determinadas reglas de juego intrínsecas a las
prácticas seleccionadas. Por tanto, una acción, si desea ser inteligible, compartible y
efectiva, deberá proponer de forma hipotética, temporal y revisable ciertas aserciones, que
serán aceptadas por los sujetos cual si fueran reales mientras dure el cometido. Por ejemplo,
cualquier ejercicio democrático supone el acuerdo normativo y con voluntad
universalizable de los ideales regulativos de racionalidad compartida, justicia, igualdad,
representación, libertad... etc., lo cual no implica su fundamentación sustancial, sino su
aceptación formal pactada, ejerciendo el ralwsiano velo de ignorancia sobre los contenidos
fuertes de creencia, que en su solidez, imposibilitarían el consenso.
Bien cierto que nunca se es “formal” impunemente, cualquier esquema conceptual conlleva
subyacentemente una ontología, debemos ser conscientes del compromiso ontológico que
asumimos, y por ello no perder de vista que se trata de una opción momentánea, revisable,
y constantemente sometida a la autocrítica. Se trata de establecer un camino intermedio
entre el esencialismo y el mero uso instrumental de la razón. Esta especie de pragmatismo
irónico (en el sentido rortyano), no desea, al alejarse de la metafísica, caer en el posibilismo
mendaz, sino obtener los mejores resultados, asumiendo el carácter hipotético y tentativo de
nuestro pensamiento. Epistemológicamente es lo máximo que nos podemos permitir, pero
en el logro de resultados no debemos aceptar limitaciones. Debemos aspirar a que nuestra
intelección y transformación del mundo, en el terreno teórico, científico, tecnológico,
social, ético, estético... sea tal como si no dispusiéramos sólo de metodologías
instrumentales sino de la sabiduría total que los antiguos filósofos anhelaron.
Tal era, en líneas generales, la postulación primera, que posteriormente fui desarrollando en
una serie de conferencias: “Transmodernidad, neotribalismo y postpolítica”, “Femenino
transmoderno”, “La teorización del género en España: Ilustración, diferencia y
Transmodernidad”..., recogidas en mi libro: El modelo Frankenstein. De la diferencia a la
cultura post. Madrid, Tecnos, 1997:
“La Transmodernidad, como etapa abierta y designación de nuestro presente, intenta, más
allá de una denominación aleatoria, recoger en su mismo concepto la herencia de los retos
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abiertos de la Modernidad tras la quiebra del proyecto ilustrado. No renunciar hoy a la
Teoría, a la Historia, a la Justicia social, y a la autonomía del Sujeto, asumiendo las
críticas postmodernas, significa delimitar un horizonte posible de reflexión que escape del
nihilismo, sin comprometerse con proyectos caducos pero sin olvidarlos. Aceptar el
pragmatismo como base no implica negar que la acción humana se guía por ideales
regulativos que fundamentan la racionalidad argumentativa, si bien estos ideales
regulativos, que tras la modernidad renunciaron a basarse en la teología o la metafísica,
no pueden tampoco hoy, tras las críticas postmodernos, legitimarse en el proyecto
ilustrado. Hemos debilitado su pujanza gnoseológica, pero en modo alguno, y de ahí la
noción de pragmatismo, su necesidad lógica y social. Tales ideales regulativos representan
simulacros operativos legitimados en la teleología de la perfectibilidad racional, que la
crítica y el consenso renuevan incesantemente, unos valores de carácter público no
universales pero universalizables, que encuentran su esfera no en la intuición, el sentido
común o la tradición, sino en el esfuerzo teórico por crear paradigmas conceptuales que
posibiliten el incremento del bienestar social e individual. Hablamos, pues, de
transformación social, de transcendencia de la mera gestión práctica, de transacciones
argumentativas, de líneas de cuestionamiento que atraviesan, transformándose y
transformando, el indagar racional.”
El presente libro continúa y completa esta reflexión, aportando ya lo que considero una
caracterización más acabada. Evidentemente, un nuevo término compuesto por la adhesión
de un prefijo a un concepto como “Modernidad”, que define un paradigma, aparece
espontáneamente en diversas disciplinas y tendencias, (aun cuando no tengo constancia de
que haya sido utilizado, antes de que yo lo acuñara en 1989, como nueva configuración
teórica, con una fundamentación estructurada, más allá de un mero uso azaroso y puntual).
A pesar de esto último, considero interesante, indagar en qué ámbitos ha surgido su
utilización y con qué sentidos. Todo ello, y precisamente por el desconocimiento mutuo de
sus propaladores, evidencia una consciencia de la crisis moderna, la insuficiencia de las
propuestas postmodernas y la necesidad de un nuevo pensamiento superador, que,
subterráneamente marca coincidencias y divergencias…
Un ámbito donde ha comenzado a oírse de forma puntual la noción de “Transmodernidad”
es en encuentros internacionales e institucionales ligados al diálogo intercultural, la
filosofía del derecho y la cultura de la paz.
La hipótesis punto de partida de los trabajos era la siguiente: “Occidente se halla en plena
transición entre modernidad y Transmodernidad, mientras que una parte importante del
resto de la humanidad ve el mundo a través de una visión agraria y premoderna”. La
modernidad se caracteriza por la separación entre la religión y la política, mientras que en
la premodernidad prevalece el sentimiento de la sacralidad. La Transmodernidad se
postularía como síntesis de ambas posturas, suprimiendo la separación entre la religión y la
política, intentando frenar su intolerancia mutua, de forma que se posibilitara “un retorno
sin complejos a las raíces culturales y religiosas propias, abandonando cualquier pretensión
de cultura dominante”. La Transmodernidad, así, daría cuenta de la existencia simultánea
de tendencias modernas y premodernas, ayudando a frenar el rechazo de ciertos países,
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principalmente islámicos, a la visión occidental de modernización, identificada muchas
veces con racionalidad económica de mercado y pérdida de valores, intentando hacer
coexistir el progreso con la diferencia cultural. Se trataría pues de recuperar para occidente
cierto talante espiritual y profundizar en el dialogo intercultural y la tolerancia.
Ya en un sentido diferente, cabe señalar, no obstante, que la dimensión de apertura
espiritual promueve en algunos foros ciertas concomitancias hacia la integración de la
complejidad con derivas New Age; aunque a partir de Ken Wilber en sentido estricto sólo
podemos hablar de psicología transpersonal, el prefijo “trans” abre el camino a propuestas
metapolíticas, adualistas, transegóicas, de pensamiento multidimensional y sistémico.
De los tres usos reseñados del término, es sin duda con Novak con quien encuentro más
concomitancias, pues se adentra, desde su disciplina artística, en la percepción y recreación
del mundo cibernético y virtual que caracteriza nuestro presente. No obstante, y a pesar de
la dispersión y falta de conocimiento mutuo de quienes de forma espontánea comienzan a
emplear el calificativo transmoderno, quiero resaltar en primer lugar la sintonía que circula
por entre la tremenda diferencia de posturas. Existe una denuncia de la crisis del modelo
moderno, y así mismo, una conciencia de la necesidad de abrir, a partir de él, un nuevo
horizonte, una apuesta activa alejada de toda cultura exhausta y sin salida, de todo
eclecticismo escéptico. Lo post era fin de siècle, lo trans es nuevo milenio. Se constata la
confluencia de corrientes, la coexistencia de diversos grados de desarrollo cultural y social:
premoderno, moderno, postmoderno, el carácter transnacional y postradicional de nuestro
presente, se requiere un multifocalismo, y en todos los casos una voluntad de futuro. Hasta
aquí las semejanzas.
Pero ¿tiene algo que ver el paradigma transmoderno que yo propongo con lo más arriba
reseñado? Ciertamente muy poco.
Estoy radicalmente en contra de entender lo trans como prefijo milagroso. La
Transmodernidad no es la panacea de todas las contradicciones, y caeríamos en la
impostura intelectual si, guiados por la magia del nombre, pretendiéramos fabricar la
Transmodernidad de los pobres, la Transmodernidad de los bárbaros, la Transmodernidad
de los iluminados. Buscar la cuadratura del círculo en clave de un pensamiento fuerte
multicultural es prolongar la lógica de la modernidad, sin comprender que nos hallamos ya
muy lejos de ella. Pensar con la nueva lógica es deshacernos de una vez por todas de las
antiguas falsas ilusiones.
Que partimos de una situación compleja es un hecho. El modelo transmoderno en su forma
más descriptiva y cínica no pretende resolver nada, es el nuevo paradigma del primer
mundo, globalizado, vacío, sofisticado, higt tech. Otra cosa es que a partir de él intentemos
aguzar las estrategias para no quedar atrapados en su vorágine, construir con sus propios
mecanismos las líneas de fuga y supervivencia. Pero ello es algo bien distinto de pretender
“angelizar” al excluido o al fundamentalista, vendiendo como anheladas síntesis lo que no
son sino beatíficas “buenas intenciones” de la mano de la teología de la liberación, el
mesianismo New Age o la jerga políticamente correcta de los organismos internacionales.
13
La Transmodernidad no es una ONG para el tercer mundo, y es bueno que ellos lo sepan
cuanto antes, igual que nosotros deberíamos comprender lucidamente que no es tampoco la
nueva utopía tecnológica y feliz. Es el lugar donde estamos, el lugar precisamente donde no
están los excluidos. Con ello tendremos que bregar todos.
Así que volvamos al análisis atento de este paradigma en el que nos movemos como
pequeñas células fotoeléctricas.
La palabra “Transmodernidad” sugiere implícitamente una serie de sentidos connotados por
su prefijo. “Trans” es transformación, dinamismo, atravesamiento de algo en un medio
diferente; ese algo que va “a través de”, no se estanca, sino que parece alcanzar un estadio
posterior, conlleva por lo tanto la noción de transcendencia. Así pues, desarrollemos cada
uno de los sentidos apuntados.
1.1.Transformación. Nos remite a un dinamismo sustancial, más allá del estatismo de las
esencias o de la combinatoria atomística, nos induce a pensar en un estado inestable,
gaseoso, cuántico. No hay una óptica privilegiada, sino un constante trasiego de flujos,
modelo complejo en el que cada punto interactúa con otro, sin que las nociones de
tiempo y espacio otorguen más que instantáneas conceptuales, estructuras
interpretativas en proceso. Coexistencia de planos, conglomerados mutantes que,
apenas se establecen, modifican su configuración. Los modelos actuales de la física
subatómica, la mecánica cuántica o la nanotecnología asumen perfectamente este
dinamismo trans que se conforma como una nueva ontología difusa. En cuanto
paradigma social lo trans nos habla de la coexistencia de tendencias heterogéneas, la
pervivencia de secuencias temporales multicrónicas, de la ruptura de la historia como
proceso unitario, distorsión de los agentes sociales clásicos, circulando los individuos
en múltiples y contradictorias actuaciones e identidades de incidencia diversa en el
cambio social. Histórica y socialmente nos hallamos pues en una multicronía. El
pluralismo, la complejidad y la hibridación serían sus características.
1.2.Transcendencia. Todo estado inestable causa ansiedad, suscita un anhelo de resolución.
Por otro lado, aquello que atraviesa lo que hay, va más allá de ello. La secularización de
la razón, y posteriormente su debilitamiento, ha generado una cierta urgencia por salir
del relativismo, buscar una nueva síntesis, unidad y totalidad, entiéndase esto en el
sentido de retornar a un pensamiento fuerte o el de retomar la religiosidad y la ligazón
con lo sagrado. Por todo ello no es infrecuente que aparezca el prefijo trans con este
afán de totalidad y transcendencia.
No obstante, como he expuesto en múltiples ocasiones, el paradigma transmoderno,
describe una situación compleja, cuya centralidad no remite al Fundamento, sino al vacío,
la ausencia, el simulacro. La crisis de la Modernidad ha evidenciado esta fractura en los
Grandes Relatos totalizantes, construir la Transmodernidad es asumir ese hueco esencial en
su talante más generador y libre.
La ausencia viene siendo constantemente referida desde los discursos críticos con la
Modernidad. La ausencia de absoluto religioso ejemplificada en la muerte de Dios
14
nietzscheana, la carencia de un proyecto de emancipación manifestada en el fin de la
historia, o de forma más directa todo el intento de deconstrucción de la metafísica de la
presencia realizada por Derrida.
Siguiendo a Heidegger, Derrida identifica la metafísica occidental con la intelección del ser
como presencia. El logocentrismo supondrá el predominio de la phoné sobre la escritura,
del lado de la primera se hallarán el fundamento, el origen, la verdad como desvelamiento
del sentido; todo un ámbito donde los conceptos claves de la metafísica se entienden como
presencia: eidos, sustancia, tiempo, espacio, subjetividad, consciencia... una ontoteología
subyacente que, desde la filosofía griega y Platón se prolonga en el racionalismo, el
empirismo, Kant o el idealismo hegeliano. Subvertir esto implica ponerse de lado del
elemento opuesto de la estructura binaria, así la escritura demarca el espacio de la ausencia,
ausencia de origen y de destinatario, el significado pues como espaciamiento entre los
significantes, como juego de interpretación, donde los signos interactúan sin la verdad
presente, como diferencia, emergencia de materialidad y diseminación. Pero este análisis de
la ausencia, a mi modo de ver, privilegia en exceso la metáfora lingüística como
fundamento gnoseológico y metafísico, el recurso a los márgenes de la filosofía parece
demasiado poético para enfrentar una verdadera reformulación de la teoría.
No se trata de encallar en el nihilismo, ni de aceptar un escepticismo ecléctico, ni mucho
menos de abandonar la exigencia racional, sino de construir en torno al concepto eje de la
ausencia como radicalidad ontológica, una nueva configuración de los saberes, y con ello
pretendo, no continuar las líneas tratadas por los autores arriba mencionados, sino presentar
una nueva intelección del concepto, dimensionando su intelección más profunda. Así la
Transmodernidad como nuevo paradigma presenta un modelo global de comprensión de
nuestro presente, aportando aperturas de desarrollo a todos los niveles, sin falsas clausuras
gnoseológicas o vivenciales.
a) Nivel gnoseológico
Tras los nombres no están los objetos. La realidad material se adelgaza como referente. Un
hiperrealismo proliferante genera sentidos. Es el idealismo semántico en su fase virtual,
porque los objetos no necesitan ser reales para existir. Un mundo en red, de pantallas
conectadas, ha sustituido a la realidad por la imagen digitalizada. Y lo verdaderamente real
se encuentra ya no en los paquetes de átomos, sino en los paquetes de bits. Pensar en la
verdad como una adecuación entre los conceptos y las cosas resulta un anacronismo. Tras
la proliferación de sentidos, la ausencia, ello no es una falta, sino la condición misma de un
cosmos virtual.
b) Nivel metafísico
La era postmetafísica no representa la aurora de ningún nuevo positivismo, pues la
asunción de su crítica erosiona así mismo todo ingenuismo cientificista. La ausencia de
esencia como fundamento antifundamentante. El ser como proceso, un ser-haciéndose-y-
nunca-concluso. Frente al to tí en einai que alumbró la noción de esencia indagando lo que
el ser es en sí, atendamos a la definición bíblica que Yahvé da de sí mismo: “Yo soy el que
seré”. Sin ningún intento de otorgar un sentido divino, dentro de la más estricta inmanencia
15
-hablamos del mundo y del individuo- también aquí, “el ser es lo que será”, aquello que
haga de sí mismo, transformándose, buscándose para ser, al albur del azar o de la voluntad.
El ser es un encuentro trabajado, el resultado de su determinación por escapar de la nada,
frágil configuración momentánea y cumplida antes de la extinción.
c) Nivel ético político
La carencia de un pensamiento fuerte no nos aboca a la inoperancia social. La base de la
ética es la autonomía, la capacidad libre de otorgarse unas normas, luego un exceso de
verdad nos conduce a la heteronomía, transforma la autonomía moral en obediencia. No
todas las morales han pretendido ser universales, el trabajo personal de la exigencia se halla
más allá del acuerdo. Si la estética parece abandonar el arte para convertirse en el reto
teológico por excelencia, bien podemos ser divinos en cuantos humanos y convertir la
moral en una estética de la existencia.
Por otro lado, la ausencia como locus del poder, esa cúspide vacía de la pirámide social,
donde ya no se encuentra el soberano, es precisamente la garantía del orden democrático,
hueco susceptible de ser ocupado transitoriamente por el representante legítimo de los
ciudadanos, revocable por la simple voluntad de éstos. El acuerdo público, y un comedido
silencio sobre las creencias irrenunciables de los individuos, son las condiciones del pacto
social. El consenso se rige por consideraciones prácticas, el mero uso formal y regulativo
del ideal de justicia, igualdad o respeto de los derechos humanos, no resta efectividad a la
exigencia social de su cumplimiento, por ello ni siquiera un pensamiento débil debilita la
política. Podemos ser transmodernos sin ser cómplices de la inanidad.
d) Nivel subjetivo
La ausencia como carencia de nódulo esencial en los individuos nos priva ciertamente de
alma inmortal, pero nos otorga la libertad de nuestra realización, más allá del determinismo
sobrenatural, biológico o psicológico. Nos convertimos así en sujetos estratégicos, que
evalúan la construcción de sus diversas identidades, sujetos performativos que vamos
configurando nuestros rasgos propios a través de nuestras actuaciones, de la puesta en
escena de nuestras relaciones y deseos. El yo pues al final de un proceso, ése mismo del
ser–haciéndose-y-nunca-concluso. La biotecnología pugna por transformarnos más allá de
la naturaleza, nuestra calidad de constructos culturales nos aleja del determinismo.
e) Nivel sacro
La ausencia originaria nos revela al universo como artificio óntico. El vértigo del vacío nos
devuelve a la situación de desamparo en la que el ser humano necesita desgarradamente la
creencia en un Ser Supremo. La ausencia de sentido, la nada como horizonte, la pequeñez
en la infinitud, son las experiencias radicales a las que, circularmente, el fin de las Grandes
Narrativas nos aboca. La transcendencia inmanente que propongo no es una vuelta a lo
sagrado como raíz esencialista y sentido verdadero recobrado, sino como sacralidad estética
que asume el misterio de la ausencia. Para ello el individuo necesita retomar el origen
ancestral de sus mitos, recrear la ritualidad, en la que él, oficiante, es a la vez que creador,
depositario del secreto de la ausencia.
16
f) Nivel estético
Si la sacralidad es una estética, el arte no puede sino recomponer el trayecto de su
extinción. La crisis de la modernidad dinamizó el momento penúltimo de las vanguardias,
la poética postmoderna se agota en la ironía de la cita. El arte sale de los museos, el artista
se convierte en su propio objeto artístico, la obra se transforma en acción, lo material en
virtual. Propalar las formas de este vacío parece hoy la única salida. Asumir las metáforas y
las posibilidades trans en su forma híbrida y contaminada, mutante y cibernética, puede
aportar rutas aún no del todo exploradas. Pero eso sí, superemos el momento actual de la
obra mínima y el discurso exuberante, lo irrelevante no podrá nunca ser legitimado por la
palabrería que pretendió hace mucho ser rupturista y hoy simplemente está pasada de moda.
Cuando los artistas crean, los filósofos piensan el mundo según sus creaciones; cuando los
artistas hablan repiten la vulgata caduca que ningún filósofo osa ya enunciar. Si la
creatividad no es posible, no lo digamos más, simplemente quememos todos los discursos
en el fuego sagrado de la ausencia. Será hermoso.

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Posmodernidad y transmodernidad

  • 1. 1 COLEGIO TOMAS ALVA EDISON ÁREA DE FILOSOFÍA DOCENTE: Mg. DIEGO ALEJANDRO RINCON R. LECTURA No. 1 INTRODUCCIÓN A LA POSMODERNIDAD1 La Postmodernidad no es un tiempo concreto ni de la historia ni del pensamiento, sino que es una condición humana determinada, como insinúa Lyotard en La condición postmoderna. La Postmodernidad, en sus líneas fundamentales, trata de describir la circunstancial existencial básica de los seres humanos occidentales de finales del siglo XX e inicios del siglo XXI, de la que extraerá consecuencias que considera valiosas para el pensamiento. La Modernidad se identifica con la Ilustración y las consecuencias de ésta. El ideal ilustrado es el dominio absoluto de la razón, entendida como la forma de conocer que excluye el principio de no contradicción, es decir, la posibilidad de afirmar lo mismo sobre lo mismo y lo contrario sobre lo mismo al mismo tiempo. La convicción ilustrada de que la razón es capaz de llegar a conocer con veracidad cada rincón de la realidad. La Ilustración y sus hijas han dado riendas sueltas a la razón como único criterio de conocimiento del mundo, como la única forma legítima de conocer la realidad. La Postmodernidad se encuentra decepcionada con la Modernidad, pero su decepción no sólo es teórica, sino que sobre todo es práctica. La razón moderna se anunció como la salvación humana, como el medio para conseguir la felicidad de los hombres, pero después de un siglo escaso de dominio, la razón ha dotado de armas a los seres humanos para matarse y destruirse con la mayor crueldad que han registrado todos los tiempos. Las guerras mundiales son la mejor expresión del fracaso de los ideales ilustrados. La Ilustración en su deriva técnica ha creado máquinas de destrucción y en vertiente teórica ha ayudado a legitimar la necesidad de llegar a cabo sus ideales, o las variaciones de estos, por todos los medios al alcance. No nos podemos engañar, no nos encontramos ante el fracaso práctico de un ideal correcto, sino que hemos llegado a las consecuencias necesarias, inevitables, de la teoría, ya que la Ilustración es dominio teórico que se convierte en dominio técnico. En otras palabras, el fracaso de la razón moderna no es porque los medios elegidos hayan sido equivocados, sino que la propia dinámica de la razón moderna lleva a estas consecuencias. Cuando se tiene una sola perspectiva sobre la realidad, en este caso la racional, ésta será autoritaria, al ser la única que es verdadera, y se impondrá a las demás hasta la destrucción del otro como negatividad, engaño o falsedad. La razón moderna acabó con la omnipresencia divina para reclamar para sí misma esa misma omnipresencia que había dejado ausente. 1 Recuperado de: http://geografiasubjetiva.com/2008/04/14/introduccion-a-la-postmodernidad- fragmento-de-filosofia-para-jaume/
  • 2. 2 La Modernidad ha confundido la razón, entendida como facultad, con una forma de racionalidad concreta. Toda la razón ha quedado recluida al ámbito de la razón científica natural y matemática. Han ignorado otras formas de racionalidad y de pensamiento, a las que han considerado menores o irracionales, especialmente a la racionalidad propia del pensamiento humanístico. Muchas regiones de la realidad y del conocimiento humano han perdido su status científico por no poder acomodarse a las exigencias de la ciencia natural o matemática. La Postmodernidad busca concitar a las formas de racionalidad despreciada por la Modernidad, a todas las que se dan dentro del ser humano. En especial la Postmodernidad admite que se den válidamente explicaciones o interpretaciones contradictorias sin que ninguna de las contradictorias tenga que ser rechazadas, ya que si no hay un criterio supremo de conocimiento, no cabe rechazar ninguna de las explicaciones e interpretaciones. La primera gran consecuencia de lo anteriormente expuesto es que las ciencias naturales y matemáticas pierden su centralidad y lo pierden porque ni siquiera ellas mismas pueden cumplir con las exigencias que la Modernidad impone a la ciencia. El teorema de Gödell destruyó la autosuficiencia matemática, la mecánica cuántica destruyó el mito de la perfecta determinación en las ciencias físicas y químicas o la teoría de la relatividad quitó a la realidad todo tipo de referencias absolutas. Las ciencias sociales y humanas pasan a ser ciencias en el pleno sentido de la palabra, siendo más o menos científicas por su parecido a las ciencias naturales y matemáticas. El mundo postmoderno ha desechado los metarrelatos. El metarrelato es la justificación general de toda la realidad, es decir, la dotación de sentido a toda la realidad. Ninguna justificación puede alcanzar a cubrir toda la realidad, ya que necesariamente caerá en alguna paradoja lógica o alguna insuficiencia en la construcción (especialmente en la completitud o en la coherencia) y que desdicen sus propias pretensiones onmiabarcantes. El hombre postmoderno no cree ya los metarrelatos, el hombre postmoderno no dirige la totalidad de su vida conforme a un solo relato, porque la existencia humana se ha vuelto tan enormemente compleja que cada región existencial del ser humano tiene que ser justificada por un relato propio, por lo que los pensadores postmodernos llaman microrrelatos. El microrrelato tiene una diferencia de dimensión respecto del metarrelato, pero esta diferencia es fundamental, ya que sólo pretende dar sentido a una parte delimitada de la realidad y de la existencia. Cada uno de nosotros tiene diferentes microrrelatos, probablemente desgajados de metarrelatos, que entre ellos pueden ser contradictorios, pero el ser humano postmoderno no vive esta contradicción porque él mismo ha deslindado cada una de esta esfera hasta convertirlas en fragmentos. El hombre postmoderno vive la vida como un conjunto de fragmentos independientes entre sí, pasando de unas posiciones a otras sin ningún sentimiento de contradicción interna, puesto éste entiende que no tiene nada que ver una cosa con otra. Pero esto no quiere decir que los microrrelatos no sean cambiables sin mayor esfuerzo, ya que los microrrelatos responden al criterio fundamental de utilidad.
  • 3. 3 Los defensores de los metarrelatos acusan al mundo postmodernos de crisis intelectuales y de valores morales precisamente por el abandono de los metarrelatos. El principio moral fundamental de la Postmodernidad es la tolerancia, esto es, permitir toda la gama de relatos justificativos sin censura, mediatización, correcciones o adaptaciones a otro metarrelato. La consecuencia política de la tolerancia es y sólo puede ser la democracia, aunque una tendencia más radical incluso cuestiona esto, en mi opinión, en un alarde de ingenuidad. Decíamos antes que la no contradicción es un principio fundamental de la Ilustración. La Postmodernidad acepta la contradicción y se complace en ella. Considerar que la realidad no es contradictoria no es más que el traslado injustificado de un principio lógico a lo ontológico. La realidad es como es y no tiene isomorfía con las leyes lógicas. La creencia en la isomorfía nos ha llevado a ver sólo una parte de la realidad, aquélla que no se contradice, llegando al extremo de considerar irreal lo que no se acomodaba a la prohibición de contradicción, más allá que nuestra experiencia existencial nos impone la contradicción como un hecho inevitable y que debería ser un hecho de la razón, un Factum Vernunfts en terminología kantiana. ¿En qué punto nos encontramos ahora? Destruido el imperio de la razón lógica no tenemos tribunal ante el que llevar a las otras formas de conocimiento para ser enjuiciadas y sentenciadas. Cada forma del conocimiento y cada racionalidad forman una interpretación de la realidad o más bien de la parte de la realidad de la que se ocupan. Los hechos por sí mismos no dicen nada, necesitan ser dotados de sentido y la dotación de sentido la otorga la interpretación. La interpretación es lo hace visible la realidad al ser humano. El ser humano interpreta porque lo necesita, porque si no vive en una realidad irrelevante e invisible. Las interpretaciones son infinitas, ya que las aproximaciones de los seres humanos a la sociedad pueden adoptar multitud de formas. Pero la interpretación no es una actividad independiente, original y genial de un individuo, siguiendo a Gadamer podemos decir que toda interpretación se inserta en una tradición. Nuestra interpretación del mundo se encuentra limitado por la tradición desde la que interpretamos que no sólo nos proporciona el instrumental sino también los conocimientos previos, los prejuicios. El ideal ilustrado de un conocimiento sin prejuicios es imposible, porque incluso ese ideal es fruto de una determinada tradición y de los prejuicios de ésta. La consecuencia de lo que acabamos de decir que la construcción del conocimiento es social, por lo que ya no importará tanto la Teoría del Conocimiento, sino la Sociología del Conocimiento. Lo significativo deja de ser el descubrimiento del procedimiento de conocimiento común a todos los seres humanos, sino la averiguación de las circunstancias sociales y ambientales que llevan a conocer de una determinada forma. Decía Berkeley que la realidad es realidad percibida, paralelamente un pensador postmoderno consideraría que la realidad es realidad interpretada, no habiendo realidad fuera de la interpretación, ni realidad sin interpretación. Hemos dicho que las interpretaciones dotan de sentido a los hechos. La interpretación es una condición necesaria para que podamos conocer la realidad, para que nos podamos relacionar con ella. La interpretación cuaja en la tradición y es el conocimiento de nuestras
  • 4. 4 formas de interpretación el objeto de la ciencia central de la Postmodernidad: la Hermenéutica. La Hermenéutica tiene sus orígenes en los principios del conocimiento humano, no en vano Aristóteles escribe una tratado sobre la interpretación. Con Gadamer la Hermenéutica cobra un nuevo giro, ya no pretende aprehender el verdadero y único sentido del texto, sino manifestar las diversas interpretaciones del texto y las diversas formas de interpretar. Hemos aludido por primera vez a un elemento fundamental del pensamiento postmoderno: el texto. La Postmodernidad, si la entendemos como Filosofía del Lenguaje, es una reflexión sobre el lenguaje escrito, en contraposición con la tendencia anglosajona que se centra en el lenguaje oral. El texto, como analogazo principal de cualquier acción humana, se independiza del autor hasta tal punto de que el autor puede ser obviado. En la Postmodernidad hay dos tendencias muy marcadas y contradictorias sobre la autoría, la que la desprecia por centrarse únicamente en el texto y la que quiere explicar el texto como trasunto del autor. No cabe hablar propiamente de un autor, pues el autor del texto se ha perdido, como también se ha perdido el ser humano como sujeto, es decir, como director libre de sus acciones. Heidegger sostiene que desde el olvido del ser protagonizado por Sócrates y Platón, y secundado por toda la Historia de la Metafísica, ha hecho de una simple interpretación de la estructura gramatical, la relación entre sujeto y predicado, toda una teoría de la realidad. Ese sujeto del que habla la tradición como protagonista de la realidad, de la historia, sencillamente no existe, porque el hombre postmoderno se encuentra fragmentado y sometido a un conjunto de fuerzas no propias del sujeto libre que le condiciona de tal manera que recolocan al ser humano en su propio lugar como sometido a la realidad. La idea de sujeto es un trasunto de la idea de Dios, que desplazó el teocentrismo por antropocentrismo. Heidegger propugna un antihumanismo que no es otra cosa que la finalización de esa consideración del ser humano como un dios venido a menos, porque el ser es lo primario. El Humanismo se ha basado en una idea estática del ser humano, en una primacía del acto sobre la potencia. El pensamiento moderno se presenta como una racionalidad capaz de llegar hasta los últimos rincones de la realidad, manifestando con total exactitud su estructura, que siempre es racional. Por los motivos antes expuestos, esa pretensión del pensamiento moderno no tiene sentido, produciéndonos únicamente la apariencia de haber alcanzado el final de la realidad, cuando el final es inalcanzable, sencillamente porque no existe, porque la realidad es un puro hacerse, nunca un acabamiento. Gianni Vattimo propone un pensamiento débil, es decir, un pensamiento consciente de sus propias limitaciones y que tenga el alcance limitado que éste pueda dar de sí. Ya hay posibilidad de metarrelato, el pensamiento sólo puede llegar a un microrrelato, a una interpretación provisional y que no se apodera de la realidad, sino que se abre a la realidad, para ser, como decía Heidegger, “pastor del ser”. El pensamiento débil, el postmoderno, no es sinónimo de debilidad. El pensamiento débil es el portavoz de la sospecha, es un pensamiento eminentemente crítico. El pensamiento
  • 5. 5 postmoderno no tolera ninguna pretensión totalitaria sobre la realidad, ningún pensamiento que quiere trascender los límites del microrrelato hasta llegar a abarcar toda la realidad. Detrás de cada intención totalitaria de un pensamiento sobre la realidad se esconde un interés del poder, el poder manifiesto u oculto, que, a través del lenguaje ontologizado y ontologizante, quiere someter la realidad a un poder, anularla, vaciarla, que pierda su potencialidad. El segundo Wittgenstein, el de Investigaciones Filosóficas, abrió un nuevo camino en la reflexión sobre el lenguaje. El lenguaje no es uno, el lenguaje es diverso porque hay unas reglas para cada grupo de participantes, para cada circunstancia. Wittgenstein hablaba de “juegos de lenguaje”. Cada uno de los “juegos de lenguaje” corresponde con una concepción de la realidad propia. El primer Wittgenstein mantuvo la isomorfía entre lenguaje y realidad, pero renuncia a esta idea cuando descubre la existencia y la importancia de los juegos de lenguaje. Una de las consecuencias del juego de lenguaje es que no cabe juzgar el lenguaje de un según las reglas de otro juego, pues las reglas se limitan a un ámbito propio y delimitado que le otorgan validez. Roto el lenguaje como instrumento omnicomprensivo, rota posibilidad de comprender toda la realidad dentro una misma teoría. La tolerancia era tenida como una virtud moral dentro de la teoría racionalista, pero con enormes limitaciones. Pervivía, dentro de la Filosofía Moral, la misma doctrina sustancialista que en la Ontología, la cual sostenía que había leyes morales absolutamente imprescindibles, mientras que otras eran más o menos opinables o culturales. Sólo cabía tolerancia con los elementos opinables y culturales de la teoría moral, que eran pocos. El verdadero problema radicaba en que la distinción entre lo esencial y lo cultural era también cultural, por lo que se naturalizaba lo que era una diferencia estrictamente cultural, en otras palabras, se elevaba a ontológico lo que era producto de la cultura humana. El problema de la tolerancia es que estaba nacida sólo para la retórica, porque en teorías dominadas por principios absolutos todo se debía a la deducción necesaria, pudiendo quedar lo opinable en un conjunto vacío. Pero, siguiendo los pasos del segundo Wittgenstein y de la teoría del fragmento que antes hemos esbozado, no cabe un punto omnicomprensivo desde el que enjuiciar toda la realidad, aunque ésta sea la realidad moral. Incluso los principios más elevados de la moral sólo son los principios de una determinada moral, de una situación concreta a la que el ser humano responde con acciones y pautas sobre estas acciones. De esta forma la tolerancia no es virtud, una posibilidad de nuestras opciones morales e intelectuales, sino que va dada de suyo por la propia estructura de nuestra aprehensión de la realidad, en la que no cabe una teoría general que dé razón de cada punto de la realidad con una necesidad absoluta a partir de unos axiomas autoevidentes. La democracia no es un simple mecanismo político ni una forma más de gobierno, es el paralelo político de la necesaria tolerancia. Éste es uno de los puntos de polémica interna dentro de los mismos pensadores postmodernos, pues hay un sector que considera que la
  • 6. 6 democracia no es más que la expresión política de un pensamiento eurocéntrico que se intenta imponer a todas las culturas, mientras que la posición del a priori, mantenida por Rorty y sus seguidores, sostiene que la democracia es un radical de la existencia humana, el sustento de la realidad política como el ser lo es de realidad ontológica. Siguiendo los pasos de Rorty podemos decir que la democracia es el sistema que hace posible la pluralidad de discursos, pues ella misma contiene un mínimo dogmática que consiste precisamente en la posibilidad de todos los discursos. Todo sistema política que pretenda la consecución de unos ideales sobre las determinaciones concretas de individuos y de grupos. Todo intento que realizar políticamente un sistema ideológico concreto y unos propósitos políticos tienen en su interior el germen del totalitarismo, la determinación de la pluralidad a partir de un solo punto de vista que se impone por todos los medios posibles. La tolerancia y la democracia misma sólo son posibles si no hay pretensiones totalitarias en el pensamiento, si no se quiere imponer una única visión de la realidad. El pensamiento postmoderno siempre piensa mal y así quiere acertar. Un discurso que pretenda ser válido para toda la realidad, no tener fisuras y dar respuesta a todas las preguntas planteadas o por plantear, es un obstáculo ineludible para la existencia de la democracia. La democracia es un sistema abierto, sin interpretación dogmática. La Postmodernidad ve la realidad desde el paradigma del texto escrito. La oralidad ha ido desapareciendo de nuestra cultura de manera que, hasta lo que consideramos oral, no es más que una verbalización de formas escritas. El texto se independiza de su autor, porque es reelaboración con cada lectura, que es en sí misma una reinterpretación; no tiene sentido intentar encontrar lo que el autor ha querido decir, sino lo que los lectores, a lo largo de la historia, han dicho que el texto quería decir. La verdad se transforma en verdad interpretativa o verdad hermenéutica. Las tradiciones forman cosmovisiones que son inconmensurables. Aquí es conveniente volver a traer a colación al segundo Wittgenstein, que mantenía que cada juego de lenguaje se valía a sí mismo y sólo tiene validez dentro de sí mismo, no existiendo la posibilidad juzgar la validez desde fuera de cada juego, esto es, no hay un punto absoluto exterior a los juegos e interpretaciones. La lengua escrita es un fenómeno intrínsecamente social. Sin sociedad no hay lengua escrita y la sociedad es el marco preferencial de creación de interpretaciones. Toda interpretación, por muy individual que sea, procede de unas fuentes sociales y se dirige a la colectividad. La acción del individuo se disuelve en el marco social en tal grado que se llega a dudar de la individualidad a favor de una posición dentro de lo social. Al igual que no texto tiene una temporalidad reversible, así también lo tiene la temporalidad ontológica. De esta forma se puede invertir el orden de la casualidad, convirtiéndose la causa en consecuencia y la consecuencia en causa, lo cual no permite descubrir las otras perspectivas que una inversión temporal nos proporciona.
  • 7. 7 La reversibilidad de la temporalidad y, por tanto, de la relación de causa y efecto nos lleva a poder ver las interpretaciones de la realidad desde fuera de las tradiciones dominantes, que las hay. Situarnos en los márgenes, en los límites, nos permite unas nuevas visiones e interpretaciones que no nos permiten las interpretaciones dominantes. Ver una realidad desde sus propios márgenes nos proporciona nuevas facetas interpretativas que no podemos obtener desde las interpretaciones dominantes. La identidad, principio angular del pensamiento racional desde los presocráticos, queda rota en la Postmodernidad porque se rechazan las abstracciones y, en consecuencia, los principios abstractos. La primacía es lo singular, siendo lo singular el principio y no la abstracción de las singularidades. No debemos engañarnos con la apuesta por lo singular, como una mera sustitución de lo abstracto, ya que lo singular es cambiante como la realidad en tu conjunto. Si no hay metarrelatos tampoco hay utopías, pues la utopía es un metarrelato. Paradójicamente la postmodernidad ha generado una utopía, pero que funciona sobre la base de microrrelatos, es decir, de explicaciones que le dan sentido sólo a una parte de la realidad. Así ha nacido la “casi-utopía de la nueva era” (new age) que se caracteriza por la huida del mundo y de la sociedad y por la conformación del espacio utópico en el seno de la intimidad, con determinados elementos degradados de las tradiciones orientales. La utopía new age no lucha por transformar la sociedad, sino que construye muros de protección que no ataquen el proyecto de intimidad. Es una utopía fragmentada para un mundo fragmentado.
  • 8. 8 COLEGIO TOMAS ALVA EDISON ÁREA DE FILOSOFÍA DOCENTE: Mg. DIEGO ALEJANDRO RINCÓN ROJAS LECTURA No. 2 TRANSMODENIDAD2 Rosa María Rodríguez INTRODUCCIÓN El concepto de “Transmodernidad” fue puesto en circulación por mí en el libro: La sonrisa de Saturno. Hacia una teoría transmoderna. Si bien en el volumen se recopilan textos y conferencias, que apuntan su gestación en los años anteriores. Y digo “puesto en circulación”, pues ¿quién es dueño de las palabras?, sólo puedo afirmar que no lo tomé de nadie, que no conozco utilización sistemática de él anterior a que yo lo convirtiera en eje de mi reflexión y que, posteriormente, a pesar de su aparición esporádica en ciertos contextos, no tengo constancia de una elaboración que pretenda otorgarle la dimensión teórica de que yo deseo dotarlo. En 1987, estando en casa de Jean Baudrillard, y en medio de una larga conversación, se hizo patente la insuficiencia del término “postmodernismo” cuya adscripción él rechazaba. Efectivamente, para mí, la realidad descrita por él en conceptos como “transexual” o “transpolitica”, remitía a una configuración gnoseológica diferente, que, unida a nociones como simulacro o hiperrealidad, nos hablaba de un adelgazamiento de lo real, de una relación distinta con el mundo, que iba más allá de sus obras para representar algo así como l’esprit du temps. Él no lo había pensado, pero le sugerí que quizás la época en la que nos hallábamos podría muy bien recibir el nombre de “Transmodernidad”. Le pregunté si esta denominación le podría parecer menos ajena. De una forma irónica y simpática me dijo que si éramos pocos podría aceptar encontrarse allí, ¡siempre que nos alejáramos de la multitud postmoderna! Tras esta conversación, seguí dándole vueltas al término, pues más que un simple hallazgo momentáneo me parecía que podía captar toda una serie de transformaciones de nuestro presente conceptual y vivencial que la denominación post oscurecía. El capítulo VI de mi Sonrisa de Saturno lleva por título “El porvenir de la teoría: la Transmodernidad” y en él, tras analizar las características de la Modernidad y de la Transmodernidad, comienzo a perfilar los lineamientos del nuevo concepto. Como allí escribía: 2 Rodríguez, R. (2004). Transmodernidad. Barcelona: Anthropos. Pp.7-21
  • 9. 9 “La Transmodernidad prolonga, continúa y transciende la Modernidad, es el retorno de algunas de sus líneas e ideas, acaso las más ingenuas, pero también las más universales. El hegelianismo, el socialismo utópico, el marxismo, las filosofías de la sospecha, las escuelas críticas... nos mostraron esta ingenuidad; tras la crisis de esas tendencias, volvemos la vista atrás, al proyecto ilustrado, como marco general y más holgado donde elegir nuestro presente. Pero es un retorno, distanciado, irónico, que acepta su ficción útil. La Transmodernidad es el retorno, la copia, la pervivencia de una Modernidad débil, rebajada, ligth. La zona contemporánea transitada por todas las tendencias, los recuerdos, las posibilidades; transcendente y aparencial a la vez, voluntariamente sincrética en su “multicronía”. La Transmodernidad es una ficción: nuestra realidad, la copia que suplanta al modelo, un eclecticismo canallesco y angélico a la vez. La Transmodernidad es lo postmoderno sin su inocente rupturismo, la galería museística de la razón, para no olvidar la historia, que ha fenecido, para no concluir en el bárbaro asilvestramiento cibernético o mass-mediático; es proponer los valores como frenos o como fábulas, pero no olvidar, porque somos sabios, porque nuestro pasado lo ha sido. La Transmodernidad retoma y recupera las vanguardias, las copia y las vende, es cierto, pero a la vez recuerda que el arte ha tenido -tiene- un efecto de denuncia y experimentalismo, que no todo vale; anula la distancia entre el elitismo y la cultura de masas, y descubre sus sendos rostros cruzados. La Transmodernidad es imagen, serie, barroco de fuga y autorreferencia, catástrofe, bucle, reiteración fractal e inane; entropía de lo obeso, inflación amoratada de datos; estética de lo repleto y de su desaparición, entrópica, fatal. Su clave no es el post, la ruptura, sino la transubstanciación vaso comunicada de los paradigmas. Son los mundos que se penetran y se resuelven en pompas de jabón o como imágenes en una pantalla. La Transmodernidad no es un deseo o una meta, simplemente está, como una situación estratégica, compleja y aleatoria no elegible; no es buena ni mala, benéfica o insoportable... y es todo eso juntamente... Es el abandono de la representación, es el reino de la simulación, de la simulación que se sabe real”. Ya desde el comienzo, mi puesta en circulación del término pretendía ser un punto de arranque para vertebrar una teoría que, siendo rabiosamente última, abriera caminos frente a las corrientes post que estaban embarrancando en un callejón sin salida, fascinadas por una utilización excesivamente literaturizante de sus términos, encallando en un eclecticismo y relativismo socialmente inane y gnoseológicamente nihilista. Para ello había apuntado una serie de propuestas teóricas en el mismo libro que vengo citando:  Uso regulativo, formal, de ciertos valores e ideas.  Deliberación y elección de las reglas de juego para las diversas prácticas. Revisión. Multiplicidad de juegos de lenguaje.  Asunción del compromiso ontológico de una determinada opción momentánea.  Ejercicio crítico “débil”, no desenmascarador ontológicamente, sino de pragmática autonomía y salubridad.  Apropiación del dinamismo, fragmentariedad... postmodernos. El uso regulativo de ciertas ideas otorga objetividad y normalización; la revisión constante intentaría paliar su instrumentalización.  Ideal democrático ilustrado para la sociedad; retorno del individuo a la vida privada.
  • 10. 10  Escepticismo, ironía, distanciamiento: reasunción “ligera”, rebajada, de los criterios de fundamentación; legitimación a posteriori, por los resultados. Como muy bien nos mostrara Kant, para actuar y para pensar, no es necesario el conocimiento nouménico de los fundamentos, pero éstos hay que suponerlos como ideales regulativos. Se trataba de dar un paso más, si bien para él no eran comprobables empíricamente, pero en cierto sentido si absolutamente reales, el reto en la actualidad consistía en reconocer su necesidad lógica en una ausencia metafísica más radical; los precisamos como condiciones de consistencia epistemológica, pero ello sólo supone un requerimiento de nuestro procedimiento intelectivo, en modo alguno del mundo real. Asumir esa ausencia intrínseca, no resta efectividad al proceso. El fundamento no se hallará en el conocimiento metafísico de la verdad, sino en el pacto gnoseológico de los sujetos que consensuan una racionalidad que les permita interpretar la realidad y transformarla. Así, el acuerdo, tras el supuesto fictivo e hipotético de cierta universalidad, asume la multiplicidad de juegos de lenguaje, por lo cual establece determinadas reglas de juego intrínsecas a las prácticas seleccionadas. Por tanto, una acción, si desea ser inteligible, compartible y efectiva, deberá proponer de forma hipotética, temporal y revisable ciertas aserciones, que serán aceptadas por los sujetos cual si fueran reales mientras dure el cometido. Por ejemplo, cualquier ejercicio democrático supone el acuerdo normativo y con voluntad universalizable de los ideales regulativos de racionalidad compartida, justicia, igualdad, representación, libertad... etc., lo cual no implica su fundamentación sustancial, sino su aceptación formal pactada, ejerciendo el ralwsiano velo de ignorancia sobre los contenidos fuertes de creencia, que en su solidez, imposibilitarían el consenso. Bien cierto que nunca se es “formal” impunemente, cualquier esquema conceptual conlleva subyacentemente una ontología, debemos ser conscientes del compromiso ontológico que asumimos, y por ello no perder de vista que se trata de una opción momentánea, revisable, y constantemente sometida a la autocrítica. Se trata de establecer un camino intermedio entre el esencialismo y el mero uso instrumental de la razón. Esta especie de pragmatismo irónico (en el sentido rortyano), no desea, al alejarse de la metafísica, caer en el posibilismo mendaz, sino obtener los mejores resultados, asumiendo el carácter hipotético y tentativo de nuestro pensamiento. Epistemológicamente es lo máximo que nos podemos permitir, pero en el logro de resultados no debemos aceptar limitaciones. Debemos aspirar a que nuestra intelección y transformación del mundo, en el terreno teórico, científico, tecnológico, social, ético, estético... sea tal como si no dispusiéramos sólo de metodologías instrumentales sino de la sabiduría total que los antiguos filósofos anhelaron. Tal era, en líneas generales, la postulación primera, que posteriormente fui desarrollando en una serie de conferencias: “Transmodernidad, neotribalismo y postpolítica”, “Femenino transmoderno”, “La teorización del género en España: Ilustración, diferencia y Transmodernidad”..., recogidas en mi libro: El modelo Frankenstein. De la diferencia a la cultura post. Madrid, Tecnos, 1997: “La Transmodernidad, como etapa abierta y designación de nuestro presente, intenta, más allá de una denominación aleatoria, recoger en su mismo concepto la herencia de los retos
  • 11. 11 abiertos de la Modernidad tras la quiebra del proyecto ilustrado. No renunciar hoy a la Teoría, a la Historia, a la Justicia social, y a la autonomía del Sujeto, asumiendo las críticas postmodernas, significa delimitar un horizonte posible de reflexión que escape del nihilismo, sin comprometerse con proyectos caducos pero sin olvidarlos. Aceptar el pragmatismo como base no implica negar que la acción humana se guía por ideales regulativos que fundamentan la racionalidad argumentativa, si bien estos ideales regulativos, que tras la modernidad renunciaron a basarse en la teología o la metafísica, no pueden tampoco hoy, tras las críticas postmodernos, legitimarse en el proyecto ilustrado. Hemos debilitado su pujanza gnoseológica, pero en modo alguno, y de ahí la noción de pragmatismo, su necesidad lógica y social. Tales ideales regulativos representan simulacros operativos legitimados en la teleología de la perfectibilidad racional, que la crítica y el consenso renuevan incesantemente, unos valores de carácter público no universales pero universalizables, que encuentran su esfera no en la intuición, el sentido común o la tradición, sino en el esfuerzo teórico por crear paradigmas conceptuales que posibiliten el incremento del bienestar social e individual. Hablamos, pues, de transformación social, de transcendencia de la mera gestión práctica, de transacciones argumentativas, de líneas de cuestionamiento que atraviesan, transformándose y transformando, el indagar racional.” El presente libro continúa y completa esta reflexión, aportando ya lo que considero una caracterización más acabada. Evidentemente, un nuevo término compuesto por la adhesión de un prefijo a un concepto como “Modernidad”, que define un paradigma, aparece espontáneamente en diversas disciplinas y tendencias, (aun cuando no tengo constancia de que haya sido utilizado, antes de que yo lo acuñara en 1989, como nueva configuración teórica, con una fundamentación estructurada, más allá de un mero uso azaroso y puntual). A pesar de esto último, considero interesante, indagar en qué ámbitos ha surgido su utilización y con qué sentidos. Todo ello, y precisamente por el desconocimiento mutuo de sus propaladores, evidencia una consciencia de la crisis moderna, la insuficiencia de las propuestas postmodernas y la necesidad de un nuevo pensamiento superador, que, subterráneamente marca coincidencias y divergencias… Un ámbito donde ha comenzado a oírse de forma puntual la noción de “Transmodernidad” es en encuentros internacionales e institucionales ligados al diálogo intercultural, la filosofía del derecho y la cultura de la paz. La hipótesis punto de partida de los trabajos era la siguiente: “Occidente se halla en plena transición entre modernidad y Transmodernidad, mientras que una parte importante del resto de la humanidad ve el mundo a través de una visión agraria y premoderna”. La modernidad se caracteriza por la separación entre la religión y la política, mientras que en la premodernidad prevalece el sentimiento de la sacralidad. La Transmodernidad se postularía como síntesis de ambas posturas, suprimiendo la separación entre la religión y la política, intentando frenar su intolerancia mutua, de forma que se posibilitara “un retorno sin complejos a las raíces culturales y religiosas propias, abandonando cualquier pretensión de cultura dominante”. La Transmodernidad, así, daría cuenta de la existencia simultánea de tendencias modernas y premodernas, ayudando a frenar el rechazo de ciertos países,
  • 12. 12 principalmente islámicos, a la visión occidental de modernización, identificada muchas veces con racionalidad económica de mercado y pérdida de valores, intentando hacer coexistir el progreso con la diferencia cultural. Se trataría pues de recuperar para occidente cierto talante espiritual y profundizar en el dialogo intercultural y la tolerancia. Ya en un sentido diferente, cabe señalar, no obstante, que la dimensión de apertura espiritual promueve en algunos foros ciertas concomitancias hacia la integración de la complejidad con derivas New Age; aunque a partir de Ken Wilber en sentido estricto sólo podemos hablar de psicología transpersonal, el prefijo “trans” abre el camino a propuestas metapolíticas, adualistas, transegóicas, de pensamiento multidimensional y sistémico. De los tres usos reseñados del término, es sin duda con Novak con quien encuentro más concomitancias, pues se adentra, desde su disciplina artística, en la percepción y recreación del mundo cibernético y virtual que caracteriza nuestro presente. No obstante, y a pesar de la dispersión y falta de conocimiento mutuo de quienes de forma espontánea comienzan a emplear el calificativo transmoderno, quiero resaltar en primer lugar la sintonía que circula por entre la tremenda diferencia de posturas. Existe una denuncia de la crisis del modelo moderno, y así mismo, una conciencia de la necesidad de abrir, a partir de él, un nuevo horizonte, una apuesta activa alejada de toda cultura exhausta y sin salida, de todo eclecticismo escéptico. Lo post era fin de siècle, lo trans es nuevo milenio. Se constata la confluencia de corrientes, la coexistencia de diversos grados de desarrollo cultural y social: premoderno, moderno, postmoderno, el carácter transnacional y postradicional de nuestro presente, se requiere un multifocalismo, y en todos los casos una voluntad de futuro. Hasta aquí las semejanzas. Pero ¿tiene algo que ver el paradigma transmoderno que yo propongo con lo más arriba reseñado? Ciertamente muy poco. Estoy radicalmente en contra de entender lo trans como prefijo milagroso. La Transmodernidad no es la panacea de todas las contradicciones, y caeríamos en la impostura intelectual si, guiados por la magia del nombre, pretendiéramos fabricar la Transmodernidad de los pobres, la Transmodernidad de los bárbaros, la Transmodernidad de los iluminados. Buscar la cuadratura del círculo en clave de un pensamiento fuerte multicultural es prolongar la lógica de la modernidad, sin comprender que nos hallamos ya muy lejos de ella. Pensar con la nueva lógica es deshacernos de una vez por todas de las antiguas falsas ilusiones. Que partimos de una situación compleja es un hecho. El modelo transmoderno en su forma más descriptiva y cínica no pretende resolver nada, es el nuevo paradigma del primer mundo, globalizado, vacío, sofisticado, higt tech. Otra cosa es que a partir de él intentemos aguzar las estrategias para no quedar atrapados en su vorágine, construir con sus propios mecanismos las líneas de fuga y supervivencia. Pero ello es algo bien distinto de pretender “angelizar” al excluido o al fundamentalista, vendiendo como anheladas síntesis lo que no son sino beatíficas “buenas intenciones” de la mano de la teología de la liberación, el mesianismo New Age o la jerga políticamente correcta de los organismos internacionales.
  • 13. 13 La Transmodernidad no es una ONG para el tercer mundo, y es bueno que ellos lo sepan cuanto antes, igual que nosotros deberíamos comprender lucidamente que no es tampoco la nueva utopía tecnológica y feliz. Es el lugar donde estamos, el lugar precisamente donde no están los excluidos. Con ello tendremos que bregar todos. Así que volvamos al análisis atento de este paradigma en el que nos movemos como pequeñas células fotoeléctricas. La palabra “Transmodernidad” sugiere implícitamente una serie de sentidos connotados por su prefijo. “Trans” es transformación, dinamismo, atravesamiento de algo en un medio diferente; ese algo que va “a través de”, no se estanca, sino que parece alcanzar un estadio posterior, conlleva por lo tanto la noción de transcendencia. Así pues, desarrollemos cada uno de los sentidos apuntados. 1.1.Transformación. Nos remite a un dinamismo sustancial, más allá del estatismo de las esencias o de la combinatoria atomística, nos induce a pensar en un estado inestable, gaseoso, cuántico. No hay una óptica privilegiada, sino un constante trasiego de flujos, modelo complejo en el que cada punto interactúa con otro, sin que las nociones de tiempo y espacio otorguen más que instantáneas conceptuales, estructuras interpretativas en proceso. Coexistencia de planos, conglomerados mutantes que, apenas se establecen, modifican su configuración. Los modelos actuales de la física subatómica, la mecánica cuántica o la nanotecnología asumen perfectamente este dinamismo trans que se conforma como una nueva ontología difusa. En cuanto paradigma social lo trans nos habla de la coexistencia de tendencias heterogéneas, la pervivencia de secuencias temporales multicrónicas, de la ruptura de la historia como proceso unitario, distorsión de los agentes sociales clásicos, circulando los individuos en múltiples y contradictorias actuaciones e identidades de incidencia diversa en el cambio social. Histórica y socialmente nos hallamos pues en una multicronía. El pluralismo, la complejidad y la hibridación serían sus características. 1.2.Transcendencia. Todo estado inestable causa ansiedad, suscita un anhelo de resolución. Por otro lado, aquello que atraviesa lo que hay, va más allá de ello. La secularización de la razón, y posteriormente su debilitamiento, ha generado una cierta urgencia por salir del relativismo, buscar una nueva síntesis, unidad y totalidad, entiéndase esto en el sentido de retornar a un pensamiento fuerte o el de retomar la religiosidad y la ligazón con lo sagrado. Por todo ello no es infrecuente que aparezca el prefijo trans con este afán de totalidad y transcendencia. No obstante, como he expuesto en múltiples ocasiones, el paradigma transmoderno, describe una situación compleja, cuya centralidad no remite al Fundamento, sino al vacío, la ausencia, el simulacro. La crisis de la Modernidad ha evidenciado esta fractura en los Grandes Relatos totalizantes, construir la Transmodernidad es asumir ese hueco esencial en su talante más generador y libre. La ausencia viene siendo constantemente referida desde los discursos críticos con la Modernidad. La ausencia de absoluto religioso ejemplificada en la muerte de Dios
  • 14. 14 nietzscheana, la carencia de un proyecto de emancipación manifestada en el fin de la historia, o de forma más directa todo el intento de deconstrucción de la metafísica de la presencia realizada por Derrida. Siguiendo a Heidegger, Derrida identifica la metafísica occidental con la intelección del ser como presencia. El logocentrismo supondrá el predominio de la phoné sobre la escritura, del lado de la primera se hallarán el fundamento, el origen, la verdad como desvelamiento del sentido; todo un ámbito donde los conceptos claves de la metafísica se entienden como presencia: eidos, sustancia, tiempo, espacio, subjetividad, consciencia... una ontoteología subyacente que, desde la filosofía griega y Platón se prolonga en el racionalismo, el empirismo, Kant o el idealismo hegeliano. Subvertir esto implica ponerse de lado del elemento opuesto de la estructura binaria, así la escritura demarca el espacio de la ausencia, ausencia de origen y de destinatario, el significado pues como espaciamiento entre los significantes, como juego de interpretación, donde los signos interactúan sin la verdad presente, como diferencia, emergencia de materialidad y diseminación. Pero este análisis de la ausencia, a mi modo de ver, privilegia en exceso la metáfora lingüística como fundamento gnoseológico y metafísico, el recurso a los márgenes de la filosofía parece demasiado poético para enfrentar una verdadera reformulación de la teoría. No se trata de encallar en el nihilismo, ni de aceptar un escepticismo ecléctico, ni mucho menos de abandonar la exigencia racional, sino de construir en torno al concepto eje de la ausencia como radicalidad ontológica, una nueva configuración de los saberes, y con ello pretendo, no continuar las líneas tratadas por los autores arriba mencionados, sino presentar una nueva intelección del concepto, dimensionando su intelección más profunda. Así la Transmodernidad como nuevo paradigma presenta un modelo global de comprensión de nuestro presente, aportando aperturas de desarrollo a todos los niveles, sin falsas clausuras gnoseológicas o vivenciales. a) Nivel gnoseológico Tras los nombres no están los objetos. La realidad material se adelgaza como referente. Un hiperrealismo proliferante genera sentidos. Es el idealismo semántico en su fase virtual, porque los objetos no necesitan ser reales para existir. Un mundo en red, de pantallas conectadas, ha sustituido a la realidad por la imagen digitalizada. Y lo verdaderamente real se encuentra ya no en los paquetes de átomos, sino en los paquetes de bits. Pensar en la verdad como una adecuación entre los conceptos y las cosas resulta un anacronismo. Tras la proliferación de sentidos, la ausencia, ello no es una falta, sino la condición misma de un cosmos virtual. b) Nivel metafísico La era postmetafísica no representa la aurora de ningún nuevo positivismo, pues la asunción de su crítica erosiona así mismo todo ingenuismo cientificista. La ausencia de esencia como fundamento antifundamentante. El ser como proceso, un ser-haciéndose-y- nunca-concluso. Frente al to tí en einai que alumbró la noción de esencia indagando lo que el ser es en sí, atendamos a la definición bíblica que Yahvé da de sí mismo: “Yo soy el que seré”. Sin ningún intento de otorgar un sentido divino, dentro de la más estricta inmanencia
  • 15. 15 -hablamos del mundo y del individuo- también aquí, “el ser es lo que será”, aquello que haga de sí mismo, transformándose, buscándose para ser, al albur del azar o de la voluntad. El ser es un encuentro trabajado, el resultado de su determinación por escapar de la nada, frágil configuración momentánea y cumplida antes de la extinción. c) Nivel ético político La carencia de un pensamiento fuerte no nos aboca a la inoperancia social. La base de la ética es la autonomía, la capacidad libre de otorgarse unas normas, luego un exceso de verdad nos conduce a la heteronomía, transforma la autonomía moral en obediencia. No todas las morales han pretendido ser universales, el trabajo personal de la exigencia se halla más allá del acuerdo. Si la estética parece abandonar el arte para convertirse en el reto teológico por excelencia, bien podemos ser divinos en cuantos humanos y convertir la moral en una estética de la existencia. Por otro lado, la ausencia como locus del poder, esa cúspide vacía de la pirámide social, donde ya no se encuentra el soberano, es precisamente la garantía del orden democrático, hueco susceptible de ser ocupado transitoriamente por el representante legítimo de los ciudadanos, revocable por la simple voluntad de éstos. El acuerdo público, y un comedido silencio sobre las creencias irrenunciables de los individuos, son las condiciones del pacto social. El consenso se rige por consideraciones prácticas, el mero uso formal y regulativo del ideal de justicia, igualdad o respeto de los derechos humanos, no resta efectividad a la exigencia social de su cumplimiento, por ello ni siquiera un pensamiento débil debilita la política. Podemos ser transmodernos sin ser cómplices de la inanidad. d) Nivel subjetivo La ausencia como carencia de nódulo esencial en los individuos nos priva ciertamente de alma inmortal, pero nos otorga la libertad de nuestra realización, más allá del determinismo sobrenatural, biológico o psicológico. Nos convertimos así en sujetos estratégicos, que evalúan la construcción de sus diversas identidades, sujetos performativos que vamos configurando nuestros rasgos propios a través de nuestras actuaciones, de la puesta en escena de nuestras relaciones y deseos. El yo pues al final de un proceso, ése mismo del ser–haciéndose-y-nunca-concluso. La biotecnología pugna por transformarnos más allá de la naturaleza, nuestra calidad de constructos culturales nos aleja del determinismo. e) Nivel sacro La ausencia originaria nos revela al universo como artificio óntico. El vértigo del vacío nos devuelve a la situación de desamparo en la que el ser humano necesita desgarradamente la creencia en un Ser Supremo. La ausencia de sentido, la nada como horizonte, la pequeñez en la infinitud, son las experiencias radicales a las que, circularmente, el fin de las Grandes Narrativas nos aboca. La transcendencia inmanente que propongo no es una vuelta a lo sagrado como raíz esencialista y sentido verdadero recobrado, sino como sacralidad estética que asume el misterio de la ausencia. Para ello el individuo necesita retomar el origen ancestral de sus mitos, recrear la ritualidad, en la que él, oficiante, es a la vez que creador, depositario del secreto de la ausencia.
  • 16. 16 f) Nivel estético Si la sacralidad es una estética, el arte no puede sino recomponer el trayecto de su extinción. La crisis de la modernidad dinamizó el momento penúltimo de las vanguardias, la poética postmoderna se agota en la ironía de la cita. El arte sale de los museos, el artista se convierte en su propio objeto artístico, la obra se transforma en acción, lo material en virtual. Propalar las formas de este vacío parece hoy la única salida. Asumir las metáforas y las posibilidades trans en su forma híbrida y contaminada, mutante y cibernética, puede aportar rutas aún no del todo exploradas. Pero eso sí, superemos el momento actual de la obra mínima y el discurso exuberante, lo irrelevante no podrá nunca ser legitimado por la palabrería que pretendió hace mucho ser rupturista y hoy simplemente está pasada de moda. Cuando los artistas crean, los filósofos piensan el mundo según sus creaciones; cuando los artistas hablan repiten la vulgata caduca que ningún filósofo osa ya enunciar. Si la creatividad no es posible, no lo digamos más, simplemente quememos todos los discursos en el fuego sagrado de la ausencia. Será hermoso.