3. 3
PRÓLOGO
MARÍA JESÚS ECHEVARRÍA, ESCRITORA SIN FRONTERAS
Los dos premios literarios comerciales más conocidos en España son el Planeta y el Nadal, y
en su momento de mayor prestigio, los años 40, 50 y 60, compitieron con otros tres premios
bastante menos populares, si bien más ambiciosos a nivel cultural, divulgativo. Los premios de
novela corta Café Gijón (1950-actualidad) y Sésamo (1956-1991), en un país en el que las
novelas cortas y los cuentos apenas son considerados literatura, y el prácticamente desconocido
Elisenda de Montcada (1953-1968), que tenía como particularidad el hecho de que todos los
miembros del jurado eran mujeres, algo muy excepcional en la España machista de la época,
hablamos de los años 50, de una dictadura. Y no solo eso, el propio premio estaba auspiciado
por una mujer, la fundadora de la revista Garbo (también de la revista Cristal y subdirectora
durante 5 años de Fotogramas, fundada por su marido, el crítico de cine Antonio Nadal-Rodó, la
revista Garbo también patrocinaba el premio Cafe Gijón), María Fernanda Gañán (1918-2012)
(que también creó la editorial Garbo para dar salida a las novelas premiadas y otros libros
principalmente de mujeres, allí se publicó por primera vez en 1955 el diario de Ana Frank, bajo
el título de “Las habitaciones de atrás”), que se inspiró en el premio literario francés Fémina, la
versión femenina del prestigioso Goncourt. La principal diferencia con el premio francés es que
el Elisenda de Montcada, reina consorte de la Corona de Aragón que fue mecenas cultural en su
época, el siglo XIV, es que aquí no había restricción de género a la hora de presentar novelas
(más de 90 por edición), podían hacerlo tanto mujeres como hombres, si bien en los siete
primeros años solo se premió a un hombre, Juan José Poblador (“Pensión”), hecho singular que
se dio la vuelta por completo ya que en los nueve siguientes no se volvió a premiar a ninguna
mujer.
4. 4
PREMIO ELISENDA DE MONTCADA
1953- “Las oscuras raíces” Carmen Conde
1954- “Efun” Liberata Masoliver
1955- “Cuerpo sin sombra” Eva Martínez Carmona de Casado
1956- “Las siete muchachas del Liceo” Mercedes Rubio
1957- “Pensión” Juan José Poblador
1958- “Vísperas del odio” Concha Castroviejo
1959- “Las medias palabras” María Jesús Echevarría
1960- “Eleuterio” Félix Valtueña
1961- “Carta a nadie” Jaime Moncada Mercadal
1962- “Confesión de parte” José Gerardo Manrique
1963- “El gran sapo” Lauro Olmo
1964- “La verdadera patria” Federico López Pereira
1965- “Los inicuos” José María Aragonés
1966- “El otro bando” Manuel Ferrand
1967- “La huelga” Mauro Muñiz
1968- “Inadaptado” José María Prim
La nómina del jurado no podía ser más prestigiosa, en su primera edición, además de la
fundadora, estaban Ana María Matute (en la segunda edición su novela favorita fue “La casa
gris” de Josefina Rodríguez), la poeta Susana March y Víctor Catalá, seudónimo de la escritora
catalana Caterina Albert. En las siguientes además de la habitual Carmen Laforet (“Nada”)
(posteriormente amiga íntima de M.ª Jesús Echevarría), también estuvieron Carmen Conde, que
ganó la primera edición con “Las oscuras raíces”, Aurora Díaz-Plaja, María Rosa Cajal, Eva
Martínez Carmona, ganadora de la edición de 1955 con “Cuerpo sin sombra” y Consuelo Burel.
El premio se concedía a finales de año, el 8 de diciembre, festividad de la Inmaculada
Concepción, en Barcelona, en diferentes hoteles, el Avenida Palace, el Colón, el Ritz, con una
cena de ambiente medieval, como una especie de aperitivo del Nadal, y con una dotación de
25.000 pesetas, posteriormente 75.000, y en su última edición (1968) 100.000, una cifra muy
respetable para la época. Obviamente el premio no llegó a cuajar del todo, no tenía el respaldo
de una gran editorial, las cifras de ventas de los premiados fueron muy reducidas, la tirada del
libro de M.ª Jesús Echevarría fue de 3.500 ejemplares (su segundo libro publicado “La sonrisa y
la hormiga” (1962) todavía tuvo una tirada más reducida, 3.000 ejemplares), y desapareció del
mapa como muchos otros premios sin dejar apenas huella ni recuerdo.
5. 5
En España publicar en una gran editorial (Destino, Plaza & Janés, Planeta, Anagrama) siempre
a sido muy difícil, sin el respaldo de un premio literario mediático (Planeta, Nadal) casi
imposible. Ganarlo, o ser finalista, te garantiza la publicación y un puñado de lectores, poco
más. El prestigio, repercusión, de los premios literarios en España está bajo mínimos, es
equiparable a Eurovisión, la tumba de los representantes españoles. De los casi 75 años de
historia del premio Nadal solo hay tres novelas destacables, sobresalientes, seminales, “Nada”
(1944) de Carmen Laforet, “Cinco sombras” (1946) de Eulalia Galvarriato y “Entre visillos”
(1957) de Carmen Martín Gaite, no casualmente las tres mujeres, sin ellas, más Ana María
Matute y Miguel Delibes, la literatura española de posguerra hubiera sido casi un páramo, lo que
es ahora. Un boom de la literatura escrita por mujeres que no se ha vuelto a repetir, no incluyo la
novela comercial, de género, los best-sellers, hablo de literatura de calidad. Luego conclusión,
ganar un premio literario en España no es garantía de nada, ni de calidad, ni de visibilidad, ni de
continuidad, acceso, a una gran editorial, que se lo digan a María Jesús Echevarría, que ganó con
“Las medias palabras” el tercer Premio más importante de la época, el hoy desconocido Elisenda
de Montcada, y no la sirvió absolutamente de nada, apenas si se distribuyó, leyó, era demasiado
osado, moderno, para la época.
Todo este largo preámbulo para poner en contexto el premio por el que la periodista y escritora
María Jesús Echevarría salió del anonimato literario, como periodista ya era bastante conocida,
reconocida, a pesar de su juventud, comenzó a colaborar en revistas y periódicos con 15 años.
Julio Pollino Tamayo
7. 7
MEDIAS TINTAS
(o el discreto encanto de la clase media)
Hay que haber sufrido mucho en la vida, haber observado a conciencia como si no hubiera un
mañana, con voluntad de cotilla entomóloga, para plantarte en la veintena con los inmisericordes
rayos-X del sarcasmo a flor de piel. “Las medias palabras” es un libro de madurez, casi de
senectud, un estar de vuelta de todo, un planear por encima de las cosas desde la comprensión,
desencanto, de la experiencia, de la lucidez extrema. Algo que realizaron con bastante menos
gracia, mala leche, los chiquillos del existencialismo francés, demasiado pagados de sí mismos
hasta cuando renegaban de la vida, del mundo. “Las medias palabras”, el “Nada” de la clase
media, con la diferencia de que aquí Andrea, Victorina, no es una mera espectadora, es una
pasiva agresiva, es un sainete existencialista, un esperpento nihilista, una gran vomitona con
tropezones, con píldoras de sabiduría brutal. De aquella que no te ayuda a vivir, sino a ver a los
demás, a ti mismo, completamente desnudos, en los huesos. Nada nuevo en la literatura
española, tan dada a los exorcismos, aquelarres, masoquismos, de clase. Desde “Tormento” de
Galdós a “Nada” de Laforet, pasando por “Los caciques” de Arniches, aunque en esta ocasión el
objeto de burla, de escarnio, sea la clase media, esa gran desconocida, por omnipresente. La
literatura española siempre se ha movido a sus anchas por los extremos entre la burguesía y el
populismo, la clase media, el motor tranquilo, invisible, de la sociedad, del capitalismo, del
consumismo, casi nunca ha sido objeto de reflexión, ni tan siquiera para ponerla a parir. El
motivo es sencillo, nadie se siente en el fondo clase media, ni chicha ni limoná, la clase media es
una estación de paso, un descansillo para alcanzar la ansiada clase alta, el objetivo sagrado por
el que millones de curritos invierten todos sus esfuerzos, y sus mejores años, en trabajar como
perros en tareas alienantes, empobrecedoras.
Si hay una característica que define a la perfección esta clase es el concepto aparentar, vivir
solo hacia fuera, de cara a los demás, tanto en lo material, como en lo moral, que los demás
crean que eres rico, una persona digna, cultivada, refinada, ya es una forma de empezar a serlo,
de ir ensayando. Nada más peligroso, odioso, que alguien que se cree más de lo que es, que mira
por encima del hombro a los demás aunque no levante dos palmos del suelo. Personas vacías
que chapotean en el presente como peces sin oxígeno, personas que huyen de la soledad, del
silencio, que solo saben comparar, criticar, sus dos actividades favoritas. De eso trata “Las
medias palabras”, del abismo existente entre lo que aparentamos ser y lo que somos, entre lo que
decimos y lo que pensamos, entre lo que expresamos y lo que sentimos. Una continua
contradicción, disonancia, que acaba derivando sin remisión en la impostura, en la hipocresía, en
la cursilería, en la locura.
8. 8
Renunciar, sin contraprestaciones, a lo que uno es siempre acarrea consecuencias, trágicas,
porque del patetismo, del ridículo, a la tragedia, solo hay un paso, un mal paso, ese día aciago en
el que se nos cae la careta por casualidad, en medio de la calle, y ya no valen ni medias palabras,
ni eufemismos, ni dobles sentidos. Nos quedamos en pelota picada ante el espejo, con una
extraña mueca de niño asustado, agobiado, acojonado. “Las medias palabras” es un libro duro,
cruel (la censura le tachó dos frases: “-No te encandiles con esas, que no hay nada que hacer.
Natalio mandó a su padre a la mierda. -Y te metes la lengua… Yo ya sé lo que me hago.”,
página 99), que canta las verdades del barquero con una sonrisa irónica en los labios, con un
arrollador desparpajo vitalista que encubre el fatalismo, la desesperación, en una especie de
inocuo folletín, culebrón, de cámara. Como “Cinco horas con Mario” (1966) de Delibes o “La
vida perra de Juanita Narboni” (1976) de Ángel Vázquez, dos directas derivadas, consecuencias,
de este singular libro, adelantado a su tiempo, escrito con mano de hierro por la Tennessee
Williams castiza, por la Valle-Inclán con gafas ahumadas, María Jesús Echevarría, Victorina
(Victorino era el nombre de su padre) la triste, la gran tapada de la literatura española.
El mejor resumen de lo que es el libro, de su declaración de intenciones, y de resultados, es
este genial fragmento:
III. LUEGO
Esta es una historia en la que las cosas ocurren a medias, y se expresan –como en la vida–
con medias palabras. Es –dicen– la mejor manera de entenderse.
Esta es una historia, donde las cosas ocurren entre cuatro paredes. Como debe de hacerse
frente a las mujeres y a las cosas importantes.
Esta es una historia con problemas que existen y de los que nadie habla y un escándalo del
que habla todo el mundo. Que nadie espere soluciones heroicas. Ni en la tragedia ni en el dolor
el hombre escoge las grandes soluciones. Ya es una gran cosa que se tenga la humildad de
ánimo de despertar al día siguiente del drama y hacer como que se ignora. Las soluciones
límite de la vida conducen al mismo cauce abúlico que las otras. Quien no nace suicida y ha de
seguir viviendo, no puede permanecer en trance de dolor, en éxtasis de tragedia, sino a riesgo
de hacer el ridículo.
Existe, además, esa planta inefable de la esperanza que arraiga siempre en el alma del
hombre y brota recién arrasada, tenue y pálida, la mañana siguiente al drama.
La gente, ni dice ni piensa las cosas así. Con la gente que no exagera se puede ir a todas
partes.
Julio Pollino Tamayo