2. Al estallar la Revolución Francesa, el neoclasicismo era el arte predominante.
El nuevo estilo, basado en la recuperación de los ideales clásicos, había servido hasta el
momento a los ideales de la Ilustración, tanto desde la perspectiva revolucionaria como
desde los Déspotas Ilustrados de la época.
3. Con la llegada al poder en 1799 de Napoleón
Bonaparte, se instaura el Consulado y,
posteriormente, el Imperio.
Si el neoclasicismo del siglo XVIII, el preconizado
por Winckelmann y Mengs, planteaba un retorno
a la perfección clásica de la antigua Grecia,
Napoleón volvió su mirada a la Roma Imperial,
más acorde con su nueva concepción de poder
basado en la exaltación de su propia figura y en un
férreo control del aparato del Estado.
Con Napoleón, el estilo neoclásico halló una nueva
vía de afirmación al servir de soporte a su
concepción del poder centralizado, que se
manifestó a través de la figura imperial:
Supuso un retorno a la grandiosidad del Imperio
Romano y una utilización del arte al servicio de la
propaganda del Imperio Napoleónico.
Arco de Septimio Severo
Arco de triunfo del Carrusel
4. El arte en la época de Napoleón emplea el
lenguaje clásico, el más acorde con los
principios de la Razón, que había inspirado la
Revolución Francesa, de la que se sentía
continuador.
Pero su modelo no podía ser el de la Grecia de
la polis, del ciudadano, del logos, de la libertad,
sino el modelo de la Roma de Octavio Augusto
y sus valores políticos.
Napoleón desea mostrar la grandeza de su
poder despótico del mismo modo que lo
hacían los emperadores romanos y, como
Augusto había renovado Roma, Napoléon
desea convertirse en el nuevo mecenas del
arte, al servicio de su concepción imperial y de
su persona:
El arte será monumental y exaltará las
grandezas de la Francia Imperial a través de la
persona del Emperador.
Figura imperial apoteósica
Napoleón como
Marte pacificador.
Canova.
5. Todas las artes se ponen
al servicio de la
propaganda napoleónica
6. Si bien se empleará
el lenguaje clásico
heredado de las
ideas ilustradas
que habían
inspirado la
Revolución
Francesa, el arte
del periodo
napoleónico
supone un retorno
a los principios de
propaganda al
servicio del poder,
que tan bien
habían servido
durante el barroco
al papado de Roma
o a la monarquía
absoluta de Luis
XIV.
7. Si Augusto había embellecido Roma, como centro del mundo, Napoleón desea convertir la
capital de su nuevo imperio, París, en un emblema de su poder y símbolo de su grandeza ,
empleando el lenguaje clásico de un Emperador heredero de la Revolución.
En ese sentido emprende un ambicioso programa urbanístico y arquitectónico (a la vez que
mejora su salubridad ) para dotar a la capital del Imperio del carácter monumental digno de
ella, monumentalidad a través de la cual expresar el poder y la gloria del régimen
napoleónico y exaltar la figura de su máximo dirigente, a la vez que ofrecer mediante las
obras públicas trabajo a los desempleados.
8. Sus arquitectos oficiales, Charles Percier y Pierre François Fontaine, trabajaron para llevar a
cabo su deseo de transformar París en la capital más importante de Europa imitando el
estilo opulento de la arquitectura imperial romana.
Será el denominado estilo Imperio, con construcciones como el arco de triunfo del
Carrousel , el arco de triunfo de L’Etoile, la columna Vendôme, la Asamblea o La Madeleine,
todos ellos muy alejados de los principios de sencillez del clasicismo griego y aún más del
espíritu geométrico de la obra visionaria de Ledoux.
9. El estilo monumental, solemne y grandioso tendrá su mejor reflejo en los monumentos
conmemorativos que realizó, siguiendo el modelo de la antigua Roma.
El Arco del Carrousel se construyó (1806-1808) para celebrar la victoriosa campaña de
1805, a imitación del arco romano de Septimio Severo, con motivos alusivos a ella en sus
bajorrelieves; sobre el arco se instalaron cuatro caballos de bronce hechos traer de la
basílica de San Marcos de Venecia, en un acto revelador de la jerarquía imperial
correspondiente a París.
10.
11. El Arco de triunfo de
L’Etoile, de enormes
dimensiones (49 m), fue
mandado construir para
exaltar a la manera
romana su Grande Armée
y sus triunfos militares,
como Austerlitz, siguiendo
el modelo del arco de Tito.
La monumentalidad del
edificio aconsejó un
emplazamiento exento de
edificaciones próximas y
por ello se escogió la zona
de l’Etoile, al final de la
avenida de los Campos
Elíseos, lo que garantizaba
su visibilidad desde las
Tullerías.
12. Napoleón decidió
construir este arco tras su
victoria en la batalla de
Austerliz (1805) tras
prometer a sus hombres
que volverían a casa bajo
arcos triunfales. Napoleón
quería que se construyera
en la Plaza de la Bastilla,
que era por donde los
ejércitos iban a volver de
la guerra. Fue diseñado
por Jean Chalgrin y Jean-
Arnaud Raymond,
inspirados en el Arco del
tito de Roma.
13. Los relieves que lo
adornan tienen tonos
épicos, con héroes y
batallas
revolucionarias y,
sobre todo,
napoleónicas, como
protagonistas.
Los relieves de
François Rudé
constituyen una
exaltación de la virtud
cívica del servicio a la
patria y de la gloria
imperial.
Aunque el
proyecto se
paralizó, se
reanudó durante
la Restauración y
fue tras la
Revolución de
1830 cuando
adquirió su perfil
definitivo.
14. El TriunfoLa Paz
La Resistencia
La marcha de
los
voluntarios o
La Marsellesa
15. Al estilo de las columnas
conmemorativas romanas, se
alza la columna Vendôme
(1806), sobre un pedestal en el
que hasta la Revolución se
alzaba una estatua ecuestre de
Luis XIV, para conmemorar la
victoria de Austerlitz (1805).
Realizada en placas de bronce
que recubren en espiral su
superficie, sus relieves narran
aquella campaña, siguiendo el
modelo de la Columna Trajana
o de M. Aurelio de Roma.
La corona una estatua de
bronce del Emperador, vestido
a la romana.
Para los relieves de bronce se
aprovechó el metal fundido de
los cañones tomados a
austriacos y rusos.
16. También se iniciaron otros
proyectos, como la actual iglesia
de la Madeleine (se había iniciado
en el reinado de Luis XV).
Se planteó como un moderno
Partenón francés, un Templo de la
Gloria, dedicado a honrar a los
ejércitos franceses, que llevaría
grabados en sus muros interiores
los nombres de los combatientes
en las victorias napoleónicas. Las
obras, iniciadas en 1808, se
abandonaron en 1812; se
concluyó en 1842 como iglesia.
Pierre Vignon siguió el modelo de
la Maison Carrée de Nimes,
combinando la fachada con podio
y escalinata romanas con un
peristilo exento de tipo griego.
17. En el mismo estilo, en la
plaza de la Concorde se
realizó la fachada de la
Asamblea Nacional que
Napoleón hizo adosar al
antiguo Palais-Bourbon, con
la misma estructura en
forma de templo griego.
Armoniza con el templo de la Madeleine, en el lado opuesto.
18. También se inician las obras la Bolsa, en 1808 sobre el espacio ocupado por un antiguo
convento y acabada durante la Restauración (1826), en el estilo neoclásico característico
de la arquitectura imperial, al igual que la Madeleine con aspecto de templo griego y
rodeada de una columnata.
19. Se trazaron también
varios nuevos puentes
sobre el Sena, algunos
de ellos, como el de
Austerlitz o el de Jena,
también recordatorio
de triunfos de la Grande
Armée.
20. Se realizaron nuevas fuentes
de carácter monumental,
como la de la Plaza du
Châtelet (1808), que
combinaba la fuente con una
columna de 22 metros de alto,
en cuyo fuste estaban
grabados los nombres de las
victorias napoleónicas,
rematada por una estatua de
la Victoria.
21. A través de la monumentalidad y de un enorme programa constructivo, París se convirtió
en el escaparate perfecto de la megalomanía imperial de Napoleón, con un estilo clásico
que encontraba sus raíces en los imperios de la antigüedad.
22. Napoleón no contó con tiempo suficiente
para llevar a término su ambicioso
programa arquitectónico y algunas de sus
obras quedaron inconclusas (finalizadas en
la época de la Restauración o la monarquía
de Luis Felipe) o no pasaron de la fase de
proyecto.
Muchas de ellas fueron concluidas en esas
épocas posteriores y, desprovistas de parte
de la simbología revolucionaria, se
convertirán en emblemas de un clasicismo
que hace honor a la grandeur de Francia.
Esta época supondrá una prolongación en
el tiempo de los principios artísticos del
arte neoclásico, que convivieron con las
nuevas tendencias románticas.
Este clasicismo constituyó una importante
herencia en la arquitectura francesa del
siglo XIX.