El Papa Francisco critica la "teoría del derrame", que supone que todo crecimiento económico favorecido por el libre mercado logrará mayor equidad e inclusión social. Esta teoría, que nunca ha sido confirmada, expresa una confianza ingenua en los poderes económicos y los mecanismos del sistema. La teoría sugiere que al dar privilegios y favores a los ricos para hacerlos más ricos, parte de su riqueza se derramará en las capas sociales más pobres. Sin embargo, los críticos señ
El Papa Francisco critica la 'teoría del derrame' y sus efectos sobre la desigualdad
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EL PAPA Y LA ‘TEORIA DEL DERRAME’.
Manfred Nolte
En la célebre exhortación apostólica ‘Evangelii Gaudium’, El Papa Francisco
presentó el programa de su pontificado. Aunque no aspirase a ser un escrito
específicamente orientado a enriquecer la doctrina social cristiana, han sido las
referencias a este último aspecto las que han despertado más sonoros ecos, casi
siempre a favor de sus alegatos pero también en ocasiones bajo la sordina del
silencio, las críticas y el recelo. Francisco I, es sabido, ha sido repetidamente
tachado de pauperista y aun de marxista, calificaciones que el Pontífice
argentino sustituye sonrientemente por las de mero seguidor de los preceptos
evangélicos.
Los principales postulados de índole económica aparecidos inicialmente en la
exhortación han venido repitiéndose y matizándose por el Obispo de Roma en
posteriores alocuciones, entrevistas y escritos hasta formar un cuerpo compacto
que identifica al morador del Vaticano, siempre al servicio último y defensa
incondicional de los más vulnerables y necesitados, desde un firme pero
caballeroso desmantelamiento de la gran mayoría de los tópicos esgrimidos por
el ideario liberal. La más reciente de las ocasiones se refiere a la entrevista
concedida a Andrea Tornielli y Giacomo Galeazzi en el libro “Papa Francisco:
esta economía mata”, publicado hace escasos días en Italia.
El Pastor supremo de la Iglesia, que “ama por igual a ricos y pobres” denuncia
gravísimas carencias en los sistemas económicos occidentales, que promueven,
en su opinión, unas relaciones de exclusión e inequidad, y en último término
una economía letal. La cultura imperante es una de descarte donde los excluidos
no solo son explotados y desechados sino que se incluyen en el colectivo de
‘sobrantes’. Ya no es posible –concluye el Papa jesuita- confiar en las fuerzas
ciegas correctoras y en la mano invisible y benéfica del mercado. La
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globalización que ha aportado grandes progresos sociales en el pasado se ha
transformado en la actualidad en la globalización de la indiferencia.
Llegados a este punto, resulta interesante destacar, que en diversos pasajes de
su magisterio o engarzado en sus discursos, el Sumo Pontífice critica la llamada
‘teoría del derrame’. “Algunos todavía defienden las teorías del derrame, -
exclama- que suponen que todo crecimiento económico, favorecido por la
libertad de mercado, logra provocar por sí mismo mayor equidad e inclusión
social en el mundo. Esta opinión, que jamás ha sido confirmada por los hechos,
expresa una confianza burda e ingenua en la bondad de quienes detentan el
poder económico y en los mecanismos sacralizados del sistema económico
imperante”. Párrafo contundente que el Jefe del Estado Vaticano habrá tomado
prestado, presumiblemente, del profesor Stefano Zamagni o del banquero
Ettore Gotti Tedeschi, sus asesores económicos más cercanos, con el propósito
evidente de convertirlo en suyo.
¿Qué podemos decir al respecto?
John Kenneth Galbraith recuerda que la ‘economía del derrame’ se conoció en
1890 en Estados Unidos bajo el nombre de la ‘teoría del caballo y el gorrión’.
Alimentando al caballo con raciones generosas de avena, alguna cantidad de
esta caerá al suelo para sustento de los gorriones. Galbraith critica la validez de
esta teoría y le achaca parte de responsabilidad en la crisis americana de 1896.
Para la izquierda radical la ‘teoría del derrame’ preconizaría que hay que dar
toda clase de privilegios y favores a los más ricos, haciéndolos aun más ricos,
para que en el futuro algo de su riqueza se derrame o se filtre a todas las capas
sociales hasta los más pobres. Pero su fundamentación teórica descansa en una
política fiscal laxa, de corte clásico o liberal, en la que se rebajan los impuestos a
las rentas más altas para que incrementen su capacidad adquisitiva. Se supone
que sus perceptores invertirán el dinero extra en actividades productivas,
contratando a nuevos trabajadores, aumentando el salario de los existentes y
acometiendo gasto de inversión que estimule la economía. Paralelamente los
beneficios adicionales de las empresas se reinvertirán con la consiguiente
expansión de la economía. Además menores impuestos a la población
incentivarán a los trabajadores a trabajar más lo que resulta en incrementos de
la productividad y del output global.
Los detractores de la teoría resaltan la mayor propensión al ahorro de las clases
altas que las llevará a gastar menos y ahorrar más. El resultado redundará –
como ha comprobado Thomas Piketty- en una creciente acumulación de la
riqueza de los más ricos en el tiempo y a un incremento de la desigualdad.
Arthur Laffer aventuró que los recortes de impuestos a niveles modestos
tendrían un mínimo efecto de estimulación sobre la economía, pero reducirían
los ingresos del Estado, lo que finalmente conduciría a déficits fiscales
indeseados.
Existe una abundante literatura sobre la aplicación de la ‘teoría del derrame’ a la
economía americana, desde el mandato de Ronald Reagan hasta nuestros días
que admite algún resumen no siempre concluyente. Se relacionan los cambios
en el tipo marginal del impuesto sobre la renta en Estados Unidos con la tasa de
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crecimiento real de su PIB, la evolución de la renta mediana anual, el aumento
del salario horario medio y la creación de empleo. Si los recortes de impuestos a
los ricos fuesen el elixir para el crecimiento de las clases medias y bajas, se
seguiría como consecuencia un incremento en todas las variables descritas. Pero
los resultados empíricos muestran que esa tendencia se produce en unas
ocasiones y en otras sucede lo contrario. Adicionalmente resulta altamente
complejo atribuir las correlaciones a pares de variables aisladas y hacer caso
omiso de otros posibles factores que inciden en los efectos finales.
No es claro que el mercado ‘derrame’. Lo que sí queda estadísticamente
demostrado, continuando con la economía americana, es que entre 1979 y 2007,
las desigualdades de renta entre sus habitantes se incrementaron de forma
notable.
Como al Papa Francisco este aspecto de las desigualdades injustas le resulta
crucial, no resulta ningún esfuerzo cerrar filas a su lado y buscar soluciones más
allá de la ‘economía del derrame’.