3. ELEMENTOS QUE SE EMPLEAN EN LAS ESTRUCTURAS.pptx
Ensayo concurso
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LA RENDICIÓN DE CUENTAS DESDE LAFILOSOFÍADE PAUL RICŒUR
Por Jorge Cázares Murillo.
Edad: 22 años.
Carretera transpeninsular al norte, km. 9.5, entre
Escuadrón Aéreo y Durango, col. Chametla.
Cel.: 6121691582.
Correo: jcazares.m97@gmail.com.
Introducción
En lo sucesivo, repararemos en la temática «rendición de cuentas» en su momento
originario, pre-jurídico, relativo a la búsqueda por el quién de la acción, esto es, el
agente que da cuenta de sus actos. Para ello nos basamos en el filósofo francés
Paul Ricœur, quien propone sus análisis desde la filosofía analítica y desde un
enfoque ético-moral.
I.
Partimos del presupuesto de que el agente es el quiénde la acción: ¿quién ha hecho
esto o aquello? Mas el término «agente», en la exclusiva acepción terminológica,
todavía no es una persona concreta que reconozca actos pertenecientes a sí.
Aunado a ello, cuando acudimos a la filosofía analítica (en especial a la «teoría de
la acción») se presenta una dificultad: la ocultación del agente, puesto que ella no
se interesa específicamente en el ejecutor de las acciones. De modo que si ya
habíamos asentado que en la rendición de cuentas búscabamos al quién, la filosofía
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analítica nos aleja cuando acude al binomio interrogativo ¿qué? y ¿por qué?: ¿qué
acción?, ¿por qué tal acción? Su objetivo se limita a describir acciones mediante
proposiciones. En otros términos, el qué-por qué nos desvía de la pregunta ¿quién
ha hecho eso o aquello? y, por extensión, a la capacidadde la persona de reconocer
acciones como suyas.
No obstante, Paul Ricœur advierte que la filosofía analítica centrada en el qué-
porqué se limita a hablar de movimientos-acontecimientos y no de acciones. Estos
se interesan por la «causa» —de los movimientos—, pertenecientes a un orden
físico, es decir, no relacionados a un sujeto que actúa. Así pues, el movimiento-
acontecimiento que busca la causa es impersonal.
Por otro lado, la acción se distingue por su facultad de «poner en movimiento» y,
por tanto, necesita de un agente que la origine. Además, la acción se vincula con
dos términos fundamentales para la rendición de cuentas: la «intención» o «motivo».
Son estos los que permiten a la persona comprender que tiene poder-de-actuar.
Luego, son los que permiten dar razones del porqué del actuar (explicación del
agente que, como es de inferirse, va dirigido a un otro).
De tal suerte, la intención o motivo unifican acción y agente, en virtud de que «[...]
no puedo enunciar los motivos de mi acción sin vincular estos motivos con la acción
de la cual son el motivo» (Ricœur, 2002, p. 157). Tras la intención y el motivo
siempre se va a buscar a un quién que de razones de porqué ha hecho tal o cual
cosa; es decir, nos enlazan a la persona concreta revestido como el agente.
Sin embargo, se pregunta el filósofo francés: «¿Se podría esperar de un análisis
conceptual de la intención que llevase del binomio ¿qué-por qué? a la pregunta
¿quién?»(Ricœur, 2013, p. 51). El propósito de Paul Ricœur, bajo una primera idea,
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es demostrar que los conceptos intención y motivo —resguardados de la tendencia
de descripción sin agente— también podemos adecuarlos al qué-porqué que
enlazan a la rendición de cuentas. Este vínculo se puede dar, de acuerdo Ricœur
(2016a), en tanto que a este par «Se le emplea, en general, en los enunciados que
son respuestas a preguntas que tienen la forma: ¿qué hace usted? y ¿por qué lo
hace?» (p. 157), y no en el sentido de ¿qué acción? y ¿por qué sucede esa acción?
Desde este otro ángulo, el qué-porqué bien pueden consolidarse en una sola: ¿por
qué?, exigiendo a un sujeto agente a dar razones por las cuales hace o ha hecho
algo. Esto nos invita a considerar consecuentemente que las preguntas ¿qué-por
qué? dirigidas al agente ponen las acciones en su dominio. Gracias a ellas, ahora
podemos dilucidar que el agente no está implicado en la pregunta «¿quiénha hecho
esto o aquello?» sino también en la cuestión «¿por qué lo realizó?» (Ricœur,
2016a).
II.
Una vez asentado que el qué-porqué puede formularse también en el enfoque de
intención y motivo, se pregunta el filósofo si, a la inversa, la causa (impersonal)
puede relacionarse con el quién (una persona concreta). En este marco se
cuestiona bajo una segunda idea: «¿Se puede decir que un agente es causa de sus
actos?» (Ricœur, 2002, p. 157). Por un lado, la respuesta sería negativa en tanto
que sigamos la distinción entre movimiento-acontecimiento de la acción del ser
humano, puesto que la causa corresponde al orden de movimientos naturales. No
obstante, podemos aseverar desde otra perspectiva que el agente sí es causa de
sus actos si comprendemos que la persona no solo menciona la intencionalidad de
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sus actos (en sentido psicológico) sino que ella misma es un cuerpo, perteneciente
a la variabilidad de movimientos del mundo. En este sentido, «El hombre es,
precisamente, quien pertenece a la vez al régimen de la causalidad y al de la
motivación, es decir, de la explicación [de la causa] y de la comprensión [del
motivo]» (Ricœur, 2002, p. 159). El agente tiene el poder de intervenir en el mundo
y adscribirse un segmento de movimiento a sí, esto es, verse a sí mismo como la
causa. Y, debido al reconocimiento de acciones como suyas, puede entonces dar
razones que respondan al porqué ha hecho algo. El término de adscripción no es
menor, sino que «[...] subraya el carácter específico de la atribución cuanto ésta
concierna al vínculo entre la acción y el agente, del que se dice también que él la
posee, que es “suya”, que se la apropia» (Ricœur, 2006, p. 131).
III.
Ahora bien, no basta la intervención en el mundo. Otro rasgo fundamental para Paul
Ricœur es que el agente tiene que saber lo que hace, reconocer el poder que tiene
para realizar cambios en su contexto. Por esta razón nos dirá también que «La
explicación causal aplicada a un fragmento de la historia del mundo no se da sin el
reconocimiento, la identificación de un poder perteneciente al repertorio de nuestra
propia capacidad de acción» (Ricœur, 2002, p. 161). Este reconocimiento por medio
de la acción es el nacimiento mismo de la ética —y, por extensión, de la moral y el
campo jurídico—, ya que ella surge como la libertad de actuar del agente. En
específico, el poder-de-actuar se plasma en la ética como un deseo, que orienta las
acciones a un proyecto de vida englobador de la persona, nombrado por Paul
Ricœur como estima de sí. Ella refiere a la atención que pone la persona en sus
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movimientos intencionales, orientados todos ellos a su propio bien, según la
perspectiva que cada uno tenga como benéfico para sí. Mas la estima de sí no alude
únicamente a la persona misma: ella cuida también al otro en su actuar. Es en la
pluralidad, de hecho, donde la acción se convierte en praxis y la estima de sí se
convierte en una estima del otro.
Por desgracia, en ocasiones el poder-de se desvirtúa, convirtiéndose en un poder-
sobre: «Sobre esta desigualdad de injerta el fenómeno de la violencia en cuanto
que abuso del ejercicio del poder sobre...» (Ricoeur, 2016b, p. 306); asimismo, la
estima de sí se encierra en su mismidad como un amor a sí, en un sentido
peyorativo. Esto acarrea toda forma de maldad, desde las acciones que buscan la
humillación hasta el asesinato, pasando por el acaso, la violación, la tortura, entre
otras formas perversas de acción. El desvío de intencionalidad al mal obliga a pasar
de la ética a la moral, en cuanto que la segunda normativiza y manda a la persona
bajo la figura de imperativos o máximas de acción. En ella se pasa del deseo de
actuar para proyecto de vida al deber de actuar correctamente, para que mis
acciones no afecten a un tercero.
En este segundo campo, en la moralidad, la persona tiene aún la capacidad de
reconocer acciones como suyas. Dicho reconocimiento es lo que posibilita la
rendición de cuentas, denominado por Ricœur (2002) como razón práctica, en
donde «el agente rinde cuentas a otro (o a sí mismo) de su acción» (p. 220). Esta
exigencia surge porque se cuestiona la praxis de la persona bajo las preguntas qué-
por qué: ¿qué haces? ¿por qué, esto es, en vistas de qué? Ante ello, la persona
tiene la facultad moral de explicar sus motivos, puesto que sus movimientos —
libres— fueron originariamente ejecutados con un fin. De ahí que la acción sea
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comunicable, puesto que «[...] podemos decir lo que hacemos y por qué lo
hacemos» (Ricœur, 2002, p. 220). Y, al manifestar dicho motivo, el otro ha de
intentar comprender la intención del primero, pese a que la repruebe.
Conclusión
Como palabras finales, es de notarse que la rendición de cuentas —propio del
campo jurídico— tiene su cimentación en una filosofía de la acción, la cual se
preocupa conceptualmente por la adscripción de movimientos intencionales (sean
buenos o malos) a un agente, una persona quien ha de dar razones de su práctica.
Este tiene la facultad de reconocer acciones como suyas, en cuanto que es un ser
corpóreo que funge como causa de movimientos y, a su vez, es un ser que tiene la
capacidad psíquica de realizar movimientos intencionales, acciones con fines, por
tanto libres, dando origen así a la ética, a la moral y al mismo campo jurídico.
Referencias
Ricœur, Paul. (2002). Del texto a la acción. Ensayos de hermenéutica II. México:
Fondo de Cultura Económica.
Ricoeur, Paul. (2006). Caminos del reconocimiento. Tres estudios. México: Fondo
de Cultura Económica.
Ricœur, Paul. (2013). Sí mismo como otro. México: Siglo XXI editores.
Ricœur, Paul. (2016a). La libertad. En Escritos y conferencias 3: antropología
filosófica. México: Siglo XXI editores.
Ricoeur, Paul. (2016b). Múltiple extrañeza. En Escritos y conferencias 3:
antropología filosófica. México: Siglo XXI editores.