2. Guía clínica de Somatizaciones en pediatría http://www.fisterra.com/guias-clinicas/somatizaciones-pediatria/
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¿En qué se diferencian los trastornos psicosomáticos
del niño y del adulto?
Los niños se suelen mostrar más preocupados por los síntomas, se ha
de evaluar los beneficios secundarios obtenidos al estar enfermos. En la
infancia existe una mayor dificultad para referir y cuantificar el dolor. Se
ha de tener en cuenta también que con frecuencia conviven con un
familiar que presenta la misma sintomatología física que el niño y actúa
como modelo para el niño.
En la edad escolar los trastornos por somatización pueden alcanzar un
4% en una consulta pediátrica de Atención Primaria, destacan los
síntomas neurológicos, digestivos (anorexia que es por lo que más se
consulta, hiperfagia, abdominalgia, etc.), dermatológicos (prurito) y del
sueño (insomnio de conciliación).
Entre los adolescentes hasta un 10% pueden referir algún tipo de
trastorno psicosomático. Las expresiones más típicas de esta edad son
el dolor abdominal recurrente, cefaleas, náuseas, dolor torácico, fatiga,
crisis de ahogo, mareos, taquicardias; pueden estar acompañados de un
cuadro florido y llamativo con signos neurovegetativos (sudoración,
palidez, náuseas, etc.).
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¿Cómo se diagnostica?
Para la confirmación del diagnóstico es preciso descartar enfermedad
orgánica, identificar la disfunción psicosocial y aliviar los factores de
estrés. Una evaluación psicosocial es por si misma terapéutica.
Entre los datos sugestivos de trastorno de somatización figuran los
antecedentes de síntomas somáticos múltiples, las consultas reiteradas
a médicos y especialistas, un miembro de la familia con síntomas
crónicos y recurrentes y disfunciones en áreas primarias de la vida (la
familia, los pares y la escuela).
Cuando los antecedentes y el examen físico sugieren somatización, es
suficiente realizar pruebas de laboratorio básicas y evitar la tentación de
solicitar exámenes complementarios exhaustivos.
Vulnerabilidad (factores genéticos y familiares)
Existen factores de personalidad que predisponen a la somatización: el
perfeccionismo, las elevadas expectativas personales, la
autosuficiencia, la hiperresponsabilidad y la negación de la ansiedad. Se
trata de niños con más tendencia a la internalización (inhibición,
hipercontrol, timidez, temor) que a la externalización. Además suelen
vivir en familias donde se niegan o se relegan los problemas y conflictos
aparentes.
Es difícil identificar el factor desencadenante, los más frecuentes se
han de buscar en el ámbito escolar y en la familia. Es importante no
olvidar que los trastornos psicosomáticos pueden aparecer tras abuso o
maltrato.
Otros desencadenantes citados con frecuencia son: la inmigración, un
nivel socioeconómico bajo y la patología psiquiátrica del niño o familiar.
Debemos plantearnos el diagnóstico diferencial con:
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Una enfermedad física no reconocida: pero se debe evitar
solicitar exámenes complementarios innecesarios ante el temor
de “pasar algo por alto”.
Trastorno psiquiátrico no reconocido como depresión o ansiedad.
Trastorno facticio por delegación (vicario).
Factores psicológicos secundarios a una enfermedad médica.
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¿Cómo se trata?
Es fundamental una buena comunicación desde el inicio, establecer una
alianza terapéutica que facilitará la aceptación del diagnóstico y su
posterior tratamiento. Se debe escuchar al niño y a la familia y
preguntarles acerca de sus miedos, explorar al niño, que sientan que se
les hace caso, se toman en serio sus quejas. Los pacientes “realmente
sienten el dolor o las diversas molestias (gástricas, digestivas, etc.) que
a menudo refieren”.
Se establecerán consultas periódicas de control, que permitan
adelantarse a la frecuente aparición de nuevos síntomas, se evitarán
consultas a los servicios de urgencias y se facilitará la atención global
de los síntomas.
Muchas veces, establecer una buena comunicación con el niño y la
familia es suficiente para aliviar y mejorar de forma significativa el
cuadro clínico presentado; en otros casos es preciso derivar a la Unidad
de Psiquiatría Infanto-juvenil para descartar comorbilidad; siendo lo más
frecuente los trastornos del estado de ánimo, trastornos de ansiedad o
abuso de sustancias. Son eficaces la terapia cognitivo-conductual y la
terapia familiar. La administración de psicofármacos puede ser
adecuada si existe asociación con depresión o ansiedad o si la
gravedad de los síntomas genera un deterioro (familiar/escolar)
importante y prolongado.
Es aconsejable:
Tener un solo pediatra de referencia: los pacientes suelen acudir
a muchas consultas y distintos profesionales, esto puede ser
iatrogénico, crear confusión y generar consejos contradictorios.
Por ello, en primer lugar se establecerá la identificación de un
facultativo que se hará cargo del caso y coordinará las
exploraciones complementarias y consultas con otros
especialistas. Esto mejorará la relación y la confianza.
Fijar una agenda: consultas periódicas.
Prudencia en el diagnóstico y en el tratamiento: hay que tener en
cuenta la accesibilidad a la información, muchas veces engañosa,
a través de Internet.
Identificar y tratar la comorbilidad psiquiátrica subyacente: lo más
frecuente, síntomas depresivos y ansiedad.
Explicar los síntomas.
Psicofármacos. Cuando exista comorbilidad.
Derivación a la unidad de psiquiatría infantojuvenil si se considera
oportuno.
Psicoterapia: con la terapia cognitivo conductual los pacientes
aprenden a afrontar los síntomas, a modificar las conductas
disfuncionales, los patrones de pensamiento negativo y reducir el
malestar físico. Deben aprender a reducir la hipervigilancia de su
propio organismo y solucionar los problemas que surjan.
Observarán la conexión entre las situaciones estresantes y la
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exacerbación de su sintomatología, para aprender a controlarla
mediante técnicas de relajación básicas como el control de
respiración.
Bases generales:
Realizar una buena anamnesis y exploración clínica, tanto física
como psicopatológica detallada. Exquisita atención al paciente y a
su familia: mostrar interés. Marcar controles y seguimiento.
Valorar la presencia de un factor desencadenante
Determinar si es necesario pruebas complementarias y evitar la
repetición.
Entrevistar al paciente.
Explicar los síntomas.
Prudencia en el diagnóstico y en el tratamiento: hay que tener en
cuenta la accesibilidad a la información, muchas veces engañosa,
a través de Internet.
Abordaje en atención primaria:
Escuchar al niño.
Evitar decir que es hereditario, o decir que no es nada, o decir
que todo es normal.
Animar a los padres a abordar la situación de forma distinta: no
dramatizar, no salir corriendo al hospital, no amenazar al niño,
animar a esperar con prudencia y hablar y escuchar al niño sobre
sus emociones.
Fijar una agenda.
Tener un solo pediatra de referencia:
Valorar la derivación a Salud Mental Infantojuvenil:
Si existe comorbilidad psiquiátrica: lo más frecuente depresión y
ansiedad:
Valoración tratamiento farmacológico.
Psicoterapia: Terapia de familia; Terapia cognitivo
conductual.
Gravedad del proceso, repercusión importante en vida cotidiana.
Alteración de la relación padres-hijo.
Alteración de la relación entre familia y pediatra.
Rigidez y dificultad de manejo tras tratamiento.
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Bibliografía
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