La devaluación interna y la recuperación económica: mérito del mercado más que de la política
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DEVALUACION INTERNA: MITO Y MÉRITO.
Manfred Nolte
La política incluye el arte de buscar alguien a quien echar las culpas de lo que va
mal, apropiándose, si ello se tercia, de lo que va bien. Ello resulta de forma
natural en un cúmulo confuso de descalificaciones entrelazadas con medias
verdades a veces malintencionadas o producto de la ignorancia. Una de esas
verdades dudosas, reside en la creencia de que la salida de la recesión de la
economía española, ya incuestionada tras siete trimestres de crecimientos
significativos del PIB, obedece a la gestión gubernamental –de este gobierno
y/o anteriores- y a la aplicación de un certero abanico de políticas de diverso
signo.
Es cierto que, más recientemente, son muchas, aprovechables y oportunas las
decisiones tomadas por el Gobierno de Rajoy a lo largo de la legislatura en curso
y tengo para mi que las urnas no harán justicia a los méritos que adornan estas
acciones, como cuando –es un ejemplo crítico- la prudencia inteligente de
Madrid capeó el temporal de un rescate total de la economía española allá por
2012, jaleado entonces por muchos de los más altos representantes de las
finanzas, la industria o la academia que ahora guardan un mezquino silencio.
Pero unas cosas no quitan otras cosas y es sabido, que lo honesto y preceptivo es
dar al César lo que es del César.
Veamos. En los tiempos no tan lejanos de la peseta en los que España navegaba
su propia singladura sin los peajes y beneficios del euro y por tanto sin Troikas,
sin Bancos centrales de barras libres de liquidez y ‘relajaciones cuantitativas’,
sin mecanismos europeos de estabilidad aportando salvavidas de rescates y sin
otros muchos condicionantes institucionales que moldean nuestra vida
económica diaria, las crisis, casi siempre de superproducción, se combatían en
primer lugar con la receta clásica de la devaluación de la moneda nacional.
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La historia de la moneda que fue seña de identidad para los españoles durante
133 años así lo prueba. La primera devaluación rigurosa se produce en 1967 tras
un largo desierto de autarquía, con una paridad dólar sostenida hasta la
flotación de 1974. La devaluación de 1977 se inscribe en el marco de la
transición política. A partir de 1978, las políticas de ajuste derivadas de los
Pactos de la Moncloa se enfrentan a la crisis energética, que provoca otra fuerte
crisis del sector exterior y una nueva devaluación en 1982. En los noventa, el
deterioro de los fundamentos de nuestra economía llevó a la necesidad de
devaluar hasta en cuatro ocasiones desde 1992 hasta 1995. Estas devaluaciones
condujeron a la senda de la convergencia nominal derivada de los criterios de
Maastricht, que culminaría, primero, con la fijación irrevocable de los tipos de
cambio y, finalmente, con la desaparición de las monedas nacionales en las
primeras semanas del año 2002, a la adopción del euro, nuestra moneda actual.
En todas estas circunstancias las devaluaciones actúan de antídoto a las caídas
mas o menos bruscas y sostenidas del PIB –lo que llamamos crisis- a través de
un mecanismo recurrente y casi protocolario. El estímulo de las exportaciones
estabiliza la balanza por cuenta corriente lo que refuerza la credibilidad exterior
del País al que comienzan a retornar las inversiones y capitales huidos con
ocasión de la crisis, inyectando la dosis necesaria de optimismo para estimular
progresivamente la demanda interna que hace crecer el PIB. Según la ley de
Okun son los crecimientos del PIB los que ulteriormente explican la
recuperación del empleo.
Pero ¿qué sucede cuando, como en el caso de la crisis presente, los sucesivos
Gobiernos no tienen la potestad de depreciar su signo monetario? Que la crisis
muestra la auténtica cara de la productividad y competitividad del país
provocando el paro congruente con sus fundamentales. Es aquí cuando los
presupuestos activan políticas anticíclicas de corte keynesiano, y en el caso de
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España, cuando la caída de los ingresos fiscales unido al incremento de los
mecanismos de protección social conduce el déficit fiscal al entorno del 12% del
PIB y la aguja de la deuda publica apunta a la zona roja. Estas decisiones que
competen a dos gobiernos sucesivos eran inexcusable y el no haberlo hecho
hubiera sido precipitar al país a un abismo social.
Vamos ahora con la devaluación interna. Se airea y con razón, que la economía
española ha realizado a partir de 2010 el mayor ajuste de competitividad de la
eurozona, reduciendo sus costes laborales unitarios en un 18%. Esta situación,
al causar efectos similares a una devaluación monetaria, ha reproducido el
protocolo beneficioso arriba citado, y con ello se ha abierto la puerta a la
recuperación de la crisis. Nada más cierto. Pero ¿qué merito cabe atribuir en
ello a los gobiernos que han convivido con la crisis? Aquí es donde viene la
matización.
Como ya se ha dicho, las políticas anticíclicas incurridas por los gobiernos de
Zapatero y Rajoy eran sencillamente ineludibles en los social aun cuando han
acarreado graves pasivos en lo económico que ahora toca reconducir: léase
déficit y deuda publica. Por su parte las políticas estructurales acometidas por
ambos gobiernos han contribuido a reforzar la devaluación interna. En
particular la reforma laboral de Zapatero de 2010 y la de Rajoy de 2012. Gracias
a ello, los salarios reales que incomprensiblemente crecían en España en 2009 a
tasas del 4% al tiempo que se destruían 1,3 millones de empleos se redujeron a
tasas negativas del -2% en 2012 en relación al año base 2001. En ello y en otras
reformas estructurales adyacentes se concreta el asumible éxito de la acción
gubernamental.
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Pero la parte de león de la devaluación interna que activa la recuperación no es
mérito de ninguna acción política sino del mero funcionamiento de los
mecanismos del mercado. El mayor porcentaje de la caída de los costes
laborales en la crisis se debe a la cantidad de empleo destruido y en mínima
parte a la contención de los salarios vigentes. Con un 25% de parados, las
empresas operantes en España experimentaron una reducción drástica de
costes que abrieron la senda de la recuperación ya descrita. Eso ya lo recogían
las doctrinas clásicas de Smith y Ricardo, centurias atrás. La crisis expulsa
trabajo y empresas del mercado. Pero a un nivel suficientemente deflactado de
costes laborales y precios el empresario reemprende la producción e inicia la
senda del crecimiento.
El mercado ,en consecuencia, ha respondido con su lógica y las políticas
gubernamentales han escoltado, con sus aciertos y errores, una reacción
económica natural.
Demos al César lo que es del César y al mercado lo suyo.
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