Plan Refuerzo Escolar 2024 para estudiantes con necesidades de Aprendizaje en...
Cenizas, yugo y grito libertario
1. Cenizas, yugo y grito libertario
Día vaporoso, este, Siendo las diez de la mañana, ya se insinuaba como caldero hirviente. No más
había pasado la luciérnaga henchida de Luna. Lunita. Cuando vi relampaguear en contravía de ella.
Un solo silencio de voces. Pero, una andanada de nubes apretadas. Un circulo color rojo, se hizo
expansivo, hacia el mediodía. Y, se vino la lluvia tempestuosa. En un ulular de viento malvado, por
lo fuerte, intrigante. Apenas salía de esa somnolencia, después del sueño enjuto de la noche. Y,
digo esto, porque vi sombras. Como gemelas del carbón brotado en las minas inclementes, como
nichos asfixiantes para nuestra gente. Que en ellas se ganaba el pan benévolo; por lo mitigante del
hambre acosador, siniestro. Los veía uno a uno. En languidez insumisa. Veía a sus mujeres. Ahí en
bocamina azarosa. Ellas, recibían la riqueza del carbón, en canastas. Y las llevaban al tasador.
Hombrote crudo. Sin ningún empalago societario, lúdico. Y eran decenas de ellas. Vestidas de
remiendos hechos. Pero cálidos. Limpios. Generosos.
Fui hasta lo de la negra Rosita Ipiales. Vendedora de avena fría. Para pasar, pasando la sed
voluminosa de ellos y ellas. Y, ya en mediodía, apretó el sofoco. Un calor ponzoñoso. Apretado, sin
disipación posible, al momento. En contrario, la bocamina expelía fuego condensado. Amparado en
el ripio que flotaba en el ambiente estrecho.
Yo le dije a mamá Fortunata, que me exprimía el dolor de nuestra gente amorosa. Sencilla.
Dicharachera, briosa, gozadora de la vida. No importando la pesadez del cansancio. Ni el hambre
acumulada. Año tras año. Y, por lo mismo, hice énfasis en no dejarse triturar más por el ostentoso
patrón, Miserable como el que más. Un tal Diosdado Pérez. Dueño. Expoliador. De esta y otras
minas en entorno cercano y lejano. Y, también, le dije a mamá Fortunata, que iba a llegar el día de
andar por caminos libres de polvo la piel de los cuerpos. Y de cenizas los vientres y los pulmones.
Dejé pasar, volando, el resto de tarde. Bien entrada la noche, hablé con Edgardo Cifuentes. Minero
de años ha. Casi infinitos en el pasado remoto e inmediato. Nos dijimos muchas palabras.
Contentivas de furia por desatar. Y, nos fuimos yendo a los cambuches cálidos, por lo que tenían
estos, de habitantes a las mujeres. Los niños y niñas. Y los adultos hombres que prometían ser
guerreros.
Y cuajamos las consignas y la fuerza puesta al servicio liberador de ese yugo puto, malparido. Y, en
primero yo, le hice al capataz, herida profunda en su abultado vientre. Y, siendo el primero, en
cada bocamina hicimos otros tantos. Y se fue exasperando la fuerza. Llegamos hasta las barracas
lúcidas, pintadas, con aire pleno. Y con cocinitas limpias. Y con los frutos inmensos en bodegas. Y
licores de extranjería. De mucha marca. Distantes del aguardientico oloroso, enguayabante. Y le
metimos fuerza a las puertas. E hicimos sonar el trepidante pito acordado. Y vino la montonera
graciosa, de libertad.
No había entrado, de lleno, la mañana siguiente; cuando sentimos y vimos el trepidar de las
tanquetas acorazadas. Y el bramar de las columnas soldadescas. Y empezaron las ráfagas de los
fusiles asesinos. Y el gas asfixiante. entraba por la hendidura de las burdas puertas de nuestro
refugio. Y salí yo. Con mano empuñada gritando libertad absoluta. Sin remilgos ni sinónimos
melifluos.
Ya ha pasado la trifulca libertaria. Fuimos vencidos a lo que, los patronos llaman, sangre y fuego.
Casi todos morimos. Solo se alcanzan a ver las banderitas rojas, rampantes casi lujuriosas, que
nuestras mujeres ataron a los postes de las bocaminas. Cuerpos doblemente ennegrecidos. Por el
polvo del carbón desventurado. Y por la sangre seca en las heridas por las balas que penetraron
nuestros cuerpos. Y, en nuestros cambuches, la soledad imperante. Niños y niñas, ahí expósitos.
Mirando al aire que pasa. Y que no se detiene. Simplemente, sigue su habitual paseo mañanero.
2. No sé cuándo, ni como, me veo en hospicio breve. Inmenso en sus paredes aseadas, límpidas.
Como habiendo sido hechas por las manos de dulzura. De las mujeres que siguen en la brega. Y
que alzan voces manifiestas. Convocantes, libertarias. Se apagaron mis ojos. No las vi más, en
físico. Pero, a vuelo alzado, van conmigo y con todos y todas muertos en carne. Viendo una luz
potente, como faro guía. La luz de los silentes guerreros y guerreras que seguirán, con paso firme,
la confrontación ampliada, libertaria.