TERAPIA FAMILIAR SISTÉMICA. Terapia breve del MRI.
1. MODELOS DE TERAPIA FAMILIAR SISTÉMICA V
Terapia breve del MRI.
Como señala Ruth Casabianca en la primera parte de este capítulo, el Mental Research
Institute de Palo Alto California recoge desde 1959 la confluencia de diversas líneas de
investigación, inicialmente sobre estudios interaccionales/sistémicos con individuos,
parejas y familias. Más tarde, debido a la influencia de Don Jackson y Milton Erickson,
incorporan el ámbito clínico de la terapia familiar y en 1966 se crea el “Brief Therapy
Center” del MRI ya con el objetivo de investigar y desarrollar un modo de practicar la
terapia en un tiempo breve, que se caracteriza por “replantear la naturaleza de los
problemas humanos conceptualizándolos de manera diferente e impulsando
deliberadamente al cambio a fin de lograr su resolución de forma efectiva y eficiente”
(Fisch, Weakland y Segal, 1984). Este modelo de terapia breve, desarrollado por
Watzlawick y sus colaboradores en el MRI constituye la base de otros modelos
posteriores como la terapia breve estratégica de Nardone o la terapia centrada en
soluciones de De Shazer y Kim Berg.
El capítulo describe los principios de este modelo, destacando tanto los valores que
sustentan como los conceptos en los que se basa. Entre los valores sobresale la
“economía” entendida como “el mínimo cambio posible para el máximo beneficio”.
Lleva implícita la consideración y la creencia en los recursos de los consultantes o
clientes. No obstante conceden al terapeuta la responsabilidad en la conducción hacia el
cambio deseado por los consultantes, pero con un enorme respeto hacia el cliente en lo
que se refiere a la consideración de su problema, a las soluciones a materializar y a su
cultura o supuestos básicos de vida.
Para el MRI un problema es una dolencia concreta que refieren alguna o algunas
personas, se trate de quien lo porta o no. “No se trata simplemente de una conducta
ordinaria, sino de una conducta indeseada” (Fisch, Weakland y Segal, 1984). El
problema así entendido no tiene un carácter “objetivo” sino que su naturaleza viene
dada por el significado que cada uno le otorga. Ante el problema, se ponen en marcha
intentos de solución, las llamadas “soluciones intentadas”. Cuando estos intentos son
ineficaces, pero persisten en el tiempo, acaban convirtiéndose en el sistema de
mantenimiento del problema con independencia de su origen. Señala también la autora
la importancia de las “creencias, opiniones o visiones” acerca del problema que
alimentan las acciones y su recurrencia dando lugar a un círculo vicioso. Un ejemplo
ilustra este procedimiento: “alguien que no se anima a hablar en público evita las
reuniones sociales lo que le lleva a inventarse justificaciones cada vez que recibe una
invitación, y a medida que pasa el tiempo acrecienta las evitaciones cada vez con
justificaciones más elaboradas, hasta el punto de aislarse y deprimirse”. Así pues una
modificación de los intentos fallidos de solución puede aliviar o solucionar el problema.
No es necesario cambiar todo el funcionamiento del sistema, sino provocar un pequeño
cambio con el que empezar a revertir el proceso para inducir soluciones más efectivas.
2. Describe la autora la secuencia del proceso terapéutico del MRI, que comienza por la
definición del problema, continúa con el diagnóstico del circuito de mantenimiento del
problema, la implementación de intervenciones específicamente terapéuticas, la
evaluación y corrección del proceso terapéutico y termina con el cierre de la terapia.
La definición del problema requiere la tarea de “focalización” de las conductas
indeseables y su conversión en conductas concretas, observables, evaluables en su
evolución y consensuadas entre cliente y terapeuta. Ilustra Ruth Casabianca (2009) las
dificultades que este proceso puede conllevar con la exposición de casos concretos y
con las soluciones adoptadas. Resalta la importancia de esta fase pues “los fracasos en
terapia para resolver problemas se asientan en que éstos no están claramente definidos o
no contemplan las posibilidades terapéuticas de consultantes y terapeutas”.
En la fase de diagnóstico del circuito de mantenimiento del problema sobresale la
importancia de “poner en contexto el problema” explorando las creencias o visiones que
se tienen del mismo y como consecuencia, las acciones derivadas de ellas que están
retroalimentando el círculo vicioso del mantenimiento. Se ayuda a los consultantes a ver
que el problema no es un “mal general” sino que es una conducta molesta que tiene un
cuándo, dónde, con quién/es y cómo tiene lugar. Se resalta en este modelo la
importancia de hacer un diagnóstico interaccional pertinente y consensuado con el
consultante para adoptar soluciones acordes con el problema.
En la siguiente fase, intervenciones específicas de la terapia, el objetivo es modificar el
circuito de mantenimiento del problema y se señalan para este propósito dos caminos:
bloquearlo y/u ofrecer conductas alternativas como soluciones más adecuadas al
problema. Describe tres tipos de intervenciones. La primera es la “re-formulación y el
re-encuadre”, con objeto de cambiar la interpretación de la conducta no deseada,
situándola en una clase lógica diferente (“más que desobediencia, esto se trata de una
manipulación”), o entendiéndola, por ejemplo, como parte de un proceso evolutivo.
Otro tipo de intervención son las “sugerencias” de conductas alternativas a las
disfuncionales sin transmitir un carácter impositivo. Y por último, las “prescripciones”
directas, para ser obedecidas (ejemplo: “con hijo tan fuerte y agresivo no veo otra
opción más que unirse con firmeza Uds., sentarse en el mismo banco, para darle un
claro mensaje de que no tolerarán más amenazas de su parte”); y las prescripciones
paradojales, para provocar su no cumplimiento, poniendo énfasis en las desventajas del
cambio y explicando por qué no conviene, pero al mismo tiempo y en otro nivel dando
una explicación sobre las ventajas del cambio. Señala la autora la importancia de pactar
en esta fase un pequeño cambio significativo para el consultante, para comenzar así un
círculo beneficioso en contraposición al “círculo vicioso” que mantiene el problema.
En este modelo es importante la evaluación y corrección continua del proceso
terapéutico: tener en cuenta permanentemente cómo los consultantes van reaccionando a
las intervenciones del terapeuta actuando en cada momento en función de las
alternativas que muestran, bien confirmando el diagnóstico y la dirección propuesta al
3. cumplir con las intervenciones y con los cambios propuestos o bien revisando el
diagnóstico y las intervenciones si el consultante no siguió las inicialmente propuestas.
En la última fase, en el cierre del tratamiento, se analizan en el capítulo las distintas
opciones en función del resultado obtenido o del seguimiento o abandono por parte del
cliente. Puede darse que el problema se solucione en la percepción del consultante pero
también puede abandonar el tratamiento no satisfecho, comunicando o no al terapeuta
que no regresará. La interrupción de la terapia sin anuncio no siempre significa fracaso
del tratamiento para este enfoque, dado que en muchos casos los consultantes continúan
por sí mismos en circuitos beneficiosos sin conocimiento del terapeuta. También el
terapeuta puede decidir unilateralmente el cierre de la terapia porque considera la
estrategia de “mejor dejarlos solos” esperando que un mayor tiempo de procesamiento
dé un mejor resultado o bien porque si con el tiempo de terapia no se dio ningún cambio
será difícil que éste pueda producirse en un futuro.
Ref. Gómez de Agüero, E. (2015). Manual de Terapia Sistémica. Principios y herramientas de
intervención (II). Lecturas psicoanalísticas. Revista internacional de psicoanálisis. Nº 50. 2015.
Ignacio González Sarrió.
Doctor en Psicología Jurídica.
Perito judicial y forense.
Miembro del Turno de Peritos Forenses del Ilustre Colegio Oficial de Psicólogos.
Coordinador Grupos de Trabajo en Psicología Jurídica.
http://psicolegalyforense.blogspot.com
NºCol.cv06179.
696102043
Valencia.