José Ignacio Calle, Nathalie Jacobs - eCommerce Day Chile 2024
Investigacion
1. UNIVERSIDAD FERMIN TORO
VICERRECTORADO ACADEMICO
FACULTAD DE CIENCIAS JURIDICAS Y POLITICAS
ESCUELA DEDERECHO
Integrantes:
Nelsimar Marín
V-24353845
Profesor:
María verónica Suarez
Sección:
Derecho SaiaB
Barquisimeto- septiembre- 2015
INVESTIGACION
2. Introducción
La presente investigación se basa en el análisis del Utilitarismo es entendido
como, una concepción de la moral según la cual lo bueno no es sino lo útil,
convirtiéndose, en consecuencia, el principio de utilidad en el principio
fundamental, según el cual juzgar la moralidad de nuestros actos. En pocas
palabras esto quiere decir que las consecuencias positivas deben estar
maximizadas. Estas consecuencias, usualmente, incluyen la felicidad o
satisfacción de las preferencias. A veces el utilitarismo es resumido como “el
máximo bienestar para el mayor numero de personas”. En resumen, el utilitarismo
recomienda emplear métodos que produzcan más felicidad o aumenten la felicidad
en el mundo.
Es el principio de la mayor felicidad como fundamento de la moral, y sostiene que
las acciones son justas en la proporción con que tienden a promover la felicidad; e
injustas en cuanto tienden a producir lo contrario de la felicidad. Se entiende por
felicidad el placer, y la ausencia de dolor; por infelicidad, el dolor y la ausencia de
placer.
El utilitarismo es una doctrina filosófica que sitúa a la utilidad como principio de
la moral. Es un sistema ético teleológico que determina la concepción moral en
base al resultado final.
Una de las éticas filosóficas más importantes del siglo XIX fue el utilitarismo que,
podemos dejar patente, tiene entre sus principios fundamentales lo que se conoce
como bienestar social.
En la doctrina utilitarista se encontrara a los filósofos; A. Smith, R. Malthus y D.
Ricardo, si bien se trata de una doctrina moral y social que halla sus principales
teóricos en J. Bentham, James Mill y J. Stuart Mill. Para estos autores, de lo que
se trata es de convertir la moral en ciencia positiva, capaz de permitir la
transformación social hacia la felicidad colectiva.
3. Utilitarismo
El utilitarismo es una doctrina filosófica que sitúa a la utilidad como principio de
la moral, el principio de utilidad en el principio fundamental, según el cual juzgar la
moralidad de nuestros actos. De este modo, la moralidad de cualquier acción o
ley viene definida por su utilidad para los seres sintientes en conjunto. Utilidad es
una palabra que refiere aquello que es intrínsecamente valioso para cada
individuo.
Origen
Esta forma de filosofía utilitaria surge en Inglaterra a mediados del siglo XIX,
influenciada por el positivismo que se encontraba en boga. Como característica
primera al tener un influjo positivo se identifica la discriminación de la metafísica,
sustituyéndola por la introducción de la ciencia que intervino directamente en
muchos campos, especialmente en el de la ética que es el que ahora nos ocupa.
Jeremías Bentham y John Stuart Mill se posicionan como los principales
exponentes de esta forma de pensamiento, aunque también hubo otros, como
Malthus, David Ricardo y James Mill.
Autores
Es posible encontrar algunos esbozos de la doctrina utilitarista en A. Smith, R.
Malthus y D. Ricardo, si bien se trata de una doctrina moral y social que haya sus
principales teóricos en J. Bentham, James Mill y J. Stuart Mill.
J. Bentham, como hiciera el epicureísmo, estoicismo y Espinosa, considera que
las dos motivaciones básicas, que dirigen o determinan la conducta humana, son
el placer y el dolor, Sólo dichas tendencias constituyen algo real y, por ello,
pueden convertirse en un principio inconmovible de la moralidad: lobueno y
el deber moral han de definirse en relación a lo que produce mayor placer
individual o del mayor número de personas. Decir que un comportamiento
es bueno, significa que produce más placer que dolor. Al margen de esto, según
Bentham, los conceptos morales no son sino entidades ficticias. La felicidad
4. misma no sería sino existencia de placer y ausencia de dolor. Bentham
complementa este postulado básico con la aceptación de los siguientes supuestos
o principios, que constituyen su sistema:
1) que el objeto propio del deseo es el placer y la ausencia de dolor (colocando así
el egoísmo o interés propio como el fundamento del comportamiento moral).
2) que todos los placeres son cualitativamente idénticos y, en consecuencia, su
única diferenciación es cuantitativa (según intensidad, duración, capacidad de
generar otros placeres, pureza –medida en que no contienen dolor–, cantidad de
personas a las que afecta, etc.).
3) los placeres de las distintas personas sonconmensurables entre sí. En otros
términos, si el segundo principio suponía una indiferenciación cualitativa de los
placeres para un mismo individuo, este afirma una indiferenciación
cualitativa interindividual.
El origen de la doctrina utilitarista se encuentra en el debate en que se opuso
durante la mayor parte del siglo XVIII.
Los filósofos del "sentido moral ", el Shaftesbury y el Hutcheson.
Que trata de encontrar un fundamento natural para la motivación moral en la
benevolencia espontánea que otorgamos a otros, su felicidad, y sus críticos, que
se describe como discípulos de Hobbes, en el que, sin embargo, no era utilitarista.
El utilitarismo se reúne a una tradición muy larga de pensamiento que se
evidencia desde la China de Mo-Tseu por ejemplo, y la filosofía griega, con
Aristote y Epicuro, esencialmente. Luego, ofrece la paradoja de ser, con kantismo,
su contemporáneo y rival, siempre tan vivo como hace más de dos siglos: la
Introducción a los principios de moral y de legislación de Bentham data, en efecto,
de 1789 y la Crítica de la razón práctica de 1788. Y, sobre todo, domina el mundo
anglosajón donde, a diferencia de Francia, la filosofía kantiana tuvo
inconvenientes de imponerse. Las críticas que Mill le dirigía a Kant en El
utilitarismo en nombre del consciencialismo parecen ser siempre tan válidas."
5. Razones en favor del utilitarismo
Ya antes se han mencionado dos razones del éxito o de la amplia
aceptación del utilitarismo: su carácter reflexivo y ponderado en la conducta
individual, y la racionalización objetiva e imparcial de la vida social.Todo ello
en el marco de una doctrina que proclama como principio el interés por la
felicidad general, la benevolencia universal. Mayor y mejor principio no
cabe; con lo que se pretende cargar el peso de la prueba sobre toda otra
teoría que se enfrente al utilitarismo.
De hecho, el utilitarismo se presenta a sí mismo como la única teoría
responsable, por tener en cuenta las consecuencias y su influjo con vistas al
bien general.
En un plano más teórico, el utilitarismo ha procurado ofrecer como es lógico,
justificación de la racionalidad de su propia propuesta. Ya Bentham se enfrentó
con esta tarea no fácil, pues al sostener que el placer motiva toda acción ¿cómo
podría explicar un principio moral que se caracteriza por el desinterés personal y la
atención, en cambio, a la generalidad de los hombres? Su respuesta (difundida
hasta hoy en todo hedonismo) es que existe también un placer, al que igualmente
tendemos, aparejado al altruismo que supone promover la felicidad de los demás.
De este modo, el principio del utilitarismo hedonista es posible, pero ¿por qué es
un deber moral? Bentham responde sencillamente que tal principio es
indemostrable, pues se trata de un principio simple y primero. Mill defiende
asimismo la indemostrabilidad del axioma utilitarista. Pero además argumenta
diciendo que, ya que deseamos de hecho la felicidad, éste es el mayor bien; y si lo
es para cada uno, lo será para todos. Sidgwick da un paso más afirmando que el
principio de utilidad se conoce por intuición; Moore también acabará reclamando la
evidencia intuitiva para su utilitarismo. Sin embargo y consecuentemente, al igual
que se vio que ocurría con la concepción de lo bueno en general, también aquí el
empirismo ha terminado por rechazar la evidencia intuitiva por verla como
6. peligroso signo de un dogmatismo arbitrario, pues se trata de un criterio privado y
subjetivo.
Así, utilitaristas más recientes defienden su doctrina desde una postura o
justificación no-cognoscitiva, no racional. Bertrand Russell (1872-1970) en su
etapa de madurez lo pensaba así, ya que para él toda moral no se basaba en el
conocimiento sino en el deseo. De modo similar, Richard M. Hare (1919-2002) y el
mismo Singer, entre otros, sostienen que quien abraza el utilitarismo como
cualquiera otra doctrina moral no lo hace por convencimiento racional, sino por
preferencias subjetivas, privadas y, en definitiva, ni defendibles ni discutibles
racionalmente sino por preferencias subjetivas, privadas y, en definitiva, ni
defendibles ni discutibles racionalmente.
Balance de las objeciones al utilitarismo
Verdaderamente, da que pensar que una doctrina tan simple como el utilitarismo
sobreviva y mantenga cierta pujanza —aunque claramente cada vez menos, al
menos en el mundo académico— pese a tantas críticas recibidas. Bien mirado,
eso sólo puede deberse a que dicha teoría moral contiene un importante núcleo de
verdad. Y así es, en efecto. La benevolencia del mayor número de personas es
desde luego algo deseable; y es cierto que en muchas ocasiones hay fines que
justifican ciertos medios (como cuando un médico decide amputar la pierna de una
persona para salvar su vida, o cuando el Estado priva de libertad de movimiento a
un peligroso delincuente). Pero —ya se dijo— la negación de otros deberes que
en casos necesarios contrarresten éste puede ocasionar graves males
moralmente hablando.
Ahora bien, en las objeciones al utilitarismo casi continuamente se han reconocido
esos posibles peligros éticos en virtud del sentido común moral. Pero al mismo
tiempo se ha advertido que el utilitarismo pretende justamente rectificar dicho
sentido moral, con lo que no se sentirá interpelado por tales críticas. ¿A qué
instancia apelar, entonces, para dirimir la discusión? ¿Qué autoridad posee, en
realidad, el sentir común moral?
7. He aquí, desde luego, un problema nuclear de la ética en general: la cuestión del
punto de partida de esta disciplina y, al mismo tiempo, del criterio al que ha de
atenerse toda teoría ética. Ha sido la deontología Ross quien ha recordado que
filósofos morales tan clásicos y tan distintos como Aristóteles y Kant sostenían que
las creencias éticas del hombre común no son simples opiniones ciegas, sino
auténtico conocimiento; tesis a la que personalmente se suma. Efectivamente,
estos tres autores (y en realidad la inmensa mayoría de los cultivadores de la
ética) entienden que la filosofía moral debe partir de la experiencia; y la
experiencia en ética son las convicciones morales que comparecen en la
conciencia del sentido común moral. Naturalmente, asimismo estos tres
pensadores advierten de manera explícita que, lógicamente, no todas esas
convicciones son fiables y verdaderas. Justo por eso la tarea de la ética consistirá
fundamentalmente en examinar todas esas opiniones, comprobarlas y en su caso
ciertamente corregir algunas de ellas.
Si se prescindiera de todo ese suelo de la experiencia ética común, del testimonio
de la conciencia moral, faltaría en primer lugar el motivo de cualquier
planteamiento ético. Si se renunciara a lo que parece bien o mal moralmente, a lo
que se debe o no se debe hacer, ¿qué movería a plantearse obrar bien o mal, y
menos aún a pensar una teoría sobre cómo se debe actuar? Y, en segundo lugar,
si se desoyeran esos pronunciamientos interiores, ¿cómo se sabría que una teoría
moral está en lo correcto, que manda lo que se debe y es bueno? Sería imposible
toda crítica y contraste porque faltaría el criterio desde el que podría partir la
objeción.
Sin duda, el utilitarismo se defenderá alegando que su postulado fundamental, y
único, goza de amplia aceptación en el sentir moral común, e incluso que lo ha
extraído de ese sentir de modo intuitivo (al menos en el utilitarismo que no se haya
abandonado a la irracionalidad en su fundamentación, como se vio).
Pero dicha defensa no tarda en caer por sí misma. Primero, porque aunque es
verdad que la utilidad con vistas a la felicidad colectiva es un contenido plausible
para la intuición moral común, el utilitarismo anula todas las demás convicciones.
8. De manera que ya no puede hablarse de corregir algunos posibles errores el
sentido común, sino de sustituir o suplantar casi completamente las convicciones
irrenunciables de la conciencia moral espontánea (especialmente las que se
basan en el respeto a la dignidad de cada persona humana, prohibiendo tratarla
como mero medio para el fin que sea). El utilitarismo resulta, pues, una teoría que
se impone a las conciencias (a veces racional y otras veces irracionalmente) y que
les niega por principio toda crítica moral: ¿hay alguna postura más arbitraria y, por
consiguiente, inmoral? En segundo lugar, además, la última defensa del
utilitarismo se desmorona por inconsecuente. En efecto, si su principio es intuitivo,
es decir, si se justifica por la evidencia intuitiva que comparece únicamente en la
conciencia, ¿por qué se rechazan de antemano otros principios (como los que
exigen respeto incondicionado a cada persona) que exhiben igualmente, por lo
menos, dicha evidencia intuitiva? De modo que, al final, el utilitarismo acaba
enarbolando el dogmatismo injustificado que achacaba a todo de ontologismo.
Criticas al utilitarismo
Al utilitarismo se oponen toda aquella doctrina moral que admita, además del
principio de utilidad benevolente, otros principios morales del deber.
El utilitarismo se presenta también a sí mismo como la actitud autentificar mente
responsable por hacerse cargo de las consecuencias de las acciones, en
contraposición a todo el deontologismo que se desentiende de ellas por sostener
férrea y obstinadamente ciertos deberes.
Evolución
Como era de esperar, el utilitarismo se ha visto contestado por numerosas
críticas que reclaman el valor de la naturaleza intrínseca de la acción,
además de sus consecuencias, a la hora de evaluarla moralmente.
El utilitarismo evoluciono hacia el denominado utilitarismo de la
preferencias; entre sus defensores recientes puede mencionarse al
economista John c. harsanyi (1920- 2000) y a peter Singer (1946).
9. Conclusión
El utilitarismo dictamina que el bien es aquello que es útil a la mayoría. Puede
ser tanto un utilitarismo positivo, donde se busca la mayor cantidad de bienestar
para muchas personas; o negativo, donde se busca la menor cantidad de daño
para el menor número de personas.
A primera vista puede parecer algo positivo, pero al ser tan poco objetivo, suele
caer como postura en malas manos y pasa lo que pasa. En conclusión, el
utilitarismo define el bien según aquello que es beneficioso para la mayoría.
El utilitarismo ha sido también criticado por llegar a tales conclusiones
contrarias a la moral del "sentido común". Por ejemplo, si estuviéramos forzados a
escoger entre salvar a nuestro propio hermano o salvar a dos hermanos de gente
a la que no conocemos, la mayoría de gente escogería el salvar a su propio
hermano. En cambio, el utilitarismo defendería salvar a los otros dos, pues dos
personas tienen un potencial mayor de felicidad futura que una.