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Lectura 1 guardiola vs. mourinho la confrontación de dos filosofías
1. 12 de mayo de 2012
GUARDIOLA VS. MOURINHO: LA CONFRONTACION DE DOS FILOSOFIAS
Por Juan Carlos Eichholz
“En cuatro años me he desgastado, me he vacia-
do y necesito llenarme... Tengo que recuperarme
y alejarme.”
Ser entrenador de fútbol de equipos de alta com-
petición es de esos desafíos profesionales difíciles
de sobrellevar, o de sobrevivir. No se trata, ob-
viamente, del exceso de horas trabajadas, pero sí
de la falta de horas de sueño. Y es que las presio-
nes son gigantescas: dirigentes, jugadores, hin-
chas, auspiciadores, familia –y varias voces den-
tro de cada uno de estos grupos–, que están
permanentemente susurrándole al oído o ha-
blándole al subconsciente del entrenador.
Que Josep (“Pep”) Guardiola haya dicho que es-
taba desgastado y que por eso debía renunciar
resulta, por lo mismo, perfectamente atendible.
Pero que hubiese dicho que se había vaciado y
que necesitaba alejarse para llenarse… eso ya es
algo que va más allá.
¿Vacío de qué? Mal que mal, en cuatro años al
frente del Barcelona lo ganó todo, transformán-
dose en el entrenador más exitoso en la historia
del club, con 13 títulos a su haber –que serán 14
si en dos semanas más vence al Athletic de Bielsa
en la final de la Copa del Rey–, es decir, más de
tres por temporada, en promedio. Estamos ha-
blando, por lo tanto, de uno de los mejores equi-
pos de fútbol en la historia de este deporte, y ba-
se de la selección española campeona del mundo.
¿Se imagina usted a José Mourinho diciendo que
está vacío y que no puede seguir entrenando?
¡Imposible! Y es que la declaración de Guardiola
denota un grado de humildad que sería impensa-
ble en el histriónico entrenador del Real Madrid.
Pep no está vacío ni de triunfos, ni de orgullo, ni
de reconocimiento ni de afecto. Está vacío de
sentido, lisa y llanamente. Como alguna vez dijo
Steve Jobs: “Me miro en el espejo cada mañana y
me pregunto: ‘si hoy fuera el último día de mi vi-
da, ¿querría hacer lo que voy a hacer hoy?’ Y cada
vez que la respuesta ha sido ‘no’ por muchos días
seguidos, sé que necesito cambiar algo.” Guardio-
la tuvo la valentía de reconocer eso en sí mismo y
decidió dar un paso que muy pocos están dis-
puestos a dar, un paso que implica muchas pérdi-
das, en especial para el ego. En su cabeza el dile-
ma era claro: ¿cómo motivar a otros si uno mis-
mo no está motivado por aquello que hace?
¿Quién contra quién?
Comparar a Guardiola con Mourinho es mucho
más que comparar dos estilos de ver y entender
el fútbol. También es mucho más que comparar
dos personalidades diferentes. Lo que aquí hay,
verdaderamente, son dos filosofías de vida distin-
tas, expresadas en dos formas casi opuestas de
dirigir. Pero no sólo relacionadas con dirigir un
equipo de fútbol, sino cualquier organización, por
grande que sea, incluso un país. Lo que aquí ve-
mos enfrentados, en simple, es el estereotipo de
la autoridad carismática con el estereotipo de la
autoridad formadora.
Ambos entrenadores entienden muy bien que
desempeñan un rol, es decir, que no es cosa de
pararse y dirigir desde lo que espontáneamente
les resulte, sino que deben adoptar una forma de
hacerlo, un modo de posicionarse frente al resto
para definir la relación entre el yo y los otros. Y
Mourinho decidió hacerlo desde ese personaje
grandilocuente, expresivo, intimidante, misterio-
so y disruptivo; desde ese personaje que no acep-
ta las medias tintas, que exige lealtad total –so
pena de pasar a conformar su lista negra–, que
desafía a quien se le ponga por delante, que no
transa con nada ni nadie, que atrae por su ambi-
ción y convicción, y que entiende que el resultado
lo es todo.
Por el contrario, Guardiola decidió hacerlo desde
la otra vereda, desde ese personaje más sencillo,
cercano, afable, centrado y empático, propio de
la autoridad formadora; desde ese personaje que
cree en la conexión con las personas, que está
siempre dispuesto a dar otra oportunidad, que es
duro y acogedor al mismo tiempo, que entiende
que el resultado es fruto de un proceso y que en
ese proceso hay caídas de las que siempre se
puede aprender.
2. ¿De dónde vienen?
Pero claro, nadie es completamente libre para
elegir la forma en que quiere desempeñar su rol.
Y el primer encasillamiento viene dado por la
propia historia de cada quien.
Visto así, no podríamos pasar por alto que Guar-
diola fue jugador y que Mourinho no lo fue. No es
que haya sido un mal futbolista que luego tuvo
que repensarse como entrenador, sino que nunca
pensó si quiera en serlo. Hijo de un entrenador
portugués, desde pequeño acompañó a su padre
en aquella labor, para luego estudiar educación
física, aprobar un curso de dirección técnica de la
UEFA y comenzar un largo periplo que en poco
más de una década lo llevaría desde entrenador
de una escuela secundaria hasta asumir, por fin,
la dirección de un equipo profesional, el Benfica
de Portugal, en el año 2000.
Guardiola, por el contrario, ingresó a las divisio-
nes inferiores del Barcelona a los 13 años, para
debutar en el equipo profesional a los 19, nada
menos que de la mano del legendario Johan
Cruyff. Con el tiempo llegaría a ser capitán de ese
equipo que, a comienzos de los 90, se transformó
en todo un ícono a nivel mundial. Al dejar el Bar-
celona en 2001, se había convertido en el jugador
del club con más campeonatos de liga a su haber
(seis), además de haber sido por años selecciona-
do español. Pero su alejamiento sólo le duró has-
ta el 2007, cuando, luego de haber dejado de ju-
gar, fue invitado a dirigir el Barcelona B, al que en
su primera temporada a cargo ascendió de terce-
ra a segunda división. Sin más experiencia que
ésa, en la temporada siguiente sería designado
como entrenador del equipo de primera división,
dando inicio a las páginas más memorables en la
historia futbolística del club.
Mientras Mourinho nunca fue parte de un equi-
po, pues siempre estuvo, desde pequeño, en el
lado de quien dirige, Guardiola creció siendo par-
te de un equipo. Y este detalle revela mucho de la
forma que uno y otro tienen de encarar el rol de
director técnico.
¿Qué los mueve?
Pero el asunto es más profundo, claro está. Y es
que las motivaciones internas de estos dos exito-
sos entrenadores parecen ser muy distintas. Aun-
que todos los seres humanos tenemos una mez-
cla de diferentes fuerzas que nos mueven a hacer
lo que hacemos, siempre hay unas que destacan
por sobre otras.
En el caso de Mourinho, el poder y el reconoci-
miento parecen estar en la parte alta de su propia
tabla de posiciones. De ahí que sus pasos por el
Benfica, el Oporto, el Chelsea, el Inter de Milan y
el propio Real Madrid, junto con los muchos títu-
los logrados, hayan estado siempre marcados por
los conflictos de poder con jugadores, directivos o
incluso propietarios, invariablemente revestidos
de declaraciones ácidas y polémicas. Al fin y al
cabo, el desafío es demostrar quién pesa más.
Para Guardiola, el gran motor es la trascendencia,
pero la colectica más que la personal. Tal como le
dijo a sus jugadores antes de disputar el Cam-
peonato Mundial de Clubes frente a Estudiantes
de la Plata en 2009: “Si perdemos, continuaremos
siendo el mejor equipo del mundo. Si ganamos,
seremos eternos.” Y no sólo ganaron entonces,
sino que siguieron ganando, hasta que para
Guardiola se hizo cada vez más evidente el vacío
del que habló al anunciar su retiro. Estar al frente
de un grupo que ya había alcanzado la eternidad
dejaba de tener sentido para alguien que busca la
trascendencia. Lo que naturalmente tendría que
venir ahora es un período de reflexión para re-
descubrir el significado de trascender a la luz de
lo ya alcanzado.
No así para Mourinho, porque en la carrera por
ganar poder y reconocimiento no hay tiempo que
perder. A él se aplica perfectamente bien la céle-
bre frase del ex premier italiano Giulio Andreotti:
“El poder desgasta sólo a quien no lo posee.”
¿Por qué en el Barcelona y en el Real Madrid?
¿Habría puesto usted como entrenador del Barce-
lona a alguien que nunca había dirigido a un
equipo de primera división, ni siquiera de segun-
da? Poco probable, y definitivamente no si su
nombre fuese Florentino Pérez, presidente del
Real Madrid. Pero Joan Laporta se arriesgó, y lo
mismo hizo ahora quien lo sucedió como Presi-
dente, Sandro Rosell, al nombrar en el cargo a Ti-
to Vilanova, el desconocido técnico asistente de
Guardiola.
3. Como el propio Rosell señaló, “La idea era man-
tener la continuidad. Es la filosofía del Barcelona;
criar a los técnicos dentro de la casa. Los jugado-
res son de aquí, se crían aquí y los técnicos igual.”
Desde hace al menos una década que el Real Ma-
drid y el Barcelona han ido tomando y reafirman-
do rumbos diferentes en su estrategia deportiva
y, lo que es más profundo, en su propia cultura
organizacional. Efectismo, marketing, discrecio-
nalidad, personalismo, estrellas, cortoplacismo,
entre otras, son palabras que le asientan más al
primero. Paciencia, formación, desarrollo, trabajo
colectivo, largo plazo, entre otras, son expresio-
nes que le asientan más al segundo. Incluso el es-
tilo de juego de uno y otro equipo –muy disitintos
entre sí, por cierto– son un reflejo de lo mismo.
Difícil sería, por lo tanto, que Mourinho entrena-
se alguna vez al Barcelona o que Guardiola hicie-
se lo propio con el Real Madrid.
¿Cómo mueven a otros?
Las declaraciones de cada uno al asumir sus car-
gos en los dos más grandes equipos del fútbol
mundial son elocuentes. “En mi diccionario no
existe la palabra miedo y no quiero que figure en
el de mis jugadores”, dijo Mourinho. “Perdonaré
que no acierten, pero no que no se esfuercen”,
fueron las palabras de Guardiola.
El portugués, como toda autoridad carismática,
se para desde el pedestal, desde la posición de
quien tiene el dominio absoluto, de quien todo lo
sabe y lo controla. Y mueve a su gente desde la
presión que ejerce quien se cree poseedor de la
verdad y desde el magnetismo que genera quien
se sabe ganador. “Un club debe vivir alrededor y
a partir de las ideas del entrenador. La organiza-
ción está supeditada a las ideas del entrenador.”
En otras palabras, en su mente todo aquel que no
está con él está en contra de él. Y no debería sor-
prender, entonces, la adopción de medidas ex-
tremas, propias de quien infunde temor a otros
desde el poder que ostenta, como el amordaza-
miento de todos los jugadores y departamentos
del club cuando aparecen voces disidentes a su
gestión, acompañado de las correspondientes re-
presalias a los desafiantes.
El catalán, a la hora de mover a su gente, no lo
hace desde sí, sino desde ellos, intentando prime-
ro entenderlos para luego tocar las fibras que los
activen. “Los entrenadores siempre nos habían
dicho que ‘para mí todos sois iguales’, y es la
mentira mayor que existe en el deporte. No todos
son iguales, ni todos tienen que ser tratados
igual.” Como autoridad formadora, su foco siem-
pre ha estado en ayudar a cada uno de los suyos
a desplegar todo su potencial, y es por eso que
las derrotas, antes que ser motivo de reprimenda
y ofrecer una ocasión para ponerse por encima
de quien ha fallado, las ha usado como el mejor
de los antídotos para progresar. “Lo que te hace
crecer es la derrota, el error.” Y no es que Guar-
diola no sea duro cuando tiene que serlo, pero lo
hace desde lo que le sirve al otro para aprender,
no desde lo que le sirve a él para imponer su pa-
recer.
¿Qué queda después?
Estamos hablando de dos entrenadores altamen-
te exitosos, con filosofías distintas, pero exitosos.
Estamos hablando de dos personas que son cons-
cientes del rol que desempeñan y también de lo
que quieren lograr.
Nadie podría decir que Mourinho no ha sido efec-
tivo en obtener lo que se ha propuesto, y pocos
se resistirían a querer tenerlo en su propio equi-
po. Pero la pregunta que habría que hacerse es
qué queda después, cuál es su legado.
En el fútbol es difícil pensar en el largo plazo. Lo
que vale es el resultado del fin de semana, de ca-
da partido que se juega. Y en ese escenario los
Mourinho de este mundo funcionan bien, porque
lo suyo no es lo que queda, sino lo que se logra
mientras estén. Otra cosa es cuando se tiene en
mente lo que viene después, porque ahí los Mou-
rinho, que juegan para sí, se quedan cortos. Ese
es el escenario para los Guardiola.
Es quizás por esto que Bielsa dijo respecto del ca-
talán algo que difícilmente diría respecto de su
colega portugués: “Es una decisión personal que,
obviamente, no me corresponde interpretarla,
pero su pérdida es mayúscula, porque su presen-
cia le dio brillo a este deporte. Lo que ha hecho es
inolvidable.”