1. MODELOS DE TERAPIA FAMILIAR SISTÉMICA II
Terapia intergeneracional.
El origen del modelo de terapia intergeneracional se debe a los trabajos iniciados en
EE.UU en los años 60 por dos psiquiatras con formación psicoanalítica, Murray Bowen
e Iván Boszormenyi-Nagy. Bowen comenzó tratando a pacientes esquizofrénicos junto
a sus madres con el propósito de encontrar las posibles raíces familiares de la
esquizofrenia. Boszormenyi-Nagy utilizó el término contextual para referirse a su
modelo de terapia, haciendo así alusión a las consecuencias que los hechos de una
persona tienen sobre otra, o los de una generación sobre otra, o de un sistema sobre otro.
La hipótesis básica del modelo intergeneracional plantea que las “dificultades
individuales, de pareja o de familia que ocurren en el presente provienen de patrones
relacionales disfuncionales generados en la familia de origen o incluso en generaciones
anteriores”. Por lo tanto, es necesario abordar esos patrones intergeneracionales para
conseguir un cambio individual o relacional en el presente.
Bowen señala el carácter interdependiente que poseen los miembros de un sistema
familiar en cuanto a la transmisión y repercusión de sus estados emocionales. Esta
vinculación y afiliación familiar se complementa y también se contrapone con la
tendencia a la individuación de cada uno de los componentes de la familia, es decir, a la
definición de un self como independiente de los otros. Así pues “conexión y autonomía
mantienen una permanente tensión y búsqueda de equilibrio”.
La diferenciación del self será el concepto clave en el desarrollo de la teoría de Bowen
(1979). La persona diferenciada puede estar próxima emocionalmente a los demás sin
perder su identidad y sin diluirse en la fusión con el todo familiar, así como adquirir una
visión realista de uno mismo, de sus valores, prioridades y necesidades para construir
metas vitales propias. La diferenciación es el resultado, en gran parte, de la experiencia
relacional en la familia de origen. Implica a nivel interpersonal un equilibrio entre la
individualidad y la conexión con otros, y a nivel intrapsíquico la capacidad de tomar
conciencia y distinguir pensamientos y emociones, siendo capaz de actuar de forma no
“reactiva” a estados de ansiedad. Los niveles bajos de diferenciación en una familia
pueden manifestarse a través de una relación de pareja conflictiva, distancia o corte
emocional, disfunción en uno de los cónyuges (que aparece como “disfuncional” frente
al sobrefuncionamiento del otro), problemas o síntomas en uno de los hijos, o
triángulos, que constituyen un intento de mantener o buscar la calma en situaciones de
gran carga emocional. La triangulación consiste en involucrar a un tercero para rebajar
la tensión ocasionada por la ansiedad generada por el conflicto entre dos personas. Las
triangulaciones temporales son frecuentes en todos los sistemas relacionales pero
“adquieren un carácter problemático cuando se convierten en una pauta de interacción
fija, mantenida en el tiempo y en la que el conflicto original nunca llega a abordarse,
pudiendo quedar estancado”. El terapeuta debe tener cuidado de no quedar triangulado
2. en el conflicto familiar de donde se colige, como señala Bowen, la importancia de que
el terapeuta haya alcanzado un buen nivel de diferenciación respecto a su familia de
origen, y pueda así guiar a los pacientes a alcanzar mayores niveles de diferenciación.
Los patrones relacionales tienden a transmitirse de padres a hijos, determinando el nivel
de diferenciación alcanzado por éstos. Aun así, esta transmisión no es igual para todos
los hijos, sino que dependerá de sus características individuales, el rol que juegan en la
familia, su posición en la fratría; es lo que Bowen denomina el “proceso de proyección
familiar”.
El modelo de Bowen se complementa con las aportaciones de Boszormenyi-Nagy
(1983), que destaca las expectativas sobre de cada uno de los miembros que se generan
en el sistema familiar a lo largo del tiempo y que queda reflejado en el concepto de
lealtad: el conjunto de obligaciones y de méritos de todos los miembros de la familia.
La lealtad en cuanto fuerza reguladora incluye, por ejemplo, la obligación de los padres
de atender las necesidades de su hijo recién nacido. Los hijos al hacerse adultos deben
dar prioridad a las lealtades horizontales, es decir, a los compromisos con su propia
familia nuclear, frente a las lealtades verticales respecto a su familia de origen. Cuando
el sistema es muy rígido puede bloquear esta apertura y evolución, manteniéndose
lealtades y compromisos con la familia de origen que contribuyen al fracaso de nuevas
relaciones.
Mediante el principio de justicia se intentará equilibrar lo que uno da y lo que debe
recibir en el seno familiar a lo largo del tiempo. El desequilibrio dará lugar al
funcionamiento sintomático. Así, los padres cuidan a los hijos cuando éstos dependen
de sus cuidados pero a su vez los hijos adquieren una deuda con la que se obligarán
cuando los padres precisen también de cuidados. Hay, por tanto, un principio de
reciprocidad. Un caso claro de desequilibrio se da con el fenómeno de “parentalización”
mediante el cual se deposita en un miembro, cónyuge o hijo, funciones que no le
corresponden, provocando una forma de explotación con consecuencias negativas y que
a su vez se puede ir transmitiendo a las generaciones siguientes.
El objetivo de la terapia intergeneracional será aumentar los niveles de diferenciación de
los integrantes de la familia. Desde la óptica de Boszormenyi-Nagy (1982), “mejorar
tanto la individualidad como la capacidad de conexión, facilitando un encuentro
auténtico Yo-Tú que permita las relaciones recíprocas y el crecimiento de todos los
miembros del sistema, para que avancen hacia las fases de separación y finalmente el
“re envolvimiento” en otras relaciones”.
El trabajo terapéutico “se centra en tres focos: el problema relacional, el self y el
contexto familiar más amplio”. Se trabaja en distintos encuadres: familiar, de pareja e
individual, teniendo en cuenta que un cambio individual provocará un cambio en el
sistema. Los síntomas no se abordan como fenómenos intrapsíquicos sino como
manifestaciones de las disfunciones familiares. No es una terapia orientada al insight
sino a preparar y acompañar a las personas a realizar cambios en sus relaciones
3. significativas. El proceso terapéutico comienza por el conocimiento del propio sistema
familiar, partiendo del genograma. Una vez identificados los roles o patrones
disfuncionales, se emprenden acciones, con ayuda del terapeuta, para cambiar estas
relaciones con las personas significativas. El rol del terapeuta no es tanto el de un
“curador”, sino el de asesor, entrenador y posteriormente supervisor de los cambios que
emprenden los individuos o familias.
En el capítulo se describen y ejemplifican algunas de las técnicas y estrategias que
caracterizan la terapia intergeneracional. Una técnica esencial es el genograma que
presenta gráficamente información sobre los componentes del sistema familiar y las
relaciones (cercanas, conflictivas, “sobreinvolucradas”, etc.) de al menos tres
generaciones (McGoldrick y Gerson, 1985). Se suele utilizar junto al cronograma, que
recoge información cronológica de los acontecimientos familiares importantes y
permitirá establecer hipótesis sobre posibles coincidencias de hechos significativos
vinculados a cambios en las relaciones familiares.
Los terapeutas intergeneracionales facilitan la autoobservación de cada uno de los
miembros, de forma que puedan descubrir el lugar que ocupan en el sistema y reconocer
sus pautas relacionales habituales, especialmente en momentos de ansiedad o tensión.
Esto facilita la toma de contacto con figuras significativas de la familia de origen y
extensa sin confrontación y con el objetivo de restablecer progresivamente una posición
más equilibrada, un contacto más abierto y respetuoso y reequilibrar el balance de
méritos y obligaciones. El terapeuta sirve de guía para dar pequeños nuevos pasos hacia
el cambio, que sirvan de avance en el camino hacia una mayor diferenciación. Estos
pasos implican, por ejemplo, deshacer triángulos, volver a conectar con miembros
significativos de la familia, establecer relaciones de adulto a adulto con los padres,
comenzar a hablar de temas significativos o considerados tabú, etc. El terapeuta ayuda
al paciente o familia no sólo a emprender estas acciones, sino a prepararse para las
“resistencias” internas y externas, las reacciones homeostáticas que tienden a preservar
el equilibrio anterior. Por ello es tan importante avanzar con cautela y tener presente,
como nos recuerda Bowen, que la mejora de nuestro nivel de diferenciación es un
proceso que dura toda la vida.
Ref. Gómez de Agüero, E. (2015). Manual de Terapia Sistémica. Principios y
herramientas de intervención (II). Lecturas psicoanalísticas. Revista internacional de
psicoanálisis. Nº 50. 2015.
Ignacio González Sarrió.
Doctor en Psicología Jurídica.
Perito judicial y forense.
Miembro del Turno de Peritos Forenses del Ilustre Colegio Oficial de Psicólogos.
Coordinador Grupos de Trabajo en Psicología Jurídica.
http://psicolegalyforense.blogspot.com
NºCol.cv06179.