Tras la muerte de Augusto, el Imperio Romano estuvo gobernado por tres dinastías sucesivas cuyos emperadores acumularon gran poder de forma despótica y arbitraria. La inestabilidad política llevó a una guerra civil que terminó con el ascenso de la dinastía Flavia entre los años 69-96 d.C. La dinastía Antonina gobernó luego entre 96-192 d.C. en la época de mayor esplendor del imperio.