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Cuando el agua allegada…
Un bulevar repleto de árboles, con pies de hierba, y secundado de matas poco alzadas por su
tallo bajo, ramificaba esencias, aromas y algún que otro canturreo. Donde los colores pigmentaban un
mural para que la frescura presumiera de acuarelas. Cuando había agua, todo quedaba mancomunado
alrededor de una floresta poblada y frondosa, desde su aposento. Allí yacían, haciendo reunión el buen
gusto y el agrado, y hasta los pájaros tarareaban al compás de los botes y brincos con que la chiquillería
inmaculada peregrinaba. De la mano tan solo del aire. Trina que trina hasta instituir una composición
completamente melodiosa, compaginando necesidad de vida. La misma penuria era nativa sin estorbo
de una felicidad desbandada casi nunca extraña, tan solo modestamente recibida. Para proveer del
conocimiento ecléctico que permitiera interactuar con la sabia naturaleza. A favor de sus haberes y
utilidades pero sin soliviantarla. Los abusos se meditaban entre trazos verduzcos, bermejos y rubios:
compromiso de volver a colorear.
Cuando el agua se atesoraba con pudor, se avistaban canastas de mimbre castaño planeando
por irregulares callejuelas, sin paso medianero con los pardos andurriales. Desinencia femenina del
trabajo ignorado, e inexplorado en muestras de gratitud, correspondencia y gratificación. Haciendo
tragaleguas de ida y vuelta con la cabeza erguida, enarbolando con pericia coladas recién aseadas,
límpidas, exentas de grosería. Atendiendo al tiempo con fervor su yaya condición, de lo que se
desprendían esporas valiosas desde aquel cargante cesto y desde la dedicatoria hacendosa a un
quehacer casto.
Cuando el agua allegada…,también existían almas queno se limpiaban.
Cuando el agua se recogía, se acumulaban recuerdos que hoy nos llegan plagados de sabiduría,
de conciencia desaprovechada. Se curtió la vitalidad de nuestros recientes mayores, quienes
acompañaban a sus antecesores a ritmo de cotidiana brega. Para que cada escena fuera fiel al
costumbrismo más reposado, empapado y finalmente absorbido. Para que al presente entendamos que
algunas vicisitudes que han cambiado no lo deberían haber hecho nunca, porque han quedado
maltrechas y desecas de identidad.
Cuando el agua allegada…,también existían actos discriminatorioscuya herencia ha sido maquillada.
Cuando el agua brotaba, todo lo único prendía. Conducida para el arraigo de progenitores y
vástagos. Las acequias se mostraban hartas de un tráfico de emociones con líquido estremecimiento. El
aprovisionamiento de jugo fluido para esquejes, tubérculos o bulbos, mientras quedaba despejado el
herbazal. El sentimiento de saberse acaudalado estaba restringido a un caudal dosificado, muy
influenciado por la quebradura en forma de surcos que aparecían en la arrugada haza tras peinarla, con
toda su fornitura cíclica y acompasada. Desenredando el misterio de labranza. Los trazos púrpura
terminaban apareciendo,defendiendo la grandeza que es sabersede verdad.
Cuando el agua allegada…,también existían avaros mezquinos dispuestos a poseer más y más.
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Cuando el agua purificaba,las huertas representaban un punto de reencuentro itinerante, pero
habitual antes y después de su apogeo, de popular cortesanía. La compañía acémila proveía al caballero
sedente de un reposo sospechoso, de falsa tregua hasta el siguiente oficio. Cargados con frutos
maduros, dulces, exuberantes, y del resto de la verdulería. Cuya finalidad pretendía completar un
enajenado placer alimenticio, remachando una métrica que se hacía rimar entre el hambre y la
raigambre alrededor de un fuego abrigado con trébedes, sartenes y peroles. Del que se ha dado cuenta
tras industrializar todo egoísmo y materialismo.
Cuando el agua allegada…, también existían culturas y cultivos parecidos, sin embargo un ahínco de
lucros eintereses entre lugareños rotundamente distintos.
Sábado,12 de agosto de 2017
Félix Sánchez
Un ciudadano más.