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    DEPTO. DE artes Musicales




                      El Barroco, Mentalidad y pensamiento
Resulta difícil determinar cuál fue la mentalidad de los hombres del Barroco, porque el
siglo XVIII fue un periodo rico en planteamientos culturales, en posturas religiosas y sobre
todo en teorías filosóficas.

Pero, además se puede hablar de diferentes mentalidades, en función de los grupos
políticos, sociales o religiosos. Así, no sería igual la mentalidad propugnada por las
monarquías absolutistas (Francia), que por los partidarios de concepciones políticas
parlamentarias (Inglaterra) o republicanas (Holanda); también hubo grandes diferencias
entre las formas de entender la vida las clases populares o los intelectuales y, desde luego,
la óptica católica y la protestante difirieron notablemente en casi todos sus planteamientos.

Cada país tuvo su propia cultura sujeta a condicionantes políticos, económicos, sociales y
religiosos y, aun dentro de cada país, se gestaron mentalidades diferentes en función de
esos mismos condicionantes.


Absolutismo y parlamentarismo


Las dos formas políticas predominantes en el siglo XVII fueron el fruto y la causa de
mentalidades diferentes.

Como punto de partida conviene señalar que el absolutismo se manifestó vinculado al
catolicismo (uno de los teóricos defensores del absolutismo fue el obispo francés Bossuet),
mientras que el parlamentarismo lo estuvo al protestantismo. Téngase en cuenta que la
Iglesia católica había apoyado siempre la idea de la unidad de un imperio cristiano y que,
por el contrario, la Iglesia protestante había nacido como una crítica individual al poder de
Roma.

Los católicos respondieron más a la concepción colectiva que suponía aceptar más
fácilmente un poder absoluto y centralizado, mientras que los protestantes, desde su
individualismo, optaron por modelos políticos más participativos y controlados.

Estas diferencias se plasmaron en la mentalidad colectiva, de manera muy gráfica, pues
mientras el pueblo francés consideraba a Luis XIV como a un dios (se arrodillaban a su
paso) capaz de hacer milagros, los ingleses se atrevieron, y la osadía fue grande para la
época, a enfrentarse a su monarca Carlos I, hasta llegar a ejecutarlo. Estas dos posturas tan
radicalmente diferentes suponían mentalidades casi opuestas que condicionaron muchos
aspectos de la vida económica, social e incluso religiosa.
Así, el desarrollo de las clases burguesas fue notablemente superior en los países que
optaron por fórmulas parlamentarias (Inglaterra, Holanda), puesto que el ascenso social de
este nuevo grupo no era más que la aceptación de una valía personal con independencia del
origen de nacimiento de cada individuo. Las fórmulas parlamentarias significaban la
superación del Antiguo Régimen y eso era, en definitiva, la superación de la mentalidad
que sustentaba el sistema estamental.

En los países con regímenes absolutistas (Francia, España y todo el este de Europa) se
afianzaron los privilegios de una nobleza cortesana o terrateniente que, aunque no ejercía el
poder político directo, sí participaba del mismo y que seguía siendo mantenida por el
pueblo llano en función de ese ordenamiento estamental, que no sería roto hasta la
Revolución Francesa de finales del siglo XVIII y las revoluciones burguesas del siglo XIX
(en Rusia hasta el siglo XX).

Es evidente que incluso en Inglaterra y Holanda, las ideas de soberanía nacional o de
democracia parlamentaria estaban aún muy lejos de ser una realidad que afectara a todos
sus habitantes, pero también lo es que las fórmulas políticas parlamentarias, de carácter
liberal, aun con sus restricciones, fueron mucho más novedosas y miraban más hacia el
futuro que el absolutismo. Por ello, la mentalidad conformada por un gobierno
parlamentario resultó más moderna y más capacitada para aceptar otras novedades, lo que
condicionó positivamente el desarrollo, sobre todo de Inglaterra, a lo largo de los siglos
siguientes.

Por su parte Francia entraría en una decadencia que la llevó al estallido renovador y
revolucionario de 1789. El cambio fue más lento para España y ello daría lugar a un retraso
con respecto a otros países europeos, cuya huella tardaría mucho tiempo en borrarse.

Tanto el absolutismo como el parlamentarismo fueron objeto de estudios teóricos por parte
de varios pensadores de la época, entre los que sobresalieron los ingleses Thomas Hobbes
(1588-1679) y John Locke (1632-1704).

Hobbes, defensor acérrimo del absolutismo, fundamentaba su postura en la consideración
de que el hombre, en su estado primitivo, es un salvaje movido por el egoísmo y actúa
como un lobo para con sus congéneres ("homo homini lupus") por lo que es preciso que
alguien con un poder absoluto imponga una ley que permita garantizar la seguridad social.

Locke, por su parte, consideró que el hombre ni es bueno ni malo por naturaleza, pero
necesita vivir en sociedad y, para ello, precisa regular las relaciones entre unos y otros. Esa
regulación debe respetar los derechos naturales del hombre y ajustarse a la ley moral
natural que se impone a través de la razón. La misma razón indica que es el consenso de
todos lo que mejor conduce a esa regulación. Para Locke, pues, es la razón la que conduce
al hombre a establecer un pacto social en el que todos pueden disfrutar de su libertad
natural; de ese modo, el poder político es un mandato popular derivado del pacto.


Catolicismo y protestantismo
La época del Barroco fue vivida por la gran mayoría de la población desde una profunda e
incluso mística religiosidad. En este sentido, apenas hubo diferencias entre católicos y
protestantes y ello significó que algunas guerras con motivaciones religiosas resultaran
particularmente enconadas y violentas.

A lo largo de la centuria, esta religiosidad se puso de manifiesto en el plano intelectual con
dos vertientes. Por un lado, en el seno de las propias iglesias surgieron divisiones y sectas
que se consideraban unas a otras heréticas. En este sentido hay que señalar que la
fragmentación fue mucho mayor entre los protestantes, ya que los calvinistas, que desde su
origen habían generado distintos grupos, se radicalizaron en muchas sectas diferentes y la
Iglesia anglicana también dio lugar a movimientos religiosos nuevos, algunos de los cuales
pronto se trasladaron a las colonias americanas, como sucedió con los cuáqueros.

or lo que respecta a los católicos, la Inquisición se encargó de frenar todo intento
desviacionista, pero a pesar de ello, logró surgir un movimiento considerado domo herético,
que alcanzó cierto relieve, fue el Jansenismo, iniciado por un obispo de Ypres, llamado
Jansen.

El Jansenismo surgió partiendo de San Agustín y planteando una vez más el problema de la
libertad humana; sus tesis, próximas a la teoría de la predestinación, fueron aceptadas en la
abadía de Port Royal y perseguidas por los gobiernos franceses. Los jansenitas, que fueron
contrarios al absolutismo, sufrieron una fuerte represión en los primeros años del siglo
XVIII, a pesar de lo cual aún hoy perduran en los Países Bajos.

Independientemente de los cismas internos, católicos y protestantes mantuvieron sus
disputas en torno a los problemas fundamentales que habían originado las primeras
rupturas.

Por otro lado, el dogmatismo religioso de la época se enfrentó a los movimientos científicos
y filosóficos que, cada vez más intensamente, se desarrollaban al margen de la religión.

En este sentido, la mayor parte de las universidades, cuyo control estaba, en gran medida,
en manos del clero, actuaron como un auténtico freno para la ciencia y la filosofía, pues sus
teorías seguían sometidas al argumento de autoridad impuesto por el dogma y las
interpretaciones de los teólogos. Afortunadamente, muchos hombres de ciencia y muchos
pensadores orientaron sus trabajos al margen de dicho argumento, pero eso significó para
algunos de ellos verse perseguidos y obligados a retractarse de sus teorías.

Hombres como Galileo o Spinoza sufrieron las presiones de sus correligionarios; así,
Galileo fue condenado por la Inquisición y se vio obligado a negar la teoría heliocéntrica,
que defendía; Spinoza, que era un judío descendiente de judíos españoles trasladados a
Holanda por motivos religiosos, fue expulsado de la sinagoga de Ámsterdam y considerado
hereje.

El enfrentamiento de la ciencia y la filosofía con la religión fue más acusado entre los
católicos, cuyo espíritu resultó mucho menos tolerante que el de los protestantes.
El pensamiento filosófico del siglo XVII puede entenderse como la derivación lógica de los
planteamientos renacentistas, que colocaban al hombre como centro del Universo y como
principal motivo de interés de cualquier actividad humana. Ahora bien, durante el Barroco
pueden establecerse dos líneas de pensamiento que se desarrollaron paralelamente y que se
vincularon entre sí a través de muchos aspectos enriquecedores. Esas dos líneas estuvieron
constituidas por lo que llamaremos el pensamiento científico y el pensamiento
estrictamente filosófico.

Desde los inicios de la historia del pensamiento, ciencia y filosofía habían caminado
unidas, en el sentido de que los hombres de ciencia fueron también los que se preocuparon
por los problemas más trascendentales de la existencia humana. Durante siglos, esa doble
preocupación estuvo condicionada por la religión y en el mundo occidental, más
concretamente por la Iglesia cristiana; hubo, de ese modo, una fuerte supeditación de la
razón con respecto a la fe.

El humanismo renacentista quiso olvidarse, sólo en cierto modo, de esa esclavitud y decidió
colocar al hombre en un centro de interés que no consideraba las cuestiones religiosas. Ello
trajo consigo la aparición de los primeros científicos no vinculados al pensamiento
filosófico (trascendente) y la fundamental preocupación humanista por las capacidades del
hombre. En ese marco surgieron pensadores que, aún marcados por la antigua filosofía
griega, en parte redescubierta en esa época, tuvieron atrevimientos intuitivos, como la
concepción infinita del Universo de Giordano Bruno, que entroncaban con la revolución
científica que suponía la teoría heliocéntrica defendida por Copérnico. Pero Bruno y
Copérnico seguían remitiendo su pensamiento a la Iglesia, al aristotelismo y al platonismo.

Mientras tanto se iba desarrollando la matemática y se seguía buscando un modelo de teoría
del conocimiento que resultara útil y que fuera capaz de dar respuestas definitivas. De ello
se ocupó Francis Bacon, quien propugnó una especie de empirismo experimentalista, en el
que la razón actuaba como una simple constatadora de datos, pero que suponía un total
alejamiento de los condicionantes religiosos.

En este estado de cosas se llegó al siglo XVII, en cuya primera mitad, dos genios del
pensamiento universal, Descartes y Galileo, supieron, desligándose de las ataduras de la
religión y de la antigua filosofía, generar una nueva filosofía y un nuevo método científico,
teniendo como fundamento ambos la matemática y la capacidad razonadora del hombre. De
este modo, la ciencia y la filosofía se unían de nuevo, pues Descartes, tomando de la
ciencia el modelo matemático estableció la filosofía racionalista y Galileo interpretó el
movimiento con un lenguaje matemático y con un método racionalista.

Como resultado definitivo, a finales del siglo, Newton revolucionó con sus geniales teorías
la concepción que hasta entonces se tenía del Universo. Su ley de la "Gravitación
universal" abrió una nueva era en el mundo de la ciencia y de la filosofía.

Toda la filosofía de Descartes (1596-1650) tiene su origen en la búsqueda de un método de
conocimiento. Su método debía estar tan bien fundamentado como el de la matemática, ya
que si esta ciencia lograba tan buenos y fiables resultados era porque la base sobre la que se
fundamentaba era sólida.
De ese modo, Descartes, cuya educación fue refinada y como hijo de su tiempo, se planteó
que, para conocer la realidad no debía guiarse de los sentidos (filosofía griega) ni de la fe
(religión), sino de su propia capacidad de razonar (herencia humanista) de la cual debía
extraer una verdad absolutamente cierta, sobre la cual poder basar otras verdades,
estableciendo así un método científico de conocimiento.

A través de la duda como método para buscar esa verdad absoluta, Descartes llegó a la
conclusión de que hay ideas (verdades) tan claras y evidentes, que se demuestran a sí
mismas y, que si aparecen a la razón tan claras y evidentes, es porque son ideas que el
propio pensamiento tiene en sí mismo. Por ello, Descartes llamó a estas ideas "innatas" y
estableció que el conocimiento debe partir de la intuición o instinto natural, ya que es la
intuición quien puede captar los conceptos básicos (ideas innatas) que proceden de la razón
misma (Racionalismo). Una vez conocidos, por la intuición, esos conceptos simples, otro
modo de conocimiento, el deductivo, los pone en contacto. Así, el sistema de razonamiento
tiene dos fases: el análisis, para buscar los conceptos básicos, y la síntesis, que de forma
deductiva y a partir de los conceptos básicos permita llegar a conocimientos más
complejos.

La fórmula de conocimiento propuesta por Descartes estaba sacada del modelo matemático,
según el cual el conocimiento de los elementos básicos sería, simplificando el esquema, el
conocimiento de los números y sus cualidades y, por deducción, el conocimiento de las
relaciones de los números daría las diversas operaciones matemáticas. Dicho de otro modo,
Descartes encontró que en matemáticas el razonamiento se desarrolla como una cadena
creciente, en la que se puede avanzar por deducción y que, además, puede reflejar
realidades ajenas a la propia matemática (la vieja idea pitagórica de que la realidad puede
expresarse mediante números, esto es, matemáticamente).

Toda la teoría filosófica de Descartes estuvo encaminada a encontrar el modelo de
razonamiento que, semejante al matemático, le permitiera indagar sobre las cuestiones
trascendentales que preocupan al ser humano.

La filosofía racionalista tuvo, tras Descartes, otros seguidores, entre los que merecen ser
destacados Spinoza (1632-1677) y Leibniz (1646-1716).

Spinoza vivió en Holanda, donde el carácter tolerante de la sociedad de aquella república le
permitió manifestar un pensamiento filosófico panteísta próximo al ateísmo. Partiendo de
un análisis racional, Spinoza entendió que todo el Universo es un sistema único (o una
única sustancia) que se justifica y fundamenta a sí mismo. El pensamiento de Leibniz fue
más abstracto y no tuvo repercusión posterior.

Considerado como el iniciador de la filosofía moderna, Descartes independizó el
pensamiento filosófico de cualquier atadura, al proclamar la autonomía de la razón y, por lo
tanto, de la filosofía. Con su racionalismo estableció que tan sólo se precisa del
entendimiento (sin el apoyo de los sentidos) para el conocimiento de cualquier realidad.

Para fundamentar ese conocimiento, entendió que era preciso encontrar, por medio de la
razón, una verdad absoluta que sirviera de base a otras verdades.
En la búsqueda de esa certeza irrefutable, Descartes encontró que se podía dudar de casi
todo, lo que le llevó a establecer la duda como método de análisis en su búsqueda de una
verdad absoluta (duda metódica). Así señaló tres motivos para dudar:

   a. los sentidos pueden engañarnos,
   b. no se puede distinguir la vigilia del sueño y
   c. un espíritu maligno puede confundirnos.

Esos tres motivos de duda parecían hacer imposible tener una verdad absoluta, pero
Descartes dio con algo que no podía ser falso, aun a pesar de sus causas motivadoras de
duda, ese algo fue la afirmación "Pienso, luego existo". Aquello sí que era una verdad
absoluta, ya que Descartes pudo decirse: tal vez todo lo que veo, siento o creo entender es
falso y, por lo tanto, es justo que dude de ello, pero, desde luego, lo que es innegable
(indudable) es que dudo; y si dudo es porque pienso y si pienso, existo. Establecida esa
primera verdad, Descartes se preguntó qué le hacía entenderla como absoluta e indudable y
se dio como respuesta que aquella era una certeza que se percibía con completa claridad y
distinción. De ese modo, estableció su "criterio de certeza", según el cual, todo lo que viera
con igual claridad debía considerarlo cierto. A pesar de ello, Descartes no podía pasar de la
verdad de su yo pensante a la verdad de que el mundo existe. Por el momento, tan sólo
tenía la certeza del pensamiento y la de su idea de que era, cuando menos, algo pensante.
Había, pues, pensamiento y las ideas que éste piensa.

Descartes se centró en las ideas para averiguar cómo podían ser éstas y estableció tres tipos:

   a. ideas adventicias (las que proceden de la experiencia),
   b. ideas facticias (las que construye la mente partiendo de otras ideas) y
   c. ideas innatas (las que tiene el pensamiento sin que provengan de otra fuente).

Las ideas innatas fueron la gran solución para Descartes, ya que, a partir de ellas, justificó
la existencia de Dios. Para ello, entendió que la idea de infinito (que no puede ser ni
adventicia ni ficticia) era una idea innata y rápidamente identificó la idea de infinito con la
de Dios, afirmando que, si existe lo finito (su yo pensante) necesariamente tiene que existir
lo infinito, es decir Dios.

De ese modo, la existencia de Dios quedaba garantizada por el simple hecho de que él tenía
la idea de Dios. El siguiente paso dado por Descartes fue afirmar que, siendo Dios
absolutamente perfecto, ha de ser infinitamente bueno y, por lo tanto, no podía permitir que
él se engañara con sus sentidos al pensar que existe el mundo. El mundo real, pues, existía
y Dios era la garantía de su existencia.

Los planteamientos del método cartesiano fueron de una gran originalidad y su desarrollo
dio muestra del ingenio de Descartes. Ahora bien, las conclusiones finales de que Dios
existe, justificando su existencia, simplemente a partir de la idea innata de Dios y la
demostración de la existencia del mundo real a través de la bondad divina, fueron los
puntos más flojos de toda la argumentación del filósofo francés. No obstante, su gran
mérito, que fue concebir a la razón (racionalismo) como único elemento capaz de conocer,
no queda disminuido por las conclusiones a las que le llevó su sistema.
Galileo (1564-1642), cuyo orgullo como hombre de ciencia le hizo adoptar posturas
radicales frente a la Iglesia, a la que no toleraba que se entrometiera en el terreno científico,
fue la personalidad más moderna de su tiempo, tanto por su empeño en traducir al lenguaje
matemático sus descubrimientos, como por la concepción metodológica de su trabajo.

Las implicaciones filosóficas de Galileo surgieron a partir de su interés por dar respuestas a
lo que hasta entonces se habían considerado pequeñas "pegas" de la física aristotélica. En
efecto, la concepción aristotélica del Universo explicaba el cosmos completo e incluso la
naturaleza divina, pero en su argumentación, que suponía a la Tierra en el centro del
Universo, no podía justificar ciertos movimientos ni la caída de los cuerpos.

Galileo, que era plenamente partidario de la teoría heliocéntrica de Copérnico, no pretendió
dar una respuesta global al orden universal, pero sí quiso explicar cómo se produce el
movimiento en sus diferentes tipos. Su interés no fue el de explicar las causas por las que
algo puede moverse, sino el movimiento mismo y, sobre todo, cómo expresar
matemáticamente las propiedades de cada uno de sus tipos.

La postura de Galileo, netamente científica, produjo unas conclusiones tan poderosamente
evidentes que significaron la caída definitiva de la física de Aristóteles y, por lo tanto, de la
teoría geocéntrica que, durante siglos, había mantenido la Iglesia. Todo ello le costó a
Galileo, en manos de la Inquisición, tener que renegar del heliocentrismo y sufrir prisión
perpetua, a pesar de lo cual, el irreductible sabio aún logró publicar en Holanda su última
obra, a modo de venganza para con la Iglesia católica.

Desde el punto de vista metodológico, Galileo fue lo que podríamos llamar un racionalista
científico, ya que su método experimental fue el resolutivo-compositivo, según el cual, el
científico, tras analizar un problema (análisis intuitivo) ofrece como solución una teoría
(síntesis que culmina en una hipótesis) que más tarde comprueba experimentalmente.

El método propuesto por Galileo no sólo contenía en esencia los planteamientos del
racionalismo de Descartes, sino que, además, fue el método que, desde entonces, la ciencia
ha venido utilizando. Su gran diferencia con Francis Bacon era que, mientras el inglés era
partidario de la experiencia (muchas pruebas para establecer la teoría), Galileo afirmaba el
experimento (una prueba que demuestra la teoría).

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Pensamiento barroco

  • 1. LICEO “JOSÉ V. LASTARRIA” DEPTO. DE artes Musicales El Barroco, Mentalidad y pensamiento Resulta difícil determinar cuál fue la mentalidad de los hombres del Barroco, porque el siglo XVIII fue un periodo rico en planteamientos culturales, en posturas religiosas y sobre todo en teorías filosóficas. Pero, además se puede hablar de diferentes mentalidades, en función de los grupos políticos, sociales o religiosos. Así, no sería igual la mentalidad propugnada por las monarquías absolutistas (Francia), que por los partidarios de concepciones políticas parlamentarias (Inglaterra) o republicanas (Holanda); también hubo grandes diferencias entre las formas de entender la vida las clases populares o los intelectuales y, desde luego, la óptica católica y la protestante difirieron notablemente en casi todos sus planteamientos. Cada país tuvo su propia cultura sujeta a condicionantes políticos, económicos, sociales y religiosos y, aun dentro de cada país, se gestaron mentalidades diferentes en función de esos mismos condicionantes. Absolutismo y parlamentarismo Las dos formas políticas predominantes en el siglo XVII fueron el fruto y la causa de mentalidades diferentes. Como punto de partida conviene señalar que el absolutismo se manifestó vinculado al catolicismo (uno de los teóricos defensores del absolutismo fue el obispo francés Bossuet), mientras que el parlamentarismo lo estuvo al protestantismo. Téngase en cuenta que la Iglesia católica había apoyado siempre la idea de la unidad de un imperio cristiano y que, por el contrario, la Iglesia protestante había nacido como una crítica individual al poder de Roma. Los católicos respondieron más a la concepción colectiva que suponía aceptar más fácilmente un poder absoluto y centralizado, mientras que los protestantes, desde su individualismo, optaron por modelos políticos más participativos y controlados. Estas diferencias se plasmaron en la mentalidad colectiva, de manera muy gráfica, pues mientras el pueblo francés consideraba a Luis XIV como a un dios (se arrodillaban a su paso) capaz de hacer milagros, los ingleses se atrevieron, y la osadía fue grande para la época, a enfrentarse a su monarca Carlos I, hasta llegar a ejecutarlo. Estas dos posturas tan radicalmente diferentes suponían mentalidades casi opuestas que condicionaron muchos aspectos de la vida económica, social e incluso religiosa.
  • 2. Así, el desarrollo de las clases burguesas fue notablemente superior en los países que optaron por fórmulas parlamentarias (Inglaterra, Holanda), puesto que el ascenso social de este nuevo grupo no era más que la aceptación de una valía personal con independencia del origen de nacimiento de cada individuo. Las fórmulas parlamentarias significaban la superación del Antiguo Régimen y eso era, en definitiva, la superación de la mentalidad que sustentaba el sistema estamental. En los países con regímenes absolutistas (Francia, España y todo el este de Europa) se afianzaron los privilegios de una nobleza cortesana o terrateniente que, aunque no ejercía el poder político directo, sí participaba del mismo y que seguía siendo mantenida por el pueblo llano en función de ese ordenamiento estamental, que no sería roto hasta la Revolución Francesa de finales del siglo XVIII y las revoluciones burguesas del siglo XIX (en Rusia hasta el siglo XX). Es evidente que incluso en Inglaterra y Holanda, las ideas de soberanía nacional o de democracia parlamentaria estaban aún muy lejos de ser una realidad que afectara a todos sus habitantes, pero también lo es que las fórmulas políticas parlamentarias, de carácter liberal, aun con sus restricciones, fueron mucho más novedosas y miraban más hacia el futuro que el absolutismo. Por ello, la mentalidad conformada por un gobierno parlamentario resultó más moderna y más capacitada para aceptar otras novedades, lo que condicionó positivamente el desarrollo, sobre todo de Inglaterra, a lo largo de los siglos siguientes. Por su parte Francia entraría en una decadencia que la llevó al estallido renovador y revolucionario de 1789. El cambio fue más lento para España y ello daría lugar a un retraso con respecto a otros países europeos, cuya huella tardaría mucho tiempo en borrarse. Tanto el absolutismo como el parlamentarismo fueron objeto de estudios teóricos por parte de varios pensadores de la época, entre los que sobresalieron los ingleses Thomas Hobbes (1588-1679) y John Locke (1632-1704). Hobbes, defensor acérrimo del absolutismo, fundamentaba su postura en la consideración de que el hombre, en su estado primitivo, es un salvaje movido por el egoísmo y actúa como un lobo para con sus congéneres ("homo homini lupus") por lo que es preciso que alguien con un poder absoluto imponga una ley que permita garantizar la seguridad social. Locke, por su parte, consideró que el hombre ni es bueno ni malo por naturaleza, pero necesita vivir en sociedad y, para ello, precisa regular las relaciones entre unos y otros. Esa regulación debe respetar los derechos naturales del hombre y ajustarse a la ley moral natural que se impone a través de la razón. La misma razón indica que es el consenso de todos lo que mejor conduce a esa regulación. Para Locke, pues, es la razón la que conduce al hombre a establecer un pacto social en el que todos pueden disfrutar de su libertad natural; de ese modo, el poder político es un mandato popular derivado del pacto. Catolicismo y protestantismo
  • 3. La época del Barroco fue vivida por la gran mayoría de la población desde una profunda e incluso mística religiosidad. En este sentido, apenas hubo diferencias entre católicos y protestantes y ello significó que algunas guerras con motivaciones religiosas resultaran particularmente enconadas y violentas. A lo largo de la centuria, esta religiosidad se puso de manifiesto en el plano intelectual con dos vertientes. Por un lado, en el seno de las propias iglesias surgieron divisiones y sectas que se consideraban unas a otras heréticas. En este sentido hay que señalar que la fragmentación fue mucho mayor entre los protestantes, ya que los calvinistas, que desde su origen habían generado distintos grupos, se radicalizaron en muchas sectas diferentes y la Iglesia anglicana también dio lugar a movimientos religiosos nuevos, algunos de los cuales pronto se trasladaron a las colonias americanas, como sucedió con los cuáqueros. or lo que respecta a los católicos, la Inquisición se encargó de frenar todo intento desviacionista, pero a pesar de ello, logró surgir un movimiento considerado domo herético, que alcanzó cierto relieve, fue el Jansenismo, iniciado por un obispo de Ypres, llamado Jansen. El Jansenismo surgió partiendo de San Agustín y planteando una vez más el problema de la libertad humana; sus tesis, próximas a la teoría de la predestinación, fueron aceptadas en la abadía de Port Royal y perseguidas por los gobiernos franceses. Los jansenitas, que fueron contrarios al absolutismo, sufrieron una fuerte represión en los primeros años del siglo XVIII, a pesar de lo cual aún hoy perduran en los Países Bajos. Independientemente de los cismas internos, católicos y protestantes mantuvieron sus disputas en torno a los problemas fundamentales que habían originado las primeras rupturas. Por otro lado, el dogmatismo religioso de la época se enfrentó a los movimientos científicos y filosóficos que, cada vez más intensamente, se desarrollaban al margen de la religión. En este sentido, la mayor parte de las universidades, cuyo control estaba, en gran medida, en manos del clero, actuaron como un auténtico freno para la ciencia y la filosofía, pues sus teorías seguían sometidas al argumento de autoridad impuesto por el dogma y las interpretaciones de los teólogos. Afortunadamente, muchos hombres de ciencia y muchos pensadores orientaron sus trabajos al margen de dicho argumento, pero eso significó para algunos de ellos verse perseguidos y obligados a retractarse de sus teorías. Hombres como Galileo o Spinoza sufrieron las presiones de sus correligionarios; así, Galileo fue condenado por la Inquisición y se vio obligado a negar la teoría heliocéntrica, que defendía; Spinoza, que era un judío descendiente de judíos españoles trasladados a Holanda por motivos religiosos, fue expulsado de la sinagoga de Ámsterdam y considerado hereje. El enfrentamiento de la ciencia y la filosofía con la religión fue más acusado entre los católicos, cuyo espíritu resultó mucho menos tolerante que el de los protestantes.
  • 4. El pensamiento filosófico del siglo XVII puede entenderse como la derivación lógica de los planteamientos renacentistas, que colocaban al hombre como centro del Universo y como principal motivo de interés de cualquier actividad humana. Ahora bien, durante el Barroco pueden establecerse dos líneas de pensamiento que se desarrollaron paralelamente y que se vincularon entre sí a través de muchos aspectos enriquecedores. Esas dos líneas estuvieron constituidas por lo que llamaremos el pensamiento científico y el pensamiento estrictamente filosófico. Desde los inicios de la historia del pensamiento, ciencia y filosofía habían caminado unidas, en el sentido de que los hombres de ciencia fueron también los que se preocuparon por los problemas más trascendentales de la existencia humana. Durante siglos, esa doble preocupación estuvo condicionada por la religión y en el mundo occidental, más concretamente por la Iglesia cristiana; hubo, de ese modo, una fuerte supeditación de la razón con respecto a la fe. El humanismo renacentista quiso olvidarse, sólo en cierto modo, de esa esclavitud y decidió colocar al hombre en un centro de interés que no consideraba las cuestiones religiosas. Ello trajo consigo la aparición de los primeros científicos no vinculados al pensamiento filosófico (trascendente) y la fundamental preocupación humanista por las capacidades del hombre. En ese marco surgieron pensadores que, aún marcados por la antigua filosofía griega, en parte redescubierta en esa época, tuvieron atrevimientos intuitivos, como la concepción infinita del Universo de Giordano Bruno, que entroncaban con la revolución científica que suponía la teoría heliocéntrica defendida por Copérnico. Pero Bruno y Copérnico seguían remitiendo su pensamiento a la Iglesia, al aristotelismo y al platonismo. Mientras tanto se iba desarrollando la matemática y se seguía buscando un modelo de teoría del conocimiento que resultara útil y que fuera capaz de dar respuestas definitivas. De ello se ocupó Francis Bacon, quien propugnó una especie de empirismo experimentalista, en el que la razón actuaba como una simple constatadora de datos, pero que suponía un total alejamiento de los condicionantes religiosos. En este estado de cosas se llegó al siglo XVII, en cuya primera mitad, dos genios del pensamiento universal, Descartes y Galileo, supieron, desligándose de las ataduras de la religión y de la antigua filosofía, generar una nueva filosofía y un nuevo método científico, teniendo como fundamento ambos la matemática y la capacidad razonadora del hombre. De este modo, la ciencia y la filosofía se unían de nuevo, pues Descartes, tomando de la ciencia el modelo matemático estableció la filosofía racionalista y Galileo interpretó el movimiento con un lenguaje matemático y con un método racionalista. Como resultado definitivo, a finales del siglo, Newton revolucionó con sus geniales teorías la concepción que hasta entonces se tenía del Universo. Su ley de la "Gravitación universal" abrió una nueva era en el mundo de la ciencia y de la filosofía. Toda la filosofía de Descartes (1596-1650) tiene su origen en la búsqueda de un método de conocimiento. Su método debía estar tan bien fundamentado como el de la matemática, ya que si esta ciencia lograba tan buenos y fiables resultados era porque la base sobre la que se fundamentaba era sólida.
  • 5. De ese modo, Descartes, cuya educación fue refinada y como hijo de su tiempo, se planteó que, para conocer la realidad no debía guiarse de los sentidos (filosofía griega) ni de la fe (religión), sino de su propia capacidad de razonar (herencia humanista) de la cual debía extraer una verdad absolutamente cierta, sobre la cual poder basar otras verdades, estableciendo así un método científico de conocimiento. A través de la duda como método para buscar esa verdad absoluta, Descartes llegó a la conclusión de que hay ideas (verdades) tan claras y evidentes, que se demuestran a sí mismas y, que si aparecen a la razón tan claras y evidentes, es porque son ideas que el propio pensamiento tiene en sí mismo. Por ello, Descartes llamó a estas ideas "innatas" y estableció que el conocimiento debe partir de la intuición o instinto natural, ya que es la intuición quien puede captar los conceptos básicos (ideas innatas) que proceden de la razón misma (Racionalismo). Una vez conocidos, por la intuición, esos conceptos simples, otro modo de conocimiento, el deductivo, los pone en contacto. Así, el sistema de razonamiento tiene dos fases: el análisis, para buscar los conceptos básicos, y la síntesis, que de forma deductiva y a partir de los conceptos básicos permita llegar a conocimientos más complejos. La fórmula de conocimiento propuesta por Descartes estaba sacada del modelo matemático, según el cual el conocimiento de los elementos básicos sería, simplificando el esquema, el conocimiento de los números y sus cualidades y, por deducción, el conocimiento de las relaciones de los números daría las diversas operaciones matemáticas. Dicho de otro modo, Descartes encontró que en matemáticas el razonamiento se desarrolla como una cadena creciente, en la que se puede avanzar por deducción y que, además, puede reflejar realidades ajenas a la propia matemática (la vieja idea pitagórica de que la realidad puede expresarse mediante números, esto es, matemáticamente). Toda la teoría filosófica de Descartes estuvo encaminada a encontrar el modelo de razonamiento que, semejante al matemático, le permitiera indagar sobre las cuestiones trascendentales que preocupan al ser humano. La filosofía racionalista tuvo, tras Descartes, otros seguidores, entre los que merecen ser destacados Spinoza (1632-1677) y Leibniz (1646-1716). Spinoza vivió en Holanda, donde el carácter tolerante de la sociedad de aquella república le permitió manifestar un pensamiento filosófico panteísta próximo al ateísmo. Partiendo de un análisis racional, Spinoza entendió que todo el Universo es un sistema único (o una única sustancia) que se justifica y fundamenta a sí mismo. El pensamiento de Leibniz fue más abstracto y no tuvo repercusión posterior. Considerado como el iniciador de la filosofía moderna, Descartes independizó el pensamiento filosófico de cualquier atadura, al proclamar la autonomía de la razón y, por lo tanto, de la filosofía. Con su racionalismo estableció que tan sólo se precisa del entendimiento (sin el apoyo de los sentidos) para el conocimiento de cualquier realidad. Para fundamentar ese conocimiento, entendió que era preciso encontrar, por medio de la razón, una verdad absoluta que sirviera de base a otras verdades.
  • 6. En la búsqueda de esa certeza irrefutable, Descartes encontró que se podía dudar de casi todo, lo que le llevó a establecer la duda como método de análisis en su búsqueda de una verdad absoluta (duda metódica). Así señaló tres motivos para dudar: a. los sentidos pueden engañarnos, b. no se puede distinguir la vigilia del sueño y c. un espíritu maligno puede confundirnos. Esos tres motivos de duda parecían hacer imposible tener una verdad absoluta, pero Descartes dio con algo que no podía ser falso, aun a pesar de sus causas motivadoras de duda, ese algo fue la afirmación "Pienso, luego existo". Aquello sí que era una verdad absoluta, ya que Descartes pudo decirse: tal vez todo lo que veo, siento o creo entender es falso y, por lo tanto, es justo que dude de ello, pero, desde luego, lo que es innegable (indudable) es que dudo; y si dudo es porque pienso y si pienso, existo. Establecida esa primera verdad, Descartes se preguntó qué le hacía entenderla como absoluta e indudable y se dio como respuesta que aquella era una certeza que se percibía con completa claridad y distinción. De ese modo, estableció su "criterio de certeza", según el cual, todo lo que viera con igual claridad debía considerarlo cierto. A pesar de ello, Descartes no podía pasar de la verdad de su yo pensante a la verdad de que el mundo existe. Por el momento, tan sólo tenía la certeza del pensamiento y la de su idea de que era, cuando menos, algo pensante. Había, pues, pensamiento y las ideas que éste piensa. Descartes se centró en las ideas para averiguar cómo podían ser éstas y estableció tres tipos: a. ideas adventicias (las que proceden de la experiencia), b. ideas facticias (las que construye la mente partiendo de otras ideas) y c. ideas innatas (las que tiene el pensamiento sin que provengan de otra fuente). Las ideas innatas fueron la gran solución para Descartes, ya que, a partir de ellas, justificó la existencia de Dios. Para ello, entendió que la idea de infinito (que no puede ser ni adventicia ni ficticia) era una idea innata y rápidamente identificó la idea de infinito con la de Dios, afirmando que, si existe lo finito (su yo pensante) necesariamente tiene que existir lo infinito, es decir Dios. De ese modo, la existencia de Dios quedaba garantizada por el simple hecho de que él tenía la idea de Dios. El siguiente paso dado por Descartes fue afirmar que, siendo Dios absolutamente perfecto, ha de ser infinitamente bueno y, por lo tanto, no podía permitir que él se engañara con sus sentidos al pensar que existe el mundo. El mundo real, pues, existía y Dios era la garantía de su existencia. Los planteamientos del método cartesiano fueron de una gran originalidad y su desarrollo dio muestra del ingenio de Descartes. Ahora bien, las conclusiones finales de que Dios existe, justificando su existencia, simplemente a partir de la idea innata de Dios y la demostración de la existencia del mundo real a través de la bondad divina, fueron los puntos más flojos de toda la argumentación del filósofo francés. No obstante, su gran mérito, que fue concebir a la razón (racionalismo) como único elemento capaz de conocer, no queda disminuido por las conclusiones a las que le llevó su sistema.
  • 7. Galileo (1564-1642), cuyo orgullo como hombre de ciencia le hizo adoptar posturas radicales frente a la Iglesia, a la que no toleraba que se entrometiera en el terreno científico, fue la personalidad más moderna de su tiempo, tanto por su empeño en traducir al lenguaje matemático sus descubrimientos, como por la concepción metodológica de su trabajo. Las implicaciones filosóficas de Galileo surgieron a partir de su interés por dar respuestas a lo que hasta entonces se habían considerado pequeñas "pegas" de la física aristotélica. En efecto, la concepción aristotélica del Universo explicaba el cosmos completo e incluso la naturaleza divina, pero en su argumentación, que suponía a la Tierra en el centro del Universo, no podía justificar ciertos movimientos ni la caída de los cuerpos. Galileo, que era plenamente partidario de la teoría heliocéntrica de Copérnico, no pretendió dar una respuesta global al orden universal, pero sí quiso explicar cómo se produce el movimiento en sus diferentes tipos. Su interés no fue el de explicar las causas por las que algo puede moverse, sino el movimiento mismo y, sobre todo, cómo expresar matemáticamente las propiedades de cada uno de sus tipos. La postura de Galileo, netamente científica, produjo unas conclusiones tan poderosamente evidentes que significaron la caída definitiva de la física de Aristóteles y, por lo tanto, de la teoría geocéntrica que, durante siglos, había mantenido la Iglesia. Todo ello le costó a Galileo, en manos de la Inquisición, tener que renegar del heliocentrismo y sufrir prisión perpetua, a pesar de lo cual, el irreductible sabio aún logró publicar en Holanda su última obra, a modo de venganza para con la Iglesia católica. Desde el punto de vista metodológico, Galileo fue lo que podríamos llamar un racionalista científico, ya que su método experimental fue el resolutivo-compositivo, según el cual, el científico, tras analizar un problema (análisis intuitivo) ofrece como solución una teoría (síntesis que culmina en una hipótesis) que más tarde comprueba experimentalmente. El método propuesto por Galileo no sólo contenía en esencia los planteamientos del racionalismo de Descartes, sino que, además, fue el método que, desde entonces, la ciencia ha venido utilizando. Su gran diferencia con Francis Bacon era que, mientras el inglés era partidario de la experiencia (muchas pruebas para establecer la teoría), Galileo afirmaba el experimento (una prueba que demuestra la teoría).