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LA COLECCION DE CERAMICA MOLLO
DEL MUSEO DE PREHISTORIA
DE VALENCIA
por Juan Francisco Cantería
El diplomático argentino Rubén Vela, siendo cónsul en
Valencia, donó una importante colección de cerámica bolivia-
na al Museo de Prehistoria de dicha ciudad. En 1964 fue es-
tudiada por nosotros y presentada como tesis de Licenciatu-
ra en 1968 en la Universidad de Sevilla, Ahora damos a
conocer por primera vez los resultados de dicho estudio,
si bien tan sólo incluimos el trabajo sobre los materiales
Mollo, que comprenden aproximadamente la mitad de las
piezas de dicha colección. Sucesivamente iremos publicando
las cerámicas megalíticas, tiwanakotas, inkas, nazcoide y
presto-puno.
El fin principal de nuestro estudio es llamar la atención de
los especialistas sobre la existencia de esta colección y mos-
trar sus aportaciones para el conocimiento de la arqueología
boliviana, si bien, lejos de presentar exclusivamente un trabajo
descriptivo, hemos tratado de resaltar los aspectos mas
destacados de esta cultura con un sentido más amplio. Para
ello nos hemos basado en algunas de las pocas publicaciones
sobre la materia con garantías científicas suficientes. Otros
datos proceden de las fuentes de la época de la conquista
5
66 Juan Francisco Cantería [REAA:IVI’
o de libros de viajeros posteriores, los que, pese a ser pocos,
no dejan de tener interés por lo que representan de confron-
tación con los resultados de las excavaciones. Se compren-
derá el atraso de los estudios sobre estas culturas al com-
probar que muchos de estos datos son enteramente nuevos,
pese a que los cronistas siguen siendo botin predilecto de.
gran parte de los arqueólogos,
En una segunda parte de este artículo se estudian los mate-
riales Moho que se exhiben en las vitrinas del Museo de
Valencia. Tanto los dibujos como la tipologia están hechos
exclusivamente a base de los ejemplares de esta colección,
y aunque existen otros que quedan fuera del alcance de nues-
tro trabajo, las modificaciones que puedan hacerse con ma-
teriales publicados son minimas. Nada, en cambio, se puede
predecir sobre lo que puedan apodar nuevas excavaciones.
Al hecho de que los estudios sobre estas culturas están
en sus comienzos se une el de que tanto los especialistas
bolivianos como los extranjeros han centrado generalmente
su atención en las Altas Culturas o bien en aquellas otras~
que sin estar incluidas en este grupo presentan alguna faceta
destacada, generalmente de tipo artístico, Tiwanaku por sí
solo llena casi por completo toda la arqueología de este pais.
Sus ruinas continúan pasmando, aun hoy, a los cientificos.
como hace siglos sucediese a conquistadores y viajeros. El
tema es de por si tan importante que esta plena dedicación.
a su desentrañamiento es comprensible. Sin embargo, ello ha
retrasado notablemente el conocimiento de culturas tan inte-
resantes como la que nos ocupa, hasta el punto de que el día
en que se desarrollen los estudios sobre ellas quedará total-
mente modificado el panorama actual de la arqueología bo-
liviana.
[REAA:IV] Colección de cerámica mo/lo 67
1NTROD UCCION
El nombre
El período a que nos referimos comienza a conocerse aho-
ra y cuenta con una monografía de Ponce Sanginés, base
fundamental para los trabajos posteriores que se hagan sobre
estas culturas (Ponce, 1957-a). Existen otros estudios de me-
nor importancia. Sin embargo, conviene resaltar aquí que ge-
neralmente se conoce a estos pueblos con nombres diferen-
tes, bien inspirados por el tipo cerámico más frecuente en
los yacimientos —Moflo— o con algún que otro sinónimo abs-
tracto impuesto, la mayoría de las veces, por arqueólogos
norteamericanos, como es el caso de la designación de «Pe-
ríodo Intermedio», de Rowe, etc.
Ninguna de estas dos denominaciones sirve a los efectos
de nuestro trabajo: la primera porque viene a aclarar tan sólo
uno de los muchos tipos cerámicos del periodo, que estudia-
remos posteriormente, y de ahí que no pueda ser aceptada
en un trabajo de carácter general; la segunda, porque en
nada aclara el contexto cultural o las características del pe-
nodo, ya que, como dice Alcina, son «fundamentalmente
subterfugios empleados para eliminar el problema, siempre
arduo y peligroso, de bautizar, de una manera precisa y clara,
el periodo que se trata de designar» (Alcina, 1966-a, 449).
Otras denominaciones son más completas, ya que aluden
a alguna de las características más destacadas de estas cul-
turas, Tales son, por ejemplo, la de «Periodo de diversifica-
ción regional», de W. Kauffman Doig, o la de «Periodo de
reinos y confederaciones», utilizada por Matos Mendieta
(1966).
El hecho de que nosotros hayamos aceptado como título
de nuestro trabajo esta última se debe a una serie de con-
sideraciones que exponemos a continuación. Primeramente,
porque viene a resaltar, sin duda alguna, la cualidad más
sobresaliente de una época y en una región determinada de
Perú —Mantaro——, cuyas características sociales, políticas
y posiblemente religiosas coinciden en gran escala con las
de la cultura a que nos referimos en nuestro trabajo. Además,
68 Juan Francisco Cantería [REAA:IV]
porque de este modo pretendemos desligarnos de esa co-
rriente que parece entender la prehistoria de Bolivia como una
entidad en sí misma. Por fin, porque la falta de desarrollo
de la arqueología de Bolivia puede compensarse, en gran par-
te, en un intento de unificación y relación con el resto de las
culturas andinas, con las que sin duda guarda intima relación,
salvando particularidades regionales.
Origen cultural del periodo
Naturalmente, la escasez de fuentes escritas obliga al
arqueólogo a basarse casi exclusivamente en los restos mate-
riales para tratar de ofrecer una idea aproximada de la vida
de estos pueblos y particularmente de su origen.
El problema del entronque cultural del período es muy com-
plejo y está aún por resolver, Existen dos versiones antagó-
nicas. Una de ellas es la sostenida por Ibarra Grasso, quien
señaló primeramente un periodo que sucedia cronológicamen-
te al Tiwanaku Expansivo, pero que estaba aún implicado
en su historia y correspondia al tiempo de la formación de
los Reinos Collas (Ibarra Grasso, 1963). Posteriormente, este
mismo autor consideró que la cultura Moho se había desarro-
liado inmediatamente después de la época expansiva, mien-
tras que la verdadera formación de los reinos collas sería
relativamente posterior (Ibarra Grasgo, 1965, 149).
La estratigrafía no parece concederle toda la razón. El
yacimiento M-8 Muccha-cruz, excavado por Ponce Sanginés,
ofreció la única secuencia que conocemos. Aparecia en los
estratos más bajos cerámica tosca y utilitaria; encima el estilo
tiwanakota puro, asi como una interpretación regional del mis-
mo; las capas superiores mostraron cerámica roja lisa (tipo
Moho) y finalmente restos incaicos mezclados con los ante-
riores (Ponce, 1957-b, 48-49).
La suposición de Ibarra no está, pues, de acuerdo con lo
que refleja la estratigrafía, aunque en rigor tampoco existen
motivos suficientes que prueben la existencia de una inter-
pretación regional del estilo tiwanakota como pretende Ponce
Sanginés, tal vez excesivamente empeñado en mostrar una
independencia casi absoluta entre ambos períodos, Sostener
esta tesis equivale a negar un prestigio a Tiwanaku, esto es,
[REAA:IVI Colección de cerámica mollo 69
un foco de irradiación de creencias e ideas al mundo andino,
suficientemente probado ya.
Es, sin duda, la misma evolución histórica de Tiwanaku la
que puede proporcionarnos una pista sobre este origen, y si
se admite la formación de un verdadero Imperio en la época
expansiva, puede imaginarse fácilmente que estos reinos sur-
giesen a consecuencia de su desmembración, asimilando al-
gunas características culturales de los dominadores.
Artísticamente no existen tampoco mayores diferencias.
Se observa, no obstante, en esta época un menor cuidado
estético, un mayor empobrecimiento y, sobre todo, una acu-
sada falta de interés por la perfección, comprensible en un
periodo donde todo se hacía como consecuencia de la guerra.
Ello no debe extrañar demasiado, teniendo en cuenta que la
misma cerámica expansiva comienza ya a revelar esta acu-
sada falta de calidad que degenerará, al llegar la época que
estudiamos, en un verdadero caos de las formas y la deco-
ración, aunque sin duda inspiradas en las del período anterior,
Creemos, en definitiva, que se trata de una época de
vulgarización, inspirada en parte por las creaciones tiwanako-
tas expansivas (o decadentes), con aportes regionales que
suelen ser más personales cuanto más lejos se producen de
la zona de influencia de Tiwanaku.
Cronologia
Cronológicamente, el periodo de «Reinos y Confederacio-
nes» abarca un espacio de tiempo bien delimitado y común a
todas estas culturas. Surge en las postrimerías del Tiwanaku
Expansivo, aunque con sus raíces bien echadas en él (1.250
d, de C.) y pervive, según las diversas regiones, hasta el
momento en que se produce la conquista incaica. Curiosa-
mente la cultura Moho pervivió hasta la llegada de los espa-
ñoles, pese a que la conquista de la zona por los incas su-
cedió en 1450.
LOS PUEBLOS DEL PERIODO DE REINOS
Y CONFEDERACIONES
Ni que decir tiene que nosotros no pretendemos hacer aquí
otra cosa que tratar de ofrecer el panorama de la vida de unos
70 Juan -Francisco Cantería [F3EAA:IV]
pueblos que habitaron en las Tierras Altas del área andina
durante el periodo de tiempo entes delimitado.
A estos pueblos se les conoce en la bibliografia por los
tipos cerámicos que los caracterizan, y dado que en principio
fueron las vasijas Mollo las mejor estudiadas, toda una serie
de nuevos estilos que sucesivamente iban apareciendo fue-
ron relacionados con aquéllas, hasta que finalmente, y con
gran acierto, Ponce Sanginés pensó que «la solución más
apropiada consistiría en decir.., que pertenecían a (un) mismo
horizonte estilístico» (Ponce, 1957-a, 109). Así, pues, comenzó
a verse el problema de que con posterioridad a Ja caida de
Tiwanaku existían en Bolivia pueblos diferentes, pero que
guardaban algún tipo de relación entre si, hasta el punto de lle-
gar a formar un horizonte estilístico.
Qué pueblos eran estos y cuáles eran sus nombres, es
cuestión poco menos que imposible de aclarar. Los estudios
língoisticos y de Antropología física están aún poco desarro-
llados en Bolivia y escasas luces pueden aportar a la solución
del problema. Ibarra Orasso, contestando a una pregunta que
le hicimos sobre esta cultura, nos decía que «correspondía
a los aymaras históricos en una primera época, sucesora in-
mediata de la civilización del Tiwanaku Expansivo». Sin em-
bargo, este mismo arqueólogo llega a reconocer en otro lugar,
y a nuestro juicio con acierto, que los intentos de unificación
lingúística llevados a cabo, primero por los incas y poste-
riormente por los españoles, supusieron la suplantación de
numerosas lenguas por el aymará, hecho que viene a confir-
mar la posibilidad de que anteriormente existiesen pueblos
con lenguas diferentes, de las cuales aún perviven unas cinco,
según el citado autor.
El fraile franciscano José Cardús (1886) se refiere a las
lenguas que se hablaban en el país y cita aproximadamente
unas treinta para 1883-84, lo que puede ser revelador para
evaluar los pueblos antiguos a que correspondería tal núme-
ro de lenguas.
Por su parte, los cronistas también se refieren a alguna
de estas culturas. Sus escritos nos ofrecen el panorama de
un verdadero mosaico de reinos que no sólo guardaban una
fREAA: IVI Colección de cerámica mollo 71
identidad cultural común, sino que, además, se aliaban entre
si formando confederaciones.
Puede, por tanto, hablarse de que en Bolivia, después de
Tiwanaku, existieron grupos diferentes, cada uno de los cua-
les hablaba su propia lengua. Los restos arqueológicos nos
revelan, además, que tenían características culturales propias,
aun cuando guardaban relación entre sí. La existencia de esta
diversidad de pueblos es fundamental para el conocimiento
del período a que nos venimos refiriendo, al mismo tiempo
que configurará la que será su característica primordial. De
creer a Fray Martín de Murúa -‘ había muchísimas provincias
e indios de muchos géneros... y por poder faltar tinta para
señalar y papel para los asentar, todo se deja en silencio»
fMurúa, 1946, 215).
Economía
La particular configuración política de estos reinos en la
época inmediatamente posterior a la expansión tiwanakota lle-
varía a suponer que todos ellos practicaban un tipo de eco-
nomía autárquico, a base de aquellos productos que ofrecían
las distintas zonas en que se hallaban emplazados. Las exca-
vaciones, sin embargo, han probado que este era insuficiente
en la mayoría de los casos y oue, del mismo modo que se
aliaban militarmente entre sí, se vieron obligados a establecer
lazos comerciales que en muchos casos implicaron la expan-
sión del estilo artístico.
Contamos con algunos datos que prueban este hecho,
como el hallazgo de vasijas por Crequi-Monfort en Calama,
idénticas a las que él mismo habia descubierto en las tumbas
prehispánicas del valle de Cagua, a unos 300 kilómetros de
distancia del centro anterior. Dice este autor: .Le fait que le
vase... est le seule modéle trouvé á Calama démontrent suffis-
sement que celui-ci a dú étre acquís par les habitants de Ca-
lama» (Crequi-Monfort, 1904), También Ponce Sanginés expli-
ca la existencia de vasijas tiwanakotas entre los materiales
Moho como consecuencia de un activo comercio del maíz,
que según testimonios de 1586 —lo cita el mismo autor— aún
se cultivaba en la zona (Ponce, 1957-a, 41). Vázquez de Espi-
nosa dirá más tarde, refiriéndose a los pueblos de estas re-
72 Juan Francisco Cantería EREAA: IV!
giones, que traían «el mais y los frutos de los valles calientes
y de los llanos».
Este sistema comercial debió extender, paralelamente a
algunos cultivos, complejas técnicas agrícolas. Las excavacio-
nes han revelado la existencia de andenerias, canales de irri-
gación y silos para preservar los productos, hecho no sólo
importante en cuanto se refiere a la multiplicación de la pro-
ducción, sino porque además capacitaba a estos pueblos para
un género de vida más avanzado.
El tipo de economía era indistintamente agrícola o ganade-
ro y en muchos casos mixto. Sin duda este tipo de economía
mixta, dice Rex González, «es única en América y confiere
a estos centros caracteres muy particulares» (González, 1966,
245). Los productos agrícolas más frecuentes eran los tu-
bérculos, como la papa y la oca, y los cereales, principal-
mente el maíz, base de su alimentación y al mismo tiempo del
comercio. Los animales empleados en el tiro, en la alimen-
tación y aprovechados para otros menesteres, como para la
confección de vestidos, fueron la llama, la alpaca, la vicuña
y el guanaco, que según el mismo autor (González, 1966, 244)
tuvieron su centro de domesticación en estas regiones,
Características militares
Los adelantos técnico-agrícolas, la sucesiva mejora de los
cultivos y productos y, en último término, las relaciones co-
merciales que sostuvieron entre ellos, permitieron un género
de vida más avanzado y la formación de pequeños centros
urbanos, en los que cabe hablar ya de una incipiente urbani-
zación, con calles trazadas de acuerdo a un plan, en torno a
las cuales se edificaban casas, cuyos muros no sólo eran de
adobe, sino en muchos casos de piedra. La preponderante
actividad bélica les obligó a buscar lugares estratégicos y a
crear fortalezas y chuilpas paré defenderse. La existencia de
estos centros y la característica militar debieron implicar un
concepto jerarquizado de la sociedad y la obediencia de la
población a una única cabeza,
Las características militares del período que estudiamos
están influidas en gran parte, al menos en un primer momento,
por Tiwanaku, hasta el punto de que, en cierto sentido, po-
[REAA:IV] Colección de cerámica mollo 73
dna hablarse incluso de continuación, porque es a raíz de la
expansión tiwanakota cuando comienzan a surgir todos estos
pequeños reinos que inmediatamente, por razones no suficien-
temente claras para ser expuestas, aunque fáciles de suponer,
se entregan a la guerra.
Cieza de León, refiriéndose a ellos, cuenta que todos los
indios con los que él había hablado «concordaban en que sus
antepasados vivian con poca orden antes que los inkas seño-
reasen y que por lo alto de los cerros tenían sus pueblos
fuertes de donde se daban guerra» (Cieza, 1853).
La actividad bélica, preponderante en este período, como
ya señalamos, los llevó a una segunda etapa, caracterizada
por la formación de confederaciones. Faltan también en este
sentido datos para conocer cuántas y cuáles eran éstas. Lo
que se conoce en los cronistas como pueblo colla, y que inte-
resa particularmente a nuestro trabajo por estar íntimamente
relacionado con la cerámica Moho, no debió ser otra cosa,
Fray Martín de Murúa, cuando habla de los habitantes de las
regiones próximas al lago Titicaca dice: «... antiguamente ha-
bía Rey en el Coliso... y fue señor desde Vilcanota hasta
Chile» (Murúa, 1946, 210).
La conquista de estas zonas por los incas demuestra que
a la llegada de éstos aún pervivían ambos tipos de regímenes
políticos: el de pueblos que permanecían aislados, autosufí-
cientes en muchos casos, y que ofrecieron escasas resisten-
cias, y confederaciones, de mayor importancia, que no sólo
obstaculizaron y retardaron la conquista, sino que, además,
una vez sometidos militarmente, la harían efímera a causa de
sus sucesivos levantamientos, como es el caso de los Collas.
La religión
En el marco general de la historia del área andina la época
de Reinos y Confederaciones representa una etapa desinte-
gradora, política y religiosamente. Se contrapone, pues, a
esa idea unificadora que se manifestó en Chavín y Tiwanaku,
y que sólo militarmente cristalizaría en el período inkaico.
La misma cultura tíwanakota, caracterizada por el predominio
de una unidad religiosa —al menos así suele presentarse ge-
74 Juan Francisco Cantería IREAA:IVI
neralmente el problema— parece llevar echadas en sí misma
las raíces de esta desintegración posterior.
Por otra parte, la crueldad con que el militarismo tiwana-
Rota se impuso a los demás pueblos y que acarreó la imposi-
ción religiosa viene por sí solo a explicar el resurgir de estas
pequeñas culturas locales en las que imperará un tipo de
culto vulgar al que nos referiremos más tarde, De mal grado
podía ser aceptada aquella religión por unas gentes a las que,
según los cronistas, caracterizaba un fuerte espíritu de inde-
pendencia. En la misma época expansiva «ranas, sapos y ani-
males semejantes» comienzan ya a hacerse notar a través de
la cerámica y de grabados, como la piedra esculpida de Chi-
ripa (Ponce, 1957-a), del mismo modo que lo hicieron en el
Antiguo.
Murús (1946, 164), refiriéndose a los Collas, llega a califi-
carlos de gente -idólatra y vil», los cuales, aun después de su
conversión a la religión católica, continuaban las prácticas
anteriores, Su panteón era sumamente rico, ya que adoraban
prácticamente todas las cosas que destacaban por alguna cua-
lidad especial. Los serranos —dice el mismo Murúa— «adora-
ban principalmente el relámpago, el trueno, el rayo.., las tem-
pestades, remolinos de viento..., las lluvias y el granizo» (Mu-
rús, 1946, 210). Los demás cronistas citan otros muchos seres
que tuvieron carácter religioso, como piedras, lagunas, cule-
bras, etc..., y Garcilaso, cuando se refiere a ellos, llega a decir
que adoraban todas aquellas cosas que sobresalían «tanto
por su hermosura como por su fealdad».
Este culto perdurará tras las conquistas ínkaica y española,
Las Casas refiere una curiosa anécdota que pone en tela de
juicio el laissez-faire de los inkas para con los vencidos. Dice
que una vez se presentaron ante Pachacuti varios hombres
que le dieron «relación de los dioses a quienes servían y
adoraban (y) dicen que de muchos de los que le referían se
reía y burlaba.., diciendo que era escarnio tener y adorar
cosas tan viles por dioses» (Las Casas, 1948, 31),
IREA«4 IV] Colección de cerámica moho 75
LA CERAMICA MOLLO DEL MUSEO DE VALENCIA
Problemas en torno a la Colección Veía
El Museo de Prehistoria de Valencia cuenta hoy con una
de las colecciones de cerámica bolivianas más importantes
del mundo, exceptuando las que se encuentran en él país
de origen. Dicha colección fue donada hace unos años por
Rubén Vela, cónsul de la Argentina en Valencia por aquellas
fechas, y está formada por materiales liticos de Viscachani,
vasijas de El Palmar, Cliza y Cochabamba; otro considerable
número de piezas tiwanakotas, alguna de ellas estéticamente
excepcionales; vasos pertenecientes a las culturas Moho, ti-
pos Piñiko y Kollau; unos pocos ceramios inkaicos, nazcoides,
presto-puno y, finalmente, un ídolo antropomorfo, publicado
•por Alcina en la revista del mismo Museo (Alcina, 1966-b).
Toda la colección fue dada a conocer a través de una pu-
blicación del Museo de Valencia presentada con ocasión del
XXXVI Congreso Internacional de Americanistas, con un pró-
logo de Rubén Vela en el que se adelantaban los aportes de
dicha colección a la Arqueología boliviana y se trazaba ade-
-más un bosquejo del panorama actual de estas culturas, Des-
graciadamente este catálogo ha sido poco difundido en Amé-
rica, Se trata de la publicación fotográfica más importante de
todas cuantas se conocen sobre Arqueología boliviana (Catá-
logo, 1964),
Por nuestra parte, en el verano de 1964 hicimos el estudio
de Laboratorio de esta colección en el Museo de Valencia
•y en 1968 lo presentábamos en la Universidad de Sevilla como
tesis de Licenciatura. Excluiamos de nuestro trabajo los ma-
teriales líticos, que aún están por estudiar.
La marcha de Rubén Vela de Valencia dejó, no obstante,
-algunas dudas sobre la colección; la más importante de todas
era sin duda la que se refería a la procedencia de los mate-
-riales. Tratamos de resolver este problema poniéndonos en
-contacto con él personalmente, sin obtener información al-
guna. Posteriormente Ibarra Grasso y Ponce Sanginés, y el
matrimonio Mesa, durante su estancia en Sevilla, nos dieron
-datos sobre la procedencia de las vasijas. Al parecer las
76 Juan Francisco Cantería [REAA:IV!
piezas líticas eran de una recolección superficial llevada a
cabo por el propio Rubén Vela en compañia de Ibarra Orasso;
los materiales tiwanakotas procedían de excavación, mien-
tras que las vasijas Moho habían sido donadas por algún ar-
queólogo y las inkaicas compradas en parte.
Como quiera que sea, Rubén Vela trajo clasificadas las
piezas de esta colección, y aunque, al parecer, fue ayudado
por arqueólogos profesionales. contenia errores de bulto.
En lo que se refiere a las vasijas Moho, que son las que ahora
intere6an para nuestro estudio, se clasificaban como tal un
vaso que típicamente pertenece a la cultura Yura.
El estudio de esta colección ofrecía, como se ve, algunas
oosibilidades. En principio se hacía necesario rectificar los
errores de clasificación del catálogo y ordenar los materiales
bien cronológica o tipológicamente, según las posibilidades;
y lo que es más importante, incluirlos dentro del marco actuar
de los estudios arqueológicos, señalando aportaciones allí
donde fuese posible,
Decoración de la cerámica Molla
El empobrecimiento que se observa en la cerámica tiwa—
nakota del período expansivo se agudíza de modo alarmante,
llegándose a un verdadero caos de las formas decorativas.
cuando se entra en el campo de la cerámica Moho,
Aunque se piensa por parte de algunos (Ponce, 1957-b,
79-82) que los temas de este estilo son independientes de los
tiwanakotas, tratándose así de probar una originalidad absoluta
bastante dudosa, puede afírmarse que los diseños están ins-
pirados, en parte, en los del período anterior, aunque son de
ejecución muy pobre. Los dibujos son irregulares, hechos de
cualquier manera y sin ningún sentido estético- Asimismo es
nula la preocupación por una estética formal, dando la sensa-
ción de que todo se hizo con prisa.
Abundan los temas geométricos y se usan predominante-
mente los dientes de sierra, triángulos encadenados, cruces,
pequeños círculos, a veces triángulos concéntricos, pequeños
romboá, diseños parecidos a las alas de la mariposa abier-
tas, etc. Las líneas curvas se emplean con menos frecuencia,
Es también escasa la decoración de añimales y los vasos que-
¡REAA: IV] Colección de cerámica moho 77
presentan esta clase de dibujos parecen pertenecer a una
época tardía. Los temas fitomorfos son aún más raros.
Quizá el problema más interesante que puede plantear el
estudio de la decoración, como el de todo el estilo, sea el de
su origen. Ponce Sanginés (1957-b, 81) niega que la cerámica
Mollo sea «derivada someramente de la tiwanaquense, salvo
el diseño escaleriforme —aunque puede tener también origen
tecnógeno— que aparece de cuando en cuando y la línea
ondulada trazada a veces cerca de los bordes de las vasijas».
Ibarra Grasso opina de otra manera. Para él, «todo este con-
junto recuerda formas empobrecidas del Tiahuanaco Expan-
sivo o Decadente y es notable el hecho de que mucho de ello,
en forma más completa y más perfectamente trazada, forma
la base de la decoración geométrica inkaíca» (Ibarra Oras-
so, 1965, 152).
Fig. 1,
Las dos tesis, elegidas entre lo más representativo de la
ciencia arqueológica boliviana, muestran los términos en que
ha de piantearse el problema. ¿Es la cerámica Moho, y con-
cretamente su decoración, autónoma e individual, o, por el
contrario, se deriva de la tiwanal=ota?Y aún es posible una
segunda interrogante: ¿No estamos ante un estilo en el que
confluyen, en mayor o menor proporción, lo tiwanakota y lo
regional?
La respuesta a la primera pregunta es fácil, Repetimos casi
con las mismas palabras antedichas que concederle la razón
><
75 Juan Francisco Cantorja !~EAA:lV}
a esta tesis equivaldría a negar un prestigio a Tiwanaku, en el
sentido de fuerte personalidad y capacidad de influir, La afir-
mación de Ponce Sangínés va demasiado lejos, ya que todos
los motivos decorativos no son nuevos, aunque sí es nueva
la. manera de interpretarlos. Por otra parte, el artista mollo
revela una• pobreza imaginativa tan grande que, en los dos
siglos en que perduró el estilo, introdujo escasísimas noveda-
des en los temas y aun cuando lo hizo fue con timidez,
Hay vasos, los más antiguos que denotan con toda clari-
dad la influencia del periodo expansivo, mientras que los más
recientes muestran ya la influencia de lo inkaico; pero todas
estas vasijas que aparecen en el lapso de dos siglos están
decoradas con los temas que apuntábamos antes hasta la
saciedad.
Queda por probar, y en el estado actual de la cuestión
resulta casi imposible, el papel que haya jugado el regionalis-
mo en los motivos de la cerámica Moho, Personalmente opi-
namos que existe ese regionahsmo, es decir, una forma dis-
tinta de interpretar los temas en las diversas zonas, dentro
de lo que abarcó el horizonte tiwanakota, con una nueva apor-
tación imaginativa. Ibarra Grasso (1965, 153) reconoce estos
aditamentos particulares. «Se trata —dice— de una continua-
oIiiiiiial IIIu-
‘¡~:~:¡í~
u—
L
Fig. 2,
fREAA: IV] Colección de cerámica mo/lo 79
ción de la época ya decadente del Tíahuanaco Expansivo con
agregados locales para el caso Moho.»
A nuestro entender, éste es sólo el planteamiento del pro-
blema. Lo que realmente interesa es saber cuáles son las ca-
racterísticas peculiares del referido regionaismo y el grado
en que se produjeron, aunque en general puede admitirse que
las regiones marginales a la zona de influencia de Tiwanaku
parecen mostrar un cierto desdén por los temas tradicionales
e introducen numerosas novedades, como ocurre en la costa
Norte de Chile, mientras que en las zonas próximas geográfi-
camente al centro ceremonial las influencias tiwanakotas se
producen en mayor grado.
Hay que insistir una vez más en que los conocimientos
actuales no permiten una visión clara del problema, ni el
que puedan formularse soluciones de mediano acierto hasta
que sucesivas excavaciones nos proporcionen nuevos mate-
riales. Siendo esta una época de escasos datos históricos, y
si existen, se prestan a confusionismo, toca a la arqueologia
dar respuesta a todos los interrogantes que se vienen plan-
teando. El método a seguir para delimitar influencias y PO-.
sibles subestilos dentro de esta cultura debe ser forzosamente
comparativo y los resultados han de obtenerse como conse-
cuencia de un estudio intensivo de los materiales en el la-
boratorio.
En nuestra Tesis de Licenciatura seguía a esta parte un
estudio de este tipo, forzosamente relativo por la escasez de
piezas observadas, aunque comparaciones con materiales aje—
Hg. 3.
80 Juan Francisco Cantería [REAA:IVJ
nos a los de esta colección revelaban una serie de constantes
que serán objeto de una publicación posterior. Para el caso
de la cerámica Moho, se llegaba a delimitar que lo que se
conoce como ?vlollo-KoIlau y Piñiko-Mollo eran en realidad
dos cosas diferentes.
Motivos decorativos de la Colección Vela
Los motivos de la cerámica Moho son, como ya hemos
afirmado, predominantemente geométricos, hecho al que no
escapan los ejemplares de la Colección del Museo de Va-
lencia. Pese a que casi todas las vasijas suelen estar deco-
radas, los temas son muy concretos y se reconocen fácil-
mente.
Describimos a continuación los más frecuentes, señalando
las variantes de ejecución y las formas a que corresponden
dentro de la clasificación.
a) Alas de mariposas
Es sin duda el tema más original de la cerámica Moho.
~osnansl=ydescribió uno parecido a éste en el periodo tíwa-
nal=otaque para él simbolizaba la tierra, Este mismo motivo
pasará más tarde a formar parte de la decoración geométrica
nkaíca.
Dentro de la Colección Vela el motivo parece identíficarse
Fig, 4,
fRE4A:IV] Colección de cerámica mollo si
predomínantemente con las formas denominadas pucos y pu-
cos dobles. (Fig. 1.)
b) Círculos
Este tema es muy frecuente en la cerámica tiwanakota.
Posnansky (1942, 112-113), con no poca imaginación, creyó
que eran el anagrama de astros, diferentes según el color.
•EI blanco representa la mayoría de las veces el sol; el ama-
rillo, la luna, y un círculo pequeño pintado de blanco, Venus u
otro astro muy notable en el cielo nocturno».
II
-j
••S•? y.....
II
Aunque su interpretación pudiera ser otra, no cabe duda
que existe en este tema algún simbolismo, ya que aparece
numerosas veces asociado a algunas representaciones, por
lo menos en Tiwanaku, aunque la cerámica Moho podría ha-
ber asimilado sólo el motivo como elemento decorativo, inde-
pendientemente de su significación.
Al igual que el tema anterior, éste también aparece con
mayor frecuencia en los pucos. (Fig. 2.)
c) Dientes de sierra
El tema aparece en algunas vasijas tiwanakotas del perío-
do expansivo, aunque su uso es mucho más frecuente en la
cerámica Moho. Se forma por la unión de varios triángulos
entre si. (Fig. 3.)
Fig. 5.
82 Juan Francisco Cantería [REAA:IV]
d) Triángulos y rombos concéntricos
Es uno de los temas más típicos de la cerámica Moho,
cuya relación con el estilo tiwanakota desconocemos y que
más tarde influirá en la decoración geométrica inkáica. Quizá
lo más destacable de este motivo es el color con que se eJe-
cuta: un tono rojizo brillante que apenas destaca sobre el
fondo de la vasija. (Fig. 4.)
e) Cruces
Tienen relación con algunos temas de la cerámica tiwana-
kota que Posnansky consideró como una posible variante del
signo escalonado, cosa poco segura. También se ha supuesto
el anagrama del agua, asimismo sin fundamento. En la Co-
lección Vela existe por lo menos un vaso decorado con este
motivo y otro que en cierta manera parece derivarse de él.
(Figura 5.)
Hg. 6.
[REAA:IV] Colección de cerámica mollo 83
f) Rombos
Es tema muy frecuente y característico de la cerámica
Moho, a través de la cual pasó a formar parte de la decora-
ción geométrica inkaica, Se utiliza como elemento decorativo
aislado y a veces como especie de retícula o malla, formada
por entrecruzamiento de líneas y subordinada a otras figuras.
(Figura 6.)
g) Curvas
Hasta ahora, en la bibliografía existente se les ha solido
conceder poca importancia como elemento decorativo. Ponce
Sangínés (1957-b, 75-76) le presta poco interés, debido quizá
a que su abundancia es mucho menor que la de las rectas.
«Los adornos curvilíneos no son muy numerosos y casi siem-
pre están asociados a los rectos. Los adornos con curvas (y)
1
Fig. 7.
84 Juan Francisco Cantería [REA,A:IV]
listas onduladas no abundan-, pero indudablemente se trata
de un motivo importante, que llega en algunos casos a cons-
tituir de por sí el tema central de un vaso. (Fig. 7.)
Las hay, 1), alargadas y onduladas y, 2), cortas. Las pri-
meras son mucho más usadas, aunque su función es secunda-
ria. Son derivadas del Tíwanaku Expansivo y su aplicación se
reduce al borde inferior y exterior y a la base de los ceramios.
Las cortas son de uso menos frecuente, aun cuando más
importante, y se disponen en los vasos alternamente arriba
y abajo. Finalmente, existen otros temas curvos, a veces aso-
ciados e rectas, muy diferentes entre si, motivo por el cual
no se reproducen aquí.
h) Motivos zoomórficos
Los temas de animales son muy escasos en esta cerámica,
De los materiales que conocemos sólo existen algunos en la
colección estudiada por Ponce Sanginés y otros que han
aparecido aisladamente en los yacimientos. Estos’ motivos
pueden deber su razón de ser a un contacto con la cerámica
inkaica, lo que nos llevaría a clasificarlos en una época tar-
día.
Ibarra Grasso (1965) suscita el problema de que la deco-
ración zoomórfica inkaica se derive de la del período Colla,
suposición imptobable, ya que no existe una tradición de este
tipo de motivos en la cerámica Moho.
i) Motivos fitomórficos
Es un motivo mucho más escaso aún que el zoomorfo.
Hasta ahora sólo se conoce uno publicado, procedente de
la colección estudiada por Ponce Sanginés. Nos parece que
es también da este mismo tipo la decoración de uno de los
vasos que tiene el Museo de Valeñcia y que está reproducido
en el Catálogo.
j) Varios
Existen algunos otros temas puramente caprichosos que
no se estudian aquí por representar una minima parte entre
los motivos Moho y ser además muy diferentes entre sí.
Todos ellos estén asimismo reproducidos en el Catálogo del
Museo de Valencia.
tREA~A:lV] Colección de cerámica moho 85
Formas de la cerámica Mallo
El estudio formal de la cerámica Moho no nos deparará
nada nuevo sobre aquellas características que vimos al tra-
tar de la decoración, sino que, por el contrario, corrobora la
pobreza y falta de sentido estético que apuntábamos.
La tipología nos mostrará cómo se emplean formas típicas
de la cerámica tiwanakota, aunque esta falta de personalidad
se compense, en muchos casos, con la originalidad de la in-
terpretación. Con todo, no puede decirse que sea una cerámi-
ca copiada de la del período anterior. Alguna forma, como el
puco con vaso lateral o los pucos dobles, el gran uso de las
jarras y la decoración característica de estas vasijas, son de
por sí suficientes para reconocer la presencia del estilo.
Otra cosa sucede con los pucos simples y los keros, for-
mas tipicamente tiwanakotas que pueden confundirse con las
del período decadente, aunque las Mollo revelen siempre un
menor cuidado y una mayor tosquedad en la forma.
Independientemente de su vinculación, todos los vasos
presentan, en general, unas formas torpemente ejecutadas. No
existe interés por un acabado perfecto y los bordes son si-
nuosos; las mismas paredes se inclinan o curvan irregular-
mente dando una sensación grosera.
Lo mismo puede decirse del material empleado, fácil de
fragmentarse o desgranarse, lo que revela una cocción de-
fectuosa. En cuanto desaparece el pulimento se hace patente
el antipléstico.
Esta escasa preocupación por lograr formas esmeradas
coincide con la pobreza de los colores y de los temas que ya
empezó a vislumbrarse en la época decadente y entronca per-
fectamente con lo que hemos dado en llamar época de vulga-
rización.
El análisis de las formas de esta cerámica suele tener
una mayor extensión en los estudios publicados que el de la
decoración, y pese al escaso desarrollo en que se encuentran
las investigaciones sobre estas culturas, contamos con algu-
nas tipologías.
La más importante sobre cerámica Mollo, hasta el mo-
mento, se debe a Ponce Sanginés (1957-b), que llega a dife-
renciar hasta diez tipos. Anterior a ésta existe una de Ibarra
86 Juan Francisco Cantería [R~AA:lVj
Grasso (1959), que por haberse publicado cuando aún no
era suficientemente conocida esta cerámica, es muy incom-
pleta. Posteriormente, el mismo autor (1965) incluye en su
»Prehistoria de Bolivia» una más completa donde describe
nueve formas y las designa, a veces> con nombres distintos
a los de Ponce.
Por nuestra parte, un estudio más minucioso de los mate-
riales nos ha llevado a descubrir algunas formas nuevas y
cinco tipos, base de los demás. Son éstos:
1) Tazón o puco bajo.
2) Jarra.
3) Plato.
4) Kero.
5) Olla.
Si se incluye la forma 1 de Ponce Sanginés, son seis estos
tipos-base, aunque posiblemente ésta sea muy tardía y se
deba a imitaciones de las vasijas ornitomorfas inkaícas. Su
presencia entre los materiales típicamente Mollo es escasí-
sima y no contamos hasta ahora con la situación estratigráfica
de este vaso, lo que nos llevaría a conocer inmediatamente su
vinculación cultural, aun cuando suponemos, como decimos
anteriormente, que no es una creación autóctona.
De estas cinco formas primarias se derivan algunas más
que describimos a continuación (fig, 8):
A, Puco ha/o: Vaso de base plena y por lo regular de
paredes rectas y finas. Es típicamente tiwanakota y Bennet
(1933) lo describe con la forma E cJe su tipología.
4-1 y A-2. Puco de paredes curvas: Este vaso es una va-
riante dei anterior, aun cuando Ponce Sanginés lo describe
en su tipología con la forma A como plato. Ibarra Grasso le
da idéntica denominación a la nuestra. Suele tener base plana
y paredes ligeramente inclinadas hacia fuera y gruesas. Puede
llevar a veces un pequeño apéndice junto al borde (A-1) o un
asa lateral (A-2).
A-3 y A-4. Puco bajo con vasito lateral: Vaso muy fre-
cuente en la cerámica Moho y uno de los más originales, aun
cuando nosotros suponemos que es una variante de los pucos
bajos. Se caracteriza por llevar adosado (4-3) o unido median-
te un puente (4-4) un pequeño recipiente que puede haber
D-5
TI”
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Al.
Al
A
43
EZ
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AS
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JI-’
£4
Fig. 8.
88 Juan Francisco Cantería [REAA:IV]
servido como asa y al mismo tiempo para contener alguna
sustancia comestible excitante.
A-5. Puco doble con vasito lateral: Forma derivada direc-
tamente de la anterior. Se caracteriza por tener dos pucos
unidos entre sí por un puente, en medio de los cuales, y junto
al borde, se encuentra situado el pequeño vasito, cuya fun-
ción debe ser análoga a la de la forma A-3.
B. Plato: Bajo esta denominación incluye Vela dos vasos
uno de los cuales pertenece a otro tipo de cerámica diferente.
El que por su decoración bien pudiera pertenecer al estilo
Moho, es bastante confuso y debe corresponder a una época
tardía.
C. Olla: Es un vaso panzudo y de cuello muy corto, aun-
que de boca ancha. Suele llevar una sola asa que arranca
junto al borde y termina hacia la mitad del cuerpo.
D. ¡<ero: Es quizá la forma más tipica de la cerámica ti-
wanakota y pervivirá en numerosas culturas hasta la llegada
de los españoles. Abunda esta forma en la cerámica Moho,
aunque existen algunas variantes que se verán a continua-
ción. Es un vaso de paredes inclinadas hacía fuera cuya boca
tiene un mayor diámetro que la base.
0-1 y 0-2: Copa: Vaso de dos cuerpos que nosotros con-
sideramos derivados de la forma anterior. Tiene un pie de base
alto, alguna vez cintura deprimida (0-1) y otras paredes con-
vexas o cóncavas (0-2).
0-3. ¡<ero de cintura deprimida y asa lateral: Forma deri-
vada del tipo-base D, aunque en esquema también se parece
a las copas (0-1 y D-2). Presenta un pie de base alto que
puede llegar a alcanzar tanta altura como la parte superior.
El asa se dispone generalmente como en las formas A-3 y
A-5, aunque como en 0-6 puede estar unida por dos puentes.
0-4. ¡<ero de cintura deprimida, paredes rectas y ase la-
teral: Vaso de paredes gruesas. Hacia su mitad se quiebra la
forma, dando la impresión de que la vasija está formada por
dos cuerpos, donde la base apenas si tiene interés. Lleva asa
lateral que arranca desde abajo y se prolonga paralelamente
a la pared aun por encima de la altura de la boca, de donde
parte un pequeño puente que la une.
E. Jarra: Forma muy parecida en su conjunto a la C, aun-
[REAA:IV] Colección de cerámica mo/lo 89
que de forma más alargada y menor diámetro en la boca. Pue-
de presentar las siguientes variantes:
E-1 y E-2. Jarra de asas laterales hasta el cuerpo: Sólo
se diferencia de la forma tipo en esa particularidad que se
señala en el título. Puede tener el cuello rebordeado (E-1) o
paredes ligeramente convexas en la boca (E-2).
E-3. Jarra de asas laterales hasta el cuello: Derivada del
tipo-base E y se diferencia del resto por tener las asas muy
cortas. Ponce no considera esta forma como tipo, cosa que
sí hace Ibarra Orasso.
E-4. Jarra con asa lateral vertedera: Forma sumamente in-
teresante por llevar unido por un puente que arranca desde el
cuello una vertedera, aunque probablemente su función es
decorativa.
APENDICE
Con referencia número 846, lámina LIII (Catálogo, 1964),
clasificó Vela como Mollo una vasija que desde el primer mo-
mento nos llamó la atención, ya que no se ajustaba claramente
a ninguna de las formas tipológicas ni decorativas más comu-
nes de esta cerámica. Posteriores comparaciones con vasos
de otras colecciones nos llevaron a la conclusión de que la
pieza en cuestión había sido mal clasificada y pertenecía a
un tipo cerámico denominado Yura.
El descubrimiento de esta cerámica es muy reciente y se
debe a Ibarra Orasso, aunque se conocían ya algunos ejem-
plares descritos por Crequi-Monfort (1904) que procedían de
excaváciones en las tumbas prehispánicas del valle de Cagua,
a 350 kilómetros de Calama, donde también había encontrado
vasos pertenecientes a este estilo. Se creyó entonces que
estaban relacionadas con los antiguos «quichuas». Cronoló-
gicamente es muy tardía y en algunos yacimientos llega a
aparecer mezclada con los materiales inkaícos.
El tono del vaso que describimos es muy rojizo y su forma
bastante regular. Tipológicamente pertenece a la forma C de
Ibarra (1965, 265) y su decoración se ajusta a la descripción
que hace este autor: «El motivo fundamental de adorno.., con-
siste en una banda que recorre el cuerpo de la pieza formando
90 Juan Francisco Cantería [REAA:IV]
como un zig-zag horizontal y dejando a sus lados una seríe
de triángulos. Comúnmente estos triángulos son tres arriba
y tres abajo, con puntas encajadas en forma alternada si-
guiendo los zig-zag. En el interior de los triángulos referidos
hay un óvalo claro, a veces triangular también, en el cual apa-
recen puntos, eses y cruces.» El color es siempre negro
sobre fondo rojo.
Se relaciona esta cultura con algunas del Noroe6te argen-
tino, concretamente con los tipos cerámicos que Bennett de-
nominó «Poma Rlack-on-Red», «Jachal» y menos con «Tilca-
ra». Coinciden tanto en la monocromía como en la distribu-
ción de los dibujos en tres partes, raramente en cuatro. Algu-
nas de las formas son también parecidas.
Estilísticamente, la cerámica Vura está ligada a la Mollo,
y aunque es más tardía, están ambas integradas en el mismo
horizonte. Incluso algunos motivos parecen relacionarla con
lo que Ibarra Grasso llamó «Colla» (Ibarra, 1965, 280),
SIBLIOCRAFIA
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ción del estado de ellas en ¡883 y 7884, con una noticia sobre
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Universidad de Sevillá.

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Cultura mollo

  • 1. LA COLECCION DE CERAMICA MOLLO DEL MUSEO DE PREHISTORIA DE VALENCIA por Juan Francisco Cantería El diplomático argentino Rubén Vela, siendo cónsul en Valencia, donó una importante colección de cerámica bolivia- na al Museo de Prehistoria de dicha ciudad. En 1964 fue es- tudiada por nosotros y presentada como tesis de Licenciatu- ra en 1968 en la Universidad de Sevilla, Ahora damos a conocer por primera vez los resultados de dicho estudio, si bien tan sólo incluimos el trabajo sobre los materiales Mollo, que comprenden aproximadamente la mitad de las piezas de dicha colección. Sucesivamente iremos publicando las cerámicas megalíticas, tiwanakotas, inkas, nazcoide y presto-puno. El fin principal de nuestro estudio es llamar la atención de los especialistas sobre la existencia de esta colección y mos- trar sus aportaciones para el conocimiento de la arqueología boliviana, si bien, lejos de presentar exclusivamente un trabajo descriptivo, hemos tratado de resaltar los aspectos mas destacados de esta cultura con un sentido más amplio. Para ello nos hemos basado en algunas de las pocas publicaciones sobre la materia con garantías científicas suficientes. Otros datos proceden de las fuentes de la época de la conquista 5
  • 2. 66 Juan Francisco Cantería [REAA:IVI’ o de libros de viajeros posteriores, los que, pese a ser pocos, no dejan de tener interés por lo que representan de confron- tación con los resultados de las excavaciones. Se compren- derá el atraso de los estudios sobre estas culturas al com- probar que muchos de estos datos son enteramente nuevos, pese a que los cronistas siguen siendo botin predilecto de. gran parte de los arqueólogos, En una segunda parte de este artículo se estudian los mate- riales Moho que se exhiben en las vitrinas del Museo de Valencia. Tanto los dibujos como la tipologia están hechos exclusivamente a base de los ejemplares de esta colección, y aunque existen otros que quedan fuera del alcance de nues- tro trabajo, las modificaciones que puedan hacerse con ma- teriales publicados son minimas. Nada, en cambio, se puede predecir sobre lo que puedan apodar nuevas excavaciones. Al hecho de que los estudios sobre estas culturas están en sus comienzos se une el de que tanto los especialistas bolivianos como los extranjeros han centrado generalmente su atención en las Altas Culturas o bien en aquellas otras~ que sin estar incluidas en este grupo presentan alguna faceta destacada, generalmente de tipo artístico, Tiwanaku por sí solo llena casi por completo toda la arqueología de este pais. Sus ruinas continúan pasmando, aun hoy, a los cientificos. como hace siglos sucediese a conquistadores y viajeros. El tema es de por si tan importante que esta plena dedicación. a su desentrañamiento es comprensible. Sin embargo, ello ha retrasado notablemente el conocimiento de culturas tan inte- resantes como la que nos ocupa, hasta el punto de que el día en que se desarrollen los estudios sobre ellas quedará total- mente modificado el panorama actual de la arqueología bo- liviana.
  • 3. [REAA:IV] Colección de cerámica mo/lo 67 1NTROD UCCION El nombre El período a que nos referimos comienza a conocerse aho- ra y cuenta con una monografía de Ponce Sanginés, base fundamental para los trabajos posteriores que se hagan sobre estas culturas (Ponce, 1957-a). Existen otros estudios de me- nor importancia. Sin embargo, conviene resaltar aquí que ge- neralmente se conoce a estos pueblos con nombres diferen- tes, bien inspirados por el tipo cerámico más frecuente en los yacimientos —Moflo— o con algún que otro sinónimo abs- tracto impuesto, la mayoría de las veces, por arqueólogos norteamericanos, como es el caso de la designación de «Pe- ríodo Intermedio», de Rowe, etc. Ninguna de estas dos denominaciones sirve a los efectos de nuestro trabajo: la primera porque viene a aclarar tan sólo uno de los muchos tipos cerámicos del periodo, que estudia- remos posteriormente, y de ahí que no pueda ser aceptada en un trabajo de carácter general; la segunda, porque en nada aclara el contexto cultural o las características del pe- nodo, ya que, como dice Alcina, son «fundamentalmente subterfugios empleados para eliminar el problema, siempre arduo y peligroso, de bautizar, de una manera precisa y clara, el periodo que se trata de designar» (Alcina, 1966-a, 449). Otras denominaciones son más completas, ya que aluden a alguna de las características más destacadas de estas cul- turas, Tales son, por ejemplo, la de «Periodo de diversifica- ción regional», de W. Kauffman Doig, o la de «Periodo de reinos y confederaciones», utilizada por Matos Mendieta (1966). El hecho de que nosotros hayamos aceptado como título de nuestro trabajo esta última se debe a una serie de con- sideraciones que exponemos a continuación. Primeramente, porque viene a resaltar, sin duda alguna, la cualidad más sobresaliente de una época y en una región determinada de Perú —Mantaro——, cuyas características sociales, políticas y posiblemente religiosas coinciden en gran escala con las de la cultura a que nos referimos en nuestro trabajo. Además,
  • 4. 68 Juan Francisco Cantería [REAA:IV] porque de este modo pretendemos desligarnos de esa co- rriente que parece entender la prehistoria de Bolivia como una entidad en sí misma. Por fin, porque la falta de desarrollo de la arqueología de Bolivia puede compensarse, en gran par- te, en un intento de unificación y relación con el resto de las culturas andinas, con las que sin duda guarda intima relación, salvando particularidades regionales. Origen cultural del periodo Naturalmente, la escasez de fuentes escritas obliga al arqueólogo a basarse casi exclusivamente en los restos mate- riales para tratar de ofrecer una idea aproximada de la vida de estos pueblos y particularmente de su origen. El problema del entronque cultural del período es muy com- plejo y está aún por resolver, Existen dos versiones antagó- nicas. Una de ellas es la sostenida por Ibarra Grasso, quien señaló primeramente un periodo que sucedia cronológicamen- te al Tiwanaku Expansivo, pero que estaba aún implicado en su historia y correspondia al tiempo de la formación de los Reinos Collas (Ibarra Grasso, 1963). Posteriormente, este mismo autor consideró que la cultura Moho se había desarro- liado inmediatamente después de la época expansiva, mien- tras que la verdadera formación de los reinos collas sería relativamente posterior (Ibarra Grasgo, 1965, 149). La estratigrafía no parece concederle toda la razón. El yacimiento M-8 Muccha-cruz, excavado por Ponce Sanginés, ofreció la única secuencia que conocemos. Aparecia en los estratos más bajos cerámica tosca y utilitaria; encima el estilo tiwanakota puro, asi como una interpretación regional del mis- mo; las capas superiores mostraron cerámica roja lisa (tipo Moho) y finalmente restos incaicos mezclados con los ante- riores (Ponce, 1957-b, 48-49). La suposición de Ibarra no está, pues, de acuerdo con lo que refleja la estratigrafía, aunque en rigor tampoco existen motivos suficientes que prueben la existencia de una inter- pretación regional del estilo tiwanakota como pretende Ponce Sanginés, tal vez excesivamente empeñado en mostrar una independencia casi absoluta entre ambos períodos, Sostener esta tesis equivale a negar un prestigio a Tiwanaku, esto es,
  • 5. [REAA:IVI Colección de cerámica mollo 69 un foco de irradiación de creencias e ideas al mundo andino, suficientemente probado ya. Es, sin duda, la misma evolución histórica de Tiwanaku la que puede proporcionarnos una pista sobre este origen, y si se admite la formación de un verdadero Imperio en la época expansiva, puede imaginarse fácilmente que estos reinos sur- giesen a consecuencia de su desmembración, asimilando al- gunas características culturales de los dominadores. Artísticamente no existen tampoco mayores diferencias. Se observa, no obstante, en esta época un menor cuidado estético, un mayor empobrecimiento y, sobre todo, una acu- sada falta de interés por la perfección, comprensible en un periodo donde todo se hacía como consecuencia de la guerra. Ello no debe extrañar demasiado, teniendo en cuenta que la misma cerámica expansiva comienza ya a revelar esta acu- sada falta de calidad que degenerará, al llegar la época que estudiamos, en un verdadero caos de las formas y la deco- ración, aunque sin duda inspiradas en las del período anterior, Creemos, en definitiva, que se trata de una época de vulgarización, inspirada en parte por las creaciones tiwanako- tas expansivas (o decadentes), con aportes regionales que suelen ser más personales cuanto más lejos se producen de la zona de influencia de Tiwanaku. Cronologia Cronológicamente, el periodo de «Reinos y Confederacio- nes» abarca un espacio de tiempo bien delimitado y común a todas estas culturas. Surge en las postrimerías del Tiwanaku Expansivo, aunque con sus raíces bien echadas en él (1.250 d, de C.) y pervive, según las diversas regiones, hasta el momento en que se produce la conquista incaica. Curiosa- mente la cultura Moho pervivió hasta la llegada de los espa- ñoles, pese a que la conquista de la zona por los incas su- cedió en 1450. LOS PUEBLOS DEL PERIODO DE REINOS Y CONFEDERACIONES Ni que decir tiene que nosotros no pretendemos hacer aquí otra cosa que tratar de ofrecer el panorama de la vida de unos
  • 6. 70 Juan -Francisco Cantería [F3EAA:IV] pueblos que habitaron en las Tierras Altas del área andina durante el periodo de tiempo entes delimitado. A estos pueblos se les conoce en la bibliografia por los tipos cerámicos que los caracterizan, y dado que en principio fueron las vasijas Mollo las mejor estudiadas, toda una serie de nuevos estilos que sucesivamente iban apareciendo fue- ron relacionados con aquéllas, hasta que finalmente, y con gran acierto, Ponce Sanginés pensó que «la solución más apropiada consistiría en decir.., que pertenecían a (un) mismo horizonte estilístico» (Ponce, 1957-a, 109). Así, pues, comenzó a verse el problema de que con posterioridad a Ja caida de Tiwanaku existían en Bolivia pueblos diferentes, pero que guardaban algún tipo de relación entre si, hasta el punto de lle- gar a formar un horizonte estilístico. Qué pueblos eran estos y cuáles eran sus nombres, es cuestión poco menos que imposible de aclarar. Los estudios língoisticos y de Antropología física están aún poco desarro- llados en Bolivia y escasas luces pueden aportar a la solución del problema. Ibarra Orasso, contestando a una pregunta que le hicimos sobre esta cultura, nos decía que «correspondía a los aymaras históricos en una primera época, sucesora in- mediata de la civilización del Tiwanaku Expansivo». Sin em- bargo, este mismo arqueólogo llega a reconocer en otro lugar, y a nuestro juicio con acierto, que los intentos de unificación lingúística llevados a cabo, primero por los incas y poste- riormente por los españoles, supusieron la suplantación de numerosas lenguas por el aymará, hecho que viene a confir- mar la posibilidad de que anteriormente existiesen pueblos con lenguas diferentes, de las cuales aún perviven unas cinco, según el citado autor. El fraile franciscano José Cardús (1886) se refiere a las lenguas que se hablaban en el país y cita aproximadamente unas treinta para 1883-84, lo que puede ser revelador para evaluar los pueblos antiguos a que correspondería tal núme- ro de lenguas. Por su parte, los cronistas también se refieren a alguna de estas culturas. Sus escritos nos ofrecen el panorama de un verdadero mosaico de reinos que no sólo guardaban una
  • 7. fREAA: IVI Colección de cerámica mollo 71 identidad cultural común, sino que, además, se aliaban entre si formando confederaciones. Puede, por tanto, hablarse de que en Bolivia, después de Tiwanaku, existieron grupos diferentes, cada uno de los cua- les hablaba su propia lengua. Los restos arqueológicos nos revelan, además, que tenían características culturales propias, aun cuando guardaban relación entre sí. La existencia de esta diversidad de pueblos es fundamental para el conocimiento del período a que nos venimos refiriendo, al mismo tiempo que configurará la que será su característica primordial. De creer a Fray Martín de Murúa -‘ había muchísimas provincias e indios de muchos géneros... y por poder faltar tinta para señalar y papel para los asentar, todo se deja en silencio» fMurúa, 1946, 215). Economía La particular configuración política de estos reinos en la época inmediatamente posterior a la expansión tiwanakota lle- varía a suponer que todos ellos practicaban un tipo de eco- nomía autárquico, a base de aquellos productos que ofrecían las distintas zonas en que se hallaban emplazados. Las exca- vaciones, sin embargo, han probado que este era insuficiente en la mayoría de los casos y oue, del mismo modo que se aliaban militarmente entre sí, se vieron obligados a establecer lazos comerciales que en muchos casos implicaron la expan- sión del estilo artístico. Contamos con algunos datos que prueban este hecho, como el hallazgo de vasijas por Crequi-Monfort en Calama, idénticas a las que él mismo habia descubierto en las tumbas prehispánicas del valle de Cagua, a unos 300 kilómetros de distancia del centro anterior. Dice este autor: .Le fait que le vase... est le seule modéle trouvé á Calama démontrent suffis- sement que celui-ci a dú étre acquís par les habitants de Ca- lama» (Crequi-Monfort, 1904), También Ponce Sanginés expli- ca la existencia de vasijas tiwanakotas entre los materiales Moho como consecuencia de un activo comercio del maíz, que según testimonios de 1586 —lo cita el mismo autor— aún se cultivaba en la zona (Ponce, 1957-a, 41). Vázquez de Espi- nosa dirá más tarde, refiriéndose a los pueblos de estas re-
  • 8. 72 Juan Francisco Cantería EREAA: IV! giones, que traían «el mais y los frutos de los valles calientes y de los llanos». Este sistema comercial debió extender, paralelamente a algunos cultivos, complejas técnicas agrícolas. Las excavacio- nes han revelado la existencia de andenerias, canales de irri- gación y silos para preservar los productos, hecho no sólo importante en cuanto se refiere a la multiplicación de la pro- ducción, sino porque además capacitaba a estos pueblos para un género de vida más avanzado. El tipo de economía era indistintamente agrícola o ganade- ro y en muchos casos mixto. Sin duda este tipo de economía mixta, dice Rex González, «es única en América y confiere a estos centros caracteres muy particulares» (González, 1966, 245). Los productos agrícolas más frecuentes eran los tu- bérculos, como la papa y la oca, y los cereales, principal- mente el maíz, base de su alimentación y al mismo tiempo del comercio. Los animales empleados en el tiro, en la alimen- tación y aprovechados para otros menesteres, como para la confección de vestidos, fueron la llama, la alpaca, la vicuña y el guanaco, que según el mismo autor (González, 1966, 244) tuvieron su centro de domesticación en estas regiones, Características militares Los adelantos técnico-agrícolas, la sucesiva mejora de los cultivos y productos y, en último término, las relaciones co- merciales que sostuvieron entre ellos, permitieron un género de vida más avanzado y la formación de pequeños centros urbanos, en los que cabe hablar ya de una incipiente urbani- zación, con calles trazadas de acuerdo a un plan, en torno a las cuales se edificaban casas, cuyos muros no sólo eran de adobe, sino en muchos casos de piedra. La preponderante actividad bélica les obligó a buscar lugares estratégicos y a crear fortalezas y chuilpas paré defenderse. La existencia de estos centros y la característica militar debieron implicar un concepto jerarquizado de la sociedad y la obediencia de la población a una única cabeza, Las características militares del período que estudiamos están influidas en gran parte, al menos en un primer momento, por Tiwanaku, hasta el punto de que, en cierto sentido, po-
  • 9. [REAA:IV] Colección de cerámica mollo 73 dna hablarse incluso de continuación, porque es a raíz de la expansión tiwanakota cuando comienzan a surgir todos estos pequeños reinos que inmediatamente, por razones no suficien- temente claras para ser expuestas, aunque fáciles de suponer, se entregan a la guerra. Cieza de León, refiriéndose a ellos, cuenta que todos los indios con los que él había hablado «concordaban en que sus antepasados vivian con poca orden antes que los inkas seño- reasen y que por lo alto de los cerros tenían sus pueblos fuertes de donde se daban guerra» (Cieza, 1853). La actividad bélica, preponderante en este período, como ya señalamos, los llevó a una segunda etapa, caracterizada por la formación de confederaciones. Faltan también en este sentido datos para conocer cuántas y cuáles eran éstas. Lo que se conoce en los cronistas como pueblo colla, y que inte- resa particularmente a nuestro trabajo por estar íntimamente relacionado con la cerámica Moho, no debió ser otra cosa, Fray Martín de Murúa, cuando habla de los habitantes de las regiones próximas al lago Titicaca dice: «... antiguamente ha- bía Rey en el Coliso... y fue señor desde Vilcanota hasta Chile» (Murúa, 1946, 210). La conquista de estas zonas por los incas demuestra que a la llegada de éstos aún pervivían ambos tipos de regímenes políticos: el de pueblos que permanecían aislados, autosufí- cientes en muchos casos, y que ofrecieron escasas resisten- cias, y confederaciones, de mayor importancia, que no sólo obstaculizaron y retardaron la conquista, sino que, además, una vez sometidos militarmente, la harían efímera a causa de sus sucesivos levantamientos, como es el caso de los Collas. La religión En el marco general de la historia del área andina la época de Reinos y Confederaciones representa una etapa desinte- gradora, política y religiosamente. Se contrapone, pues, a esa idea unificadora que se manifestó en Chavín y Tiwanaku, y que sólo militarmente cristalizaría en el período inkaico. La misma cultura tíwanakota, caracterizada por el predominio de una unidad religiosa —al menos así suele presentarse ge-
  • 10. 74 Juan Francisco Cantería IREAA:IVI neralmente el problema— parece llevar echadas en sí misma las raíces de esta desintegración posterior. Por otra parte, la crueldad con que el militarismo tiwana- Rota se impuso a los demás pueblos y que acarreó la imposi- ción religiosa viene por sí solo a explicar el resurgir de estas pequeñas culturas locales en las que imperará un tipo de culto vulgar al que nos referiremos más tarde, De mal grado podía ser aceptada aquella religión por unas gentes a las que, según los cronistas, caracterizaba un fuerte espíritu de inde- pendencia. En la misma época expansiva «ranas, sapos y ani- males semejantes» comienzan ya a hacerse notar a través de la cerámica y de grabados, como la piedra esculpida de Chi- ripa (Ponce, 1957-a), del mismo modo que lo hicieron en el Antiguo. Murús (1946, 164), refiriéndose a los Collas, llega a califi- carlos de gente -idólatra y vil», los cuales, aun después de su conversión a la religión católica, continuaban las prácticas anteriores, Su panteón era sumamente rico, ya que adoraban prácticamente todas las cosas que destacaban por alguna cua- lidad especial. Los serranos —dice el mismo Murúa— «adora- ban principalmente el relámpago, el trueno, el rayo.., las tem- pestades, remolinos de viento..., las lluvias y el granizo» (Mu- rús, 1946, 210). Los demás cronistas citan otros muchos seres que tuvieron carácter religioso, como piedras, lagunas, cule- bras, etc..., y Garcilaso, cuando se refiere a ellos, llega a decir que adoraban todas aquellas cosas que sobresalían «tanto por su hermosura como por su fealdad». Este culto perdurará tras las conquistas ínkaica y española, Las Casas refiere una curiosa anécdota que pone en tela de juicio el laissez-faire de los inkas para con los vencidos. Dice que una vez se presentaron ante Pachacuti varios hombres que le dieron «relación de los dioses a quienes servían y adoraban (y) dicen que de muchos de los que le referían se reía y burlaba.., diciendo que era escarnio tener y adorar cosas tan viles por dioses» (Las Casas, 1948, 31),
  • 11. IREA«4 IV] Colección de cerámica moho 75 LA CERAMICA MOLLO DEL MUSEO DE VALENCIA Problemas en torno a la Colección Veía El Museo de Prehistoria de Valencia cuenta hoy con una de las colecciones de cerámica bolivianas más importantes del mundo, exceptuando las que se encuentran en él país de origen. Dicha colección fue donada hace unos años por Rubén Vela, cónsul de la Argentina en Valencia por aquellas fechas, y está formada por materiales liticos de Viscachani, vasijas de El Palmar, Cliza y Cochabamba; otro considerable número de piezas tiwanakotas, alguna de ellas estéticamente excepcionales; vasos pertenecientes a las culturas Moho, ti- pos Piñiko y Kollau; unos pocos ceramios inkaicos, nazcoides, presto-puno y, finalmente, un ídolo antropomorfo, publicado •por Alcina en la revista del mismo Museo (Alcina, 1966-b). Toda la colección fue dada a conocer a través de una pu- blicación del Museo de Valencia presentada con ocasión del XXXVI Congreso Internacional de Americanistas, con un pró- logo de Rubén Vela en el que se adelantaban los aportes de dicha colección a la Arqueología boliviana y se trazaba ade- -más un bosquejo del panorama actual de estas culturas, Des- graciadamente este catálogo ha sido poco difundido en Amé- rica, Se trata de la publicación fotográfica más importante de todas cuantas se conocen sobre Arqueología boliviana (Catá- logo, 1964), Por nuestra parte, en el verano de 1964 hicimos el estudio de Laboratorio de esta colección en el Museo de Valencia •y en 1968 lo presentábamos en la Universidad de Sevilla como tesis de Licenciatura. Excluiamos de nuestro trabajo los ma- teriales líticos, que aún están por estudiar. La marcha de Rubén Vela de Valencia dejó, no obstante, -algunas dudas sobre la colección; la más importante de todas era sin duda la que se refería a la procedencia de los mate- -riales. Tratamos de resolver este problema poniéndonos en -contacto con él personalmente, sin obtener información al- guna. Posteriormente Ibarra Grasso y Ponce Sanginés, y el matrimonio Mesa, durante su estancia en Sevilla, nos dieron -datos sobre la procedencia de las vasijas. Al parecer las
  • 12. 76 Juan Francisco Cantería [REAA:IV! piezas líticas eran de una recolección superficial llevada a cabo por el propio Rubén Vela en compañia de Ibarra Orasso; los materiales tiwanakotas procedían de excavación, mien- tras que las vasijas Moho habían sido donadas por algún ar- queólogo y las inkaicas compradas en parte. Como quiera que sea, Rubén Vela trajo clasificadas las piezas de esta colección, y aunque, al parecer, fue ayudado por arqueólogos profesionales. contenia errores de bulto. En lo que se refiere a las vasijas Moho, que son las que ahora intere6an para nuestro estudio, se clasificaban como tal un vaso que típicamente pertenece a la cultura Yura. El estudio de esta colección ofrecía, como se ve, algunas oosibilidades. En principio se hacía necesario rectificar los errores de clasificación del catálogo y ordenar los materiales bien cronológica o tipológicamente, según las posibilidades; y lo que es más importante, incluirlos dentro del marco actuar de los estudios arqueológicos, señalando aportaciones allí donde fuese posible, Decoración de la cerámica Molla El empobrecimiento que se observa en la cerámica tiwa— nakota del período expansivo se agudíza de modo alarmante, llegándose a un verdadero caos de las formas decorativas. cuando se entra en el campo de la cerámica Moho, Aunque se piensa por parte de algunos (Ponce, 1957-b, 79-82) que los temas de este estilo son independientes de los tiwanakotas, tratándose así de probar una originalidad absoluta bastante dudosa, puede afírmarse que los diseños están ins- pirados, en parte, en los del período anterior, aunque son de ejecución muy pobre. Los dibujos son irregulares, hechos de cualquier manera y sin ningún sentido estético- Asimismo es nula la preocupación por una estética formal, dando la sensa- ción de que todo se hizo con prisa. Abundan los temas geométricos y se usan predominante- mente los dientes de sierra, triángulos encadenados, cruces, pequeños círculos, a veces triángulos concéntricos, pequeños romboá, diseños parecidos a las alas de la mariposa abier- tas, etc. Las líneas curvas se emplean con menos frecuencia, Es también escasa la decoración de añimales y los vasos que-
  • 13. ¡REAA: IV] Colección de cerámica moho 77 presentan esta clase de dibujos parecen pertenecer a una época tardía. Los temas fitomorfos son aún más raros. Quizá el problema más interesante que puede plantear el estudio de la decoración, como el de todo el estilo, sea el de su origen. Ponce Sanginés (1957-b, 81) niega que la cerámica Mollo sea «derivada someramente de la tiwanaquense, salvo el diseño escaleriforme —aunque puede tener también origen tecnógeno— que aparece de cuando en cuando y la línea ondulada trazada a veces cerca de los bordes de las vasijas». Ibarra Grasso opina de otra manera. Para él, «todo este con- junto recuerda formas empobrecidas del Tiahuanaco Expan- sivo o Decadente y es notable el hecho de que mucho de ello, en forma más completa y más perfectamente trazada, forma la base de la decoración geométrica inkaíca» (Ibarra Oras- so, 1965, 152). Fig. 1, Las dos tesis, elegidas entre lo más representativo de la ciencia arqueológica boliviana, muestran los términos en que ha de piantearse el problema. ¿Es la cerámica Moho, y con- cretamente su decoración, autónoma e individual, o, por el contrario, se deriva de la tiwanal=ota?Y aún es posible una segunda interrogante: ¿No estamos ante un estilo en el que confluyen, en mayor o menor proporción, lo tiwanakota y lo regional? La respuesta a la primera pregunta es fácil, Repetimos casi con las mismas palabras antedichas que concederle la razón ><
  • 14. 75 Juan Francisco Cantorja !~EAA:lV} a esta tesis equivaldría a negar un prestigio a Tiwanaku, en el sentido de fuerte personalidad y capacidad de influir, La afir- mación de Ponce Sangínés va demasiado lejos, ya que todos los motivos decorativos no son nuevos, aunque sí es nueva la. manera de interpretarlos. Por otra parte, el artista mollo revela una• pobreza imaginativa tan grande que, en los dos siglos en que perduró el estilo, introdujo escasísimas noveda- des en los temas y aun cuando lo hizo fue con timidez, Hay vasos, los más antiguos que denotan con toda clari- dad la influencia del periodo expansivo, mientras que los más recientes muestran ya la influencia de lo inkaico; pero todas estas vasijas que aparecen en el lapso de dos siglos están decoradas con los temas que apuntábamos antes hasta la saciedad. Queda por probar, y en el estado actual de la cuestión resulta casi imposible, el papel que haya jugado el regionalis- mo en los motivos de la cerámica Moho, Personalmente opi- namos que existe ese regionahsmo, es decir, una forma dis- tinta de interpretar los temas en las diversas zonas, dentro de lo que abarcó el horizonte tiwanakota, con una nueva apor- tación imaginativa. Ibarra Grasso (1965, 153) reconoce estos aditamentos particulares. «Se trata —dice— de una continua- oIiiiiiial IIIu- ‘¡~:~:¡í~ u— L Fig. 2,
  • 15. fREAA: IV] Colección de cerámica mo/lo 79 ción de la época ya decadente del Tíahuanaco Expansivo con agregados locales para el caso Moho.» A nuestro entender, éste es sólo el planteamiento del pro- blema. Lo que realmente interesa es saber cuáles son las ca- racterísticas peculiares del referido regionaismo y el grado en que se produjeron, aunque en general puede admitirse que las regiones marginales a la zona de influencia de Tiwanaku parecen mostrar un cierto desdén por los temas tradicionales e introducen numerosas novedades, como ocurre en la costa Norte de Chile, mientras que en las zonas próximas geográfi- camente al centro ceremonial las influencias tiwanakotas se producen en mayor grado. Hay que insistir una vez más en que los conocimientos actuales no permiten una visión clara del problema, ni el que puedan formularse soluciones de mediano acierto hasta que sucesivas excavaciones nos proporcionen nuevos mate- riales. Siendo esta una época de escasos datos históricos, y si existen, se prestan a confusionismo, toca a la arqueologia dar respuesta a todos los interrogantes que se vienen plan- teando. El método a seguir para delimitar influencias y PO-. sibles subestilos dentro de esta cultura debe ser forzosamente comparativo y los resultados han de obtenerse como conse- cuencia de un estudio intensivo de los materiales en el la- boratorio. En nuestra Tesis de Licenciatura seguía a esta parte un estudio de este tipo, forzosamente relativo por la escasez de piezas observadas, aunque comparaciones con materiales aje— Hg. 3.
  • 16. 80 Juan Francisco Cantería [REAA:IVJ nos a los de esta colección revelaban una serie de constantes que serán objeto de una publicación posterior. Para el caso de la cerámica Moho, se llegaba a delimitar que lo que se conoce como ?vlollo-KoIlau y Piñiko-Mollo eran en realidad dos cosas diferentes. Motivos decorativos de la Colección Vela Los motivos de la cerámica Moho son, como ya hemos afirmado, predominantemente geométricos, hecho al que no escapan los ejemplares de la Colección del Museo de Va- lencia. Pese a que casi todas las vasijas suelen estar deco- radas, los temas son muy concretos y se reconocen fácil- mente. Describimos a continuación los más frecuentes, señalando las variantes de ejecución y las formas a que corresponden dentro de la clasificación. a) Alas de mariposas Es sin duda el tema más original de la cerámica Moho. ~osnansl=ydescribió uno parecido a éste en el periodo tíwa- nal=otaque para él simbolizaba la tierra, Este mismo motivo pasará más tarde a formar parte de la decoración geométrica nkaíca. Dentro de la Colección Vela el motivo parece identíficarse Fig, 4,
  • 17. fRE4A:IV] Colección de cerámica mollo si predomínantemente con las formas denominadas pucos y pu- cos dobles. (Fig. 1.) b) Círculos Este tema es muy frecuente en la cerámica tiwanakota. Posnansky (1942, 112-113), con no poca imaginación, creyó que eran el anagrama de astros, diferentes según el color. •EI blanco representa la mayoría de las veces el sol; el ama- rillo, la luna, y un círculo pequeño pintado de blanco, Venus u otro astro muy notable en el cielo nocturno». II -j ••S•? y..... II Aunque su interpretación pudiera ser otra, no cabe duda que existe en este tema algún simbolismo, ya que aparece numerosas veces asociado a algunas representaciones, por lo menos en Tiwanaku, aunque la cerámica Moho podría ha- ber asimilado sólo el motivo como elemento decorativo, inde- pendientemente de su significación. Al igual que el tema anterior, éste también aparece con mayor frecuencia en los pucos. (Fig. 2.) c) Dientes de sierra El tema aparece en algunas vasijas tiwanakotas del perío- do expansivo, aunque su uso es mucho más frecuente en la cerámica Moho. Se forma por la unión de varios triángulos entre si. (Fig. 3.) Fig. 5.
  • 18. 82 Juan Francisco Cantería [REAA:IV] d) Triángulos y rombos concéntricos Es uno de los temas más típicos de la cerámica Moho, cuya relación con el estilo tiwanakota desconocemos y que más tarde influirá en la decoración geométrica inkáica. Quizá lo más destacable de este motivo es el color con que se eJe- cuta: un tono rojizo brillante que apenas destaca sobre el fondo de la vasija. (Fig. 4.) e) Cruces Tienen relación con algunos temas de la cerámica tiwana- kota que Posnansky consideró como una posible variante del signo escalonado, cosa poco segura. También se ha supuesto el anagrama del agua, asimismo sin fundamento. En la Co- lección Vela existe por lo menos un vaso decorado con este motivo y otro que en cierta manera parece derivarse de él. (Figura 5.) Hg. 6.
  • 19. [REAA:IV] Colección de cerámica mollo 83 f) Rombos Es tema muy frecuente y característico de la cerámica Moho, a través de la cual pasó a formar parte de la decora- ción geométrica inkaica, Se utiliza como elemento decorativo aislado y a veces como especie de retícula o malla, formada por entrecruzamiento de líneas y subordinada a otras figuras. (Figura 6.) g) Curvas Hasta ahora, en la bibliografía existente se les ha solido conceder poca importancia como elemento decorativo. Ponce Sangínés (1957-b, 75-76) le presta poco interés, debido quizá a que su abundancia es mucho menor que la de las rectas. «Los adornos curvilíneos no son muy numerosos y casi siem- pre están asociados a los rectos. Los adornos con curvas (y) 1 Fig. 7.
  • 20. 84 Juan Francisco Cantería [REA,A:IV] listas onduladas no abundan-, pero indudablemente se trata de un motivo importante, que llega en algunos casos a cons- tituir de por sí el tema central de un vaso. (Fig. 7.) Las hay, 1), alargadas y onduladas y, 2), cortas. Las pri- meras son mucho más usadas, aunque su función es secunda- ria. Son derivadas del Tíwanaku Expansivo y su aplicación se reduce al borde inferior y exterior y a la base de los ceramios. Las cortas son de uso menos frecuente, aun cuando más importante, y se disponen en los vasos alternamente arriba y abajo. Finalmente, existen otros temas curvos, a veces aso- ciados e rectas, muy diferentes entre si, motivo por el cual no se reproducen aquí. h) Motivos zoomórficos Los temas de animales son muy escasos en esta cerámica, De los materiales que conocemos sólo existen algunos en la colección estudiada por Ponce Sanginés y otros que han aparecido aisladamente en los yacimientos. Estos’ motivos pueden deber su razón de ser a un contacto con la cerámica inkaica, lo que nos llevaría a clasificarlos en una época tar- día. Ibarra Grasso (1965) suscita el problema de que la deco- ración zoomórfica inkaica se derive de la del período Colla, suposición imptobable, ya que no existe una tradición de este tipo de motivos en la cerámica Moho. i) Motivos fitomórficos Es un motivo mucho más escaso aún que el zoomorfo. Hasta ahora sólo se conoce uno publicado, procedente de la colección estudiada por Ponce Sanginés. Nos parece que es también da este mismo tipo la decoración de uno de los vasos que tiene el Museo de Valeñcia y que está reproducido en el Catálogo. j) Varios Existen algunos otros temas puramente caprichosos que no se estudian aquí por representar una minima parte entre los motivos Moho y ser además muy diferentes entre sí. Todos ellos estén asimismo reproducidos en el Catálogo del Museo de Valencia.
  • 21. tREA~A:lV] Colección de cerámica moho 85 Formas de la cerámica Mallo El estudio formal de la cerámica Moho no nos deparará nada nuevo sobre aquellas características que vimos al tra- tar de la decoración, sino que, por el contrario, corrobora la pobreza y falta de sentido estético que apuntábamos. La tipología nos mostrará cómo se emplean formas típicas de la cerámica tiwanakota, aunque esta falta de personalidad se compense, en muchos casos, con la originalidad de la in- terpretación. Con todo, no puede decirse que sea una cerámi- ca copiada de la del período anterior. Alguna forma, como el puco con vaso lateral o los pucos dobles, el gran uso de las jarras y la decoración característica de estas vasijas, son de por sí suficientes para reconocer la presencia del estilo. Otra cosa sucede con los pucos simples y los keros, for- mas tipicamente tiwanakotas que pueden confundirse con las del período decadente, aunque las Mollo revelen siempre un menor cuidado y una mayor tosquedad en la forma. Independientemente de su vinculación, todos los vasos presentan, en general, unas formas torpemente ejecutadas. No existe interés por un acabado perfecto y los bordes son si- nuosos; las mismas paredes se inclinan o curvan irregular- mente dando una sensación grosera. Lo mismo puede decirse del material empleado, fácil de fragmentarse o desgranarse, lo que revela una cocción de- fectuosa. En cuanto desaparece el pulimento se hace patente el antipléstico. Esta escasa preocupación por lograr formas esmeradas coincide con la pobreza de los colores y de los temas que ya empezó a vislumbrarse en la época decadente y entronca per- fectamente con lo que hemos dado en llamar época de vulga- rización. El análisis de las formas de esta cerámica suele tener una mayor extensión en los estudios publicados que el de la decoración, y pese al escaso desarrollo en que se encuentran las investigaciones sobre estas culturas, contamos con algu- nas tipologías. La más importante sobre cerámica Mollo, hasta el mo- mento, se debe a Ponce Sanginés (1957-b), que llega a dife- renciar hasta diez tipos. Anterior a ésta existe una de Ibarra
  • 22. 86 Juan Francisco Cantería [R~AA:lVj Grasso (1959), que por haberse publicado cuando aún no era suficientemente conocida esta cerámica, es muy incom- pleta. Posteriormente, el mismo autor (1965) incluye en su »Prehistoria de Bolivia» una más completa donde describe nueve formas y las designa, a veces> con nombres distintos a los de Ponce. Por nuestra parte, un estudio más minucioso de los mate- riales nos ha llevado a descubrir algunas formas nuevas y cinco tipos, base de los demás. Son éstos: 1) Tazón o puco bajo. 2) Jarra. 3) Plato. 4) Kero. 5) Olla. Si se incluye la forma 1 de Ponce Sanginés, son seis estos tipos-base, aunque posiblemente ésta sea muy tardía y se deba a imitaciones de las vasijas ornitomorfas inkaícas. Su presencia entre los materiales típicamente Mollo es escasí- sima y no contamos hasta ahora con la situación estratigráfica de este vaso, lo que nos llevaría a conocer inmediatamente su vinculación cultural, aun cuando suponemos, como decimos anteriormente, que no es una creación autóctona. De estas cinco formas primarias se derivan algunas más que describimos a continuación (fig, 8): A, Puco ha/o: Vaso de base plena y por lo regular de paredes rectas y finas. Es típicamente tiwanakota y Bennet (1933) lo describe con la forma E cJe su tipología. 4-1 y A-2. Puco de paredes curvas: Este vaso es una va- riante dei anterior, aun cuando Ponce Sanginés lo describe en su tipología con la forma A como plato. Ibarra Grasso le da idéntica denominación a la nuestra. Suele tener base plana y paredes ligeramente inclinadas hacia fuera y gruesas. Puede llevar a veces un pequeño apéndice junto al borde (A-1) o un asa lateral (A-2). A-3 y A-4. Puco bajo con vasito lateral: Vaso muy fre- cuente en la cerámica Moho y uno de los más originales, aun cuando nosotros suponemos que es una variante de los pucos bajos. Se caracteriza por llevar adosado (4-3) o unido median- te un puente (4-4) un pequeño recipiente que puede haber
  • 24. 88 Juan Francisco Cantería [REAA:IV] servido como asa y al mismo tiempo para contener alguna sustancia comestible excitante. A-5. Puco doble con vasito lateral: Forma derivada direc- tamente de la anterior. Se caracteriza por tener dos pucos unidos entre sí por un puente, en medio de los cuales, y junto al borde, se encuentra situado el pequeño vasito, cuya fun- ción debe ser análoga a la de la forma A-3. B. Plato: Bajo esta denominación incluye Vela dos vasos uno de los cuales pertenece a otro tipo de cerámica diferente. El que por su decoración bien pudiera pertenecer al estilo Moho, es bastante confuso y debe corresponder a una época tardía. C. Olla: Es un vaso panzudo y de cuello muy corto, aun- que de boca ancha. Suele llevar una sola asa que arranca junto al borde y termina hacia la mitad del cuerpo. D. ¡<ero: Es quizá la forma más tipica de la cerámica ti- wanakota y pervivirá en numerosas culturas hasta la llegada de los españoles. Abunda esta forma en la cerámica Moho, aunque existen algunas variantes que se verán a continua- ción. Es un vaso de paredes inclinadas hacía fuera cuya boca tiene un mayor diámetro que la base. 0-1 y 0-2: Copa: Vaso de dos cuerpos que nosotros con- sideramos derivados de la forma anterior. Tiene un pie de base alto, alguna vez cintura deprimida (0-1) y otras paredes con- vexas o cóncavas (0-2). 0-3. ¡<ero de cintura deprimida y asa lateral: Forma deri- vada del tipo-base D, aunque en esquema también se parece a las copas (0-1 y D-2). Presenta un pie de base alto que puede llegar a alcanzar tanta altura como la parte superior. El asa se dispone generalmente como en las formas A-3 y A-5, aunque como en 0-6 puede estar unida por dos puentes. 0-4. ¡<ero de cintura deprimida, paredes rectas y ase la- teral: Vaso de paredes gruesas. Hacia su mitad se quiebra la forma, dando la impresión de que la vasija está formada por dos cuerpos, donde la base apenas si tiene interés. Lleva asa lateral que arranca desde abajo y se prolonga paralelamente a la pared aun por encima de la altura de la boca, de donde parte un pequeño puente que la une. E. Jarra: Forma muy parecida en su conjunto a la C, aun-
  • 25. [REAA:IV] Colección de cerámica mo/lo 89 que de forma más alargada y menor diámetro en la boca. Pue- de presentar las siguientes variantes: E-1 y E-2. Jarra de asas laterales hasta el cuerpo: Sólo se diferencia de la forma tipo en esa particularidad que se señala en el título. Puede tener el cuello rebordeado (E-1) o paredes ligeramente convexas en la boca (E-2). E-3. Jarra de asas laterales hasta el cuello: Derivada del tipo-base E y se diferencia del resto por tener las asas muy cortas. Ponce no considera esta forma como tipo, cosa que sí hace Ibarra Orasso. E-4. Jarra con asa lateral vertedera: Forma sumamente in- teresante por llevar unido por un puente que arranca desde el cuello una vertedera, aunque probablemente su función es decorativa. APENDICE Con referencia número 846, lámina LIII (Catálogo, 1964), clasificó Vela como Mollo una vasija que desde el primer mo- mento nos llamó la atención, ya que no se ajustaba claramente a ninguna de las formas tipológicas ni decorativas más comu- nes de esta cerámica. Posteriores comparaciones con vasos de otras colecciones nos llevaron a la conclusión de que la pieza en cuestión había sido mal clasificada y pertenecía a un tipo cerámico denominado Yura. El descubrimiento de esta cerámica es muy reciente y se debe a Ibarra Orasso, aunque se conocían ya algunos ejem- plares descritos por Crequi-Monfort (1904) que procedían de excaváciones en las tumbas prehispánicas del valle de Cagua, a 350 kilómetros de Calama, donde también había encontrado vasos pertenecientes a este estilo. Se creyó entonces que estaban relacionadas con los antiguos «quichuas». Cronoló- gicamente es muy tardía y en algunos yacimientos llega a aparecer mezclada con los materiales inkaícos. El tono del vaso que describimos es muy rojizo y su forma bastante regular. Tipológicamente pertenece a la forma C de Ibarra (1965, 265) y su decoración se ajusta a la descripción que hace este autor: «El motivo fundamental de adorno.., con- siste en una banda que recorre el cuerpo de la pieza formando
  • 26. 90 Juan Francisco Cantería [REAA:IV] como un zig-zag horizontal y dejando a sus lados una seríe de triángulos. Comúnmente estos triángulos son tres arriba y tres abajo, con puntas encajadas en forma alternada si- guiendo los zig-zag. En el interior de los triángulos referidos hay un óvalo claro, a veces triangular también, en el cual apa- recen puntos, eses y cruces.» El color es siempre negro sobre fondo rojo. Se relaciona esta cultura con algunas del Noroe6te argen- tino, concretamente con los tipos cerámicos que Bennett de- nominó «Poma Rlack-on-Red», «Jachal» y menos con «Tilca- ra». Coinciden tanto en la monocromía como en la distribu- ción de los dibujos en tres partes, raramente en cuatro. Algu- nas de las formas son también parecidas. Estilísticamente, la cerámica Vura está ligada a la Mollo, y aunque es más tardía, están ambas integradas en el mismo horizonte. Incluso algunos motivos parecen relacionarla con lo que Ibarra Grasso llamó «Colla» (Ibarra, 1965, 280), SIBLIOCRAFIA Alcina Franch, José. 1966-a La historia indígena de América como un proceso. Anuario de Estudios Americanos, XXIII, 445-477. Sevilla, 1966-b Un monolito de Tiahuanaco en Valencia (España), Archivo de Pre- historia Levantina, Xl, 249-253. Valencia, Bennett, Wendell C. 1948 Northwest Argentine Archaeology, ‘(ale liniversity Puhlications in Anthropology, Núm. 38. New Haven. Catálogo. 1964 De la Colección Vela de Prehistoria Americana. 5, 1. P, Diputa- cién Provincial, Valencia. Cardus, A, P. Fr, José. 1586 Las misiones franciscanas entre los infieles de Bolivia, Descrip- ción del estado de ellas en ¡883 y 7884, con una noticia sobre los caminos y tribus salvajes. Una muestra de varias lenguas. Cu- riosidades de Historia Natural y un mapa para servir de ilustra- ción, barcelona. Casanova, Eduardo. 1946 Re Cultures of the Puna and the Quebrada of Humahuaca, Hand- boock of South American lndians, II, 619-631, Washington, Crequi-Monfort, O. de. 1904 Fouilles dans la Necropole de Calama, XIV Congreso Internacio- nal cje Americanistas. Part, 2- 551-567, Stutgartt, Dudan, L. 1949-51 El sapo como elemento etnográfico comparativo, Revista del ms-
  • 27. rREA.A: lV~ Colección de cerámica mollo 91 tituto de Antropología de la universidad Nacional, yola. V-VI. 191-219, Lima. Garcilaso de la Vega. nRa. 1943 Comentarios reales del Perú. Eniecé Editores, Buenos Aires, González, Alberto Rex, y José Antonio Pérez, 1966 El área andina meridional. Actas y Memorias del XXXVI Congreso Internacional de Americanistas. 1. 217-230. SevIlla, Ibarra Grasso, Dick Edgar, 1944 Las ruinas y la cultura de los Vuras. Revista Geográfica Ameri- cana, Núm. 217, Buenos Aires, 1953 New Archaeologicaí Cultures from the Departementa of Chuqui- saca. Potosí and Tanja, Bolivia, American Antiquity, XIX-2, 126- 129, Salt Lake City. 1959 Nuevos estilos en la cerámica indígena de Bolivia. Museo Arqueo- lógico de la Universidad Mayor de San Simón, Publicaciones de la Universidad de Cochabamba, 1962 Mapa arqueológico de Bolivia, Ministerio de Educación, La Paz. Lafón, Ciro René, 1957-58 Ensayo sobre cronología e integración de la cultura Humahuaca. Runa. IX, 217-230, Buenos Aires. 1967 Un estudio sobre funebria Humahuaca, Runa. X, 195-255, Buenos Aires. Las Casas, Fray Bartolomé de, 1948 De las antiguas gentes del Perú, Lima, Matos Mendieta, Ramiro. 1966 La Economia durante el período de Reinos y Confederaciones - en Mantaro, Actas y Memorias del XXXVI Congreso Internacio- nal de Americanistas. II, 95-99, Sevilla, Murús, Fray Martin de. 1946 Los origenes de >os inhas, Lima, Nordenskióld, Erland, 1906 Perus och Solivias Gr~nstrakter, Stockoln,, Plafker, George, 1983 Observations on Archaeological Remains ir, Northeastern Bolivia, American Antiquity. XXVIII-3, 372-378, Salt Lake City. Ponce Sanginés, Carlos. 1947 Cerámica tiwanacota, Revista Geográfica Americana. Vol. XXVIII. Núm. 170. Buenos Aires. 1957-a Una piedra esculpida de Chiripa. En Arqueología Boliviana, 121- 141, La Paz, 1957-b La cerámica Moflo, En Arqueología Boliviana. La Paz, 1961 Breve comentario acerca de los fechados radiocarbónicos en Bo- livia. Encuentro Arqueológico Internacional de Anca, 1964 Descripción sumaria del templete acm/subterráneo de Tiwanaku. C. 1, A. T., Núm. 2. Ryden. Stig. 1947 Archacological Researches in the I-Iighlands of Bolivia. Góteborf. 1952 Chullpa-Pampa. A Pre-Tiahuanacu archaeological site in the Co- chabamba Region. Bolivia. Ethnos. 4. Stockolm.
  • 28. 92 Juan Francisco Cantería [REAA:ív~ Tschopik, Marion H, 1946 Some Notes on the Archaeology of the Departament of Puno, Perú. Peabody Museum ol American Archaeology and Ethnology. Harvard University, Vol, 27, Núm. 3, Cambridge. Seminario de Antropologia Americana, Universidad de Sevillá.