1. IMPRESIONISMO
En la segunda mitad del S XIX la Academia deja de monopolizar el juicio crítico sobre el
arte y por tanto de regir los gustos. Los burgueses, potenciales clientes, habrán de recurrir a las
galerías de arte y a los marchantes para valorar este arte innovador. Con respecto a la difusión y
discusión de las nuevas corrientes, otras instituciones reemplazarán a la Academia: los talleres y
los cafés.
En un sentido amplio, la palabra “impresión” se utilizaba para hablar del efecto visual que
recibía el artista al contemplar el tema de su pintura. Para los académicos era sinónimo de
boceto, es decir, de paso previo al cuadro terminado, que, como apunta Guillermo Solana, sólo
se consideraba perfecto, como un crimen, cuando se habían borrado las huellas de su
ejecución. Esa acepción le confirieron los críticos al designar al designar peyorativamente a esta
corriente como “impresionismo”, aludiendo a la falta de respeto que para ellos implicaba la
exhibición de un boceto, y al nombre que el francés Claude Monet había dado a una de las
obras expuestas en la Muestra Colectiva de 1874: Impresión, sol naciente. Basados en las
últimas investigaciones sobre la percepción visual, los impresionistas consideraban que el color
y la forma de los objetos estaban determinados por la incidencia de la luz en ellos, y por eso la
realidad no es estable sino que depende, por ejemplo, de la hora del día en que se la observe.
Considerando la parte activa que corresponde al sujeto en la captación del objeto, emplearon la
técnica de la mezcla óptica, a través de pinceladas sueltas. Esas pinceladas son las que les
permiten trabajar rápido, como un fotógrafo, para aprehender el instante lumínico, como sucede
en las series de Monet, entre las que se destaca La catedral de Rouen, cuya arquitectura
recortada parece venir del encuadre de una cámara fotográfica. Monet hizo cincuenta versiones
de esta obra, que abarcan desde el amanecer hasta el atardecer, y que difieren en el efecto
lumínico percibido y transmitido por el artista a distintas horas del día. Por eso éstas llevan como
nombre “Efecto de luz matutina”, “Primer sol”, “A pleno sol”, etc. En sus trabajos al aire libre, el
pintor llegaba a cambiar de lienzo cada diez o quince minutos.
4. En el caso del francés Edgar Degas, la captación del instante dinámico en los
movimientos congelados de sus figuras femeninas (Mujer peinándose), esconde tras
su apariencia espontánea un estudio cuidadoso de la composición basado en
bocetos previos. Sus Bailarinas, generalmente escenas de ensayo, suelen trasmitir
un efecto de impresión casual a través de recursos deliberados como la elevación del
punto de vista (como una foto tomada desde un palco), el desplazamiento de las
figuras hacia los lados o el encuadre arbitrario que deja afuera parte del tema, la
inestable presencia de las diagonales, etc. En su búsqueda de sinceridad visual, los
impresionistas rechazaron artificios tradicionales de la pintura como los contornos,
que no existen en la realidad, y el empleo del negro en las sombras, para las que
utilizarán el color complementario, es decir el que se obtiene de la combinación de
los otros dos colores primarios. El acento en la técnica desplaza la preocupación por
los temas, que se concentran en lo cotidiano, especialmente en escenas urbanas al
aire libre, más adecuadas para experimentar con el reflejo de la luz natural en las
distintas superficies. Esto implica una nueva subversión de los valores académicos,
ya que deshecha los géneros considerados superiores (historia, religión, mitología,
alegoría) en favor de los “inferiores” (escenas cotidianas, retratos, paisajes y
bodegones).
7. La obra del francés Edouard Manet está determinada por su ambigua lealtad a la
tradición académica y su afán de experimentación. Buscaba el reconocimiento y el éxito
económico y sin embargo, su obra más conocida fue el polémico cuadro Almuerzo
sobre la hierba, excluido del salón y expuesto en el “Salón de los Rechazados” de 1863.
El tema escandalizó a la sensibilidad de la época, ofendida por la combinación de
mujeres desnudas y hombres vestidos, aunque en el Louvre se exhibía El Concierto del
renacentista veneciano Giorgione, con un motivo similar. La diferencia entre esta obra y
su lejano antecedente radica en el tratamiento: en el cuadro de Giorgione, la integración
de las figuras entre sí y con el paisaje es total. En el “Almuerzo sobre la hierba” de
Manet, el desnudo femenino es un objeto, un pretexto para estudiar la incidencia de la
luz en las diferentes texturas, para contrastar su figura pálida y carente de modelado con
los trajes negros de los hombres: cualquier elemento puede ser combinado para producir
un efecto estético. La pose de la modelo desnuda, con el rostro vuelto hacia el
espectador, reclama la atención de éste como si su desnudez en este contexto de
parisienses conversando en el parque fuera algo corriente. En realidad, el único
personaje integrado al paisaje es la muchacha que se inclina al fondo, mientras que las
tres figuras del primer plano parecen recortadas, a posteriori, lo cual explicaría la
naturalidad de la postura de la modelo desnuda, que habría posado en un taller. Pese a
la presencia de elementos conservadores (uno es el triángulo que componen la modelo
desnuda, el hermano del pintor, la joven del fondo y el escultor y cuñado de Manet que
adelanta su índice flexionado para que se pose en él el pájaro que sobrevuela la escena;
otro es el tradicional bodegón en la esquina inferior izquierda), esta obra tiene un
carácter típicamente impresionista: lo importante no es la anécdota sino el tratamiento.
10. Esta última característica del impresionismo, que echa por tierra la jerarquización
académica de los temas pictóricos, es la que permite a las mujeres ejecutar sus cuadros
sobre el único ámbito en el que pueden moverse con libertad: la esfera privada y
doméstica. La imposibilidad de las impresionistas de concurrir a los cafés fue
compensada con relaciones familiares o amistosas con los pintores de esa corriente (la
francesa Berthe Morisot era cuñada de Manet, la norteamericana Mary Cassat era
amiga de Degas). Tanto Psique, de Morisot, como Madre e hija, de Cassat relacionan a
la mujer con el espejo, asociación inexistente en retratos masculinos pero frecuente en
los de mujeres, y por tanto tendiente a asimilar la vanidad como condición femenina. El
cuadro de Morisot, cuyo título es un juego de palabras que se refiere a la vez a la heroína
mitológica griega y al gran espejo movible denominado en francés “psyche”, se trata de la
espontánea autoexploración de una adolescente. El de Cassat, en cambio, señala la
auto-observación como algo inculcado por la madre a su hija.
Como Manet, el francés Pierre Auguste Renoir, combina la innovación artística con
un fuerte peso de la tradición. Sus mujeres, por ejemplo, por momentos recuerdan a las
de Rubens, y sus composiciones tienen algo de las alegres escenas de la pintura Rococó
que el artista solía estampar en porcelanas y abanicos durante su juventud. Una de sus
obras más conocidas, Le Moulin de la Galette, representa un baile parisino frecuentado
por la pequeña burguesía. El dibujo ha desaparecido. La sensación de profundidad
subsiste (las figuras disminuyen de tamaño y se borran en la lejanía) pero los planos se
muestran a la vez distintos y confusos. La luz se distribuye en manchas claras, como el
reflejo del sol en verano pasando a través del follaje de los árboles. Una alegre animación
domina la escena, trasmitiendo el sonido de la música que hace bailar a las parejas, y el
murmullo de la conversación de los jóvenes reunidos.
14. Si bien el Impresionismo es una corriente pictórica, algunas obra
escultóricas de Degas, como El baño, realizadas en cera y fundidas en bronce
luego de la muerte del artista, comparten con la pintura impresionista la temática
trivial, el aspecto inacabado y la captación de un instante concreto. También se
ha vinculado al Impresionismo a las obras del francés Auguste Rodin, cuyas
superficies rugosas multiplican el efecto de la luz, haciendo que sea ésta, en
última instancia, la que determina la forma de la escultura. Esto se aprecia por
ejemplo en El pensador, escultura inspirada en dos obras de Miguel Angel, a
quien Rodin admiraba profundamente. Se trata de la estatua de Lorenzo Médici
de la Capilla Médici de la Iglesia de San Lorenzo en Florencia y de la figura del
Profeta Jeremías de la bóveda de la Capilla Sixtina. Como es frecuente en la
obra de Rodin, la musculatura del pensador no coincide exactamente con la
anatomía humana, lo que implica un efecto expresivo adicional. La colaboración
de su compañera, la francesa Camille Claudel, contribuyó a fortalecer el mito de
producción sobrehumana de Rodin. En efecto, en el busto de Auguste Rodin
esculpido por Claudel, se aprecia un tratamiento y una fuerza expresiva difíciles
de distinguir de los del célebre artista.