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ÁREA: Lengua y Literatura GRADO: 6° y 7°
SECUENCIA: Textos ficcionales: Cuentos de terror
PLANIFICACIÓN ÁULICA: “Historias que ponen la piel de gallina”
Fundamentación
Esta secuencia didáctica es una propuesta para desarrollar las prácticas de
enseñanza y aprendizaje en el aula, esto es, funcionar como un organizador que le
permita al docente ayudar a sus alumnos a integrar diversos contenidos de los 4 ejes
del área. El propósito fundamental es que su propuesta de enseñanza resulte un todo
coherente en el que la lengua sea considerada un cuerpo complejo y las prácticas de
lectura y escritura como genuinas instancias de comprensióny producción de sentido.
Según Pitluk “Las secuencias didácticas permiten realizar propuestas con
continuidad y diferentes niveles de acercamiento al objeto de aprendizaje”. Es decir, no
implica necesariamente plantear actividades con complejidad creciente sino también
posibilita reiterarlas en los casos que se considere necesario para revisar lo ya hecho en
otro momento, pero desde otra mirada. Esto es, adoptar una modalidad organizativa que
permita promover en el alumno el desarrollo de las cuatro habilidades básicas (hablar,
escuchar, leer y escribir) de modo espiralado, pautada mediante una secuencia
estructurada a modo de sistema que pone en relación equilibrada la lectura y la escritura,
la oralidad y la escucha, la mediación docente y la resolución autónoma, etc.
Propósito:
-Propiciar la participación en asiduas y variadas situaciones de lectura, relectura y
conversación sobre cuentos de terror con el propósito de profundizar la comprensión
lectora.
-Promover situaciones de escritura a partir de experiencias vividas y de las lecturas
realizadas con el fin de crear una antología de terror.
Objetivos:
-Participar en experiencias de lectura, relectura e intercambio oral sobre historias de
terror.
-Producir textos escritos de terror a partir de experiencias vividas y de las lecturas
realizadas.
-Armar una antología con las producciones realizadas.
Recuerdos que ponen la piel de gallina.
Primer momento
Observación de un cortometraje o fragmentos de películas de terror.
A partir de lo observado el docente indagará oralmente a los chicos: ¿Habían visto
películas de terror? ¿Les dio miedo lo que vieron? ¿Por qué les dio miedo? ¿Se les puso
la piel de gallina? ¿Qué significa esta expresión?
Luego se les solicitará que recuerden alguna experiencia vivida donde se les haya
puesto la piel de gallina, que les haya hecho temblar de miedo. Se los invitará a relatar
brevemente dicha vivencia, teniendo en cuenta que el propósito final es generar el miedo
en sus compañeros.
Segundo momento
El docente colocará el título en la pizarra “El hombre sin cabeza” y mediante preguntas
orales generará la anticipación lectora: ¿Qué les sugiere el título? ¿A qué les recuerda?
¿De qué puede tratar la historia? ¿Les da miedo el título?
Lectura en voz alta (por parte del docente) del cuento . Los alumnos continuarán la lectura
silenciosa en sus copias individuales .Es importante que el docente genere el clima de lectura,
que realice un juego con las voces del relato, con distintas entonaciones, pausas, etc., a fin de
lograr un verdadero impacto en los chicos.
- El docente indaga la comprensión general del texto mediante preguntas como, por
ejemplo: ¿Cómo aparece el miedo en el relato? ¿Quiénes tiene miedo? ¿Por
qué creen ustedes que el personaje del escritos no había bajado al sótano?
¿Qué explicación hay de los hechos atemorizantes?, etc.
Algunas preguntas que pueden sumarse para trabajar la comprensión lectora son:
a) En el primer párrafo se narra la historia de un escritor que escribía relatos de terror
¿Qué relación tiene este inicio con lo que sucede en el cuento? b) ¿Qué información hay
acerca de cómo debe contarse una historia de miedo? ¿Por qué creen que aparece esto?
c) ¿Qué relaciones hay entre lo que le pasa a Luis Lotman mientras escribe y la historia
que se narra en el cuento que leemos? d) ¿Qué sucede cuando termina de escribir la
historia del muerto sin cabeza?7
Los chicos deberán responder por escrito en sus cuadernos y luego socializar
Tercer momento
Papeles borradores. Se propone una escritura colectiva en la que el docente escribe
al dictado del alumno ante la siguiente consigna: a partir de la comparación de
los tres textos que hemos trabajado en la sesión: el audiovisual, las narraciones
orales y el cuento leído, pensemos en ¿Cuáles son los elementos que generan
miedo a lo largo de los tres textos y por qué producen esa sensación? ¿Cómo
son los escenarios/ambientes en los que ocurren los hechos extraños? ¿Cómo
son los personajes que producen y sienten miedo? ¿Cuáles son las situaciones
que quedan sin resolver y por qué? El docente registra las respuestas
organizando la información en un cuadro como el siguiente:
Elementos que Personajes que Personajes que Situaciones sin
generan miedo y producen y sienten sienten miedo resolver
por qué producen miedo
esa sensación
Fragmentos
de películas o
cortometraje.
Relatos sobre
vivencias que
generaron
miedo
Cuento
El
hombre
sin
cabeza
Para finalizar se solicitará a los estudiantes que copien el cuadro en sus carpetas.
Miedos que inquietan
Primer momento
Lectura en voz alta (por parte del docente) del cuento “Aparición”. Los alumnos continuarán la
lectura silenciosa en sus copias individuales. Es importante que el docente genere el clima de
lectura, que realice un juego con las voces del relato, con distintas entonaciones, pausas, etc.,
a fin de lograr un verdadero impacto en los chicos.
Segundo momento
- El docente indaga la comprensión general del texto mediante preguntas como, por ejemplo: ¿Cómo
aparece el miedo en el relato? ¿Quiénes tienen miedo? ¿Por qué creen ustedes que el personaje del
marqués relata la historia que lo atemoriza? ¿Qué explicación hay de los hechos atemorizantes?, etc.
. El docente debe orientar a los chicos para que adviertan cuáles son los elementos
comunes que tiene este relato con los que ya se han trabajado.
De este modo se puede ampliar el cuadro completado en la primera clase agregando
una fila para el cuento “Apariciones”.
Cada cual cuenta su historia
Primer momento
Los alumnos y el docente retoman el cuadro confeccionado en las clases
anteriores a partir de la lectura de los cuentos Aparición y el hombre sin cabeza para la
realización de una producción escrita individual.
Segundo momento
El docente propone a los estudiantes contar sus propias historias de miedo a partir
de la siguiente consigna de escritura: En el relato de “Aparición” el marqués de La Tour-
Samuel cuenta su historia pero el narrador aclara que cada uno de los que estaban
presentes en esa velada tenían su propia historia. Imaginen que son uno de los invitados
a la velada en la calle Grenelle y relaten una historia extraña y que les haya dejado una
sensación de miedo permanente.
Para ello se establecen algunas pautas de producción:
• El relato deberá ser en primera persona.
• Tener en cuenta la elaboración de un marco para la narración. La idea es que escriban
ese relato como si fueran los protagonistas, además deberán tener en cuenta las
características que han sido escritas en el papel afiche, con el trabajo hecho
previamente.
Tercer momento
Lectura colectiva de las producciones escritas. Es importante trabajar con los
chicos la noción de proceso de escritura ya que ellos están frente a un primer
borrador que atravesará diferentes etapas de corrección.
. El tiempo de nuestra historia.
Primer momento
Relectura del cuento “Aparición” por parte de los alumnos en sus copias
individuales . El docente propone que en dicha relectura los chicos busquen pistas,
datos, elementos que den muestra de la época en la que ocurre el relato y tomen nota
de los mismos en sus carpetas, por ejemplo “Era en 1827, en el mes de julio”, “tardaría
una hora a caballo”. Al finalizar la tarea harán una puesta en común.
Segundo momento
Para ampliar la información sobre la época que deberán contextualizar la historia
se sugiere la búsqueda de datos en relación a las características propias del siglo XIX
navegando en algunas páginas de internet: http://es.wikipedia.org/wiki/Siglo_XIX
http://es.wikipedia.org/wiki/Impresionismo
Los estudiantes deberán tomar nota de la información obtenida ya que la misma
serà incorporada al borrador del relato individual sobre miedos.
Tercer momento
Los alumnos intercambiarán sus borradores a fin de recibir los aportes de sus
compañeros.
Para ello cada uno leerá un texto y tendrá en cuenta: los datos del afiche y la
información sobre el siglo XIX, más lo trabajado hasta el momento, a fin de ajustar la
ficción al marco temporal. También en esta primera corrección puede surgir la
necesidad de ampliar, reformular, reducir e incluso sustituir algún fragmento del texto.
Se sugiere empleara una guía de corrección para el alumno que facilitela tarea
docente, que brinde autonomía al alumno y que organice la dinámica de la clase.
Algunas preguntas posibles para la guía son:
• ¿El cuento logra provocar el efecto de miedo? Si no es así, ¿Qué
situaciones/objetos/elementos le agregarías para que esto ocurra?
• ¿La acción se desarrolla en el siglo XIX? ¿Cómo te das cuenta? En caso de que
no puedas identificar el tiempo, ¿qué agregarías para clarificarlo?
• Para entender las acciones de la historia, ¿falta alguna información que consideres
importante? ¿La sucesión de acciones es coherente? En caso de no serla ¿dónde
está la incoherencia? ¿Cómo la corregirías?
• ¿Mantiene durante todo el relato la primera persona narrativa? ¿El narrador y los
personajes hablan como propios de la época en que transcurre la historia?
• Observa si cuando el narrador hace hablar a sus personajes utiliza raya de diálogo
o comilla, agrégalas si hace falta.
Los alumnos hacen las sugerencias al final del texto y devuelven el borrador a su
compañero. Cada autor se reencuentra con su texto y realiza las correcciones a partir de
las sugerencias. Es importante la conservación de los borradores para que los
estudiantes puedan ver el proceso de sus propias escrituras.
Otra vuelta de tuerca.
Primer momento
Proponemos iniciar con una socialización de lecturas que propicie la participación
del grupo clase y que evidencie la variedad de narraciones realizadas. Se debe generar
un diálogo sobre el trabajo autónomo que hicieron los chicos con la guía: ¿Cómo resultó
el trabajo: sencillo o complejo? ¿Por qué? ¿Cómo en la relectura se puede observar la
presencia/ausencia de información que da orden/desorden al relato? ¿Cómo enriquece
la producción el trabajo con un par?
Segundo momento
Al hacer las lecturas en voz alta los alumnos habrán sentido, seguramente, que
todavía quedan cosas por corregir. Es necesario explicitar la necesidad de “afinar la
mirada” sobre las narraciones a fin de corregir aspectos propios de la cohesión, que
hacen a la superficie textual, tales como: sinonimia, repetición, elipsis, etc.
Para llevar adelante esa tarea y pensando que es importante que los alumnos
puedan volver a mirar sus escritos, sentirse autores de sus textos, se hará una guía de
preguntas a tener en cuenta para hacer una nueva correcciónde sus producciones:
La cocina de los textos:
a- Observa si las acciones principales aparecen conectadas en el tiempo y
en el espacio.
b- Afina la mirada sobre el texto y determina si hay fragmentos u oraciones
en que debas realizar cambios, ya sea porque la frase es poco clara, porque
repites palabras o porque falta algo. Prueba resolver ese problema buscando
un sinónimo o una frase que pueda reemplazar sin cambiar el sentido;
cambia de lugar algunas palabras para que la oración resulte más clara y
sencilla, elimina algún dato que no sea relevante o que ya esté escrito.
c- ¿Aparecen conectores o frases conectivas? Si es necesario agrega
algunos que sean de causa consecuencia, temporales, espaciales u otros.
Tercer momento
El docente solicitará que uno de sus alumnos le dicte su producción. Luego le
pide que explicite los cambios que realizó en el texto y el docente los irá haciendo en
la pizarra. Finalmente, los compañeros podrán hacer aportes al texto final. Este es el
momento donde se hará explicito el uso de los recursos de cohesión que se han
empleado para arribar al texto final y generar así la reflexión metalingüística.
Seguramente se harán evidente los errores de ortografía y puntuación, por
ello se explicará que se llevará las producciones para observar en ellas estos dos
aspectos y hacer las marcas correspondientes a través de un código de corrección
para que los alumnos, de modo autónomo, corrijan el borrador final en la próxima
clase.
Una antología de terror
Primer momento
El docente entrega los escritos a sus alumnos con las marcas o código de
corrección, explicitando que deberán releer el texto completo para poder corregir. Es
esencial el acompañamiento y monitoreo por parte del docente durante esta tarea.
Segundo momento
El docente propone a los chicos reunir todos los cuentos para producir una
antología, lo que requerirá llevar adelante una serie de pasos:
a) Se propone a los alumnos que visiten la biblioteca para poder hacer una exploración
de diversas antologías. Se pueden organizar varios grupos que exploren cada uno
diferentes antologías. El propósito es que los chicos puedan reconocer cómo está
organizado el material. Luego el docente hará una puesta en común y en un papel
afiche tomará nota detallada de la estructura de la antología y los paratextos que la
componen.
Tercer momento
El docente propondrá a los alumnos producir en forma conjunta la introducción.
Para ello recordará a los chicos la consigna de producción de las clases : En el relato
de “Aparición” el narrador dice que cada uno de los que estaban presentes en esa
velada tenían su propia historia. Imaginen que son uno de los invitados a la velada en
la calle Grenelle y relaten una historia extraña y que les haya dejado una sensación
de miedo permanente.
El propósito de esto es rescatar la idea de que sus relatos fueron productos de un
contexto. Los alumnos releerán el primer y segundo párrafo del cuento y recuperarán
esa voz narrativa que presenta los relatos ya que, con esa voz, en primera persona,
deberán escribir la introducción de la antología.
Una vez finalizado el texto colectivo cada uno de los chicos copia la
introducción en sucarpeta.
. Una antología de terror II
Primer momento
El docente retomará la información de los afiches sobre las
antologías. Como ya tienen la introducción, será necesario ahora
confeccionar el índice. Ya que el docente ha leído todas las
producciones de sus alumnos podrá sugerir y poner en discusión
cómo agrupar los textos, por ejemplo: De brujas y demonios, De
espantos yaparecidos, De transformaciones, Urbanos y rurales, entre
otros. Producirán así el índice con una escritura colectiva.
Segundo momento
Puede resultar interesante agregar imágenes a la
antología. Cada alumno agrega una imagen ilustrativa de su
producción.
Tercer momento
Por último, se colocará un título para la Antología en forma conjunta.
La docente puede escribir un prologo donde destaque el trabajo de todos los
alumnos
Dada la modalidad de trabajo planteada, la evaluación debe
acompañar todo el proceso de trabajo. Para ello se harán evaluaciones ,
por ejemplo, planillas de seguimiento , listas de cotejo, rubricas que
permitan registrar el desempeño oral, la comprensión lectora, el proceso
de escritura con todas las habilidades que el alumno pone en juego a lo
largo de la secuencia. Además, se puede considerar como insumo para
la evaluación el producto final: la antología colectiva.
EL HOMBRE SIN CABEZA (RICARDO MARIÑO)
El hombre, el escritor, solía trabajar hasta muy avanzada la
noche.
Inmerso en el clima inquietante de sus propias fantasías escribía
cuentos de terror. La vieja casona de aspecto fantasmal en la que vivía
le inspiraba historias en las que inocentes personas, distraídas en sus
quehaceres, de pronto conocían el horror de enfrentar lo sobrenatural.
Los cuentos de terror suelen tener dos protagonistas: uno que es víctima
y testigo, y otro que encarna el mal. El "malo" puede ser un muerto que
regresa a la vida, un fantasma capaz de apoderarse de la mente de un
pobre mortal, alguna criatura de otro mundo que trata de ocupar un
cuerpo que no es el suyo, un hechicero con poderes diabólicos...
Un escritor sentado en su sillón, frente a una computadora, a
medianoche, en un enorme caserón que sólo él habita, se parece
bastante a las indefensas personas que de pronto se ven envueltas en
esas situaciones de horror. Absorto en su trabajo, de espaldas a la gran
sala de techos altos, con muebles sombríos y una lúgubre iluminación,
bien podría resultar él también una de esas víctimas que no advierten a
su atacante sino hasta un segundo antes de la fatalidad.
El cuento que aquella noche intentaba crear Luis Lotman, que así se
llamaba el escritor, trataba sobre un muerto que, al cumplirse cien años
de su fallecimiento, regresaba a la antigua casa donde había vivido o,
mejor dicho, donde lo habían asesinado.
El muerto regresaba con un cometido: vengarse de quien lo había
matado. ¿Cómo podía vengarse de quien también estaba muerto? El
muerto del cuento se iba a vengar de un descendiente de su asesino.
Para dotar al cuento de detalles realistas, al escritor se le ocurrió
describir su propia casa. Tomó un cuaderno, apagó las luces y recorrió
el caserón llevando unas velas encendidas. Quería experimentar las
impresiones del personaje-víctima, ver con sus ojos, percibir e
inquietarse como él. Los detalles precisos dan a los cuentos cierto efecto
de verosimilitud: una historia increíble puede parecer verdad debido a la
lógica atinada de los eslabones con que se va armando y a los vívidos
detalles que crean el escenario en que ocurre.
La casa del escritor era un antiquísimo caserón heredado de un tío —
hermano de su padre— muerto de un modo macabro hacía muchos
años. Los parientes más viejos no se ponían de acuerdo en cómo había
ocurrido el crimen, pero coincidían en un detalle: el cuerpo había sido
encontrado en el sótano, sin la cabeza.
De chico, el escritor había escuchado esa historia decenas de veces.
Muchas noches de su infancia las había pasado despierto, aterrorizado,
atento a los insignificantes ruidos de la casa. Sin duda, esa remota
impresión influyó en el oficio que Lotman terminó adoptando de adulto.
Proyectada por la luz de las velas, la sombra de Lotman reflejada en las
altas paredes parecía un monstruo informe que se moviera al lento
compás de una danza fantasmal. Cuando Lotman se acercaba a las
velas, su sombra se agrandaba ocupando la pared y el techo; cuando se
alejaba unos centímetros, su silueta se proyectaba en la pared... sin la
cabeza.
Ese detalle lo sobrecogió. ¿Cómo podía aparecer su sombra sin la
cabeza?
Tardó un instante en darse cuenta de que sólo se trataba de un efecto
de la proyección de la sombra: su cuerpo aparecía en la pared y la
cabeza en el techo, pero la primera impresión era la de un cuerpo sin
cabeza.
Anotó en su cuaderno ese incidente, que le pareció interesante: el
protagonista camina alumbrándose con velas y, como algo premonitorio,
observa que en su sombra falta la cabeza. El personaje no se asusta, es
sólo un hecho curioso. No se asusta porque él desconoce que en
minutos su destino tendrá relación con un hombre sin cabeza. Y no se
asusta —pensó Lotman—, porque así se asustará más al lector.
Terminó de anotar esa idea, cerró el cuaderno y decidió bajar al sótano.
Los apolillados encastres de la escalera emitían aullidos a cada pie que
él apoyaba. En un año de vivir allí sólo una vez se había asomado al
sótano, y no había permanecido en él más de dos minutos debido al
sofocante olor a humedad, las telas de araña, la cantidad de objetos
uniformados por una capa de polvo y la desagradable sensación de
encierro que le provocaba el conjunto. Cien veces se había dicho:
"Tengo que bajar al sótano a poner orden". Pero jamás lo hacía.
Se detuvo en el medio del sótano y alzó el candelabro para distinguir
mejor. Enseguida percibió el olor a humedad y decidió regresar a la
escalera. Al girar, pateó involuntariamente el pie de un maniquí y, en su
afán de tomarlo antes de que cayera, derribó una pila de cajones que le
cerraron el paso hacia la escalera.
Ahogado, con una mueca de desesperación, intentó caminar por encima
de las cosas, pero terminó trastabillando. Cayó sobre el sillón
desfondado y con él se volteó el candelabro y las velas se apagaron.
Mientras trataba de orientarse, Lotman experimentó, como a menudo les
ocurría a los protagonistas de sus cuentos, la más pura desesperación.
Estaba a oscuras, nerviosísimo, y no encontraba la salida. Sacudió las
manos con violencia tratando de apartar telas de araña, pero éstas
quedaban adheridas a sus dedos y a su cara. Terminó gritando, pero el
eco de su propio grito tuvo el efecto de asustarlo más aún.
Quién sabe cuánto tiempo le llevó dar con la escalera y con la puerta.
Cuando al fin llegó a la salida, chorreando transpiración, temblando de
miedo, atinó a cerrar con llave la puerta que conducía al sótano. Pero su
nerviosismo no le permitía acertar en la cerradura.
Corrió entonces hasta cada uno de los interruptores y encendió a
manotazos todas las luces. Basta de "clima inquietante" para inspirarse
en los cuentos, se dijo. Estaba visto que en la vida real él toleraba
muchísimo menos que alguno de sus personajes capaces de explorar
catacumbas en un cementerio.
Cuando por fin llegó al acogedor estudio donde escribía, se echó a llorar
como un chico.
Una gran taza de café hizo el milagro de reconfortarlo. Se sentó ante la
computadora y escribió el cuento de un tirón.
Un muerto sin cabeza salía del cementerio en una espantosa noche de
tormenta. Había "despertado" de su muerte gracias a una profecía que
le permitía llevar a cabo la deseada venganza pensada en los últimos
instantes de su agonía: asesinar, cortándole la cabeza, a la
descendencia, al hijo de quien había sido su asesino: su propio
hermano.
Cuando el escritor puso el punto final a su cuento sintió el alivio típico de
esos casos. Se dejó resbalar unos centímetros en el sillón, apoyó la
cabeza en el respaldo y cerró los ojos. Ya había escrito el cuento que se
había propuesto hacer. Dedicaría el día siguiente a pasear y a
encontrarse con algún amigo a tomar un café.
Sin embargo, de pronto tuvo un extraño presentimiento...
Era una estupidez, una fantasía casi infantil, la tontería más absurda que
pudiera pensarse... Estaba seguro de que había alguien detrás de él.
Cobardía o desesperación, no se animaba a abrir los ojos y volverse
para mirar. Todavía con los ojos cerrados, llegó a pensar que en
realidad no necesitaba darse vuelta: delante tenía una ventana cuyo
vidrio, con esa noche cerrada, funcionaba como un espejo perfecto.
Pensó con terror que, si había alguien detrás de él, lo vería no bien
abriera los ojos.
Demoró una eternidad en abrirlos. Cuando lo hizo, en cierta forma vio lo
que esperaba, aunque hubo un instante durante el cual se dijo que no
podía ser cierto. Pero era indiscutible: "eso" que estaba reflejado en el
vidrio de la ventana, lo que estaba detrás de él, era un hombre sin
cabeza. Y lo que tenía en la mano era un largo y filoso cuchillo...
FIN
Aparición
[Cuento - Texto completo.]
Guy de Maupassant
Se hablaba de secuestros a raíz de un reciente proceso. Era al
final de una velada íntima en la rue de Grenelle, en una casa antigua, y
cada cual tenía su historia, una historia que afirmaba que era verdadera.
Entonces el viejo marqués de la Tour-Samuel, de ochenta y dos
años, se levantó y se apoyó en la chimenea. Dijo, con voz un tanto
temblorosa:
Yo también sé algo extraño, tan extraño que ha sido la obsesión
de toda mi vida. Hace ahora cincuenta y seis años que me ocurrió esta
aventura, y no pasa ni un mes sin que la reviva en sueños. De aquel día
me ha quedado una marca, una huella de miedo, ¿entienden? Sí, sufrí
un horrible temor durante diez minutos, de una forma tal que desde
entonces una especie de terror constante ha quedado para siempre en
mi alma. Los ruidos inesperados me hacen sobresaltar hasta lo más
profundo; los objetos que distingo mal en las sombras de la noche me
producen un deseo loco de huir. Por las noches tengo miedo.
¡Oh!, nunca hubiera confesado esto antes de llegar a la edad que
tengo ahora. En estos momentos puedo contarlo todo. Cuando se tienen
ochenta y dos años está permitido no ser valiente ante los peligros
imaginarios. Ante los peligros verdaderos jamás he retrocedido, señoras.
Esta historia alteró de tal modo mi espíritu, me trastornó de una
forma tan profunda, tan misteriosa, tan horrible, que jamás hasta ahora
la he contado. La he guardado en el fondo más íntimo de mí, en ese
fondo donde uno guarda los secretos penosos, los secretos
vergonzosos, todas las debilidades inconfesables que tenemos en
nuestra existencia.
Les contaré la aventura tal como ocurrió, sin intentar explicarla.
Por supuesto es explicable, a menos que yo haya sufrido una hora de
locura. Pero no, no estuve loco, y les daré la prueba. Imaginen lo que
quieran. He aquí los hechos desnudos.
Fue en 1827, en el mes de julio. Yo estaba de guarnición en
Ruán.
Un día, mientras paseaba por el muelle, encontré a un hombre
que creí reconocer sin recordar exactamente quién era. Hice
instintivamente un movimiento para detenerme. El desconocido captó el
gesto, me miró y se me echó a los brazos.
Era un amigo de juventud al que había querido mucho. Hacía
cinco años que no lo veía, y desde entonces parecía haber envejecido
medio siglo. Tenía el pelo completamente blanco; y caminaba
encorvado, como agotado. Comprendió mi sorpresa y me contó su vida.
Una terrible desgracia lo había destrozado.
Se había enamorado locamente de una joven, y se había casado
con ella en una especie de éxtasis de felicidad. Tras un año de una
felicidad sobrehumana y de una pasión inagotada, ella había muerto
repentinamente de una enfermedad cardíaca, muerta por su propio
amor, sin duda.
Él había abandonado su casa de campo el mismo día del entierro,
y había acudido a vivir a su casa en Ruán. Ahora vivía allí, solitario y
desesperado, carcomido por el dolor, tan miserable que sólo pensaba en
el suicidio.
-Puesto que te he encontrado de este modo -me dijo-, me atrevo
a pedirte que me hagas un gran servicio: ir a buscar a mi casa de
campo, al secreter de mi habitación, de nuestra habitación, unos papeles
que necesito urgentemente. No puedo encargarle esta misión a un
subalterno o a un empleado porque es precisa una impenetrable
discreción y un silencio absoluto. En cuanto a mí, por nada del mundo
volvería a entrar en aquella casa.
»Te daré la llave de esa habitación, que yo mismo cerré al irme, y
la llave de mi secreter. Además le entregarás una nota mía a mi
jardinero que te abrirá la casa.
»Pero ven a desayunar conmigo mañana, y hablaremos de todo
eso.
Le prometí hacerle aquel sencillo servicio. No era más que un
paseo para mí, su casa de campo se hallaba a unas cinco leguas de
Ruán. No era más que una hora a caballo.
A las diez de la mañana siguiente estaba en su casa.
Desayunamos juntos, pero no pronunció ni veinte palabras. Me pidió que
lo disculpara; el pensamiento de la visita que iba a efectuar yo en
aquella habitación, donde yacía su felicidad, lo trastornaba, me dijo. Me
pareció en efecto singularmente agitado, preocupado, como si en su
alma se hubiera librado un misterioso combate.
Finalmente me explicó con exactitud lo que tenía que hacer. Era
muy sencillo. Debía tomar dos paquetes de cartas y un fajo de papeles
cerrados en el primer cajón de la derecha del mueble del que tenía la
llave. Añadió:
-No necesito suplicarte que no los mires.
Me sentí casi herido por aquellas palabras, y se lo dije un tanto
vivamente. Balbuceó:
-Perdóname, sufro demasiado.
Y se echó a llorar.
Me marché una hora más tarde para cumplir mi misión.
Hacía un tiempo radiante, y avancé al trote largo por los prados,
escuchando el canto de las alondras y el rítmico sonido de mi sable
contra mi bota.
Luego entré en el bosque y puse mi caballo al paso. Las ramas
de los árboles me acariciaban el rostro, y a veces atrapaba una hoja con
los dientes y la masticaba ávidamente, en una de estas alegrías de vivir
que nos llenan, no se sabe por qué, de una felicidad tumultuosa y como
inalcanzable, una especie de embriaguez de fuerza.
Al acercarme a la casa busqué en el bolsillo la carta que llevaba
para el jardinero, y me di cuenta con sorpresa de que estaba lacrada.
Aquello me irritó de tal modo que estuve a punto de volver sobre mis
pasos sin cumplir mi encargo. Luego pensé que con aquello mostraría
una sensibilidad de mal gusto. Mi amigo había podido cerrar la carta sin
darse cuenta de ello, turbado como estaba.
La casa parecía llevar veinte años abandonada. La barrera,
abierta y podrida, se mantenía en pie nadie sabía cómo. La hierba
llenaba los caminos; no se distinguían los arriates del césped.
Al ruido que hice golpeando con el pie un postigo, un viejo salió
por una puerta lateral y pareció estupefacto de verme. Salté al suelo y le
entregué la carta. La leyó, volvió a leerla, le dio la vuelta, me estudió de
arriba abajo, se metió el papel en el bolsillo y dijo:
-¡Y bien! ¿Qué es lo que desea?
Respondí bruscamente:
-Usted debería de saberlo, ya que ha recibido dentro de ese
sobre las órdenes de su amo; quiero entrar en la casa.
Pareció aterrado. Declaró:
-Entonces, ¿piensa entrar en… en su habitación?
Empecé a impacientarme.
-¡Por Dios! ¿Acaso tiene usted intención de interrogarme?
Balbuceó:
-No…, señor…, pero es que… es que no se ha abierto desde…
desde… la muerte. Si quiere esperarme cinco minutos, iré… iré a ver
si…
Lo interrumpí colérico.
-¡Ah! Vamos, ¿se está burlando de mí? Usted no puede entrar,
porque aquí está la llave.
No supo qué decir.
-Entonces, señor, le indicaré el camino.
-Señáleme la escalera y déjeme sólo. Sabré encontrarla sin
usted.
-Pero…. señor… sin embargo…
Esta vez me irrité realmente.
-Está bien, cállese, ¿quiere? 0 se las verá conmigo.
Lo aparté violentamente y entré en la casa.
Atravesé primero la cocina, luego dos pequeñas habitaciones que
ocupaba aquel hombre con su mujer. Franqueé un gran vestíbulo, subí
la escalera, y reconocí la puerta indicada por mi amigo.
La abrí sin problemas y entré.
El apartamento estaba tan a oscuras que al principio no distinguí
nada. Me detuve, impresionado por aquel olor mohoso y húmedo de las
habitaciones vacías y cerradas, las habitaciones muertas. Luego, poco a
poco, mis ojos se acostumbraron a la oscuridad, y vi claramente una
gran pieza en desorden, con una cama sin sábanas, pero con sus
colchones y sus almohadas, de las que una mostraba la profunda huella
de un codo o de una cabeza, como si alguien acabara de apoyarse en
ella.
Las sillas aparecían en desorden. Observé que una puerta, sin
duda la de un armario, estaba entreabierta.
Me dirigí primero a la ventana para dar entrada a la luz del día y
la abrí; pero los hierros de las contraventanas estaban tan oxidados que
no pude hacerlos ceder.
Intenté incluso forzarlos con mi sable, sin conseguirlo. Irritado
ante aquellos esfuerzos inútiles, y puesto que mis ojos se habían
acostumbrado al final perfectamente a las sombras, renuncié a la
esperanza de conseguir más luz y me dirigí al secreter.
Me senté en un sillón, corrí la tapa, abrí el cajón indicado. Estaba
lleno a rebosar. No necesitaba más que tres paquetes, que sabía cómo
reconocer, y me puse a buscarlos.
Intentaba descifrar con los ojos muy abiertos lo escrito en los
distintos fajos, cuando creí escuchar, o más bien sentir, un roce a mis
espaldas. No le presté atención, pensando que una corriente de aire
había agitado alguna tela. Pero, al cabo de un minuto, otro movimiento,
casi indistinto, hizo que un pequeño estremecimiento desagradable
recorriera mi piel. Todo aquello era tan estúpido que ni siquiera quise
volverme, por pudor hacia mí mismo. Acababa de descubrir el segundo
de los fajos que necesitaba y tenía ya entre mis manos el tercero cuando
un profundo y penoso suspiro, lanzado contra mi espalda, me hizo dar
un salto alocado a dos metros de allí. Me volví en mi movimiento, con la
mano en la empuñadura de mi sable, y ciertamente, si no lo hubiera
sentido a mi lado, hubiera huido de allí como un cobarde.
Una mujer alta vestida de blanco me contemplaba, de pie detrás
del sillón donde yo había estado sentado un segundo antes.
¡Mis miembros sufrieron una sacudida tal que estuve a punto de
caer de espaldas! ¡Oh! Nadie puede comprender, a menos que los haya
experimentado, estos espantosos y estúpidos terrores. El alma se
hunde; no se siente el corazón; todo el cuerpo se vuelve blando como
una esponja, cabría decir que todo el interior de uno se desmorona.
No creo en los fantasmas; sin embargo, desfallecí bajo el horrible
temor a los muertos, y sufrí, ¡oh!, sufrí en unos instantes más que en
todo el resto de mi vida, bajo la irresistible angustia de los terrores
sobrenaturales.
¡Si ella no hubiera hablado, probablemente ahora estaría muerto!
Pero habló; habló con una voz dulce y dolorosa que hacía vibrar los
nervios. No me atreveré a decir que recuperé el dominio de mí mismo y
que la razón volvió a mí. No. Estaba tan extraviado que no sabía lo que
hacía; pero aquella especie de fiereza íntima que hay en mí, un poco del
orgullo de mi oficio también, me hacían mantener, casi pese a mí mismo,
una actitud honorable. Fingí ante mí, y ante ella sin duda, ante ella, fuera
quien fuese, mujer o espectro. Me di cuenta de todo aquello más tarde,
porque les aseguro que, en el instante de la aparición, no pensé en
nada. Tenía miedo.
-¡Oh, señor! -me dijo-. ¡Puede hacerme un gran servicio!
Quise responderle, pero me fue imposible pronunciar una palabra.
Un ruido vago brotó de mi garganta.
-¿Quiere? -insistió-. Puede salvarme, curarme. Sufro atrozmente.
Sufro, ¡oh, sí, sufro!
Y se sentó suavemente en mi sillón. Me miraba.
-¿Quiere?
Afirmé con la cabeza incapaz de hallar todavía mi voz.
Entonces ella me tendió un peine de carey y murmuró:
-Péineme, ¡oh!, péineme; eso me curará; es preciso que me
peinen. Mire mi cabeza… Cómo sufro; ¡cuanto me duelen los cabellos!
Sus cabellos sueltos, muy largos, muy negros, me parecieron,
colgaban por encima del respaldo del sillón y llegaban hasta el suelo.
¿Por qué hice aquello? ¿Por qué recibí con un estremecimiento
aquel peine, y por qué tomé en mis manos sus largos cabellos que
dieron a mi piel una sensación de frío atroz, como si hubiera manejado
serpientes? No lo sé.
Esta sensación permaneció en mis dedos, y me estremezco
cuando pienso en ella.
La peiné. Manejé no sé cómo aquella cabellera de hielo. La
retorcí, la anudé y la desanudé; la trencé como se trenza la crin de un
caballo. Ella suspiraba, inclinaba la cabeza, parecía feliz.
De pronto me dijo «¡Gracias!», me arrancó el peine las manos y
huyó por la puerta que había observado que estaba entreabierta.
Ya solo, sufrí durante unos segundos ese trastorno de
desconcierto que se produce al despertar después de una pesadilla.
Luego recuperé finalmente los sentidos; corrí a la ventana y rompí las
contraventanas con un furioso golpe.
Entró un chorro de luz diurna. Corrí hacia la puerta por donde ella
se había ido. La hallé cerrada e infranqueable.
Entonces me invadió una fiebre de huida, un pánico, el verdadero
pánico de las batallas. Cogí bruscamente los tres paquetes de cartas del
abierto secreter; atravesé corriendo el apartamento, salté los peldaños
de la escalera de cuatro en cuatro, me hallé fuera no sé por dónde, y, al
ver a mi caballo a diez pasos de mí, lo monté de un salto y partí al
galope.
No me detuve más que en Ruán, delante de mi alojamiento. Tras
arrojar la brida a mi ordenanza, me refugié en mi habitación, donde me
encerré para reflexionar.
Entonces, durante una hora, me pregunté ansiosamente si no
habría sido juguete de una alucinación. Ciertamente, había sufrido una
de aquellas incomprensibles sacudidas nerviosas, uno de aquellos
trastornos del cerebro que dan nacimiento a los milagros y a los que
debe su poder lo sobrenatural.
E iba ya a creer en una visión, en un error de mis sentidos,
cuando me acerqué a la ventana. Mis ojos, por azar, descendieron sobre
mi pecho. ¡La chaqueta de mi uniforme estaba llena de largos cabellos
femeninos que se habían enredado en los botones!
Los cogí uno por uno y los arrojé fuera por la ventana con un
temblor de los dedos.
Luego llamé a mi ordenanza. Me sentía demasiado emocionado,
demasiado trastornado para ir aquel mismo día a casa de mi amigo.
Además, deseaba reflexionar a fondo lo que debía decirle.
Le hice llevar las cartas, de las que extendió un recibo al soldado.
Se informó sobre mí. El soldado le dijo que no me encontraba bien, que
había sufrido una ligera insolación, no sé qué. Pareció inquieto.
Fui a su casa a la mañana siguiente, poco después de amanecer,
dispuesto a contarle la verdad. Había salido el día anterior por la noche y
no había vuelto.
Volví aquel mismo día, y no había vuelto. Aguardé una semana.
No reapareció. Entonces previne a la justicia. Se le hizo buscar por
todas partes, sin descubrir la más mínima huella de su paso o de su
destino.
Se efectuó una visita minuciosa a la casa de campo abandonada.
No se descubrió nada sospechoso allí.
Ningún indicio reveló que hubiera alguna mujer oculta en aquel
lugar.
La investigación no llegó a ningún resultado, y las pesquisas
fueron abandonadas.
Y, tras cincuenta y seis años, no he conseguido averiguar nada.
No sé nada más.

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7. secuencia-para-septimo 2021

  • 1. ÁREA: Lengua y Literatura GRADO: 6° y 7° SECUENCIA: Textos ficcionales: Cuentos de terror PLANIFICACIÓN ÁULICA: “Historias que ponen la piel de gallina” Fundamentación Esta secuencia didáctica es una propuesta para desarrollar las prácticas de enseñanza y aprendizaje en el aula, esto es, funcionar como un organizador que le permita al docente ayudar a sus alumnos a integrar diversos contenidos de los 4 ejes del área. El propósito fundamental es que su propuesta de enseñanza resulte un todo coherente en el que la lengua sea considerada un cuerpo complejo y las prácticas de lectura y escritura como genuinas instancias de comprensióny producción de sentido. Según Pitluk “Las secuencias didácticas permiten realizar propuestas con continuidad y diferentes niveles de acercamiento al objeto de aprendizaje”. Es decir, no implica necesariamente plantear actividades con complejidad creciente sino también posibilita reiterarlas en los casos que se considere necesario para revisar lo ya hecho en otro momento, pero desde otra mirada. Esto es, adoptar una modalidad organizativa que permita promover en el alumno el desarrollo de las cuatro habilidades básicas (hablar, escuchar, leer y escribir) de modo espiralado, pautada mediante una secuencia estructurada a modo de sistema que pone en relación equilibrada la lectura y la escritura, la oralidad y la escucha, la mediación docente y la resolución autónoma, etc. Propósito: -Propiciar la participación en asiduas y variadas situaciones de lectura, relectura y conversación sobre cuentos de terror con el propósito de profundizar la comprensión lectora. -Promover situaciones de escritura a partir de experiencias vividas y de las lecturas realizadas con el fin de crear una antología de terror. Objetivos: -Participar en experiencias de lectura, relectura e intercambio oral sobre historias de terror. -Producir textos escritos de terror a partir de experiencias vividas y de las lecturas realizadas. -Armar una antología con las producciones realizadas.
  • 2. Recuerdos que ponen la piel de gallina. Primer momento Observación de un cortometraje o fragmentos de películas de terror. A partir de lo observado el docente indagará oralmente a los chicos: ¿Habían visto películas de terror? ¿Les dio miedo lo que vieron? ¿Por qué les dio miedo? ¿Se les puso la piel de gallina? ¿Qué significa esta expresión? Luego se les solicitará que recuerden alguna experiencia vivida donde se les haya puesto la piel de gallina, que les haya hecho temblar de miedo. Se los invitará a relatar brevemente dicha vivencia, teniendo en cuenta que el propósito final es generar el miedo en sus compañeros. Segundo momento El docente colocará el título en la pizarra “El hombre sin cabeza” y mediante preguntas orales generará la anticipación lectora: ¿Qué les sugiere el título? ¿A qué les recuerda? ¿De qué puede tratar la historia? ¿Les da miedo el título? Lectura en voz alta (por parte del docente) del cuento . Los alumnos continuarán la lectura silenciosa en sus copias individuales .Es importante que el docente genere el clima de lectura, que realice un juego con las voces del relato, con distintas entonaciones, pausas, etc., a fin de lograr un verdadero impacto en los chicos. - El docente indaga la comprensión general del texto mediante preguntas como, por ejemplo: ¿Cómo aparece el miedo en el relato? ¿Quiénes tiene miedo? ¿Por qué creen ustedes que el personaje del escritos no había bajado al sótano? ¿Qué explicación hay de los hechos atemorizantes?, etc. Algunas preguntas que pueden sumarse para trabajar la comprensión lectora son: a) En el primer párrafo se narra la historia de un escritor que escribía relatos de terror ¿Qué relación tiene este inicio con lo que sucede en el cuento? b) ¿Qué información hay acerca de cómo debe contarse una historia de miedo? ¿Por qué creen que aparece esto? c) ¿Qué relaciones hay entre lo que le pasa a Luis Lotman mientras escribe y la historia que se narra en el cuento que leemos? d) ¿Qué sucede cuando termina de escribir la historia del muerto sin cabeza?7 Los chicos deberán responder por escrito en sus cuadernos y luego socializar
  • 3. Tercer momento Papeles borradores. Se propone una escritura colectiva en la que el docente escribe al dictado del alumno ante la siguiente consigna: a partir de la comparación de los tres textos que hemos trabajado en la sesión: el audiovisual, las narraciones orales y el cuento leído, pensemos en ¿Cuáles son los elementos que generan miedo a lo largo de los tres textos y por qué producen esa sensación? ¿Cómo son los escenarios/ambientes en los que ocurren los hechos extraños? ¿Cómo son los personajes que producen y sienten miedo? ¿Cuáles son las situaciones que quedan sin resolver y por qué? El docente registra las respuestas organizando la información en un cuadro como el siguiente: Elementos que Personajes que Personajes que Situaciones sin generan miedo y producen y sienten sienten miedo resolver por qué producen miedo esa sensación Fragmentos de películas o cortometraje. Relatos sobre vivencias que generaron miedo Cuento El hombre sin cabeza Para finalizar se solicitará a los estudiantes que copien el cuadro en sus carpetas.
  • 4. Miedos que inquietan Primer momento Lectura en voz alta (por parte del docente) del cuento “Aparición”. Los alumnos continuarán la lectura silenciosa en sus copias individuales. Es importante que el docente genere el clima de lectura, que realice un juego con las voces del relato, con distintas entonaciones, pausas, etc., a fin de lograr un verdadero impacto en los chicos. Segundo momento - El docente indaga la comprensión general del texto mediante preguntas como, por ejemplo: ¿Cómo aparece el miedo en el relato? ¿Quiénes tienen miedo? ¿Por qué creen ustedes que el personaje del marqués relata la historia que lo atemoriza? ¿Qué explicación hay de los hechos atemorizantes?, etc. . El docente debe orientar a los chicos para que adviertan cuáles son los elementos comunes que tiene este relato con los que ya se han trabajado. De este modo se puede ampliar el cuadro completado en la primera clase agregando una fila para el cuento “Apariciones”. Cada cual cuenta su historia Primer momento Los alumnos y el docente retoman el cuadro confeccionado en las clases anteriores a partir de la lectura de los cuentos Aparición y el hombre sin cabeza para la realización de una producción escrita individual. Segundo momento El docente propone a los estudiantes contar sus propias historias de miedo a partir de la siguiente consigna de escritura: En el relato de “Aparición” el marqués de La Tour- Samuel cuenta su historia pero el narrador aclara que cada uno de los que estaban presentes en esa velada tenían su propia historia. Imaginen que son uno de los invitados a la velada en la calle Grenelle y relaten una historia extraña y que les haya dejado una sensación de miedo permanente. Para ello se establecen algunas pautas de producción:
  • 5. • El relato deberá ser en primera persona. • Tener en cuenta la elaboración de un marco para la narración. La idea es que escriban ese relato como si fueran los protagonistas, además deberán tener en cuenta las características que han sido escritas en el papel afiche, con el trabajo hecho previamente. Tercer momento Lectura colectiva de las producciones escritas. Es importante trabajar con los chicos la noción de proceso de escritura ya que ellos están frente a un primer borrador que atravesará diferentes etapas de corrección. . El tiempo de nuestra historia. Primer momento Relectura del cuento “Aparición” por parte de los alumnos en sus copias individuales . El docente propone que en dicha relectura los chicos busquen pistas, datos, elementos que den muestra de la época en la que ocurre el relato y tomen nota de los mismos en sus carpetas, por ejemplo “Era en 1827, en el mes de julio”, “tardaría una hora a caballo”. Al finalizar la tarea harán una puesta en común. Segundo momento Para ampliar la información sobre la época que deberán contextualizar la historia se sugiere la búsqueda de datos en relación a las características propias del siglo XIX navegando en algunas páginas de internet: http://es.wikipedia.org/wiki/Siglo_XIX http://es.wikipedia.org/wiki/Impresionismo Los estudiantes deberán tomar nota de la información obtenida ya que la misma serà incorporada al borrador del relato individual sobre miedos. Tercer momento Los alumnos intercambiarán sus borradores a fin de recibir los aportes de sus compañeros.
  • 6. Para ello cada uno leerá un texto y tendrá en cuenta: los datos del afiche y la información sobre el siglo XIX, más lo trabajado hasta el momento, a fin de ajustar la ficción al marco temporal. También en esta primera corrección puede surgir la necesidad de ampliar, reformular, reducir e incluso sustituir algún fragmento del texto. Se sugiere empleara una guía de corrección para el alumno que facilitela tarea docente, que brinde autonomía al alumno y que organice la dinámica de la clase. Algunas preguntas posibles para la guía son: • ¿El cuento logra provocar el efecto de miedo? Si no es así, ¿Qué situaciones/objetos/elementos le agregarías para que esto ocurra? • ¿La acción se desarrolla en el siglo XIX? ¿Cómo te das cuenta? En caso de que no puedas identificar el tiempo, ¿qué agregarías para clarificarlo? • Para entender las acciones de la historia, ¿falta alguna información que consideres importante? ¿La sucesión de acciones es coherente? En caso de no serla ¿dónde está la incoherencia? ¿Cómo la corregirías? • ¿Mantiene durante todo el relato la primera persona narrativa? ¿El narrador y los personajes hablan como propios de la época en que transcurre la historia? • Observa si cuando el narrador hace hablar a sus personajes utiliza raya de diálogo o comilla, agrégalas si hace falta. Los alumnos hacen las sugerencias al final del texto y devuelven el borrador a su compañero. Cada autor se reencuentra con su texto y realiza las correcciones a partir de las sugerencias. Es importante la conservación de los borradores para que los estudiantes puedan ver el proceso de sus propias escrituras. Otra vuelta de tuerca. Primer momento Proponemos iniciar con una socialización de lecturas que propicie la participación del grupo clase y que evidencie la variedad de narraciones realizadas. Se debe generar un diálogo sobre el trabajo autónomo que hicieron los chicos con la guía: ¿Cómo resultó
  • 7. el trabajo: sencillo o complejo? ¿Por qué? ¿Cómo en la relectura se puede observar la presencia/ausencia de información que da orden/desorden al relato? ¿Cómo enriquece la producción el trabajo con un par? Segundo momento Al hacer las lecturas en voz alta los alumnos habrán sentido, seguramente, que todavía quedan cosas por corregir. Es necesario explicitar la necesidad de “afinar la mirada” sobre las narraciones a fin de corregir aspectos propios de la cohesión, que hacen a la superficie textual, tales como: sinonimia, repetición, elipsis, etc. Para llevar adelante esa tarea y pensando que es importante que los alumnos puedan volver a mirar sus escritos, sentirse autores de sus textos, se hará una guía de preguntas a tener en cuenta para hacer una nueva correcciónde sus producciones: La cocina de los textos: a- Observa si las acciones principales aparecen conectadas en el tiempo y en el espacio. b- Afina la mirada sobre el texto y determina si hay fragmentos u oraciones en que debas realizar cambios, ya sea porque la frase es poco clara, porque repites palabras o porque falta algo. Prueba resolver ese problema buscando un sinónimo o una frase que pueda reemplazar sin cambiar el sentido; cambia de lugar algunas palabras para que la oración resulte más clara y sencilla, elimina algún dato que no sea relevante o que ya esté escrito. c- ¿Aparecen conectores o frases conectivas? Si es necesario agrega algunos que sean de causa consecuencia, temporales, espaciales u otros. Tercer momento El docente solicitará que uno de sus alumnos le dicte su producción. Luego le pide que explicite los cambios que realizó en el texto y el docente los irá haciendo en la pizarra. Finalmente, los compañeros podrán hacer aportes al texto final. Este es el momento donde se hará explicito el uso de los recursos de cohesión que se han empleado para arribar al texto final y generar así la reflexión metalingüística.
  • 8. Seguramente se harán evidente los errores de ortografía y puntuación, por ello se explicará que se llevará las producciones para observar en ellas estos dos aspectos y hacer las marcas correspondientes a través de un código de corrección para que los alumnos, de modo autónomo, corrijan el borrador final en la próxima clase. Una antología de terror Primer momento El docente entrega los escritos a sus alumnos con las marcas o código de corrección, explicitando que deberán releer el texto completo para poder corregir. Es esencial el acompañamiento y monitoreo por parte del docente durante esta tarea. Segundo momento El docente propone a los chicos reunir todos los cuentos para producir una antología, lo que requerirá llevar adelante una serie de pasos: a) Se propone a los alumnos que visiten la biblioteca para poder hacer una exploración de diversas antologías. Se pueden organizar varios grupos que exploren cada uno diferentes antologías. El propósito es que los chicos puedan reconocer cómo está organizado el material. Luego el docente hará una puesta en común y en un papel afiche tomará nota detallada de la estructura de la antología y los paratextos que la componen. Tercer momento El docente propondrá a los alumnos producir en forma conjunta la introducción. Para ello recordará a los chicos la consigna de producción de las clases : En el relato de “Aparición” el narrador dice que cada uno de los que estaban presentes en esa velada tenían su propia historia. Imaginen que son uno de los invitados a la velada en la calle Grenelle y relaten una historia extraña y que les haya dejado una sensación de miedo permanente. El propósito de esto es rescatar la idea de que sus relatos fueron productos de un contexto. Los alumnos releerán el primer y segundo párrafo del cuento y recuperarán esa voz narrativa que presenta los relatos ya que, con esa voz, en primera persona, deberán escribir la introducción de la antología.
  • 9. Una vez finalizado el texto colectivo cada uno de los chicos copia la introducción en sucarpeta. . Una antología de terror II Primer momento El docente retomará la información de los afiches sobre las antologías. Como ya tienen la introducción, será necesario ahora confeccionar el índice. Ya que el docente ha leído todas las producciones de sus alumnos podrá sugerir y poner en discusión cómo agrupar los textos, por ejemplo: De brujas y demonios, De espantos yaparecidos, De transformaciones, Urbanos y rurales, entre otros. Producirán así el índice con una escritura colectiva. Segundo momento Puede resultar interesante agregar imágenes a la antología. Cada alumno agrega una imagen ilustrativa de su producción. Tercer momento Por último, se colocará un título para la Antología en forma conjunta. La docente puede escribir un prologo donde destaque el trabajo de todos los alumnos Dada la modalidad de trabajo planteada, la evaluación debe acompañar todo el proceso de trabajo. Para ello se harán evaluaciones , por ejemplo, planillas de seguimiento , listas de cotejo, rubricas que permitan registrar el desempeño oral, la comprensión lectora, el proceso de escritura con todas las habilidades que el alumno pone en juego a lo largo de la secuencia. Además, se puede considerar como insumo para la evaluación el producto final: la antología colectiva.
  • 10. EL HOMBRE SIN CABEZA (RICARDO MARIÑO) El hombre, el escritor, solía trabajar hasta muy avanzada la noche. Inmerso en el clima inquietante de sus propias fantasías escribía cuentos de terror. La vieja casona de aspecto fantasmal en la que vivía le inspiraba historias en las que inocentes personas, distraídas en sus quehaceres, de pronto conocían el horror de enfrentar lo sobrenatural. Los cuentos de terror suelen tener dos protagonistas: uno que es víctima y testigo, y otro que encarna el mal. El "malo" puede ser un muerto que regresa a la vida, un fantasma capaz de apoderarse de la mente de un pobre mortal, alguna criatura de otro mundo que trata de ocupar un cuerpo que no es el suyo, un hechicero con poderes diabólicos... Un escritor sentado en su sillón, frente a una computadora, a medianoche, en un enorme caserón que sólo él habita, se parece bastante a las indefensas personas que de pronto se ven envueltas en esas situaciones de horror. Absorto en su trabajo, de espaldas a la gran sala de techos altos, con muebles sombríos y una lúgubre iluminación, bien podría resultar él también una de esas víctimas que no advierten a su atacante sino hasta un segundo antes de la fatalidad. El cuento que aquella noche intentaba crear Luis Lotman, que así se llamaba el escritor, trataba sobre un muerto que, al cumplirse cien años de su fallecimiento, regresaba a la antigua casa donde había vivido o, mejor dicho, donde lo habían asesinado. El muerto regresaba con un cometido: vengarse de quien lo había matado. ¿Cómo podía vengarse de quien también estaba muerto? El muerto del cuento se iba a vengar de un descendiente de su asesino. Para dotar al cuento de detalles realistas, al escritor se le ocurrió describir su propia casa. Tomó un cuaderno, apagó las luces y recorrió el caserón llevando unas velas encendidas. Quería experimentar las
  • 11. impresiones del personaje-víctima, ver con sus ojos, percibir e inquietarse como él. Los detalles precisos dan a los cuentos cierto efecto de verosimilitud: una historia increíble puede parecer verdad debido a la lógica atinada de los eslabones con que se va armando y a los vívidos detalles que crean el escenario en que ocurre. La casa del escritor era un antiquísimo caserón heredado de un tío — hermano de su padre— muerto de un modo macabro hacía muchos años. Los parientes más viejos no se ponían de acuerdo en cómo había ocurrido el crimen, pero coincidían en un detalle: el cuerpo había sido encontrado en el sótano, sin la cabeza. De chico, el escritor había escuchado esa historia decenas de veces. Muchas noches de su infancia las había pasado despierto, aterrorizado, atento a los insignificantes ruidos de la casa. Sin duda, esa remota impresión influyó en el oficio que Lotman terminó adoptando de adulto. Proyectada por la luz de las velas, la sombra de Lotman reflejada en las altas paredes parecía un monstruo informe que se moviera al lento compás de una danza fantasmal. Cuando Lotman se acercaba a las velas, su sombra se agrandaba ocupando la pared y el techo; cuando se alejaba unos centímetros, su silueta se proyectaba en la pared... sin la cabeza. Ese detalle lo sobrecogió. ¿Cómo podía aparecer su sombra sin la cabeza? Tardó un instante en darse cuenta de que sólo se trataba de un efecto de la proyección de la sombra: su cuerpo aparecía en la pared y la cabeza en el techo, pero la primera impresión era la de un cuerpo sin cabeza. Anotó en su cuaderno ese incidente, que le pareció interesante: el protagonista camina alumbrándose con velas y, como algo premonitorio, observa que en su sombra falta la cabeza. El personaje no se asusta, es sólo un hecho curioso. No se asusta porque él desconoce que en minutos su destino tendrá relación con un hombre sin cabeza. Y no se asusta —pensó Lotman—, porque así se asustará más al lector. Terminó de anotar esa idea, cerró el cuaderno y decidió bajar al sótano.
  • 12. Los apolillados encastres de la escalera emitían aullidos a cada pie que él apoyaba. En un año de vivir allí sólo una vez se había asomado al sótano, y no había permanecido en él más de dos minutos debido al sofocante olor a humedad, las telas de araña, la cantidad de objetos uniformados por una capa de polvo y la desagradable sensación de encierro que le provocaba el conjunto. Cien veces se había dicho: "Tengo que bajar al sótano a poner orden". Pero jamás lo hacía. Se detuvo en el medio del sótano y alzó el candelabro para distinguir mejor. Enseguida percibió el olor a humedad y decidió regresar a la escalera. Al girar, pateó involuntariamente el pie de un maniquí y, en su afán de tomarlo antes de que cayera, derribó una pila de cajones que le cerraron el paso hacia la escalera. Ahogado, con una mueca de desesperación, intentó caminar por encima de las cosas, pero terminó trastabillando. Cayó sobre el sillón desfondado y con él se volteó el candelabro y las velas se apagaron. Mientras trataba de orientarse, Lotman experimentó, como a menudo les ocurría a los protagonistas de sus cuentos, la más pura desesperación. Estaba a oscuras, nerviosísimo, y no encontraba la salida. Sacudió las manos con violencia tratando de apartar telas de araña, pero éstas quedaban adheridas a sus dedos y a su cara. Terminó gritando, pero el eco de su propio grito tuvo el efecto de asustarlo más aún. Quién sabe cuánto tiempo le llevó dar con la escalera y con la puerta. Cuando al fin llegó a la salida, chorreando transpiración, temblando de miedo, atinó a cerrar con llave la puerta que conducía al sótano. Pero su nerviosismo no le permitía acertar en la cerradura. Corrió entonces hasta cada uno de los interruptores y encendió a manotazos todas las luces. Basta de "clima inquietante" para inspirarse en los cuentos, se dijo. Estaba visto que en la vida real él toleraba muchísimo menos que alguno de sus personajes capaces de explorar catacumbas en un cementerio. Cuando por fin llegó al acogedor estudio donde escribía, se echó a llorar como un chico. Una gran taza de café hizo el milagro de reconfortarlo. Se sentó ante la computadora y escribió el cuento de un tirón.
  • 13. Un muerto sin cabeza salía del cementerio en una espantosa noche de tormenta. Había "despertado" de su muerte gracias a una profecía que le permitía llevar a cabo la deseada venganza pensada en los últimos instantes de su agonía: asesinar, cortándole la cabeza, a la descendencia, al hijo de quien había sido su asesino: su propio hermano. Cuando el escritor puso el punto final a su cuento sintió el alivio típico de esos casos. Se dejó resbalar unos centímetros en el sillón, apoyó la cabeza en el respaldo y cerró los ojos. Ya había escrito el cuento que se había propuesto hacer. Dedicaría el día siguiente a pasear y a encontrarse con algún amigo a tomar un café. Sin embargo, de pronto tuvo un extraño presentimiento... Era una estupidez, una fantasía casi infantil, la tontería más absurda que pudiera pensarse... Estaba seguro de que había alguien detrás de él. Cobardía o desesperación, no se animaba a abrir los ojos y volverse para mirar. Todavía con los ojos cerrados, llegó a pensar que en realidad no necesitaba darse vuelta: delante tenía una ventana cuyo vidrio, con esa noche cerrada, funcionaba como un espejo perfecto. Pensó con terror que, si había alguien detrás de él, lo vería no bien abriera los ojos. Demoró una eternidad en abrirlos. Cuando lo hizo, en cierta forma vio lo que esperaba, aunque hubo un instante durante el cual se dijo que no podía ser cierto. Pero era indiscutible: "eso" que estaba reflejado en el vidrio de la ventana, lo que estaba detrás de él, era un hombre sin cabeza. Y lo que tenía en la mano era un largo y filoso cuchillo... FIN
  • 14. Aparición [Cuento - Texto completo.] Guy de Maupassant Se hablaba de secuestros a raíz de un reciente proceso. Era al final de una velada íntima en la rue de Grenelle, en una casa antigua, y cada cual tenía su historia, una historia que afirmaba que era verdadera. Entonces el viejo marqués de la Tour-Samuel, de ochenta y dos años, se levantó y se apoyó en la chimenea. Dijo, con voz un tanto temblorosa: Yo también sé algo extraño, tan extraño que ha sido la obsesión de toda mi vida. Hace ahora cincuenta y seis años que me ocurrió esta aventura, y no pasa ni un mes sin que la reviva en sueños. De aquel día me ha quedado una marca, una huella de miedo, ¿entienden? Sí, sufrí un horrible temor durante diez minutos, de una forma tal que desde entonces una especie de terror constante ha quedado para siempre en mi alma. Los ruidos inesperados me hacen sobresaltar hasta lo más profundo; los objetos que distingo mal en las sombras de la noche me producen un deseo loco de huir. Por las noches tengo miedo. ¡Oh!, nunca hubiera confesado esto antes de llegar a la edad que tengo ahora. En estos momentos puedo contarlo todo. Cuando se tienen ochenta y dos años está permitido no ser valiente ante los peligros imaginarios. Ante los peligros verdaderos jamás he retrocedido, señoras. Esta historia alteró de tal modo mi espíritu, me trastornó de una forma tan profunda, tan misteriosa, tan horrible, que jamás hasta ahora la he contado. La he guardado en el fondo más íntimo de mí, en ese fondo donde uno guarda los secretos penosos, los secretos vergonzosos, todas las debilidades inconfesables que tenemos en nuestra existencia. Les contaré la aventura tal como ocurrió, sin intentar explicarla. Por supuesto es explicable, a menos que yo haya sufrido una hora de locura. Pero no, no estuve loco, y les daré la prueba. Imaginen lo que quieran. He aquí los hechos desnudos. Fue en 1827, en el mes de julio. Yo estaba de guarnición en Ruán. Un día, mientras paseaba por el muelle, encontré a un hombre que creí reconocer sin recordar exactamente quién era. Hice instintivamente un movimiento para detenerme. El desconocido captó el gesto, me miró y se me echó a los brazos. Era un amigo de juventud al que había querido mucho. Hacía
  • 15. cinco años que no lo veía, y desde entonces parecía haber envejecido medio siglo. Tenía el pelo completamente blanco; y caminaba encorvado, como agotado. Comprendió mi sorpresa y me contó su vida. Una terrible desgracia lo había destrozado. Se había enamorado locamente de una joven, y se había casado con ella en una especie de éxtasis de felicidad. Tras un año de una felicidad sobrehumana y de una pasión inagotada, ella había muerto repentinamente de una enfermedad cardíaca, muerta por su propio amor, sin duda. Él había abandonado su casa de campo el mismo día del entierro, y había acudido a vivir a su casa en Ruán. Ahora vivía allí, solitario y desesperado, carcomido por el dolor, tan miserable que sólo pensaba en el suicidio. -Puesto que te he encontrado de este modo -me dijo-, me atrevo a pedirte que me hagas un gran servicio: ir a buscar a mi casa de campo, al secreter de mi habitación, de nuestra habitación, unos papeles que necesito urgentemente. No puedo encargarle esta misión a un subalterno o a un empleado porque es precisa una impenetrable discreción y un silencio absoluto. En cuanto a mí, por nada del mundo volvería a entrar en aquella casa. »Te daré la llave de esa habitación, que yo mismo cerré al irme, y la llave de mi secreter. Además le entregarás una nota mía a mi jardinero que te abrirá la casa. »Pero ven a desayunar conmigo mañana, y hablaremos de todo eso. Le prometí hacerle aquel sencillo servicio. No era más que un paseo para mí, su casa de campo se hallaba a unas cinco leguas de Ruán. No era más que una hora a caballo. A las diez de la mañana siguiente estaba en su casa. Desayunamos juntos, pero no pronunció ni veinte palabras. Me pidió que lo disculpara; el pensamiento de la visita que iba a efectuar yo en aquella habitación, donde yacía su felicidad, lo trastornaba, me dijo. Me pareció en efecto singularmente agitado, preocupado, como si en su alma se hubiera librado un misterioso combate. Finalmente me explicó con exactitud lo que tenía que hacer. Era muy sencillo. Debía tomar dos paquetes de cartas y un fajo de papeles cerrados en el primer cajón de la derecha del mueble del que tenía la llave. Añadió: -No necesito suplicarte que no los mires. Me sentí casi herido por aquellas palabras, y se lo dije un tanto vivamente. Balbuceó:
  • 16. -Perdóname, sufro demasiado. Y se echó a llorar. Me marché una hora más tarde para cumplir mi misión. Hacía un tiempo radiante, y avancé al trote largo por los prados, escuchando el canto de las alondras y el rítmico sonido de mi sable contra mi bota. Luego entré en el bosque y puse mi caballo al paso. Las ramas de los árboles me acariciaban el rostro, y a veces atrapaba una hoja con los dientes y la masticaba ávidamente, en una de estas alegrías de vivir que nos llenan, no se sabe por qué, de una felicidad tumultuosa y como inalcanzable, una especie de embriaguez de fuerza. Al acercarme a la casa busqué en el bolsillo la carta que llevaba para el jardinero, y me di cuenta con sorpresa de que estaba lacrada. Aquello me irritó de tal modo que estuve a punto de volver sobre mis pasos sin cumplir mi encargo. Luego pensé que con aquello mostraría una sensibilidad de mal gusto. Mi amigo había podido cerrar la carta sin darse cuenta de ello, turbado como estaba. La casa parecía llevar veinte años abandonada. La barrera, abierta y podrida, se mantenía en pie nadie sabía cómo. La hierba llenaba los caminos; no se distinguían los arriates del césped. Al ruido que hice golpeando con el pie un postigo, un viejo salió por una puerta lateral y pareció estupefacto de verme. Salté al suelo y le entregué la carta. La leyó, volvió a leerla, le dio la vuelta, me estudió de arriba abajo, se metió el papel en el bolsillo y dijo: -¡Y bien! ¿Qué es lo que desea? Respondí bruscamente: -Usted debería de saberlo, ya que ha recibido dentro de ese sobre las órdenes de su amo; quiero entrar en la casa. Pareció aterrado. Declaró: -Entonces, ¿piensa entrar en… en su habitación? Empecé a impacientarme. -¡Por Dios! ¿Acaso tiene usted intención de interrogarme? Balbuceó: -No…, señor…, pero es que… es que no se ha abierto desde… desde… la muerte. Si quiere esperarme cinco minutos, iré… iré a ver si… Lo interrumpí colérico. -¡Ah! Vamos, ¿se está burlando de mí? Usted no puede entrar, porque aquí está la llave. No supo qué decir. -Entonces, señor, le indicaré el camino.
  • 17. -Señáleme la escalera y déjeme sólo. Sabré encontrarla sin usted. -Pero…. señor… sin embargo… Esta vez me irrité realmente. -Está bien, cállese, ¿quiere? 0 se las verá conmigo. Lo aparté violentamente y entré en la casa. Atravesé primero la cocina, luego dos pequeñas habitaciones que ocupaba aquel hombre con su mujer. Franqueé un gran vestíbulo, subí la escalera, y reconocí la puerta indicada por mi amigo. La abrí sin problemas y entré. El apartamento estaba tan a oscuras que al principio no distinguí nada. Me detuve, impresionado por aquel olor mohoso y húmedo de las habitaciones vacías y cerradas, las habitaciones muertas. Luego, poco a poco, mis ojos se acostumbraron a la oscuridad, y vi claramente una gran pieza en desorden, con una cama sin sábanas, pero con sus colchones y sus almohadas, de las que una mostraba la profunda huella de un codo o de una cabeza, como si alguien acabara de apoyarse en ella. Las sillas aparecían en desorden. Observé que una puerta, sin duda la de un armario, estaba entreabierta. Me dirigí primero a la ventana para dar entrada a la luz del día y la abrí; pero los hierros de las contraventanas estaban tan oxidados que no pude hacerlos ceder. Intenté incluso forzarlos con mi sable, sin conseguirlo. Irritado ante aquellos esfuerzos inútiles, y puesto que mis ojos se habían acostumbrado al final perfectamente a las sombras, renuncié a la esperanza de conseguir más luz y me dirigí al secreter. Me senté en un sillón, corrí la tapa, abrí el cajón indicado. Estaba lleno a rebosar. No necesitaba más que tres paquetes, que sabía cómo reconocer, y me puse a buscarlos. Intentaba descifrar con los ojos muy abiertos lo escrito en los distintos fajos, cuando creí escuchar, o más bien sentir, un roce a mis espaldas. No le presté atención, pensando que una corriente de aire había agitado alguna tela. Pero, al cabo de un minuto, otro movimiento, casi indistinto, hizo que un pequeño estremecimiento desagradable recorriera mi piel. Todo aquello era tan estúpido que ni siquiera quise volverme, por pudor hacia mí mismo. Acababa de descubrir el segundo de los fajos que necesitaba y tenía ya entre mis manos el tercero cuando un profundo y penoso suspiro, lanzado contra mi espalda, me hizo dar un salto alocado a dos metros de allí. Me volví en mi movimiento, con la mano en la empuñadura de mi sable, y ciertamente, si no lo hubiera
  • 18. sentido a mi lado, hubiera huido de allí como un cobarde. Una mujer alta vestida de blanco me contemplaba, de pie detrás del sillón donde yo había estado sentado un segundo antes. ¡Mis miembros sufrieron una sacudida tal que estuve a punto de caer de espaldas! ¡Oh! Nadie puede comprender, a menos que los haya experimentado, estos espantosos y estúpidos terrores. El alma se hunde; no se siente el corazón; todo el cuerpo se vuelve blando como una esponja, cabría decir que todo el interior de uno se desmorona. No creo en los fantasmas; sin embargo, desfallecí bajo el horrible temor a los muertos, y sufrí, ¡oh!, sufrí en unos instantes más que en todo el resto de mi vida, bajo la irresistible angustia de los terrores sobrenaturales. ¡Si ella no hubiera hablado, probablemente ahora estaría muerto! Pero habló; habló con una voz dulce y dolorosa que hacía vibrar los nervios. No me atreveré a decir que recuperé el dominio de mí mismo y que la razón volvió a mí. No. Estaba tan extraviado que no sabía lo que hacía; pero aquella especie de fiereza íntima que hay en mí, un poco del orgullo de mi oficio también, me hacían mantener, casi pese a mí mismo, una actitud honorable. Fingí ante mí, y ante ella sin duda, ante ella, fuera quien fuese, mujer o espectro. Me di cuenta de todo aquello más tarde, porque les aseguro que, en el instante de la aparición, no pensé en nada. Tenía miedo. -¡Oh, señor! -me dijo-. ¡Puede hacerme un gran servicio! Quise responderle, pero me fue imposible pronunciar una palabra. Un ruido vago brotó de mi garganta. -¿Quiere? -insistió-. Puede salvarme, curarme. Sufro atrozmente. Sufro, ¡oh, sí, sufro! Y se sentó suavemente en mi sillón. Me miraba. -¿Quiere? Afirmé con la cabeza incapaz de hallar todavía mi voz. Entonces ella me tendió un peine de carey y murmuró: -Péineme, ¡oh!, péineme; eso me curará; es preciso que me peinen. Mire mi cabeza… Cómo sufro; ¡cuanto me duelen los cabellos! Sus cabellos sueltos, muy largos, muy negros, me parecieron, colgaban por encima del respaldo del sillón y llegaban hasta el suelo. ¿Por qué hice aquello? ¿Por qué recibí con un estremecimiento aquel peine, y por qué tomé en mis manos sus largos cabellos que dieron a mi piel una sensación de frío atroz, como si hubiera manejado serpientes? No lo sé. Esta sensación permaneció en mis dedos, y me estremezco cuando pienso en ella.
  • 19. La peiné. Manejé no sé cómo aquella cabellera de hielo. La retorcí, la anudé y la desanudé; la trencé como se trenza la crin de un caballo. Ella suspiraba, inclinaba la cabeza, parecía feliz. De pronto me dijo «¡Gracias!», me arrancó el peine las manos y huyó por la puerta que había observado que estaba entreabierta. Ya solo, sufrí durante unos segundos ese trastorno de desconcierto que se produce al despertar después de una pesadilla. Luego recuperé finalmente los sentidos; corrí a la ventana y rompí las contraventanas con un furioso golpe. Entró un chorro de luz diurna. Corrí hacia la puerta por donde ella se había ido. La hallé cerrada e infranqueable. Entonces me invadió una fiebre de huida, un pánico, el verdadero pánico de las batallas. Cogí bruscamente los tres paquetes de cartas del abierto secreter; atravesé corriendo el apartamento, salté los peldaños de la escalera de cuatro en cuatro, me hallé fuera no sé por dónde, y, al ver a mi caballo a diez pasos de mí, lo monté de un salto y partí al galope. No me detuve más que en Ruán, delante de mi alojamiento. Tras arrojar la brida a mi ordenanza, me refugié en mi habitación, donde me encerré para reflexionar. Entonces, durante una hora, me pregunté ansiosamente si no habría sido juguete de una alucinación. Ciertamente, había sufrido una de aquellas incomprensibles sacudidas nerviosas, uno de aquellos trastornos del cerebro que dan nacimiento a los milagros y a los que debe su poder lo sobrenatural. E iba ya a creer en una visión, en un error de mis sentidos, cuando me acerqué a la ventana. Mis ojos, por azar, descendieron sobre mi pecho. ¡La chaqueta de mi uniforme estaba llena de largos cabellos femeninos que se habían enredado en los botones! Los cogí uno por uno y los arrojé fuera por la ventana con un temblor de los dedos. Luego llamé a mi ordenanza. Me sentía demasiado emocionado, demasiado trastornado para ir aquel mismo día a casa de mi amigo. Además, deseaba reflexionar a fondo lo que debía decirle. Le hice llevar las cartas, de las que extendió un recibo al soldado. Se informó sobre mí. El soldado le dijo que no me encontraba bien, que había sufrido una ligera insolación, no sé qué. Pareció inquieto. Fui a su casa a la mañana siguiente, poco después de amanecer, dispuesto a contarle la verdad. Había salido el día anterior por la noche y no había vuelto. Volví aquel mismo día, y no había vuelto. Aguardé una semana.
  • 20. No reapareció. Entonces previne a la justicia. Se le hizo buscar por todas partes, sin descubrir la más mínima huella de su paso o de su destino. Se efectuó una visita minuciosa a la casa de campo abandonada. No se descubrió nada sospechoso allí. Ningún indicio reveló que hubiera alguna mujer oculta en aquel lugar. La investigación no llegó a ningún resultado, y las pesquisas fueron abandonadas. Y, tras cincuenta y seis años, no he conseguido averiguar nada. No sé nada más.