6. Prólogo
En el proceso de enseñanza y aprendiza-
je de la economía, manuales y libros de
texto aparte, son muy escasas las lecturas
complementarias realmente didácticas: por
un lado, los cuentos o relatos transmiten
como mucho un par de enseñanzas y, por
otro, los libros de ensayo se dirigen a un
público con conocimientos medios o altos
de economía. Ambas propuestas, bastante
populares por otra parte, no se adaptan a
las exigencias de un currículo oficial mar-
cado por la correspondiente secuenciación
y temporalización de contenidos. Nacido
con la idea de conciliar currículo y lectura
amena, Alicia en el país de la economía puede
parecer un cuento pero al igual que el ori-
ginal de Lewis Carroll es mucho más. No
solo se trata de un relato conocido por el
lector que no necesita presentación sino
que además su argumento es tan filosófico
y rico en diálogos, que facilita la introduc-
ción de contenidos económicos sin que
parezcan fuera de lugar. En este sentido, y
9
7. para una lectura fluida, muchos contenidos
se presentan de forma tan sutil que solo
cobran sentido cuando son trabajados en
las actividades de cada capítulo. Capítulos
que, por otra parte, respetan escrupulosa-
mente los contenidos y secuenciación del
currículo oficial vigente para Economía de
4º de la Educación Secundaria Obligatoria
(ESO), el nivel más temprano de nuestra
enseñanza oficial. En la confianza de que
el presente libro, efectivamente, sea un ins-
trumento ameno y didáctico con el que
aprender economía, te invito a iniciar su
lectura.
Anxo Penalonga
10
8. ¿Cómo se usa este libro?
Cada capítulo ha sido desarrollado de
acuerdo con los contenidos del currículo
oficial vigente para Economía de 4º de la
Educación Secundaria Obligatoria (ESO),
aunque, a partir de cero, es válido para to-
dos los públicos.
Al final de cada capítulo, y a modo de
orientación, se citan los conceptos econó-
micos que, transversalmente, han apareci-
do a lo largo del capítulo. Inmediatamente
y a continuación se formulan en una ficha
de trabajo las actividades que relacionan el
texto del capítulo con los conceptos eco-
nómicos citados en la página anterior.
La dinámica de trabajo citada se repite para
cada uno de los cuatro capítulos que inte-
gran este libro que, a su vez, se correspon-
den con las primeras unidades del currícu-
lo oficial vigente para Economía de 4º de
la ESO.
11
9. Por último y para que este libro constituya
en sí mismo una unidad de trabajo autóno-
mo independiente de cualquier otro mate-
rial, al final del libro y a modo de glosario,
se definen todos y cada uno de los con-
ceptos económicos citados en los cuatro
capítulos.
Anxo Penalonga
12
10. CAPÍTULO I
Aquel día a la salida del instituto Alicia ata-
jó a través del parque para llegar antes a
su casa. Se había entretenido con su amiga
Ana aún a sabiendas que su padre se im-
pacientaba si tardaba. Él tenía que traba-
jar por la tarde y si ella se retrasaba apenas
tenían tiempo para compartir el almuerzo.
Tiempo, tiempo, tiempo. Siempre faltaba
tiempo ¿Por qué no podían tener los días
cien horas? Alicia se sonrió a sí misma. Si
cada quince minutos fueran una hora en-
tonces el día tendría noventa y seis horas.
Quizá hace mucho tiempo el día había te-
nido doce horas de ciento veinte minutos
cada una. Daba igual cuantos minutos cu-
pieran en una hora. El tiempo siempre es-
taría limitado. Una voz la sacó de sus pen-
samientos.
—¿Adónde vas, Alicia?
—Tengo prisa —respondió casi sin mirar.
Pero cuando Alicia se fijó quedó boquia-
bierta: era un conejo blanco quien le había
hablado.
13
11. —Eres un conejo…
—Señor Conejo Blanco, si no te importa.
—Y hablas… no es posible —balbuceó
Alicia aún sin salir de su asombro—. Y
además vas vestido…
—¿Y qué tiene eso de raro? Tú también
necesitas ropa, y alimentarte, y un techo,
y...
—A mí no me gusta necesitar cosas —in-
terrumpió Alicia.
—Claro, a ti te gusta decidir por ti misma,
no porque necesites hacerlas.
Alicia asintió. La mayoría de sus amigas
preferían que hiciera mal tiempo las sema-
nas de exámenes porque así no les quedaba
más remedio que estudiar. En cambio, ella
prefería el buen tiempo porque así podía
decidir entre salir o estudiar. Lo malo es
que en la categoría de las cosas que hacía
sin gustarle entraba casi todo lo que se le
pasaba por la cabeza, como por ejemplo
vestirse, ir al colegio, o sencillamente ali-
mentarse. Si no se vestía tenía frío, si no
iba al colegio no aprendía, si no comía se
sentía débil… todo así. Alicia todavía tenía
más quejas:
Anxo Penalonga
14
12. —Además no hay de todo ni en la cantidad
suficiente. Mi paga semanal es de veinte eu-
ros y no me llega a nada. Ayer mismo no
pude chatear porque me quedé sin “megas”
en el móvil.
—¡Qué pena!
—¿Qué sabrás tú? ¿Tienes un móvil?
—Podrías haber comprado megas si no
hubieras ido al cine el “finde”.
—Pero ¿cómo sabes tú todo eso?
—No me cambies de tema, no es culpa
mía que no te administres bien.
—Pareces mi padre.
El padre de Alicia decía que había que ad-
ministrarse, que como no eran millonarios
había que tener claro lo que se quería com-
prar porque no se podía elegir todo lo que
uno quería. Hacer economía, decía él. Pero
Alicia llevaba muy mal eso de administrar
su paga, el tiempo o las actividades por
mucho que viera que todo el mundo tenía
que hacerlo.
—Siempre queremos más de lo que tene-
mos, Alicia, por eso nunca te llega la paga
—continuó el Conejo—. Tampoco le llega
Alicia en el país de la economía
15
13. a tu amiga Ana y además su paga es la mi-
tad que la tuya.
Alicia sintió una punzada de culpabilidad.
Era verdad. A ninguna de las dos le llegaba
la paga pero en casa de ella había muchas
más cosas que en las de Ana, incluso jardín
y un segundo coche. Podía ser cierto eso
de que todo el mundo andaba escaso en re-
lación con sus deseos pero también lo era
que unos andaban más sobrados que otros.
Y eso solo por comparar entre un par de
amigas de la misma ciudad que vivían en el
mismo barrio. ¿Y la diferencia entre distin-
tos barrios? ¿Y entre distintos países? Ali-
cia se daba cuenta de que la diferencia de
disponibilidad de recursos de unos y otros
para atender necesidades podía llegar a ser
abismal. Un momento, ¿cómo era posible
que estuviera razonando con un conejo
parlante y vestido? Alicia trató de poner
algo de lógica.
—Oye, ¿y tú de dónde sales?
—Yo soy de La Economía.
—Ya, y yo del Athletic, no te fastidia.
—Que no, que mi país se llama La Eco-
nomía.
Anxo Penalonga
16
14. —No te creo, en todo caso querrás decir
Economía.
—Quiero decir La Economía, mi país se
escribe con artículo, ¿o no sabes que cier-
tos idiomas incorporan el artículo a los
nombres propios?
—Sé que los franceses dicen La France
cuando hablan de su país.
—Pues eso, y además llego tarde como tú,
¿tienes hora?
Alicia, que siempre llevaba el móvil en la
mano, fue a contestar, pero antes de que
pudiera reaccionar el Conejo se lo arrebató
y echó a correr. Pasada la sorpresa inicial
Alicia corrió tras él y vio cómo el Conejo
se metía en una madriguera que se abría
al pie de un seto. Y como la abertura era
lo suficientemente grande Alicia se internó
en ella a gatas. Al principio la madrigue-
ra del Conejo se extendía horizontalmen-
te como un túnel pero de repente torció
hacia abajo tan bruscamente que Alicia no
pudo detenerse. Cuando quiso darse cuen-
ta se encontró cayendo por lo que parecía
un pozo. Y una de dos, o el pozo era muy
profundo o ella caía muy despacio, porque
Alicia en el país de la economía
17
15. mientras descendía era capaz de distinguir
perfectamente todo lo que había a su alre-
dedor. Las paredes del pozo estaban cu-
biertas de relojes, armarios y estantes para
libros. También había mapas y cuadros,
colgados de clavos aquí y allá. Cogió, a su
paso, un tarro de los estantes. Llevaba una
etiqueta que decía: REGALIZ y, efectiva-
mente, dentro había una tira de regaliz rojo
que se guardó en el bolsillo. Mientras tanto
se preguntaba hacia donde caía pero deba-
jo de ella todo era negrura.
—Hola, ¿hay alguien? —dijo en voz alta
pero solo contestó el eco—. Si sigo así voy
a llegar a Australia. Pero entonces tendré
que andar cabeza abajo si es que caigo allí
con los pies por delante… ¡Vaya! ¡Qué mal
suena eso!
Abajo, abajo, abajo. Dejó el tarro vacío
en otro estante con mucho cuidado en
la creencia de que si lo dejaba caer podía
caerle a alguien encima, o a ella misma, si
es que al final ella llegaba antes al suelo que
el tarro. Sin otra cosa que hacer, Alicia em-
Anxo Penalonga
18
16. pezó a hablar otra vez. Estaba asustada y
escuchar el eco de su propia voz le hacía
sentirse acompañada:
—¡Parece que no podré ir a clase esta tar-
de! ¿Me echarán de menos los “compas”?
¿Me oís? ¿Me oye alguien? —preguntaba
Alicia a las paredes—. ¡Vaya! ¿Y quién me
dará el justificante para faltar? ¿El Cone-
jo Blanco? ¡Qué risa! Pues mi padre no va
a creer ni media palabra de todo esto. En
realidad, nadie va a creerme…
De pronto, y tan súbitamente como ha-
bía empezado, la caída terminó: Alicia ha-
bía aterrizado sobre lo que parecía ser un
montón de ramas y hojas secas. No era la
caída esperada porque para su sorpresa no
había sufrido el menor daño. Se levantó y
comprobó que estaba entera y verdadera
tocándose el cuerpo y las piernas. A su
alrededor, todo era oscuridad excepto un
largo pasadizo en el cual alcanzó a ver al
Conejo, que se alejaba a toda prisa. Incluso
le oyó decir:
—¿Qué melodía tendrá esto? ¡Suena de
una vez!
Alicia en el país de la economía
19
17. Así que el Conejo todavía tenía el móvil.
Alicia reanudó la persecución con renova-
dos bríos, aprovechando que el pasadizo
era de su altura y podía correr más rápido
que antes. Iba casi pisándole los talones al
Conejo cuando, detrás de un recodo, se en-
contró en un vestíbulo amplio, iluminado
por una hilera de lámparas que colgaban
del techo. Le dio tiempo a ver desaparecer
al Conejo por una puertecita de unos dos
palmos de altura. Alicia se agachó, abrió la
puerta y se encontró con que daba a una
soleada pradera. ¡Qué ganas de salir ya
de aquella oscuridad y volver al aire libre!
Pero ni siquiera podía pasar la cabeza por
la abertura.
—Y aunque pudiera pasar la cabeza —dijo
en voz alta— de poco iba a servirme sin
el resto.
Se sonrió Alicia pensando que su padre le
decía a veces que si no se dejaba la cabeza
en algún sitio era porque la llevaba pegada
al cuerpo. Pues le vendría muy bien en ese
momento que se pudiera separar la cabeza.
Anxo Penalonga
20
18. En eso, se descorrió una cortinilla al lado
de la puertecita y emergió la cabeza de un
hombrecillo acaso un poco más alto que el
Conejo.
—Buenos días, ¿qué desea?
Por fin alguien a quien recurrir. El hom-
brecillo tenía aspecto de funcionario cansi-
no pero daba igual quién fuera si le ayuda-
ba a salir de allí. Alicia le hubiera abrazado
de no correr el peligro de estrangularlo, tal
era la diferencia de tamaño entre ambos.
Se aclaró Alicia la voz decidida a mostrarse
lo más educada posible:
—Buenos días, ¿dónde estamos?
—En La Economía, por supuesto, ¿dónde
querría estar usted?
—Pues ya que lo menciona, lejos de aquí.
—No es posible estar fuera de La Econo-
mía, señorita.
—Vale, ¿y es posible salir de donde esta-
mos ahora?
—Pues sí, pero es muy pronto todavía, sa-
limos a las tres —dijo mirando una esfera
horaria que marcaba las cuatro.
Alicia en el país de la economía
21
19. —Eh, sí… pero es que yo quiero volver a
mi casa.
—Como todos, señorita, como todos ¿es
usted familia o empresa?
—Pero ¿qué pregunta es esa?
—En La Economía casi todos somos fa-
milias o empresas ¿usted produce o con-
sume?
—No produzco.
—Vale, entonces usted es familia, su puer-
ta es esa otra —dijo señalando a otra puer-
ta a espaldas de Alicia. Si Alicia no la había
visto antes era porque estaba en una zona
peor iluminada de la estancia.
—Ya, pero es que yo a quien busco es al
Conejo y ha salido por esta puerta.
—Sí, pero el Conejo es un empresario y
usted no. Puerta de atrás, por favor.
—¿Y encontraré al Conejo?
—Pues claro, las familias y empresas de La
Economía se encuentran en el mercado.
—¿Y eso dónde es?
—Empieza a las doce horas.
—Pero si son las…
Se calló porque en realidad había perdido la
noción del tiempo en su caída por el pozo
Anxo Penalonga
22
20. y, además, entendió que no llegaría a nin-
guna parte discutiendo con el hombrecillo.
Al tiempo, y como vio que el funcionario
se impacientaba, se despidió y se dirigió a
la puerta señalada al otro lado de la estan-
cia. Tardó un poco en abrirse la cortinilla
correspondiente y allí se enfrentó con la
mirada suspicaz del… ¡mismo funcionario!
—¿Y usted? —se asombró Alicia.
—¿Familia o empresa?
—Familia —respondió esta vez con segu-
ridad—. ¿Pero por qué no me ha atendido
en la otra ventanilla?
—No sé de qué me habla. Aquí atiendo a
las familias.
—¿Y allí?
—A las empresas.
—¿Y aquí?
—A las familias.
—Pero si usted es la misma persona.
—No puedo ser la misma persona si aquí
desempeño unas funciones y allá desem-
peño otras.
—Si usted lo dice… —dijo Alicia con re-
tintín. Al funcionario solo le había faltado
decir eso de que “nunca son las mismas las
aguas del mismo río”.
Alicia en el país de la economía
23
21. —Me alegra que lo entienda —contestó
alegremente el hombrecillo ignorando el
tono irónico de Alicia—. ¿Presupuesto?
Cada vez que escuchaba la palabra presu-
puesto a Alicia le recorría un sentimiento
de resignación porque era el preludio de
tener que conformarse con menos. Cuan-
do era pequeña le dijeron que tendría di-
nero para comprarse lo que quisiera y
también le dieron el dinero de su primera
paga. Poco tiempo tardó en comprobar
que la inmensa mayoría de las cosas que
quería comprar siempre estaban más allá
de su presupuesto. No le consolaba lo más
mínimo saber que sus propios padres, los
países o los más ricos del mundo mundial
también tenían que ajustarse a un presu-
puesto.
—Pues no mucho, por no decir nada —
contestó Alicia desganada.
—Ha tenido suerte, señorita, este año en
La Economía no se han fabricado móviles
pero sí patinetes. ¿Blanco, azul o rojo?
Anxo Penalonga
24
22. ¿No se fabricaban móviles y por eso ha-
bía que traerlos de otros lugares? ¿Por eso
el Conejo Blanco se había llevado el suyo?
De todas formas, ¿para qué querría ella un
patinete? Ah, para ir al mercado, pero qué
más daba si no iba a poder pagarlo, así que
Alicia quiso hacerse la graciosa:
—¿Verde?
—Negativo. La producción de este año ha
consistido en cien patinetes blancos bara-
tos, cincuenta patinetes rojos ni frío ni ca-
lor y uno azul claramente caro.
—¿Por qué uno azul?
—De acuerdo, el azul.
—Espere, espere, no dije que quisiera el
azul sino que preguntaba por qué solo han
fabricado uno azul.
—No tenemos blancos ni rojos.
—Entonces ¿por qué los ofrecen?
—Nadie pregunta por ellos cuando ofre-
cemos el azul.
—Pero yo…
—Al salir por la puerta tendrá preparado
su medio de transporte… azul.
—Es igual, no puedo pagar.
—Puede firmar un compromiso de pago.
Alicia en el país de la economía
25
23. —Pero ya he dicho que no tengo dinero.
—Pues si no firma, ni se abre la puerta,
ni hay patinete, ni le digo cómo tiene que
hacer para pasar por el aro… digo, por la
puerta.
Firmaría lo que fuera, recuperaría su móvil
y ya vería luego cómo salir de ese país de
locos. Tenía gracia que aquel lugar se lla-
mara La Economía. A partir de ahora ella
podría decir, llena de razón, que la econo-
mía no había quien la entendiera. Cubrió
los papeles que le ofrecía el funcionario,
momento en el que fue informada de que
podría disminuir de tamaño con el regaliz
rojo que había cogido de la pared del pozo
y, eso sí, que lo tomara a pocos no fuera a
ser que desapareciera. Pero a Alicia aún le
quedaban preguntas:
—¿Y cómo volveré a mi tamaño?
—¿Y para qué querría usted volver a su ta-
maño?
—¿A usted no le gustaría ser más alto?
—No se trata de que me guste o me deje
de gustar. Yo aquí estoy para otra cosa
—se indignó el funcionario—. Ignoro el
Anxo Penalonga
26
24. procedimiento de crecimiento, para saber
eso tendría que estar en otra ventanilla y
ser otra persona. Todos los que llegan aquí
como usted no quieren crecer sino decre-
cer.
—En fin, gracias, ¿seguro que podré ir al
mercado? —se centró Alicia en lo que más
le preocupaba en ese momento.
—Claro, esta puerta da al mismo camino
que ha seguido el Conejo Blanco que usted
busca, señorita.
—Entonces… —Alicia no se creía lo que
oía— ¿para qué dos puertas?
—Para que no se apelotonen familias y em-
presas, señorita —y engolando la voz aña-
dió— nosotros pertenecemos el Gobierno
en el país de La Economía y velamos para
que los intercambios se produzcan de for-
ma ordenada. Incluso producimos y con-
sumimos por el bien general.
—¿Y qué producen ustedes?
—“Chiriflús”, por supuesto. Bienvenida a
La Economía. Y, por supuesto, estoy muy
contento con mi tamaño.
Alicia iba a preguntar lo que eran los “chi-
riflús”, pero recordó lo que había pasado
Alicia en el país de la economía
27
25. con el patinete, así que decidió guardar
silencio. Comió un trozo de la tira de re-
galiz rojo y, en efecto, encogió hasta los
veinticinco centímetros, la estatura justa
para poder atravesar la puerta. Un paisaje
de ensueño le esperaba a Alicia. Coronada
por el azul del cielo, el verde intenso de la
pradera se extendía hasta unas suaves coli-
nas en el horizonte. Aquí y allá se escucha-
ban los trinos de los pájaros y el cantar de
un río en la lejanía. A su derecha, el único
camino se perdía en un profundo bosque
y justo en la entrada, apoyado en el tronco
de un árbol, le esperaba el patinete azul.
Patina que te patina, Alicia no llevaba ni
cien metros recorridos cuando se encon-
tró con una bifurcación. Pero, ¿por qué no
le dijo nada el funcionario? Justo entonces
oyó una risotada. Alicia miró hacia arriba y
vio a un gato con rayas que hacía muecas
sobre la rama de un árbol.
—¿Sabes por dónde se va al mercado?
—Sí.
Siguió un profundo silencio. Tras un rato
Alicia reanudó la conversación.
Anxo Penalonga
28
26. —¿Y me lo vas a decir?
—Pues claro, ¿derecha o izquierda?
—¿Cómo que derecha o izquierda? ¿Cuál
es?
—Si vas por la derecha verás la casa de la
Liebre y el lago de los cisnes pero si vas
por la izquierda tendrás la ocasión de co-
nocer al Sombrerero.
—¿Entonces?
—A mí no me gusta la derecha porque una
vez me bañé en el lago.
—¿Y estuviste a punto de ahogarte?
—No.
—¿Te quedó algún trauma?
—No.
—¿Te constipaste?
—No.
—¿Entonces?
—Pues desde entonces elijo la izquierda
siempre que puedo.
—¿Voy por la izquierda?
—No, digo que no me gusta la derecha.
—Vale, no me lo quieres decir —se impa-
cientó Alicia.
—Es que si vas por la izquierda después
tendrás que decidir entre el oeste y el este.
No es que sea importante porque ya es-
Alicia en el país de la economía
29
27. tarás cerca del mercado pero tendrás que
volver a elegir.
—¿Es más complicado?
—No.
—¿Hay peligro?
—No.
—¿Me puedo perder?
—No.
—¿Entonces?
—Izquierda y luego oeste, mejor camino y
solo cien metros más largo.
—¿Ves? No era tan difícil, un momento…
¿el de la izquierda lleva al mercado?
—Tanto el de la derecha como el de la iz-
quierda llevan al mercado.
—¿Y por qué no empezaste por ahí?
—Quería contarte que me había bañado
en el lago.
—¿Y eso que tiene que ver conmigo? —se
desesperó Alicia levantando la voz.
—Me caes bien, Alicia la verdadera, tú
querías ir al mercado y yo quería contarte
lo del lago. ¿Sabes una cosa?
—¿Qué?
—En realidad no es importante adonde
vayas, siempre llegarás a alguna parte si ca-
minas lo bastante.
Anxo Penalonga
30
28. Y tras estas filosóficas palabras, unos cuan-
tos saltos y nuevas risotadas, el Gato se
perdió en la espesura. Alicia tomó el cami-
no de su izquierda y tras unos minutos lle-
gó al claro de un bosque donde se disponía
una larga mesa con un exquisito servicio
de té. Presidía un hombre con la chistera
más grande que Alicia había visto en su
vida y, a su lado, se sentaban una liebre y
un oso con bata blanca y fonendoscopio.
—Hola, bella dama, ¿quién sois y adónde
vais? —preguntó obsequioso el de la chis-
tera.
—Me llamo Alicia y busco al Conejo Blan-
co.
—Todos buscamos algo en la vida.
—No seas así, Sombrerero —intervino la
Liebre—. Ella tiene prisa.
—Con prisa o sin prisa debemos saber pri-
mero si está de cumpleaños —continuó el
Sombrerero.
Alicia había contenido la respiración al ver
que el Sombrerero tomaba otra vez la pa-
labra: ya se veía enredada en otro diálogo
de besugos. Si el problema para seguir el
Alicia en el país de la economía
31
29. camino era la fecha de cumpleaños daría
una respuesta a prueba de bombas:
—Veintinueve de febrero —anunció con
una sonrisa triunfal.
—¡Felicidades!—dijeron al unísono el
Sombrerero y la Liebre.
—¿Felicidades? Pero hoy no es veintinue-
ve de febrero.
—¡Feliz día de no cumpleaños! —se unió
el Oso a las felicitaciones.
¿Cómo era posible? Se la habían jugado
otra vez. El Oso, que había abrazado a Ali-
cia, la acercó a la mesa para que se sentara.
El Sombrerero ya servía té en todas las ta-
zas y la Liebre tarareaba una cancioncilla
que debía ser el Feliz no cumpleaños local. El
Oso, por su parte, le aplicaba el fonendos-
copio a Alicia en la espalda. Alicia no gana-
ba para sorpresas.
—Pero ¿qué haces?
—Feliz no cumpleaños —repuso el Oso
con voz grave— chequeo gratuito.
—Pero si no estoy enferma.
—Diga “aaaaaa”, por favor — dijo el Oso.
Anxo Penalonga
32
30. Y trató de auscultarla con el fonendosco-
pio. Alicia se levantó incómoda de tal for-
ma que el Oso se indignó—: Oiga, no soy
uno de esos médicos que se especializan
en el estudio de un área concreta como
cardiología, traumatología u “otorrinola-
ringe”.
—Otorrinolaringología —corrigió Alicia.
El Sombrerero y la Liebre se miraron con
asombro. ¡Hala! sabe decir otorrinola... El
Oso seguía con su discurso profesional.
—Soy médico de familia y muy reputa-
do aquí en La Economía —prosiguió el
Oso— lo mío es el estudio global de todo
el cuerpo humano.
—¿Y cómo sabe tanto un oso de medicina
humana?
—¿Un oso? ¿Dónde? —se asustó el ani-
mal.
—Tú eres un oso…
El Oso se quedó boquiabierto.
—¿En serio?
Alicia en el país de la economía
33
31. Se derrumbó sobre la mesa y se echó a llo-
rar tapándose la cara. El Sombrerero y la
Liebre volvieron a mirarse pero esta vez
con resignación. La Liebre fue a darle pal-
maditas al Oso en la espalda y le dijo:
—Que no, que no eres un oso, lo ha dicho
de broma. Eres un gran doctor.
El Sombrerero le hizo señas a Alicia para
que se levantara en silencio y la llevó a un
aparte.
—Es un oso pero lo lleva mal, ya sabe, be-
lla dama.
—¿Ya sé lo qué?
—Una cosa es lo que uno es y otra lo que
uno quiere ser —susurró en voz baja para
que los otros no oyeran lo que decía—. Es
como todo en La Economía, a todos nos
gustaría que todos tuvieran de todo pero al
final no es así. ¿Vais al mercado?
—Sí.
—¿Por dónde?
—Por el camino del oeste.
—Te conviene ir por el este.
—¿Y eso por qué?
Anxo Penalonga
34
32. —Porque necesitas dinero para pagar el
patinete azul.
—¿Cómo sabes eso?
—Todo el mundo sabe que quien va en el
patinete azul tiene que pagar al funcionario
el peaje de entrada en el país.
—¿Y cómo puedo ganar el dinero?
—Tengo un encargo que entregar en el ca-
mino del este al Huevo Mayor del Reino.
—Eh, sin faltar.
—No, no es un insulto, el cliente es uno de
los huevos más importantes del país.
—Ah, vale, ¿y cómo lo reconoceré?
—No tiene pérdida, vive en un muro al
principio del camino del este. La mitad del
dinero que te dé el Huevo es para ti. La
otra me la darás en el mercado. Son sesenta
oros, no dejes que te regatee el precio.
Antes de marchar Alicia se acercó para tra-
tar de disculparse con el Oso. “Eres un gran
doctor y no solo de tamaño”, le dijo, pero
solo consiguió que el Oso llorara con más
fuerza. Gracias a que estaba señalizado, no
tardó mucho en encontrar la desviación al
camino del este y el muro descrito por el
Sombrerero. Un gran huevo vestido con un
Alicia en el país de la economía
35
33. frac asomó por encima del borde al acercar-
se Alicia.
—¡Hola! Traigo el encargo del Sombrerero
—anunció Alicia.
—¡Hola! ¿Cuánto es?
—Sesenta oros.
—Ah, vale, setenta.
—Me has oído mal, he dicho sesenta.
—Ochenta entonces.
—No, sesenta dije.
—Venga, noventa.
—Que no, sesenta.
—Cien y cerramos.
Cansada de regatear, Alicia aceptó sin estar
muy segura. El Sombrerero le había dicho
que no regateara y de repente estaba co-
brando casi el doble de lo hablado.
—Eres una negociadora muy dura, te irá
muy bien económicamente —dijo el Hue-
vo Mayor del Reino lanzándole una bolsa
con monedas desde lo alto del muro.
—¿Por qué no ha querido venir el propio
Sombrerero?
Anxo Penalonga
36
34. —No puede verme ni en la sartén —re-
plicó el huevo— él preside el PTR1
y yo el
PEC2
.
—¿Y eso qué quiere decir?
—Quiere decir que él dice que todo va fa-
tal y que los empresarios deberíamos crear
mucho más empleo porque en La Econo-
mía solo trabaja la mitad de la gente. La
otra está en el paro.
—¿Y no es verdad?
—¿Verdad? La verdad es que el cincuenta
por ciento de empleo está muy bien para
un país como este donde nadie quiere tra-
bajar.
—Yo no me meto en política, me voy que
tengo prisa. Suerte en las elecciones —se
despidió Alicia mientras cogía el patinete
para marcharse.
—¿No te olvidas de algo?
—Ah, sí.
Alicia lanzó el encargo del Sombrerero ha-
cia lo alto del muro. El Huevo Mayor del
1
PTR: Partido de los Trabajadores Rencorosos.
2
PEC: Partido de los Empresarios Codiciosos.
Alicia en el país de la economía
37
35. Reino alzó los brazos para coger el paquete
pero el lanzamiento iba demasiado alto. Se
desequilibró hacia atrás al tratar de alcan-
zarlo y cayó detrás del muro con fuerte es-
truendo. Alicia se alejó patinando mientras
se cruzaba en el camino con un montón de
cocineros que, sartenes en mano, corrían
en sentido contrario. Les flanqueaban va-
rias cartas de la baraja francesa con cabeza,
piernas y brazos. Enarbolaban tréboles y
portaban lanzas como armas.
Anxo Penalonga
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36. Conceptos económicos transversales
• Necesidad
• Bienes
• Servicios
• Economía
• Escasez económica
• Escasez económica (características)
• Agentes económicos
• Actividades económicas
• Presupuesto
• Coste de oportunidad
• Costes irrecuperables
• Análisis marginal
• Incentivos
• Microeconomía
• Macroeconomía
• Economía positiva
• Economía normativa
Alicia en el país de la economía
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37. FICHA DE TRABAJO I
1. En su encuentro con Alicia en el par-
que, ¿qué necesidades identifica el Co-
nejo Blanco? ¿Y qué bienes o servicios
satisfacen esas necesidades?
2. ¿Por qué es necesaria la economía se-
gún el padre de Alicia?
3. ¿En qué consiste la escasez económica
tal como la expresa Alicia?
4. Alicia y su amiga Ana padecen la esca-
sez económica pero de forma diferen-
te, ¿a qué nos referimos?
5. ¿Qué agentes y actividades económicas
se citan en el texto?
6. De acuerdo con lo expresado por Ali-
cia, ¿qué ventajas e inconvenientes pre-
senta un presupuesto?
7. ¿Cuál es el coste de oportunidad para
Alicia de elegir el camino de la izquier-
da para dirigirse al mercado?
8. Explica cómo influyen los costes irre-
cuperables en alguna de las decisiones
del Gato.
Anxo Penalonga
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38. 9. A propósito del camino que debe to-
mar, ¿qué análisis marginal realiza Ali-
cia en su charla con el Gato?
10. Si la economía fuera medicina y la mi-
croeconomía analiza el comportamien-
to de los agentes económicos por sepa-
rado, ¿qué tipo de médico se ocuparía
del estudio de esta rama de la econo-
mía?
11. ¿Qué incentivo modificó la decisión de
Alicia de viajar por el camino del oeste?
12. Identifica en el texto una afirmación de
economía positiva y otra de economía
normativa.
Alicia en el país de la economía
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