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LAS DIVERSAS CARAS
DEL PODER:
PODER PARA EL
DESARROLLO HUMANO
“No hay una tragedia más oscura o devastadora
que la muerte de la fe del hombre
en sí mismo y su poder para dirigir su futuro”
(Saul Alinsky)
Dra. Alba Zambrano Constanzo
Hemos planteado que una de las condiciones fundamentales del desarrollo humano
en la escala local es la participación y colaboración de diversos actores, pero como es de
suponer cuando estos entran en relación, sobre la base de su autonomía, establecen
inevitablemente relaciones de conflicto y consenso entre sí. Siendo los protagonistas de la
vida comunitaria desiguales en recursos y poder, así como en la legitimidad social, técnica
y política, las tensiones y conflictos son recurrentes en la dinámica local (Rebollo 2003).
De tal modo, las relaciones de poder en este marco, como en el resto de los planos de la
vida cotidiana constituye un fenómeno relevante de abordar.
De un modo general podemos señalar que el poder es un fenómeno que atraviesa
todas las relaciones humanas, y que aunque es un tema que comienza a ser abordado
como tema importante en el ámbito académico, político y en la vida cotidiana, suele
asociarse a una visión negativa de lado del abuso y la dominación. Pero el poder, como
fenómeno omnipresente tiene muchas caras y, por tanto, no es bueno ni malo en sí
mismo. Como pretendemos destacar más adelante, el poder es necesario para garantizar
el desarrollo de las personas y sus comunidades pero, claro está, no se trata de cualquier
poder.
En el espacio comunitario, las expresiones del poder son tan diversas como sus
consecuencias para las personas y para la propia comunidad (Montero, 2004). La falta de
poder como su abuso generan dinámicas que atentan contra los procesos de potenciación
de las personas, mientras que un poder puesto al servicio de la actualización de recursos
de diversa índole puede ampliar las oportunidades personales y colectivas, activando
procesos de empoderamiento.
Para comprender el rol que juega el poder en el espacio local, analizaremos en
primer término los alcances del concepto, lo relacionáremos con el concepto de
empoderamiento y posteriormente analizaremos el rol que juega en los procesos de
desarrollo comunitario, derivando finalmente en los desafíos para estrategias que
pretenden activar procesos de participación y potenciación comunitaria.
Puesto que una de las metas principales de la psicología comunitaria es el cambio
social, se indica que para lograr ese cambio es esencial comprender y alterar las
relaciones de poder que existen en todos los niveles de interacción humana (Serrano
García y López- Sánchez, 1994), por ello de un modo sustantivo recogeremos los aportes
que hace esta disciplina para su comprensión. También incorporaremos el aporte de
autores contemporáneos que desde su pensamiento crítico vienen estimulando una
comprensión más enriquecida del fenómeno del poder.
3.1. El poder como una relación social
Una cuestión central del poder es su carácter relacional, complemento dinámico de
la otra dimensión del poder que se ha logrado establecer o consolidar en estructuras
sociales más permanentes. El poder se manifesta donde quiera que haya relaciones
sociales, sean del tipo interpersonal o grupal. Para Foucault (citado en Ibáñez, 2001:134)
el poder por tratarse de una relación, “no es algo que esté ubicado en un sitio con nitidez;
el poder se genera, brota, de todos los ámbitos de lo social”. Es inherente a todos los
sistemas sociales constituyéndose en un aspecto ineludible de la comunicación humana
que deja sentir su presencia en los diversos planos de nuestras vidas (Martín- Baró, 1989;
Toffler 1990). Puesto que las relaciones humanas son dinámicas y están en constante
cambio, las relaciones de poder están también en constante proceso.
Diversos autores destacan este carácter relacional del poder, y siguiendo a Montero
(2004) podríamos distinguir inicialmente, dos posiciones. Una que subraya la asimetría de
dicha relación mientras la otra en cambio señala el carácter estratégico de la relación en
juego. En la primera posición el poder puede generar o imponer un comportamiento
dirigido a otras personas o constituirse en un obstáculo para la relación por la presencia de
intereses diversos. Dentro de esta concepción, se señala que las bases del poder pueden
surgir del control de recursos, radicar en el control del proceso de decisiones o en la
posesión de capacidades (Serrano-García y López- Sánchez, 1994).
Ignacio Martín–Baró (1989), en su libro “Sistema, grupo y poder”, argumenta que las
relaciones de poder son un tipo de relación social en constante desequilibrio y conflicto.
Subraya que la naturaleza relacional del poder significa que las relaciones sociales
frecuentemente tienen un carácter conflictivo y de oposición, puesto que la relación es
determinada, aunque sea parcialmente, por la asimetría en la que emerge el poder. La
asimetría aparecería como una condición sine qua non del poder, si no hay asimetria no
habría poder. De tal modo, el poder quedaría definido como “aquel carácter de las
relaciones sociales basado en la posesión diferencial de recursos que permite a unos
realizar sus intereses, personales o de clase, e imponerlos a otro (Martín- Baró, 1989:101).
Aunque normalmente se tiende a confundir el poder con los recursos instrumentales
en los que se basa, es importante destacar que el poder no es una cosa. Si bien es cierto
que el poder se basa en la posesión de recursos, estos cobran valor en la medida que se
actualizan en la relación. En esa relación uno de los sujetos, persona o grupo, posee algo
que el otro no posee o posee en menor grado. Esta sería para Martín- Baró la razón por la
cual el poder surge en una relación de desequilibrio respecto de un determinado objeto,
pues una de las partes es superior en algo al otro.
Toffler (1990), relaciona este diferencial a las necesidades y deseos que tenemos
las personas y el acceso a su satisfacción. Al respecto indica que como las necesidades y
deseos son extremadamente variados, aquellas personas que pueden satisfacerlos tienen
un poder potencial. El poder social en este caso se ejerce mediante la concesión o
denegación de los artículos y experiencias deseadas o necesarias. Pero como las
necesidades y deseos son extremadamente variados, las formas de satisfacerlos o
denegarlos también son extremadamente variadas. De esto se deriva, que si el poder se
proyecta concretamente sobre un determinado ámbito, las personas tienen poder ante
ciertos aspectos o áreas de la vida pero no necesariamente en otros (Martín- Baró, 1989).
La diversa posesión de recursos que permite este diferencial, permite pensar que el
poder está diseminado por todo el entramado de la vida social y que la diversa posición de
recursos proporcionará poder diferenciado de unos hacia o otros, y de unas a otras áreas
(Martin-Baró). Toffler (1990) señala que hay muchas “herramientas” o “palancas” del poder
diferentes, sin embargo reconoce que son tres sus fuentes básicas: la violencia, la riqueza
y el conocimiento, la mayoría de los otros recursos del poder se derivarían de éstos.
La violencia que se utiliza principalmente para castigar, dominar e imponer las
reglas, es la fuente de poder menos versátil. La riqueza, que se puede utilizar tanto para
premiar como para castigar y que puede convertirse en muchos otros recursos, es una
herramienta de poder mucho más flexible. No obstante, señala Toffler (1990), el
conocimiento es la más versátil y básica puesto que puede ayudar a evitar el uso de la
violencia o la riqueza y, además, puede utilizarse frecuentemente para persuadir a otros de
que actúen de la forma que desea el persuasor, movidos por el propio interés que perciben
los persuadidos. El conocimiento confiere el poder de más alta calidad, puesto que es un
recurso que en sí no se gasta, así las reglas del juego del conocimiento-poder son más
confiables que quienes usan la fuerza o el dinero para hacer cumplir su voluntad.
Boisier (2004), coincidiendo con Toffler, enfatiza que el capital cognitivo es el
componente clave, no sólo de crecimiento económico en los países sino que
fundamentalmente en determinar el lugar que se ocupa en el sistema de poder mundial.
Por consiguiente, este autor señala que el desarrollo de las sociedades locales está ligado
a la incorporación de conocimiento a productos, servicios y procesos; pero también a la
posibilidad de difundir esos conocimientos por el tejido social y transformarlo en parte de la
cultura de aprendizaje societal.
Para Martín-Baró la posesión de los medios de producción proporcionaría la
principal base de poder social. En la realidad latinoamericana, plantea que quienes
disponen de amplios recursos económicos obtienen poder sobre casi todos los tipos de
relación social. De esta forma para él es la riqueza y no el conocimiento el principal
recurso en el que se fundaría el poder.
La posición de Moya y Rodríguez (2003), también iría en la línea de destacar la
relación de asimetría, radicada en el diferencial de capacidades que poseen los actores.
Para ellos las relaciones de poder, serían situaciones en que existe una distribución
asimétrica en la capacidad para controlar los resultados que uno mismo y los demás
pueden obtener por medio del comportamiento. El poder sería la resultante de la diferencia
de capacidades de variada naturaleza que separan a unos de otros.
Se entiende la capacidad como un atributo o destreza o como la habilidad de esa
persona para emplear esa capacidad. Si alguien posee la capacidad y la puede utilizar en
cualquier momento con el fin de controlar a otra persona o grupo, entonces tendría poder
real, pero si no posee el atributo particular pero otras personas se lo adscriben pues creen
que lo posee, entonces tendría un poder potencial (Serrano-García y López-Sánchez,
1994).
La génesis de las relaciones asimétricas tiene un carácter histórico y estructural y
está condicionado por los mecanismos de conformación del orden social. A este respecto
Martín- Baró refiere que “los sistemas sociales no son producto de la interacción
espontánea de las personas al interior de una sociedad, sino el resultado de un balance de
fuerzas en la confrontación de intereses propios de cada grupo” (1989:93). De allí se
desprende que son los grupos con mayor poder quienes imponen a los demás sus
intereses.
En la segunda posición, el carácter estratégico de la relación de poder queda
representado en la existencia de recursos en las partes de la relación, que aunque
muestren desequilibrio, permiten la manipulación de la contraparte (Montero, 2004). En
esta postura se sitúan los estudios de Michel Croizier y Herhard Friedberg (1977) desde la
sociología de la acción organizada, realizados en organizaciones burocráticas de Francia.
En el libro “L´acteur et le système” estos autores destacan la existencia en los miembros
de la organización que aparentemente cuentan con menos poder el manejo de recursos
claves que permiten el ejercicio estratégico del poder en zonas de incertidumbre en donde
esos recursos cobran un valor particular.
Estos autores definen el poder como “una relación estructurante caracterizada por el
desequilibrio de una relación que es recíproca, y por la posibilidad de ciertos individuos o
grupos de actuar sobre otros individuos o grupos. En estas relaciones de poder, las
obligaciones conviven con una parte de libertad que hay que defender, ganar, extender por
medio de la negociación” (Crozier y Friedberg, 1977:113). A pesar del desequilibrio en las
relaciones de poder, se reconoce la interdependencia entre actores y los juegos que ellos
deben efectuar para mantener ciertos grados de autonomía.
También podríamos sostener que el planteamiento de Foucault (1983; 1995) se
puede inscribir en la perspectiva estratégica del poder. Para él poder es una cuestión de
gobierno más que una confrontación entre dos adversarios o la unión del uno al otro;
gobernar aquí significaría estructurar el posible campo de acción de los otros. En la obra
“sujeto y poder” el autor señala que una condición para que haya una relación de poder es
la existencia de libertad por parte de los sujetos. El poder para él no se posee sino que se
ejerce, pero este ejercicio no opera directa o inmediatamente sobre los otros sino que
sobre las acciones de los otros. Señala textualmente que el ejercicio del poder “es una
estructura total de acciones traídas para alimentar posibles acciones; él (poder) incita,
induce, seduce, hace más fácil o más difícil, en el extremo, él constriñe o prohíbe
absolutamente; es a pesar de todo siempre, una forma de actuar sobre un sujeto o en
sujetos actuante en virtud de sus de sus actuaciones o capacidad de actuación” (2006: 7).
Si se interpretan los mecanismos usados en las relaciones de poder en términos de
estrategia, ninguno de los sujetos implicados en las relaciones de poder son pasivos, por
tratarse de una relación de fuerzas los sujetos poseen la capacidad de resistencia
expresada de diversas formas como respuesta a los actos de ejercicios de poder
(Foucault, 1983, 1995). Se pueden reconocer dos importantes coincidencias entre las
posturas de quienes enfatizan el valor estratégico de las relaciones de poder: el rol activo
asignado a los actores, y la consideración de la necesidad de choque de fuerzas que
requieren de estrategias para mantener los grados de libertad de los actores.
Foucault al poner como condicionante de las relaciones de poder la libertad de los
actores para optar, deja en otra categoría las relaciones de violencia y dominación. Estas
serían para él relaciones de otra naturaleza por la imposibilidad de los actores bajo
dominación de ejercer contrafuerzas en la relación.
Serrano-García y López-Sánchez (1994), en su trabajo “Una perspectiva diferente
del poder y del cambio social para la Psicología Social Comunitaria”, proponen una visión
del poder y del cambio social desde el construccionismo social. En el mencionado trabajo,
los autores proponen que las relaciones de poder son construidas entre actores de un
modo dinámico. Aunque reconocen una relación conflictiva entre actores sociales, donde
la base material asimétrica juega un rol relevante, el, poder no sería patrimonio de quien
posee el control de esos recursos. En su propuesta indican que la relación de poder surge
cuando dos agentes ubicados históricamente en una base material asimétrica, están en
conflicto por un recurso que uno controla y al otro interesa. Para que un estado asimétrico
genere relaciones de poder tiene que ser construido como desigual por las personas y
para que ello ocurra tiene que producir sentimientos y pensamientos de insatisfacción;
luego, ello debería derivar en la percepción de necesidad y aspiración por algún recurso
que pudiera satisfacer esa necesidad o aspiración. Sería según estos autores la
conciencia de esas necesidades y aspiraciones lo que haría que las personas construyan
el estado asimétrico de la base material, como desigual, injusta u opresiva. A ésto debiera
continuar el reconocimiento de la posible fuente que dispone del recurso requerido y que
dicho recurso es transferible.
Los sujetos se ven involucrados en variadas relaciones de poder, pues cada recurso
deseado genera una relación de poder. Este conjunto de relaciones dará origen a una
jerarquía de relaciones de poder que se verán influenciadas por el interés en el recurso en
cuestión. Puesto que el eje de la relación radica en el interés en el recurso, al cesar el
interés que generó el conflicto dejaría de existir la relación de poder, con lo que se puede
concluir que la existencia de la relación de poder queda determinada por el agente
interesado.
Más allá de las perspectivas específicas que intentan explicar las relaciones de
poder, es posible señalar que éste es ejercido de dos formas: de un modo directo
(mediante la fuerza o la violencia) o indirectamente, enmascarado a través de la ideología
o a través de la formalización de reglas y dinámicas en las instituciones sociales
(empresas, cárceles, policia, entre muchas otras).
Cabe añadir que el poder puede influir en el comportamiento de las personas y
grupos de forma inmediata, imponiendo una dirección concreta a la acción, o de forma
mediata, configurando el mundo de las personas y determinando los elementos
constitutivos de esa misma acción (Martin-Baró, 1989). En el segundo caso es relevante
comprender las relaciones de poder como relaciones que se construyen en un proceso
situado histórica y materialmente. Se trata de un proceso dialéctico que involucra
activamente a los actores sociales situados en un contexto social específico que provee de
condiciones que al menos parcialmente condicionan las relaciones de poder. A ello nos
referiremos a continuación.
3.2. La construcción de las relaciones de poder
Pierre Boudieu, nos ofrece un marco comprensivo para entender la construcción de
las relaciones de poder, que nos permite ubicar apropiadamente la complejidad de este
fenómeno. Este autor ha definido su postura teórica como “constructivismo estructuralista”.
Por estructuralismo entiende que en el mundo social existen estructuras objetivas,
independientes de la conciencia y voluntad de los sujetos, que tienen la capacidad de
orientar o de coaccionar sus prácticas o sus representaciones. Por constructivismo
entiende que hay una génesis social de una parte de los esquemas de percepción, de
pensamiento y de acción que son constitutivos de lo que él denomina habitus (Gallicchio,
2002).
Los agentes sociales para este autor no son simples autómatas que ejecutan lo que
las reglas o normas sociales establecen, pero tampoco se mueven autónomamente sobre
la base de su exclusiva racionalidad o afectividad, como muy bien lo expresa: “ni
marionetas de las estructuras, ni dueños de las mismas” (Bourdieu ,2000:12)
El sujeto en sociedad, construye su relación con los otros sobre la base de dos
modos de existencia de lo social: las estructuras sociales externas y las estructuras
sociales internalizadas, como lo indica Pierre Bourdieu (1997; 2002) “lo social hecho cosas
y lo social hecho cuerpo”. Las primeras aluden a campos de posiciones sociales
históricamente constituidas y las segundas a un sistema de disposiciones incorporados por
los agentes a lo largo de su trayectoria personal. A este sistema de disposiciones
incorporados Bourdieu lo denomina habitus.
El habitus es un concepto clave que permite articular lo individual con lo social, las
estructuras internas de la subjetividad y las estructuras sociales externas (Bourdieu, 1991).
Es un sistema de disposiciones para actuar, sentir y pensar de una determinada manera,
interiorizadas e incorporadas por los individuos en el transcurso de su historia. Son el
producto de las estructuras del entorno físico y afectivo, de las condiciones materiales de
existencia, en ese sentido pueden ser entendidas como estructura estructurada. Al mismo
tiempo, los habitus pueden ser entendidas como estructuras estructurantes, dado que
actúan como el principio que organiza todas las apreciaciones, actuaciones de los agentes
que contribuyen a formar el entorno de forma tal que condicionan, determinan u orientan
las prácticas de los agentes (Bourdieu, 2000).
La configuración de habitus individuales depende de las trayectorias históricas del
sujeto que son siempre singulares, aunque se compartan muchos aspectos con las
personas con las que se establece relación. Dado que el habitus estructura a cada
momento en función de las estructuras producidas por experiencias anteriores, ejerce la
capacidad de selección y reinterpretación de las nuevas experiencias sobre la base de
esas estructuras previas (Bourdieu, 1991). Esta sistematicidad en los habitus también se
observa entre agentes que comparten las mismas condiciones objetivas. Este sería el
habitus de clase, que da cuenta de todos los miembros de la misma clase tienen mayores
probabilidades de verse enfrentados a las mismas situaciones y a los mismos
condicionamientos entre sí, que en relación a los miembros de otra clase (Gallicchio,
2002).
Otros conceptos claves en la propuesta de Bourdieu son el de campo social y de
capital, dos conceptos que se relacionan y configuran mutuamente. El primero, puede ser
definido como un sistema de relaciones objetivas, que pueden adoptar la forma de
competencia, alianza, conflicto o de cooperación. Toda interacción se desarrolla dentro de
un campo específico y está determinada por la posición que los distintos agentes sociales
ocupan en un sistema de relaciones específicas (Gallicchio, 2002). Cada campo social es
un sistema de diferencias, en el que el “valor” de cada posición social no se define a si
misma, sino que se mide por la distancia social que la separa de otras posiciones
superiores o inferiores (Bourdieu, 2000; 2002).
Los campos sociales son específicos y su lógica o “reglas” de juego están
determinados por los recursos o especies de capital con que cuenta el agente social. Estos
capitales pueden ser definidos como recursos diferentes que se producen y negocian en el
campo social. Se trataría de una especie de “energía de la física” que pueden adoptar tres
formas distintas, dependiendo del campo en el que se funciona: capital económico, capital
social, capital cultural y el capital simbólico. Estos recursos o poder son convertibles unos
a otros en función de los determinados campos.
Para Pierre Bourdieu, los campos se asemejan a un mercado en el que se produce y
negocia un capital específico, se trataría de un mercado bastante particular, es un espacio
asimétrico de producción y distribución de capital y un lugar de competencia por el
monopolio del capital (Bourdieu, 2000; 2002). Estos microcosmos sociales son fruto de un
proceso histórico de diferenciación de acuerdo a los tipos particulares de legitimidad y
poder, lo que otorga a cada campo una autonomía relativa respecto de los otros.
Un campo queda definido por lo que está en juego en él y los intereses específicos
en curso. La estructura de un campo es un estado de la distribución en un momento dado
del tiempo, del capital específico que está allí en juego, teniendo como antecedentes las
luchas y estrategias anteriores desplegadas por los agentes o instituciones
comprometidos. Los agentes comprometidos en la lucha tienen en común un cierto
número de intereses fundamentales, presupuestos compartidos y aceptados (Gallicchi,
2002).
Podemos percatarnos que cada agente social se mueve, actúa y orienta según la
posición ocupada en el espacio social, de acuerdo a la lógica del campo y claro está sobre
la base de los capitales que le permiten la permanencia allí. Podemos derivar de esto, que
el poder se adscribe desde esta posición a una compleja relación entre las estructuras
objetivas traducida en la dinámica de los campos sociales y los habitus del agente, que se
han construido y se sostienen sobre las relaciones de fuerza en ese campo. Los capitales
de los que dispone ese agente le otorgan mayores o menores niveles de poder en cada
campo particular. Los límites de cada campo y sus relaciones con los demás campos se
van redefiniendo a través del tiempo, lo que da luces de algún grado de modificación de
las relaciones de poder.
No es conveniente obviar el rol que sostienen diversas instituciones en la
reproducción cultural y por ende en la posibilidad de los sujetos de conservar o modificar
sus capitales, y determinar por tanto, el posicionamiento diferencial que tienen los agentes
sociales en la estructura social de poder. En este sentido, por ejempo, destaca el rol del
sistema escolar y del sistema universitario, como dos ejemplos de selección y segregación
social en beneficio de las clases superiores y en detrimento de las clases medias y aún
más las clases con menores recursos (Bourdieu y Passeron, 1974).
Según lo plantean Bourdeau y Passeron, el sistema escolar cumple la función de
legitimación de las diferencias sociales, transformando los privilegios de origen
aristocráticos en derechos meritocraticos, compatibles con los principios de la democracia.
El poder en este marco se impone mediante la violencia simbólica, gracias al rol de
reproductores culturales que cumplen las instituciones de educación formal. Los
privilegiados del sistema son aquellos hijos de la burguesía cuya herencia no es solo de
económica, sino fundamentalmente, de tipo cultural. De este modo, el sistema legitima un
tipo de dominación dando la razón al interés del más fuerte, y además se las arregla para
que los privilegiados no aparecen como privilegiados (Bourdieu y Passeron, 1974).
Desde una perspectiva feminista como desde la tradición marxista, varios autores
(Jackins, 1983; Martín-Baró, 1989; Leonhardt y cols., 1993 y Lipzyc, 2001) han descrito la
forma en que la personas a las que se les niega sistemáticamente el poder y la influencia
en la sociedad dominante, interiorizan los mensajes que reciben sobre cómo se supone
tienen que ser, y cómo estas personas llegan a creer que esos mensajes son ciertos. De
acuerdo a lo planteado por Jo Rowlands (1997) esta “opresión interiorizada” se adoptaría
como un mecanismo de supervivencia, pero se convierte en algo tan arraigado que sus
efectos se confunden con la realidad. Los mecanismos de control, inicialmente externos se
internalizan, dejando de ser necesaria la acción directa del poder. Así, atendiendo a los
mecanismos psíquicos, el poder que en principio aparece como externo, presionando al
sujeto a la subordinación, asumiría la forma psíquica que constituye la identidad del sujeto
(Butler, 1997).
El fenómeno de consentimiento tácito o de conformidad logrado por la persuasión
más que por la fuerza es llamado “hegemonía cultural”. La hegemonía consiste en
impregnar, a través de toda la sociedad, de un sistema de valores, actitudes, creencias,
una moral que de una manera u otra sostiene el orden establecido, los intereses de clase
que dominan esta sociedad. El proceso de hegemonía parece constituido de dos estadios
principales. Al primero corresponde definir una situación o un problema de tal suerte que la
situación no amenace el orden social. El segundo estadio consiste en inculcar esta
definición al gran público. La propaganda se hace a través de las instituciones como: el
Estado, la escuela, la familia, la iglesia, asociaciones diversas, los medios de
comunicación. Cada una de estas instituciones posee sus agentes: políticos, profesores,
padres, sacerdotes, por señalar algunos, y sus blancos son: electores, estudiantes, niños,
parroquianos, etc. El rol de los agentes es cumplido por medio de diversos mecanismos
psicológicos tales como la profecía autocumplida, el respeto a la autoridad, el modelo de
ciertos comportamientos, la impotencia desarrollada en respuesta a los fracasos repetidos
(Le Bossé y Dufort, 2002).
La ideología, según lo describe Montero (1994) permitiría comprender este proceso
ocultador y distorcionador que naturaliza las relaciones de opresión. La ideología sería
para esta autora, “el proceso mediante el que las razones de la asimetría y desigualdad
son ocultadas, de tal manera que la situación resultante de ellas es vista como natural”
(Montero, 1994:128). Además de ser un proceso social, es un proceso de carácter
cognitivo que implica la presencia en las personas de un tipo de pensamiento que falsea y
oculta las relaciones sociales. Como lo indicara Freire (1977) la concientización es una
tentativa para comprender cómo las personas otorgan su consentimiento tácito al sistema
social existente y develar las relaciones que efectivamente se ocultan tras este proceso de
ideologización. Veremos más adelante esta preocupación por adoptar una conciencia
crítica frente a las caracteristicas de la realidad es para la psicología comunitaria una tarea
importante en los procesos de cambio social.
Desde la psicología social, se ha intentado generar un modelo que permita analizar
los mecanismos psicosociales sobre los que se basa la percepción de falta de poder por
parte de las personas, identificando las consecuencias que ello tiene en el desarrollo de
ellas. Luis Escovar (1980) a partir del modelo psicológico social de desarrollo de su autoría
propone que “el desarrollo se puede definir como el proceso mediante el cual el hombre
adquiere mayor control sobre su medio ambiente” (Escovar, 1977:374). Este modelo
relaciona la estructura social con las consecuencias conductuales y actitudinales que
tendrían en la persona los distintos grados de control sobre el medio. Escovar relaciona el
concepto de control en el sentido psicológico (incidencia en las contingencias del refuerzo)
con el de poder social.
Para Escovar (1980), una persona que ocupe una posición subordinada dentro de la
sociedad, carecerá de control efectivo sobre su medio ambiente. Esta carencia de control
se puede manifestar en diversas esferas de la vida cotidiana. Manifiesta que la estructura
social genera mecanismos que les niegan a algunas personas el ejercicio del control. Las
instituciones generadas desde el Estado, buscan con frecuencia la masificación de los
mecanismos de control y socialización, y con ello, muchos programas sociales derivados
de esta lógica consiguen desplazar el locus de control hacia la externalidad de las
personas y comunidades (Montero, 1982), dando lugar al fatalismo. A esto se puede
agregar la insuficiente capacidad de contención del sistema social para brindar bienestar
social, generándo mecanismos ideológicos que responsabilizan a las personas de su
propia situación de marginalidad (Leonhardt y cols., 1993). Esa carencia de control tiene
consecuencias psicológicas que pueden resumirse bajo el síndrome de la desesperanza
aprendida: foco de control externo, alienación normativa y falta de control predictivo. Los
efectos de la falta de control se manifiestan a nivel conductual en tres grandes síntomas:
falta de iniciativa, orientación cognoscitiva negativa, y depresión. Todos estos síntomas se
asocian a una serie de tendencias actitudinales como: apatía, participación pobre, falta de
comportamiento exploratorio, falta de interés político, entre otras.
Escovar (1980) propone dos focos de acción posibles para producir cambios a favor
del mayor control y desarrollo. El primero se sitúa en el nivel estructural, ello es mejorar las
condiciones materiales de vida (tenencia de tierra, creación de cooperativas) que permitan
a las personas ejercer mayor control. El segundo foco de cambio social, se podría dar en
las alteraciones que se puedan efectuar en los sentimientos de alienación y de
desesperanza aprendida de la persona. En todo caso, las distintas modificaciones de
orden material, necesariamente deben ir acompañadas de un proceso de apropiación y
reinterpretación que permitan nuevas relaciones de poder y control sobre el medio.
El poder, como lo hemos ido insinuando, no tiene que asumirse como unilateral o
como un proceso de todo o nada, ya que es habitualmente el resultado de una negociación
en donde los que cuentan con escaso o nulo poder en una determinadas situación, tienen
un rol en aceptar o no el control de los “más poderosos”. No sería acertado asumir el poder
como un juego de suma cero. No hay una relación lineal, de hecho, la pérdida de poder de
una persona no implica necesariamente la ganancia de poder de otra (Toffler, 1990). Más
aún, si introducimos la idea de que los recursos que dotan de algunos niveles de poder, no
son todos necesariamente limitados -como destacaremos pronto- podríamos reconocer
que hay un conjunto de recursos ilimitados que dan origen a otro tipos de poder (Elizalde,
2006).
Como lo señala Sánchez Vidal (2006) esta visión positiva del poder está mediada
por el modelo desde el que analizamos el poder. El modelo acerca del poder como
recursos limitados nos remitirá a la visión de que la ganancia de una de las partes significa
la perdida de poder de la otra, mientras que el modelo del poder como recursos ilimitados
nos plantea que la ganancia de poder de unos no supone la perdida de poder de otros. Ya
nos detenderemos en esta segunda perspectiva.
En síntesis, podemos plantear que el poder en una perspectiva restrictiva se puede
entender a partir de la fuerza o el control ejercido sobre otros, por aquellos que cuentan
con mayores recursos de diversa naturaleza, produciéndo consecuentemente
determinados efectos sobre quienes están en condición de subordinación, es el tipo de
poder que algunas feministas han venido denominando “poder sobre” o “poder
dominación”. Los datos de la realidad nos demuestran que esta faceta del poder es real,
pero afortunadamente no la única. Como expondremos a continuación, hay otras forma de
poder, que pueden ser calificadas como generativas, que se relacionan con la potencia y la
acción y que es por tanto necesario y deseable de fomentar en el campo de la acción
social.
3.3. Hacia una perspectiva positiva del poder
Si nos remitiéramos a la etimología del término poder, podríamos recuperar la
noción de fuerza que conlleva, pero desde una perspectiva positiva. Tener fuerza, tener la
facultad o medio de hacer una cosa, ejercicio de una actividad o cumplimiento de una
operación. En este caso, claramente la fuerza se entiende como energía, vigor, potencia,
capacidad de obrar (Ferullo, 2005). Por consiguiente, estamos proponiendo que las
relaciones de poder no siempre son conflictivas, aunque a menudo lo sean; en cuanto
potencia, se pueden transformar en posibilidad para ampliar las oportunidades para
mejorar las condiciones de vida en una relación que puede potenciar a las partes
involucradas.
En esta línea nos aparece acertada la conceptualización que realiza el equipo de
investigadores del Programa de Desarrollo Humano en Chile (2005), planteando un
concepto del poder como condición de la acción. Para ellos, poder se refiere a la
combinación de dos elementos “querer hacer”, a lo que se debiera agregar, “poder hacer”.
Poder remitiría en este sentido a la capacidad de las personas para actuar e incidir en el
entorno de un modo individual y colectivo tanto para satisfacer sus necesidades como para
llevar a cabo sus proyectos. (PNUD Chile, 2004)
Para John Holloway (2002), por su parte, el concepto cobraría dos sentidos
opuestos: poder- hacer y poder sobre. El “poder-para” poder hacer, es entendido por el
autor como la facultad, capacidad y habilidad para hacer las cosas. Se trata de un hacer
con otros, como parte de un flujo social que permite proyectar en la realidad los sueños o
deseos y vincular a las personas a través del hacer. Esta forma de poder permitiría la
afirmación de la subjetividad en tanto canaliza las capacidades de crear, de vinculación y
de acción con otros.
Desde la posición del autor, en una sociedad capitalista como la nuestra, este flujo
social se fractura pues los dueños de los capitales serían quienes deciden qué y cómo
hacer. De este modo, el hacer -como proyección- queda remitido a unos, los que conciben
qué hacer (los poderosos) y la ejecución a otros que no tienen la posibilidad de concebir. A
esta segunda forma de poder, le denomina “poder-sobre”. En esta segunda forma de
poder las personas quedarían privadas de realizar los propios proyectos al remitirse a
realizar los proyectos de aquellos que ejercen el poder.
Rescatamos de esta visión del poder, la potencialidad y capacidad de las personas
para “poder-hacer” realidad sus proyectos. Ello sin duda se ve favorecido en contextos que
facilitan la oportunidad de construir proyectos y permiten recuperar la capacidad de
trabajar por ellos. Desde la postura de la Psicología Comunitaria esa posibilidad cobra
potencia cuando ese proyecto y acción son asumidos en conjunto con otros.
Otro planteamiento que va en la misma línea es el efectuado por Tomás Rodríguez
Villasantes (2002), para quien las relaciones de poder pueden cobrar dos valencias:
pueden darse alternativamente como “dominación” o como “potencia”. Ello es, que el
poder relacional puede estar configurado de tal forma que unos mandan y otros obedecen,
o bien se puede dar de modo tal que las relaciones aumentan la capacidad de cada uno de
los que intervienen en el proceso. Estas formas de poder pueden estar presentes tanto en
el espacio más cotidiano como en las estructuras más generales de la sociedad.
En coherencia, Jo Rowlands (1997), plantea la existencia de un poder generativo, en
donde el poder de una persona no disminuiría necesariamente el de la otra. Se trataría de
un “poder para”, que se logra aumentando la capacidad de una persona de cuestionar y
resistirse al “poder sobre”. Este tipo de poder la autora lo relaciona con el concepto de
empoderamiento.
Antonio Elizalde (2006), bajo la lógica de que existen cierto tipo de recursos
ilimitados, y que más aún, con su uso pueden incrementarse, distingue tres expresiones
distintas del poder. La primera, la más habitual y la cual difícilmente logramos trascender al
reflexionar sobre el poder: el poder dominatorio, el poder excluyente y coherente con la
ideología de la escasez. La segunda dimensión se relaciona con el poder sobre uno
mismo, que implica ampliar el horizonte de la existencia propia. Se produce una expansión
interior, que nos permite abrimos a una nueva dimensión de nuestra existencia, surgiendo
algo que antes no estaba: fuerza, energía o poder que amplía nuestro dominio o potestad
sobre la propia existencia. Emerge un poder del cual nos hacemos dueños y protagonistas
y que nos permite protagonismo. Ejemplo de estas situaciones son: hacerse dueño de la
propia corporalidad; por medio de la expansión del dominio de la inteligencia aprender
otros idiomas; por medio del reconocimiento del otro cuando alguien provoca nuestra
admiración, o cuando nos enamoramos de otra persona.
El tercer tipo de poder, es el poder con otros, el poder que resulta de la
participación. Es el poder que tenemos sobre nosotros mismos pero cuya significación y
sentido es ampliado al ponerlo en común con otros, para asumir de ese modo
colectivamente el protagonismo sobre nuestra existencia social. Este es un poder de
servicio, de apoyo y colaboración al desarrollo de proyectos asumidos en forma colectiva,
colaborando y apoyándose mutuamente, generando así nuevos contextos y nuevas
realidades. Aquí se produciría según Elizalde una suerte de potenciamiento mutuo, donde
cada cual puede alcanzar mucho más que lo que puede en forma aislada, pero implica sin
duda alguna renunciar a algunos intereses particulares. Esta conceptualización se
aproxima al sentido profundo del empoderamiento como lo expondremos en este trabajo.
Compartiendo la idea de que el poder puede actuar como limitación (en el caso de
las relaciones de asimetría y dominación) pero también como potencia que faculta para la
acción sobre la realidad, debemos examinar los elementos fundamentales para que
puedan operar en un sentido u otro. Como ya hemos destacado las relaciones de poder
surgen del dinamismo individuo-sociedad, el primer componente (el individual) alude a las
capacidades personales que a cada cual le permiten actuar en el entorno, mientras que la
dimensión social refiere la capacidad de los grupos humanos, en tanto organizaciones, de
construir un entorno de relaciones humanas y de recursos que hacen posible la existencia
y la acción (PNUD, 2004).
El componente individual se relaciona con el concepto acuñado por Amartya Sen de
“agencia” (Nusbaum y Sen, 1998), que alude a la posibilidad efectiva de que una persona
logre dentro de su contexto social, aquellas cosas que considera valiosa. Dependiendo
ello, por supuesto, de la disponibilidad de recursos económicos y materiales de los
individuos, pero también de los recursos simbólicos y cognitivos y su capacidad
organizacional y de integración de redes sociales (PNUD Chile, 2004:53).
Esta doble cara, primero el poder personal, como capacidad de acción de las
personas para apropiarse de las oportunidades existentes, y luego el poder social, como la
capacidad de definir finalidades sociales, distribuir los recursos, de definir normas y ejercer
autoridad debieran articularse apropiadamente para evitar la concentración de poder en
manos de unos pocos.
El PNUD, bajo una mirada del poder como un proceso complejo, señala que éste
sería el resultado de la relación de varios factores: la soberanía personal real; la estructura
de distribución asimétrica de esas capacidades y el imaginario social del poder (2004:18).
Veamos de qué se trata cada uno de ellos.
La soberanía personal real, se refiere a la dotación variable de capacidades de las
personas que les permite captar y realizar las oportunidades de su entorno. Por su parte la
estructura de distribución asimétrica de esas capacidades, permite una coordinación social
mediante roles especializados y formas de conducción. Normalmente son las instituciones
quienes crean y distribuyen poder entre las personas que actúan dentro de sus marcos,
creando realidades y capacidades de acción. Son las instituciones quienes fijan las
relaciones de poder (mediante normas y leyes por ejemplo), pero también crea actores
fijando o creando poder para ellos (por ejemplo, “cesante”, “niño”, etc.)
El imaginario social del poder, a su vez, define un mundo común de significados y
valores, el cual orienta su ejercicio y legitima su distribución. Está conformado por las
representaciones y predisposiciones subjetivas que las personas tienen acerca del poder
personal y el de la sociedad y la forma en que este se encuentra distribuido, las cuales
tienen consecuencias sobre las capacidades de acción individuales y colectivas.
Los imaginarios del poder dependen de la vida social, influyendo en su construcción
la estructura social y la cultura; así el origen social y de las experiencias acumuladas por
los grupos sociales son determinantes en su configuración. De esta forma, dependiendo
de los contextos sociales y culturales, hay imaginarios que definen identidades pasivas y
subordinadas, mientras otros favorecen posturas más proactivas y autónomas.
Como podemos apreciar, aquí se reconoce el rol que cumple la dimensión subjetiva
del poder, la que por cierto no sería exclusivamente una construcción individual. Esta se
despliega necesariamente, como ya lo han indicado otros autores, sobre los límites y
trazados de las culturas en las que el individuo ha crecido y vive. Es cierto también que
son las propias personas quienes van tomando distintas expresiones de la cultura y sobre
la base de las experiencias personales y colectivas que tenga acerca del poder las
organizan.
El poder personal, se traduciría en una evaluación que cada individuo hace de su
mayor o menor poder personal para hacer. Esta percepción es una determinante de las
capacidades de realización en la medida que puede inhibir o estimular la acción. Poderoso
sería entonces quien dispone de las capacidades personales y puede movilizar diversos
recursos para la acción.
El PNUD Chile (2004) ha creado un índice que da cuenta de esta evaluación
proyectiva de las capacidades, considerando tres dimensiones: poseer las capacidades
educativas necesarias para abrirse a nuevas opciones de desarrollo personal; disponer de
los recursos materiales necesarios para el logro de sus proyectos, y disponer de la
capacidad para activar redes de cooperación en el ambiente personal.
El mencionado informe efectuado por el PNUD Chile (El poder: ¿para qué y para
quién?), consigna como conclusión en esta dimensión del estudio que la evaluación
individual que realizan los entrevistados de la vida personal y familiar (nivel de satisfacción
con la vida, visión del futuro económico familiar, percepción del estado de bienestar de la
familia) como ciertas orientaciones hacia la sociedad (grado de la valoración de la
democracia, grado de cercanía con la información sobre política, grado de disposición a la
participación social, disposición al reclamo y defensa de derechos, grado de confianza en
las personas, evaluación de los cambios del país, tenencia de amistades) están asociadas
con el poder personal subjetivo. Estos resultados, según los autores, del informe dan
cuenta de que la percepción de poder personal no se construye ni se ejerce aisladamente
de la sociedad. Así también concluyen que “el poder personal subjetivo parece expresar
una determinada disposición de capacidades subjetivas de acción y al mismo tiempo,
parecen servir de antecedentes a las disposiciones que los individuos muestran para
actuar en sociedad” (2004: 113).
Es claro entonces, que en la construcción de las relaciones del poder convergen
factores sociales, culturales y personales, por lo que es de suponer que las percepciones
subjetivas acerca de la posibilidad de ejercer el poder requieren de oportunidades
objetivas, las que dependen de la disponibilidad de recursos pero también de los
mecanismos mediante los cuales se organiza y distribuye el poder en una sociedad
específica (Sen, G., 2002).
Pero para aprovechar las oportunidades existentes se requiere ampliar las
oportunidades de acción y también la creación de condiciones de acción colectiva, puesto
que en el escenario actual hay una gama de problemas y necesidades que no pueden ser
resueltos ni por el Estado ni por los individuos actuando solos.
De tal modo, el poder es el resultado, de una ecuación que permite combinar
disponibilidad de poder social, distribución social del poder y percepción de poder personal
para la acción. Considerando, al mismo tiempo, que el poder, como lo hemos venido
conceptualizando, es una condición para de Desarrollo Humano (y viceversa) podemos
concluir que la democracia participativa y el Desarrollo Humano son en extremo
complementarios. Se esperaría que bajo las normas y “reglas del juego” democrático se
creara y distribuyera el poder, posibilitando que la ciudadanía incidiera tanto en los asuntos
que les incumben a todos, como en el desarrollo de los proyectos individuales de vida, ello
sin lugar a dudas permitiría la potencialización de las capacidades individuales y sociales
(PNUD Chile, 2004).
Si las condiciones sociales permitieran ampliar el poder de las personas para definir
y decidir acerca de su vida, al mismo tiempo que fueran capaces de generar mecanismos
para hacer más simétrica su distribución, existiría la posibilidad de plantearse como
horizonte normativo “más poder para todos” (PNUD, 2004). Esta perspectiva nos permitiría
dejar atrás la extendida conceptualización de la relación de poder como suma cero,
modelo basado en el conflicto y visión de los recursos como limitados, posicionando a la
cooperación como elemento fundamental para la ampliación de oportunidades y
capacidades.
En una mirada optimista se podría esperar que en una matriz de relaciones
democráticas, las relaciones de poder se pudieran organizar de modo tal que permitieran
superar su concentración. Se trata de que no haya un solo poder, sino que existan juegos
de poderes que se pongan al servicio del enriquecimiento mutuo. Se trataría de
interdependencia, solidaridad social y de la existencia de una comunidad sólida, pero
también de autonomía para hacerse cargo del propio poder (responsabilizarse).
En el mapa del poder tal como hoy se encuentra configurado, se requiere de la
presencia de actores sociales fuertes, con capacidad para equilibrar el poder en la
sociedad. Este rol le compete a la sociedad civil organizada. La pregunta que cabe
hacerse es ¿cómo en el escenario social que hemos descrito es posible construir actores
sociales colectivos capaces de equilibrar el poder en la sociedad?. Es en ese marco que
aparece pertinente referirnos a los proceso de empodermiento y fortalecimiento,
especialmente en el ámbito comunitario que sería a nuestro entender el escenario
privilegiado para promover los procesos de desarrollo humano.
3.4. Empoderamiento de las personas y las comunidades
Hemos argumentado que las capacidades de las personas para aprovechar las
oportunidades vigentes en sus contextos de vida, dependen directa o indirectamente de
cómo se organiza el poder dentro de una sociedad. En una sociedad democrática se
deberían crear las condiciones de distribución del poder para que la ciudadanía pudiera
incidir en asuntos tanto personales como públicos (PNUD, 2004). Este es un desafío
complejo, toda vez que las fuerzas sociales juegan en dirección de la concentración del
poder y de las relaciones de dominación.
En el transcurso de los últimos decenios, particularmente –aunque no
exclusivamente- los psicólogos comunitarios han contribuido considerablemente a la
reflexión acerca de la renovación de las prácticas sociales (Rappaport, 1977). De manera
más o menos directa, la mayoría de estos autores han otorgado gran importancia al
empoderamiento de las personas y las comunidades.
Es destacable que variados informes de intervenciones y otras iniciativas que
apuntan explícitamente al empoderamiento de las personas y las comunidades han
aumentado en forma exponencial en el último período (Zimmerman, 1995). Pero, ¿De qué
se trata exactamente el empoderamiento? ¿Qué es el empoderamiento de las personas y
de las comunidades? ¿El empoderamiento aporta efectivamente en el desarrollo humano?
¿Es esta una efectiva alternativa en la intervención comunitaria? El presente capítulo
intenta dar respuesta a estas preguntas presentando un conjunto de elementos que
permiten ubicar conceptualmente el término, analizar críticamente la adecuación de su uso
en el campo de la intervención comunitaria, especialmente desde la perspectiva de la
psicología comunitaria, caracterizando adicionalmente las prácticas fundadas en el
empoderamiento o fortaleciemiento de las personas y comunidades.
3.4.1. Breve historia del concepto
El concepto de empoderamiento tiene sus raíces en la década de los 60, vinculada a
la comprensión sociopolítica de los procesos opresión y del cambio social, liderada por
figuras emblemáticas como Saul Alinsky y Paulo Freire. Estos dos activistas describieron
de que manera los agentes de cambio (organizadores y educadores comunitarios,
respectivamente) podían unir fuerzas con miembros de comunidades en condiciones de
desventaja para transformar las relaciones sociales y redistribuir el poder social (Kofkin,
2003). Sin embargo, el término de empoderamiento para describir tales actividades recién
fue empleado por Barbara Bryant Solomon en 1976, constituyéndose en una de las
primeras autoras del trabajo social que articuló una teoría del empoderamiento.
Peter Berger y Richard Neuhaus, en el año 1977 en el campo de la política, también
utilizaron este término y propusieron que las personas llegan a ser empoderadas a través
de estructuras mediadoras, en especial los vecindarios, familias, iglesias y asociaciones
voluntarias. Por consiguiente, ambos autores argumentaron que la política pública debería
apoyar de manera activa a las estructuras mediadoras, no debilitarlas, y utilizar estas
estructuras para llevar acabo objetivos sociales.
Julian Rappaport, en 1981 propone a este concepto como un concepto guía de la
psicología comunitaria. Inicialmente lo plantea como una crítica y alternativa frente al
trabajo comunitario guiado por el modelo de la prevención, que ponía el acento en los
riesgos, vulnerabilidades y necesidades de las personas. Julian Rappaport (1981, 1987)
propuso el modelo de empowerment como un modelo que podía promover una alternativa
de redistribución de recursos y de mayor participación de los sectores menos favorecidos.
Después de su inicial escrito, Rappaport (1987) aclaró que su recomendación acerca del
empoderamiento no condenaba a la prevención, ya que ella podía ser vista como una
estrategia mediante la que los objetivos del empoderamiento podrían llevarse a cabo. Sin
embargo, este autor afirmó que la PC podría permanecer fiel de mejor manera a sus
valores fundamentales mediante la adopción del empoderamiento como su concepto
orientador primordial. La literatura en el área, coincide en indicar que los influyentes
artículos de Rappaport lo ubicaron a la cabeza de una corriente interesada por el
empoderamiento.
A fines de los años 1980 y 1990 estallaron las conversaciones acerca del
empoderamiento y el uso del concepto era empleado en los más diversos ámbitos,
también con comprensiones e intencionalidades diversas. No cabe duda que el concepto
resulta atractivo y poderoso, tanto así que ha sido adoptado por el Banco Mundial para
proponerlo como uno de los principales instrumentos en la lucha contra la pobreza y el
subdesarrollo. Sin embargo, su utilización, ha sufrido distorsiones en los valores centrales
que le fundan desde su origen. Gil (2003:238) es crítico a este respecto y señala que “el
empowering que manejan los organismos internacionales (como la ONU, FMI o la OCDE)
tiene mucho de paternalismo condescendiente, cuya filosofía sería que la mejor ayuda que
se puede dar a los necesitados, es hacer que aprendan a ayudarse a sí mismos”. Esto
equivaldría según el mismo autor a que estas personas adquieran mayor poder del poco
que tienen.
Las profundas diferencias que existen en la comprensión y uso del empoderamiento
puede deberse en gran medida a la forma de entender el poder. Así es posible que
encontremos hablando aparentemente del mismo tema a personas de posiciones políticas
tan diferentes como las feministas, los políticos occidentales, activistas y el Banco Mundial.
Jo Rowlands (1997), plantea que las posiciones pueden moverse en dos polos. De
una parte están los que sostienen que el empoderamiento debe consistir en que las
personas sean capaces de aprovechar al máximo las oportunidades que se les presentan
sin o a pesar de las limitaciones estructurales. Bajo esta lógica se trataría de introducir
dentro del proceso de toma de decisiones a las personas que se encuentran fuera del
mismo, ello supone un fuerte énfasis en el acceso a las estructuras políticas y a los
procesos formalizados de toma de decisiones; en el plano económico, en el acceso a los
mercados y a los ingresos que les posibilite participar en la toma de decisiones políticas.
Esta posición tendría como visión implícita del poder el de relación asimétrica (poder
sobre).
En una segunda postura, que se aproxima a la visión generativa del poder, poder
para, el empoderamiento también incluiría el acceso a recursos intangibles de toma de
decisiones. Estos se refieren a los procesos por los que las personas toman conciencia de
sus propios intereses y de cómo se relacionan éstos con los intereses de otros y con ello
participar desde una posición más sólida en la toma de decisiones.
Una tercera variante, se centra en las interpretaciones feministas del poder que
incorpora la idea de la que “la dimensión personal es política” (Rodríguez Villasantes,
1998). Aquí, empoderar no se trata tan solo de abrir el acceso a la toma de decisiones,
sino que también una visión endógena del poder en tanto las personas requieren
percibirse a sí mismas con la capacidad y derecho a ocupar estos espacios de toma de
decisiones. Se trataría de atender al proceso de construcción social del si mismo y del
grupo, colaborando en deshacer (cuestionando) las construcciones sociales negativas de
forma que las personas lleguen a verse como poseedoras de la capacidad y el derecho a
actuar y tener influencia.
A pesar de todos los matices y confusiones, el concepto ha impulsado una amplia
gama de investigaciones y aplicaciones empírica. Como examinaremos más adelante
aspectos de las tres posiciones planteadas son abordadas por la PC, disciplina que ha
puesto a este proceso como uno de los ejes central de preocupación.
3.4.2. Delimitación conceptual
En la lengua inglesa, la palabra empowerment es un término común que puede ser
empleado en múltiples contextos para significar un aprovechamiento (en terminos
positivos) del poder. Desde el punto de vista lingüístico, esta expresión puede ser
separada en tres elementos. El primero es el radical power que significa “poder” en inglés,
el segundo es el prefijo em, que, agregado al radical power, expresa un movimiento de
acceso al poder. La asociación de estos dos elementos forma el verbo empowerment que
designa generalmente un aumento de una forma u otra del poder. El último elemento es el
sufijo “ment”que sugiere la presencia de un resultado tangible unido al aumento del poder.
En un primer momento, empowerment puede entonces ser comprendido como un
movimiento (proceso) general de adquisición de poder en vistas a alcanzar un objetivo
preciso (Le Bossé y Dufort, 2002). Sin embargo, el carácter particularmente amplio de esa
definición no deja de ser un problema cuando se intenta circunscribir más rigurosamente
las realidades a las cuales este término apunta (Swift y Levin, 1987 citado en Le Bossé y
Dufort, 2002).
En efecto, el examen de las definiciones del empowerment disponibles en la
literatura nos muestra que esta expresión es utilizada de modos muy diferentes según los
contextos en las cuales se aplica y de acuerdo a las preocupaciones particulares de los
autores que se interesan en él (Rowlands, 1997; Le Bossé y Dufort, 2002; Kofkin, 2003;
Sánchez Vidal, 2006). Por ejemplo, si se aplica la idea de adquisición general de un poder
en el contexto de empresas, se comprende que la expresión empowerment pueda ser
principalmente utilizado para designar el traspaso de ciertas prerrogativas en el marco de
la empresa, de igual manera, es lógico que esta noción sea asociada a un gran poder de
influencias cuando es utilizada en el campo político (Friedmann, 1992). Es importante
pues, aclarar bien en el contexto en la cual se sitúa cuando se busca definir el sentido
preciso que se le da a la expresión empowerment.
En el contexto de las prácticas sociales, la utilización de este término es
generalmente asociado a un poder instrumental personal y colectivo que apunta ejercer un
mayor control sobre la realidad (Ej.: acceso a los recursos, participación en las decisiones,
etc.). En este sentido, se trata de un poder distinto del poder “sobre los otros”.
De un modo simple pero conciso, Rappaport definió empoderamiento como “un
proceso, un mecanismo mediante el que las personas, organizaciones y comunidades
logran control sobre sus asuntos” (1987: 122). El autor asume un punto de vista ecológico,
señalando el carácter socialmente complejo y transversal del empoderamiento. Así, refiere
que para el caso del empoderamiento comunitario, se pueden identificar dos dimensiones
o componentes complementarios: uno se centra en la autodeterminación personal, que
sería la capacidad de determinar la propia vida (sentido de competencia personal) y la
otra, se centra en la determinación social que refiere la posibilidad de participación
democrática (sentido de competencia comunitaria).
El grupo de empoderamiento de Cornell, a partir del trabajo inicial de Rappaport,
desarrolló una de las definiciones más ampliamente utilizadas: “El empoderamiento es un
proceso intencionado y continuo enfocado en la comunidad local, que supone un respeto
mutuo, una reflexión crítica, un cuidado y una participación grupal, mediante el cual las
personas que carecen de una cantidad equitativa de recursos de valor ganan un mayor
acceso y un control sobre aquellos recursos” (1989:2, citado en Kofkin, 2003:282).
El empoderamiento, entonces, es en gran medida, un intento para extender el
campo de las acciones posibles tanto del punto de vista de los recursos personales (Ej.:
habilidades en la comunicación, liderazgo) como las del entorno (Ej.: acceso a servicios
adecuados, a una vivienda conveniente). Se trata de un poder para atraer el cambio
deseado o contribuir a ello (Le Bossé y Dufort, 2002). El desarrollo de este poder se basa
en una gestión que integra en forma constante la acción y la reflexión en una lógica
próxima al proceso de concientización tal como lo definió Paulo Freire (1977, 1992).
Hay un número significativo de autores, que han criticado el uso de este concepto, y
han efectuado sus originales aportaciones. Gil en su libro el “Poder Gris” (2003), prefiere
utilizar el concepto de apoderamiento, para referir el proceso mediante el cual las personas
desarrollan la capacidad de actuar por sí mismos sin delegar su poder a otro. Según el
mismo autor, el apoderamiento (empowering) requiere que los sujetos sean capaces de
asumir la iniciativa de conducir su propio destino con plena autonomía, aunque haya de
hacerse manteniendo relaciones de interdependencia con otros sujetos e instituciones.
Destaca acá el valor del poder como algo de lo que habría que apropiarse, y no como algo
que es otorgado o transmitido por los otros como en ocasiones remite el significado
original de empoderar: dar poder, autorizar o capacitar (Sánchez Vidal, 2006).
Otra serie de autores adscritos a la psicología social comunitaria latinoamericana,
critican el uso del concepto por presentar varias limitaciones conceptuales y prácticas. Así
por ejemplo, se ha señalado que el concepto puede conducir al error de creer que los
“agentes externos”, las personas que tienen poder pueden transferirlo automáticamente a
quienes carecen de él (Montero, 2003). Esta visión del poder como algo que se puede dar
a otros (“visión de empower a otras personas”) se asocia a la concepción del poder como
una posesión o capacidad (Lópezy Serrano- García, 1986).
Adicionalmente, Carlos Vásquez (2004) resalta que el concepto de empowerment
ha respondido desde sus inicios a una lógica individual y psicologizante y a una
contextualización muy especifica de la cultura estadounidense, que pone el acento en
valores consonantes con el capitalismo que podrían poner en riesgo valores de solidaridad
y comunidad.
Maritza Montero (2003), propone que el proceso de transformación de una
comunidad en dirección positiva, se funda en el fortalecimiento comunitario y no en la
transferencia de dominio, control y capacidad por parte de los agentes de la política social.
Para esta psicóloga comunitaria, este proceso de fortalecimiento comunitario sería “el
proceso mediante el cual los miembros de una comunidad (individuos interesados y grupos
organizados) desarrollan conjuntamente capacidades y recursos para controlar su
situación de vida, actuando de manera comprometida, consciente y crítica para lograr la
transformación de su entorno según sus necesidades y aspiraciones, transformándose al
mismo tiempo a sí mismos. Entonces, como alternativa al concepto de empoderamiento el
que critica por su falta de pertinencia cultural y a la confusión semántica ya referida con
anterioridad, propone el concepto de fortalecimiento comunitario.
Por su parte, el psicólogo comunitario puertorriqueño, Carlos Vásquez(2004),
propone como alternativa al concepto de empowerment el de refortalecimiento. Con él
busca destacar la necesidad de remirar a las personas y comunidades desde sus
fortalezas, poniendo atención en aquellas dimensiones que normalmente desde el sistema
dominante son “construidos” como déficits o ingobernabilidad. Al respecto indica que las
comunidades desarrollan formas de resistencias, formas de convivir y actuar en la realidad
que reportan formas creativas que desarrolla la gente para protegerse y enfrentar
condiciones de vida precarias. Normalmente lo que hacemos los interventores es favorecer
la sensación de desamparo cuando asumimos que estamos mejores preparados para dar
respuestas acertadas a la realidad de la gente, ignorando que ellas han desplegado
recursos y habilidades para enfrentarla antes de nuestras intervenciones y aún después de
ellas. El refortalecimiento, entonces, apuntaría a restituir el sentido de fuerza, de recurso y
poder en aquello que desde una mirada externa aparece como déficit. Supone el principio
de que no podemos refortalecer a otros, se trataría éste de un proceso en donde nos
refortalecemos unos a otros en las redes de relaciones que establecemos (Vázques,
2004). Esta visión endógena y construccionista del poder es similar a la propuesta por
Villasantes bajo el concepto de poder potencia.
Aunque los argumentos propuestos tanto por Montero como Vásquez nos parecen
de suma relevancia, máxime considerando el estado de colonización intelectual del que a
menudo somos cómplices los latinoamericanos, el sentido original del concepto de
empoderamiento en la comprensión otorgada por Le Bossé y Dufort (2002) y por Sánchez
Vidal (2006) a nuestro juicio no aparece contradictorio a los propósitos de fortalecimiento o
refortalecimiento comunitario si acogemos conceptualmente las dos valoraciones que
hemos venido exponiendo del poder. Nos parece que el concepto de fortalecimiento
comunitario es un concepto más amplio que refiere múltiples procesos, sería un concepto
que excede el de empoderamiento aunque este sería su núcleo. Por su parte el concepto
de empoderamiento sería mucho más explícito en destacar el rol del poder.
Sin lugar a dudas, debemos situarnos desde una posición generativa del poder, pero
ello no implica una donación de poder a otros, el poder se construye, se gana –a veces a
costa de fuertes conflictos- pero la labor del profesional u operador social es acompañar en
ese proceso a las personas poniendo a disposición su propio poder. La acción de un
agente externo, operador social o profesional de ayuda, es constituirse en colaborador,
porque como lo indica Taliferro (1991) “el verdadero poder no se puede otorgar; viene de
adentro”. Más aún como lo muestra la práctica, en un real de empoderamiento, el proceso
toma direcciones imprevistas, en donde es claro que el control no está en manos del
operador social (Rowlands, 1997).
3.4.3. Operacionalización del concepto
Hemos visto que la conceptualización del empoderamiento amerita diversas
perspectivas en su comprensión y definición, una situación parecida es posible observar
en la operacionalización del concepto. Pero a pesar de las diferencias que se aprecian al
revisar la literatura, se pueden identificar algunas características definitorias del
empodermaiento, las que pasamos a describir a continuación.
Marc Zimmerman, uno de los estudiosos más activos del empoderamiento desde la
PC, identificó tres elementos claves del empoderamiento. Estos son: 1) el esfuerzo por
lograr acceder a los recursos; 2) la participación con los demás para lograr objetivos; y 3)
una comprensión crítica del contexto sociopolítico (Zimmerman, 2000). Revisemos a
continuación cada uno de estos elementos.
3.4.3.1. El acceso a los recursos
La primera característica clave del empoderamiento que Marc Zimmerman identifica
es que éste necesita un igual acceso a los recursos. La noción de que los recursos no se
encuentran distribuidos de manera igualitaria en los distintos segmentos de la sociedad es
fundamental para el concepto de empoderamiento, y se requiere un cambio para corregir
esta injusticia. Por lo tanto, la manera en que entendamos el empoderamiento depende en
gran medida de cómo comprendamos los recursos.
En general, los recursos son los elementos que se encuentran a disposición de las
personas para satisfacer sus necesidades y deseos. Por ser un aspecto ya analizado
cuando abordamos el poder, baste recordar que los recursos en tanto satisfactores de
necesidades o deseos varían entre grupos y personas (Max Neef, Elizalde y Hopenjayn,
1986). Recordemos además, que los recursos son a menudo un campo de batalla, ya que
los esfuerzos por tener el control sobre ellos se encuentran a la base de luchas a pequeña
y gran escala. Las disputas sobre los recursos a menudo proceden del supuesto de que
para que una persona o un grupo logren el control sobre un recurso la otra o el otro deba
perderlo.
En su innovador trabajo acerca del empoderamiento, Richard Katz (1984, citado en
Kofkin, 2003:283) examinó una perspectiva alternativa para este enfoque de suma cero. El
propuso que la competencia sobre los recursos existe cuando prima el paradigma de la
escasez, así como sucede en la sociedad occidental, en donde prevalece la visión de los
recursos como limitados. Otras sociedades funcionan desde un paradigma sinérgico
alternativo, en que los recursos de valor son vistos como renovables y expandibles
(sociedades con estilos comunitarios de vida).
Antonio Elizalde (2006), señala en esta perspectiva que nuestra visión de mundo
está teñida por la ideología de la escasez, influida profundamente por el paradigma
economicista. Como algunos recursos -los económicos- son escasos y limitados,
tendemos a ver todos los recursos como limitados, haciendo invisibles aquellos recursos
que son abundantes. Señala que es posible descubrir que hay recursos que se
caracterizan por requerir ser compartidos para crecer. “Sólo en el darse crecen, puesto
que por su naturaleza son creadores de vida, instauradores de potencialidad y de
virtualidad transformadora, generadores de diversidad y de enriquecimiento colectivo.
Recursos sinérgicos tales como el amor, el saber, la información, la creatividad, el poder
sobre uno mismo, la memoria colectiva, la identidad grupal”. (Elizalde, 2006:2).
3.4.3.2. La participación con los demás
La búsqueda de una distribución de recursos más equitativa requiere que las
personas más desfavorecidas logren concertarse y construir una causa común. Al
principio, pueden unirse en torno a su experiencia de tensión compartida y al deseo de
intercambiarse apoyo social para afrontar desafíos. En un proceso gradual, pueden llegar
a ver la tensión como el resultado de una falta de recursos, y a la falta de éstos como el
resultado de las desigualdades sociales. Esto prepara el camino para una transformación
del sentido de sí mismo de los miembros de los grupos, que dejan de ser personas
desafortunadas que llevan solos su carga en la vida y se transforman en miembros de un
grupo oprimido que puede trabajar unido para provocar un cambio social (Kofkin, 2003).
Es importante considerar que la participación, en un sentido amplio, no es sólo un
instrumento para la solución de problemas, como normalmente se le tiende a ver, es sobre
todo una necesidad fundamental del ser humano (Ferullo, 2006). Participar implica
reconocer que cada sujeto posee en sí el poder y capacidad de actuar en el mundo en que
vive. Participar es, precisamente ejercer el poder de actuar y transformar la realidad.
Su práctica envuelve la satisfacción de otras necesidades básicas, como la
interacción con otras personas, el desarrollo del pensamiento reflexivo, satisfacción de
necesidades afectivas mediante la vinculación, autovaloración, además de la posibilidad
de expresarse y de crear (Arango, 1996). Zimmerman, en el contexto del empoderamiento,
considera que la participación proporciona oportunidades de aprender, perfeccionar y
poner en práctica habilidades relacionadas con la toma de decisiones y solución de
problemas.
Hay coincidencia en destacar que la participación promueve el desarrollo personal y
comunitario en la medida que favorece el desarrollo de diversas competencias,
sentimientos de pertenencia, autonomía, proactividad, sentimiento de control psicológico y
porque adicionalmente activa mecanismos que interconectan el espacio público y el
privado, haciendo que el logro del bien común sea una tarea compartida. De acuerdo a lo
señalado por Freire (1970,1992), el dialogo y el intercambio de información mejora la
comprensión del ambiente de las personas, y puede conducir a cambios en una sociedad.
En una mirada general, el concepto participación se tiende a usar en dos sentidos;
uno el “ser participe de”, es decir recibir prestaciones y disponer de servicios, y la otra
“tomar parte de en”, ello es la capacidad de desarrollar iniciativas, tomar decisiones, ser
parte activa de un proceso (Rosa y Encina, 2004). La primera acepción entiende la
participación como un elemento legitimador de poder, un mecanismo de integración; la
segunda, en cambio entiende la participación como un elemento de transformación en el
que todo el mundo tiene un papel protagonista. El comportamiento participativo desde esta
posición sería “la acción o conjunto de acciones colectivas, acordadas reflexivamente y
orientadas a la autogestión en la solución de los problemas y satisfacción de necesidades
en donde se instauran principios de cooperación, solidaridad y ayuda mutua” (Arango,
1996).
Bajo esta comprensión, la participación sería un proceso activo y responsable de
integración de actores diversos en una relación orientada al desarrollo de las personas que
participan, y que requiere que se cumpla el binomio capacidad de participar y oportunidad
de participar.
En este segundo significado la participación sería un proceso abierto, una
construcción social que puede permitir realizar transformaciones en la realidad. Ello
requiere sin duda, la creación de nuevas estructuras de relaciones que permitan que las
decisiones acerca del futuro sean decisiones siempre compartidas (Rosa y Encina, 2004).
Este tipo de participación, va más allá de la información, de la asistencia a actividades que
otros organizan o definen y trasciende la consulta de opinión acerca de determinadas
cuestiones. Se trata, de acuerdo a lo señalado por Villasantes (1998) de avanzar hacia una
ciudadanía con derecho a poder tomar parte de decisiones compartidas, después de un
conocimiento de los problemas y alternativas. Es este el tipo de participación que se
vincula con los procesos de empodermamiento comunitario.
No se puede negar, sin embargo, que existen diversos grados y formas de
participación, y si bien es deseable una participación activa que implique algún grado de
toma de decisiones, por tratarse de un proceso, es importante considerar la conducta
participativa en un continuum. Inscrita en un proceso de aprendizaje social, está, sin lugar
a dudas, influida por determinaciones psíquicas y contextuales que afectarán el grado de
implicación así como también el grado de afectación de las personas en cada momento
(Ferullo, 2006). Por tanto, si hay oportunidades de participar y las personas han ido
desarrollando capacidades para hacerlo es más probable que aumenten los niveles de
implicación en nuevas experiencias colectivas, especialmente si estas reportan vivencias
positivas.
Además de las condiciones descritas, la participación requiere dotarse de
organización y contenido. Se trata a decir de Marco Marchioni (2002), de irradiar lo político
(lo público, lo de común interés) de contenido científico, ello es de capacidad de analizar y
comprender la realidad incluyendo múltiples referentes que permitan contrastar posiciones
y disminuir por tanto los riesgos de ideologización. Y ello requiere de mecanismos que
permitan dotar de espacios atingentes a los intereses y roles de la gente facilitando su
implicación.
Cuando los individuos participan junto a otros, pueden contrastar y enriquecer sus
visiones acerca de la realidad, produciéndose una plurideterminación de la realidad social.
Los grupos sociales pueden así, tener su propia versión de la realidad situándose,
entonces, de un modo distinto frente a la institucionalidad que normalmente impone la
suya. En este sentido la participación operaría como un mecanismo de redistribución de
poder (Rosa y Encina, 2004). Como lo expresa Ana Gloria Ferullo (2006: 73), “toda
participación es un acto de ejercicio de poder que asume diferentes formas y produce
distintos efectos según la red de sobredeterminaciones en juego en cada caso”.
Entendida la participación como ejercicio de poder de los sujetos, se constituye en
una herramienta fundamental de trabajo para la PC, particularmente la participación crítica
puesto que es un instrumento que posee la capacidad de disparar procesos subjetivos e
intersubjetivos que favorecen el desarrollo personal e interpersonal (Ferullo, 2006).
Sin embargo la práctica nos muestra que no todas las personas participan, lo que
nos conduciría a preguntarnos qué hace que la gente se motive a hacerlo o no. Perkins
(2003) plantea algunas condiciones que se asocian a una menor tendencia a participar en
algunas personas; señala por ejemplo que las personas con baja autoestima, locus de
control externo, poco deseo o esperanza de cambio y falta de apreciación de las causas
sociales de los problemas personales estarán menos motivadas y dispuestas a participar.
Las personas se involucran cuando aceptan que pueden ganar más de lo que pueden
perder con la participación (Ganar un espacio para la recreación de los niños v/s tiempo
perdido con la familia para asistir a las reuniones y gestiones para lograrlo).
También juegan un rol los factores “suprapersonales”, como el altruismo, un sentido
de responsabilidad cívica y la inclinación comunitaria (Perkins, 2003). Otro factor
mencionado es la existencia de un elemento detonante externo, Charles Kieffer (1984,
citado en Perkins, 2003) descubrió que los ciudadanos participantes se llegaban a
interesar en un cambio social luego de que se encontraban con una amenaza que no
podían ignorar.
Si bien estos factores cuentan con respaldo empírico, nos aparece interesante la
crítica que efectúa Flores (2004) al énfasis que se pone en las características psicológicas
y de personalidad en las investigaciones efectuadas desde la psicología. La participación,
considerada ante todo como una conducta que depende de variables principalmente de
tipo cognitivo tales como: percepción del entorno, información, habilidades, y otras,
implican una visión simplista de los participantes cuyos deseos y decisiones son resultado
de procesos internos más que de una interrelación con y en una realidad social.
En contrapartida, la comprensión de los procesos de participación para la PC
latinoamericana destaca su rol asociado al cambio social. La participación es como lo
hemos planteado, ante todo ejercicio de poder y concientización en la perspectiva
Freiriana. Sobrino (1989) considera que hay niveles o grados de conciencia que
repercuten en la forma de participar de las personas. El primer nivel lo denomina
alienación, caracterizado por el aislamiento en que se encuentran los actores y por una
carencia participativa. En el extremo opuesto ubica la conciencia transformadora o
conciencia política capaz de producir comportamientos sociales modificadores de las
situaciones de opresión y explotación. La participación crítica descrita por Ferullo (2006) se
correspondería con una participación asociada a niveles crecientes de concientización.
Sánchez (2000), a partir de un estudio cualitativo en Venezuela, concluye que la
continuidad de la participación debería comprenderse como un sistema de relaciones
intersubjetivas conformado por procesos como el sentimiento de comunidad, el liderazgo
participativo, una estructura organizativa democrática y una meta significativa.
La participación representa para la teoría del empoderamiento el mecanismo básico
de adquisición de dominio y control que se relaciona con la posibilidad de influir en el
entorno, ella misma constituye un esfuerzo por intentar controlar el entorno e influir en las
dimensiones social y política. Pero como veremos la participación impone desafios a las
metodologías y estrategias que se guían desde la perspectiva del empoderamiento
2.4.3.3. La comprensión del contexto sociopolítico
Cuando las personas se reúnen a discutir sus problemas compartidos, pueden
logran tomar conciencia de las fuerzas internas y externas que inciden en su situación. Las
personas que participan se identifican con sus similares, dejan de culparse por problemas
que provienen de la injusticia social, y asumen la responsabilidad de realizar cambios
(Gutiérrez, 1994, citado en Kofkin, 2003). Por consiguiente, la participación con los demás
es un asunto inextricablemente ligado a la comprensión del contexto sociopolítico.
El desarrollo de la comprensión sociopolítica, se relaciona estrechamente con el
proceso de concientización, que permite un conocimiento crítico de la realidad. Renato
Cerillo y Esther Wiesenfeld (2001) caracterizan este proceso como un cuestionamiento al
orden social dirigido a posibilitar la transformación de la realidad. Se trataría de un proceso
en donde se produce el reconocimiento y comprensión de los problemas de la realidad,
fundada en acciones para la solución de tales problemas.
Tanto Para Fals-Borda (1999) como para Freire (1992) la “verdadera
concientización” es aquella que genera praxis, entendida ésta como una actividad política
dirigida a la transformación de las bases estructurales de la sociedad. Ello implica
trascender de las acciones parcelarias, es decir aquellas que consideran una comprensión
de los problemas de la vida cotidiana y las acciones correspondientes para resolverlos, a
las acciones políticas que implican a las estructuras de la sociedad. Sabemos que no todo
proceso de toma de conciencia conduce a la acción, de allí que este proceso de
“verdadera concientización” resulta ser un proceso de mayor exigencia y complejidad que
implica desarrollo en las personas y sus organizaciones de la capacidad de análisis, de
organización, y actuación efectiva en la realidad.
De esta forma, la concientización es una actividad socialmente construida, que
fundada en una actividad práctica de cooperación, permite dirigirse hacia la consecución
de una transformación que puede ir más allá de lo situacional. En esta perspectiva, este
acto político de generar una conciencia crítica, entendida como la captación individual y
grupal de la ideología imperante (Serrano- García y López, 1994) implica transitar desde
una conciencia sumisa en donde la realidad se construye como natural, dada e
intercambiable y como explicable sólo por fuerzas superiores a los seres humanos, hacia
un nivel de conciencia crítica integradora en donde se desarrolla la capacidad de analizar
con mayor precisión la realidad social (Freire, 1992 ).
Este proceso progresivo de concientización, en dirección a niveles más avanzados
de conciencia critica, sólo se logra mediante una intervención educativa liberadora de tipo
intencional, planificada y sistemática (Freire, 1992). La necesidad de solucionar problemas
concretos que aquejan a la comunidad puede ser un momento propicio para iniciar una
experiencia pedagógica, en donde las personas a la vez que mejoran sus condiciones
inmediatas de vida desarrollen una conciencia que les permita comprender la realidad y
articular, desde esta comprensión una acción política (Fals- Borda, 1978).
3.4.4. Niveles del empoderamiento
En una perspectiva ecológica, el concepto de empoderamiento puede ser analizado
en diversos niveles. Marc Zimmerman (2000) distingue tres niveles: individual,
organizacional y comunitario. Estos tres niveles serían mutuamente interdependientes, de
modo tal que tanto los procesos como los resultados de cada uno ayuda a potenciar al
subsiguiente.
3.4.4.1. Nivel personal
El nivel individual se relaciona con el empoderamiento psicológico, y considera la
interacción de la persona en su ambiente poniendo énfasis en los procesos psicológicos
que entran en juego en esa interacción. Zimmerman (2000) identificó tres aspectos del
empoderamiento psicológico, entre ellos, el intrapersonal, el interaccional y el conductual.
El nivel intrapersonal refiere los aspectos de la dinámica intrapsíquica del sujeto,
que incluye las creencias que él tiene acerca de su propia competencia en el medio. Se
consideran como componentes del empoderamiento intrapersonal: la auto estima, el
locus de control, el sentido de autoeficacia y la esperanza.
La autoestima, o valoración de la valía personal que la persona ha internalizado, es
un concepto que se relaciona con el empoderamiento. Hemos visto que la opresión
internalizada provoca que las personas tengan una imagen negativa imagen de sí y del
grupo social al que pertenecen, y si ellos sienten que merecen un trato inferior, no
buscarán el empoderamiento.
El locus de control se refiere a lo que uno cree con respecto a las causas de las
experiencias de la vida, ello es el tipo de creencia que tiene la persona para explicar la
conexión causal entre su conducta y los resultados consecuentes. Rotter (1966, citado en
Kofkin, 2003) señala que las personas con un locus de control interno creen que pueden
influir sobre los hechos que ocurren en su vida, mientras que los con un locus de control
externo piensan que estos son determinados por fuerzas exteriores. Este aspecto cognitivo
tiene importantes efectos a nivel motivacional, pues es sobre la base a estas creencias
que la persona resuelve iniciar o no una determinada conducta, organizar y ejecutar de un
modo particular las acciones para obtener determinados resultados.
El sentido de autoeficacia, se refiere a la opinión que tenemos de nosotros con
respecto al grado en que nuestro comportamiento puede afectar los resultados deseados
(Bandura, 1997, citado en Kofkin, 2003). Si las personas sienten que pueden controlar los
hechos mediante un esfuerzo individual, es más probable que éstas entren en acción.
Zimmerman (2000), indica que la autoeficacia ayuda a determinar qué conductas iniciar,
además de aportar información acerca del esfuerzo requerido para obtener los resultados
deseados.
La disposición para trabajar hacia un cambio se deriva de una expectativa personal
respecto de la efectividad de la propia acción, de este modo repetidas experiencias de
fracaso pueden reforzar la creencia de que los esfuerzos son en vano, surgiendo el
fenómeno de la desesperanza aprendida, ampliamente estudiado por Seligman y otros
psicólogos de la tradición cognitiva conductual . Marc Zimmerman (1990) propuso el
concepto de esperanza aprendida como alternativa para el lado deficitario de la relación
expectativa-esfuerzo. Él argumentaba que cuando los individuos toman el control y logran
el dominio de vida, se sienten esperanzados y pueden empoderarse.
El modelo psicológico social de desarrollo de Escovar ya expuesto en la sección
anterior, nos permitía comprender los procesos mediante los cuales algunos grupos
expuestos a circunstancias de vida deficitarias desarrollaban una falta de control y poder
psicosocial. Aquí hemos descrito que el sentido de control psicológico se relaciona con
mejoramiento de la autoestima, sentido de control personal, autoeficacia y esperanza
apuntando a la importancia del factor psicosocial del empoderamiento. Esta es una
cuestión insuficientemente abordada desde diversos programas de intervención orientada
al empoderamiento. Este es sin lugar a dudas un importante aporte desde la teoría
psicológica, pero también insuficiente para atender la complejidad del proceso de
empoderamiento, que como ya ha sido puntualizado es un fenómeno que requiere una
perspectiva ecológica.
El elemento interaccional, alude al proceso mediante el cual las personas
comprenden y buscan influenciar su ambiente social. Pero como subraya Speer (2000,
citado en Kofkin, 2003) el empoderamiento intrapersonal y el interaccional no siempre
concurren de un modo mecánico, ya que aunque exista autopercepción de control,
autovaloración positiva, sentido de eficacia personal y esperanza puede ocurrir que las
personas no entiendan cómo lograr los cambios que se necesitan, o no saben qué se
necesita para crear un cambio, pudiendo, por tanto, sentirse indispuestas o incapaces de
actuar de acuerdo a esa comprensión.
Kofkin (2003) señala que es necesario atender a las habilidades interpersonales que
se requieren para el empoderamiento. Estas pueden clasificarse en dos tipos: las
habilidades que se necesitan para trabajar en conjunto con otras personas y las que se
necesitan para obtener el control del poder. La primera categoría de habilidades puede ser
vista como interna para el grupo que busca un cambio. Si bien es cierto, la participación
implica trabajar dentro de coaliciones, en base a diversas iniciativas a través de distintas
orgánicas, los miembros deben saber cómo funcionar, de manera eficiente, como
colectividad. Algunas de las habilidades básicas referidas como importantes para favorecer
la participación en grupo son: habilidades para resolver conflictos, empatía, valoración por
la diversidad, capacidad para compartir el poder, capacidad para establecer y mantener
lazos con otros (Foster-Fishman y cols., 1998). Con el fin de mantener una participación
los individuos deben saber también cómo incorporar, capacitar, organizar, motivar, utilizar
y retener a los miembros del grupo.
El segundo tipo de habilidad interaccional, es propia de los miembros de grupos que
buscan un cambio, y de aquellos que tienen control sobre los recursos deseados. Los
grupos eficientes deben saber de que manera pueden utilizar mejor sus recursos para
llevar a cabo un cambio, identificar qué barrera vencer, qué mecanismos y estrategias
deben emplear para obtener los objetivos deseados (Zimmerman, 1995).
Si bien los aspectos intrapersonales e interpersonales son relevantes en el proceso
de empoderamiento personal, es básico para que este proceso ocurra, que las personas
se pongan en acción en un intento por acceder y controlar recursos. Más aún si lo que
interesa es el control real en oposición al control percibido, el comportamiento del
empoderamiento es de primordial importancia.
La participación ciudadana es el constructo que se corresponde de manera más
estrecha con el aspecto conductual del empoderamiento. Esta, como lo hemos señalado
previamente se la puede definir como un proceso en que los individuos forman parte en la
toma de decisiones de las instituciones, programas y ambientes que los afectan. La
participación ciudadana conduce a las personas al empoderamiento, a su vez, es más
probable que se conviertan en ciudadanos participantes las personas empoderadas y, por
consiguiente, que trabajen para cambiar los ambientes que los afectan.
2.4.4.2. Nivel organizacional/ Institucional
Este nivel el empoderamiento incluye procesos organizacionales y estructuras, que
animan la participación de los miembros y estimulan la efectividad organizacional.
Las trayectorias de las organizaciones para alcanzar este propósito, son
construcciones que ponen en juego en su historicidad una dinámica relacional en donde se
entrecruzan los individuos y las instituciones que ellos conforman. Las dinámicas
relacionales ponen en juego las intersubjetividades y poderes entre los sujetos, y muestran
en su construcción y trayectorias rupturas y continuidades que reflejan los múltiples
intereses de los actores (De Paula, 2003).
El concepto de organización comunitaria se refiere a grupos organizados de
personas que comparten intereses para cohesionar e integrar a los habitantes en torno a
propósitos comunes (Carballeda, 2002). Este proceso de organización colectiva enlaza en
un conjunto de operaciones y relaciones de las subjetividades, normas, y estructuras que
reuniendo ciertas características tienen la potencialidad de favorecer el desarrollo
individual y colectivo de las personas que lo conforman (Dumas y seguiré, citado en
Barbero y Cortés: 2005)
Para que los sujetos y organizaciones se constituyan en protagonistas reales en la
consecución de sus objetivos compartidos, y por tanto tengan la posibilidad de transformar
positivamente la realidad, requieren poner en juego sus recursos y capacidades y
conectarse apropiadamente con las oportunidades que otros espacios ofrecen. En esta
perspectiva, ciertas trayectorias organizacionales permitirán que se generen procesos de
empoderamiento individual, grupal y comunitario, mientras otras la obstaculizarán o
inhibirán.
Zimmerman (2000) pone acento en dos aspectos de las organizaciones sociales
para evaluar cuan empoderadas se encuentran estas. Primero atender a qué proporciona
la organización a sus miembros y segundo qué consigue la organización en la comunidad.
El primer aspecto permite centrarse en el proceso, es decir cuan potenciadas son las
organizaciones y el segundo aspecto en los resultados, ello es cuán potenciadas se
encuentran las organizaciones.
Son organizaciones potenciadoras y fortalecedoras aquellas que proporcionan a sus
integrantes oportunidades para que éstos tengan control de sus vidas (el mencionado
empoderamiento psicológico). Por su parte, son organizaciones potenciadas y fortalecidas
aquellas que son capaces de resolver un problema social que les afecta directa o
indirectamente y/o tienen la capacidad de ejercer influencia en las decisiones políticas.
El apoyo mutuo y la corresponsabilidad son factores sustanciales para que las
organizaciones logren ambos propósitos, sean a la vez potenciadoras y potenciadas. Esto
demanda en las organizaciones de estructuras y dinámicas democráticas y participativas
con liderazgo empoderador1 y toma de decisiones compartidas (Zambrano, 2004).
Claro está que un real empoderamiento organizacional o institucional, no puede
restringirse sólo a un proceso interno que facilita y proporciona oportunidades de
participación activa a sus miembros. Demanda adicionalmente, de resultados concretos
1
Los desafíos del o la líder empoderador(a) serían: estimular la participación; Ayudar a desarrollar en el grupo una
visión de futuro, aportando a determinar el rumbo del quehacer de la organización; Generar o ayudar a propiciar
contextos emocionales que den energía y confianza, Ayudar a que las personas estén dispuestas al cambio,
fomentando la capacidad de reflexión y flexibilidad en relación a nuevos elementos de contexto y transferir además los
posibles vínculos que ha construido con otros espacios de relevancia para la organización. Se supone que estas
habilidades debieran ser desarrolladas en el proceso de construcción de la organización, pudiendo jugar un rol
relevante el agente externo u operador social.
que se basan en los recursos internos desarrollados, pero también del apropiado
aprovechamiento y generación de recursos externos a partir de la construcción de
adecuadas redes sociales y de un conocimiento de las lógicas y procedimientos que
predominan en las otras organizaciones e instituciones.
3.4.4.3. Nivel comunitario
Por último, a nivel de comunidad, el empoderamiento se refiere a las acciones
colectivas para mejorar las condiciones de vida y las conexiones entre organizaciones de
la comunidad y éstas con otras instancias o agencias. Considera aspectos como
accesibilidad al gobierno, medios de comunicación y otros recursos comunitarios. Se
espera que una comunidad empoderadora involucre diversas organizaciones bien
conectadas al igual que personas empoderadas. Se identifica a una comunidad
competente como aquella en la cual sus integrantes poseen las habilidades, deseos y
recursos para implicarse en actividades que mejoran la vida de la comunidad.
Si bien los recursos materiales necesarios, suficientes y accesibles a los miembros
de la comunidad para mejorar las condiciones de vida son relevantes, también lo son los
recursos humanos en la forma de redes asociativas que puedan brindar apoyo o colaborar
en los propósitos de la comunidad. De especial relevancia son las redes de colaboración
establecidas con los gobiernos locales y servicios respectivos, ello requiere de un gobierno
abierto, receptivo a las necesidades y demandas de sus habitantes y favorecedor de
mecanismos de participación.
Este aspecto se acerca de un modo más claro con los propósitos explícitos del
desarrollo humano endógeno local que pretende la participación y articulación de actores
locales conformando redes sinérgicas emergentes de colaboración en torno a un o unos
proyectos compartidos. Este debe recoger como lo hemos señalado, los diversos niveles
del empoderamiento, desde los situados en el microespacio como los situados en la redes
sociales más amplios del espacio local, con capacidad de articulación con redes externas
a ellas también.
Como lo indica Rappaport, refiriéndose a la naturaleza ecológica del
empodermiento, no se puede olvidar que el empoderamiento es un constructo de varios
niveles, por ello tanto en la investigación como en la actuación con propósitos
empoderadores supone comprender los procesos implicados en las personas,
organizaciones, escenarios, culturales o políticas lo que requiere de una mirada integral a
la vez que integradora. Este carácter holístico del término y su naturaleza psicosocial
quedan reflejada en lo indicado por Zimmerman y Rappaport (1988:126) quienes señalan
que el empoderamiento es un “constructo que une las fortalezas y competencias
individuales, los sitemas naturales de ayuda y las conductas preactivas con asuntos
política social y de cambio social”.
A pesar de esta consideración, nos parece que la posición latinoamericana destaca
con mayor fuerza el valor colectivo del empoderamiento o fortalecimiento. Según Montero
(2003), la teoría y práctica de la PC en latinoamericana hace hincapié en el aspecto
colectivo y en el carácter liberador (desde la perspectiva Freiriana) del proceso a partir del
carácter de actores sociales de los miembros organizados de la comunidad. Es en ese
espacio colectivo donde pueden activarse y generarse cambios sociales. Esto contrasta
con la visión más individualista del control psicológico propuesto por algunos autores
estadounidenses, aunque señalen el carácter ecológico de la teoría.
3.4.5. La doble orientación del empoderamiento en psicología comunitaria
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Empoderamiento

  • 1. LAS DIVERSAS CARAS DEL PODER: PODER PARA EL DESARROLLO HUMANO “No hay una tragedia más oscura o devastadora que la muerte de la fe del hombre en sí mismo y su poder para dirigir su futuro” (Saul Alinsky) Dra. Alba Zambrano Constanzo Hemos planteado que una de las condiciones fundamentales del desarrollo humano en la escala local es la participación y colaboración de diversos actores, pero como es de suponer cuando estos entran en relación, sobre la base de su autonomía, establecen inevitablemente relaciones de conflicto y consenso entre sí. Siendo los protagonistas de la vida comunitaria desiguales en recursos y poder, así como en la legitimidad social, técnica y política, las tensiones y conflictos son recurrentes en la dinámica local (Rebollo 2003). De tal modo, las relaciones de poder en este marco, como en el resto de los planos de la vida cotidiana constituye un fenómeno relevante de abordar. De un modo general podemos señalar que el poder es un fenómeno que atraviesa todas las relaciones humanas, y que aunque es un tema que comienza a ser abordado como tema importante en el ámbito académico, político y en la vida cotidiana, suele asociarse a una visión negativa de lado del abuso y la dominación. Pero el poder, como fenómeno omnipresente tiene muchas caras y, por tanto, no es bueno ni malo en sí mismo. Como pretendemos destacar más adelante, el poder es necesario para garantizar el desarrollo de las personas y sus comunidades pero, claro está, no se trata de cualquier poder. En el espacio comunitario, las expresiones del poder son tan diversas como sus consecuencias para las personas y para la propia comunidad (Montero, 2004). La falta de poder como su abuso generan dinámicas que atentan contra los procesos de potenciación de las personas, mientras que un poder puesto al servicio de la actualización de recursos de diversa índole puede ampliar las oportunidades personales y colectivas, activando procesos de empoderamiento. Para comprender el rol que juega el poder en el espacio local, analizaremos en primer término los alcances del concepto, lo relacionáremos con el concepto de empoderamiento y posteriormente analizaremos el rol que juega en los procesos de desarrollo comunitario, derivando finalmente en los desafíos para estrategias que pretenden activar procesos de participación y potenciación comunitaria. Puesto que una de las metas principales de la psicología comunitaria es el cambio social, se indica que para lograr ese cambio es esencial comprender y alterar las relaciones de poder que existen en todos los niveles de interacción humana (Serrano García y López- Sánchez, 1994), por ello de un modo sustantivo recogeremos los aportes que hace esta disciplina para su comprensión. También incorporaremos el aporte de
  • 2. autores contemporáneos que desde su pensamiento crítico vienen estimulando una comprensión más enriquecida del fenómeno del poder. 3.1. El poder como una relación social Una cuestión central del poder es su carácter relacional, complemento dinámico de la otra dimensión del poder que se ha logrado establecer o consolidar en estructuras sociales más permanentes. El poder se manifesta donde quiera que haya relaciones sociales, sean del tipo interpersonal o grupal. Para Foucault (citado en Ibáñez, 2001:134) el poder por tratarse de una relación, “no es algo que esté ubicado en un sitio con nitidez; el poder se genera, brota, de todos los ámbitos de lo social”. Es inherente a todos los sistemas sociales constituyéndose en un aspecto ineludible de la comunicación humana que deja sentir su presencia en los diversos planos de nuestras vidas (Martín- Baró, 1989; Toffler 1990). Puesto que las relaciones humanas son dinámicas y están en constante cambio, las relaciones de poder están también en constante proceso. Diversos autores destacan este carácter relacional del poder, y siguiendo a Montero (2004) podríamos distinguir inicialmente, dos posiciones. Una que subraya la asimetría de dicha relación mientras la otra en cambio señala el carácter estratégico de la relación en juego. En la primera posición el poder puede generar o imponer un comportamiento dirigido a otras personas o constituirse en un obstáculo para la relación por la presencia de intereses diversos. Dentro de esta concepción, se señala que las bases del poder pueden surgir del control de recursos, radicar en el control del proceso de decisiones o en la posesión de capacidades (Serrano-García y López- Sánchez, 1994). Ignacio Martín–Baró (1989), en su libro “Sistema, grupo y poder”, argumenta que las relaciones de poder son un tipo de relación social en constante desequilibrio y conflicto. Subraya que la naturaleza relacional del poder significa que las relaciones sociales frecuentemente tienen un carácter conflictivo y de oposición, puesto que la relación es determinada, aunque sea parcialmente, por la asimetría en la que emerge el poder. La asimetría aparecería como una condición sine qua non del poder, si no hay asimetria no habría poder. De tal modo, el poder quedaría definido como “aquel carácter de las relaciones sociales basado en la posesión diferencial de recursos que permite a unos realizar sus intereses, personales o de clase, e imponerlos a otro (Martín- Baró, 1989:101). Aunque normalmente se tiende a confundir el poder con los recursos instrumentales en los que se basa, es importante destacar que el poder no es una cosa. Si bien es cierto que el poder se basa en la posesión de recursos, estos cobran valor en la medida que se actualizan en la relación. En esa relación uno de los sujetos, persona o grupo, posee algo que el otro no posee o posee en menor grado. Esta sería para Martín- Baró la razón por la cual el poder surge en una relación de desequilibrio respecto de un determinado objeto, pues una de las partes es superior en algo al otro. Toffler (1990), relaciona este diferencial a las necesidades y deseos que tenemos las personas y el acceso a su satisfacción. Al respecto indica que como las necesidades y deseos son extremadamente variados, aquellas personas que pueden satisfacerlos tienen un poder potencial. El poder social en este caso se ejerce mediante la concesión o denegación de los artículos y experiencias deseadas o necesarias. Pero como las necesidades y deseos son extremadamente variados, las formas de satisfacerlos o denegarlos también son extremadamente variadas. De esto se deriva, que si el poder se proyecta concretamente sobre un determinado ámbito, las personas tienen poder ante ciertos aspectos o áreas de la vida pero no necesariamente en otros (Martín- Baró, 1989).
  • 3. La diversa posesión de recursos que permite este diferencial, permite pensar que el poder está diseminado por todo el entramado de la vida social y que la diversa posición de recursos proporcionará poder diferenciado de unos hacia o otros, y de unas a otras áreas (Martin-Baró). Toffler (1990) señala que hay muchas “herramientas” o “palancas” del poder diferentes, sin embargo reconoce que son tres sus fuentes básicas: la violencia, la riqueza y el conocimiento, la mayoría de los otros recursos del poder se derivarían de éstos. La violencia que se utiliza principalmente para castigar, dominar e imponer las reglas, es la fuente de poder menos versátil. La riqueza, que se puede utilizar tanto para premiar como para castigar y que puede convertirse en muchos otros recursos, es una herramienta de poder mucho más flexible. No obstante, señala Toffler (1990), el conocimiento es la más versátil y básica puesto que puede ayudar a evitar el uso de la violencia o la riqueza y, además, puede utilizarse frecuentemente para persuadir a otros de que actúen de la forma que desea el persuasor, movidos por el propio interés que perciben los persuadidos. El conocimiento confiere el poder de más alta calidad, puesto que es un recurso que en sí no se gasta, así las reglas del juego del conocimiento-poder son más confiables que quienes usan la fuerza o el dinero para hacer cumplir su voluntad. Boisier (2004), coincidiendo con Toffler, enfatiza que el capital cognitivo es el componente clave, no sólo de crecimiento económico en los países sino que fundamentalmente en determinar el lugar que se ocupa en el sistema de poder mundial. Por consiguiente, este autor señala que el desarrollo de las sociedades locales está ligado a la incorporación de conocimiento a productos, servicios y procesos; pero también a la posibilidad de difundir esos conocimientos por el tejido social y transformarlo en parte de la cultura de aprendizaje societal. Para Martín-Baró la posesión de los medios de producción proporcionaría la principal base de poder social. En la realidad latinoamericana, plantea que quienes disponen de amplios recursos económicos obtienen poder sobre casi todos los tipos de relación social. De esta forma para él es la riqueza y no el conocimiento el principal recurso en el que se fundaría el poder. La posición de Moya y Rodríguez (2003), también iría en la línea de destacar la relación de asimetría, radicada en el diferencial de capacidades que poseen los actores. Para ellos las relaciones de poder, serían situaciones en que existe una distribución asimétrica en la capacidad para controlar los resultados que uno mismo y los demás pueden obtener por medio del comportamiento. El poder sería la resultante de la diferencia de capacidades de variada naturaleza que separan a unos de otros. Se entiende la capacidad como un atributo o destreza o como la habilidad de esa persona para emplear esa capacidad. Si alguien posee la capacidad y la puede utilizar en cualquier momento con el fin de controlar a otra persona o grupo, entonces tendría poder real, pero si no posee el atributo particular pero otras personas se lo adscriben pues creen que lo posee, entonces tendría un poder potencial (Serrano-García y López-Sánchez, 1994). La génesis de las relaciones asimétricas tiene un carácter histórico y estructural y está condicionado por los mecanismos de conformación del orden social. A este respecto Martín- Baró refiere que “los sistemas sociales no son producto de la interacción espontánea de las personas al interior de una sociedad, sino el resultado de un balance de fuerzas en la confrontación de intereses propios de cada grupo” (1989:93). De allí se desprende que son los grupos con mayor poder quienes imponen a los demás sus intereses. En la segunda posición, el carácter estratégico de la relación de poder queda representado en la existencia de recursos en las partes de la relación, que aunque muestren desequilibrio, permiten la manipulación de la contraparte (Montero, 2004). En
  • 4. esta postura se sitúan los estudios de Michel Croizier y Herhard Friedberg (1977) desde la sociología de la acción organizada, realizados en organizaciones burocráticas de Francia. En el libro “L´acteur et le système” estos autores destacan la existencia en los miembros de la organización que aparentemente cuentan con menos poder el manejo de recursos claves que permiten el ejercicio estratégico del poder en zonas de incertidumbre en donde esos recursos cobran un valor particular. Estos autores definen el poder como “una relación estructurante caracterizada por el desequilibrio de una relación que es recíproca, y por la posibilidad de ciertos individuos o grupos de actuar sobre otros individuos o grupos. En estas relaciones de poder, las obligaciones conviven con una parte de libertad que hay que defender, ganar, extender por medio de la negociación” (Crozier y Friedberg, 1977:113). A pesar del desequilibrio en las relaciones de poder, se reconoce la interdependencia entre actores y los juegos que ellos deben efectuar para mantener ciertos grados de autonomía. También podríamos sostener que el planteamiento de Foucault (1983; 1995) se puede inscribir en la perspectiva estratégica del poder. Para él poder es una cuestión de gobierno más que una confrontación entre dos adversarios o la unión del uno al otro; gobernar aquí significaría estructurar el posible campo de acción de los otros. En la obra “sujeto y poder” el autor señala que una condición para que haya una relación de poder es la existencia de libertad por parte de los sujetos. El poder para él no se posee sino que se ejerce, pero este ejercicio no opera directa o inmediatamente sobre los otros sino que sobre las acciones de los otros. Señala textualmente que el ejercicio del poder “es una estructura total de acciones traídas para alimentar posibles acciones; él (poder) incita, induce, seduce, hace más fácil o más difícil, en el extremo, él constriñe o prohíbe absolutamente; es a pesar de todo siempre, una forma de actuar sobre un sujeto o en sujetos actuante en virtud de sus de sus actuaciones o capacidad de actuación” (2006: 7). Si se interpretan los mecanismos usados en las relaciones de poder en términos de estrategia, ninguno de los sujetos implicados en las relaciones de poder son pasivos, por tratarse de una relación de fuerzas los sujetos poseen la capacidad de resistencia expresada de diversas formas como respuesta a los actos de ejercicios de poder (Foucault, 1983, 1995). Se pueden reconocer dos importantes coincidencias entre las posturas de quienes enfatizan el valor estratégico de las relaciones de poder: el rol activo asignado a los actores, y la consideración de la necesidad de choque de fuerzas que requieren de estrategias para mantener los grados de libertad de los actores. Foucault al poner como condicionante de las relaciones de poder la libertad de los actores para optar, deja en otra categoría las relaciones de violencia y dominación. Estas serían para él relaciones de otra naturaleza por la imposibilidad de los actores bajo dominación de ejercer contrafuerzas en la relación. Serrano-García y López-Sánchez (1994), en su trabajo “Una perspectiva diferente del poder y del cambio social para la Psicología Social Comunitaria”, proponen una visión del poder y del cambio social desde el construccionismo social. En el mencionado trabajo, los autores proponen que las relaciones de poder son construidas entre actores de un modo dinámico. Aunque reconocen una relación conflictiva entre actores sociales, donde la base material asimétrica juega un rol relevante, el, poder no sería patrimonio de quien posee el control de esos recursos. En su propuesta indican que la relación de poder surge cuando dos agentes ubicados históricamente en una base material asimétrica, están en conflicto por un recurso que uno controla y al otro interesa. Para que un estado asimétrico genere relaciones de poder tiene que ser construido como desigual por las personas y para que ello ocurra tiene que producir sentimientos y pensamientos de insatisfacción; luego, ello debería derivar en la percepción de necesidad y aspiración por algún recurso que pudiera satisfacer esa necesidad o aspiración. Sería según estos autores la
  • 5. conciencia de esas necesidades y aspiraciones lo que haría que las personas construyan el estado asimétrico de la base material, como desigual, injusta u opresiva. A ésto debiera continuar el reconocimiento de la posible fuente que dispone del recurso requerido y que dicho recurso es transferible. Los sujetos se ven involucrados en variadas relaciones de poder, pues cada recurso deseado genera una relación de poder. Este conjunto de relaciones dará origen a una jerarquía de relaciones de poder que se verán influenciadas por el interés en el recurso en cuestión. Puesto que el eje de la relación radica en el interés en el recurso, al cesar el interés que generó el conflicto dejaría de existir la relación de poder, con lo que se puede concluir que la existencia de la relación de poder queda determinada por el agente interesado. Más allá de las perspectivas específicas que intentan explicar las relaciones de poder, es posible señalar que éste es ejercido de dos formas: de un modo directo (mediante la fuerza o la violencia) o indirectamente, enmascarado a través de la ideología o a través de la formalización de reglas y dinámicas en las instituciones sociales (empresas, cárceles, policia, entre muchas otras). Cabe añadir que el poder puede influir en el comportamiento de las personas y grupos de forma inmediata, imponiendo una dirección concreta a la acción, o de forma mediata, configurando el mundo de las personas y determinando los elementos constitutivos de esa misma acción (Martin-Baró, 1989). En el segundo caso es relevante comprender las relaciones de poder como relaciones que se construyen en un proceso situado histórica y materialmente. Se trata de un proceso dialéctico que involucra activamente a los actores sociales situados en un contexto social específico que provee de condiciones que al menos parcialmente condicionan las relaciones de poder. A ello nos referiremos a continuación. 3.2. La construcción de las relaciones de poder Pierre Boudieu, nos ofrece un marco comprensivo para entender la construcción de las relaciones de poder, que nos permite ubicar apropiadamente la complejidad de este fenómeno. Este autor ha definido su postura teórica como “constructivismo estructuralista”. Por estructuralismo entiende que en el mundo social existen estructuras objetivas, independientes de la conciencia y voluntad de los sujetos, que tienen la capacidad de orientar o de coaccionar sus prácticas o sus representaciones. Por constructivismo entiende que hay una génesis social de una parte de los esquemas de percepción, de pensamiento y de acción que son constitutivos de lo que él denomina habitus (Gallicchio, 2002). Los agentes sociales para este autor no son simples autómatas que ejecutan lo que las reglas o normas sociales establecen, pero tampoco se mueven autónomamente sobre la base de su exclusiva racionalidad o afectividad, como muy bien lo expresa: “ni marionetas de las estructuras, ni dueños de las mismas” (Bourdieu ,2000:12) El sujeto en sociedad, construye su relación con los otros sobre la base de dos modos de existencia de lo social: las estructuras sociales externas y las estructuras sociales internalizadas, como lo indica Pierre Bourdieu (1997; 2002) “lo social hecho cosas y lo social hecho cuerpo”. Las primeras aluden a campos de posiciones sociales históricamente constituidas y las segundas a un sistema de disposiciones incorporados por los agentes a lo largo de su trayectoria personal. A este sistema de disposiciones incorporados Bourdieu lo denomina habitus.
  • 6. El habitus es un concepto clave que permite articular lo individual con lo social, las estructuras internas de la subjetividad y las estructuras sociales externas (Bourdieu, 1991). Es un sistema de disposiciones para actuar, sentir y pensar de una determinada manera, interiorizadas e incorporadas por los individuos en el transcurso de su historia. Son el producto de las estructuras del entorno físico y afectivo, de las condiciones materiales de existencia, en ese sentido pueden ser entendidas como estructura estructurada. Al mismo tiempo, los habitus pueden ser entendidas como estructuras estructurantes, dado que actúan como el principio que organiza todas las apreciaciones, actuaciones de los agentes que contribuyen a formar el entorno de forma tal que condicionan, determinan u orientan las prácticas de los agentes (Bourdieu, 2000). La configuración de habitus individuales depende de las trayectorias históricas del sujeto que son siempre singulares, aunque se compartan muchos aspectos con las personas con las que se establece relación. Dado que el habitus estructura a cada momento en función de las estructuras producidas por experiencias anteriores, ejerce la capacidad de selección y reinterpretación de las nuevas experiencias sobre la base de esas estructuras previas (Bourdieu, 1991). Esta sistematicidad en los habitus también se observa entre agentes que comparten las mismas condiciones objetivas. Este sería el habitus de clase, que da cuenta de todos los miembros de la misma clase tienen mayores probabilidades de verse enfrentados a las mismas situaciones y a los mismos condicionamientos entre sí, que en relación a los miembros de otra clase (Gallicchio, 2002). Otros conceptos claves en la propuesta de Bourdieu son el de campo social y de capital, dos conceptos que se relacionan y configuran mutuamente. El primero, puede ser definido como un sistema de relaciones objetivas, que pueden adoptar la forma de competencia, alianza, conflicto o de cooperación. Toda interacción se desarrolla dentro de un campo específico y está determinada por la posición que los distintos agentes sociales ocupan en un sistema de relaciones específicas (Gallicchio, 2002). Cada campo social es un sistema de diferencias, en el que el “valor” de cada posición social no se define a si misma, sino que se mide por la distancia social que la separa de otras posiciones superiores o inferiores (Bourdieu, 2000; 2002). Los campos sociales son específicos y su lógica o “reglas” de juego están determinados por los recursos o especies de capital con que cuenta el agente social. Estos capitales pueden ser definidos como recursos diferentes que se producen y negocian en el campo social. Se trataría de una especie de “energía de la física” que pueden adoptar tres formas distintas, dependiendo del campo en el que se funciona: capital económico, capital social, capital cultural y el capital simbólico. Estos recursos o poder son convertibles unos a otros en función de los determinados campos. Para Pierre Bourdieu, los campos se asemejan a un mercado en el que se produce y negocia un capital específico, se trataría de un mercado bastante particular, es un espacio asimétrico de producción y distribución de capital y un lugar de competencia por el monopolio del capital (Bourdieu, 2000; 2002). Estos microcosmos sociales son fruto de un proceso histórico de diferenciación de acuerdo a los tipos particulares de legitimidad y poder, lo que otorga a cada campo una autonomía relativa respecto de los otros. Un campo queda definido por lo que está en juego en él y los intereses específicos en curso. La estructura de un campo es un estado de la distribución en un momento dado del tiempo, del capital específico que está allí en juego, teniendo como antecedentes las luchas y estrategias anteriores desplegadas por los agentes o instituciones comprometidos. Los agentes comprometidos en la lucha tienen en común un cierto número de intereses fundamentales, presupuestos compartidos y aceptados (Gallicchi, 2002).
  • 7. Podemos percatarnos que cada agente social se mueve, actúa y orienta según la posición ocupada en el espacio social, de acuerdo a la lógica del campo y claro está sobre la base de los capitales que le permiten la permanencia allí. Podemos derivar de esto, que el poder se adscribe desde esta posición a una compleja relación entre las estructuras objetivas traducida en la dinámica de los campos sociales y los habitus del agente, que se han construido y se sostienen sobre las relaciones de fuerza en ese campo. Los capitales de los que dispone ese agente le otorgan mayores o menores niveles de poder en cada campo particular. Los límites de cada campo y sus relaciones con los demás campos se van redefiniendo a través del tiempo, lo que da luces de algún grado de modificación de las relaciones de poder. No es conveniente obviar el rol que sostienen diversas instituciones en la reproducción cultural y por ende en la posibilidad de los sujetos de conservar o modificar sus capitales, y determinar por tanto, el posicionamiento diferencial que tienen los agentes sociales en la estructura social de poder. En este sentido, por ejempo, destaca el rol del sistema escolar y del sistema universitario, como dos ejemplos de selección y segregación social en beneficio de las clases superiores y en detrimento de las clases medias y aún más las clases con menores recursos (Bourdieu y Passeron, 1974). Según lo plantean Bourdeau y Passeron, el sistema escolar cumple la función de legitimación de las diferencias sociales, transformando los privilegios de origen aristocráticos en derechos meritocraticos, compatibles con los principios de la democracia. El poder en este marco se impone mediante la violencia simbólica, gracias al rol de reproductores culturales que cumplen las instituciones de educación formal. Los privilegiados del sistema son aquellos hijos de la burguesía cuya herencia no es solo de económica, sino fundamentalmente, de tipo cultural. De este modo, el sistema legitima un tipo de dominación dando la razón al interés del más fuerte, y además se las arregla para que los privilegiados no aparecen como privilegiados (Bourdieu y Passeron, 1974). Desde una perspectiva feminista como desde la tradición marxista, varios autores (Jackins, 1983; Martín-Baró, 1989; Leonhardt y cols., 1993 y Lipzyc, 2001) han descrito la forma en que la personas a las que se les niega sistemáticamente el poder y la influencia en la sociedad dominante, interiorizan los mensajes que reciben sobre cómo se supone tienen que ser, y cómo estas personas llegan a creer que esos mensajes son ciertos. De acuerdo a lo planteado por Jo Rowlands (1997) esta “opresión interiorizada” se adoptaría como un mecanismo de supervivencia, pero se convierte en algo tan arraigado que sus efectos se confunden con la realidad. Los mecanismos de control, inicialmente externos se internalizan, dejando de ser necesaria la acción directa del poder. Así, atendiendo a los mecanismos psíquicos, el poder que en principio aparece como externo, presionando al sujeto a la subordinación, asumiría la forma psíquica que constituye la identidad del sujeto (Butler, 1997). El fenómeno de consentimiento tácito o de conformidad logrado por la persuasión más que por la fuerza es llamado “hegemonía cultural”. La hegemonía consiste en impregnar, a través de toda la sociedad, de un sistema de valores, actitudes, creencias, una moral que de una manera u otra sostiene el orden establecido, los intereses de clase que dominan esta sociedad. El proceso de hegemonía parece constituido de dos estadios principales. Al primero corresponde definir una situación o un problema de tal suerte que la situación no amenace el orden social. El segundo estadio consiste en inculcar esta definición al gran público. La propaganda se hace a través de las instituciones como: el Estado, la escuela, la familia, la iglesia, asociaciones diversas, los medios de comunicación. Cada una de estas instituciones posee sus agentes: políticos, profesores, padres, sacerdotes, por señalar algunos, y sus blancos son: electores, estudiantes, niños, parroquianos, etc. El rol de los agentes es cumplido por medio de diversos mecanismos
  • 8. psicológicos tales como la profecía autocumplida, el respeto a la autoridad, el modelo de ciertos comportamientos, la impotencia desarrollada en respuesta a los fracasos repetidos (Le Bossé y Dufort, 2002). La ideología, según lo describe Montero (1994) permitiría comprender este proceso ocultador y distorcionador que naturaliza las relaciones de opresión. La ideología sería para esta autora, “el proceso mediante el que las razones de la asimetría y desigualdad son ocultadas, de tal manera que la situación resultante de ellas es vista como natural” (Montero, 1994:128). Además de ser un proceso social, es un proceso de carácter cognitivo que implica la presencia en las personas de un tipo de pensamiento que falsea y oculta las relaciones sociales. Como lo indicara Freire (1977) la concientización es una tentativa para comprender cómo las personas otorgan su consentimiento tácito al sistema social existente y develar las relaciones que efectivamente se ocultan tras este proceso de ideologización. Veremos más adelante esta preocupación por adoptar una conciencia crítica frente a las caracteristicas de la realidad es para la psicología comunitaria una tarea importante en los procesos de cambio social. Desde la psicología social, se ha intentado generar un modelo que permita analizar los mecanismos psicosociales sobre los que se basa la percepción de falta de poder por parte de las personas, identificando las consecuencias que ello tiene en el desarrollo de ellas. Luis Escovar (1980) a partir del modelo psicológico social de desarrollo de su autoría propone que “el desarrollo se puede definir como el proceso mediante el cual el hombre adquiere mayor control sobre su medio ambiente” (Escovar, 1977:374). Este modelo relaciona la estructura social con las consecuencias conductuales y actitudinales que tendrían en la persona los distintos grados de control sobre el medio. Escovar relaciona el concepto de control en el sentido psicológico (incidencia en las contingencias del refuerzo) con el de poder social. Para Escovar (1980), una persona que ocupe una posición subordinada dentro de la sociedad, carecerá de control efectivo sobre su medio ambiente. Esta carencia de control se puede manifestar en diversas esferas de la vida cotidiana. Manifiesta que la estructura social genera mecanismos que les niegan a algunas personas el ejercicio del control. Las instituciones generadas desde el Estado, buscan con frecuencia la masificación de los mecanismos de control y socialización, y con ello, muchos programas sociales derivados de esta lógica consiguen desplazar el locus de control hacia la externalidad de las personas y comunidades (Montero, 1982), dando lugar al fatalismo. A esto se puede agregar la insuficiente capacidad de contención del sistema social para brindar bienestar social, generándo mecanismos ideológicos que responsabilizan a las personas de su propia situación de marginalidad (Leonhardt y cols., 1993). Esa carencia de control tiene consecuencias psicológicas que pueden resumirse bajo el síndrome de la desesperanza aprendida: foco de control externo, alienación normativa y falta de control predictivo. Los efectos de la falta de control se manifiestan a nivel conductual en tres grandes síntomas: falta de iniciativa, orientación cognoscitiva negativa, y depresión. Todos estos síntomas se asocian a una serie de tendencias actitudinales como: apatía, participación pobre, falta de comportamiento exploratorio, falta de interés político, entre otras. Escovar (1980) propone dos focos de acción posibles para producir cambios a favor del mayor control y desarrollo. El primero se sitúa en el nivel estructural, ello es mejorar las condiciones materiales de vida (tenencia de tierra, creación de cooperativas) que permitan a las personas ejercer mayor control. El segundo foco de cambio social, se podría dar en las alteraciones que se puedan efectuar en los sentimientos de alienación y de desesperanza aprendida de la persona. En todo caso, las distintas modificaciones de orden material, necesariamente deben ir acompañadas de un proceso de apropiación y reinterpretación que permitan nuevas relaciones de poder y control sobre el medio.
  • 9. El poder, como lo hemos ido insinuando, no tiene que asumirse como unilateral o como un proceso de todo o nada, ya que es habitualmente el resultado de una negociación en donde los que cuentan con escaso o nulo poder en una determinadas situación, tienen un rol en aceptar o no el control de los “más poderosos”. No sería acertado asumir el poder como un juego de suma cero. No hay una relación lineal, de hecho, la pérdida de poder de una persona no implica necesariamente la ganancia de poder de otra (Toffler, 1990). Más aún, si introducimos la idea de que los recursos que dotan de algunos niveles de poder, no son todos necesariamente limitados -como destacaremos pronto- podríamos reconocer que hay un conjunto de recursos ilimitados que dan origen a otro tipos de poder (Elizalde, 2006). Como lo señala Sánchez Vidal (2006) esta visión positiva del poder está mediada por el modelo desde el que analizamos el poder. El modelo acerca del poder como recursos limitados nos remitirá a la visión de que la ganancia de una de las partes significa la perdida de poder de la otra, mientras que el modelo del poder como recursos ilimitados nos plantea que la ganancia de poder de unos no supone la perdida de poder de otros. Ya nos detenderemos en esta segunda perspectiva. En síntesis, podemos plantear que el poder en una perspectiva restrictiva se puede entender a partir de la fuerza o el control ejercido sobre otros, por aquellos que cuentan con mayores recursos de diversa naturaleza, produciéndo consecuentemente determinados efectos sobre quienes están en condición de subordinación, es el tipo de poder que algunas feministas han venido denominando “poder sobre” o “poder dominación”. Los datos de la realidad nos demuestran que esta faceta del poder es real, pero afortunadamente no la única. Como expondremos a continuación, hay otras forma de poder, que pueden ser calificadas como generativas, que se relacionan con la potencia y la acción y que es por tanto necesario y deseable de fomentar en el campo de la acción social. 3.3. Hacia una perspectiva positiva del poder Si nos remitiéramos a la etimología del término poder, podríamos recuperar la noción de fuerza que conlleva, pero desde una perspectiva positiva. Tener fuerza, tener la facultad o medio de hacer una cosa, ejercicio de una actividad o cumplimiento de una operación. En este caso, claramente la fuerza se entiende como energía, vigor, potencia, capacidad de obrar (Ferullo, 2005). Por consiguiente, estamos proponiendo que las relaciones de poder no siempre son conflictivas, aunque a menudo lo sean; en cuanto potencia, se pueden transformar en posibilidad para ampliar las oportunidades para mejorar las condiciones de vida en una relación que puede potenciar a las partes involucradas. En esta línea nos aparece acertada la conceptualización que realiza el equipo de investigadores del Programa de Desarrollo Humano en Chile (2005), planteando un concepto del poder como condición de la acción. Para ellos, poder se refiere a la combinación de dos elementos “querer hacer”, a lo que se debiera agregar, “poder hacer”. Poder remitiría en este sentido a la capacidad de las personas para actuar e incidir en el entorno de un modo individual y colectivo tanto para satisfacer sus necesidades como para llevar a cabo sus proyectos. (PNUD Chile, 2004) Para John Holloway (2002), por su parte, el concepto cobraría dos sentidos opuestos: poder- hacer y poder sobre. El “poder-para” poder hacer, es entendido por el autor como la facultad, capacidad y habilidad para hacer las cosas. Se trata de un hacer con otros, como parte de un flujo social que permite proyectar en la realidad los sueños o
  • 10. deseos y vincular a las personas a través del hacer. Esta forma de poder permitiría la afirmación de la subjetividad en tanto canaliza las capacidades de crear, de vinculación y de acción con otros. Desde la posición del autor, en una sociedad capitalista como la nuestra, este flujo social se fractura pues los dueños de los capitales serían quienes deciden qué y cómo hacer. De este modo, el hacer -como proyección- queda remitido a unos, los que conciben qué hacer (los poderosos) y la ejecución a otros que no tienen la posibilidad de concebir. A esta segunda forma de poder, le denomina “poder-sobre”. En esta segunda forma de poder las personas quedarían privadas de realizar los propios proyectos al remitirse a realizar los proyectos de aquellos que ejercen el poder. Rescatamos de esta visión del poder, la potencialidad y capacidad de las personas para “poder-hacer” realidad sus proyectos. Ello sin duda se ve favorecido en contextos que facilitan la oportunidad de construir proyectos y permiten recuperar la capacidad de trabajar por ellos. Desde la postura de la Psicología Comunitaria esa posibilidad cobra potencia cuando ese proyecto y acción son asumidos en conjunto con otros. Otro planteamiento que va en la misma línea es el efectuado por Tomás Rodríguez Villasantes (2002), para quien las relaciones de poder pueden cobrar dos valencias: pueden darse alternativamente como “dominación” o como “potencia”. Ello es, que el poder relacional puede estar configurado de tal forma que unos mandan y otros obedecen, o bien se puede dar de modo tal que las relaciones aumentan la capacidad de cada uno de los que intervienen en el proceso. Estas formas de poder pueden estar presentes tanto en el espacio más cotidiano como en las estructuras más generales de la sociedad. En coherencia, Jo Rowlands (1997), plantea la existencia de un poder generativo, en donde el poder de una persona no disminuiría necesariamente el de la otra. Se trataría de un “poder para”, que se logra aumentando la capacidad de una persona de cuestionar y resistirse al “poder sobre”. Este tipo de poder la autora lo relaciona con el concepto de empoderamiento. Antonio Elizalde (2006), bajo la lógica de que existen cierto tipo de recursos ilimitados, y que más aún, con su uso pueden incrementarse, distingue tres expresiones distintas del poder. La primera, la más habitual y la cual difícilmente logramos trascender al reflexionar sobre el poder: el poder dominatorio, el poder excluyente y coherente con la ideología de la escasez. La segunda dimensión se relaciona con el poder sobre uno mismo, que implica ampliar el horizonte de la existencia propia. Se produce una expansión interior, que nos permite abrimos a una nueva dimensión de nuestra existencia, surgiendo algo que antes no estaba: fuerza, energía o poder que amplía nuestro dominio o potestad sobre la propia existencia. Emerge un poder del cual nos hacemos dueños y protagonistas y que nos permite protagonismo. Ejemplo de estas situaciones son: hacerse dueño de la propia corporalidad; por medio de la expansión del dominio de la inteligencia aprender otros idiomas; por medio del reconocimiento del otro cuando alguien provoca nuestra admiración, o cuando nos enamoramos de otra persona. El tercer tipo de poder, es el poder con otros, el poder que resulta de la participación. Es el poder que tenemos sobre nosotros mismos pero cuya significación y sentido es ampliado al ponerlo en común con otros, para asumir de ese modo colectivamente el protagonismo sobre nuestra existencia social. Este es un poder de servicio, de apoyo y colaboración al desarrollo de proyectos asumidos en forma colectiva, colaborando y apoyándose mutuamente, generando así nuevos contextos y nuevas realidades. Aquí se produciría según Elizalde una suerte de potenciamiento mutuo, donde cada cual puede alcanzar mucho más que lo que puede en forma aislada, pero implica sin duda alguna renunciar a algunos intereses particulares. Esta conceptualización se aproxima al sentido profundo del empoderamiento como lo expondremos en este trabajo.
  • 11. Compartiendo la idea de que el poder puede actuar como limitación (en el caso de las relaciones de asimetría y dominación) pero también como potencia que faculta para la acción sobre la realidad, debemos examinar los elementos fundamentales para que puedan operar en un sentido u otro. Como ya hemos destacado las relaciones de poder surgen del dinamismo individuo-sociedad, el primer componente (el individual) alude a las capacidades personales que a cada cual le permiten actuar en el entorno, mientras que la dimensión social refiere la capacidad de los grupos humanos, en tanto organizaciones, de construir un entorno de relaciones humanas y de recursos que hacen posible la existencia y la acción (PNUD, 2004). El componente individual se relaciona con el concepto acuñado por Amartya Sen de “agencia” (Nusbaum y Sen, 1998), que alude a la posibilidad efectiva de que una persona logre dentro de su contexto social, aquellas cosas que considera valiosa. Dependiendo ello, por supuesto, de la disponibilidad de recursos económicos y materiales de los individuos, pero también de los recursos simbólicos y cognitivos y su capacidad organizacional y de integración de redes sociales (PNUD Chile, 2004:53). Esta doble cara, primero el poder personal, como capacidad de acción de las personas para apropiarse de las oportunidades existentes, y luego el poder social, como la capacidad de definir finalidades sociales, distribuir los recursos, de definir normas y ejercer autoridad debieran articularse apropiadamente para evitar la concentración de poder en manos de unos pocos. El PNUD, bajo una mirada del poder como un proceso complejo, señala que éste sería el resultado de la relación de varios factores: la soberanía personal real; la estructura de distribución asimétrica de esas capacidades y el imaginario social del poder (2004:18). Veamos de qué se trata cada uno de ellos. La soberanía personal real, se refiere a la dotación variable de capacidades de las personas que les permite captar y realizar las oportunidades de su entorno. Por su parte la estructura de distribución asimétrica de esas capacidades, permite una coordinación social mediante roles especializados y formas de conducción. Normalmente son las instituciones quienes crean y distribuyen poder entre las personas que actúan dentro de sus marcos, creando realidades y capacidades de acción. Son las instituciones quienes fijan las relaciones de poder (mediante normas y leyes por ejemplo), pero también crea actores fijando o creando poder para ellos (por ejemplo, “cesante”, “niño”, etc.) El imaginario social del poder, a su vez, define un mundo común de significados y valores, el cual orienta su ejercicio y legitima su distribución. Está conformado por las representaciones y predisposiciones subjetivas que las personas tienen acerca del poder personal y el de la sociedad y la forma en que este se encuentra distribuido, las cuales tienen consecuencias sobre las capacidades de acción individuales y colectivas. Los imaginarios del poder dependen de la vida social, influyendo en su construcción la estructura social y la cultura; así el origen social y de las experiencias acumuladas por los grupos sociales son determinantes en su configuración. De esta forma, dependiendo de los contextos sociales y culturales, hay imaginarios que definen identidades pasivas y subordinadas, mientras otros favorecen posturas más proactivas y autónomas. Como podemos apreciar, aquí se reconoce el rol que cumple la dimensión subjetiva del poder, la que por cierto no sería exclusivamente una construcción individual. Esta se despliega necesariamente, como ya lo han indicado otros autores, sobre los límites y trazados de las culturas en las que el individuo ha crecido y vive. Es cierto también que son las propias personas quienes van tomando distintas expresiones de la cultura y sobre la base de las experiencias personales y colectivas que tenga acerca del poder las organizan.
  • 12. El poder personal, se traduciría en una evaluación que cada individuo hace de su mayor o menor poder personal para hacer. Esta percepción es una determinante de las capacidades de realización en la medida que puede inhibir o estimular la acción. Poderoso sería entonces quien dispone de las capacidades personales y puede movilizar diversos recursos para la acción. El PNUD Chile (2004) ha creado un índice que da cuenta de esta evaluación proyectiva de las capacidades, considerando tres dimensiones: poseer las capacidades educativas necesarias para abrirse a nuevas opciones de desarrollo personal; disponer de los recursos materiales necesarios para el logro de sus proyectos, y disponer de la capacidad para activar redes de cooperación en el ambiente personal. El mencionado informe efectuado por el PNUD Chile (El poder: ¿para qué y para quién?), consigna como conclusión en esta dimensión del estudio que la evaluación individual que realizan los entrevistados de la vida personal y familiar (nivel de satisfacción con la vida, visión del futuro económico familiar, percepción del estado de bienestar de la familia) como ciertas orientaciones hacia la sociedad (grado de la valoración de la democracia, grado de cercanía con la información sobre política, grado de disposición a la participación social, disposición al reclamo y defensa de derechos, grado de confianza en las personas, evaluación de los cambios del país, tenencia de amistades) están asociadas con el poder personal subjetivo. Estos resultados, según los autores, del informe dan cuenta de que la percepción de poder personal no se construye ni se ejerce aisladamente de la sociedad. Así también concluyen que “el poder personal subjetivo parece expresar una determinada disposición de capacidades subjetivas de acción y al mismo tiempo, parecen servir de antecedentes a las disposiciones que los individuos muestran para actuar en sociedad” (2004: 113). Es claro entonces, que en la construcción de las relaciones del poder convergen factores sociales, culturales y personales, por lo que es de suponer que las percepciones subjetivas acerca de la posibilidad de ejercer el poder requieren de oportunidades objetivas, las que dependen de la disponibilidad de recursos pero también de los mecanismos mediante los cuales se organiza y distribuye el poder en una sociedad específica (Sen, G., 2002). Pero para aprovechar las oportunidades existentes se requiere ampliar las oportunidades de acción y también la creación de condiciones de acción colectiva, puesto que en el escenario actual hay una gama de problemas y necesidades que no pueden ser resueltos ni por el Estado ni por los individuos actuando solos. De tal modo, el poder es el resultado, de una ecuación que permite combinar disponibilidad de poder social, distribución social del poder y percepción de poder personal para la acción. Considerando, al mismo tiempo, que el poder, como lo hemos venido conceptualizando, es una condición para de Desarrollo Humano (y viceversa) podemos concluir que la democracia participativa y el Desarrollo Humano son en extremo complementarios. Se esperaría que bajo las normas y “reglas del juego” democrático se creara y distribuyera el poder, posibilitando que la ciudadanía incidiera tanto en los asuntos que les incumben a todos, como en el desarrollo de los proyectos individuales de vida, ello sin lugar a dudas permitiría la potencialización de las capacidades individuales y sociales (PNUD Chile, 2004). Si las condiciones sociales permitieran ampliar el poder de las personas para definir y decidir acerca de su vida, al mismo tiempo que fueran capaces de generar mecanismos para hacer más simétrica su distribución, existiría la posibilidad de plantearse como horizonte normativo “más poder para todos” (PNUD, 2004). Esta perspectiva nos permitiría dejar atrás la extendida conceptualización de la relación de poder como suma cero, modelo basado en el conflicto y visión de los recursos como limitados, posicionando a la
  • 13. cooperación como elemento fundamental para la ampliación de oportunidades y capacidades. En una mirada optimista se podría esperar que en una matriz de relaciones democráticas, las relaciones de poder se pudieran organizar de modo tal que permitieran superar su concentración. Se trata de que no haya un solo poder, sino que existan juegos de poderes que se pongan al servicio del enriquecimiento mutuo. Se trataría de interdependencia, solidaridad social y de la existencia de una comunidad sólida, pero también de autonomía para hacerse cargo del propio poder (responsabilizarse). En el mapa del poder tal como hoy se encuentra configurado, se requiere de la presencia de actores sociales fuertes, con capacidad para equilibrar el poder en la sociedad. Este rol le compete a la sociedad civil organizada. La pregunta que cabe hacerse es ¿cómo en el escenario social que hemos descrito es posible construir actores sociales colectivos capaces de equilibrar el poder en la sociedad?. Es en ese marco que aparece pertinente referirnos a los proceso de empodermiento y fortalecimiento, especialmente en el ámbito comunitario que sería a nuestro entender el escenario privilegiado para promover los procesos de desarrollo humano. 3.4. Empoderamiento de las personas y las comunidades Hemos argumentado que las capacidades de las personas para aprovechar las oportunidades vigentes en sus contextos de vida, dependen directa o indirectamente de cómo se organiza el poder dentro de una sociedad. En una sociedad democrática se deberían crear las condiciones de distribución del poder para que la ciudadanía pudiera incidir en asuntos tanto personales como públicos (PNUD, 2004). Este es un desafío complejo, toda vez que las fuerzas sociales juegan en dirección de la concentración del poder y de las relaciones de dominación. En el transcurso de los últimos decenios, particularmente –aunque no exclusivamente- los psicólogos comunitarios han contribuido considerablemente a la reflexión acerca de la renovación de las prácticas sociales (Rappaport, 1977). De manera más o menos directa, la mayoría de estos autores han otorgado gran importancia al empoderamiento de las personas y las comunidades. Es destacable que variados informes de intervenciones y otras iniciativas que apuntan explícitamente al empoderamiento de las personas y las comunidades han aumentado en forma exponencial en el último período (Zimmerman, 1995). Pero, ¿De qué se trata exactamente el empoderamiento? ¿Qué es el empoderamiento de las personas y de las comunidades? ¿El empoderamiento aporta efectivamente en el desarrollo humano? ¿Es esta una efectiva alternativa en la intervención comunitaria? El presente capítulo intenta dar respuesta a estas preguntas presentando un conjunto de elementos que permiten ubicar conceptualmente el término, analizar críticamente la adecuación de su uso en el campo de la intervención comunitaria, especialmente desde la perspectiva de la psicología comunitaria, caracterizando adicionalmente las prácticas fundadas en el empoderamiento o fortaleciemiento de las personas y comunidades. 3.4.1. Breve historia del concepto El concepto de empoderamiento tiene sus raíces en la década de los 60, vinculada a la comprensión sociopolítica de los procesos opresión y del cambio social, liderada por figuras emblemáticas como Saul Alinsky y Paulo Freire. Estos dos activistas describieron de que manera los agentes de cambio (organizadores y educadores comunitarios, respectivamente) podían unir fuerzas con miembros de comunidades en condiciones de
  • 14. desventaja para transformar las relaciones sociales y redistribuir el poder social (Kofkin, 2003). Sin embargo, el término de empoderamiento para describir tales actividades recién fue empleado por Barbara Bryant Solomon en 1976, constituyéndose en una de las primeras autoras del trabajo social que articuló una teoría del empoderamiento. Peter Berger y Richard Neuhaus, en el año 1977 en el campo de la política, también utilizaron este término y propusieron que las personas llegan a ser empoderadas a través de estructuras mediadoras, en especial los vecindarios, familias, iglesias y asociaciones voluntarias. Por consiguiente, ambos autores argumentaron que la política pública debería apoyar de manera activa a las estructuras mediadoras, no debilitarlas, y utilizar estas estructuras para llevar acabo objetivos sociales. Julian Rappaport, en 1981 propone a este concepto como un concepto guía de la psicología comunitaria. Inicialmente lo plantea como una crítica y alternativa frente al trabajo comunitario guiado por el modelo de la prevención, que ponía el acento en los riesgos, vulnerabilidades y necesidades de las personas. Julian Rappaport (1981, 1987) propuso el modelo de empowerment como un modelo que podía promover una alternativa de redistribución de recursos y de mayor participación de los sectores menos favorecidos. Después de su inicial escrito, Rappaport (1987) aclaró que su recomendación acerca del empoderamiento no condenaba a la prevención, ya que ella podía ser vista como una estrategia mediante la que los objetivos del empoderamiento podrían llevarse a cabo. Sin embargo, este autor afirmó que la PC podría permanecer fiel de mejor manera a sus valores fundamentales mediante la adopción del empoderamiento como su concepto orientador primordial. La literatura en el área, coincide en indicar que los influyentes artículos de Rappaport lo ubicaron a la cabeza de una corriente interesada por el empoderamiento. A fines de los años 1980 y 1990 estallaron las conversaciones acerca del empoderamiento y el uso del concepto era empleado en los más diversos ámbitos, también con comprensiones e intencionalidades diversas. No cabe duda que el concepto resulta atractivo y poderoso, tanto así que ha sido adoptado por el Banco Mundial para proponerlo como uno de los principales instrumentos en la lucha contra la pobreza y el subdesarrollo. Sin embargo, su utilización, ha sufrido distorsiones en los valores centrales que le fundan desde su origen. Gil (2003:238) es crítico a este respecto y señala que “el empowering que manejan los organismos internacionales (como la ONU, FMI o la OCDE) tiene mucho de paternalismo condescendiente, cuya filosofía sería que la mejor ayuda que se puede dar a los necesitados, es hacer que aprendan a ayudarse a sí mismos”. Esto equivaldría según el mismo autor a que estas personas adquieran mayor poder del poco que tienen. Las profundas diferencias que existen en la comprensión y uso del empoderamiento puede deberse en gran medida a la forma de entender el poder. Así es posible que encontremos hablando aparentemente del mismo tema a personas de posiciones políticas tan diferentes como las feministas, los políticos occidentales, activistas y el Banco Mundial. Jo Rowlands (1997), plantea que las posiciones pueden moverse en dos polos. De una parte están los que sostienen que el empoderamiento debe consistir en que las personas sean capaces de aprovechar al máximo las oportunidades que se les presentan sin o a pesar de las limitaciones estructurales. Bajo esta lógica se trataría de introducir dentro del proceso de toma de decisiones a las personas que se encuentran fuera del mismo, ello supone un fuerte énfasis en el acceso a las estructuras políticas y a los procesos formalizados de toma de decisiones; en el plano económico, en el acceso a los mercados y a los ingresos que les posibilite participar en la toma de decisiones políticas. Esta posición tendría como visión implícita del poder el de relación asimétrica (poder sobre).
  • 15. En una segunda postura, que se aproxima a la visión generativa del poder, poder para, el empoderamiento también incluiría el acceso a recursos intangibles de toma de decisiones. Estos se refieren a los procesos por los que las personas toman conciencia de sus propios intereses y de cómo se relacionan éstos con los intereses de otros y con ello participar desde una posición más sólida en la toma de decisiones. Una tercera variante, se centra en las interpretaciones feministas del poder que incorpora la idea de la que “la dimensión personal es política” (Rodríguez Villasantes, 1998). Aquí, empoderar no se trata tan solo de abrir el acceso a la toma de decisiones, sino que también una visión endógena del poder en tanto las personas requieren percibirse a sí mismas con la capacidad y derecho a ocupar estos espacios de toma de decisiones. Se trataría de atender al proceso de construcción social del si mismo y del grupo, colaborando en deshacer (cuestionando) las construcciones sociales negativas de forma que las personas lleguen a verse como poseedoras de la capacidad y el derecho a actuar y tener influencia. A pesar de todos los matices y confusiones, el concepto ha impulsado una amplia gama de investigaciones y aplicaciones empírica. Como examinaremos más adelante aspectos de las tres posiciones planteadas son abordadas por la PC, disciplina que ha puesto a este proceso como uno de los ejes central de preocupación. 3.4.2. Delimitación conceptual En la lengua inglesa, la palabra empowerment es un término común que puede ser empleado en múltiples contextos para significar un aprovechamiento (en terminos positivos) del poder. Desde el punto de vista lingüístico, esta expresión puede ser separada en tres elementos. El primero es el radical power que significa “poder” en inglés, el segundo es el prefijo em, que, agregado al radical power, expresa un movimiento de acceso al poder. La asociación de estos dos elementos forma el verbo empowerment que designa generalmente un aumento de una forma u otra del poder. El último elemento es el sufijo “ment”que sugiere la presencia de un resultado tangible unido al aumento del poder. En un primer momento, empowerment puede entonces ser comprendido como un movimiento (proceso) general de adquisición de poder en vistas a alcanzar un objetivo preciso (Le Bossé y Dufort, 2002). Sin embargo, el carácter particularmente amplio de esa definición no deja de ser un problema cuando se intenta circunscribir más rigurosamente las realidades a las cuales este término apunta (Swift y Levin, 1987 citado en Le Bossé y Dufort, 2002). En efecto, el examen de las definiciones del empowerment disponibles en la literatura nos muestra que esta expresión es utilizada de modos muy diferentes según los contextos en las cuales se aplica y de acuerdo a las preocupaciones particulares de los autores que se interesan en él (Rowlands, 1997; Le Bossé y Dufort, 2002; Kofkin, 2003; Sánchez Vidal, 2006). Por ejemplo, si se aplica la idea de adquisición general de un poder en el contexto de empresas, se comprende que la expresión empowerment pueda ser principalmente utilizado para designar el traspaso de ciertas prerrogativas en el marco de la empresa, de igual manera, es lógico que esta noción sea asociada a un gran poder de influencias cuando es utilizada en el campo político (Friedmann, 1992). Es importante pues, aclarar bien en el contexto en la cual se sitúa cuando se busca definir el sentido preciso que se le da a la expresión empowerment. En el contexto de las prácticas sociales, la utilización de este término es generalmente asociado a un poder instrumental personal y colectivo que apunta ejercer un mayor control sobre la realidad (Ej.: acceso a los recursos, participación en las decisiones, etc.). En este sentido, se trata de un poder distinto del poder “sobre los otros”.
  • 16. De un modo simple pero conciso, Rappaport definió empoderamiento como “un proceso, un mecanismo mediante el que las personas, organizaciones y comunidades logran control sobre sus asuntos” (1987: 122). El autor asume un punto de vista ecológico, señalando el carácter socialmente complejo y transversal del empoderamiento. Así, refiere que para el caso del empoderamiento comunitario, se pueden identificar dos dimensiones o componentes complementarios: uno se centra en la autodeterminación personal, que sería la capacidad de determinar la propia vida (sentido de competencia personal) y la otra, se centra en la determinación social que refiere la posibilidad de participación democrática (sentido de competencia comunitaria). El grupo de empoderamiento de Cornell, a partir del trabajo inicial de Rappaport, desarrolló una de las definiciones más ampliamente utilizadas: “El empoderamiento es un proceso intencionado y continuo enfocado en la comunidad local, que supone un respeto mutuo, una reflexión crítica, un cuidado y una participación grupal, mediante el cual las personas que carecen de una cantidad equitativa de recursos de valor ganan un mayor acceso y un control sobre aquellos recursos” (1989:2, citado en Kofkin, 2003:282). El empoderamiento, entonces, es en gran medida, un intento para extender el campo de las acciones posibles tanto del punto de vista de los recursos personales (Ej.: habilidades en la comunicación, liderazgo) como las del entorno (Ej.: acceso a servicios adecuados, a una vivienda conveniente). Se trata de un poder para atraer el cambio deseado o contribuir a ello (Le Bossé y Dufort, 2002). El desarrollo de este poder se basa en una gestión que integra en forma constante la acción y la reflexión en una lógica próxima al proceso de concientización tal como lo definió Paulo Freire (1977, 1992). Hay un número significativo de autores, que han criticado el uso de este concepto, y han efectuado sus originales aportaciones. Gil en su libro el “Poder Gris” (2003), prefiere utilizar el concepto de apoderamiento, para referir el proceso mediante el cual las personas desarrollan la capacidad de actuar por sí mismos sin delegar su poder a otro. Según el mismo autor, el apoderamiento (empowering) requiere que los sujetos sean capaces de asumir la iniciativa de conducir su propio destino con plena autonomía, aunque haya de hacerse manteniendo relaciones de interdependencia con otros sujetos e instituciones. Destaca acá el valor del poder como algo de lo que habría que apropiarse, y no como algo que es otorgado o transmitido por los otros como en ocasiones remite el significado original de empoderar: dar poder, autorizar o capacitar (Sánchez Vidal, 2006). Otra serie de autores adscritos a la psicología social comunitaria latinoamericana, critican el uso del concepto por presentar varias limitaciones conceptuales y prácticas. Así por ejemplo, se ha señalado que el concepto puede conducir al error de creer que los “agentes externos”, las personas que tienen poder pueden transferirlo automáticamente a quienes carecen de él (Montero, 2003). Esta visión del poder como algo que se puede dar a otros (“visión de empower a otras personas”) se asocia a la concepción del poder como una posesión o capacidad (Lópezy Serrano- García, 1986). Adicionalmente, Carlos Vásquez (2004) resalta que el concepto de empowerment ha respondido desde sus inicios a una lógica individual y psicologizante y a una contextualización muy especifica de la cultura estadounidense, que pone el acento en valores consonantes con el capitalismo que podrían poner en riesgo valores de solidaridad y comunidad. Maritza Montero (2003), propone que el proceso de transformación de una comunidad en dirección positiva, se funda en el fortalecimiento comunitario y no en la transferencia de dominio, control y capacidad por parte de los agentes de la política social. Para esta psicóloga comunitaria, este proceso de fortalecimiento comunitario sería “el proceso mediante el cual los miembros de una comunidad (individuos interesados y grupos organizados) desarrollan conjuntamente capacidades y recursos para controlar su
  • 17. situación de vida, actuando de manera comprometida, consciente y crítica para lograr la transformación de su entorno según sus necesidades y aspiraciones, transformándose al mismo tiempo a sí mismos. Entonces, como alternativa al concepto de empoderamiento el que critica por su falta de pertinencia cultural y a la confusión semántica ya referida con anterioridad, propone el concepto de fortalecimiento comunitario. Por su parte, el psicólogo comunitario puertorriqueño, Carlos Vásquez(2004), propone como alternativa al concepto de empowerment el de refortalecimiento. Con él busca destacar la necesidad de remirar a las personas y comunidades desde sus fortalezas, poniendo atención en aquellas dimensiones que normalmente desde el sistema dominante son “construidos” como déficits o ingobernabilidad. Al respecto indica que las comunidades desarrollan formas de resistencias, formas de convivir y actuar en la realidad que reportan formas creativas que desarrolla la gente para protegerse y enfrentar condiciones de vida precarias. Normalmente lo que hacemos los interventores es favorecer la sensación de desamparo cuando asumimos que estamos mejores preparados para dar respuestas acertadas a la realidad de la gente, ignorando que ellas han desplegado recursos y habilidades para enfrentarla antes de nuestras intervenciones y aún después de ellas. El refortalecimiento, entonces, apuntaría a restituir el sentido de fuerza, de recurso y poder en aquello que desde una mirada externa aparece como déficit. Supone el principio de que no podemos refortalecer a otros, se trataría éste de un proceso en donde nos refortalecemos unos a otros en las redes de relaciones que establecemos (Vázques, 2004). Esta visión endógena y construccionista del poder es similar a la propuesta por Villasantes bajo el concepto de poder potencia. Aunque los argumentos propuestos tanto por Montero como Vásquez nos parecen de suma relevancia, máxime considerando el estado de colonización intelectual del que a menudo somos cómplices los latinoamericanos, el sentido original del concepto de empoderamiento en la comprensión otorgada por Le Bossé y Dufort (2002) y por Sánchez Vidal (2006) a nuestro juicio no aparece contradictorio a los propósitos de fortalecimiento o refortalecimiento comunitario si acogemos conceptualmente las dos valoraciones que hemos venido exponiendo del poder. Nos parece que el concepto de fortalecimiento comunitario es un concepto más amplio que refiere múltiples procesos, sería un concepto que excede el de empoderamiento aunque este sería su núcleo. Por su parte el concepto de empoderamiento sería mucho más explícito en destacar el rol del poder. Sin lugar a dudas, debemos situarnos desde una posición generativa del poder, pero ello no implica una donación de poder a otros, el poder se construye, se gana –a veces a costa de fuertes conflictos- pero la labor del profesional u operador social es acompañar en ese proceso a las personas poniendo a disposición su propio poder. La acción de un agente externo, operador social o profesional de ayuda, es constituirse en colaborador, porque como lo indica Taliferro (1991) “el verdadero poder no se puede otorgar; viene de adentro”. Más aún como lo muestra la práctica, en un real de empoderamiento, el proceso toma direcciones imprevistas, en donde es claro que el control no está en manos del operador social (Rowlands, 1997). 3.4.3. Operacionalización del concepto Hemos visto que la conceptualización del empoderamiento amerita diversas perspectivas en su comprensión y definición, una situación parecida es posible observar en la operacionalización del concepto. Pero a pesar de las diferencias que se aprecian al revisar la literatura, se pueden identificar algunas características definitorias del empodermaiento, las que pasamos a describir a continuación.
  • 18. Marc Zimmerman, uno de los estudiosos más activos del empoderamiento desde la PC, identificó tres elementos claves del empoderamiento. Estos son: 1) el esfuerzo por lograr acceder a los recursos; 2) la participación con los demás para lograr objetivos; y 3) una comprensión crítica del contexto sociopolítico (Zimmerman, 2000). Revisemos a continuación cada uno de estos elementos. 3.4.3.1. El acceso a los recursos La primera característica clave del empoderamiento que Marc Zimmerman identifica es que éste necesita un igual acceso a los recursos. La noción de que los recursos no se encuentran distribuidos de manera igualitaria en los distintos segmentos de la sociedad es fundamental para el concepto de empoderamiento, y se requiere un cambio para corregir esta injusticia. Por lo tanto, la manera en que entendamos el empoderamiento depende en gran medida de cómo comprendamos los recursos. En general, los recursos son los elementos que se encuentran a disposición de las personas para satisfacer sus necesidades y deseos. Por ser un aspecto ya analizado cuando abordamos el poder, baste recordar que los recursos en tanto satisfactores de necesidades o deseos varían entre grupos y personas (Max Neef, Elizalde y Hopenjayn, 1986). Recordemos además, que los recursos son a menudo un campo de batalla, ya que los esfuerzos por tener el control sobre ellos se encuentran a la base de luchas a pequeña y gran escala. Las disputas sobre los recursos a menudo proceden del supuesto de que para que una persona o un grupo logren el control sobre un recurso la otra o el otro deba perderlo. En su innovador trabajo acerca del empoderamiento, Richard Katz (1984, citado en Kofkin, 2003:283) examinó una perspectiva alternativa para este enfoque de suma cero. El propuso que la competencia sobre los recursos existe cuando prima el paradigma de la escasez, así como sucede en la sociedad occidental, en donde prevalece la visión de los recursos como limitados. Otras sociedades funcionan desde un paradigma sinérgico alternativo, en que los recursos de valor son vistos como renovables y expandibles (sociedades con estilos comunitarios de vida). Antonio Elizalde (2006), señala en esta perspectiva que nuestra visión de mundo está teñida por la ideología de la escasez, influida profundamente por el paradigma economicista. Como algunos recursos -los económicos- son escasos y limitados, tendemos a ver todos los recursos como limitados, haciendo invisibles aquellos recursos que son abundantes. Señala que es posible descubrir que hay recursos que se caracterizan por requerir ser compartidos para crecer. “Sólo en el darse crecen, puesto que por su naturaleza son creadores de vida, instauradores de potencialidad y de virtualidad transformadora, generadores de diversidad y de enriquecimiento colectivo. Recursos sinérgicos tales como el amor, el saber, la información, la creatividad, el poder sobre uno mismo, la memoria colectiva, la identidad grupal”. (Elizalde, 2006:2). 3.4.3.2. La participación con los demás La búsqueda de una distribución de recursos más equitativa requiere que las personas más desfavorecidas logren concertarse y construir una causa común. Al principio, pueden unirse en torno a su experiencia de tensión compartida y al deseo de intercambiarse apoyo social para afrontar desafíos. En un proceso gradual, pueden llegar a ver la tensión como el resultado de una falta de recursos, y a la falta de éstos como el resultado de las desigualdades sociales. Esto prepara el camino para una transformación del sentido de sí mismo de los miembros de los grupos, que dejan de ser personas desafortunadas que llevan solos su carga en la vida y se transforman en miembros de un grupo oprimido que puede trabajar unido para provocar un cambio social (Kofkin, 2003).
  • 19. Es importante considerar que la participación, en un sentido amplio, no es sólo un instrumento para la solución de problemas, como normalmente se le tiende a ver, es sobre todo una necesidad fundamental del ser humano (Ferullo, 2006). Participar implica reconocer que cada sujeto posee en sí el poder y capacidad de actuar en el mundo en que vive. Participar es, precisamente ejercer el poder de actuar y transformar la realidad. Su práctica envuelve la satisfacción de otras necesidades básicas, como la interacción con otras personas, el desarrollo del pensamiento reflexivo, satisfacción de necesidades afectivas mediante la vinculación, autovaloración, además de la posibilidad de expresarse y de crear (Arango, 1996). Zimmerman, en el contexto del empoderamiento, considera que la participación proporciona oportunidades de aprender, perfeccionar y poner en práctica habilidades relacionadas con la toma de decisiones y solución de problemas. Hay coincidencia en destacar que la participación promueve el desarrollo personal y comunitario en la medida que favorece el desarrollo de diversas competencias, sentimientos de pertenencia, autonomía, proactividad, sentimiento de control psicológico y porque adicionalmente activa mecanismos que interconectan el espacio público y el privado, haciendo que el logro del bien común sea una tarea compartida. De acuerdo a lo señalado por Freire (1970,1992), el dialogo y el intercambio de información mejora la comprensión del ambiente de las personas, y puede conducir a cambios en una sociedad. En una mirada general, el concepto participación se tiende a usar en dos sentidos; uno el “ser participe de”, es decir recibir prestaciones y disponer de servicios, y la otra “tomar parte de en”, ello es la capacidad de desarrollar iniciativas, tomar decisiones, ser parte activa de un proceso (Rosa y Encina, 2004). La primera acepción entiende la participación como un elemento legitimador de poder, un mecanismo de integración; la segunda, en cambio entiende la participación como un elemento de transformación en el que todo el mundo tiene un papel protagonista. El comportamiento participativo desde esta posición sería “la acción o conjunto de acciones colectivas, acordadas reflexivamente y orientadas a la autogestión en la solución de los problemas y satisfacción de necesidades en donde se instauran principios de cooperación, solidaridad y ayuda mutua” (Arango, 1996). Bajo esta comprensión, la participación sería un proceso activo y responsable de integración de actores diversos en una relación orientada al desarrollo de las personas que participan, y que requiere que se cumpla el binomio capacidad de participar y oportunidad de participar. En este segundo significado la participación sería un proceso abierto, una construcción social que puede permitir realizar transformaciones en la realidad. Ello requiere sin duda, la creación de nuevas estructuras de relaciones que permitan que las decisiones acerca del futuro sean decisiones siempre compartidas (Rosa y Encina, 2004). Este tipo de participación, va más allá de la información, de la asistencia a actividades que otros organizan o definen y trasciende la consulta de opinión acerca de determinadas cuestiones. Se trata, de acuerdo a lo señalado por Villasantes (1998) de avanzar hacia una ciudadanía con derecho a poder tomar parte de decisiones compartidas, después de un conocimiento de los problemas y alternativas. Es este el tipo de participación que se vincula con los procesos de empodermamiento comunitario. No se puede negar, sin embargo, que existen diversos grados y formas de participación, y si bien es deseable una participación activa que implique algún grado de toma de decisiones, por tratarse de un proceso, es importante considerar la conducta participativa en un continuum. Inscrita en un proceso de aprendizaje social, está, sin lugar a dudas, influida por determinaciones psíquicas y contextuales que afectarán el grado de implicación así como también el grado de afectación de las personas en cada momento
  • 20. (Ferullo, 2006). Por tanto, si hay oportunidades de participar y las personas han ido desarrollando capacidades para hacerlo es más probable que aumenten los niveles de implicación en nuevas experiencias colectivas, especialmente si estas reportan vivencias positivas. Además de las condiciones descritas, la participación requiere dotarse de organización y contenido. Se trata a decir de Marco Marchioni (2002), de irradiar lo político (lo público, lo de común interés) de contenido científico, ello es de capacidad de analizar y comprender la realidad incluyendo múltiples referentes que permitan contrastar posiciones y disminuir por tanto los riesgos de ideologización. Y ello requiere de mecanismos que permitan dotar de espacios atingentes a los intereses y roles de la gente facilitando su implicación. Cuando los individuos participan junto a otros, pueden contrastar y enriquecer sus visiones acerca de la realidad, produciéndose una plurideterminación de la realidad social. Los grupos sociales pueden así, tener su propia versión de la realidad situándose, entonces, de un modo distinto frente a la institucionalidad que normalmente impone la suya. En este sentido la participación operaría como un mecanismo de redistribución de poder (Rosa y Encina, 2004). Como lo expresa Ana Gloria Ferullo (2006: 73), “toda participación es un acto de ejercicio de poder que asume diferentes formas y produce distintos efectos según la red de sobredeterminaciones en juego en cada caso”. Entendida la participación como ejercicio de poder de los sujetos, se constituye en una herramienta fundamental de trabajo para la PC, particularmente la participación crítica puesto que es un instrumento que posee la capacidad de disparar procesos subjetivos e intersubjetivos que favorecen el desarrollo personal e interpersonal (Ferullo, 2006). Sin embargo la práctica nos muestra que no todas las personas participan, lo que nos conduciría a preguntarnos qué hace que la gente se motive a hacerlo o no. Perkins (2003) plantea algunas condiciones que se asocian a una menor tendencia a participar en algunas personas; señala por ejemplo que las personas con baja autoestima, locus de control externo, poco deseo o esperanza de cambio y falta de apreciación de las causas sociales de los problemas personales estarán menos motivadas y dispuestas a participar. Las personas se involucran cuando aceptan que pueden ganar más de lo que pueden perder con la participación (Ganar un espacio para la recreación de los niños v/s tiempo perdido con la familia para asistir a las reuniones y gestiones para lograrlo). También juegan un rol los factores “suprapersonales”, como el altruismo, un sentido de responsabilidad cívica y la inclinación comunitaria (Perkins, 2003). Otro factor mencionado es la existencia de un elemento detonante externo, Charles Kieffer (1984, citado en Perkins, 2003) descubrió que los ciudadanos participantes se llegaban a interesar en un cambio social luego de que se encontraban con una amenaza que no podían ignorar. Si bien estos factores cuentan con respaldo empírico, nos aparece interesante la crítica que efectúa Flores (2004) al énfasis que se pone en las características psicológicas y de personalidad en las investigaciones efectuadas desde la psicología. La participación, considerada ante todo como una conducta que depende de variables principalmente de tipo cognitivo tales como: percepción del entorno, información, habilidades, y otras, implican una visión simplista de los participantes cuyos deseos y decisiones son resultado de procesos internos más que de una interrelación con y en una realidad social. En contrapartida, la comprensión de los procesos de participación para la PC latinoamericana destaca su rol asociado al cambio social. La participación es como lo hemos planteado, ante todo ejercicio de poder y concientización en la perspectiva Freiriana. Sobrino (1989) considera que hay niveles o grados de conciencia que repercuten en la forma de participar de las personas. El primer nivel lo denomina
  • 21. alienación, caracterizado por el aislamiento en que se encuentran los actores y por una carencia participativa. En el extremo opuesto ubica la conciencia transformadora o conciencia política capaz de producir comportamientos sociales modificadores de las situaciones de opresión y explotación. La participación crítica descrita por Ferullo (2006) se correspondería con una participación asociada a niveles crecientes de concientización. Sánchez (2000), a partir de un estudio cualitativo en Venezuela, concluye que la continuidad de la participación debería comprenderse como un sistema de relaciones intersubjetivas conformado por procesos como el sentimiento de comunidad, el liderazgo participativo, una estructura organizativa democrática y una meta significativa. La participación representa para la teoría del empoderamiento el mecanismo básico de adquisición de dominio y control que se relaciona con la posibilidad de influir en el entorno, ella misma constituye un esfuerzo por intentar controlar el entorno e influir en las dimensiones social y política. Pero como veremos la participación impone desafios a las metodologías y estrategias que se guían desde la perspectiva del empoderamiento 2.4.3.3. La comprensión del contexto sociopolítico Cuando las personas se reúnen a discutir sus problemas compartidos, pueden logran tomar conciencia de las fuerzas internas y externas que inciden en su situación. Las personas que participan se identifican con sus similares, dejan de culparse por problemas que provienen de la injusticia social, y asumen la responsabilidad de realizar cambios (Gutiérrez, 1994, citado en Kofkin, 2003). Por consiguiente, la participación con los demás es un asunto inextricablemente ligado a la comprensión del contexto sociopolítico. El desarrollo de la comprensión sociopolítica, se relaciona estrechamente con el proceso de concientización, que permite un conocimiento crítico de la realidad. Renato Cerillo y Esther Wiesenfeld (2001) caracterizan este proceso como un cuestionamiento al orden social dirigido a posibilitar la transformación de la realidad. Se trataría de un proceso en donde se produce el reconocimiento y comprensión de los problemas de la realidad, fundada en acciones para la solución de tales problemas. Tanto Para Fals-Borda (1999) como para Freire (1992) la “verdadera concientización” es aquella que genera praxis, entendida ésta como una actividad política dirigida a la transformación de las bases estructurales de la sociedad. Ello implica trascender de las acciones parcelarias, es decir aquellas que consideran una comprensión de los problemas de la vida cotidiana y las acciones correspondientes para resolverlos, a las acciones políticas que implican a las estructuras de la sociedad. Sabemos que no todo proceso de toma de conciencia conduce a la acción, de allí que este proceso de “verdadera concientización” resulta ser un proceso de mayor exigencia y complejidad que implica desarrollo en las personas y sus organizaciones de la capacidad de análisis, de organización, y actuación efectiva en la realidad. De esta forma, la concientización es una actividad socialmente construida, que fundada en una actividad práctica de cooperación, permite dirigirse hacia la consecución de una transformación que puede ir más allá de lo situacional. En esta perspectiva, este acto político de generar una conciencia crítica, entendida como la captación individual y grupal de la ideología imperante (Serrano- García y López, 1994) implica transitar desde una conciencia sumisa en donde la realidad se construye como natural, dada e intercambiable y como explicable sólo por fuerzas superiores a los seres humanos, hacia un nivel de conciencia crítica integradora en donde se desarrolla la capacidad de analizar con mayor precisión la realidad social (Freire, 1992 ). Este proceso progresivo de concientización, en dirección a niveles más avanzados de conciencia critica, sólo se logra mediante una intervención educativa liberadora de tipo intencional, planificada y sistemática (Freire, 1992). La necesidad de solucionar problemas
  • 22. concretos que aquejan a la comunidad puede ser un momento propicio para iniciar una experiencia pedagógica, en donde las personas a la vez que mejoran sus condiciones inmediatas de vida desarrollen una conciencia que les permita comprender la realidad y articular, desde esta comprensión una acción política (Fals- Borda, 1978). 3.4.4. Niveles del empoderamiento En una perspectiva ecológica, el concepto de empoderamiento puede ser analizado en diversos niveles. Marc Zimmerman (2000) distingue tres niveles: individual, organizacional y comunitario. Estos tres niveles serían mutuamente interdependientes, de modo tal que tanto los procesos como los resultados de cada uno ayuda a potenciar al subsiguiente. 3.4.4.1. Nivel personal El nivel individual se relaciona con el empoderamiento psicológico, y considera la interacción de la persona en su ambiente poniendo énfasis en los procesos psicológicos que entran en juego en esa interacción. Zimmerman (2000) identificó tres aspectos del empoderamiento psicológico, entre ellos, el intrapersonal, el interaccional y el conductual. El nivel intrapersonal refiere los aspectos de la dinámica intrapsíquica del sujeto, que incluye las creencias que él tiene acerca de su propia competencia en el medio. Se consideran como componentes del empoderamiento intrapersonal: la auto estima, el locus de control, el sentido de autoeficacia y la esperanza. La autoestima, o valoración de la valía personal que la persona ha internalizado, es un concepto que se relaciona con el empoderamiento. Hemos visto que la opresión internalizada provoca que las personas tengan una imagen negativa imagen de sí y del grupo social al que pertenecen, y si ellos sienten que merecen un trato inferior, no buscarán el empoderamiento. El locus de control se refiere a lo que uno cree con respecto a las causas de las experiencias de la vida, ello es el tipo de creencia que tiene la persona para explicar la conexión causal entre su conducta y los resultados consecuentes. Rotter (1966, citado en Kofkin, 2003) señala que las personas con un locus de control interno creen que pueden influir sobre los hechos que ocurren en su vida, mientras que los con un locus de control externo piensan que estos son determinados por fuerzas exteriores. Este aspecto cognitivo tiene importantes efectos a nivel motivacional, pues es sobre la base a estas creencias que la persona resuelve iniciar o no una determinada conducta, organizar y ejecutar de un modo particular las acciones para obtener determinados resultados. El sentido de autoeficacia, se refiere a la opinión que tenemos de nosotros con respecto al grado en que nuestro comportamiento puede afectar los resultados deseados (Bandura, 1997, citado en Kofkin, 2003). Si las personas sienten que pueden controlar los hechos mediante un esfuerzo individual, es más probable que éstas entren en acción. Zimmerman (2000), indica que la autoeficacia ayuda a determinar qué conductas iniciar, además de aportar información acerca del esfuerzo requerido para obtener los resultados deseados. La disposición para trabajar hacia un cambio se deriva de una expectativa personal respecto de la efectividad de la propia acción, de este modo repetidas experiencias de fracaso pueden reforzar la creencia de que los esfuerzos son en vano, surgiendo el fenómeno de la desesperanza aprendida, ampliamente estudiado por Seligman y otros psicólogos de la tradición cognitiva conductual . Marc Zimmerman (1990) propuso el concepto de esperanza aprendida como alternativa para el lado deficitario de la relación
  • 23. expectativa-esfuerzo. Él argumentaba que cuando los individuos toman el control y logran el dominio de vida, se sienten esperanzados y pueden empoderarse. El modelo psicológico social de desarrollo de Escovar ya expuesto en la sección anterior, nos permitía comprender los procesos mediante los cuales algunos grupos expuestos a circunstancias de vida deficitarias desarrollaban una falta de control y poder psicosocial. Aquí hemos descrito que el sentido de control psicológico se relaciona con mejoramiento de la autoestima, sentido de control personal, autoeficacia y esperanza apuntando a la importancia del factor psicosocial del empoderamiento. Esta es una cuestión insuficientemente abordada desde diversos programas de intervención orientada al empoderamiento. Este es sin lugar a dudas un importante aporte desde la teoría psicológica, pero también insuficiente para atender la complejidad del proceso de empoderamiento, que como ya ha sido puntualizado es un fenómeno que requiere una perspectiva ecológica. El elemento interaccional, alude al proceso mediante el cual las personas comprenden y buscan influenciar su ambiente social. Pero como subraya Speer (2000, citado en Kofkin, 2003) el empoderamiento intrapersonal y el interaccional no siempre concurren de un modo mecánico, ya que aunque exista autopercepción de control, autovaloración positiva, sentido de eficacia personal y esperanza puede ocurrir que las personas no entiendan cómo lograr los cambios que se necesitan, o no saben qué se necesita para crear un cambio, pudiendo, por tanto, sentirse indispuestas o incapaces de actuar de acuerdo a esa comprensión. Kofkin (2003) señala que es necesario atender a las habilidades interpersonales que se requieren para el empoderamiento. Estas pueden clasificarse en dos tipos: las habilidades que se necesitan para trabajar en conjunto con otras personas y las que se necesitan para obtener el control del poder. La primera categoría de habilidades puede ser vista como interna para el grupo que busca un cambio. Si bien es cierto, la participación implica trabajar dentro de coaliciones, en base a diversas iniciativas a través de distintas orgánicas, los miembros deben saber cómo funcionar, de manera eficiente, como colectividad. Algunas de las habilidades básicas referidas como importantes para favorecer la participación en grupo son: habilidades para resolver conflictos, empatía, valoración por la diversidad, capacidad para compartir el poder, capacidad para establecer y mantener lazos con otros (Foster-Fishman y cols., 1998). Con el fin de mantener una participación los individuos deben saber también cómo incorporar, capacitar, organizar, motivar, utilizar y retener a los miembros del grupo. El segundo tipo de habilidad interaccional, es propia de los miembros de grupos que buscan un cambio, y de aquellos que tienen control sobre los recursos deseados. Los grupos eficientes deben saber de que manera pueden utilizar mejor sus recursos para llevar a cabo un cambio, identificar qué barrera vencer, qué mecanismos y estrategias deben emplear para obtener los objetivos deseados (Zimmerman, 1995). Si bien los aspectos intrapersonales e interpersonales son relevantes en el proceso de empoderamiento personal, es básico para que este proceso ocurra, que las personas se pongan en acción en un intento por acceder y controlar recursos. Más aún si lo que interesa es el control real en oposición al control percibido, el comportamiento del empoderamiento es de primordial importancia. La participación ciudadana es el constructo que se corresponde de manera más estrecha con el aspecto conductual del empoderamiento. Esta, como lo hemos señalado previamente se la puede definir como un proceso en que los individuos forman parte en la toma de decisiones de las instituciones, programas y ambientes que los afectan. La participación ciudadana conduce a las personas al empoderamiento, a su vez, es más
  • 24. probable que se conviertan en ciudadanos participantes las personas empoderadas y, por consiguiente, que trabajen para cambiar los ambientes que los afectan. 2.4.4.2. Nivel organizacional/ Institucional Este nivel el empoderamiento incluye procesos organizacionales y estructuras, que animan la participación de los miembros y estimulan la efectividad organizacional. Las trayectorias de las organizaciones para alcanzar este propósito, son construcciones que ponen en juego en su historicidad una dinámica relacional en donde se entrecruzan los individuos y las instituciones que ellos conforman. Las dinámicas relacionales ponen en juego las intersubjetividades y poderes entre los sujetos, y muestran en su construcción y trayectorias rupturas y continuidades que reflejan los múltiples intereses de los actores (De Paula, 2003). El concepto de organización comunitaria se refiere a grupos organizados de personas que comparten intereses para cohesionar e integrar a los habitantes en torno a propósitos comunes (Carballeda, 2002). Este proceso de organización colectiva enlaza en un conjunto de operaciones y relaciones de las subjetividades, normas, y estructuras que reuniendo ciertas características tienen la potencialidad de favorecer el desarrollo individual y colectivo de las personas que lo conforman (Dumas y seguiré, citado en Barbero y Cortés: 2005) Para que los sujetos y organizaciones se constituyan en protagonistas reales en la consecución de sus objetivos compartidos, y por tanto tengan la posibilidad de transformar positivamente la realidad, requieren poner en juego sus recursos y capacidades y conectarse apropiadamente con las oportunidades que otros espacios ofrecen. En esta perspectiva, ciertas trayectorias organizacionales permitirán que se generen procesos de empoderamiento individual, grupal y comunitario, mientras otras la obstaculizarán o inhibirán. Zimmerman (2000) pone acento en dos aspectos de las organizaciones sociales para evaluar cuan empoderadas se encuentran estas. Primero atender a qué proporciona la organización a sus miembros y segundo qué consigue la organización en la comunidad. El primer aspecto permite centrarse en el proceso, es decir cuan potenciadas son las organizaciones y el segundo aspecto en los resultados, ello es cuán potenciadas se encuentran las organizaciones. Son organizaciones potenciadoras y fortalecedoras aquellas que proporcionan a sus integrantes oportunidades para que éstos tengan control de sus vidas (el mencionado empoderamiento psicológico). Por su parte, son organizaciones potenciadas y fortalecidas aquellas que son capaces de resolver un problema social que les afecta directa o indirectamente y/o tienen la capacidad de ejercer influencia en las decisiones políticas. El apoyo mutuo y la corresponsabilidad son factores sustanciales para que las organizaciones logren ambos propósitos, sean a la vez potenciadoras y potenciadas. Esto demanda en las organizaciones de estructuras y dinámicas democráticas y participativas con liderazgo empoderador1 y toma de decisiones compartidas (Zambrano, 2004). Claro está que un real empoderamiento organizacional o institucional, no puede restringirse sólo a un proceso interno que facilita y proporciona oportunidades de participación activa a sus miembros. Demanda adicionalmente, de resultados concretos 1 Los desafíos del o la líder empoderador(a) serían: estimular la participación; Ayudar a desarrollar en el grupo una visión de futuro, aportando a determinar el rumbo del quehacer de la organización; Generar o ayudar a propiciar contextos emocionales que den energía y confianza, Ayudar a que las personas estén dispuestas al cambio, fomentando la capacidad de reflexión y flexibilidad en relación a nuevos elementos de contexto y transferir además los posibles vínculos que ha construido con otros espacios de relevancia para la organización. Se supone que estas habilidades debieran ser desarrolladas en el proceso de construcción de la organización, pudiendo jugar un rol relevante el agente externo u operador social.
  • 25. que se basan en los recursos internos desarrollados, pero también del apropiado aprovechamiento y generación de recursos externos a partir de la construcción de adecuadas redes sociales y de un conocimiento de las lógicas y procedimientos que predominan en las otras organizaciones e instituciones. 3.4.4.3. Nivel comunitario Por último, a nivel de comunidad, el empoderamiento se refiere a las acciones colectivas para mejorar las condiciones de vida y las conexiones entre organizaciones de la comunidad y éstas con otras instancias o agencias. Considera aspectos como accesibilidad al gobierno, medios de comunicación y otros recursos comunitarios. Se espera que una comunidad empoderadora involucre diversas organizaciones bien conectadas al igual que personas empoderadas. Se identifica a una comunidad competente como aquella en la cual sus integrantes poseen las habilidades, deseos y recursos para implicarse en actividades que mejoran la vida de la comunidad. Si bien los recursos materiales necesarios, suficientes y accesibles a los miembros de la comunidad para mejorar las condiciones de vida son relevantes, también lo son los recursos humanos en la forma de redes asociativas que puedan brindar apoyo o colaborar en los propósitos de la comunidad. De especial relevancia son las redes de colaboración establecidas con los gobiernos locales y servicios respectivos, ello requiere de un gobierno abierto, receptivo a las necesidades y demandas de sus habitantes y favorecedor de mecanismos de participación. Este aspecto se acerca de un modo más claro con los propósitos explícitos del desarrollo humano endógeno local que pretende la participación y articulación de actores locales conformando redes sinérgicas emergentes de colaboración en torno a un o unos proyectos compartidos. Este debe recoger como lo hemos señalado, los diversos niveles del empoderamiento, desde los situados en el microespacio como los situados en la redes sociales más amplios del espacio local, con capacidad de articulación con redes externas a ellas también. Como lo indica Rappaport, refiriéndose a la naturaleza ecológica del empodermiento, no se puede olvidar que el empoderamiento es un constructo de varios niveles, por ello tanto en la investigación como en la actuación con propósitos empoderadores supone comprender los procesos implicados en las personas, organizaciones, escenarios, culturales o políticas lo que requiere de una mirada integral a la vez que integradora. Este carácter holístico del término y su naturaleza psicosocial quedan reflejada en lo indicado por Zimmerman y Rappaport (1988:126) quienes señalan que el empoderamiento es un “constructo que une las fortalezas y competencias individuales, los sitemas naturales de ayuda y las conductas preactivas con asuntos política social y de cambio social”. A pesar de esta consideración, nos parece que la posición latinoamericana destaca con mayor fuerza el valor colectivo del empoderamiento o fortalecimiento. Según Montero (2003), la teoría y práctica de la PC en latinoamericana hace hincapié en el aspecto colectivo y en el carácter liberador (desde la perspectiva Freiriana) del proceso a partir del carácter de actores sociales de los miembros organizados de la comunidad. Es en ese espacio colectivo donde pueden activarse y generarse cambios sociales. Esto contrasta con la visión más individualista del control psicológico propuesto por algunos autores estadounidenses, aunque señalen el carácter ecológico de la teoría. 3.4.5. La doble orientación del empoderamiento en psicología comunitaria