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ENCUENTRO REGIONAL DE LOS CONSEJOS DIRECTIVOS CEFS.
Fr. Sergio Carballo ofm.
“EL HOMBRE ES LO QUE ES ANTE DIOS Y NO MÀS” (Adm 19,2)
La experiencia de los dones y de la fragilidad (la vulnerabilidad)
La antropología en la perspectiva franciscana será el eje que va a centrar y articular el itinerario formativo
del año para los Consejos Directivos de los CEFs.
Cómo se mira Francisco a sí mismo; cómo se experimenta; cómo se recibe a sí mismo; desde qué
experiencia personal se abre al encuentro del otro y de los otros para una experiencia de fraternidad
(convivialidad); y al encuentro con el gran Otro para la experiencia de la restitución.
El recorrido antropológico que estamos invitados a transitar en la perspectiva franciscana, se
estructura a partir de tres formulaciones que el hermano Francisco de Asís las realizó a la luz de la profunda
experiencia de encuentro consigo mismo, con el otro, con los otros y con Dios. Estas formulaciones se
encuentran en sus escritos, por lo tanto, fueron plasmadas como la síntesis vital de su propio camino.
Tres formulaciones temáticas, propiamente franciscanas, conformarán los nudos de la trama reflexiva
que vamos a desplegar en el recorrido del año:
“El hombre es lo que es ante Dios y no más”(Adm 19,2)
“El hombre imagen según el cuerpo y semejanza según el Espíritu” (Adm 5, 1)
“El Señor me dio hermanos” (Test 14). El hombre como esencialmente relacional.
Notas para pensar y discutir la cuestión de la vulnerabilidad como concepto antropológico.
El sentido de re-flexionar y re-cordar (re-cordis) las categorías con las cuales y desde las cuales
Francisco de Asís hizo la experiencia de su propia humanidad y de la humanidad de los otros hombres, es
una provocación a revisar nuestras categoría actuales respecto de lo humano, es decir, los marcos
referenciales en los cuales estamos situados mental y conceptualmente, y desde dónde vamos generando y
ensayando prácticas dadoras de nuevos sentido para la convivencia social: cómo nos miramos, cómo
miramos al otro, cómo miramos el mundo.
La mirada como categoría que estructura y modela un estilo de ser y de estar, de pensar y de actuar
en el mundo es determinante en la espiritualidad franciscana. Desde la categoría de la mirada se despliegan
otras categorías que son articulantes en la cosmovisión franciscana: la relación, la fraternidad, la minoridad,
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el respeto y cuidado de la creación (la casa común), la justicia y la paz, la desapropiación, la restitución, la
alabanza, la adoración, la alegría.
Una de las preguntas que atraviesa la época contemporánea sigue siendo la pregunta por el ser
humano, poniendo en evidencia que la antigua pregunta del salmo sigue vigente y abierta: «¿qué es el
hombre para que te acuerdes de él, el hijo de Adán para que de él cuides?» (Sal 8, 5). El mismo hecho de
una multiplicidad de visiones antropológicas, algunas de ellas difícilmente reconciliables, pone de relieve
que el ser humano es un “misterio”, un “fronterizo”1
, siempre en los límites de lo ya dicho y de lo por
decirse, en la tradición cristiana decimos que es imagen del misterio de Dios, un misterio que sólo se desvela
en Cristo como lo afirma la antropología teológica.
La vulnerabilidad humana, propiamente hablando, no es una noción bíblica, ni teológica, sino que
está más emparentada al ámbito de las ciencias de la salud (como la medicina, la psicología) de las ciencias
sociales, de la bioética y el derecho. Pero igualmente nos permite enlazar con muchas perspectivas
filosóficas y teológicas, y también con la tradición cristiana más allá de los marcos confesionales.
Autores contemporáneos sugieren dos vertientes conceptuales para comprender la vulnerabilidad:
una concepción en clave antropológica (ontológica) y una comprensión de tipo sociológica (J.H. Solbakk; J.
Vanier). Mientras que la primera nos conduce a descubrir la vulnerabilidad como dimensión constituyente
de la condición humana, la segunda nos conduce al encuentro de las situaciones o realidades de
vulnerabilidad social en la que se encuentran poblaciones, sectores sociales y personas concretas.2
Desde la
visión cristiana, ambas comprensiones encuentran significación y sentido bajo las categorías de misericordia
y con-pasión.
Jean Vanier, fundador de la comunidad del Arca, nos recuerda la necesidad de descubrir y valorar el
lugar de los vulnerables en nuestra sociedad, pues es un camino para hacernos auténticamente más humanos.
Él señala, desde su propia experiencia, que los más vulnerables encuentran dificultades para su integración
en una sociedad dominada por ciertas lógicas excluyentes (como la lógica del más fuerte), pero al mismo
tiempo son los rostros concretos que interpelan a la responsabilidad ética del cuidado y de la ternura. Sugiere
no sólo mirar, visibilizar, incluir los rostros vulnerables, sino también dejarnos transformar por ellos,
llegando a afirmar que «las personas débiles pueden tocar y transformara las fuertes» (Toda persona es una
historia sagradas). Esto nos lleva a pensar en lo importante que sería redescubrir el papel de la
vulnerabilidad en favor de una cultura más humana y humanizante.
1
El hombre tiene en el límite el signo de su identidad, pero en razón de su libertad posee la capacidad de decidirse por su propia
condición o contradecirla…En tanto que fronterizos somos los límites del mundo. Somos pura línea, puro confín, referidos a la vez
al cerco y al extrarradio… Ser carne del límite del mundo…carne vulnerable por definición. ¿No radicará aquí lo propio del ser
humano? ¿No será aquí dónde deba detenerse su ambición de dominar el mundo? Cf. Trías Eugenio, Los límites del mundo,
Barcelona, Destino, 2000, 13.
2
Cf. Torró Ferrero, Luis M., “Vulnerabilidad humana en tiempos del poshumano: una reflexión teológica” en Pensamiento, vol
73 (2017), 769.
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Volvamos la mirada sobre la vulnerabilidad en cuanto dimensión antropológica, como lo que
atraviesa la condición humana: la vulnerabilidad y la dependencia son cualidades originales del ser humano,
no características de la falta ni expresión de un déficit funcional. Por lo tanto, la vulnerabilidad constituye
una condición ontológica, es decir, pertenece al ser humano, porque es cualidad original que determina su
“condición humana”.3
“Aunque la persona tiene una vida propia, personal e intransferible, no es un ser cerrado en sí mismo,
sino abierto, que necesita trascenderse y salir de sí para desarrollarse con plenitud. Todos los hombres
necesitan salir de sí y hacerse don para los otros si quieren realizarse, y lo hacen fundamentalmente a través
de sus capacidades y facultades más elevadas y espirituales: la afectividad, la inteligencia y la libertad»4
Estar abiertos, estar en relación con los demás nos hace ser necesariamente vulnerables, pero esta
vulnerabilidad es la que nos permite encontrarnos con el otro, y la que en definitiva nos devuelve a la
bondad original en cuyo seno fuimos formados, dados a luz y proyectados a la vida.
Para el filósofo Karl Jaspers, el ser humano, como toda entidad mundana, es vulnerable. Esta
vulnerabilidad, que es inherente a su condición, puede ser asumida y apropiada de modo conciente. “De todo
lo viviente, el hombre es el único que sabe de su finitud”.5
Según Pascal, la grandeza el hombre está en el
reconocimiento de su fragilidad ontológica: “La grandeza del hombre es grande porque sabe de su finitud;
un árbol no sabe de su finitud; pero es ser grande saber que se es finito y contingente”.6
Con un lenguaje aristotélico podríamos decir que el ser humano es potencialmente capaz de asumir
reflexivamente su propia vulnerabilidad y también la condición vulnerable de los demás que forman parte de
su mundo relacional. Esta potencialidad puede hacerse efectiva (se pone en acto) en determinados momentos
del itinerario biográfico de la persona, y que son los momentos donde el hombre toca los límites de su propia
existencia (los fracasos, las crisis, los conflictos, la enfermedad, la muerte).
Sufrir en carne propia (eso es la vulnerabilidad) las consecuencias de las propias desmesuras tiene su
lado positivo, pues como lo afirma Paul Valadier, si el ser humano es vulnerable es porque es un ser de
carne y porque esta puede ser afectada, tocada en su pasividad por lo que sucede y que no depende de ella.7
Se pone de relieve otra dimensión constitutiva del ser humano: la sensibilidad. Nos sentimos vulnerables
porque nos experimentamos dependientes y afectados, a merced de algo distinto a nosotros mismos y que no
podemos controlar o dominar al menos en su totalidad. Nos sentimos vulnerables porque no estamos
blindados frente a la vida y sus acontecimientos, sino abiertos a la afectación (desnudez).
3
Crotti, M., “La ferita di Medusa: riflessione pedagogica sulla vulnerabilita umana e sociale”, Vita e Pensiero, Milano, 2009, p.
205.
4
Burgos, J. M., Antropología: una guía para la existencia, Madrid, Palabra, 2013, 46
5
Introducción a la filosofía, Barcelona, Círculo de lectores, 1989,59.
6
Pascal, B., Pensamientos 114.
7
En su artículo “Apologie de la vulnerabilité” Études 414, 2 (février 2011), pp. 199-210. (Citado por Anaut, M. “Incidencias
antropológicas y culturales de las nuevas tecnologías” en CARTHAGINENSIA, Vol XXVIII, 2012).
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Paul Valadier, en su artículo, se pregunta: “¿No es verdad que el Dios trinitario que nos ha creado a
imagen y semejanza es un Dios vulnerable en su Verbo hecho carne?”, a lo que agrega: “No podemos
entonces tener por negativo que el mismo hombre sea vulnerable. Es parte de nuestra condición de imago
Dei. Más aún, tal es sin duda la condición para que, a imagen de Dios, el hombre entre en relación y no se
aísle en una pseudo-autonomía soberbia, así como Dios no se aísla en una soberbia trascendencia”.8
Entrar en relación desde la vulnerabilidad supone que nuestra apertura a los otros pasa por la
posibilidad de ser heridos e incluso a través de las mismas heridas. De este modo, la vulnerabilidad nos es
ofrecida como la condición de posibilidad para salir de si mismo e ir al encuentro del otro, recreando y
reforzando los lazos sociales del cuidado fraterno y de la convivencia pacífica entre los hombres, como del
respeto, la admiración, la reverencia, y la celebración frente a la creación.
8
“Apologie de la vulnerabilité”, o. c. 210.