Este documento describe la Batalla de Chacabuco del 12 de febrero de 1817 entre las fuerzas patriotas de San Martín y las realistas de Maroto. Las tropas patriotas de O'Higgins tuvieron dificultades iniciales pero lograron reorganizarse y lanzar un segundo ataque exitoso con caballería e infantería, rompiendo las líneas realistas. La llegada de refuerzos patriotas selló la victoria. La batalla resultó en aproximadamente 500 bajas realistas contra solo 110 patriotas.
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Batalla de chacabuco
1. 25/10/2014 Legión de Los Andes - Batalla de Chacabuco
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Batalla de Chacabuco
12 de Febrero 1817
San Martín había dispuesto picar la
retaguardia de las avanzadas enemigas que
se retiraban para entretener al ejército realista,
creyéndolo acampado en el cerro de Tauretes,
junto a las casas de Chacabuco. El avance
improvisado de Maroto hasta el llano de Las
Margaritas y la naturaleza del terreno que
separaba las divisiones patriotas había
cambiado totalmente el panorama táctico que
había servido de base al dispositivo.
O'Higgins no podía avanzar sin embestir al
grueso del ejército realista, ni retroceder sin
exponerse a un desastre. Las lomas suaves
del cerro de los Halcones, que se extendían a
unos 300 pasos de las posiciones enemigas,
eran el único punto que permitía desplegar en
batalla la división. Así es que, tras de corta
hesitación, al parecer aconsejado por el
comandante Cramer, ex oficial de los
ejércitos de Napoleón, resolvió avanzar hasta ellas. Al mismo tiempo, despachó un propio al
general, para informarlo de lo que ocurría y pedirle que apurara la marcha de la división de Soler y
que le enviase refuerzos.
Antes de formar las tropas de infanteria, O'Higgins dio orden al coronel Zapiola de que cargara
con los escuadrones de granaderos a caballo. que ya se habían reunido, sobre los infantes de
Mijares, que continuaban replegándose hacia las posiciones de Maroto y sobre los carabineros de
Abascal, que protegían su retirada. Zapiola desplegó su regimiento más abajo del portezuelo;
pero, advirtiendo que ya los realistas ocupaban posiciones y que iba a caer bajo sus fuegos. sin
que la infantería patriota estuviera aún lista para apoyarlo, después de un tiroteo con la caballería
de Quintanilla se limitó a posesionarse del cerro de los Halcones, que los guerrilleros realistas
habían desamparado.
Momentos más tarde, llegó O'Higgins con la infantería a la ladera poniente del mismo cerro de los
Halcones, y formó su línea de batalla a 300 pasos de la realista. El batallón N° 7, al mando de
Conde, quedó a la derecha patriota y el N° 8, del comandante Cramer, a la izquierda. La ca-
ballería pasó a retaguardia. Eran más o menos las 11.45 de la mañana y hacia un calor
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insoportable. El fuego de fusil se prolongó cerca de una hora, con tan acentuada ventaja para los
patriotas que cuando el batallón de Talaveras, hacia el final de la batalla, formó cuadros contra la
caballería ya había perdido casi la mitad de su efectivo. Pero los cañones realistas,
admirablemente manejados, empezaron a abrir algunas brechas en la caballería, que estaba
atrás, y a causar bajas en la infantería. En este momento. Zapiola mandó al teniente Rufino
Guido que fuera a imponer a San Martín de la situación imprevista que se había producido
(Espejo y Guido). La posición de O'Higgins se tornaba por momentos más y más difícil. Carecía
de cañones para proseguir indefinidamente el combate a distancia, y ni Soler ni San Martín daban
señales de vida. El comandante Cramer, aunque de carácter difícil. era un oficial hábil, formado
en la primera escuela táctica del mundo, y tenia una larga experiencia militar. Se dio cuenta
exacta del nuevo panorama estratégico-táctico: el retiro de Maroto a Colina, apenas
desembocaran las avanzadas de Soler, y la pérdida de la única oportunidad de batir en detalle al
ejército realista. Acercándose a O'Higgins le propuso: "General, carguémoslos a la bayoneta".
Este último, cuya lentitud mental no le permitía darse cuenta de la situación con la rapidez de su
subalterno, se resistió, pero como Cramer insistiera con energía acabó por asentir, diciendo: "Y si
no se hace, me llevan los diablos". Organizaron dos columnas de ataque conforme al modelo
napoleónico, y las dirigieron sobre el a la derecha enemiga, formada en esos momentos por el
batallón Talaveras. Al mismo tiempo, O'Higgins ordenó a Zapiola que cargara con los granaderos
sobre el centro realista, formado por el Chiloé; que en realidad hacía de flanco izquierdo por la
distancia a que quedaba el Valdivia. O'Higgins tenía la superioridad numérica en el sector que
atacó, el fuego de fusilería había clareado las filas del Talaveras y el asalto estaba bien
dispuesto. La batalla de Chacabuco debió decidirse en esa carga. Pero lo imprevisto dispuso otra
cosa. Ni O'Higgins ni Cramer, que, como hemos dicho, era un oficial de escuela; ni Zapiola ni
nadie, se acordó de reconocer el terreno en que iba a cargar la caballería. Los granáderos se
encontraron detenidos súbitamente por el profundo cauce del arroyo de Las Margaritas, que no
habían visto, y que no podían pasar en formación de ataque, y arredrados por el fuego de flanco
de la guerrilla realista del camino, en la imposibilidad de retroceder, se precipitaron en desorden
sobre las columnas de ataque del N° 7, desorganizándolas. Las del N° 8 se dispersaron también
al llegar a un pequeño zanjón, que corría por delante de la línea realista, y recibir las descargas
cerradas de los Talaveras. Los dos cuerpos de infantería patriota retrocedieron en desorden, pero
sin sufrir grandes bajas, hasta el cerro de los Halcones, donde se reorganizaron, fuera del
alcance de los fuegos del enemigo. Un avance del Chiloé fue rápidamente contenido.
Una vez rehechas las columnas, O'Higgins y Cramer las condujeron de nuevo al asalto, lanzando
esta vez la caballería contra el flanco derecho y la infantería contra el centro, y colocándose
ambos jefes a la cabeza de las columnas. "O'Higgins y Cramer - dice José María de la Cruz -
fueron los soldados de cabeceras del ataque. "El ejemplo de los jefes arrastró a la tropa. El
grueso del Chiloé, que, como hemos visto, había avanzado desde su primera posición a otra
situada más adelante de la línea del Talaveras, retrocedió en desorden, y enseguida se
desbandó. "Procuraban sólo la fuga, con desprecio de los golpes de nuestros sables", dice
Maroto. Zapiola cargó sobre el flanco derecho realista arrollando a las compañías de cazadores
del Chiloé y del Talaveras, que se habían desplegado en guerrillas sobre las faldas del cerro del
Guanaco. Las demás compañías del Talaveras, que defendían esa ala, formaron cuadros y
recibieron a los granaderos con un fuego nutrido. Mas Zapiola, ganando las faldas del cerro que
no es escarpado, cargó con tal ímpetu sobre su flanco derecho, que lo deshizo. En esos mismos
momentos un pelotón de caballería, que Quintanilla estima en 350 hombres, rompió la línea
realista entre la extrema izquierda del Talaveras y la derecha del grueso del Chiloé, y pasándose
a llevar a los artilleros, se trabó en un corto combate con los carabineros de Abascal. La
infantería de O'Higgins y de Cramer, ya vencedora, acudió en auxilio de la caballería; Zapiola,
después de romper el cuadro formado por los Talaveras, rebasó el ala derecha realista y dio una
segunda carga sobre la infantería y la caballería enemigas, que se retiraban en pelotones
semidispersos. Con estas dos últimas cargas, los restos del ejército realista huyeron a la
desbandada hacia las casas de Chacabuco, dejando en el campo más de la tercera parte de sus
efectivos. Era la una y media P. M.
En esos momentos llegó el capitán Salvadores con su compañía y aniquiló al destacamento del
Valdivia. apostado en el pequeño morro del cerro del Chingue, que protegía la retirada. Unos
cuantos soldados de la flanco guardia de la primera división, al mando del teniente Zorrilla ade-
lantándose a Salvadores, alcanzaron a unirse a las fuerzas de O'Higgins en la segunda carga.
Poco más tarde, llegaba el grueso de la división Soler, en el momento psicológico, produciendo
un completo envolvimiento del flanco izquierdo y de la espalda. El 4° escuadrón de granaderos,
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mandado por Ramallo, concluyó con los restos del Chiloé que habían alcanzado a huir. La
infantería de Soler dispersó sin esfuerzo a un pequeño grupo de Talaveras que se habían hecho
fuertes en la viña de Chacabuco. A las 2 de la tarde, la batalla había concluido. La persecución
de la caballería se detuvo en el portezuelo de Colina.
De los 1.400 hombres del ejército realista, 500 quedaron tendidos en el campo, 600 cayeron
prisioneros, 130 alcanzaron a replegarse a Santiago y 170 se dispersaron por los cerros, muchos
de ellos heridos. Murieron los comandantes Elorreaga, Arenas, Marqueli y Vila. Piquero y San
Bruno cayeron prisioneros. Este último se había salvado, pero volvió a la línea de combate para
disparar un cañón cargado que quedó sin sirvientes. Cuando lo presentaron a O'Higgins, éste le
preguntó "cómo se había expuesto a caer prisionero". Su respuesta fue: "Por cumplir mi deber,
señor general. He podido escapar mejor que los demás, porque montaba el mejor caballo. No
pudiendo contener mi tropa, he vuelto a disparar el último tiro" (De la Cruz). Maroto se esforzó
hasta el último instante para contener a los fugitivos y permaneció en la línea de fuego, por
simple quijotería, cuando ya de nada podía servir su presencia. Se abrió paso el último, a filo de
sable, y se salvó ligeramente herido, gracias a la casualidad de encontrar en la casa de
Chacabuco un buen caballo ensillado, cuando ya el suyo no podía acompañarlo. Quintanilla
escapó no menos providencialmente, después de hacer prodigios de valor.
Los patriotas tuvieron, 1 oficial muerto y 10 heridos, y 10 soldados muertos y 89 heridos, o sea,
110 bajas en un efectivo de más o menos 1.500 hombres que tenía la segunda división. Las
bajas de Soler, que fueron casi nulas, están incluidas en estas cifras.
O´´Higgins, que estaba en su día, comprendió que las fuerzas de Santiago, unos 1.600 hombres,
no atreviéndose a abrirse paso hacia el sur, iban a huir completamente desmoralizados hacia
Valparaíso, y pidió 1.000 soldados de la división de Soler para perseguirlos e impedirles ganar los
buques, mientras San Martín seguía a Santiago con los 2.400 restantes. Pero el general, quien
siempre fue pacato y que, por complexión mental, prefería perder una oportunidad brillante antes
que exponerse a un contraste, estaba bajo la impresión nerviosa del rechazo del primer asalto de
O'Higgins. Además, creía haber batido sólo a una división enemiga; esperaba por momentos que
apareciera un segundo ejército realista y quería tener sus fuerzas reunidas.