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JAQUE A LA GLOBALIZACION.
Manfred Nolte
No es raro encontrar entre los jóvenes de las grandes urbes europeas un modo de vida
simbiótico en el que los rasgos de lo plural y universal superan de forma natural a lo
nacional e individual. Resulta normal haber crecido en un país, haber estudiado en otro
y trabajar o realizar prácticas en un tercero compartiendo vivienda con gente que
tienen pasaportes distintos y donde las nacionalidades juegan un papel secundario.
Conscientemente o no, la generación de nuestros jóvenes se encuentran instalados en
un proyecto o estamento común o global, son hijos espontáneos del fenómeno de la
globalización.
Si miramos al proceso económico, a lo largo de la última centuria, apenas hay
productos industriales finales confeccionados en un solo país. En la actualidad,
cualquier bien, desde un aeroplano, tren o automóvil hasta un ordenador o un teléfono,
consta de cientos de piezas producidos por otras tantas compañías a lo largo de todo el
mundo. Y el ensamblaje puede producirse en un país adicional.
De una forma más general, la globalización supone la interdependencia e integración
de las economías, los mercados, las naciones y las culturas. Aunque sus orígenes son
anteriores, a lo largo de los últimos 25 años ha producido efectos espectaculares, la
explosión de las megalópolis o ciudades gigantes, el éxito de los pequeños estados, el
abandono de la penuria por parte de las economías emergentes dinámicas, la
revolución del consumo, sus gustos y patrones de comportamiento. La producción
mundial ha registrado un crecimiento espectacular y la pobreza global –aunque aun en
modo insuficiente- también se ha recortado de forma notable. Las economías a lo largo
y ancho del planeta están cada vez mas integradas, el diseño, la producción, las ventas y
el consumo se multiplican de forma cruzada. Los proceses transfronterizos son la
norma. La revolución digital no hace sino multiplicar este fenómeno, achicando los
espacios locales y reduciendo toda la información mundial el tamaño de la pantalla de
un móvil.
La caída del muro de Berlín y el fin de la guerra fría contribuyeron a dar el espaldarazo
definitivo al concepto de la globalización, aunque con matices. De hecho el descarte
definitivo de las ideologías de plan central defendidas por los regímenes marxistas daba
rienda suelta al ideario liberal como única fuente de progreso económico y social. De
esta identificación entre liberalismo y globalización han venido surgiendo las voces
discrepantes que en los últimos tiempos reclaman un retorno a lo nacional, regional o
local, una recuperación de las barreras proteccionistas, una desmitificación de las
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bondades de la integración y una crítica al ‘establishment’, a los gobiernos establecidos
y también a las fuentes teóricas que los han justificado. En el escenario del reciente
Brexit aun resuena la voz del secesionista Michael Gove, al proclamar que “la gente de
este país está harta de expertos”, en alusión al cataclismo económico vaticinado de
producirse, como finalmente ha sido, el Brexit de nuestras desgracias.
A ello ha contribuido no poco que los problemas globales no han sido abordados por
Instituciones o Gobiernos del signo global. La economía, en efecto, ha superado
repetidas veces la velocidad de progreso de la política, de una política supranacional de
proyectos coordinados. Y con el desencanto de la globalización la llegada de los
populismos. Es cierto que conviven en el populismo aspectos xenófobos e identitarios.
Los populistas de derechas como el Frente Nacional de Le Pen, el partido de la libertad
de Austria, los ‘Verdaderos Finlandeses’ y los seguidores de ‘Alternativa para Alemania’
defienden políticas identitarias atizando los miedos y las frustraciones populares, desde
la inmigración peligrosa a la perdida de soberanía, alimentando los sentimientos
nacionalistas. Los populistas de izquierdas atizan igualmente frustraciones y temores
pero apelando a un sentimiento de rebeldía por parte de los perdedores de la
globalización. Los abogados de la liberalización de los mercados globales no tienen mas
remedio que reconocer que tanto la globalización como la integración europea han
generado perdedores. No solo perdedores entre individuos o grupos sino perdedores
entre naciones: periféricos frente a centrales. las políticas de austeridad han dividido
Europa: lo que unos perciben como abusivo para otros es de todo punto insuficiente.
Pero no todos reconocen un hecho tan dramático como incontrovertido: las decenas de
millones de personas de todo el planeta que desearían colmar sus ambiciones con un
puesto de trabajo entre nosotros, por una fracción de nuestros salarios. La
globalización tal vez pueda aun ser salvada.
El regreso a los proteccionismos apareja invariablemente una reducción del comercio
mundial y eso es malo para todos los países que comercian sobre el planeta. La reciente
gran crisis global significó un mazazo para la globalización especialmente en términos
de comercio y finanzas, del que todavía no se ha recuperado. Desde 2008 la
exportación ha crecido a la mitad de la tasa media anual anterior a la crisis. En Europa
el porcentaje aun es peor. En 2015 el comercio mundial cayó un 13% de su valor en
dólares. Ahora, Brexit, ha propinado otro empellón a las bondades de la integración
aplicando –además del comercial y financiero- un severo recorte a la movilidad del
factor trabajo.
¿Se acerca en Europa a mayor o menor velocidad una reafirmación de los
nacionalismos proteccionistas y un alejamiento práctico de los cánones de la
globalización? Tal vez si. Solo hay que mirar con detenimiento lo que ocurre a nuestro
alrededor: en Italia, Renzi lanza un referéndum que puede perder, en cuyo caso el
Movimiento Cinco estrellas, antieuropeista, tomaría las riendas del poder; Hungría y
Austria citarán a sus ciudadanos a las urnas en Octubre violando los tratados europeos
en materia de cuotas de refugiados impuestas por Bruselas; la ampliación comunitaria
–una poderosa herramienta de mejora de la calidad democrática- de los Países de los
Balcanes ¿no sufrirá una ralentización o incluso un retroceso?
Las estadísticas señalan que en 2015, en los 20 países mas industrializados del mundo,
los aranceles y los subsidios –dos herramientas básicas proteccionistas- aumentaron
un 40%. El Banco de Pagos Internacionales, a su vez, ha alertado que los prestamos en
el mercado interbancario, un índice critico de flujos financieros, se ha recortado de
forma dramática. Tarde o temprano todo ello influirá en la economía real.
Volviendo al juicio delos antisistema y a los eurófobos sobre la globalización: aunque
muchos de los problemas que estos señalen sean reales, las soluciones que pretenden,
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abandonar la Unión Europea, redoblar la autarquía y expulsar a los emigrantes, no
pueden considerarse acertadas.