El documento describe el poder generativo y transformativo del lenguaje. Señala que a través del lenguaje se concibe el sentido que transforma el mundo, se originan las concepciones más profundas de lo humano y lo divino, y se le da valor y existencia a todo aquello que se pretende materializar a través de la expresión oral. Además, explica que el lenguaje es fuerza y acción que genera nuestro mundo humano, y que a través de conversaciones creamos realidades y posibilidades que construyen nuestra propia vida.
Productos contestatos de la Séptima sesión ordinaria de CTE y TIFC para Docen...
Ensayo final
1. EL PODER GENERATIVO Y TRANSFORMATIVO DEL LENGUAJE
Hay cosas en el mundo que no se aprecian como debieran. Muchos concentran la búsqueda
de sentido y de poder en las realidades tangibles, pero ¿Dónde se concibe el sentido que
transforma al mundo? ¿De dónde nacen las concepciones más profundas de lo humano y lo
divino? ¿Por qué la palabra “si” (en cualquier idioma) le da valor y existencia a todo aquello
que pretende materializarse desde la expresión oral? A decir verdad, hay una fuerza
incalculable en lo común; un poder que trasciende más allá de nuestras fronteras y un
escenario que se construye a través del lenguaje.
Acontece que entre la realidad y la ilusión, el lenguaje es fuerza y acción; tal como lo
afirma Echavarría:
Debiéramos ser capaces de observar cuán lejos estamos de nuestra comprensión
tradicional del lenguaje. La concepción del lenguaje como descriptivo y pasivo ha
sido sustituida por una interpretación diferente, que ve al lenguaje como acción y, en
tanto tal, como una fuerza poderosa que genera nuestro mundo humano (Echeverría,
2007, p. 59).
Y no es difícil apreciado lector determinar la fuerza y la acción que hay en el lenguaje,
porque a menudo en nuestras conversaciones creamos realidades y posibilidades, abrimos y
cerramos opciones, nos metemos en problemas y encontramos soluciones, tomamos
decisiones y emprendemos nuevos retos; como resultado construimos nuestra propia vida.
Por consiguiente, es importante aseverar que ya sea que afirmamos, neguemos o
imaginemos, el lenguaje corre como manantial de agua e inunda nuestro entorno de vida. Así,
desde la lingüística se consideran los actos lingüísticos como piezas fundamentales en la
generación de un mundo de posibilidades que tienen su centro en el armazón de lo social.
De hecho, los actos lingüísticos son en sí mismos manifestaciones del lenguaje que
configuran la realidad tanto del habla como del mundo. En concordancia con lo anterior Del
2. Castillo, 2008, define el acto lingüístico como “la manifestación del lenguaje, la lengua, el
pensamiento y el conocimiento. Es fruto de un hablar, está determinado por un decir,
presupone un conocer y revela la actitud del hablante ante la realidad y el mundo.” De esta
forma, los actos lingüísticos están por todas partes; cada sujeto tiene un conocimiento de una
realidad que crea y genera desde su lengua.
Ahora, cuando hablamos de “lenguaje” hacemos referencia a más que simplemente actos
lingüísticos, lenguaje es la expresión del conocimiento, es una manera de exteriorizar lo que
hay en nuestra mente. Ahora, los actos del habla no son la única manera de hacerlo. De
hecho, una mirada retrospectiva permite ver que en los inicios de la televisión se proyectaba
un cine mudo y la gente disfrutaba de esos programas. Tal es el caso del protagonista Charlie
Chaplin o Míster Bean en nuestra época. Otro ejemplo es el código Morse, utilizado por los
ejércitos en guerra y, ¿qué decir de los avisos publicitarios que con tan solo una imagen,
cautiva y convence al consumidor de la calidad de sus productos? los hablantes en cualquiera
de las formas de lenguaje tienen la intención de generar, transformar o evitar que se realicen
ciertas acciones. Por ejemplo: cuando le expresamos a alguien “te quiero”, o regalamos un
corazón atravesado por una flecha, o le señalamos mientras golpeamos la parte izquierda de
nuestro pecho, muchas veces evitamos tristezas y ocasionamos seguridad y alegría. Es así
como generamos sentimientos positivos y transformamos estados de ánimo.
Bajo esta perspectiva podemos decir que el sujeto hablante es el catalizador de la fuerza y
la acción del lenguaje ya que le otorga una intencionalidad y es allí donde Holguín, 2012, cita
textualmente a Searle al hablar de Lenguaje, Realidad Social y Poder al decir que
“(…) intencionalidad, dicho sea de paso, no se refiere sólo a intenciones, sino
también a creencias, deseos, esperanzas, temores, amor, odio, lascivia, aversión,
vergüenza, orgullo, irritación, diversión y todos aquellos estados mentales
3. (conscientes o inconscientes) que se refieren a, o son sobre, el mundo distinto de la
mente.” (pág.209).
De acuerdo con Holguín, la intencionalidad que aporta el hablante permite que se
configuren otros “mundos” (por ejemplo: el mundo del “yo”) que van más allá de lo tangible
pero que no por eso dejan de mezclarse con la realidad.
A demás de que el sujeto le aporta intencionalidad al lenguaje, también crea y recrea el
lenguaje mismo, proveyéndole así de destellos lingüísticos que avivan y enriquecen la
realidad socio-cultural. Esto lo capto Manero, 2011, cuando pregunta
¿Puede la lingüística limitarse a hacer la historia exterior y formal de las palabras,
ignorando el sentimiento lingüístico, la conciencia semántica de los hablantes?
podría hacerlo solo si el lenguaje fuera un fenómeno de la naturaleza, independiente
de los seres humanos que lo crean y lo re-crean continuamente”.
El ser humano, en definitiva, le otorga poder y virtud al lenguaje. Sin embargo, cada vez
que hacemos uso del lenguaje estamos adquiriendo un compromiso social. “Hablar nunca es
un acto inocente” dice Vicente. El lenguaje en cualquiera de sus formas se expande desde el
interior de cada sujeto hacia la realidad más cercana con el fin de transformarla.
Si se requiere una conclusión, diremos que cada vez que el lenguaje dance delante de
nosotros no hemos de ignorarlo, antes bien, hemos de contemplar su grandeza, su poder, su
fuerza. Solo así, entenderemos que el lenguaje es acción, vida y transformación; que está en el
centro de metamorfosis de la realidad por lo que nunca ha de usarse o ignorarse
arbitrariamente sin que el sujeto que lo haga se responsabilice de ello.
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