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INTROITO
Toda transición es un duelo, un cuestionamiento, y cuando coincide la personal
con la histórica el impacto, la catarsis, el renacimiento, es doble. Lo que le pasó a
Luchy Núñez que tuvo que apechugar con la pérdida de la persona que más
quería, su padre, militar de carrera para más señas, y con la Transición de la
dictadura a la democracia. Algo que hace desatar en su interior, y en su exterior,
todas las contradicciones habidas y por haber, tamizando ligeramente el sentido
homenaje, nostálgica recreación, con un lúcido análisis del pasado. Tiñendo la
inocencia de los sentimientos con la precisión distanciada de los pensamientos,
de los acontecimientos. La misma crítica comprensiva, empática, no destructiva,
que acometieron otras escritoras no consideradas progresistas (como si el
feminismo, el progresismo, fuera un coto vedado de la izquierda, del ateísmo)
como María Luz Morales, Carmen Llorca, Elisa Lamas o Begoña García-Diego.
Cuatro, cinco, luchadoras liberales por la libertad, por la igualdad de derechos y
obligaciones, por el fin de la hipocresía, del cinismo burgués, que no por ello
renunciaron a sus principios, a sus valores, a sus creencias. Una transición es eso,
cambiar, evolucionar, sin hacer tabula rasa, sin matar al padre, tratando de
comprender, sin justificar.
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Una perspectiva no revanchista, constructiva, hace tiempo desterrada en la
política, en la sociedad, española actual, inmersa de hoz y coz en el fanatismo, en
el sectarismo. Visión que algunos tildarán de ingenua, de ridícula, y otros de
sublime, el eterno equilibrio, desprecio, que tienen que sufrir los que invocan la
inocencia, la honestidad intelectual, sentimental, como praxis literaria, modus
vivendi. Una incomprensión que en España adquiere carácter de costumbre, de
maldición bíblica. La sufrió el infante malcriado Juan Ramón Jiménez («Platero
y Yo»), la sufrió el clarividente Antonio Machado («Juan de Mairena»), y
también Luchy Núñez, al menos en este sencillo, conciso, primer libro, digna
heredera de sus dos grandes referentes, a los que hay que sumar a Tagore. Un
conjunto de delicados paseos por los recuerdos, como «Musarañas» de José
Antonio Muñoz Rojas, en los que la naturaleza es el personaje principal, y no un
mero decorado. Una devoción filial, con sus luces y sombras, escrito para
exorcizar, asimilar, el dolor de una pérdida. Una transición personal, espiritual, lo
escribió a los 33 años recluida durante una temporada en una celda de
Montserrat, que se acaba convirtiendo en una catarsis colectiva, histórica. Si
«Carta a una madre» de Georges Simenon es el gran canto a la madre, esta gran
carta abierta llamada «Paseos» es el gran canto al padre, una elegía a pie de
tierra.
«Creo en la bondad y en la felicidad, lo que pasa es que nos lo tenemos que
trabajar. Es como si el libro de nuestra vida estuviera ya escrito, pero tuviéramos
que pasar las páginas.» Luchy Núñez
5
ÍNDICE
INTROITO (Julio Tamayo)……………………….............……….….3
Allí está el Ito…….…………..…………………….………………....7
El logaritmo………..………….…..……………………..…………....8
La mirada…………………..….....……......…..…..………………......9
Terrorismo……………………………………………………..…….10
El médico…………….……………………..………………………..11
Quisiera……………………………..……………………………….12
Lluvia…………..……..……….……..…………….……..………....13
La maceta…………………………………………………………....14
Antonio Machín…………….…………………………………...…..15
Cenojil……..……..…………..………..………………….………....16
En el pueblo……………….………………………………………....17
Patricia………………..…..…………..…………………………..….18
La tumbona…………………………………………………………..19
Quijote…………………………….………………………………....20
Pauta para un libro que jamás escribiré……………………………...21
La yegua blanca……………..…………………………………….....23
Flores………………..……………………………………………….24
Yoga………………………………………………………………….25
Viento…….…………………………………………………..……...26
Antonio Machado………………..……………..…………...……….27
Carta a mi madre………………………..………..….…………...….28
El perdón de los pecados…….…………………………………...….29
La visión………………..………………………………………..…..31
Monotonía…….………………………………………………...…...32
El árbol de caramelos……………………………………………..…33
¡Si se pudiera!…………………………………………………..…...34
Los taciturnos………………………………………………………..35
Y un buen día………………………………………………………..36
Curia de España, ¡Manola!…………………………………..……...37
Beatriz……………………………………………………………….38
Nochebuena………………………………………………………….39
Soldaditos de plomo…………………………………………..……..40
Otro hijo……………………………………………………………..41
La primera muerte…………………………………………………...42
El diente………………………………….....……...………………...44
6
El atropello……….…………………….…......………………….….45
El sordomudo……….………….…………………………………....46
La ceremonia………………………………………………………...48
La jura de bandera…………………………………………………...49
Recuerdo florido……...............………………….….…………….....50
Elucubraciones……….…......…....…………………..……………...51
El accidente……..…………………..………..……………………...52
...Y esas frases………………………………………………..……...53
Los Reyes Magos…………….....……….…………………...……...55
Los ladrones.……………………………..………………………….56
El parado……......…..…….…..………..….……………….…...…...57
Felicidad……………………………….………………………..…...58
Tan de derechas………………...…………………………..………..59
El jardinero…………………………………………………………..60
Yo…………..………..…………………………………….………...61
Dios, sobre todo………….…………………………………….…….62
Canto disconforme…………………..….………………………..….63
El fin del invierno…………..……………………………………......64
Un juego vivo…..…………………………………………………....65
Montserrat………..…………….………………………………..…..67
Huérfanos de la guerra……………….………………………….…..68
El vacío……………….…..………………….……………………...69
El puesto de hortalizas…………………………………………….....70
Granada…………………..……………………………………….....71
El gato negro………………………………………………..……….72
La mongólica……………………..………………………………….73
La inquietud que me devora……………………………………...….74
El relojero………..…………….………………………..…………...75
U.V.I…………………………………………………………...…….76
El aullido…………………………………………………………….77
El llanto……………………………………………………………...78
La tristeza………………………….…..………………………...…..79
A mi coronel.………..……………………………………………….80
El corazón……………………………………………………………81
Apéndice
Matar a un niño (1991)
(XXV Premio Periodismo González Ruano, 1992)………………....83
7
ALLÍ ESTÁ EL ITO
Ven. Hoy te voy a llevar, paseando, por donde me ha explicado
Patricia que tú estás ahora.
Es un laberinto de callejuelas estrechas y encumbradas, en la parte
alta de Barcelona, que van a dar a un parque precioso. El cielo, desde
esas calles, se diría que se vuelve cintas azules, estrechas y largas,
como serpentinas, un poquito triste. Casi todas las casas tienen
jardines oliendo a madreselvas y a jazmín, y tras las rejas, siempre
ladra un perro, soberbio y bien cuidado. Por ahí, las mariposas tiernas
vuelan despreocupadas por entre los chiquillos, que suben cada
mañana al parque, con sus cubos y palitas, deseosos de jugar con la
tierra limpia.
Esta mañana me ha dicho Patricia, cuando volvíamos de la compra:
«Mamá, hoy está nublado, pero él estará tapado. En el cielo tienen
mantas para que nadie tenga frío. Aquí nos llueve, pero como el Ito
está más alto, pues a él no le da la lluvia en la cara. ¿Ves ese rincón de
la calle más alta?, pues al final, junto a esa nube, está el Ito echado. Sí,
allí está mi Ito mirando.»
«Mamá, se te han llenado los ojos de lluvia y el Ito va a pensar que
lloras. No le va a gustar.»
Patricia te ha elegido un buen cielo, papá. Es un barrio precioso,
sin antenas de televisión. Sólo alguna que otra veleta juega con el
viento, en los tejados de pizarra. Los niños conocen mejor que nadie
las cosas bellas y el olor natural del romero de los montes.
¿Te gusta, papá, tu cielo?
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EL LOGARITMO
Me pregunto, papá, cómo serán las matemáticas en el espacio.
Siempre fuiste un fuera de serie en cuestiones algebraicas,
geométricas y trigonométricas. Los espacios cósmicos son, en mis
sueños, como una inmensa ecuación, imposible de resolver su
incógnita. ¿Recuerdas cuando preparabas a los futuros alféreces de la
Academia General Militar de Zaragoza? Todos, indefectiblemente,
incluso el menos inteligente, a fuerza de machacarle y machacarle
aprobaba su ingreso a la Academia, lo cual no quiere decir que luego
pudiese continuar la carrera militar. Por ejemplo, éso ocurrió con uno
de tus alumnos; un mocetón alto y guapo, que cada día entraba al
atardecer en casa y se encerraba en el despacho contigo. No recuerdo
su apellido. Pero tu voz salía entre los humos de tu boquilla de
concha, hablando y chillando, cada día, logaritmo, logaritmo y
logaritmo. Una de esas tardes en que llamó a la puerta y abrí yo,
haciéndole pasar al despacho, te dije: «Papi, ha venido el señor
Logaritmo». El cuarto de estar de casa se regocijó en una unánime
carcajada, y yo, muy ofendida, me aislé en mi cuarto, pues estaba
orgullosísima de haberme aprendido un apellido tan sumamente difícil
y extravagante.
Ese chico aprobó, pero no continuó la carrera. Después, no
volvimos a saber de él.
9
LA MIRADA
Hoy, mientras Patricia me explicaba, a la hora de cenar, cosas y
cosas importantísimas de su colegio, me he sorprendido con tu mirada.
Era la hora del desleimiento de las cosas, la hora de las sombras rucias
tras la ventana.
Estaba con los ojos fijos, desesperadamente fijos en mi hija, pero
sin escucharla. Con la cabeza iba asintiendo a todo lo que me contaba,
mientras me preguntaba acongojada, ¿qué va a ser de ti, hija mía?,
¿qué va a ser de ti? Patricia recordará alguna vez esa mirada, porque
los niños presienten las cosas de los mayores, y, tarde o temprano, en
el briol de los días, van soltando cabos y comprendiendo...
Me he sorprendido con su mirada, escuchando a mi hija. Y ahora sé
lo que pensabas cuando en mis juegos y preocupaciones te explicaba
mis historias, o lloriqueaba por mi plumier perdido. Veía tus ojos fijos
en mí, extrañamente fijos, pero ausentes... y tan lejos...
Estoy segura de que pensabas entonces, ¿qué va a ser de ti, hija
mía?, ¿qué va a ser de ti?
10
TERRORISMO
Hoy ha habido un gran atentado en Barcelona, la llamada a
principios de siglo «ciudad de las bombas», y es que es cierto, papá.
En poco tiempo: la revista Papus, con un muerto y varios heridos; una
sala de fiestas, la Scala; un comerciante muy conocido, y hoy, en su
propio domicilio, el ex alcalde de Barcelona y su mujer con bombas,
¿oyes bien? Bombas.
Este matrimonio ha muerto en su dormitorio, él, destrozado; ella,
víctima de la onda expansiva del artefacto; lo cierto es que una vez
más han mezclado su sangre y su carne. Se han ido juntos,
indudablemente juntos.
Las ambulancias han salido de la casa sin prisas, una tras la otra,
pero muy juntas, y han iniciado la marcha despacio, silenciosas, como
si sus ocupantes se recreasen en el enigmático viaje.
No he podido menos que pensar, viendo el reportaje en la
televisión, que así, de esa manera, debían irse los matrimonios. Juntos,
como han vivido.
¡Que lloren los hijos doblemente!
Yo me hago cargo de la soledad de mamá y de la tuya.
11
EL MÉDICO
Está Beatriz enferma, papá, por eso hoy no puedo salir a pasear.
Hace días que tiene fiebre muy alta y hoy ha empeorado. Sus síntomas
son totalmente desconocidos para mí. No se le aprecian anginas ni
catarro de pecho, por lo que he llamado al médico; mas como hoy es
sábado y el doctor de cabecera no está, ha venido uno de urgencia, a
través del seguro al que estamos suscritos. Es Asistencia Sanitaria
Colegial, y se abona a los médicos su atención con un cheque del
talonario que facilitan en las oficinas de la misma entidad.
Ha llegado el médico a eso de las once. Me ha dicho que Beatriz
era una niña fuerte, pero padecía una gripe de tipo vírico, difícil de
diagnosticar, era preciso hacerle unas radiografías de tórax.
Muy amablemente, de su cartera de «urgencias», ha sacado una
inyección y se la ha puesto en el pobre culín ardiente de mi beba. Le
he agradecido vivamente el interés y preocupación que había
mostrado, tanto más, cuando he visto que sacaba otro inyectable de su
cartera y me lo dejaba en la mesilla de noche. Cuando se despedía,
haciéndome las recomendaciones usuales, de dar agua a la niña, de no
forzarla en las comidas, etc., y al darle el cheque acostumbrado, papá,
¡qué vergüenza he pasado! Me ha pedido trescientas pesetas por las
inyecciones. Le he dado el dinero abochornada, pidiendo toda clase de
excusas.
Cuando he logrado calmar a Beatriz de su llanto y al recoger las
cucharillas y el algodón que me ha pedido, he visto en las cajitas de
las inyecciones con letras rojas MUESTRA GRATUITA,
PROHIBIDA SU VENTA.
Estoy preocupada, papá, tengo mucho miedo de un médico así,
¿puedo esperar que haya dado a mi hija la medicación más idónea, e
simplemente le ha dado ésa porque la llevaba en la cartera?
Patricia quiere saber por qué lloro.
Tú sí lo entiendes, ¿verdad papá?
¡Quisiera vivir con ellos en el cuerno más alto de la Luna!
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QUISIERA
Papá, tu cielo es el descanso absoluto; el mío, lo quisiera yo en esta
tierra. Como Maragall, tengo miedo de otros cielos; si todo es tan
hermoso, simplemente con mis ojos, «¿por qué buscar, entonces, otro
"cómo"?»
Quisiera, al entrar en casa, tener que abrir con llave la cancela,
empujarla con cuidado, para evitar en la mano el óxido de hierro y
oler, al primer ángulo andado, una mezcla de jazmines, de heliotropos
en la enredadera verde.
Quisiera, al entrar en casa, notar la humedad de un patio viejo,
andaluz, sevillano, por más señas. Y un surtidor abúlico en el centro,
meditando, gota a gota, sin parar, el tiempo.
Quisiera, al entrar en casa, arrancar del árbol la naranja y bruñirla
con la estameña de mi blusa, para dársela al lebrel que la ladrara.
Quisiera siempre un atardecer de primavera. Mordisquear una a
una, del cerezo, sus cerezas, apartando con las manos a las golosas
abejas.
Quisiera quitarme las sandalias, y en el césped, comprobar que el
corazón se me adormece. Y al declinar el día, llenar de aire vivo los
pulmones, y descansar la mente, hablando con Platero, de Juan Ramón
Jiménez.
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LLUVIA
Me moja el alma, papá, me moja el alma.
Está lloviendo, y suena a alimento en las hojas verdes, en los tallos,
en el gusano. Se deshacen las gotas en cada río, en el lago, en los
mares. Constante provocación, en el parterre pequeño, que se agranda,
se hace verde, se hace tierno, como queriendo ofrecerse para lecho.
Odiosa lluvia, pertinaz, constante, terca, soltando cascadas de
piedras rodadas y arañando muro. Compás sonoro del tiempo,
monótona, acuñadora impasible de surcos, en las cortezas.
Transforma, con su goteo, en fango, hasta los relieves. Amasadora del
polvo.
Yo no necesito de su manantial. Me ahoga su ruido, me duele su
humedad. Al igual que los muertos, con ella no vuelvo a rebrotar; al
igual que ellos, me hundo más y más.
Lluvia, mi enemiga, amo el estío y lo seco, que con ambos me
aletargo, y a ratos, olvido retazos de mi pasado.
Cuando llueve, se me moja el alma, papá, se me moja el alma,
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LA MACETA
Hoy he comprado mi primera maceta. Quiero llenar la terraza de
ellas. Pero no serán flores, serán sólo hierbas. Hierbas olorosas y
frescas, de las que tenemos en la casa del pueblo. Con ellas, se me
entrará por las ventanas el verano en la casa. En un rincón,
resguardado, voy a poner hierba Luisa, y junto a ésta, Salvia y
hierbabuena, y tomillo y perejil y romero. Quiero llenarlo todo
de efluvios estivales, de ratos de ocio, de atardeceres. El sol entrará
por la ventana, como si llegara cansado por los montes.
Estarán presentes en mí nuestros últimos paseos por los pinares; tu
reposo en la colchoneta de caucho bajo una encina, acosada siempre
de ardientes avispas. El campo se me vendrá, y con él, tú, sin agobios.
Cuando ya la tarde se eche encima, cerraré los postigos y olvidaré
mis macetas; exactamente igual que cuando dejábamos el pinar,
porque la noche nos sorprendía y las agujas de los pinos se ponían a
silbar como pequeñas meigas enfurecidas.
Algún que otro pajarraco pasaba negro y abierto cerca de las copas,
para amagarse en las ramas. Entonces, estremecidos, sin hablar,
recogíamos la colchoneta y los libros, enseres de nuestro aduar, y
regresábamos a casa, mirando al pájaro negro como a una sombra
agorera, que, con su vuelo rasante, parecía taparnos hasta la
principiante luna, que emergía.
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ANTONIO MACHÍN
Esta mañana, la radio daba un programa especial, en homenaje a
Antonio Machín. Nunca, antes, había prestado atención a sus
canciones, ni a su voz líquida y nasal, ni a sus maracas. Pero hoy lo he
escuchado, y no porque él haya muerto, sino, precisamente, porque
has muerto tú.
Una de las canciones era Toda una vida. Se me ha venido el cuarto
de estar de mi niñez a la memoria. Mamá joven y bella, cosiendo
apoyada en su costurero; la yaya, rezando su rosario de plata, y tú,
liando cigarrillos y haciéndonos cosquillas.
La otra canción de Machín ha sido Espérame en el cielo.
Mamá, mamá, si mi pena es así, si es enorme, si papá me hace falta
constantemente, si me despierto de noche y me digo ¡no puede ser!...
¿Qué haces en tu inmensa casa sola? ¿Con qué llenas los rincones
de tu vida?
16
CENOJIL
Hoy he necesitado tus diccionarios, y al abrir una de sus páginas,
he visto la palabra cenojil, que se me ha aparecido, sin previo aviso,
como si sólo estuviera ella en la hoja. Como si me quisiera recordar tu
risa, o, como si hubieses tú, abierto el diccionario por esa página, a
cosa hecha.
Me he puesto a pensar, sentada en tu silla, apoyados los codos en la
mesa-camilla, donde tantas y tantas tardes, todas las de tu vida, has
estado tú, para devorar, construir, desmembrar crucigramas y
ecuaciones matemáticas. Todo ha revivido en mí, como una película
de colores. ¿Será eso la eternidad, simplemente el pensamiento?
Me he visto entrar y sentándome de cualquier forma en la salita,
con la desenvoltura de siempre, que tanto te molestaba, mientras
medio muslo quedaba al aire, libre de preocupaciones y honestidades.
Disgustado por mi descoco, me has chillado: ¡se te ve el cenojil!
Ante mi cara de consternación, te has quitado las gafas y me has
explicado, todavía enfadado, «si tuvieras más "cultura crucigramista"
sabrías que cenojil quiere decir la liga de la media, y con eso he
querido decirte que estas enseñando los muslos, y ya sabes que me
fastidia que mis hijas sean así».
No me tapé con la falda. Pero la risa que provocaste en mí con tu
enfado pueril y con esos dos pelos largos que sobresalían de tus cejas,
por encima de las gafas, se ha reproducido en mí, exactamente igual a
aquel día.
Sí..., creo que has abierto la página del diccionario a posta para
volverme a hacer reír, papá.
17
EN EL PUEBLO
Este año, cuando llegue agosto, no será lo mismo en el pueblo.
Las excursiones a la ermita del Santo Cristo serán sobrecogedoras,
o, tal vez, no tengan lugar ni sentido sin ti.
No se oirá el chasquido de tu bastón, atizando los zarzales y
majuelos, sacudiendo los olivos, o apartando la gravilla. No se oirán
tus frases hechas, ni tus risas, ni las de los primos y los amigos.
Nadie se lavará las manos en la azarbeta... Este agosto iremos
nosotros, los hermanos, acompañando a mamá, cuando se empeñe,
para encender una vela al Santo Cristo de Planes. Una vela por tu
alma. Después cerraremos la ermita y merendaremos en la pequeña
gándara de enfrente, al aire de los cipreses y de los cerros.
El sol se pondrá, como siempre, tras el pantano de Beniarrés, rojo y
ardiente. El paisaje estará quieto, inmensamente callado, suspendido.
Las chumberas, heridas por tu faca, seguirán al pie del árbol.
Ya anochecido, bajaremos en zig-zag por la montaña, observando
los pasos gastados del via-crucis, y sujetando fuertemente las manitas
de los niños, para que no rueden con las piedras sueltas y con los
sirles, del rebaño que siempre nos precede.
Bajaremos callados, corto sombras, volviendo, para seguir la
costumbre, la cara de vez en cuando y ver cómo el sol se aleja tras el
pantano.
18
PATRICIA
Me hace sufrir Patricia, me da mucha pena. Creo que ha sacado mi
carácter hipocondríaco y dado a cavilaciones, y, por añadidura, es
mucho más introvertida que yo, o simplemente menos extrovertida.
Tiene seis años y ya empieza a sufrir. Por mucho que su padre y yo la
aislemos, la ilusionemos y la guardemos, no podemos evitar que la
vida, tan pequeña todavía, empiece ya, puntualmente, a darle
coletazos.
En su colegio, hoy, ha tenido un gran disgusto. Cuando he ido a
buscarla, se ha alegrado con locura y me ha recibido de un modo poco
usual en ella. Me ha apretado fuertemente, tanto, que le he
preguntado, sorprendida, qué le ocurría.
Esta noche, al acostarla, con la luz apagada, como siempre, se ha
atrevido a contármelo. Me ha dicho que había estado todo el día muy
triste y había llorado mucho. Unas niñas mayores, de otra sala, le han
explicado que habían matado a sus papás y a su hermanita, y que
tenían los ojos llenos de tierra. Eso de la tierra, no lo ha entendido,
nunca le hablo de entierros, me da miedo, pero creo que ha presentido
algo. Dice que ha llorado mucho. Se ha refugiado bajo un eucaliptus
que hay en el jardín, a fin de que nadie la viera, hasta la hora de la
salida. También se han burlado de ella. La han llamado fea. ¡Cómo
duele, papá, el dolor de los hijos y cómo ata el alma para siempre!
¿Cómo hiciste tú para evitarnos sufrimientos? ¿O es que con la
muerte todo pierde importancia?
¡Patricia, vive feliz, mañana llorarás! Tú aún no lo sabes, pero
cuando mueras, ya nadie podrá hacerte sufrir, ni tan siquiera reírse de
ti.
19
LA TUMBONA
Recuerdo cuando mamá te obligaba a tomar el sol en la rodilla
enjuta y huesuda, atacada por una incipiente artrosis. Tú siempre tan
comodón y pacienzudo, asentías, pero te molestaba sobremanera el sol
en los ojos. A mí me ocurría todo lo contrario. Deseosa de dorarme,
me echaba al suelo, con una toalla playera y un tarro de crema
bronceadora para dormitar a mis anchas. Con la pala matamoscas y
algún libro ibas pasando el rato, atizando a las moscas y leyendo
renglones.
De pronto, levantaste la vista y observaste a una señora joven
tendiendo ropa en una ventana. Me dijiste: «Luchy, ¿qué pensará esa
señora?, seguro que está diciendo: ¡vaya un padre fresco!, él en la
tumbona y su hija en el suelo.» Continuaste leyendo, y a los dos
minutos escasos la volviste a mirar, diciendo: «Claro, que si te
subieras tú a la tumbona, de seguro diría, ¡qué hija tan descarada, ella
en la hamaca y su pobre padre tirado en el suelo!» Yo dormitaba,
haciéndote más bien caso omiso. Y en seguida continuaste, llevando
más allá la cosa, con tu machaconería típica y enervante. «Y si nos
subiéramos los dos?, diría, ¡qué par de burros, van a cargarse la
hamaca!» Yo empezaba a desternillarme, porque era fácil prever el
final conociéndote, y así fue. «Lo mejor será que bajemos los dos...
pero diría: ¡Si serán imbéciles los tíos estos, ¿pues no tienen una
tumbona estupenda y están los dos tirados en el suelo?» Lo que
ocurrió, es que acabamos los dos de pie, riéndonos a moco tendido.
¿De quién habré heredado yo esta venilla de locura, papi?
20
QUIJOTE
Hasta la estampa, larga, delgada, a veces elegantísima, a veces un
tanto fachendosa, de tan enjuto, tenías de Don Quijote. Y eras el
verdadero Quijote. Pero papá, ¿dónde vivías? ¿Qué sueños de Patria
eran los tuyos? ¡Qué obedecer tan ciego a los de arriba! ¡Y como todo
era un anatema!..., pero papá, ¿dónde vivías?
Van las cosas mal para tu España, pero antes ¿cómo iban?
Se presentían los fraudes al fisco, el contrabando de divisas, la fuga
de capitales para los bancos suizos, pero tú siempre callabas. Un
militar, me decías, debe ser apolítico. El Generalísimo, tu héroe,
salvador de España frente a la barbarie roja. ¡Gloria al mejor capitán!
Pero, papá, una nación no tiene que llevarla un capitán.
Gloria a ti, papá, que fuiste inocente hasta el final y nada ni nadie
enturbió tus ideales. Gloria a ti, que rumiabas en un rincón de tu mesa
tus sueños de llegar a ser general de Infantería, cerradas las rendijas a
los vientos.
No obro bien, me aprovecho de que eres un oyente paciente. Antes,
cuando todo tu genio coleaba, no te hubiera dicho nada, porque al
punto salías tachándome de anarquista, o de roja, o comunista. Sólo
nos deseabas una cosa, que no pasáramos otra guerra como la del
treinta y seis.
Ahora, papá, las cosas se complican, todo está turbio, y fíjate, me
preocupa la Patria, temo por el mañana de mis hijas.
¿Cómo ves ahora a España desde arriba?
¡Qué pena España, qué pena! Te han quitado de los dedos
castañuelas, pero temo olvides de sujetarte a las riendas y se escapen,
para siempre, tus pies de las espuelas.
21
PAUTA PARA UN LIBRO QUE JAMÁS ESCRIBIRÉ
Oye, papá, en uno de los barrios más promiscuos de Barcelona,
donde los comercios son variopintos y abundantes, donde todo es
procomún y productible y el tráfico languidece, víctima de su propia
densidad, y las luces y los slogans comerciales semejan meigas
intermitentes, de auténtica actualidad con ojos de neón y miradas
fluorescentes, en uno de esos barrios en que las trastiendas y las
reboticas tienen más importancia que las boutiques y se esconden
amontonadas como trojes y llenas de género comerciable; se
alza impresionante, orgulloso, admirativo y admirado el gran templo
expiatorio de la Sagrada Familia. Fatiga, amor, quimera, sueño
erguido y desafiante —vector de la tierra al cielo— del insigne
escultor Gaudí. Tú no lo has llegado a ver, ¡te hubiera gustado tanto!
Vivió el maestro por y para lo que había de ser su última obra,
incluso llegó a trasladarse a una pequeña estancia, dentro de ella, a fin
de dirigir in situ su creación y dotarla de toda su energía y espíritu
religioso.
Resulta conmovedora la entrega total y absoluta a su quehacer.
Entrega que ni la muerte pudo segar. Ahí están las torres, cada día más
apuntilladas, como agujas que quisieran enhebrar al cielo para
testificarlo. Pero lo absolutamente conmovedor para mí, ha sido
comprobar que el tesón de Gaudí es comprendido por los barceloneses
de esa ciudad de las bombas, del quejoso Maragall, pero amante, eso
no hay quien se lo quite, de lo suyo, a ultranza, y ha acogido, como
una gran herencia espiritual, la energía del arquitecto.
En Barcelona se habla de la Sagrada Familia. Se hacen recolectas,
se dan voces, se pide dinero, en un empeño, casi baturro, por ver
acabado el último verso de ese gran poema místico escrito en piedra.
Los arquitectos trabajan afanosamente e interpretan, traducen y siguen
la pauta que les dejó el señor Gaudí. Los albañiles, yeseros,
decoradores, aparejadores y todo ese ensamblaje de la construcción,
trabajan con toda la fe que ponían los esclavos egipciones en la
construcción de sus pirámides, esa fe capaz de remover montes, ¿de
qué otro modo se explica que estén todavía ahí sus jeroglíficos, como
si la lluvia y los siglos fueran una lengua inofensiva, en lugar de
mordiente y destructora?
22
Papá, se me ha ocurrido que la Sagrada Familia es a Barcelona lo
que Nôtre Dame de París es a la capital francesa. Los dos colosos
necesitan un duende. Víctor Hugo creó el suyo; y, con la tabla del
atrevimiento, para salvar el océano que media entre el autor francés y
yo, voy a crear el duende, el genio que necesita la Sagrada Familia.
¿Quién cuida, quién se alberga de noche, quién restaña la Sagrada
Familia? ¿Quién atesora las piedras, sujeta y enlaza los arcos
parabólicos? ¿Quién inspira a los arquitectos para que los proyectos
sean tal y como el maestro soñó?
Xiulet es su nombre y es nictálope. Xiulet, descansa de día,
perezosamente en cualquiera de las torres del templo. No tiene
amigos, excepto los animales que pueblan las alturas de los andamios,
entre yesos y tablones. Habla con las arañas, los mosquitos, las
cucarachas y los ratones. Xiulet es un enigma para los barceloneses y
un libro abierto y de cantos dorados, como el misal de un niño, para
Gaudí. Por techo tiene el cielo; su reloj son las estrellas más lejanas;
su lecho, cualquier rincón de una nave; su silla, un pilar; su alimento,
la bocanada de aire. Es completamente albino, a saber, si es color de
ángel, o que la luna le da ese tono de manzana mordida; necesita
también unos brazos largos como un simio, pues a fuerza de andar por
bargas, postes y columnas, tiene el equilibrio y la soltura de un mono
entre ramajes.
En la ciudad no se sabe, pero cuando los albañiles se van y los
arquitectos dejan las escuadras y cartabones, y se levantan de la mesa,
con los ojos vidriosos y los riñones resentidos, para escapar todo el
largo fin de semana a cualquier cala de la Costa Brava, o a cualquier
estación de invierno. Cuando los barceloneses, a pesar de las
recolectas, no han reunido suficiente dinero para continuar la
construcción del templo expiatorio. Cuando hay una huelga general en
el gremio de la construcción. Cuando llueve y relampaguea sobre la
Ciudad Condal, haciendo imposible cualquier trabajo al aire libre.
Cuando es noche negra para todo el mundo y los murciélagos y los
vampiros vigilan colgados..., allí está Xiulet, con la paciencia de un
niño concentrado, recomponiendo el más gigantesco rompecabezas; y
va, a cada una de las piezas que coloca, mirando al cielo y escuchando
concienzudamente una voz pausada y grave, tranquila, arcangélica y
mayestática catalana, que recita, como un poema inédito, uno a uno
los versos que forman el secreto de los arcos hiperbólicos, de los
adobes, de los azulejos.
Esa voz lejana y celeste dirige, desde algún punto del firmamento,
al infatigable Xiulet, la insigne obra de la Sagrada Familia, tal y como
el maestro soñó en la tierra que algún día llegara a ser.
23
LA YEGUA BLANCA
Te traigo una buena noticia. Ha muerto el caballo blanco de la
televisión. La yegua montada por una valquiria que anuncia el coñac
de Terry.
Estoy segura de que ahora estás en su grupa, sin montura, sin
espuelas, sin riendas; galopando por las cimas y bajando por los
cerros, saltando impecablemente los abismos, las estrellas. Formáis un
equipo maravilloso, ¿a que no se te ha caído ni una sola vez la gorra,
papá? ¡Qué yegua más bonita, qué elegante!
Siempre te gustaron los caballos y los montabas muy bien. Pero
siempre los tuviste negros. El último que yo recuerdo se llamaba
«Voluntario», manso y brillante, azabachado y eurítmico relinchaba en
la cuadra, apenas oía nuestras vocecillas de niños acalorados.
Ahora ya, estos últimos años, blancas tus sienes, sentado frente a la
televisión, suspirabas ante el anuncio bellísimo y relajante: ¡Qué
yegua! ¡Qué yegua!
Pues bien, papá, tu caballo de la tele ha muerto muy poco después
de ti. Quédatelo ahora, papá; móntalo, te lo mereces.
Acaricia sus crines de plata. ¿A que es más blanco que el caballo
blanco de Santiago?
24
FLORES
Debes reconocer que ni tú ni yo hemos amado el lenguaje de las
flores. Mamá simplemente es aficionada a las macetas y las cuida,
como a cien mil hijos tontos, callados y agradecidos. No te recuerdo
nunca entrando en casa con un ramo de flores, ni sé que alguna vez
hayas cortado una rosa de algún parterre para olerla.
El día de mi boda, la iglesia fue un derroche de flores, pero no lo
percibimos. Nunca supe dónde fue a parar mi toya. Era un manojo
apretado de rositas de San Juan; se quedarían sobre la mesa del
banquete, o alguien las pisaría distraído. Antes, ya se habían
marchitado entre mis guantes blancos y mi desasosiego de manos y
aros dorados recién intercambiados. Lo que sí recuerdo es que llevaba
el pelo cuajado de capullos color rosa, hecho con una fina tela de raso.
Caían el pelo y las flores sobre mis hombros de una forma pálida,
como una continuación del interminable traje de novia. En eso, sí te
fijaste. Ya camino de la ermita, me comentaste algo sobre las flores de
mi cabeza, mientras ajustabas tu fajín de gala a la guerrera. No sé qué
fue. Conociéndote, seguramente sería una broma, algo con lo que
hacerme reír. Las llamarías lechugas o coliflores; pero como ocurría
siempre, no me reí. Eso te puso triste. Teníamos la obligación de
reírnos de tus chistes.
Hoy he ido al cementerio. No volveré. Allí, tú no estás. Aquello, tú
no eres; pero he ido a dejarte tres capullos de rosas de artesanía, que
aún quedaban en mi tocador, desde aquel día. Es una tumba triste la
tuya. Sólo tiene tres rosillas de «gro», de las que nunca marchitan. No
tienes flores naturales y nadie limpia tu nicho, pero eso a ti, ¿qué te
importa? Nunca, en casa, hemos hablado en el lenguaje de las flores.
Sin embargo, en este caluroso día, en que he atado las flores a uno
de los aros de tu lápida, el cielo, desde abajo, me ha parecido un
inmenso labio azul, que me ha sonreído, comprendiendo.
25
YOGA
Siéntate aquí. Mira qué paz; fíjate en el azul. ¿Sientes en tus
mejillas el airecillo verde? Se diría que las hojas, todas, se han vuelto
de terciopelo, para acariciar nuestras caras y las manos. ¡Qué bien se
está aquí!
Hoy he empezado a hacer yoga. ¿Sabes una cosa? Ni en los
momentos de mayor abandono te he olvidado. En el silencio más
absoluto, sin miembros, sin hijas, sin días ni espacios, con la mente,
como un mineral liso y blanco, que guarda una geoda para cobijarte, te
he deseado esa paz que yo tenía. Y ésta de ahora.
Yo sé que me has entendido. Así de bien estaba yo, en mi «asanna»,
y así de bien estabas tú y estarás en tu limbo. En estos momentos
eternos. ¡Qué juntos estamos!
26
VIENTO
Papá, hoy en el parque hace viento, más que de costumbre. Se diría
que quieres decirme algo, alentarme en los oídos. Las hojas de los
árboles tintinean y alguna piedrecilla pequeña resbala cerca de nuestro
banco. Hoy los chiquillos no han venido a jugar. El resinero, de
siempre, se aleja por el espolón, arrastrando los pies, y mirando al
suelo. Su espalda, es, más que nunca, un argo peraltado en la nuca.
También a mí me ha dado fatiga sacar a las niñas. El sol se ha ido y el
cielo se está cerrando. Sin embargo, aquí está tu presencia. ¡Qué bien
estás, papá! ¡Cómo descansas!
Mira las mariposas desorientadas y las libélulas escondiéndose
bajo los pétalos tiernos de las margaritas. ¡Qué bonito está el parque,
pero qué vacío! Se diría que sin niños, llora. Quizá si vinieran se
calmara el viento. Quizá el viento seas tú, recriminándome el no
haberte traído a las niñas.
Cada vez es más fuerte, pasa aullando y vacía fiero los muros de
hiedras, como si quisiera, en su torbellino, engullir a otro, al de la
humanidad. ¡No sé qué busca en esta mañana de mayo! Sacude las
copas, para romper ramas en las arboledas, y ruedan las naranjas del
huerto asombrado; voces agridulces chillan en el parque. ¡Que hoy es
la Ascensión!
Papá, tengo miedo; este viento no lleva mensajes de paz, ni brisa
marina, ni el polvo crujiente de floresta seca, ni frío invernal. Viene de
muy lejos, para crestas v arrugas, al chocar, tronchar, ¿qué quiere el
viento con su pataleo? Está escupiendo sementera, que no entiendo. Se
lleva las hierbas olorosas y deja trocitos plomizos..., quizá de otros
mundos, que no tengan cuerpos, sólo corazones que sepan amar, o
lenguas que canten aún, sin paladar.
27
ANTONIO MACHADO
Cuando no me acompañas tú, lo hace Machado. La otra tarde,
cadenciosa, paseaba en solitario, con la antología del poeta en la
mano. Era un soñoliento día. Me tumbé bajo los abetos, esos firmes
conos verdes, enhiestos, y miraba de vez en cuando cómo pacían las
vacas tranquilas, mordisqueando del prado.
Cerré, por fin, el libreto de Machado, para soñar con su lectura. Así
fue como se borró de mi vista el Pirineo, y aparecieron los holgados
campos de Castilla, altos llanos de tierras labrantías, tierras sorianas,
bañadas de sequía. Y juraría que oí, al resbalar el agua pirenaica,
limpia y fría, relamiendo, a su paso, los carámbanos, para formar un
diminuto arroyo, su cantar, al pasar, muy altanero.
¡Aparta, que soy el Duero!
28
CARTAA MI MADRE
¡Hola, mamá! Te veo tan sola...
Te has quedado tan sola y tan pequeña. Con ojos asustados,
redondos, algo ajados, miras a esta España, que juega de un tiempo
acá a la política. Estás viendo, asombrada, a la Patria de tu padre y tu
marido, cómo se vuelve poco a poco democrática. Ya no oyes aquellos
himnos de honor a la bandera. Sólo escuchas que comentan la
separación de las regiones.
Después de tantos años...
Cruzado el yugo con las flechas y escuchando y obedeciendo a
ciegas: «Esto es así, es bueno. Punto y aparte».
Y de pronto, en medio de piquetes y de huelgas callejeras, te han
dicho que te muevas. Tienes voto, puedes ya ir a las urnas. Es tu
deber, ¡vota!
Temerosa estás, ya no se oyen los vítores a Franco, y se publica por
doquier que fue un tirano. Se ha marchado, casi al mismo tiempo, tu
marido, ¡y han dejado entrar hasta a Carrillo!
Todo lo que en tu catón leíste que era malo, ahora te lo cambian,
¡es bueno, es libertad!
¡Te veo tan callada, madre, sin nadie que te obligue y que te
ampare!
29
EL PERDÓN DE LOS PECADOS
Un jour pourtant un jour viendra couleur d'orange
Un jour de palme un jour de feuillages au front
Un jour d'épaule nue oú les gens s'aimeront
Un jour comme un oiseau sur la plus haute branche.
[Un día sin embargo un día vendrá color naranja
Un día de palma un día de follaje al frente
Un día de hombro desnudo donde la gente se amará
Un día como un pájaro sobre la rama más alta.]
Aragón.
Hoy te llevo por otros derroteros. Vas a ver al fénix del idealismo,
o yo eso creo, esperando sentado, como un robinsón, en medio de
gente extraña, a que la amnistía total llegue a España, y se escuchen
todos los proponeres de quienes piden perdón para los presos
políticos.
Míralo, es pionero de las huelgas pacifistas. Sentado en silencio,
ajeno a los transeúntes y a la chiquillería que vocifera porque le han
visto. Pasa el tiempo leyendo, mientras espera, tal y como le ves,
incurtido y tierno todavía por dentro, a que la puerta de enfrente, de la
Cárcel Modelo, se abra. Son ya muchos los mojicones y sopapos que
lleva, pero en silencio, inagotable, preconiza, exige el perdón total, sin
condiciones. Es inexhausto.
Sí, yo creo que se les debe perdonar, y perdonados sean. Pero los
que han matado..., ¿no volverán a matar? Es triste que se ese perdón
arrastre consigo nuevas vidas, porque una muerte envilece cualquier
ideal.
Sin embargo, fíjate, papá, en su mirada. Tras las gafas, se adivinan
unos ojos limpios y asombrados. Es Amor lo que mueve a ese hombre
de la sentada, frente a la Cárcel Modelo, a pedir perdón. El perdón por
el perdón, sin condiciones, como lo hizo el Chrestos. Pero acaso el
Mesías, por ser el Mesías, cuando perdonaba, dejaba una raicilla, en el
alma del reo, verde y sana, como el alma de un niño que no ha visto
nunca la calle, y de esa forma quedaba decantada siempre para el lado
bello de las cosas. En los Evangelios no se habla de las recaídas de los
curados.
30
Papá, todo está muy complicado, descontrolado. Al perdón, lo hace
innecesario el amor. Las fuerzas del orden público se ensañan con los
camorristas y éstos con las fuerzas de orden público, y la violencia va
en aumento, como si quisiera la sociedad misma convertirse en un
gigantesco maremoto y mojar y limpiar las orillas de todas las playas.
Lo único cierto es que necesitamos muchos guerrilleros pacíficos,
como este hombre. Tozudo y constante, con cara de niño y el alma
risueña, un poquillo botarate, pero novísima siempre, con la nitidez de
las cañadas del monte, fuerte e insensible a la alabanza, pero mórbida
y blanda al sufrimiento del prójimo. ¡Si pudiéramos transformar a este
planeta en un jardín de Chrestos!
Aunque pensándolo bien, papá, deben haber unos cuantos. Tal vez
le ocurra a ese hombre que ves sentado frente a la Cárcel Modelo de
Barcelona lo que le ocurrió a Jesús de Nazaret. No fue rico, no hizo
daño, predicó amor y caridad, y al ser causa de mofa y escarnio, calló
y sonrió. ¿Ves? Algo así como ha hecho ahora mismo, el hombre de la
sentada que ves leyendo, cuando ha pasado ese chistoso y le ha
gritado desde el coche: «¡Eh, que se te va a pelar el trasero de tanto
esperar el perdón de los pecados!»
31
LA VISIÓN
Era un día frío y lúgubre del yermo enero. Iba paseando ya, en tu
compañía, caminando cargada, con mi capazo de esparto, lleno de
verduras que cosquilleaban mis pantorrillas. Mis andares tenían la
perífrasis de los pasos del borracho. Estaba todo tan solitario, tan gris,
tan umbrío, que me paré, y me puse a mirar con insistencia, arriba.
No sé por qué, ¡arriba, arriba!
Distinguí de pronto a la pequeña iglesia, su campanario gótico, el
palomar, y al final, estilizada y punzante, la aguja. Y de ésta, el
esfumato. Papá, tan bien se veía el esfumato, que más tangible me
pareció éste que la iglesia, el palomar y el campanario.
¿Quisiste hacerme un nuevo truco de magia?
32
MONOTONÍA
En un día como hoy, quiero ceñir al mundo de maldiciones. Deseo
nadar en pozos negros y redondos, sin sirenas. En un día como hoy,
ansío beber en albas nuevas y ser el taumaturgo de listas inmensas, de
tacos eficaces, o sentirme el ombú más solo y sin fruto de la pampa.
Quiero en mis manos todo el digital del mundo, pero llevo
agarrados dos capazos y su esparto araña mis piernas, abriendo cauces
de sal cristalizada, me siento como un dosalbo que anda solo y un
punto herido. Tengo los brazos largos, soy un simio, no avanzo por las
ramas, porque la humedad diurna me anquilosa el pensamiento.
Estoy soltando palabras como espumas secas, que se tornan
vergajos de vitriolo, mas el aire hechizado a contraluz vuelve almíbar
el látigo de mi voz inútil.
No puedo impedir, ni a pecho descubierto, ni con platínica
armadura, ni con cristal blindado, ni loriga alguna, que crezca, como
crece y me acompañe, esta cruz, a lo largo de mi vida, igual a todas,
igual a siempre, brillante por el barniz del tiempo y con el peso de la
monotonía.
33
EL ÁRBOL DE CARAMELOS
Este año, los niños del pueblo se van a quedar sin los caramelos de
tu árbol. Tal vez, si hubieras intentado, otra vez más este verano, la
pantomima, al ser ya más creciditos, se hubieran percatado de que no
existe tal árbol, ni siquiera en tu patio, del mismo modo que perciben
que las barbas de Papa Noel son de algodón. Y tal y como eras, papá,
eso te hubiera dolido. Hubieras dicho: «Estos niños, están perdiendo
ya la inocencia». ¡Como si inocencia fuera pensar en un árbol, que
en lugar de frutos da caramelos!
La pequeña Luci me dicen que lloró cuando le dijeron que habías
muerto. Era ella una de las que más disfrutaba de tu árbol. Pero yo, y
ella, y tú, sabemos que cuando lloró no era por los caramelos. Está
muy crecida, ha dado un gran estirón y le han puesto gafitas. Entra en
casa con su perro y se sienta en un rincón de la escalera, cerca de tu
dormitorio, a leer tebeos. Viéndola, me doy cuenta de que es una niña
muy seria. Sin embargo, yo la recuerdo el verano pasado, riendo en el
patio y buscando caramelos por entre las ramas de salvia. Por si acaso,
no le pregunto nada, pero la niña ya no sale al patio, prefiere quedarse
en casa leyendo o pintando. Es curioso, papá, que a pesar de todo
sigue viniendo a diario, y a veces es verdad que la pobre te debe echar
en falta, pues nadie la ve, a pesar de sus largas y espesas trenzas de
color miel. ¡Está tan callada!
Será que va creciendo…
34
¡SI SE PUDIERA!
Si yo pudiera hacerte regresar del cielo albiverde, del limen
patrístico; no como celeste criatura nueva, con nitidez de espejo en tus
pupilas, sino, como tú eras, limitado y cierto, con el sello de azurita
entre los dedos y aquel reír tan tuyo, a cantazos blancos.
Si quisieras venir, un rato solo, cuando la albura lavase la postrer
estrella y te sentaras en el sillón de siempre, en tu rincón, entornados
los ojos por el humo, el aliento oloroso de cigarros y el pecho
ruidoso..., me darías tiempo, si callases, a explicarte de qué forma tan
lisa te he querido.
¡No me digas en qué esfera ahora te mueves! ¡Que me urge hablar
primero de lo mío!
Si vinieras, te exigiría, ¡no hables!
Te explicaría, en el lapsus concedido, en qué manera lamento no
haber aprovechado el tiempo, en que tu vida y mi vida coincidieron.
35
LOS TACITURNOS
Desde que vivo en Barcelona, perdida en este maremágnum de
gente, me siento cada día más taciturna. A veces pienso que, como
Rosalía de Castro, yo debo estar triste, siempre triste. Sin embargo, no
me ocurría esto cuando paseaba por la Alcaicería de Granada o por su
Alhambra. Pero aquí, es el caso que ando por esas calles y andenes y
veo muchos ojos, como imagino que han de ver, los demás, los míos.
Hay cantidad de gente taciturna, con los ojos absortos en su yo. En
muchas ocasiones, sin motivo aparente, he sonreído a cualquiera que
se ha cruzado en mi camino, pero no me ha visto... o es que yo no he
sonreído. Estoy tan triste aquí, en esta inmensa caja gris, como un
grillo encerrado, afanoso en subir las paredes resbaladizas y que,
desesperado en su búsqueda de libertad, no ve a los millones de
grillos que como él, frenéticos en su canto de cuchillos afilados,
buscan la salida.
Sólo los niños parecen contentos, son los únicos que parecen
conservar chiribitas en la mirada. Por eso, papá, de un tiempo a esta
parte, me pasa lo que a ti. Cuando veo a un chiquillo llorando, siento
un desgarro por dentro y hasta tal punto, que me resulta insufrible, y
me acerco a él, con carantoñas y caricaturas, y como a ti, nunca me
fallan, ya sea por la perplejidad del llorón, ya sea porque el
personajillo presiente mi interés y mi deseo ferviente de que acabe su
pena.
Se tiene demasiado tiempo para ser adulto, papá. La niñez pasa
rápida, como la vida, y las bocas se vuelven en seguida amargas, y las
encías gotean, igual que el corazón.
Pero en esta ciudad variopinta, mediterránea, se aprietan, se
acongojan, más taciturnos que en ninguna otra. Quizá sea por falta de
espacio, tal vez sea su densidad de población, su promiscuidad; no sé,
pero la calle está llena de taciturnos.
A lo peor, la taciturna, la verdaderamente taciturna, soy yo. Puede
que sea eso, papá.
36
Y UN BUEN DÍA
Tengo, en los cristales, el mismo color del revisor. Ese color de
boina gris que se lleva, sin ruido, el viento. Mis párpados son como
todos: grises como los gabanes, como el tiempo, como un periódico
que alguien dobla a lo lejos.
La mirada de los otros, cansada y uniformemente acelerada, es la
mía, a su misma altura y con la expresión de la merluza cantábrica.
Los bostezos van al son del traqueteo. ¡Cuánto pienso, papá, en este
trayecto diario del metro!
He cerrado los ojos para verme otra vez con las uñas rosas, la piel
rosa, los días rosas y en mis encías rosas, la vida, sonriendo
rosamente.
¡No sé qué hacer con treinta y tres años baldíos!
En la vida, hay que saber despertarse más temprano. Cuanto antes,
mejor. Menos amargo el trago; menor cantidad de días sorbidos.
… Encontrarse de pronto, bizarramente sola, perpleja ante la copa
por beber.
… Tanto trastorno junto para una sola...
¡No sé qué hacer con treinta y tres años baldíos! Tal vez me los
crucifique.
Papá. ¿A qué apretarse las manos en esta peregrinación? ¿Cuál el
objeto? ¿Con qué sentido?
Mi asombro ante mí, por dentro.
El asombro de mi asombro. ¿Entenderé, vacía la copa, cómo he ido
muriendo cada día?
Toda mi edad creyendo en todo; adorando, sin preguntar, al latido,
al calor, las intemperies, los problemas, estulticias y hasta el andar sin
rumbo de este mundo. ¡Todo, por ser, tenía sentido!
Y de pronto, un buen día, me sacuden, me despiertan. Frotándome
los ojos, miro a un lado. Veo una talega con mi nombre. Me pertenece.
Está la mitad vacía..., pero ¡ya está el morral medio lleno!
Y lloro. Lloro como un niño caliente, sentado al borde de la cama,
llamando a voces a quien le ha despertado.
37
CURIA DE ESPAÑA, ¡MANOLA!
Siempre que pienso en la Curia, se me ocurre hacerlo con la
tonadilla pegadiza del cuplé castizo «Dama de España, Manola».
Mis motivos tengo, es que, entre nosotros, ¡sudamos tinta china
con la Curia, papá! Lo malo es que tú siempre fuiste sumiso a todo.
Ahora las cosas han cambiado mucho. Las separaciones legales son
mucho más rápidas. A los curas, se les deja un poco al margen, porque
la gente se suele casar civilmente. Por otro lado, aunque te duela, ¡si
hubiéramos tenido dinero…!
Pero hace doce años, ¡qué mal lo llegamos a pasar!
Recuerdo un verano abrasador, en que se me obligó a ir cada
mañana, mientras soñaba en la playa, al Palacio Episcopal, porque el
secretario que llevaba la separación de Maite tenía mucho trabajo, y
no podía soportar el calor. (Se subía la sotana, abriendo las piernas,
para abanicarse cómodamente la panza.) Yo por entonces comenzaba a
tener nociones mecanográficas, y en vuestro afán de que acabaran las
penalidades de mi hermana, allá que me iba yo, con mi rebequilla de
estambre, que me ponía en el mismísimo quicio de la puerta, porque el
curial dijo que, con los brazos al aire, era una injuria atravesar aquel
recinto sagrado.
Yo no lo veía en absoluto sagrado, papá, lo confieso. ¡Qué follón!
¡Qué tinglado! ¡Qué curia!
La separación de Maite duró dos o tres años, no recuerdo, pero os
envejecieron a mamá y a ti veinte o treinta..., y ¿sabes cuál era el
único motivo de la tardanza? No era el afán de unir a un matrimonio,
no eran los pobres hijos que quedaban sin padre, no era el respeto a un
sacramento. Da risa, pero yo lo he vivido. Era, simplemente, la
incomparable, inconfesable y apoltronada gandulería del cura
secretario, que llevaba el Negociado de las Separaciones
Matrimoniales.
38
BEATRIZ
Beatriz me ayudaba en la difícil tarea de la vida.
Es ella, con sus palabras a medias, y sus manitas, quien me apoya.
Su debilidad me envalentona, me hace fuerte. Sus pasitos vacilantes
marcan mi marcha, haciéndola firme y decidida. ¿Lo entiendes,
verdad?
¡Si vieras qué mal criada la tengo! Apenas la conociste, está ahora
preciosa. Fuerte, robusta, de carnes prietas. Soy golosa de ella. Tiene
siempre los carrillos rojos de mis mordiscos. Es pacífica, bobalicona,
torpe de palabras y ademanes, lenta e insegura, pero cariñosa como un
cachorrillo. Le gusta el roce y las caricias. Con ella comparto mis
melancolías; con sus ojos, columpio los míos, en la risa.
Sencillamente: es mi juguete. Ahora es el colchón blando de mi
mente. Basta su mano helada y roja de invierno, perdida y encogida en
la mía, y su naricilla amoratada sobresaliendo de su caperuza, para
que olvide el peso del cesto de la compra y el peso, todavía más duro,
de cada día.
Es mi juguete, papá, es el peluche de siempre. Mañana pensaré en
ella seriamente, cuando empiece a ser una personita. Ahora déjame
que la disfrute.
39
NOCHEBUENA
Tu zambomba sonaba, pujo - pujo - pujo - pujo - pujo. Lo peor es
que no la tenías, y con la mímica y con tu pujo, nos dabas la noche a
todos, riéndote a carcajadas de nuestras rabias.
Hace dos nochebuenas, nos enseñaste el recorte de un diario, que
guardabas, pegado con papel de celo, tan sobado y releído estaba. Una
vez más, escuchábamos pacientemente su lectura íntegra. Hoy, tengo
aquí el recorte, y oigo tu voz leyendo con gracejo andaluz:
«Pos eto era una ves, que etaban un día con musísimo frío, la Vinge
y Zan Hocé, en zu caza, y un zeñó con musa barba y musa narise, y
mucho cojone, va y le dise, dise: Oí utede, que dise mi zeñó Emperaó,
que ca uno vaya ar pueblo onde ha nasío, pa empadronase, y too lo
chavea que andaban trá er tío, armando patulea, desían de mu mar
talante ¡vaya tío prezumío! y mucha má coza má. Entonse la Vinge
dijo con una vo mu flojilla: Güeno, po iremo pa yá, Hozé, hijo, qué le
vamo a hasé; anda que ya e mu tarde. Y piyaron un cacho pan y un
borriquiyo y se jueron pa Belén, pero ya que yegaron ar pueblo, naide
los quería meté en zu caza, ni en la fonda ni ná, y aluego ensima, se
metían con eyo, porque eran mu probeticos, lo probe. Entonse, dijeron
de irce lo do juntico a una cueva mu desgrasiaita y yena de bicho y
telaraña, que estaba un poquito lejo, y como la Vinge era una mujé mu
curioza y mu limpízima, se puso a barré la choza y a quitá toa la
telaraña. Y ar zoná la dose de la noche, er Verbo se hiso canne, pa viví
con too nozotro y la Vinge empesó a desí mu llena de alegría: Ozú,
Hocé, que guapiyo é, ya ha nasío er Niño Dio, cucha, Hocé, cómo
yora probestio mío. Y aluego depué, jueron pa yá, too lo pastore y lo
Reye Mago de Oriente y dieron ar Ñiño mucho bezo y lo dejaron too
babeao y le ofresieron mucha cosa güena y por ezo too nozotro
comemo también mucha cosa güena y cantamo y jaleamo con la
Parma».
¿Es posible, papá, que hasta este relato te emocionase?
40
SOLDADITOS DE PLOMO
¿Te acuerdas de nuestra larga época de las vacas flacas? Fue
cuando los tres empezamos a crecer y los colegios a subir y a subir las
cuentas mensuales. La calefacción con cascarilla de avellana, que no
aparecía en todo el invierno; los libros, que había que comprar en el
colegio; los uniformes de diario, de gala, el velo largo, el sombrero, el
uniforme de verano, el de gimnasia. Pocholo, en el colegio de los
Hermanos de la Salle, empezaba a gastar fuerte, y yaya, era otra boca
más en casa. Dejaste de ser profesor de futuros alféreces, por no sé
qué ley del B.O.E. y, en fin, te pusiste a hacer soldaditos de plomo.
«Papá, factótum.»
La cosa era sencilla y nos divertía enormemente a los tres. Se
trataba de fundir plomo, con el consiguiente peligro, meterlo en unos
moldes y dejarlo enfriar. De allí salían unos pequeños hombrecillos, a
los que había que limar y limar, hasta lograr unas impecables
cartucheras, un mosquetón perfecto, un casco y unas botas dignas de
un soldado en formación, Luego, con diminutos pinceles, pintabas,
mirando a través de una gran bombilla, los ojos, la cara, las correas, el
machete, etc. Así, hasta lograr una compañía, con su capitán, su cabo
primera y toda la formación perfecta, que introducías en unas cajitas,
como de zapatitos pequeños, y te ibas con la muestra bajo el brazo,
vestido de paisano, para no «afrentar tu uniforme, entonces de
comandante», a venderlos por los bazares.
Esto nunca se comentó en casa; todo se llevaba de incógnito. Tu
prestigio social, en los años cincuenta, hubiera ido rebotando como
una pelota rota en la escalera. Pero tus hijos íbamos a los mejores
colegios. Los de las monjas y los hermanos.
¡Qué de recuerdos agolpados va para siempre!
41
OTRO HIJO
Papá, hace viento y se nos ha hecho tarde; quedémonos, pues, en
casa. ¿Oyes crujir las ramas? Las hojas barren la calle. ¡Qué pronto
anochece ahora! Los días acortan y las noches son interminables. En
estas horas de oscuridad, me pongo a pensar en la posibilidad de tener
otro hijo: un bebé juguetón y tierno, que alegre las tardes frías y
desangeladas del invierno y llene de compañía y de palmitas las
soledades.
Pero algo me retiene. Esta vez no vería tus lágrimas, esas
interminables y silenciosas lágrimas de alegría, junto a la cabecera de
mi cama, junto a la canastilla perfumada del bebé. Eso me entristece y
me desalienta. ¿Te importa tener más nietos?
¡Qué guapos están todos ahora, papá! Los de Maite ya son unos
mozos; Silvia es una mujer bellísima y Chete un hombretón fuerte.
Alfredo y Diego son preciosos, y mis hijas, papá..., ¿qué puedo decirte
de mis hijas?
Si pudiera tener la certeza de que tu mano, como una pluma
invisible, iba a rozar de vez en cuando la pelusilla suave de mi bebé...
Si supiera que el aire que meciese el moisés iba a ser el de tus
nanas...
Papá, hoy no tengo ganas de salir a pasear. El día es tan corto, y tú
estás tan callado.
42
LA PRIMERA MUERTE
En el fondo, papá, lo terrible, lo que en realidad no te perdono, es
que has sido la primera muerte: mi primera muerte. En los días como
hoy del invierno, altos y grises, lentos e iguales, te me vienes, como
un molinillo de papel, a la cabeza, girando por tu mismo soplido.
Salgo, cuando ya el agobio y la pena me son insufribles, a la ventana,
para ver la calle, entontecida por mis propias aspas. De mi vida,
náusea continua, al trabajo, y con él, tú. Pero has muerto.
La muerte de las dos yayas no ha sido una muerte para mí. Una
tenía ochenta y seis años, y la otra, tu madre, apenas si la conocimos,
ni mis hermanos ni yo. Es sólo un recuerdo borroso de la niñez. Una
anciana que pasó unos días con nosotros y que luego se la llevó el
tren, alejándola para siempre de nuestro lado, con un silbido cuajado
de lágrimas.
Papá, yo nunca he visto a nadie con unas lágrimas tan grandes
como las tuyas. Te resbalaban por la cara pequeña y afilada, y
llegaban intactas a la solapa de tu guerrera, rodando alguna, hasta las
baldosas, como una gota de sudor, espesa y densa. Y muchas; siempre
salían de tus ojos muchas lágrimas seguidas; salían sin previo aviso, a
borbotones, sin que de la garganta se oyera un solo quejido. Sólo tus
ojos avisaban la pena. Tus ojos y tu silencio.
Pero yo estaba acostumbrada. Igual le ocurre a Patricia cuando me
ve llorar e interrumpe tranquilamente su juego con las muñecas, para
levantar la vista y preguntarme, ¿qué vais a hacer con los vestidos del
Ito, si son tan altos?
En los días como hoy, en que el cielo es una interminable
gabardina, salgo a la ventana a respirar y en los patios, en la ropa
tendida, en los andamios, en la humedad, me doy cuenta de que te has
muerto, muerto, muerto. Irremisiblemente muerto.
Mi diálogo contigo es en esas ocasiones desesperanzador, porque
tiene el color de las piedras y su misma frialdad, y todo se transforma
en una meditación sin terminar, sin paz, sin conclusión.
43
Y, sin embargo, no puedo evitar, precisamente en los días así,
pensar que eres aún la base y el fuste de casa. Nosotros, los que te
lloramos, la cornisa de yeso que pronto se deshace, pero tú, lo
perecedero. Es tal vez una ilusión, una terapia de mi propia mente, una
tabla de salvación a la que me agarro con las uñas, para no hundirme
definitivamente.
Porque..., papá. En esos levísimos segundos, en que pienso que no
estás, que ya no eres, sino en mi recuerdo, es apremiante la necesidad
que tengo de descansar verdaderamente, sin medida, en noche
verdadera, como una piedra fría. Es tanta la angustia que siento por
descansar, de todo el rodar de este mundo, de todo el hablar de veras
de este mundo, que me atemorizo de que más allá de la muerte no
haya descanso definitivo, que no sea muerte cierta y para siempre: que
no sea el fin. En días así como hoy, estoy tan agotada que la muerte es
remisión y no deseo tras ella la paz eterna o el bienestar, ni el
comienzo de otra vida mejor, sino la muerte; sobre mí la tierra.
El cielo baja con toda la carga del húmedo febrero a mis pupilas y
en la densidad del silencio de este domingo, en los inalterables trozos
de tiempo, que pasan, pienso que para siempre duermes, y no te
encuentro.
¡Y yo que deseo saber de ti, cuál es tu suerte, y en qué brecha del
cielo estás cavando!
44
EL DIENTE
Papá, hoy a Patricia se le ha caído su primer diente. Ha sido toda
una odisea. Figúrate lo cobardica que yo soy, y ella, hasta donde tú la
pudiste conocer; pues ¡se lo he arrancado yo! Hacía días que se le
movía en la boca como un minúsculo badajo de marfil,
desacompasado. La he sentado sobre mis rodillas y, atándole
fuertemente un hilo a la raíz del dientecillo, he tirado varias veces de
él, pero con tan poco tiento, que se me venía el hilo, únicamente. Por
fin, el diente ha salido de estampida y con tanta furia que se ha
escapado del hilo y ha sido empresa difícil encontrarlo. En el nuevo
piso, tenemos los suelos negros con motas blancas; imagina pues. Se
ha tenido que barrer la habitación. Patricia, muy entusiasmada,
buscaba con una linterna bajo las camas y gritaba, muy poco
oportunamente, por cierto, que en lugar de un diente estaba
encontrando mucha borrilla. El diente, apareció en el pasillo.
Ahora, con su mano bajo la almohada, Patricia duerme soñando
infinidad de cosas sobre los dientes, las raíces y el ratón Pérez.
Ya todo en paz, me han dado ganas de hablar contigo. En cada una
de mis experiencias, te voy dando las gracias. ¡Qué de tonterías hacías
y hago yo ahora! Y, no sé, no sé, papá, si eso es bueno o es malo,
porque pensar ahora en ello me causa una pena infinita.
También yo le escribiré una carta de parte del ratón Pérez,
diciéndole que debe ser más buena, pues ya es una mujercita a la que
se le caen los dientes. También ella se acordará, espero, cuando sea
mayor, y tenga hijos.
Me da pena pensar que te estás perdiendo los pasitos que en esta
vida dan tus nietos. ¡Si vieras a la pequeña Beatriz!
Anda, acompáñame a pasear.
45
ELATROPELLO
Hoy he visto cómo atropellaban a una niña, causándole la muerte
instantánea. Ha sido en la Avenida de la República Argentina. Llevaba
la niña un álbum de cromos en la mano. El chirrido del frenazo ha
sido agudo, interminable, agarrado al suelo, hasta que un golpe seco, e
inconfundible, lo ha callado. Tenía la niña siete u ocho años. He
mirado a lo alto y la he visto, en volandas, como un muñeco de trapo,
con las braguitas y las enaguas al aire y el álbum, desperdigado. Me
dicen que su madre se ha vuelto loca.
Qué pena, papá, que esa nena haya vivido en los tiempos del
asfalto, entre autos, humos, luces. Qué casualidad que pasara en ese
mismo momento y entre todas esas cosas.
¿Quién no ha querido que muriera, revolcándose en los prados,
sorteando riachuelos, hiriéndose en los zarzales, o astillándose los
labios, por culpa de espigas secas?
Qué casualidad el segundo en que llegó a este mundo y el del
último suspiro, y el instante en que cruzaba la calle, cuando pasaba el
coche grande. Casualidad, ¡yo miraba! ¡Qué casualidad maldita!
Papá, si la vida de esa niña ha sido casualidad. Casualidad es la
mía, y las montañas y tú, y este eterno girar. Casualidad los sistemas,
casualidad es pensar.
¡Padre, padre, a veces qué callado estás!
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EL SORDOMUDO
Fuera del parque, por el que paseamos a diario, está la anonadante,
la heterogénea, la azacanada ciudad de Barcelona. Fíjate en ese ir y
venir de gentes amalgamadas, mezcladas, con una lucha común, que
tú ya no tienes: la prisa. Sacar tiempo del tiempo; correr sin descanso,
para llegar antes que él y encontrarse de pronto con la certeza y el
desánimo de saber que se ha perdido la batalla. Observa esas
ambulancias que circulan a pleno pulmón, furiosas de no poder
circular. Mira esos coches europeos, casi siempre alemanes, con un
perro dentro, generalmente un gran danés o un San Bernardo, de ojos
tristones como los del chófer que los pasea. Mira, también hay
mendigos y gitanas, con un canijo crío, tirando de la teta seca y
pellejosa. Fíjate en esa boca de Metro. Dos indios de ojos trasparentes
y plácidos, parecen ausentes. ¡Qué iluminación hay en las calles! Y al
final de todo, sobre todo, siempre esa sensación de codazos, de
zancadillas, de agotamiento, de haber andado abriéndose paso,
descorriendo el aire. Es asombrosa, ¿no es cierto, papá?
Te contaré una cosa que me ocurrió ayer, aquí, entre esta misma
tropelía de vehículos, parados ante el semáforo. Vi de pronto unos ojos
callados, mudos, grandes como mares, infinitos y enigmáticos como el
firmamento, cuando uno se percata de él y lo descubre, que me
miraron de frente, que se posaron en el rímel de mis pestañas y me
obligaron a pararme en el centro de la calle, como si de ellos saliera
una mano de hierro y una voz poderosa. Me acordé de ti: el miedo, la
alegría, el asombro, la incertidumbre, la paz; todo me recuerda a ti.
No sé exactamente ahora qué aspecto tenía, ni si era un mendigo, o
un niño bien vestido y limpio; ya ves, no puedo recordar tan siquiera
el color de sus ojos, y, sin embargo, fueron ellos los que me
petrificaron. En su mano, una tarjeta con una frase impresa decía:
«Soy sordomudo. Si compra un lote de loción, doscientas pesetas;
contribuirá a ayudar a los niños como yo. Gracias. Escuela de
Sordomudos».
47
Por un momento, todo quedó suspendido en el tiempo y yo estuve
aislada con él. Sorda, muda como él. Los ruidos, los escaparates, los
coches; todo pasaba ante mí, sin percatarme, sin oírlos. Papá, éramos
dos sordomudos, y no apartábamos los ojos uno del otro. Entré en el
mundo del silencio y creí comprender su lenguaje: el de los ojos. Esta
plaza se llenó al instante de ojos como almas, angustiosos, felices,
tranquilos, inocentes, vociferantes. Lo demás, el tráfico, los zapatos
taconeando en el asfalto, no existía. Todo quedó dicho entre nosotros
en un momento.
Abrí el bolso para comprarle una loción; aún me sentía aturdida,
como acabada de despertar de un largo sueño. Me subió un regusto
amargo desde el estómago a la lengua. Llevaba miles de chucherías en
el bolso, ya sabes lo desordenada que soy, pero no llevaba doscientas
pesetas. Le enseñé mi bolso, pero ya estábamos en mundos distintos.
Le abrí las manos, así, vacías, en un último esfuerzo de impotencia,
pero temo que mi gesto resultase teatral. Su mirada fue fría y aguda
como el acero de una cimitarra.
Le escribí mi dirección completa en un papel y se la di. En casa
podré comprarle todos los lotes que lleve en su cartera.
Desde ayer, cada vez que llaman a la puerta, corro a ver quién es,
siempre cerciorándome por la mirilla. Espero, desesperanzada, al niño
sordomudo que me sumergió, durante un instante de silencio, en un
mundo de paz. Quiero aprender su calma, pero no viene. Ya no
vendrá.
Más allá del parque por el que paseamos, papá, está Barcelona, una
gran ciudad muy complicada. Tiene muchas cosas buenas y muchas
malas. Pero dime, papá, ¿no es cierto que aunque todo fuera malo,
pecaminoso y podrido, aunque sólo estuviera poblada de gente de
mala catadura, bastarían al buen Dios ese par de ojos mudos e
inocentes, para nivelar la balanza de la ciudad, hacia el lado de los
haberes?
48
LA CEREMONIA
Por las noches, cuando acuesto a Patricia, hacemos las dos una
verdadera ceremonia. Mientras la desnudo, siento día a día su
cuerpecillo caliente crecer bajo el uniforme y veo sus pies pequeños,
ennegrecidos por el sudor del juego y el calcetín, y sus nalgas ateridas
y duras; mientras le voy quitando una a una las prendas y palpo su
carnecilla y muerdo sus rinconcillos, voy preguntando guasona:
—¿A quién quieres tú, mi vida?
«A mamá» (con la vocecilla tierna).
—Y... ¿hasta dónde?
«Hasta los pajaritos».
Este curso ha crecido un poco más. Los pajaritos, ya sabe que
también se llaman aves. No le parecen tan altos, no los ve tan
importantes, y me contesta deprisa, con voz de marimandona,
«Hasta el cielo, mamaíta».
… Patricia, hijita mía, cuando tengas veinte años, ¿hasta dónde me
querrás?
49
LA JURA DE BANDERA
Sentémonos aquí, estoy cansada de caminar. Hoy he estado
mirando las fotografías que hay amontonadas en el armario
empotrado, dentro de una bacineta antigua. Éramos niños, y tú tan
fuerte, como es ahora José Luis. Una de esas fotos me la he quedado,
la he robado al patrimonio familiar. Estás de uniforme de gala, con el
sable, los guantes impecables, blancos, y tu estatura imponente,
hablando frente a frente, a los soldados.
¿Recuerdas aquella jura de bandera?
Has tomado muchas juras, a lo largo de tu carrera militar, pero ésa,
especialmente, quedó grabada en mí. Alguna vez lo hemos comentado
en casa, pero creo que a ti no se te dijo nunca. Verás: yo estaba entre el
público, oyéndote hablar, por el micrófono, a esos cientos y cientos de
«soldadicos», como tú decías. Sabía que la frase siguiente iba a ser:
«Soldados, sed dignos cachorros de la madre Patria», porque te había
oído preparar el discurso en casa. Esa frase me gustaba, la decías con
énfasis y sentimiento. Pues bien, cuando ya iban a sonar en mis oídos
esas palabras, saltó un señor y dijo en voz baja, pero lo
suficientemente alta, para que yo la oyese: «Acaba ya, chalao, que nos
morimos de calor».
La verdad, papá, no comprendo cómo resistías con aquellas botas
hasta la rodilla y la gorra puesta, hablando bajo un sol de justicia. El
caso fue que no pude oír lo de los cachorros, y en su lugar advertí que
te llamaba «chalao». El resto, lo puedes imaginar. Con la sangre
caliente que tenemos todos los de casa, y que tanto nos recriminabas,
armé un sarao de campeonato. Lo dejé como unos zorros, creo que me
ensañé.
Mas d'Enrich, el campamento militar donde tenían lugar las juras
de bandera y las maniobras, sigue teniendo olor de resina y de pinos.
¡Qué bien respirabas entonces, papá, y cómo se movía la bandera!
¡Qué grande eras, papá, para una niña!
50
RECUERDO FLORIDO
Había un vals, un precioso vals, allá por los años cincuenta, muy en
boga, que se titulaba Recuerdo Florido. Yo no sé qué recuerdo os
traería a mamá y a ti, pero hicierais lo que hicierais, en cuanto la radio
anunciaba su melodía, lo dejabais todo, tú en el despacho, mamá en la
cocina, y os poníais a bailar como chiquillos.
Tenía mamá, por entonces, una bata larga, roja, brillante y
vaporosa, que le iba muy bien a su pelo negro y su tez pálida,
haciéndola, en su amplitud, más esbelta. Solía, ella, sujetarla con la
mano, y tú, con las piernas zancudas, dabas vueltas, con mamá en
brazos, por el pasillo vacío de nuestro pabellón espacioso. La yaya
miraba desaprobatoriamente vuestra falta de formalidad, y nosotros,
los tres, acostumbrados a esa falta, mirábamos, extasiados, el vuelo
rojo de mamá y tus zapatos negros acharolados.
Un día, el vals dejó de oírse. O quizá lo oíais, y ya no os traía
recuerdo alguno. O simplemente, se cambió la radio por la televisión.
No sé, no tiene excesiva importancia. Lo verdaderamente curioso es
que, al cabo de tantos años, lo recuerde yo, tan perfectamente
registrado en la memoria, teniendo en cuenta que es una cosa de la que
jamás se habló en casa.
Nunca ya he vuelto a oír ese vals, pero recuerdo su música, su
suave melodía, como un recuerdo florido, tal vez como un sueño.
51
ELUCUBRACIONES
Papá, me gusta escribir. Quisiera acertar a plasmar en el papel todo
lo que llevo siempre, esos pensamientos que a veces me sorprenden a
mí misma, hacia ti y hacia los demás. Pero es difícil, y además se
necesita estar sobrado de tiempo y sentarse en un rincón, sola. Y,
amigo mío, eso con las niñas es imposible.
Hoy me siento zascandil y dispuesta para el ensayo. Pero es
intrincado el sendero del lenguaje. Fíjate: interpretar, por ejemplo, un
paisaje, una fuente, hablar del olor de ozono, cuando ha cesado la
lluvia, sentir un pino caliente, acariciando la piel, percibir en las
encías el zumo de un limonar, de una tapia enmohecida, y todo ello
explicárselo a otro, que lo leerá otro día, en otra parte, cuando tal vez
para mí ya se haya volatilizado el motivo, el paisaje, el sabor. Sin
embargo, soy poeta y me enredo en sutilidades y creo hacer bolillos
con el lenguaje. El instinto crea el ensueño; el conocimiento, lo
destruye.
Pienso que el anacarado del amanecer, el fraguado ocaso y ese
terciopelo del anochecer, sólo se han hecho para mí. Es como otro
órgano de mi cuerpo, que da dimensión al alma. Y es por eso que a
pesar de las risas, de los pañales que lavo, de los suelos que abrillanto
y de los cuentos que invento para embutir las papillas; a pesar de «mis
labores» y hablar como comadreja de la cesta de la compra, mi rincón
de cada noche no me lo quita nadie, ¡ni el lucero del alba!
Con la casa adormecida, tranquila y ordenada, en mi tibio sillón,
cómodamente, como una feliz burguesa, con mi papel y mi pluma,
viajo. Voy escribiendo palabras que luego guardo o que tiro. Pero
nadie en este mundo puede impedir que me solace y con quien me dé
la gana, hable, sueñe y ame.
52
ELACCIDENTE
Hoy, cuando llevaba a las niñas al colegio, haciendo el mismo
recorrido de siempre, en el coche, y en un cruce en el cual teníamos
nosotras la preferencia, se nos ha precipitado un coche encima, a toda
velocidad, embistiéndonos por la parte izquierda, como un toro
brillante y blanco, de metal frío. Han sido unos segundos de gorritos y
carteras, de golpes y vocecillas contra la tapicería del coche, para
acabar de cuajo, ante una viga de hormigón armado, plantada sólo a
diez centímetros del bordillo de la acera.
No he tenido en absoluto miedo. No me da miedo la muerte, es
decir, el momento de la muerte; lo que verdaderamente me aterra es la
enfermedad.
Sin embargo, ahora estoy horrorizada..., si a alguna de las niñas le
hubiera ocurrido algo..., ¿quién soy yo para exponerlas a ningún
peligro?
El preciso instante del accidente es tranquilo, conformado. Es una
espera de instantes, para saber qué vendrá luego. Si el luego no es
nada, es cuando uno se sobrecoge y sobrecoge a los demás, a la
familia, a los amigos.
No tuviste suerte con tu muerte, papá. Una vez más pienso que la
muerte de sopetón es un regalo.
53
... Y ESAS FRASES
Se me vienen a la memoria multitud de frases familiares, tan oídas
y mencionadas entonces, que hoy causan verdadera risa el recordarlas.
Por ejemplo, cuando le explicabas a Pocholo los temidos
problemas de Álgebra, y él, sumergido en las cuerdas de su recién
estrenada guitarra, se ausentaba de tus binomios, de tus incógnitas, y,
viendo tú que no comprendía, por estar divagando distraído, o
sospechando que fuera un poquitillo zoquete, le decías, entre nervios y
disgustado, sacando toda tu voz, de una vez, y asustándonos a todos:
«Pero, Pocholito, hijo mío, por la Virgen del Carmen, ¡coño!».
Oírte eso era un grave y serio asunto. Papá se ponía nervioso y
había que bajar la cabeza a los libros. Hoy, de mayores, ¡qué de
carcajadas al recordarlo!
Otra frase inolvidable, de mi niñez, es la de tu caballista, Antonio.
Era yo un renacuajo larguirucho, y recuerdo a pesar de ello, de él, su
pelo rizado, sus ojos de color zarco, su tez olivácea y su hablar y
gracejo andaluz. Cuando iba a recogernos al colegio, y gozábamos
echando a correr, calle abajo, asustado él, bajo el peso de su
responsabilidad, chillaba sin ningún miramiento: «Sus voi a cojé, y zu
voy a dá un capón, que vai a zortá un gargajo como una manta».
Nosotros corríamos todavía más, con la lengua fuera, repitiéndonos,
«malo, malo, Antonio se enfada y nos va a dar un capón, que nos va a
hacer soltar un gargajo como una manta». Cuando llegábamos a casa,
y preguntábamos al primer adulto que aparecía en el quicio de la
puerta, y que solía ser mamá, cuál era el significado de capón y de
gargajo, se nos respondía disimulando muy mal la risa: «Nada, niños,
nada, cosas de Antonio».
En casa, cuando había algo feo, no sé por qué tenía que ser
precisamente «más feo que las narices del barquero». ¿Qué le pasaba
al barquero y a sus narices, papá, que siempre estaban en la punta de
la lengua de mamá?
54
Y un año, un siniestro año, en que sacamos más suspensos o
«medianos», como tú decías, de los previstos, y que a fuerza de
sudores logramos salvar en septiembre, pasaste el primer trimestre del
curso siguiente, mis hermanos dan fe, diciéndonos, cada vez que
entrabas en el despacho a vigilarnos, o a coger cualquier libro: «Os
digo de verdad que este curso se os va a hacer de noche». Finalmente,
cuando abrías la boca, los tres, al unísono, decíamos, mirándote entre
los cuadernos, «este curso se os va a hacer de noche», causando tu
hilaridad, y poniendo fin, por consiguiente, a tu archisabida frase.
Y esas frases, a veces de militarote de caballería, ¿papá, a quién
sino a ti se le ocurre decir a la madre superiora del colegio, delante de
las avergonzadas hijas de María, que entonces eran tus hijas y de sus
amigas, que el tobogán que había en el jardín debiera de llamarse El
Rompebragas? Gracias a eso, pasamos un mes sin dirigirnos la
mirada, ni la madre superiora a nosotras ni, por supuesto, nosotras a la
madre superiora.
También, ¡mira que tu manía de no querer pronunciar como era
debido ningún vocablo nuevo que se introdujese en la conversación!
Sólo castellano, rancio y árido castellano de Castilla. Jamás dijiste
boite, ni cocktail, ni siquiera pronunciaste Marlene Dietrich como
todo el mundo. Te recreabas en los fonemas, y nos mirabas embobado,
ante nuestras correcciones, diciéndonos, después de fingir escucharnos
con la boca abierta: «Pero ¡qué imbéciles sois, hijas mías!».
55
LOS REYES MAGOS
Tú has sido los tres reyes, viejo amigo. Tú, Melchor, Gaspar y
Baltasar. Eras el olor de azufre, los pajes, la cabalgata, el ambiente, los
temores y los propósitos de enmendarnos.
Tuyas las cartas, con los regalos, llenas de cariñosas reprimendas.
Tuyos los apotegmas, las advertencias. ¿Quién bebía de las tres copas
de aguardiente? ¿Quién traía montones de paja, para comer los
caballos, cansados desde el Oriente? Salpicadas por la noche, como un
fantasma muy rico, las baldosas del salón, de lentejuelas, y a la
mañana siguiente, sorprendido, decías: «se ha descascarillado alguna
corona».
Mas ahora ¿dónde juegas?, ¿qué larga cola te guía?
Relinchará tu caballo por las crestas de los montes, y, como un
solitario exea, seguido de mil camellos, cargados de golosinas,
juguetes y trajecillos, irás buscando en las chozas, donde no haya
zapatitos, a los niños pequeñitos que no han escrito a los reyes, e irás
dejando de noche regalos y bendiciones.
56
LOS LADRONES
Han llegado de improviso, como endriagos silenciosos. Nadie los
ha percibido, pero todo, en el piso, ha sido una eclosión de fantasmas
sigilosos. Hemos pasado revista a la casa. Sus contornos eran
fantasmagóricos y todo tenía una actitud de fuga y evasión.
Todo ha sido memorizado en nuestras cabezas, que han trabajado
afanosas, por unos momentos; como una urdimbre, hemos puesto
nuestros hilos en orden, para tejer la casa, como antes. Allí las
porcelanas; aquí, la plata, los jarrones, los abrigos. Pero hemos sabido
que la ganzúa hábil, como un fálico relámpago, ha violado la casa.
Fuera, en la calle, el mismo celaje, en casa las mismas paredes
inmóviles y blancas, todo igual, excepto un hueco. El de la cajita roja
de piel de becerro. Esa caja que hace tantos años guardo en mi
tocador, que llevo en mis viajes. El estuche siniestro y prohibido para
mis hijas. La caja que huele a pañuelos de seda, guantes de piel,
tarjetas de visita, y a recuerdos. Sólo ahí las manos de los ladrones,
profanadoras y extrañas, han retirado las medallas, las esclavas, mi
alianza y tu sello.
¿Quién llevará ahora, o en qué bolsillo extraño tintineará, junto a
unas llaves, el sello que llevaste en el dedo tanto tiempo?
«¿Cómo te encontraremos
al declinar el día,
si nuestro camino
no es tu camino?»
57
EL PARADO
En el Metro, dirección Tibidabo, en la boca de Padua, un hombre
pobre, sentado, avergonzado y joven, con la cara escondida en las
rodillas y los hombros derrotados, pide dinero.
Sus manos rudas, como de esparto, agrietadas, no de los años, sino
de piedras, de arañazos, de cal y clavos y de morteros. En las uñas,
llenas de oscuridades, cruje la tierra. A su paso, los transeúntes,
apresurados, van echándole algunas monedas, poca cosilla; pero él, ni
tan siquiera mira. Sólo se tapa.
¡Esa es la imagen que pintaría para el desánimo!
Tiene, todavía, el bocadillo, envuelto en un papel aceitoso, de
periódico, y son las nueve de la mañana. ¡Es un parado! ¿Te das
cuenta, papá? ¡Es un parado! Se le nota el estómago, como un
embudo, y el corazón le sale fuera, tan triturado, que a sus ojos
emerge, como dos púas, inyectadas de cansancio y sangre.
No puedo evitar pensar, al verle tan hundido..., si al menos alguien
como él ha sido quien se ha llevado de casa tu sello de oro y mis
esclavas. Si mi pobre ladrón es un parado, ¡qué gran consuelo!
Yo estoy segura, papá, que con tu cara de océano y de aires, con
esa mirada de ola ancha, desde donde vigilas y penetras, has
comprendido por qué le he dicho esta mañana: «Por si te sirve de
algo, hermano, yo te quiero».
Aunque estés tan alto como las águilas, has comprendido por qué y
hasta qué punto soy comunista.
58
FELICIDAD
Mi felicidad no es sencilla. Ambiciono una felicidad, que con el
tiempo me precipite en el tedio, en el abismo infinito del hastío.
Porque cuando yo consiga introducirme en las tinieblas de los pobres
fatigados por el ocio, podré decir, con absoluta seguridad, que antes
fui feliz, y tan sumamente feliz, que pude lograr cansarme de la
felicidad misma.
Así deseo mi felicidad, papá: tan magnífica, que el cielo se trueque
en manzanas de almíbar y las gotas de lluvia sean jugosos granos de
uva y miel seca y el suelo se resquebraje y aparezcan para mí, de las
grutas, gnomos tintineantes de cristal. Y cuando yo sonría, el mundo
mismo habrá de convertirse en una carcajada, que rompa el silencio
exasperante de un planeta lejano, que desconoce la vida, porque no
existe el amor, donde el azul siempre llora, porque no tiene su cielo;
donde el sueño no existe, porque no hay felicidad.
Lechosa felicidad que enturbie la cristalina agua que riega
milenarios olivos. Felicidad tan firme, que arañe los brillantes.
Felicidad tan loca, que rompa las cadenas que unen las montañas de
cinco continentes. Felicidad tan dulce, que borre los limones.
Felicidad tan fiera, que a un solo gesto mío desgarre las entrañas de
los troncos secos. Felicidad, en fin, fluida, que amontone el polvo de
áridos caminos, ascendiendo por el anchuroso espacio, para endurecer
las nubes. Felicidad cromada, que cause vivo enojo al rey de los
colores, el arco iluminado que se apoya flojo en el tapiz húmedo del
gris horizonte.
Así, cuando me halle reposando del cabalgar de esta vida, y las
riendas me conduzcan por el camino seguro que espera a todas las
vidas, recordaré, mientras atizo las hojarascas del parque, la felicidad
que tuve, de la que llegué a cansarme.
59
TAN DE DERECHAS
Me pregunto muy a menudo qué harías si vivieras en estos días y
vieras esa ola de pechos y pubis en los que se ha transformado la calle,
los quioscos, los cines y espectáculos; qué harías, si vieras a
hombrecillos atildados, con un bolso en bandolera y las uñas
perfectamente manicuradas y lacadas, haciendo juego con una sombra
sofisticada en los párpados. O si oyeras, por ejemplo, que Canarias es
reclamada por la Unión de Países Africanos.
Mi pobre papá, tan de derechas, tan franquista. Tú, que pasaste
vuestra famosa guerra del treinta y seis encerrado en diecisiete
cárceles rojas; que nos enseñabas las piernas, llenas de cicatrices, de
pedradas; que fuiste juzgado y condenado a muerte por los
«milicianos» y contestaste altanero, envarando tu imponente
envergadura: «¡Viva Franco!, ¡arriba España!»; tú, que no vacilaste en
dejar a tu mujer y a tu primera hija, para alistarte en la División Azul.
Mi pobre papá, tan de derechas..., ¿intentarías un golpe de Estado?
¿Seguirías defendiendo a ultranza tu ideal?
Te conozco, medio baturro, te conozco. «Basta de libros
comerciales —dirías a los cuatro vientos—. Yo también voy a escribir
el mío, que, como yo, hay muchos otros. No reíros de aquella
juventud, que aún quedan dos terceras partes en España. Si es buena la
libertad, si existe la democracia, partid de cero, y dejadnos en paz,
rumiando nuestras ideas. No le quitéis el valor a mis tres años de
checas».
¿Acierto, papá? Sonríes.
¿Quieres que te demuestre hasta qué punto soy valiente? ¿Lo digo,
papá, lo digo?
¡Viva Franco!, ¡arriba España! Más me vale tu sonrisa, que todas
las burlas juntas.
60
EL JARDINERO
¿Te gustaría pasear hoy, que hace bueno, por el jardín del colegio?
Mira, ése es el jardinero; el de ancho calzón, remangado hasta la
rodilla como un antiguo gregüero y camisa abierta. Enjuta la cara y la
tez rosada, el pelo rizoso, un tanto rojo, parece un San José de palo,
con voz de árbol. En lugar de la carretilla y las grandes tijeras de
podar que lleva siempre a cuestas, debiera llevar una vara de nardo
larga y bíblica. Nadie diría que pasa el día al aire libre, tan blanco y
austero tiene el rostro y recoleta la mirada.
Siempre me habla de su jardín, aunque en realidad es de las
monjas, y yo le escucho arrobada. Es como un hacedor, un pequeño
ordenador de la Naturaleza, entre rejas, que allí guarda. Siempre que
converso con él, me pregunto ¿seremos todos pequeños dioses?
Se queja —como un dios— de que las niñas le estropean las flores,
las pisotean, y que las hojas ya no tienen apenas sonido, y el césped no
es más que un polvo gris, ya decaído. Pero él, a pesar de todo —como
un dios—, no decae. De la mañana a la noche, con la carretilla cargada
de olorosa tierra agujereada de hierba, con las manos gruesas, como si
a otro cuerpo perteneciesen, hace y deshace dulces surcos húmedos,
desuella con las uñas y planta, hasta el cansancio.
Luego, cuando ya no estemos aquí, cuando la noche se esparza a
boleo, e iguale, apagando las flores y las estatuas, todos los colores, se
retirará a su casita, con olor a mimosa y a madera fresca y preparará
nuevos esquejes, que, como candelabros, plantará mañana, para que
hagan más olorosa aquella gruta de la Virgen que ves al fondo.
61
YO
Sólo quiero ser yo, sin más; sin complicaciones, sin estratos
profundos ni detritus amargos, sin sabores ontológicos, sin días
apelmazados en la memoria. Ser yo y basta, sin salmos salvíficos al
cielo ingrave, sin amigos, jugando a ser, mi único motivo y mi
dedicatoria, mi propia aniquilación, consumiendo, con todos mis
sentidos, el cuerpo que me encarcela, en el que vivo, y basta. Fuera las
complicaciones, la catarsis.
¿Qué me importan los espacios, si los puedo contar con mares? Y
el tiempo..., ¿qué es el tiempo, sino la atención repetida, al ruido de
las olas?
Quiero ser yo, sin indagarme, sin búsquedas proustianas. ¡Qué
maravilla! Yo, por suerte, por chiripa. ¡Estar aquí y aprovecharme!
Tener alguna peseta y un solo rayo amarillo, que caliente mis arterias
y mis piernas.
Ander, andar huyendo de almas y de presencias, sin prestar jamás
oído a quien me busque y pida. Si es un rico, querrá ocio; si es un
triste, mi consuelo; si es un débil, mi ánimo; si está luchando, me
pedirá ayuda. ¡Fuera las complicaciones!
Seré yo, como un animalito, con un estreno cada día, sin zozobra,
sin ceñirme a ningún puesto, ni a leyes. Como hubiera sido Emilio, sin
preceptos, sin Sophie, comparable a un niño sólo, sin palabra, sin
llanto, sin sonrisa.
El cabo y el fin de mi cadena, sin padres, sin hermanos, y sin hijos.
62
DIOS, SOBRE TODO
Papá, tantas veces he oído esa breve frase, sin escucharla... Hoy he
prestado atención a las palabras, que salían del matorral seco y
sangriento del corazón de una abuela que ha visto morir a su primer
nieto.
Con la voz mojada, de lágrimas sorbidas por la vergüenza, esa
rareza nuestra que nos oprime los sentimientos del alma y sólo nos
permite llorar, ante nuestros propios y solitarios ojos, me ha dicho,
como colofón a su desventura, como una bendición, no convencida:
«Dios, sobre todo».
Ahora, aquí, en este paseo nuestro, junto a las acacias y bajo los
pinos calientes, envuelta en las redes de tu fosa, respirando tu polvo de
marfil, pienso en Dios, como en un gran almendro, sin flores, cuajado
tan sólo de frases nuestras. Y presiento que tú asientes, como una
pálida piedra que acaricia mi corazón mordido.
¿Tú qué dices?
¿Dios sobre todas las cosas..., sobre estos pinares, sobre las viñas,
por encima de los perseguidores, sobre la vida, sobre ti, sobre ese niño
pequeño y muerto, sobre esa cara extenuada de tristeza, sobre los
grandes y los claros, sobre la orilla? ¿Más alto que la lluvia y que las
llaves de la tierra, más alto que el principio de los brotes… y
generoso?
¿Generoso, por haber creado, por dejar que en cada estación todo
muera y multiplique, y se hable de él, como un acertijo?
Esta frase no es más que el final de un monólogo fugitivo y sin
sentido. Uno acaba diciéndose a sí mismo, cuando el silencio es
desencanto, que como un alfanje nos parte «Dios, sobre todo».
Hoy tengo prisa, papá, pues mis hijas están vivas, y me hablan.
63
CANTO DISCONFORME
Papá se ha muerto, ¿Y qué me importa?
Yo no reconozco sus gusanos, ni mi herida.
No iré jamás al cementerio,
no me importan los huesos, horadando las pálidas pieles transparentes.
No, no iré jamás al cementerio,
ni cuando así lo manden los crisantemos de noviembre.
Alfredo es el nombre de mi padre, y me acompaña,
como una rama alta y firme, como un alambre que llega a las estrellas.
Por eso no dejo que nadie le diga ¡Muerto!
Muertas están tus fotografías y su sonrisa, que no la tuya.
Antes de venir yo, me llevabas, arropada
en tu frente de mantillas. Ahora te acojo yo, en mí sumergido,
erguido, como siempre, liando cigarrillos en las interminables
tardes de invierno.
Me soplas en la oreja. Tu viento de mar y convento,
se anuda a mi respiración. Tus consejos los oyen ahora mis hijos.
Te niego el cuerpo gris y doliente y la precipitada fuga.
No recuerdo tu enfermedad, ni tus ojos
en orillas desconocidas, ni tu mirar allá, al límite. Distante.
No reconozco tu voz decaída, ni tus temblores.
¡Ni sé que tuvieras miedo!
Todavía estoy cabalgando, al trote de tu caballo,
y de vez en cuando, cenamos sardinas y olivas negras,
chupándonos los dedos.
Siempre estás conmigo, como antes de tu guerra,
saludando con el guante blanco, a la bandera.
Muerto te creen los amigos, los paseos, las farolas,
el estanquero, el librero, el párroco y hasta tu médico.
Pero yo te veo. Tienes el alma delgada,
y cabe bajo las puertas, resbala por los objetos,
susurra en las cañerías y se desborda en los grifos,
y con la mano de nube, acaricia los cabellos dormidos.
Tu alma de harina se derrama por la soledad del aire.
¡No me engaña tu silencio perezoso, ni en la quietud de este día!
64
EL FIN DEL INVIERNO
Quema hoy el sol, como en verano. Las chumberas, al igual que
muslos sudados, se expanden a los rayos, y los moscardones, negros y
ruidosos, entran y salen, zumbando en los tímpanos, por las ventanas
abiertas los cínifes comienzan a despertar.
Hoy la Naturaleza se ha vestido exultante, exuberante. El verde, los
azules, el carmín. Todo es mordiente, entrometido, agarrado dentro,
sin miramientos, como si hasta el aire fuera adhesivo.
En la calle, ese laberinto vivo, todo se ha puesto, de pronto, a oler
más fuerte, borrando, en transparencias, el tufo negro de los
enloquecidos autobuses. Aún va la gente en la ciudad con abrigos y
gabanes, pero en los rostros se comienza a adivinar los poros
agobiados. Andando, abajo, por la larga avenida, va un ir y venir de
flores y de axilas.
Se presiente, tras la oscuridad del largo invierno y el religioso gris
de las paredes, la explosión fulminante, una vez más, de nuevos
brotes, en todo; en los tulipanes, en los jilgueros y hasta en los niños
desgreñados, que incuban, mientras alarga el día, los sarampiones y
las paperas.
Faltan todavía muchos días para que llegue la primavera, pero hoy
se diría que su recorrido espesa las calles, como un beso nutrido y
agradable, en los labios breves de febrerillo el loco.
Papá, reptando va agobiado el aliento de la vida.
65
UN JUEGO VIVO
¿Te has fijado que a pesar de todos los avances científicos, técnicos
y en todo orden de cosas, el tedio es la plaga más extendida de
nuestros días? Yo no creo que sea porque, como se piensa a veces,
sólo el necio se aburre, sino todo lo contrario. Creo que es debido a un
exceso de cosas, de divertimientos, que el hombre ha ingeniado, para
pasar la vida lo más confortablemente posible, y con la andorga
repleta, de ahí el apoltronamiento, el anquilosamiento de la
imaginación y el tedio más abrumador e inexplicable.
Los juegos, por ejemplo. Los juegos que hay en esta inmensa
cucaña de la vida nos aburren a la larga y resultan archisabidos.
¿Recuerdas las tardes deliciosas, al calor del brasero, con la lluvia
repiqueteando en los cristales, jugando al parchís, o al juego de la oca?
Luego, cuando los años fueron dotándonos de más mañas, así como de
mayor discernimiento, fue el ajedrez, lo que nos reunía a los
hermanos, solos o contigo. Sin embargo, es presumible, aunque no
existan estadísticas que lo confirmen, que cada vez son menos las
familias que se reúnen en torno a una mesa para pasar un rato de solaz
y esparcimiento. Es decir, parece ser que es incluso dificilísimo que
lleguen a reunirse durante las horas de yantar, dejando tales
extraordinarios para fiestas como las navideñas y las onomásticas...
Siempre dijiste que tenía mucha imaginación. Pues te voy a
explicar lo último que se me ha pasado por la cabeza. Es un juego
vivo. El ajedrez. Un jardín amplio y suntuoso, o un parque soleado,
puede hacer a la vez de tablero. Las figuras, ya te puedes imaginar,
seres vivientes. Entonces el juego se convierte en una guerra de
asaltos y muertes, que pueden formar un espectáculo, para los
ajedrecistas, muy interesante. A la cosa no se le debe buscar los tres
pies, como al gato. Es muy simple. Las fichas, personas negras y
blancas. A partir de esta distinción, comienzan los tamaños, que
vendrán dados, lógicamente, en razón de la edad. Los peones, los más
pequeños, niños; los alfiles, jóvenes soberbios y vigorosos;
66
los caballos, alazanes, dosalbos, caretos, bayos o percherones, según
la alcurnia y poderío de los contrincantes. La torre, una pequeña
edificación, que pueda ser volada con un cóctel Molotov. ¿Sabes
cuál sería el problema principal?, pues el rey y la reina. El mundo está
cada vez más escaso de monarcas y es difícil localizarlos y
convencerlos para que se presten al juego vivo del ajedrez..., y
suponiendo que se lograra tamaña y real adquisición, unos debían ser
blancos y otros negros...
Pero de verdad, una vez solventado el problema de la adquisición
real, para el tablero, se plantearía otro de mayor envergadura. Cuando
uno de los dos contrincantes diese jaque mate al rey y los espectadores
bajaran el dedo pulgar de la mano derecha. Sería lamentable ver cómo
el cupo de entidades monárquicas desciende vertiginosamente. Claro
que también se podría esperar que el graderío no fuera tan
sanguinario, como ocurrió en la época de Nerón o del veleidoso
Calígula, o en épocas mucho más recientes. Quizá el pueblo perdonase
la vida de los monarcas. Lo que no es un mal tema para pensarlo sin
prisas, como se piensa ante un cuadro de Picasso, ¿no, papá?
67
MONTSERRAT
Cuando quiero asegurarme de que Dios no se olvida de los
hombres, miro primero las cosas bellas que ha hecho. Y si quiero
asegurarme de que es juguetón y se divierte, me llego hasta
Montserrat. ¡Que vengan los geólogos y me expliquen! Que me digan
que esos monolitos, aislados, gigantescos, los ha hecho simplemente
el tiempo, que son conglomerados de piedras, superpuestas con
salivilla de siglos.
¡Y una porra! Son figuras, de arena y agua, como las de los
chiquillos en la orilla de la playa. Son figuritas de barro, hechas por un
Dios distraído, moldeando, con las manos, su divina esencia. Le ha
quedado tan bonito, que lo ha dejado olvidado, en medio de los llanos
y las vegas, para que el viento lo seque y la niebla lo esculpa, día a
día.
Y si es tan sencillo el juego, si hace eso con la tijera, ¿qué no habrá
hecho contigo, que pensabas en El, de vez en cuando?
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PASEOS (1979) Luchy Núñez

  • 1.
  • 2. 2
  • 3. 3 INTROITO Toda transición es un duelo, un cuestionamiento, y cuando coincide la personal con la histórica el impacto, la catarsis, el renacimiento, es doble. Lo que le pasó a Luchy Núñez que tuvo que apechugar con la pérdida de la persona que más quería, su padre, militar de carrera para más señas, y con la Transición de la dictadura a la democracia. Algo que hace desatar en su interior, y en su exterior, todas las contradicciones habidas y por haber, tamizando ligeramente el sentido homenaje, nostálgica recreación, con un lúcido análisis del pasado. Tiñendo la inocencia de los sentimientos con la precisión distanciada de los pensamientos, de los acontecimientos. La misma crítica comprensiva, empática, no destructiva, que acometieron otras escritoras no consideradas progresistas (como si el feminismo, el progresismo, fuera un coto vedado de la izquierda, del ateísmo) como María Luz Morales, Carmen Llorca, Elisa Lamas o Begoña García-Diego. Cuatro, cinco, luchadoras liberales por la libertad, por la igualdad de derechos y obligaciones, por el fin de la hipocresía, del cinismo burgués, que no por ello renunciaron a sus principios, a sus valores, a sus creencias. Una transición es eso, cambiar, evolucionar, sin hacer tabula rasa, sin matar al padre, tratando de comprender, sin justificar.
  • 4. 4 Una perspectiva no revanchista, constructiva, hace tiempo desterrada en la política, en la sociedad, española actual, inmersa de hoz y coz en el fanatismo, en el sectarismo. Visión que algunos tildarán de ingenua, de ridícula, y otros de sublime, el eterno equilibrio, desprecio, que tienen que sufrir los que invocan la inocencia, la honestidad intelectual, sentimental, como praxis literaria, modus vivendi. Una incomprensión que en España adquiere carácter de costumbre, de maldición bíblica. La sufrió el infante malcriado Juan Ramón Jiménez («Platero y Yo»), la sufrió el clarividente Antonio Machado («Juan de Mairena»), y también Luchy Núñez, al menos en este sencillo, conciso, primer libro, digna heredera de sus dos grandes referentes, a los que hay que sumar a Tagore. Un conjunto de delicados paseos por los recuerdos, como «Musarañas» de José Antonio Muñoz Rojas, en los que la naturaleza es el personaje principal, y no un mero decorado. Una devoción filial, con sus luces y sombras, escrito para exorcizar, asimilar, el dolor de una pérdida. Una transición personal, espiritual, lo escribió a los 33 años recluida durante una temporada en una celda de Montserrat, que se acaba convirtiendo en una catarsis colectiva, histórica. Si «Carta a una madre» de Georges Simenon es el gran canto a la madre, esta gran carta abierta llamada «Paseos» es el gran canto al padre, una elegía a pie de tierra. «Creo en la bondad y en la felicidad, lo que pasa es que nos lo tenemos que trabajar. Es como si el libro de nuestra vida estuviera ya escrito, pero tuviéramos que pasar las páginas.» Luchy Núñez
  • 5. 5 ÍNDICE INTROITO (Julio Tamayo)……………………….............……….….3 Allí está el Ito…….…………..…………………….………………....7 El logaritmo………..………….…..……………………..…………....8 La mirada…………………..….....……......…..…..………………......9 Terrorismo……………………………………………………..…….10 El médico…………….……………………..………………………..11 Quisiera……………………………..……………………………….12 Lluvia…………..……..……….……..…………….……..………....13 La maceta…………………………………………………………....14 Antonio Machín…………….…………………………………...…..15 Cenojil……..……..…………..………..………………….………....16 En el pueblo……………….………………………………………....17 Patricia………………..…..…………..…………………………..….18 La tumbona…………………………………………………………..19 Quijote…………………………….………………………………....20 Pauta para un libro que jamás escribiré……………………………...21 La yegua blanca……………..…………………………………….....23 Flores………………..……………………………………………….24 Yoga………………………………………………………………….25 Viento…….…………………………………………………..……...26 Antonio Machado………………..……………..…………...……….27 Carta a mi madre………………………..………..….…………...….28 El perdón de los pecados…….…………………………………...….29 La visión………………..………………………………………..…..31 Monotonía…….………………………………………………...…...32 El árbol de caramelos……………………………………………..…33 ¡Si se pudiera!…………………………………………………..…...34 Los taciturnos………………………………………………………..35 Y un buen día………………………………………………………..36 Curia de España, ¡Manola!…………………………………..……...37 Beatriz……………………………………………………………….38 Nochebuena………………………………………………………….39 Soldaditos de plomo…………………………………………..……..40 Otro hijo……………………………………………………………..41 La primera muerte…………………………………………………...42 El diente………………………………….....……...………………...44
  • 6. 6 El atropello……….…………………….…......………………….….45 El sordomudo……….………….…………………………………....46 La ceremonia………………………………………………………...48 La jura de bandera…………………………………………………...49 Recuerdo florido……...............………………….….…………….....50 Elucubraciones……….…......…....…………………..……………...51 El accidente……..…………………..………..……………………...52 ...Y esas frases………………………………………………..……...53 Los Reyes Magos…………….....……….…………………...……...55 Los ladrones.……………………………..………………………….56 El parado……......…..…….…..………..….……………….…...…...57 Felicidad……………………………….………………………..…...58 Tan de derechas………………...…………………………..………..59 El jardinero…………………………………………………………..60 Yo…………..………..…………………………………….………...61 Dios, sobre todo………….…………………………………….…….62 Canto disconforme…………………..….………………………..….63 El fin del invierno…………..……………………………………......64 Un juego vivo…..…………………………………………………....65 Montserrat………..…………….………………………………..…..67 Huérfanos de la guerra……………….………………………….…..68 El vacío……………….…..………………….……………………...69 El puesto de hortalizas…………………………………………….....70 Granada…………………..……………………………………….....71 El gato negro………………………………………………..……….72 La mongólica……………………..………………………………….73 La inquietud que me devora……………………………………...….74 El relojero………..…………….………………………..…………...75 U.V.I…………………………………………………………...…….76 El aullido…………………………………………………………….77 El llanto……………………………………………………………...78 La tristeza………………………….…..………………………...…..79 A mi coronel.………..……………………………………………….80 El corazón……………………………………………………………81 Apéndice Matar a un niño (1991) (XXV Premio Periodismo González Ruano, 1992)………………....83
  • 7. 7 ALLÍ ESTÁ EL ITO Ven. Hoy te voy a llevar, paseando, por donde me ha explicado Patricia que tú estás ahora. Es un laberinto de callejuelas estrechas y encumbradas, en la parte alta de Barcelona, que van a dar a un parque precioso. El cielo, desde esas calles, se diría que se vuelve cintas azules, estrechas y largas, como serpentinas, un poquito triste. Casi todas las casas tienen jardines oliendo a madreselvas y a jazmín, y tras las rejas, siempre ladra un perro, soberbio y bien cuidado. Por ahí, las mariposas tiernas vuelan despreocupadas por entre los chiquillos, que suben cada mañana al parque, con sus cubos y palitas, deseosos de jugar con la tierra limpia. Esta mañana me ha dicho Patricia, cuando volvíamos de la compra: «Mamá, hoy está nublado, pero él estará tapado. En el cielo tienen mantas para que nadie tenga frío. Aquí nos llueve, pero como el Ito está más alto, pues a él no le da la lluvia en la cara. ¿Ves ese rincón de la calle más alta?, pues al final, junto a esa nube, está el Ito echado. Sí, allí está mi Ito mirando.» «Mamá, se te han llenado los ojos de lluvia y el Ito va a pensar que lloras. No le va a gustar.» Patricia te ha elegido un buen cielo, papá. Es un barrio precioso, sin antenas de televisión. Sólo alguna que otra veleta juega con el viento, en los tejados de pizarra. Los niños conocen mejor que nadie las cosas bellas y el olor natural del romero de los montes. ¿Te gusta, papá, tu cielo?
  • 8. 8 EL LOGARITMO Me pregunto, papá, cómo serán las matemáticas en el espacio. Siempre fuiste un fuera de serie en cuestiones algebraicas, geométricas y trigonométricas. Los espacios cósmicos son, en mis sueños, como una inmensa ecuación, imposible de resolver su incógnita. ¿Recuerdas cuando preparabas a los futuros alféreces de la Academia General Militar de Zaragoza? Todos, indefectiblemente, incluso el menos inteligente, a fuerza de machacarle y machacarle aprobaba su ingreso a la Academia, lo cual no quiere decir que luego pudiese continuar la carrera militar. Por ejemplo, éso ocurrió con uno de tus alumnos; un mocetón alto y guapo, que cada día entraba al atardecer en casa y se encerraba en el despacho contigo. No recuerdo su apellido. Pero tu voz salía entre los humos de tu boquilla de concha, hablando y chillando, cada día, logaritmo, logaritmo y logaritmo. Una de esas tardes en que llamó a la puerta y abrí yo, haciéndole pasar al despacho, te dije: «Papi, ha venido el señor Logaritmo». El cuarto de estar de casa se regocijó en una unánime carcajada, y yo, muy ofendida, me aislé en mi cuarto, pues estaba orgullosísima de haberme aprendido un apellido tan sumamente difícil y extravagante. Ese chico aprobó, pero no continuó la carrera. Después, no volvimos a saber de él.
  • 9. 9 LA MIRADA Hoy, mientras Patricia me explicaba, a la hora de cenar, cosas y cosas importantísimas de su colegio, me he sorprendido con tu mirada. Era la hora del desleimiento de las cosas, la hora de las sombras rucias tras la ventana. Estaba con los ojos fijos, desesperadamente fijos en mi hija, pero sin escucharla. Con la cabeza iba asintiendo a todo lo que me contaba, mientras me preguntaba acongojada, ¿qué va a ser de ti, hija mía?, ¿qué va a ser de ti? Patricia recordará alguna vez esa mirada, porque los niños presienten las cosas de los mayores, y, tarde o temprano, en el briol de los días, van soltando cabos y comprendiendo... Me he sorprendido con su mirada, escuchando a mi hija. Y ahora sé lo que pensabas cuando en mis juegos y preocupaciones te explicaba mis historias, o lloriqueaba por mi plumier perdido. Veía tus ojos fijos en mí, extrañamente fijos, pero ausentes... y tan lejos... Estoy segura de que pensabas entonces, ¿qué va a ser de ti, hija mía?, ¿qué va a ser de ti?
  • 10. 10 TERRORISMO Hoy ha habido un gran atentado en Barcelona, la llamada a principios de siglo «ciudad de las bombas», y es que es cierto, papá. En poco tiempo: la revista Papus, con un muerto y varios heridos; una sala de fiestas, la Scala; un comerciante muy conocido, y hoy, en su propio domicilio, el ex alcalde de Barcelona y su mujer con bombas, ¿oyes bien? Bombas. Este matrimonio ha muerto en su dormitorio, él, destrozado; ella, víctima de la onda expansiva del artefacto; lo cierto es que una vez más han mezclado su sangre y su carne. Se han ido juntos, indudablemente juntos. Las ambulancias han salido de la casa sin prisas, una tras la otra, pero muy juntas, y han iniciado la marcha despacio, silenciosas, como si sus ocupantes se recreasen en el enigmático viaje. No he podido menos que pensar, viendo el reportaje en la televisión, que así, de esa manera, debían irse los matrimonios. Juntos, como han vivido. ¡Que lloren los hijos doblemente! Yo me hago cargo de la soledad de mamá y de la tuya.
  • 11. 11 EL MÉDICO Está Beatriz enferma, papá, por eso hoy no puedo salir a pasear. Hace días que tiene fiebre muy alta y hoy ha empeorado. Sus síntomas son totalmente desconocidos para mí. No se le aprecian anginas ni catarro de pecho, por lo que he llamado al médico; mas como hoy es sábado y el doctor de cabecera no está, ha venido uno de urgencia, a través del seguro al que estamos suscritos. Es Asistencia Sanitaria Colegial, y se abona a los médicos su atención con un cheque del talonario que facilitan en las oficinas de la misma entidad. Ha llegado el médico a eso de las once. Me ha dicho que Beatriz era una niña fuerte, pero padecía una gripe de tipo vírico, difícil de diagnosticar, era preciso hacerle unas radiografías de tórax. Muy amablemente, de su cartera de «urgencias», ha sacado una inyección y se la ha puesto en el pobre culín ardiente de mi beba. Le he agradecido vivamente el interés y preocupación que había mostrado, tanto más, cuando he visto que sacaba otro inyectable de su cartera y me lo dejaba en la mesilla de noche. Cuando se despedía, haciéndome las recomendaciones usuales, de dar agua a la niña, de no forzarla en las comidas, etc., y al darle el cheque acostumbrado, papá, ¡qué vergüenza he pasado! Me ha pedido trescientas pesetas por las inyecciones. Le he dado el dinero abochornada, pidiendo toda clase de excusas. Cuando he logrado calmar a Beatriz de su llanto y al recoger las cucharillas y el algodón que me ha pedido, he visto en las cajitas de las inyecciones con letras rojas MUESTRA GRATUITA, PROHIBIDA SU VENTA. Estoy preocupada, papá, tengo mucho miedo de un médico así, ¿puedo esperar que haya dado a mi hija la medicación más idónea, e simplemente le ha dado ésa porque la llevaba en la cartera? Patricia quiere saber por qué lloro. Tú sí lo entiendes, ¿verdad papá? ¡Quisiera vivir con ellos en el cuerno más alto de la Luna!
  • 12. 12 QUISIERA Papá, tu cielo es el descanso absoluto; el mío, lo quisiera yo en esta tierra. Como Maragall, tengo miedo de otros cielos; si todo es tan hermoso, simplemente con mis ojos, «¿por qué buscar, entonces, otro "cómo"?» Quisiera, al entrar en casa, tener que abrir con llave la cancela, empujarla con cuidado, para evitar en la mano el óxido de hierro y oler, al primer ángulo andado, una mezcla de jazmines, de heliotropos en la enredadera verde. Quisiera, al entrar en casa, notar la humedad de un patio viejo, andaluz, sevillano, por más señas. Y un surtidor abúlico en el centro, meditando, gota a gota, sin parar, el tiempo. Quisiera, al entrar en casa, arrancar del árbol la naranja y bruñirla con la estameña de mi blusa, para dársela al lebrel que la ladrara. Quisiera siempre un atardecer de primavera. Mordisquear una a una, del cerezo, sus cerezas, apartando con las manos a las golosas abejas. Quisiera quitarme las sandalias, y en el césped, comprobar que el corazón se me adormece. Y al declinar el día, llenar de aire vivo los pulmones, y descansar la mente, hablando con Platero, de Juan Ramón Jiménez.
  • 13. 13 LLUVIA Me moja el alma, papá, me moja el alma. Está lloviendo, y suena a alimento en las hojas verdes, en los tallos, en el gusano. Se deshacen las gotas en cada río, en el lago, en los mares. Constante provocación, en el parterre pequeño, que se agranda, se hace verde, se hace tierno, como queriendo ofrecerse para lecho. Odiosa lluvia, pertinaz, constante, terca, soltando cascadas de piedras rodadas y arañando muro. Compás sonoro del tiempo, monótona, acuñadora impasible de surcos, en las cortezas. Transforma, con su goteo, en fango, hasta los relieves. Amasadora del polvo. Yo no necesito de su manantial. Me ahoga su ruido, me duele su humedad. Al igual que los muertos, con ella no vuelvo a rebrotar; al igual que ellos, me hundo más y más. Lluvia, mi enemiga, amo el estío y lo seco, que con ambos me aletargo, y a ratos, olvido retazos de mi pasado. Cuando llueve, se me moja el alma, papá, se me moja el alma,
  • 14. 14 LA MACETA Hoy he comprado mi primera maceta. Quiero llenar la terraza de ellas. Pero no serán flores, serán sólo hierbas. Hierbas olorosas y frescas, de las que tenemos en la casa del pueblo. Con ellas, se me entrará por las ventanas el verano en la casa. En un rincón, resguardado, voy a poner hierba Luisa, y junto a ésta, Salvia y hierbabuena, y tomillo y perejil y romero. Quiero llenarlo todo de efluvios estivales, de ratos de ocio, de atardeceres. El sol entrará por la ventana, como si llegara cansado por los montes. Estarán presentes en mí nuestros últimos paseos por los pinares; tu reposo en la colchoneta de caucho bajo una encina, acosada siempre de ardientes avispas. El campo se me vendrá, y con él, tú, sin agobios. Cuando ya la tarde se eche encima, cerraré los postigos y olvidaré mis macetas; exactamente igual que cuando dejábamos el pinar, porque la noche nos sorprendía y las agujas de los pinos se ponían a silbar como pequeñas meigas enfurecidas. Algún que otro pajarraco pasaba negro y abierto cerca de las copas, para amagarse en las ramas. Entonces, estremecidos, sin hablar, recogíamos la colchoneta y los libros, enseres de nuestro aduar, y regresábamos a casa, mirando al pájaro negro como a una sombra agorera, que, con su vuelo rasante, parecía taparnos hasta la principiante luna, que emergía.
  • 15. 15 ANTONIO MACHÍN Esta mañana, la radio daba un programa especial, en homenaje a Antonio Machín. Nunca, antes, había prestado atención a sus canciones, ni a su voz líquida y nasal, ni a sus maracas. Pero hoy lo he escuchado, y no porque él haya muerto, sino, precisamente, porque has muerto tú. Una de las canciones era Toda una vida. Se me ha venido el cuarto de estar de mi niñez a la memoria. Mamá joven y bella, cosiendo apoyada en su costurero; la yaya, rezando su rosario de plata, y tú, liando cigarrillos y haciéndonos cosquillas. La otra canción de Machín ha sido Espérame en el cielo. Mamá, mamá, si mi pena es así, si es enorme, si papá me hace falta constantemente, si me despierto de noche y me digo ¡no puede ser!... ¿Qué haces en tu inmensa casa sola? ¿Con qué llenas los rincones de tu vida?
  • 16. 16 CENOJIL Hoy he necesitado tus diccionarios, y al abrir una de sus páginas, he visto la palabra cenojil, que se me ha aparecido, sin previo aviso, como si sólo estuviera ella en la hoja. Como si me quisiera recordar tu risa, o, como si hubieses tú, abierto el diccionario por esa página, a cosa hecha. Me he puesto a pensar, sentada en tu silla, apoyados los codos en la mesa-camilla, donde tantas y tantas tardes, todas las de tu vida, has estado tú, para devorar, construir, desmembrar crucigramas y ecuaciones matemáticas. Todo ha revivido en mí, como una película de colores. ¿Será eso la eternidad, simplemente el pensamiento? Me he visto entrar y sentándome de cualquier forma en la salita, con la desenvoltura de siempre, que tanto te molestaba, mientras medio muslo quedaba al aire, libre de preocupaciones y honestidades. Disgustado por mi descoco, me has chillado: ¡se te ve el cenojil! Ante mi cara de consternación, te has quitado las gafas y me has explicado, todavía enfadado, «si tuvieras más "cultura crucigramista" sabrías que cenojil quiere decir la liga de la media, y con eso he querido decirte que estas enseñando los muslos, y ya sabes que me fastidia que mis hijas sean así». No me tapé con la falda. Pero la risa que provocaste en mí con tu enfado pueril y con esos dos pelos largos que sobresalían de tus cejas, por encima de las gafas, se ha reproducido en mí, exactamente igual a aquel día. Sí..., creo que has abierto la página del diccionario a posta para volverme a hacer reír, papá.
  • 17. 17 EN EL PUEBLO Este año, cuando llegue agosto, no será lo mismo en el pueblo. Las excursiones a la ermita del Santo Cristo serán sobrecogedoras, o, tal vez, no tengan lugar ni sentido sin ti. No se oirá el chasquido de tu bastón, atizando los zarzales y majuelos, sacudiendo los olivos, o apartando la gravilla. No se oirán tus frases hechas, ni tus risas, ni las de los primos y los amigos. Nadie se lavará las manos en la azarbeta... Este agosto iremos nosotros, los hermanos, acompañando a mamá, cuando se empeñe, para encender una vela al Santo Cristo de Planes. Una vela por tu alma. Después cerraremos la ermita y merendaremos en la pequeña gándara de enfrente, al aire de los cipreses y de los cerros. El sol se pondrá, como siempre, tras el pantano de Beniarrés, rojo y ardiente. El paisaje estará quieto, inmensamente callado, suspendido. Las chumberas, heridas por tu faca, seguirán al pie del árbol. Ya anochecido, bajaremos en zig-zag por la montaña, observando los pasos gastados del via-crucis, y sujetando fuertemente las manitas de los niños, para que no rueden con las piedras sueltas y con los sirles, del rebaño que siempre nos precede. Bajaremos callados, corto sombras, volviendo, para seguir la costumbre, la cara de vez en cuando y ver cómo el sol se aleja tras el pantano.
  • 18. 18 PATRICIA Me hace sufrir Patricia, me da mucha pena. Creo que ha sacado mi carácter hipocondríaco y dado a cavilaciones, y, por añadidura, es mucho más introvertida que yo, o simplemente menos extrovertida. Tiene seis años y ya empieza a sufrir. Por mucho que su padre y yo la aislemos, la ilusionemos y la guardemos, no podemos evitar que la vida, tan pequeña todavía, empiece ya, puntualmente, a darle coletazos. En su colegio, hoy, ha tenido un gran disgusto. Cuando he ido a buscarla, se ha alegrado con locura y me ha recibido de un modo poco usual en ella. Me ha apretado fuertemente, tanto, que le he preguntado, sorprendida, qué le ocurría. Esta noche, al acostarla, con la luz apagada, como siempre, se ha atrevido a contármelo. Me ha dicho que había estado todo el día muy triste y había llorado mucho. Unas niñas mayores, de otra sala, le han explicado que habían matado a sus papás y a su hermanita, y que tenían los ojos llenos de tierra. Eso de la tierra, no lo ha entendido, nunca le hablo de entierros, me da miedo, pero creo que ha presentido algo. Dice que ha llorado mucho. Se ha refugiado bajo un eucaliptus que hay en el jardín, a fin de que nadie la viera, hasta la hora de la salida. También se han burlado de ella. La han llamado fea. ¡Cómo duele, papá, el dolor de los hijos y cómo ata el alma para siempre! ¿Cómo hiciste tú para evitarnos sufrimientos? ¿O es que con la muerte todo pierde importancia? ¡Patricia, vive feliz, mañana llorarás! Tú aún no lo sabes, pero cuando mueras, ya nadie podrá hacerte sufrir, ni tan siquiera reírse de ti.
  • 19. 19 LA TUMBONA Recuerdo cuando mamá te obligaba a tomar el sol en la rodilla enjuta y huesuda, atacada por una incipiente artrosis. Tú siempre tan comodón y pacienzudo, asentías, pero te molestaba sobremanera el sol en los ojos. A mí me ocurría todo lo contrario. Deseosa de dorarme, me echaba al suelo, con una toalla playera y un tarro de crema bronceadora para dormitar a mis anchas. Con la pala matamoscas y algún libro ibas pasando el rato, atizando a las moscas y leyendo renglones. De pronto, levantaste la vista y observaste a una señora joven tendiendo ropa en una ventana. Me dijiste: «Luchy, ¿qué pensará esa señora?, seguro que está diciendo: ¡vaya un padre fresco!, él en la tumbona y su hija en el suelo.» Continuaste leyendo, y a los dos minutos escasos la volviste a mirar, diciendo: «Claro, que si te subieras tú a la tumbona, de seguro diría, ¡qué hija tan descarada, ella en la hamaca y su pobre padre tirado en el suelo!» Yo dormitaba, haciéndote más bien caso omiso. Y en seguida continuaste, llevando más allá la cosa, con tu machaconería típica y enervante. «Y si nos subiéramos los dos?, diría, ¡qué par de burros, van a cargarse la hamaca!» Yo empezaba a desternillarme, porque era fácil prever el final conociéndote, y así fue. «Lo mejor será que bajemos los dos... pero diría: ¡Si serán imbéciles los tíos estos, ¿pues no tienen una tumbona estupenda y están los dos tirados en el suelo?» Lo que ocurrió, es que acabamos los dos de pie, riéndonos a moco tendido. ¿De quién habré heredado yo esta venilla de locura, papi?
  • 20. 20 QUIJOTE Hasta la estampa, larga, delgada, a veces elegantísima, a veces un tanto fachendosa, de tan enjuto, tenías de Don Quijote. Y eras el verdadero Quijote. Pero papá, ¿dónde vivías? ¿Qué sueños de Patria eran los tuyos? ¡Qué obedecer tan ciego a los de arriba! ¡Y como todo era un anatema!..., pero papá, ¿dónde vivías? Van las cosas mal para tu España, pero antes ¿cómo iban? Se presentían los fraudes al fisco, el contrabando de divisas, la fuga de capitales para los bancos suizos, pero tú siempre callabas. Un militar, me decías, debe ser apolítico. El Generalísimo, tu héroe, salvador de España frente a la barbarie roja. ¡Gloria al mejor capitán! Pero, papá, una nación no tiene que llevarla un capitán. Gloria a ti, papá, que fuiste inocente hasta el final y nada ni nadie enturbió tus ideales. Gloria a ti, que rumiabas en un rincón de tu mesa tus sueños de llegar a ser general de Infantería, cerradas las rendijas a los vientos. No obro bien, me aprovecho de que eres un oyente paciente. Antes, cuando todo tu genio coleaba, no te hubiera dicho nada, porque al punto salías tachándome de anarquista, o de roja, o comunista. Sólo nos deseabas una cosa, que no pasáramos otra guerra como la del treinta y seis. Ahora, papá, las cosas se complican, todo está turbio, y fíjate, me preocupa la Patria, temo por el mañana de mis hijas. ¿Cómo ves ahora a España desde arriba? ¡Qué pena España, qué pena! Te han quitado de los dedos castañuelas, pero temo olvides de sujetarte a las riendas y se escapen, para siempre, tus pies de las espuelas.
  • 21. 21 PAUTA PARA UN LIBRO QUE JAMÁS ESCRIBIRÉ Oye, papá, en uno de los barrios más promiscuos de Barcelona, donde los comercios son variopintos y abundantes, donde todo es procomún y productible y el tráfico languidece, víctima de su propia densidad, y las luces y los slogans comerciales semejan meigas intermitentes, de auténtica actualidad con ojos de neón y miradas fluorescentes, en uno de esos barrios en que las trastiendas y las reboticas tienen más importancia que las boutiques y se esconden amontonadas como trojes y llenas de género comerciable; se alza impresionante, orgulloso, admirativo y admirado el gran templo expiatorio de la Sagrada Familia. Fatiga, amor, quimera, sueño erguido y desafiante —vector de la tierra al cielo— del insigne escultor Gaudí. Tú no lo has llegado a ver, ¡te hubiera gustado tanto! Vivió el maestro por y para lo que había de ser su última obra, incluso llegó a trasladarse a una pequeña estancia, dentro de ella, a fin de dirigir in situ su creación y dotarla de toda su energía y espíritu religioso. Resulta conmovedora la entrega total y absoluta a su quehacer. Entrega que ni la muerte pudo segar. Ahí están las torres, cada día más apuntilladas, como agujas que quisieran enhebrar al cielo para testificarlo. Pero lo absolutamente conmovedor para mí, ha sido comprobar que el tesón de Gaudí es comprendido por los barceloneses de esa ciudad de las bombas, del quejoso Maragall, pero amante, eso no hay quien se lo quite, de lo suyo, a ultranza, y ha acogido, como una gran herencia espiritual, la energía del arquitecto. En Barcelona se habla de la Sagrada Familia. Se hacen recolectas, se dan voces, se pide dinero, en un empeño, casi baturro, por ver acabado el último verso de ese gran poema místico escrito en piedra. Los arquitectos trabajan afanosamente e interpretan, traducen y siguen la pauta que les dejó el señor Gaudí. Los albañiles, yeseros, decoradores, aparejadores y todo ese ensamblaje de la construcción, trabajan con toda la fe que ponían los esclavos egipciones en la construcción de sus pirámides, esa fe capaz de remover montes, ¿de qué otro modo se explica que estén todavía ahí sus jeroglíficos, como si la lluvia y los siglos fueran una lengua inofensiva, en lugar de mordiente y destructora?
  • 22. 22 Papá, se me ha ocurrido que la Sagrada Familia es a Barcelona lo que Nôtre Dame de París es a la capital francesa. Los dos colosos necesitan un duende. Víctor Hugo creó el suyo; y, con la tabla del atrevimiento, para salvar el océano que media entre el autor francés y yo, voy a crear el duende, el genio que necesita la Sagrada Familia. ¿Quién cuida, quién se alberga de noche, quién restaña la Sagrada Familia? ¿Quién atesora las piedras, sujeta y enlaza los arcos parabólicos? ¿Quién inspira a los arquitectos para que los proyectos sean tal y como el maestro soñó? Xiulet es su nombre y es nictálope. Xiulet, descansa de día, perezosamente en cualquiera de las torres del templo. No tiene amigos, excepto los animales que pueblan las alturas de los andamios, entre yesos y tablones. Habla con las arañas, los mosquitos, las cucarachas y los ratones. Xiulet es un enigma para los barceloneses y un libro abierto y de cantos dorados, como el misal de un niño, para Gaudí. Por techo tiene el cielo; su reloj son las estrellas más lejanas; su lecho, cualquier rincón de una nave; su silla, un pilar; su alimento, la bocanada de aire. Es completamente albino, a saber, si es color de ángel, o que la luna le da ese tono de manzana mordida; necesita también unos brazos largos como un simio, pues a fuerza de andar por bargas, postes y columnas, tiene el equilibrio y la soltura de un mono entre ramajes. En la ciudad no se sabe, pero cuando los albañiles se van y los arquitectos dejan las escuadras y cartabones, y se levantan de la mesa, con los ojos vidriosos y los riñones resentidos, para escapar todo el largo fin de semana a cualquier cala de la Costa Brava, o a cualquier estación de invierno. Cuando los barceloneses, a pesar de las recolectas, no han reunido suficiente dinero para continuar la construcción del templo expiatorio. Cuando hay una huelga general en el gremio de la construcción. Cuando llueve y relampaguea sobre la Ciudad Condal, haciendo imposible cualquier trabajo al aire libre. Cuando es noche negra para todo el mundo y los murciélagos y los vampiros vigilan colgados..., allí está Xiulet, con la paciencia de un niño concentrado, recomponiendo el más gigantesco rompecabezas; y va, a cada una de las piezas que coloca, mirando al cielo y escuchando concienzudamente una voz pausada y grave, tranquila, arcangélica y mayestática catalana, que recita, como un poema inédito, uno a uno los versos que forman el secreto de los arcos hiperbólicos, de los adobes, de los azulejos. Esa voz lejana y celeste dirige, desde algún punto del firmamento, al infatigable Xiulet, la insigne obra de la Sagrada Familia, tal y como el maestro soñó en la tierra que algún día llegara a ser.
  • 23. 23 LA YEGUA BLANCA Te traigo una buena noticia. Ha muerto el caballo blanco de la televisión. La yegua montada por una valquiria que anuncia el coñac de Terry. Estoy segura de que ahora estás en su grupa, sin montura, sin espuelas, sin riendas; galopando por las cimas y bajando por los cerros, saltando impecablemente los abismos, las estrellas. Formáis un equipo maravilloso, ¿a que no se te ha caído ni una sola vez la gorra, papá? ¡Qué yegua más bonita, qué elegante! Siempre te gustaron los caballos y los montabas muy bien. Pero siempre los tuviste negros. El último que yo recuerdo se llamaba «Voluntario», manso y brillante, azabachado y eurítmico relinchaba en la cuadra, apenas oía nuestras vocecillas de niños acalorados. Ahora ya, estos últimos años, blancas tus sienes, sentado frente a la televisión, suspirabas ante el anuncio bellísimo y relajante: ¡Qué yegua! ¡Qué yegua! Pues bien, papá, tu caballo de la tele ha muerto muy poco después de ti. Quédatelo ahora, papá; móntalo, te lo mereces. Acaricia sus crines de plata. ¿A que es más blanco que el caballo blanco de Santiago?
  • 24. 24 FLORES Debes reconocer que ni tú ni yo hemos amado el lenguaje de las flores. Mamá simplemente es aficionada a las macetas y las cuida, como a cien mil hijos tontos, callados y agradecidos. No te recuerdo nunca entrando en casa con un ramo de flores, ni sé que alguna vez hayas cortado una rosa de algún parterre para olerla. El día de mi boda, la iglesia fue un derroche de flores, pero no lo percibimos. Nunca supe dónde fue a parar mi toya. Era un manojo apretado de rositas de San Juan; se quedarían sobre la mesa del banquete, o alguien las pisaría distraído. Antes, ya se habían marchitado entre mis guantes blancos y mi desasosiego de manos y aros dorados recién intercambiados. Lo que sí recuerdo es que llevaba el pelo cuajado de capullos color rosa, hecho con una fina tela de raso. Caían el pelo y las flores sobre mis hombros de una forma pálida, como una continuación del interminable traje de novia. En eso, sí te fijaste. Ya camino de la ermita, me comentaste algo sobre las flores de mi cabeza, mientras ajustabas tu fajín de gala a la guerrera. No sé qué fue. Conociéndote, seguramente sería una broma, algo con lo que hacerme reír. Las llamarías lechugas o coliflores; pero como ocurría siempre, no me reí. Eso te puso triste. Teníamos la obligación de reírnos de tus chistes. Hoy he ido al cementerio. No volveré. Allí, tú no estás. Aquello, tú no eres; pero he ido a dejarte tres capullos de rosas de artesanía, que aún quedaban en mi tocador, desde aquel día. Es una tumba triste la tuya. Sólo tiene tres rosillas de «gro», de las que nunca marchitan. No tienes flores naturales y nadie limpia tu nicho, pero eso a ti, ¿qué te importa? Nunca, en casa, hemos hablado en el lenguaje de las flores. Sin embargo, en este caluroso día, en que he atado las flores a uno de los aros de tu lápida, el cielo, desde abajo, me ha parecido un inmenso labio azul, que me ha sonreído, comprendiendo.
  • 25. 25 YOGA Siéntate aquí. Mira qué paz; fíjate en el azul. ¿Sientes en tus mejillas el airecillo verde? Se diría que las hojas, todas, se han vuelto de terciopelo, para acariciar nuestras caras y las manos. ¡Qué bien se está aquí! Hoy he empezado a hacer yoga. ¿Sabes una cosa? Ni en los momentos de mayor abandono te he olvidado. En el silencio más absoluto, sin miembros, sin hijas, sin días ni espacios, con la mente, como un mineral liso y blanco, que guarda una geoda para cobijarte, te he deseado esa paz que yo tenía. Y ésta de ahora. Yo sé que me has entendido. Así de bien estaba yo, en mi «asanna», y así de bien estabas tú y estarás en tu limbo. En estos momentos eternos. ¡Qué juntos estamos!
  • 26. 26 VIENTO Papá, hoy en el parque hace viento, más que de costumbre. Se diría que quieres decirme algo, alentarme en los oídos. Las hojas de los árboles tintinean y alguna piedrecilla pequeña resbala cerca de nuestro banco. Hoy los chiquillos no han venido a jugar. El resinero, de siempre, se aleja por el espolón, arrastrando los pies, y mirando al suelo. Su espalda, es, más que nunca, un argo peraltado en la nuca. También a mí me ha dado fatiga sacar a las niñas. El sol se ha ido y el cielo se está cerrando. Sin embargo, aquí está tu presencia. ¡Qué bien estás, papá! ¡Cómo descansas! Mira las mariposas desorientadas y las libélulas escondiéndose bajo los pétalos tiernos de las margaritas. ¡Qué bonito está el parque, pero qué vacío! Se diría que sin niños, llora. Quizá si vinieran se calmara el viento. Quizá el viento seas tú, recriminándome el no haberte traído a las niñas. Cada vez es más fuerte, pasa aullando y vacía fiero los muros de hiedras, como si quisiera, en su torbellino, engullir a otro, al de la humanidad. ¡No sé qué busca en esta mañana de mayo! Sacude las copas, para romper ramas en las arboledas, y ruedan las naranjas del huerto asombrado; voces agridulces chillan en el parque. ¡Que hoy es la Ascensión! Papá, tengo miedo; este viento no lleva mensajes de paz, ni brisa marina, ni el polvo crujiente de floresta seca, ni frío invernal. Viene de muy lejos, para crestas v arrugas, al chocar, tronchar, ¿qué quiere el viento con su pataleo? Está escupiendo sementera, que no entiendo. Se lleva las hierbas olorosas y deja trocitos plomizos..., quizá de otros mundos, que no tengan cuerpos, sólo corazones que sepan amar, o lenguas que canten aún, sin paladar.
  • 27. 27 ANTONIO MACHADO Cuando no me acompañas tú, lo hace Machado. La otra tarde, cadenciosa, paseaba en solitario, con la antología del poeta en la mano. Era un soñoliento día. Me tumbé bajo los abetos, esos firmes conos verdes, enhiestos, y miraba de vez en cuando cómo pacían las vacas tranquilas, mordisqueando del prado. Cerré, por fin, el libreto de Machado, para soñar con su lectura. Así fue como se borró de mi vista el Pirineo, y aparecieron los holgados campos de Castilla, altos llanos de tierras labrantías, tierras sorianas, bañadas de sequía. Y juraría que oí, al resbalar el agua pirenaica, limpia y fría, relamiendo, a su paso, los carámbanos, para formar un diminuto arroyo, su cantar, al pasar, muy altanero. ¡Aparta, que soy el Duero!
  • 28. 28 CARTAA MI MADRE ¡Hola, mamá! Te veo tan sola... Te has quedado tan sola y tan pequeña. Con ojos asustados, redondos, algo ajados, miras a esta España, que juega de un tiempo acá a la política. Estás viendo, asombrada, a la Patria de tu padre y tu marido, cómo se vuelve poco a poco democrática. Ya no oyes aquellos himnos de honor a la bandera. Sólo escuchas que comentan la separación de las regiones. Después de tantos años... Cruzado el yugo con las flechas y escuchando y obedeciendo a ciegas: «Esto es así, es bueno. Punto y aparte». Y de pronto, en medio de piquetes y de huelgas callejeras, te han dicho que te muevas. Tienes voto, puedes ya ir a las urnas. Es tu deber, ¡vota! Temerosa estás, ya no se oyen los vítores a Franco, y se publica por doquier que fue un tirano. Se ha marchado, casi al mismo tiempo, tu marido, ¡y han dejado entrar hasta a Carrillo! Todo lo que en tu catón leíste que era malo, ahora te lo cambian, ¡es bueno, es libertad! ¡Te veo tan callada, madre, sin nadie que te obligue y que te ampare!
  • 29. 29 EL PERDÓN DE LOS PECADOS Un jour pourtant un jour viendra couleur d'orange Un jour de palme un jour de feuillages au front Un jour d'épaule nue oú les gens s'aimeront Un jour comme un oiseau sur la plus haute branche. [Un día sin embargo un día vendrá color naranja Un día de palma un día de follaje al frente Un día de hombro desnudo donde la gente se amará Un día como un pájaro sobre la rama más alta.] Aragón. Hoy te llevo por otros derroteros. Vas a ver al fénix del idealismo, o yo eso creo, esperando sentado, como un robinsón, en medio de gente extraña, a que la amnistía total llegue a España, y se escuchen todos los proponeres de quienes piden perdón para los presos políticos. Míralo, es pionero de las huelgas pacifistas. Sentado en silencio, ajeno a los transeúntes y a la chiquillería que vocifera porque le han visto. Pasa el tiempo leyendo, mientras espera, tal y como le ves, incurtido y tierno todavía por dentro, a que la puerta de enfrente, de la Cárcel Modelo, se abra. Son ya muchos los mojicones y sopapos que lleva, pero en silencio, inagotable, preconiza, exige el perdón total, sin condiciones. Es inexhausto. Sí, yo creo que se les debe perdonar, y perdonados sean. Pero los que han matado..., ¿no volverán a matar? Es triste que se ese perdón arrastre consigo nuevas vidas, porque una muerte envilece cualquier ideal. Sin embargo, fíjate, papá, en su mirada. Tras las gafas, se adivinan unos ojos limpios y asombrados. Es Amor lo que mueve a ese hombre de la sentada, frente a la Cárcel Modelo, a pedir perdón. El perdón por el perdón, sin condiciones, como lo hizo el Chrestos. Pero acaso el Mesías, por ser el Mesías, cuando perdonaba, dejaba una raicilla, en el alma del reo, verde y sana, como el alma de un niño que no ha visto nunca la calle, y de esa forma quedaba decantada siempre para el lado bello de las cosas. En los Evangelios no se habla de las recaídas de los curados.
  • 30. 30 Papá, todo está muy complicado, descontrolado. Al perdón, lo hace innecesario el amor. Las fuerzas del orden público se ensañan con los camorristas y éstos con las fuerzas de orden público, y la violencia va en aumento, como si quisiera la sociedad misma convertirse en un gigantesco maremoto y mojar y limpiar las orillas de todas las playas. Lo único cierto es que necesitamos muchos guerrilleros pacíficos, como este hombre. Tozudo y constante, con cara de niño y el alma risueña, un poquillo botarate, pero novísima siempre, con la nitidez de las cañadas del monte, fuerte e insensible a la alabanza, pero mórbida y blanda al sufrimiento del prójimo. ¡Si pudiéramos transformar a este planeta en un jardín de Chrestos! Aunque pensándolo bien, papá, deben haber unos cuantos. Tal vez le ocurra a ese hombre que ves sentado frente a la Cárcel Modelo de Barcelona lo que le ocurrió a Jesús de Nazaret. No fue rico, no hizo daño, predicó amor y caridad, y al ser causa de mofa y escarnio, calló y sonrió. ¿Ves? Algo así como ha hecho ahora mismo, el hombre de la sentada que ves leyendo, cuando ha pasado ese chistoso y le ha gritado desde el coche: «¡Eh, que se te va a pelar el trasero de tanto esperar el perdón de los pecados!»
  • 31. 31 LA VISIÓN Era un día frío y lúgubre del yermo enero. Iba paseando ya, en tu compañía, caminando cargada, con mi capazo de esparto, lleno de verduras que cosquilleaban mis pantorrillas. Mis andares tenían la perífrasis de los pasos del borracho. Estaba todo tan solitario, tan gris, tan umbrío, que me paré, y me puse a mirar con insistencia, arriba. No sé por qué, ¡arriba, arriba! Distinguí de pronto a la pequeña iglesia, su campanario gótico, el palomar, y al final, estilizada y punzante, la aguja. Y de ésta, el esfumato. Papá, tan bien se veía el esfumato, que más tangible me pareció éste que la iglesia, el palomar y el campanario. ¿Quisiste hacerme un nuevo truco de magia?
  • 32. 32 MONOTONÍA En un día como hoy, quiero ceñir al mundo de maldiciones. Deseo nadar en pozos negros y redondos, sin sirenas. En un día como hoy, ansío beber en albas nuevas y ser el taumaturgo de listas inmensas, de tacos eficaces, o sentirme el ombú más solo y sin fruto de la pampa. Quiero en mis manos todo el digital del mundo, pero llevo agarrados dos capazos y su esparto araña mis piernas, abriendo cauces de sal cristalizada, me siento como un dosalbo que anda solo y un punto herido. Tengo los brazos largos, soy un simio, no avanzo por las ramas, porque la humedad diurna me anquilosa el pensamiento. Estoy soltando palabras como espumas secas, que se tornan vergajos de vitriolo, mas el aire hechizado a contraluz vuelve almíbar el látigo de mi voz inútil. No puedo impedir, ni a pecho descubierto, ni con platínica armadura, ni con cristal blindado, ni loriga alguna, que crezca, como crece y me acompañe, esta cruz, a lo largo de mi vida, igual a todas, igual a siempre, brillante por el barniz del tiempo y con el peso de la monotonía.
  • 33. 33 EL ÁRBOL DE CARAMELOS Este año, los niños del pueblo se van a quedar sin los caramelos de tu árbol. Tal vez, si hubieras intentado, otra vez más este verano, la pantomima, al ser ya más creciditos, se hubieran percatado de que no existe tal árbol, ni siquiera en tu patio, del mismo modo que perciben que las barbas de Papa Noel son de algodón. Y tal y como eras, papá, eso te hubiera dolido. Hubieras dicho: «Estos niños, están perdiendo ya la inocencia». ¡Como si inocencia fuera pensar en un árbol, que en lugar de frutos da caramelos! La pequeña Luci me dicen que lloró cuando le dijeron que habías muerto. Era ella una de las que más disfrutaba de tu árbol. Pero yo, y ella, y tú, sabemos que cuando lloró no era por los caramelos. Está muy crecida, ha dado un gran estirón y le han puesto gafitas. Entra en casa con su perro y se sienta en un rincón de la escalera, cerca de tu dormitorio, a leer tebeos. Viéndola, me doy cuenta de que es una niña muy seria. Sin embargo, yo la recuerdo el verano pasado, riendo en el patio y buscando caramelos por entre las ramas de salvia. Por si acaso, no le pregunto nada, pero la niña ya no sale al patio, prefiere quedarse en casa leyendo o pintando. Es curioso, papá, que a pesar de todo sigue viniendo a diario, y a veces es verdad que la pobre te debe echar en falta, pues nadie la ve, a pesar de sus largas y espesas trenzas de color miel. ¡Está tan callada! Será que va creciendo…
  • 34. 34 ¡SI SE PUDIERA! Si yo pudiera hacerte regresar del cielo albiverde, del limen patrístico; no como celeste criatura nueva, con nitidez de espejo en tus pupilas, sino, como tú eras, limitado y cierto, con el sello de azurita entre los dedos y aquel reír tan tuyo, a cantazos blancos. Si quisieras venir, un rato solo, cuando la albura lavase la postrer estrella y te sentaras en el sillón de siempre, en tu rincón, entornados los ojos por el humo, el aliento oloroso de cigarros y el pecho ruidoso..., me darías tiempo, si callases, a explicarte de qué forma tan lisa te he querido. ¡No me digas en qué esfera ahora te mueves! ¡Que me urge hablar primero de lo mío! Si vinieras, te exigiría, ¡no hables! Te explicaría, en el lapsus concedido, en qué manera lamento no haber aprovechado el tiempo, en que tu vida y mi vida coincidieron.
  • 35. 35 LOS TACITURNOS Desde que vivo en Barcelona, perdida en este maremágnum de gente, me siento cada día más taciturna. A veces pienso que, como Rosalía de Castro, yo debo estar triste, siempre triste. Sin embargo, no me ocurría esto cuando paseaba por la Alcaicería de Granada o por su Alhambra. Pero aquí, es el caso que ando por esas calles y andenes y veo muchos ojos, como imagino que han de ver, los demás, los míos. Hay cantidad de gente taciturna, con los ojos absortos en su yo. En muchas ocasiones, sin motivo aparente, he sonreído a cualquiera que se ha cruzado en mi camino, pero no me ha visto... o es que yo no he sonreído. Estoy tan triste aquí, en esta inmensa caja gris, como un grillo encerrado, afanoso en subir las paredes resbaladizas y que, desesperado en su búsqueda de libertad, no ve a los millones de grillos que como él, frenéticos en su canto de cuchillos afilados, buscan la salida. Sólo los niños parecen contentos, son los únicos que parecen conservar chiribitas en la mirada. Por eso, papá, de un tiempo a esta parte, me pasa lo que a ti. Cuando veo a un chiquillo llorando, siento un desgarro por dentro y hasta tal punto, que me resulta insufrible, y me acerco a él, con carantoñas y caricaturas, y como a ti, nunca me fallan, ya sea por la perplejidad del llorón, ya sea porque el personajillo presiente mi interés y mi deseo ferviente de que acabe su pena. Se tiene demasiado tiempo para ser adulto, papá. La niñez pasa rápida, como la vida, y las bocas se vuelven en seguida amargas, y las encías gotean, igual que el corazón. Pero en esta ciudad variopinta, mediterránea, se aprietan, se acongojan, más taciturnos que en ninguna otra. Quizá sea por falta de espacio, tal vez sea su densidad de población, su promiscuidad; no sé, pero la calle está llena de taciturnos. A lo peor, la taciturna, la verdaderamente taciturna, soy yo. Puede que sea eso, papá.
  • 36. 36 Y UN BUEN DÍA Tengo, en los cristales, el mismo color del revisor. Ese color de boina gris que se lleva, sin ruido, el viento. Mis párpados son como todos: grises como los gabanes, como el tiempo, como un periódico que alguien dobla a lo lejos. La mirada de los otros, cansada y uniformemente acelerada, es la mía, a su misma altura y con la expresión de la merluza cantábrica. Los bostezos van al son del traqueteo. ¡Cuánto pienso, papá, en este trayecto diario del metro! He cerrado los ojos para verme otra vez con las uñas rosas, la piel rosa, los días rosas y en mis encías rosas, la vida, sonriendo rosamente. ¡No sé qué hacer con treinta y tres años baldíos! En la vida, hay que saber despertarse más temprano. Cuanto antes, mejor. Menos amargo el trago; menor cantidad de días sorbidos. … Encontrarse de pronto, bizarramente sola, perpleja ante la copa por beber. … Tanto trastorno junto para una sola... ¡No sé qué hacer con treinta y tres años baldíos! Tal vez me los crucifique. Papá. ¿A qué apretarse las manos en esta peregrinación? ¿Cuál el objeto? ¿Con qué sentido? Mi asombro ante mí, por dentro. El asombro de mi asombro. ¿Entenderé, vacía la copa, cómo he ido muriendo cada día? Toda mi edad creyendo en todo; adorando, sin preguntar, al latido, al calor, las intemperies, los problemas, estulticias y hasta el andar sin rumbo de este mundo. ¡Todo, por ser, tenía sentido! Y de pronto, un buen día, me sacuden, me despiertan. Frotándome los ojos, miro a un lado. Veo una talega con mi nombre. Me pertenece. Está la mitad vacía..., pero ¡ya está el morral medio lleno! Y lloro. Lloro como un niño caliente, sentado al borde de la cama, llamando a voces a quien le ha despertado.
  • 37. 37 CURIA DE ESPAÑA, ¡MANOLA! Siempre que pienso en la Curia, se me ocurre hacerlo con la tonadilla pegadiza del cuplé castizo «Dama de España, Manola». Mis motivos tengo, es que, entre nosotros, ¡sudamos tinta china con la Curia, papá! Lo malo es que tú siempre fuiste sumiso a todo. Ahora las cosas han cambiado mucho. Las separaciones legales son mucho más rápidas. A los curas, se les deja un poco al margen, porque la gente se suele casar civilmente. Por otro lado, aunque te duela, ¡si hubiéramos tenido dinero…! Pero hace doce años, ¡qué mal lo llegamos a pasar! Recuerdo un verano abrasador, en que se me obligó a ir cada mañana, mientras soñaba en la playa, al Palacio Episcopal, porque el secretario que llevaba la separación de Maite tenía mucho trabajo, y no podía soportar el calor. (Se subía la sotana, abriendo las piernas, para abanicarse cómodamente la panza.) Yo por entonces comenzaba a tener nociones mecanográficas, y en vuestro afán de que acabaran las penalidades de mi hermana, allá que me iba yo, con mi rebequilla de estambre, que me ponía en el mismísimo quicio de la puerta, porque el curial dijo que, con los brazos al aire, era una injuria atravesar aquel recinto sagrado. Yo no lo veía en absoluto sagrado, papá, lo confieso. ¡Qué follón! ¡Qué tinglado! ¡Qué curia! La separación de Maite duró dos o tres años, no recuerdo, pero os envejecieron a mamá y a ti veinte o treinta..., y ¿sabes cuál era el único motivo de la tardanza? No era el afán de unir a un matrimonio, no eran los pobres hijos que quedaban sin padre, no era el respeto a un sacramento. Da risa, pero yo lo he vivido. Era, simplemente, la incomparable, inconfesable y apoltronada gandulería del cura secretario, que llevaba el Negociado de las Separaciones Matrimoniales.
  • 38. 38 BEATRIZ Beatriz me ayudaba en la difícil tarea de la vida. Es ella, con sus palabras a medias, y sus manitas, quien me apoya. Su debilidad me envalentona, me hace fuerte. Sus pasitos vacilantes marcan mi marcha, haciéndola firme y decidida. ¿Lo entiendes, verdad? ¡Si vieras qué mal criada la tengo! Apenas la conociste, está ahora preciosa. Fuerte, robusta, de carnes prietas. Soy golosa de ella. Tiene siempre los carrillos rojos de mis mordiscos. Es pacífica, bobalicona, torpe de palabras y ademanes, lenta e insegura, pero cariñosa como un cachorrillo. Le gusta el roce y las caricias. Con ella comparto mis melancolías; con sus ojos, columpio los míos, en la risa. Sencillamente: es mi juguete. Ahora es el colchón blando de mi mente. Basta su mano helada y roja de invierno, perdida y encogida en la mía, y su naricilla amoratada sobresaliendo de su caperuza, para que olvide el peso del cesto de la compra y el peso, todavía más duro, de cada día. Es mi juguete, papá, es el peluche de siempre. Mañana pensaré en ella seriamente, cuando empiece a ser una personita. Ahora déjame que la disfrute.
  • 39. 39 NOCHEBUENA Tu zambomba sonaba, pujo - pujo - pujo - pujo - pujo. Lo peor es que no la tenías, y con la mímica y con tu pujo, nos dabas la noche a todos, riéndote a carcajadas de nuestras rabias. Hace dos nochebuenas, nos enseñaste el recorte de un diario, que guardabas, pegado con papel de celo, tan sobado y releído estaba. Una vez más, escuchábamos pacientemente su lectura íntegra. Hoy, tengo aquí el recorte, y oigo tu voz leyendo con gracejo andaluz: «Pos eto era una ves, que etaban un día con musísimo frío, la Vinge y Zan Hocé, en zu caza, y un zeñó con musa barba y musa narise, y mucho cojone, va y le dise, dise: Oí utede, que dise mi zeñó Emperaó, que ca uno vaya ar pueblo onde ha nasío, pa empadronase, y too lo chavea que andaban trá er tío, armando patulea, desían de mu mar talante ¡vaya tío prezumío! y mucha má coza má. Entonse la Vinge dijo con una vo mu flojilla: Güeno, po iremo pa yá, Hozé, hijo, qué le vamo a hasé; anda que ya e mu tarde. Y piyaron un cacho pan y un borriquiyo y se jueron pa Belén, pero ya que yegaron ar pueblo, naide los quería meté en zu caza, ni en la fonda ni ná, y aluego ensima, se metían con eyo, porque eran mu probeticos, lo probe. Entonse, dijeron de irce lo do juntico a una cueva mu desgrasiaita y yena de bicho y telaraña, que estaba un poquito lejo, y como la Vinge era una mujé mu curioza y mu limpízima, se puso a barré la choza y a quitá toa la telaraña. Y ar zoná la dose de la noche, er Verbo se hiso canne, pa viví con too nozotro y la Vinge empesó a desí mu llena de alegría: Ozú, Hocé, que guapiyo é, ya ha nasío er Niño Dio, cucha, Hocé, cómo yora probestio mío. Y aluego depué, jueron pa yá, too lo pastore y lo Reye Mago de Oriente y dieron ar Ñiño mucho bezo y lo dejaron too babeao y le ofresieron mucha cosa güena y por ezo too nozotro comemo también mucha cosa güena y cantamo y jaleamo con la Parma». ¿Es posible, papá, que hasta este relato te emocionase?
  • 40. 40 SOLDADITOS DE PLOMO ¿Te acuerdas de nuestra larga época de las vacas flacas? Fue cuando los tres empezamos a crecer y los colegios a subir y a subir las cuentas mensuales. La calefacción con cascarilla de avellana, que no aparecía en todo el invierno; los libros, que había que comprar en el colegio; los uniformes de diario, de gala, el velo largo, el sombrero, el uniforme de verano, el de gimnasia. Pocholo, en el colegio de los Hermanos de la Salle, empezaba a gastar fuerte, y yaya, era otra boca más en casa. Dejaste de ser profesor de futuros alféreces, por no sé qué ley del B.O.E. y, en fin, te pusiste a hacer soldaditos de plomo. «Papá, factótum.» La cosa era sencilla y nos divertía enormemente a los tres. Se trataba de fundir plomo, con el consiguiente peligro, meterlo en unos moldes y dejarlo enfriar. De allí salían unos pequeños hombrecillos, a los que había que limar y limar, hasta lograr unas impecables cartucheras, un mosquetón perfecto, un casco y unas botas dignas de un soldado en formación, Luego, con diminutos pinceles, pintabas, mirando a través de una gran bombilla, los ojos, la cara, las correas, el machete, etc. Así, hasta lograr una compañía, con su capitán, su cabo primera y toda la formación perfecta, que introducías en unas cajitas, como de zapatitos pequeños, y te ibas con la muestra bajo el brazo, vestido de paisano, para no «afrentar tu uniforme, entonces de comandante», a venderlos por los bazares. Esto nunca se comentó en casa; todo se llevaba de incógnito. Tu prestigio social, en los años cincuenta, hubiera ido rebotando como una pelota rota en la escalera. Pero tus hijos íbamos a los mejores colegios. Los de las monjas y los hermanos. ¡Qué de recuerdos agolpados va para siempre!
  • 41. 41 OTRO HIJO Papá, hace viento y se nos ha hecho tarde; quedémonos, pues, en casa. ¿Oyes crujir las ramas? Las hojas barren la calle. ¡Qué pronto anochece ahora! Los días acortan y las noches son interminables. En estas horas de oscuridad, me pongo a pensar en la posibilidad de tener otro hijo: un bebé juguetón y tierno, que alegre las tardes frías y desangeladas del invierno y llene de compañía y de palmitas las soledades. Pero algo me retiene. Esta vez no vería tus lágrimas, esas interminables y silenciosas lágrimas de alegría, junto a la cabecera de mi cama, junto a la canastilla perfumada del bebé. Eso me entristece y me desalienta. ¿Te importa tener más nietos? ¡Qué guapos están todos ahora, papá! Los de Maite ya son unos mozos; Silvia es una mujer bellísima y Chete un hombretón fuerte. Alfredo y Diego son preciosos, y mis hijas, papá..., ¿qué puedo decirte de mis hijas? Si pudiera tener la certeza de que tu mano, como una pluma invisible, iba a rozar de vez en cuando la pelusilla suave de mi bebé... Si supiera que el aire que meciese el moisés iba a ser el de tus nanas... Papá, hoy no tengo ganas de salir a pasear. El día es tan corto, y tú estás tan callado.
  • 42. 42 LA PRIMERA MUERTE En el fondo, papá, lo terrible, lo que en realidad no te perdono, es que has sido la primera muerte: mi primera muerte. En los días como hoy del invierno, altos y grises, lentos e iguales, te me vienes, como un molinillo de papel, a la cabeza, girando por tu mismo soplido. Salgo, cuando ya el agobio y la pena me son insufribles, a la ventana, para ver la calle, entontecida por mis propias aspas. De mi vida, náusea continua, al trabajo, y con él, tú. Pero has muerto. La muerte de las dos yayas no ha sido una muerte para mí. Una tenía ochenta y seis años, y la otra, tu madre, apenas si la conocimos, ni mis hermanos ni yo. Es sólo un recuerdo borroso de la niñez. Una anciana que pasó unos días con nosotros y que luego se la llevó el tren, alejándola para siempre de nuestro lado, con un silbido cuajado de lágrimas. Papá, yo nunca he visto a nadie con unas lágrimas tan grandes como las tuyas. Te resbalaban por la cara pequeña y afilada, y llegaban intactas a la solapa de tu guerrera, rodando alguna, hasta las baldosas, como una gota de sudor, espesa y densa. Y muchas; siempre salían de tus ojos muchas lágrimas seguidas; salían sin previo aviso, a borbotones, sin que de la garganta se oyera un solo quejido. Sólo tus ojos avisaban la pena. Tus ojos y tu silencio. Pero yo estaba acostumbrada. Igual le ocurre a Patricia cuando me ve llorar e interrumpe tranquilamente su juego con las muñecas, para levantar la vista y preguntarme, ¿qué vais a hacer con los vestidos del Ito, si son tan altos? En los días como hoy, en que el cielo es una interminable gabardina, salgo a la ventana a respirar y en los patios, en la ropa tendida, en los andamios, en la humedad, me doy cuenta de que te has muerto, muerto, muerto. Irremisiblemente muerto. Mi diálogo contigo es en esas ocasiones desesperanzador, porque tiene el color de las piedras y su misma frialdad, y todo se transforma en una meditación sin terminar, sin paz, sin conclusión.
  • 43. 43 Y, sin embargo, no puedo evitar, precisamente en los días así, pensar que eres aún la base y el fuste de casa. Nosotros, los que te lloramos, la cornisa de yeso que pronto se deshace, pero tú, lo perecedero. Es tal vez una ilusión, una terapia de mi propia mente, una tabla de salvación a la que me agarro con las uñas, para no hundirme definitivamente. Porque..., papá. En esos levísimos segundos, en que pienso que no estás, que ya no eres, sino en mi recuerdo, es apremiante la necesidad que tengo de descansar verdaderamente, sin medida, en noche verdadera, como una piedra fría. Es tanta la angustia que siento por descansar, de todo el rodar de este mundo, de todo el hablar de veras de este mundo, que me atemorizo de que más allá de la muerte no haya descanso definitivo, que no sea muerte cierta y para siempre: que no sea el fin. En días así como hoy, estoy tan agotada que la muerte es remisión y no deseo tras ella la paz eterna o el bienestar, ni el comienzo de otra vida mejor, sino la muerte; sobre mí la tierra. El cielo baja con toda la carga del húmedo febrero a mis pupilas y en la densidad del silencio de este domingo, en los inalterables trozos de tiempo, que pasan, pienso que para siempre duermes, y no te encuentro. ¡Y yo que deseo saber de ti, cuál es tu suerte, y en qué brecha del cielo estás cavando!
  • 44. 44 EL DIENTE Papá, hoy a Patricia se le ha caído su primer diente. Ha sido toda una odisea. Figúrate lo cobardica que yo soy, y ella, hasta donde tú la pudiste conocer; pues ¡se lo he arrancado yo! Hacía días que se le movía en la boca como un minúsculo badajo de marfil, desacompasado. La he sentado sobre mis rodillas y, atándole fuertemente un hilo a la raíz del dientecillo, he tirado varias veces de él, pero con tan poco tiento, que se me venía el hilo, únicamente. Por fin, el diente ha salido de estampida y con tanta furia que se ha escapado del hilo y ha sido empresa difícil encontrarlo. En el nuevo piso, tenemos los suelos negros con motas blancas; imagina pues. Se ha tenido que barrer la habitación. Patricia, muy entusiasmada, buscaba con una linterna bajo las camas y gritaba, muy poco oportunamente, por cierto, que en lugar de un diente estaba encontrando mucha borrilla. El diente, apareció en el pasillo. Ahora, con su mano bajo la almohada, Patricia duerme soñando infinidad de cosas sobre los dientes, las raíces y el ratón Pérez. Ya todo en paz, me han dado ganas de hablar contigo. En cada una de mis experiencias, te voy dando las gracias. ¡Qué de tonterías hacías y hago yo ahora! Y, no sé, no sé, papá, si eso es bueno o es malo, porque pensar ahora en ello me causa una pena infinita. También yo le escribiré una carta de parte del ratón Pérez, diciéndole que debe ser más buena, pues ya es una mujercita a la que se le caen los dientes. También ella se acordará, espero, cuando sea mayor, y tenga hijos. Me da pena pensar que te estás perdiendo los pasitos que en esta vida dan tus nietos. ¡Si vieras a la pequeña Beatriz! Anda, acompáñame a pasear.
  • 45. 45 ELATROPELLO Hoy he visto cómo atropellaban a una niña, causándole la muerte instantánea. Ha sido en la Avenida de la República Argentina. Llevaba la niña un álbum de cromos en la mano. El chirrido del frenazo ha sido agudo, interminable, agarrado al suelo, hasta que un golpe seco, e inconfundible, lo ha callado. Tenía la niña siete u ocho años. He mirado a lo alto y la he visto, en volandas, como un muñeco de trapo, con las braguitas y las enaguas al aire y el álbum, desperdigado. Me dicen que su madre se ha vuelto loca. Qué pena, papá, que esa nena haya vivido en los tiempos del asfalto, entre autos, humos, luces. Qué casualidad que pasara en ese mismo momento y entre todas esas cosas. ¿Quién no ha querido que muriera, revolcándose en los prados, sorteando riachuelos, hiriéndose en los zarzales, o astillándose los labios, por culpa de espigas secas? Qué casualidad el segundo en que llegó a este mundo y el del último suspiro, y el instante en que cruzaba la calle, cuando pasaba el coche grande. Casualidad, ¡yo miraba! ¡Qué casualidad maldita! Papá, si la vida de esa niña ha sido casualidad. Casualidad es la mía, y las montañas y tú, y este eterno girar. Casualidad los sistemas, casualidad es pensar. ¡Padre, padre, a veces qué callado estás!
  • 46. 46 EL SORDOMUDO Fuera del parque, por el que paseamos a diario, está la anonadante, la heterogénea, la azacanada ciudad de Barcelona. Fíjate en ese ir y venir de gentes amalgamadas, mezcladas, con una lucha común, que tú ya no tienes: la prisa. Sacar tiempo del tiempo; correr sin descanso, para llegar antes que él y encontrarse de pronto con la certeza y el desánimo de saber que se ha perdido la batalla. Observa esas ambulancias que circulan a pleno pulmón, furiosas de no poder circular. Mira esos coches europeos, casi siempre alemanes, con un perro dentro, generalmente un gran danés o un San Bernardo, de ojos tristones como los del chófer que los pasea. Mira, también hay mendigos y gitanas, con un canijo crío, tirando de la teta seca y pellejosa. Fíjate en esa boca de Metro. Dos indios de ojos trasparentes y plácidos, parecen ausentes. ¡Qué iluminación hay en las calles! Y al final de todo, sobre todo, siempre esa sensación de codazos, de zancadillas, de agotamiento, de haber andado abriéndose paso, descorriendo el aire. Es asombrosa, ¿no es cierto, papá? Te contaré una cosa que me ocurrió ayer, aquí, entre esta misma tropelía de vehículos, parados ante el semáforo. Vi de pronto unos ojos callados, mudos, grandes como mares, infinitos y enigmáticos como el firmamento, cuando uno se percata de él y lo descubre, que me miraron de frente, que se posaron en el rímel de mis pestañas y me obligaron a pararme en el centro de la calle, como si de ellos saliera una mano de hierro y una voz poderosa. Me acordé de ti: el miedo, la alegría, el asombro, la incertidumbre, la paz; todo me recuerda a ti. No sé exactamente ahora qué aspecto tenía, ni si era un mendigo, o un niño bien vestido y limpio; ya ves, no puedo recordar tan siquiera el color de sus ojos, y, sin embargo, fueron ellos los que me petrificaron. En su mano, una tarjeta con una frase impresa decía: «Soy sordomudo. Si compra un lote de loción, doscientas pesetas; contribuirá a ayudar a los niños como yo. Gracias. Escuela de Sordomudos».
  • 47. 47 Por un momento, todo quedó suspendido en el tiempo y yo estuve aislada con él. Sorda, muda como él. Los ruidos, los escaparates, los coches; todo pasaba ante mí, sin percatarme, sin oírlos. Papá, éramos dos sordomudos, y no apartábamos los ojos uno del otro. Entré en el mundo del silencio y creí comprender su lenguaje: el de los ojos. Esta plaza se llenó al instante de ojos como almas, angustiosos, felices, tranquilos, inocentes, vociferantes. Lo demás, el tráfico, los zapatos taconeando en el asfalto, no existía. Todo quedó dicho entre nosotros en un momento. Abrí el bolso para comprarle una loción; aún me sentía aturdida, como acabada de despertar de un largo sueño. Me subió un regusto amargo desde el estómago a la lengua. Llevaba miles de chucherías en el bolso, ya sabes lo desordenada que soy, pero no llevaba doscientas pesetas. Le enseñé mi bolso, pero ya estábamos en mundos distintos. Le abrí las manos, así, vacías, en un último esfuerzo de impotencia, pero temo que mi gesto resultase teatral. Su mirada fue fría y aguda como el acero de una cimitarra. Le escribí mi dirección completa en un papel y se la di. En casa podré comprarle todos los lotes que lleve en su cartera. Desde ayer, cada vez que llaman a la puerta, corro a ver quién es, siempre cerciorándome por la mirilla. Espero, desesperanzada, al niño sordomudo que me sumergió, durante un instante de silencio, en un mundo de paz. Quiero aprender su calma, pero no viene. Ya no vendrá. Más allá del parque por el que paseamos, papá, está Barcelona, una gran ciudad muy complicada. Tiene muchas cosas buenas y muchas malas. Pero dime, papá, ¿no es cierto que aunque todo fuera malo, pecaminoso y podrido, aunque sólo estuviera poblada de gente de mala catadura, bastarían al buen Dios ese par de ojos mudos e inocentes, para nivelar la balanza de la ciudad, hacia el lado de los haberes?
  • 48. 48 LA CEREMONIA Por las noches, cuando acuesto a Patricia, hacemos las dos una verdadera ceremonia. Mientras la desnudo, siento día a día su cuerpecillo caliente crecer bajo el uniforme y veo sus pies pequeños, ennegrecidos por el sudor del juego y el calcetín, y sus nalgas ateridas y duras; mientras le voy quitando una a una las prendas y palpo su carnecilla y muerdo sus rinconcillos, voy preguntando guasona: —¿A quién quieres tú, mi vida? «A mamá» (con la vocecilla tierna). —Y... ¿hasta dónde? «Hasta los pajaritos». Este curso ha crecido un poco más. Los pajaritos, ya sabe que también se llaman aves. No le parecen tan altos, no los ve tan importantes, y me contesta deprisa, con voz de marimandona, «Hasta el cielo, mamaíta». … Patricia, hijita mía, cuando tengas veinte años, ¿hasta dónde me querrás?
  • 49. 49 LA JURA DE BANDERA Sentémonos aquí, estoy cansada de caminar. Hoy he estado mirando las fotografías que hay amontonadas en el armario empotrado, dentro de una bacineta antigua. Éramos niños, y tú tan fuerte, como es ahora José Luis. Una de esas fotos me la he quedado, la he robado al patrimonio familiar. Estás de uniforme de gala, con el sable, los guantes impecables, blancos, y tu estatura imponente, hablando frente a frente, a los soldados. ¿Recuerdas aquella jura de bandera? Has tomado muchas juras, a lo largo de tu carrera militar, pero ésa, especialmente, quedó grabada en mí. Alguna vez lo hemos comentado en casa, pero creo que a ti no se te dijo nunca. Verás: yo estaba entre el público, oyéndote hablar, por el micrófono, a esos cientos y cientos de «soldadicos», como tú decías. Sabía que la frase siguiente iba a ser: «Soldados, sed dignos cachorros de la madre Patria», porque te había oído preparar el discurso en casa. Esa frase me gustaba, la decías con énfasis y sentimiento. Pues bien, cuando ya iban a sonar en mis oídos esas palabras, saltó un señor y dijo en voz baja, pero lo suficientemente alta, para que yo la oyese: «Acaba ya, chalao, que nos morimos de calor». La verdad, papá, no comprendo cómo resistías con aquellas botas hasta la rodilla y la gorra puesta, hablando bajo un sol de justicia. El caso fue que no pude oír lo de los cachorros, y en su lugar advertí que te llamaba «chalao». El resto, lo puedes imaginar. Con la sangre caliente que tenemos todos los de casa, y que tanto nos recriminabas, armé un sarao de campeonato. Lo dejé como unos zorros, creo que me ensañé. Mas d'Enrich, el campamento militar donde tenían lugar las juras de bandera y las maniobras, sigue teniendo olor de resina y de pinos. ¡Qué bien respirabas entonces, papá, y cómo se movía la bandera! ¡Qué grande eras, papá, para una niña!
  • 50. 50 RECUERDO FLORIDO Había un vals, un precioso vals, allá por los años cincuenta, muy en boga, que se titulaba Recuerdo Florido. Yo no sé qué recuerdo os traería a mamá y a ti, pero hicierais lo que hicierais, en cuanto la radio anunciaba su melodía, lo dejabais todo, tú en el despacho, mamá en la cocina, y os poníais a bailar como chiquillos. Tenía mamá, por entonces, una bata larga, roja, brillante y vaporosa, que le iba muy bien a su pelo negro y su tez pálida, haciéndola, en su amplitud, más esbelta. Solía, ella, sujetarla con la mano, y tú, con las piernas zancudas, dabas vueltas, con mamá en brazos, por el pasillo vacío de nuestro pabellón espacioso. La yaya miraba desaprobatoriamente vuestra falta de formalidad, y nosotros, los tres, acostumbrados a esa falta, mirábamos, extasiados, el vuelo rojo de mamá y tus zapatos negros acharolados. Un día, el vals dejó de oírse. O quizá lo oíais, y ya no os traía recuerdo alguno. O simplemente, se cambió la radio por la televisión. No sé, no tiene excesiva importancia. Lo verdaderamente curioso es que, al cabo de tantos años, lo recuerde yo, tan perfectamente registrado en la memoria, teniendo en cuenta que es una cosa de la que jamás se habló en casa. Nunca ya he vuelto a oír ese vals, pero recuerdo su música, su suave melodía, como un recuerdo florido, tal vez como un sueño.
  • 51. 51 ELUCUBRACIONES Papá, me gusta escribir. Quisiera acertar a plasmar en el papel todo lo que llevo siempre, esos pensamientos que a veces me sorprenden a mí misma, hacia ti y hacia los demás. Pero es difícil, y además se necesita estar sobrado de tiempo y sentarse en un rincón, sola. Y, amigo mío, eso con las niñas es imposible. Hoy me siento zascandil y dispuesta para el ensayo. Pero es intrincado el sendero del lenguaje. Fíjate: interpretar, por ejemplo, un paisaje, una fuente, hablar del olor de ozono, cuando ha cesado la lluvia, sentir un pino caliente, acariciando la piel, percibir en las encías el zumo de un limonar, de una tapia enmohecida, y todo ello explicárselo a otro, que lo leerá otro día, en otra parte, cuando tal vez para mí ya se haya volatilizado el motivo, el paisaje, el sabor. Sin embargo, soy poeta y me enredo en sutilidades y creo hacer bolillos con el lenguaje. El instinto crea el ensueño; el conocimiento, lo destruye. Pienso que el anacarado del amanecer, el fraguado ocaso y ese terciopelo del anochecer, sólo se han hecho para mí. Es como otro órgano de mi cuerpo, que da dimensión al alma. Y es por eso que a pesar de las risas, de los pañales que lavo, de los suelos que abrillanto y de los cuentos que invento para embutir las papillas; a pesar de «mis labores» y hablar como comadreja de la cesta de la compra, mi rincón de cada noche no me lo quita nadie, ¡ni el lucero del alba! Con la casa adormecida, tranquila y ordenada, en mi tibio sillón, cómodamente, como una feliz burguesa, con mi papel y mi pluma, viajo. Voy escribiendo palabras que luego guardo o que tiro. Pero nadie en este mundo puede impedir que me solace y con quien me dé la gana, hable, sueñe y ame.
  • 52. 52 ELACCIDENTE Hoy, cuando llevaba a las niñas al colegio, haciendo el mismo recorrido de siempre, en el coche, y en un cruce en el cual teníamos nosotras la preferencia, se nos ha precipitado un coche encima, a toda velocidad, embistiéndonos por la parte izquierda, como un toro brillante y blanco, de metal frío. Han sido unos segundos de gorritos y carteras, de golpes y vocecillas contra la tapicería del coche, para acabar de cuajo, ante una viga de hormigón armado, plantada sólo a diez centímetros del bordillo de la acera. No he tenido en absoluto miedo. No me da miedo la muerte, es decir, el momento de la muerte; lo que verdaderamente me aterra es la enfermedad. Sin embargo, ahora estoy horrorizada..., si a alguna de las niñas le hubiera ocurrido algo..., ¿quién soy yo para exponerlas a ningún peligro? El preciso instante del accidente es tranquilo, conformado. Es una espera de instantes, para saber qué vendrá luego. Si el luego no es nada, es cuando uno se sobrecoge y sobrecoge a los demás, a la familia, a los amigos. No tuviste suerte con tu muerte, papá. Una vez más pienso que la muerte de sopetón es un regalo.
  • 53. 53 ... Y ESAS FRASES Se me vienen a la memoria multitud de frases familiares, tan oídas y mencionadas entonces, que hoy causan verdadera risa el recordarlas. Por ejemplo, cuando le explicabas a Pocholo los temidos problemas de Álgebra, y él, sumergido en las cuerdas de su recién estrenada guitarra, se ausentaba de tus binomios, de tus incógnitas, y, viendo tú que no comprendía, por estar divagando distraído, o sospechando que fuera un poquitillo zoquete, le decías, entre nervios y disgustado, sacando toda tu voz, de una vez, y asustándonos a todos: «Pero, Pocholito, hijo mío, por la Virgen del Carmen, ¡coño!». Oírte eso era un grave y serio asunto. Papá se ponía nervioso y había que bajar la cabeza a los libros. Hoy, de mayores, ¡qué de carcajadas al recordarlo! Otra frase inolvidable, de mi niñez, es la de tu caballista, Antonio. Era yo un renacuajo larguirucho, y recuerdo a pesar de ello, de él, su pelo rizado, sus ojos de color zarco, su tez olivácea y su hablar y gracejo andaluz. Cuando iba a recogernos al colegio, y gozábamos echando a correr, calle abajo, asustado él, bajo el peso de su responsabilidad, chillaba sin ningún miramiento: «Sus voi a cojé, y zu voy a dá un capón, que vai a zortá un gargajo como una manta». Nosotros corríamos todavía más, con la lengua fuera, repitiéndonos, «malo, malo, Antonio se enfada y nos va a dar un capón, que nos va a hacer soltar un gargajo como una manta». Cuando llegábamos a casa, y preguntábamos al primer adulto que aparecía en el quicio de la puerta, y que solía ser mamá, cuál era el significado de capón y de gargajo, se nos respondía disimulando muy mal la risa: «Nada, niños, nada, cosas de Antonio». En casa, cuando había algo feo, no sé por qué tenía que ser precisamente «más feo que las narices del barquero». ¿Qué le pasaba al barquero y a sus narices, papá, que siempre estaban en la punta de la lengua de mamá?
  • 54. 54 Y un año, un siniestro año, en que sacamos más suspensos o «medianos», como tú decías, de los previstos, y que a fuerza de sudores logramos salvar en septiembre, pasaste el primer trimestre del curso siguiente, mis hermanos dan fe, diciéndonos, cada vez que entrabas en el despacho a vigilarnos, o a coger cualquier libro: «Os digo de verdad que este curso se os va a hacer de noche». Finalmente, cuando abrías la boca, los tres, al unísono, decíamos, mirándote entre los cuadernos, «este curso se os va a hacer de noche», causando tu hilaridad, y poniendo fin, por consiguiente, a tu archisabida frase. Y esas frases, a veces de militarote de caballería, ¿papá, a quién sino a ti se le ocurre decir a la madre superiora del colegio, delante de las avergonzadas hijas de María, que entonces eran tus hijas y de sus amigas, que el tobogán que había en el jardín debiera de llamarse El Rompebragas? Gracias a eso, pasamos un mes sin dirigirnos la mirada, ni la madre superiora a nosotras ni, por supuesto, nosotras a la madre superiora. También, ¡mira que tu manía de no querer pronunciar como era debido ningún vocablo nuevo que se introdujese en la conversación! Sólo castellano, rancio y árido castellano de Castilla. Jamás dijiste boite, ni cocktail, ni siquiera pronunciaste Marlene Dietrich como todo el mundo. Te recreabas en los fonemas, y nos mirabas embobado, ante nuestras correcciones, diciéndonos, después de fingir escucharnos con la boca abierta: «Pero ¡qué imbéciles sois, hijas mías!».
  • 55. 55 LOS REYES MAGOS Tú has sido los tres reyes, viejo amigo. Tú, Melchor, Gaspar y Baltasar. Eras el olor de azufre, los pajes, la cabalgata, el ambiente, los temores y los propósitos de enmendarnos. Tuyas las cartas, con los regalos, llenas de cariñosas reprimendas. Tuyos los apotegmas, las advertencias. ¿Quién bebía de las tres copas de aguardiente? ¿Quién traía montones de paja, para comer los caballos, cansados desde el Oriente? Salpicadas por la noche, como un fantasma muy rico, las baldosas del salón, de lentejuelas, y a la mañana siguiente, sorprendido, decías: «se ha descascarillado alguna corona». Mas ahora ¿dónde juegas?, ¿qué larga cola te guía? Relinchará tu caballo por las crestas de los montes, y, como un solitario exea, seguido de mil camellos, cargados de golosinas, juguetes y trajecillos, irás buscando en las chozas, donde no haya zapatitos, a los niños pequeñitos que no han escrito a los reyes, e irás dejando de noche regalos y bendiciones.
  • 56. 56 LOS LADRONES Han llegado de improviso, como endriagos silenciosos. Nadie los ha percibido, pero todo, en el piso, ha sido una eclosión de fantasmas sigilosos. Hemos pasado revista a la casa. Sus contornos eran fantasmagóricos y todo tenía una actitud de fuga y evasión. Todo ha sido memorizado en nuestras cabezas, que han trabajado afanosas, por unos momentos; como una urdimbre, hemos puesto nuestros hilos en orden, para tejer la casa, como antes. Allí las porcelanas; aquí, la plata, los jarrones, los abrigos. Pero hemos sabido que la ganzúa hábil, como un fálico relámpago, ha violado la casa. Fuera, en la calle, el mismo celaje, en casa las mismas paredes inmóviles y blancas, todo igual, excepto un hueco. El de la cajita roja de piel de becerro. Esa caja que hace tantos años guardo en mi tocador, que llevo en mis viajes. El estuche siniestro y prohibido para mis hijas. La caja que huele a pañuelos de seda, guantes de piel, tarjetas de visita, y a recuerdos. Sólo ahí las manos de los ladrones, profanadoras y extrañas, han retirado las medallas, las esclavas, mi alianza y tu sello. ¿Quién llevará ahora, o en qué bolsillo extraño tintineará, junto a unas llaves, el sello que llevaste en el dedo tanto tiempo? «¿Cómo te encontraremos al declinar el día, si nuestro camino no es tu camino?»
  • 57. 57 EL PARADO En el Metro, dirección Tibidabo, en la boca de Padua, un hombre pobre, sentado, avergonzado y joven, con la cara escondida en las rodillas y los hombros derrotados, pide dinero. Sus manos rudas, como de esparto, agrietadas, no de los años, sino de piedras, de arañazos, de cal y clavos y de morteros. En las uñas, llenas de oscuridades, cruje la tierra. A su paso, los transeúntes, apresurados, van echándole algunas monedas, poca cosilla; pero él, ni tan siquiera mira. Sólo se tapa. ¡Esa es la imagen que pintaría para el desánimo! Tiene, todavía, el bocadillo, envuelto en un papel aceitoso, de periódico, y son las nueve de la mañana. ¡Es un parado! ¿Te das cuenta, papá? ¡Es un parado! Se le nota el estómago, como un embudo, y el corazón le sale fuera, tan triturado, que a sus ojos emerge, como dos púas, inyectadas de cansancio y sangre. No puedo evitar pensar, al verle tan hundido..., si al menos alguien como él ha sido quien se ha llevado de casa tu sello de oro y mis esclavas. Si mi pobre ladrón es un parado, ¡qué gran consuelo! Yo estoy segura, papá, que con tu cara de océano y de aires, con esa mirada de ola ancha, desde donde vigilas y penetras, has comprendido por qué le he dicho esta mañana: «Por si te sirve de algo, hermano, yo te quiero». Aunque estés tan alto como las águilas, has comprendido por qué y hasta qué punto soy comunista.
  • 58. 58 FELICIDAD Mi felicidad no es sencilla. Ambiciono una felicidad, que con el tiempo me precipite en el tedio, en el abismo infinito del hastío. Porque cuando yo consiga introducirme en las tinieblas de los pobres fatigados por el ocio, podré decir, con absoluta seguridad, que antes fui feliz, y tan sumamente feliz, que pude lograr cansarme de la felicidad misma. Así deseo mi felicidad, papá: tan magnífica, que el cielo se trueque en manzanas de almíbar y las gotas de lluvia sean jugosos granos de uva y miel seca y el suelo se resquebraje y aparezcan para mí, de las grutas, gnomos tintineantes de cristal. Y cuando yo sonría, el mundo mismo habrá de convertirse en una carcajada, que rompa el silencio exasperante de un planeta lejano, que desconoce la vida, porque no existe el amor, donde el azul siempre llora, porque no tiene su cielo; donde el sueño no existe, porque no hay felicidad. Lechosa felicidad que enturbie la cristalina agua que riega milenarios olivos. Felicidad tan firme, que arañe los brillantes. Felicidad tan loca, que rompa las cadenas que unen las montañas de cinco continentes. Felicidad tan dulce, que borre los limones. Felicidad tan fiera, que a un solo gesto mío desgarre las entrañas de los troncos secos. Felicidad, en fin, fluida, que amontone el polvo de áridos caminos, ascendiendo por el anchuroso espacio, para endurecer las nubes. Felicidad cromada, que cause vivo enojo al rey de los colores, el arco iluminado que se apoya flojo en el tapiz húmedo del gris horizonte. Así, cuando me halle reposando del cabalgar de esta vida, y las riendas me conduzcan por el camino seguro que espera a todas las vidas, recordaré, mientras atizo las hojarascas del parque, la felicidad que tuve, de la que llegué a cansarme.
  • 59. 59 TAN DE DERECHAS Me pregunto muy a menudo qué harías si vivieras en estos días y vieras esa ola de pechos y pubis en los que se ha transformado la calle, los quioscos, los cines y espectáculos; qué harías, si vieras a hombrecillos atildados, con un bolso en bandolera y las uñas perfectamente manicuradas y lacadas, haciendo juego con una sombra sofisticada en los párpados. O si oyeras, por ejemplo, que Canarias es reclamada por la Unión de Países Africanos. Mi pobre papá, tan de derechas, tan franquista. Tú, que pasaste vuestra famosa guerra del treinta y seis encerrado en diecisiete cárceles rojas; que nos enseñabas las piernas, llenas de cicatrices, de pedradas; que fuiste juzgado y condenado a muerte por los «milicianos» y contestaste altanero, envarando tu imponente envergadura: «¡Viva Franco!, ¡arriba España!»; tú, que no vacilaste en dejar a tu mujer y a tu primera hija, para alistarte en la División Azul. Mi pobre papá, tan de derechas..., ¿intentarías un golpe de Estado? ¿Seguirías defendiendo a ultranza tu ideal? Te conozco, medio baturro, te conozco. «Basta de libros comerciales —dirías a los cuatro vientos—. Yo también voy a escribir el mío, que, como yo, hay muchos otros. No reíros de aquella juventud, que aún quedan dos terceras partes en España. Si es buena la libertad, si existe la democracia, partid de cero, y dejadnos en paz, rumiando nuestras ideas. No le quitéis el valor a mis tres años de checas». ¿Acierto, papá? Sonríes. ¿Quieres que te demuestre hasta qué punto soy valiente? ¿Lo digo, papá, lo digo? ¡Viva Franco!, ¡arriba España! Más me vale tu sonrisa, que todas las burlas juntas.
  • 60. 60 EL JARDINERO ¿Te gustaría pasear hoy, que hace bueno, por el jardín del colegio? Mira, ése es el jardinero; el de ancho calzón, remangado hasta la rodilla como un antiguo gregüero y camisa abierta. Enjuta la cara y la tez rosada, el pelo rizoso, un tanto rojo, parece un San José de palo, con voz de árbol. En lugar de la carretilla y las grandes tijeras de podar que lleva siempre a cuestas, debiera llevar una vara de nardo larga y bíblica. Nadie diría que pasa el día al aire libre, tan blanco y austero tiene el rostro y recoleta la mirada. Siempre me habla de su jardín, aunque en realidad es de las monjas, y yo le escucho arrobada. Es como un hacedor, un pequeño ordenador de la Naturaleza, entre rejas, que allí guarda. Siempre que converso con él, me pregunto ¿seremos todos pequeños dioses? Se queja —como un dios— de que las niñas le estropean las flores, las pisotean, y que las hojas ya no tienen apenas sonido, y el césped no es más que un polvo gris, ya decaído. Pero él, a pesar de todo —como un dios—, no decae. De la mañana a la noche, con la carretilla cargada de olorosa tierra agujereada de hierba, con las manos gruesas, como si a otro cuerpo perteneciesen, hace y deshace dulces surcos húmedos, desuella con las uñas y planta, hasta el cansancio. Luego, cuando ya no estemos aquí, cuando la noche se esparza a boleo, e iguale, apagando las flores y las estatuas, todos los colores, se retirará a su casita, con olor a mimosa y a madera fresca y preparará nuevos esquejes, que, como candelabros, plantará mañana, para que hagan más olorosa aquella gruta de la Virgen que ves al fondo.
  • 61. 61 YO Sólo quiero ser yo, sin más; sin complicaciones, sin estratos profundos ni detritus amargos, sin sabores ontológicos, sin días apelmazados en la memoria. Ser yo y basta, sin salmos salvíficos al cielo ingrave, sin amigos, jugando a ser, mi único motivo y mi dedicatoria, mi propia aniquilación, consumiendo, con todos mis sentidos, el cuerpo que me encarcela, en el que vivo, y basta. Fuera las complicaciones, la catarsis. ¿Qué me importan los espacios, si los puedo contar con mares? Y el tiempo..., ¿qué es el tiempo, sino la atención repetida, al ruido de las olas? Quiero ser yo, sin indagarme, sin búsquedas proustianas. ¡Qué maravilla! Yo, por suerte, por chiripa. ¡Estar aquí y aprovecharme! Tener alguna peseta y un solo rayo amarillo, que caliente mis arterias y mis piernas. Ander, andar huyendo de almas y de presencias, sin prestar jamás oído a quien me busque y pida. Si es un rico, querrá ocio; si es un triste, mi consuelo; si es un débil, mi ánimo; si está luchando, me pedirá ayuda. ¡Fuera las complicaciones! Seré yo, como un animalito, con un estreno cada día, sin zozobra, sin ceñirme a ningún puesto, ni a leyes. Como hubiera sido Emilio, sin preceptos, sin Sophie, comparable a un niño sólo, sin palabra, sin llanto, sin sonrisa. El cabo y el fin de mi cadena, sin padres, sin hermanos, y sin hijos.
  • 62. 62 DIOS, SOBRE TODO Papá, tantas veces he oído esa breve frase, sin escucharla... Hoy he prestado atención a las palabras, que salían del matorral seco y sangriento del corazón de una abuela que ha visto morir a su primer nieto. Con la voz mojada, de lágrimas sorbidas por la vergüenza, esa rareza nuestra que nos oprime los sentimientos del alma y sólo nos permite llorar, ante nuestros propios y solitarios ojos, me ha dicho, como colofón a su desventura, como una bendición, no convencida: «Dios, sobre todo». Ahora, aquí, en este paseo nuestro, junto a las acacias y bajo los pinos calientes, envuelta en las redes de tu fosa, respirando tu polvo de marfil, pienso en Dios, como en un gran almendro, sin flores, cuajado tan sólo de frases nuestras. Y presiento que tú asientes, como una pálida piedra que acaricia mi corazón mordido. ¿Tú qué dices? ¿Dios sobre todas las cosas..., sobre estos pinares, sobre las viñas, por encima de los perseguidores, sobre la vida, sobre ti, sobre ese niño pequeño y muerto, sobre esa cara extenuada de tristeza, sobre los grandes y los claros, sobre la orilla? ¿Más alto que la lluvia y que las llaves de la tierra, más alto que el principio de los brotes… y generoso? ¿Generoso, por haber creado, por dejar que en cada estación todo muera y multiplique, y se hable de él, como un acertijo? Esta frase no es más que el final de un monólogo fugitivo y sin sentido. Uno acaba diciéndose a sí mismo, cuando el silencio es desencanto, que como un alfanje nos parte «Dios, sobre todo». Hoy tengo prisa, papá, pues mis hijas están vivas, y me hablan.
  • 63. 63 CANTO DISCONFORME Papá se ha muerto, ¿Y qué me importa? Yo no reconozco sus gusanos, ni mi herida. No iré jamás al cementerio, no me importan los huesos, horadando las pálidas pieles transparentes. No, no iré jamás al cementerio, ni cuando así lo manden los crisantemos de noviembre. Alfredo es el nombre de mi padre, y me acompaña, como una rama alta y firme, como un alambre que llega a las estrellas. Por eso no dejo que nadie le diga ¡Muerto! Muertas están tus fotografías y su sonrisa, que no la tuya. Antes de venir yo, me llevabas, arropada en tu frente de mantillas. Ahora te acojo yo, en mí sumergido, erguido, como siempre, liando cigarrillos en las interminables tardes de invierno. Me soplas en la oreja. Tu viento de mar y convento, se anuda a mi respiración. Tus consejos los oyen ahora mis hijos. Te niego el cuerpo gris y doliente y la precipitada fuga. No recuerdo tu enfermedad, ni tus ojos en orillas desconocidas, ni tu mirar allá, al límite. Distante. No reconozco tu voz decaída, ni tus temblores. ¡Ni sé que tuvieras miedo! Todavía estoy cabalgando, al trote de tu caballo, y de vez en cuando, cenamos sardinas y olivas negras, chupándonos los dedos. Siempre estás conmigo, como antes de tu guerra, saludando con el guante blanco, a la bandera. Muerto te creen los amigos, los paseos, las farolas, el estanquero, el librero, el párroco y hasta tu médico. Pero yo te veo. Tienes el alma delgada, y cabe bajo las puertas, resbala por los objetos, susurra en las cañerías y se desborda en los grifos, y con la mano de nube, acaricia los cabellos dormidos. Tu alma de harina se derrama por la soledad del aire. ¡No me engaña tu silencio perezoso, ni en la quietud de este día!
  • 64. 64 EL FIN DEL INVIERNO Quema hoy el sol, como en verano. Las chumberas, al igual que muslos sudados, se expanden a los rayos, y los moscardones, negros y ruidosos, entran y salen, zumbando en los tímpanos, por las ventanas abiertas los cínifes comienzan a despertar. Hoy la Naturaleza se ha vestido exultante, exuberante. El verde, los azules, el carmín. Todo es mordiente, entrometido, agarrado dentro, sin miramientos, como si hasta el aire fuera adhesivo. En la calle, ese laberinto vivo, todo se ha puesto, de pronto, a oler más fuerte, borrando, en transparencias, el tufo negro de los enloquecidos autobuses. Aún va la gente en la ciudad con abrigos y gabanes, pero en los rostros se comienza a adivinar los poros agobiados. Andando, abajo, por la larga avenida, va un ir y venir de flores y de axilas. Se presiente, tras la oscuridad del largo invierno y el religioso gris de las paredes, la explosión fulminante, una vez más, de nuevos brotes, en todo; en los tulipanes, en los jilgueros y hasta en los niños desgreñados, que incuban, mientras alarga el día, los sarampiones y las paperas. Faltan todavía muchos días para que llegue la primavera, pero hoy se diría que su recorrido espesa las calles, como un beso nutrido y agradable, en los labios breves de febrerillo el loco. Papá, reptando va agobiado el aliento de la vida.
  • 65. 65 UN JUEGO VIVO ¿Te has fijado que a pesar de todos los avances científicos, técnicos y en todo orden de cosas, el tedio es la plaga más extendida de nuestros días? Yo no creo que sea porque, como se piensa a veces, sólo el necio se aburre, sino todo lo contrario. Creo que es debido a un exceso de cosas, de divertimientos, que el hombre ha ingeniado, para pasar la vida lo más confortablemente posible, y con la andorga repleta, de ahí el apoltronamiento, el anquilosamiento de la imaginación y el tedio más abrumador e inexplicable. Los juegos, por ejemplo. Los juegos que hay en esta inmensa cucaña de la vida nos aburren a la larga y resultan archisabidos. ¿Recuerdas las tardes deliciosas, al calor del brasero, con la lluvia repiqueteando en los cristales, jugando al parchís, o al juego de la oca? Luego, cuando los años fueron dotándonos de más mañas, así como de mayor discernimiento, fue el ajedrez, lo que nos reunía a los hermanos, solos o contigo. Sin embargo, es presumible, aunque no existan estadísticas que lo confirmen, que cada vez son menos las familias que se reúnen en torno a una mesa para pasar un rato de solaz y esparcimiento. Es decir, parece ser que es incluso dificilísimo que lleguen a reunirse durante las horas de yantar, dejando tales extraordinarios para fiestas como las navideñas y las onomásticas... Siempre dijiste que tenía mucha imaginación. Pues te voy a explicar lo último que se me ha pasado por la cabeza. Es un juego vivo. El ajedrez. Un jardín amplio y suntuoso, o un parque soleado, puede hacer a la vez de tablero. Las figuras, ya te puedes imaginar, seres vivientes. Entonces el juego se convierte en una guerra de asaltos y muertes, que pueden formar un espectáculo, para los ajedrecistas, muy interesante. A la cosa no se le debe buscar los tres pies, como al gato. Es muy simple. Las fichas, personas negras y blancas. A partir de esta distinción, comienzan los tamaños, que vendrán dados, lógicamente, en razón de la edad. Los peones, los más pequeños, niños; los alfiles, jóvenes soberbios y vigorosos;
  • 66. 66 los caballos, alazanes, dosalbos, caretos, bayos o percherones, según la alcurnia y poderío de los contrincantes. La torre, una pequeña edificación, que pueda ser volada con un cóctel Molotov. ¿Sabes cuál sería el problema principal?, pues el rey y la reina. El mundo está cada vez más escaso de monarcas y es difícil localizarlos y convencerlos para que se presten al juego vivo del ajedrez..., y suponiendo que se lograra tamaña y real adquisición, unos debían ser blancos y otros negros... Pero de verdad, una vez solventado el problema de la adquisición real, para el tablero, se plantearía otro de mayor envergadura. Cuando uno de los dos contrincantes diese jaque mate al rey y los espectadores bajaran el dedo pulgar de la mano derecha. Sería lamentable ver cómo el cupo de entidades monárquicas desciende vertiginosamente. Claro que también se podría esperar que el graderío no fuera tan sanguinario, como ocurrió en la época de Nerón o del veleidoso Calígula, o en épocas mucho más recientes. Quizá el pueblo perdonase la vida de los monarcas. Lo que no es un mal tema para pensarlo sin prisas, como se piensa ante un cuadro de Picasso, ¿no, papá?
  • 67. 67 MONTSERRAT Cuando quiero asegurarme de que Dios no se olvida de los hombres, miro primero las cosas bellas que ha hecho. Y si quiero asegurarme de que es juguetón y se divierte, me llego hasta Montserrat. ¡Que vengan los geólogos y me expliquen! Que me digan que esos monolitos, aislados, gigantescos, los ha hecho simplemente el tiempo, que son conglomerados de piedras, superpuestas con salivilla de siglos. ¡Y una porra! Son figuras, de arena y agua, como las de los chiquillos en la orilla de la playa. Son figuritas de barro, hechas por un Dios distraído, moldeando, con las manos, su divina esencia. Le ha quedado tan bonito, que lo ha dejado olvidado, en medio de los llanos y las vegas, para que el viento lo seque y la niebla lo esculpa, día a día. Y si es tan sencillo el juego, si hace eso con la tijera, ¿qué no habrá hecho contigo, que pensabas en El, de vez en cuando?