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Sobre el Autor
Paul Émile de Puydt nació el 6 de marzo de 1810 en Mons,
Bélgica, fue un botánico, novelista, politólogo y economista
de tradición liberal clásica, fue hijo de Jean-Ambroise de
Puydt, gobernador de Hainaut, provincia ubicada al oeste
de Bélgica en la región de Valonia, su madre fue Adèlaide
Michotte. Tuvo dos hermanos, Guillaume y Pierre, además
de un medio hermano de nombre Remi.
Se caso el 14 de julio de 1841 a los 31 años con Fanny
Catherine Cousin con quien tuvo dos hijos, Julien y Marie-
Theresa Philippine.
De Puydt fue un erudito en todo sentido, en su infancia y
juventud temprana presento curiosidad e interés por el
mundo en general y la botánica en particular contando con
brillantes estudios y ensayos consumados en su adultez
tales como: Traité théorique et pratique de la culture des plantes
de serre froide, Les Poires de Mons, de 1860 y Les Orchidées, de
1866.
De Puydt participó en el periodismo como uno de los
editores de L'Observateur du Hainaut , que se creó el 2 de
julio de 1829 hasta el 8 de agosto de 1835. Colaboró con
Henri Delmotte y Hippolyte Rousselle en una obra titulada
4
Le Candidat à la royauté, que se publicó en Mons el 9 de enero
de 1831.
Habiendo ingresado en la profesión administrativa, De
Puydt fue durante mucho tiempo director del Mont-de-Piété,
luego Receptor General de los Hospices de Mons. A pesar de
su trabajo pudo darse tiempo para ocuparse de la
horticultura, siendo su jardín objeto de un cuidado asiduo.
En una ocasión hubo una empresa hortícola fundada en
Mons, el 28 de mayo de 1828, que fue patrocinada por la
administración municipal oportunidad que le fue como
anillo al dedo y decidió ingresar como socio y fue su
secretario desde 1831. Sus informes sobre las exposiciones
anuales de esta empresa fueron redactados con el cuidado y
la claridad que caracterizaban todas sus producciones. Sus
obras relacionadas con la horticultura son importantes,
todas sus obras son notables, especialmente las de las
orquídeas, que eran sus plantas favoritas.
En 1833, De Puydt ayudó a fundar la Société des sciences, des
arts et des lettres du Hainaut en la cual fue nombrado
vicepresidente en 1858 y luego presidente en 1865 y
mantuvo estas funciones hasta su muerte. Los discursos que
daba en las reuniones públicas de la empresa y que han sido
impresos atestiguan sus variados conocimientos. Trabajando
en literatura y ciencias sociales, abordó una amplia variedad
de temas.
5
De Puydt fue un consumado hombre de letras. Afable,
modesto, no conocía el egoísmo que caracteriza a algunos
amantes de las
fl
ores, por el contrario, se alegró de
comunicar sus observaciones y de poner a disposición de
sus amigos e instituciones cientí
fi
cas la experiencia que
había adquirido a través de sus estudios especiales.
Encontró su felicidad en su familia y en sus conexiones
cientí
fi
cas.
Murió el 28 de mayo de 1891 en su natal Mons.
6
Sobre la Obra
Aunque sus principales y más numerosos aportes se
encuentran en la botánica y en la dramaturgia, tuvo un
aporte de importancia signi
fi
cativa y la razón por la que
usted está sosteniendo esta obra ya que en 1860 escribió
para la Revue quarterestrielle una propuesta innovadora
incluso para nuestro tiempos modernos, esta publicación
fue “La Panarquía” término de su propia acuñación y que se
basa en la competencia de gobiernos no coercitivos que
coexisten sin necesidad de divisiones territoriales sino como
servicios que un individuo podría elegir a través de un
contrato físico de forma voluntaria. Según David Hart del
departamento de Historia de la Universidad de Stanford, De
Puydt habría sido in
fl
uenciado por un contemporáneo suyo,
Gustave de Molinari, quien había escrito por entonces un
artículo en el Journal des Economistes de nombre “Sobre la
Producción de Seguridad” datado del 15 de febrero de 1849 y
en el cual se detallaba una forma de privatización de las
fuerzas del orden, para entender esto debemos saber que
Gustave de Molinari es uno de los precursores y padre del
anarquismo libertario, anarquismo de libre comercio (lassiez
fi
are) o mejor conocido como anarcocapitalismo,
fi
losofía
relacionada con la Escuela Austriaca de Economía y con el
intelectual Murray N. Rothbard. Hemos de mencionar
además que Mollinari fue discípulo de Frederic Bastiat el
famoso economista clásico francés de la Escuela Liberal
7
Francesa reconocido por ser un entusiasta del paci
fi
smo y la
libre empresa y autor de So
fi
smas Económicos y La Ley.
Respecto del legado de La Panarquía, está perdió fuerza y
apoyo, diluyéndose hasta llegado el siglo XX cuando el
historiador anarquista, Max Nettlau la redescubre y hace un
comentario de la obra, comentario que podrá leer ya que se
encuentra entre los ensayos seleccionados.
Actualmente las ideas de De Puydt son promovidas por
John Zube un activista de origen alemán- australiano y de
ideología liberal-libertaria, él cual fundó The Libertarian
Micro
fi
tch Publishment, una organización creada en 1978 con
el objetivo de recopilar y distribuir material libertario a bajo
coste.
8
Prólogo del Editor
Patrick M. Ponce
Desde aquellos tiempos en los cuales Paul Émile de Puydt
escribió su obra La Panarquía hasta nuestros días hubo una
gran evolución de su pensamiento y también en general de
todos los ideales basados en la disminución parcial o
completa del poder estatal, actualmente cuando escribo este
prólogo nos encontramos en un resurgimiento de estas ideas
en todo el mundo, esto gracias a la labor de muchos otros
intelectuales y activistas políticos de ideales liberales,
libertarios y anarquistas. Tengo la seguridad en que lo
escrito por el autor dejará de ser una utopía como muchos la
llaman ya que tiene en sí misma una semilla de
pragmatismo que podría darle a los movimientos anti-
estado una forma de cambiar el status quo existente ¿Como
estoy seguro de eso? Bueno, les explico, encontré en la
panarquía una forma de sistema puente entre el minarquismo
(la forma mínima de existencia de un Estado) y lo que
llamamos anarquismo. ¿Por qué? sencillo, aunque nosotros
luchemos y exista una mayoría que por sí misma sienta que
lo correcto es superar al Estado, habrá siempre una minoría la
cual anhelará los tiempos pasados, entre ellos muchos ex-
políticos o partidarios colectivistas pero no coercitivos, los
que estarían en contraposición con nuestra forma de vida y
gobierno y que en dado momento habría posibilidades de
descontento llegando incluso al uso de la violencia, la
9
solución para ellos y nosotros es la panarquía la cual también
puede ser es la solución para por su puesto todos aquellos
que por diversas razones no adhieren a la causa
anarcocapitalista o individualista, incluyendo por último a
los que no quieren ser molestados por nadie. Este sistema
propone pues la convivencia pací
fi
ca entre formas de pensar
opuestas, evidentemente a muchos de ustedes se les estarán
presentados dudas al respecto, pero no se preocupen ya que
dichas dudas tienen su respectiva respuesta, aunque por
razones obvias no plantearía arar en el futuro y hacer
futuribles o suposiciones sin dar un respaldo mínimamente
racional o lógico ya que esto sería caer en un falso idealismo
que fundiría nuestro propósito. Por lo que mí labor será la
de guiarlos por esta senda y explicarles que lejos de las
sesgadas visiones de la anarquía, las cuales la hacen ver
como el
fi
n para nuestra civilización comparándola con el
estado de naturaleza o el más primitivo orden social, para
aquellas puyas pues les digo que la anarquía es un sistema
de “orden” superior que busca el autogobierno basado pues
en la ley natural y en los principios rothbardianos de no-
agresión y respeto a la denominada soberanía individual
compuesta por la defensa de la vida, la propiedad y la
libertad. Sin embargo veo más razonable que usted lector
busque las respuestas y saque sus propias conclusiones, mi
juicio por tanto quedará reservado, más allá de lo expuesto
hasta ahora.
10
Panarquía
Paul Émile de Puytd
11
I
Un contemporáneo dijo: «Sí tuviera la mano llena de
verdades, me cuidaría bien de abrirla »
Esta frase es quizás de alguien sensato, pero con toda
seguridad de un egoísta.
Otro escribió: “Las verdades que menos nos gusta oír, son
las que más hay que mostrar”.
Tenemos aquí a dos pensadores cuyos puntos de vista
di
fi
eren en gran medida. Yo me quedaría con el segundo;
aunque, en la práctica, su perspectiva presenta di
fi
cultades.
Hombres sabios de todas las naciones me han enseñado que
“no hay que revelar todas las verdades”. Pero ¿cómo saber
cuáles callar? En cualquier caso, el Evangelio dice: “No
escondas tu luz debajo de un almud“. [1]
Así que ahora me enfrento a un dilema: tengo una idea
nueva -al menos, eso creo- y me siento en la obligación de
exponerla. Pero, en el momento de abrir las manos, me
entran las dudas; porque ¿qué innovador no ha sido
siempre un poco perseguido? La teoría, en sí misma, se
abrirá camino por sus propios méritos una vez publicada,
pues la considero autónoma. Lo que me preocupa es, más
bien, el autor de la misma. ¿Se le perdonará por haber
tenido una idea nueva?
Hubo una vez un hombre, que salvó Atenas y Grecia, que en
una pelea que siguió a una discusión, le dijo a un bruto que
12
estaba levantando un palo contra él: "¡Golpea, pero
escucha!".
En la antigüedad abundan los buenos ejemplos como este,
de forma que, siguiendo a Temístocles, expongo mi idea
diciendo al público: "Leedla hasta el
fi
nal. Después, podéis
apedrearme si queréis”.
Pero no espero ser apedreado. Aquel tipo bruto del que he
hablado murió en Esparta hace veinticuatro siglos; y todos
sabemos cuánto ha avanzado la humanidad en 2400 años.
Hoy en día, las ideas pueden expresarse libremente; y si una
persona innovadora sufre algún ataque ocasional, no lo
sufrirá por ser innovadora, como en otros tiempos, sino
porque se le considere un supuesto agitador o un utópico.
Tranquilizado por estos pensamientos, voy a ir al grano con
decisión.
13
II
"Señores, yo soy amigo de todo el mundo"
(Sosias, personaje de “El An
fi
trión”, de Molière)
Siento una gran estima por la economía política y me
gustaría que todo el mundo compartiera mi opinión. Esta
ciencia, de origen reciente pero que ya es la más signi
fi
cativa
de todas, está lejos de alcanzar su plenitud. Tarde o
temprano (espero que sea pronto) gobernará todas las cosas.
Tengo razones para creerlo, pues es de los trabajos de los
economistas de donde yo he sacado el principio del que
propongo una nueva aplicación, de mayor alcance que todas
las otras y no menos lógica que ellas.
Voy a citar primero unos pocos aforismos que servirán para
preparar al lector para lo que sigue:
“La libertad y la propiedad están directamente conectadas; una
favorece la distribución de la riqueza, la otra hace posible la
producción”.
"El valor de la riqueza depende del uso que se le dé".
"El precio de los servicios varía directamente con la demanda e
inversamente con la oferta".
"La división del trabajo multiplica la riqueza".
"La libertad genera competencia, que, a su vez, genera progreso".
14
(Charles de Brouckère,
Principios generales de economía política)
Así pues, es necesaria la libre competencia; primero entre
los individuos y luego a escala internacional: libertad para
inventar, trabajar, intercambiar, vender y comprar; libertad
para
fi
jar el precio de los productos propios; y simplemente
ninguna intervención del Estado fuera de su esfera
particular. En otras palabras: laissez-faire, laissez-passer.
Ahí, en unas pocas líneas, están las bases de la economía
política, un resumen de la ciencia sin la cual no puede haber
nada más que una administración defectuosa y un gobierno
deplorable. Se puede ir aún más lejos y, en la mayoría de los
casos, reducir esta gran ciencia a una fórmula
fi
nal: laissez-
faire, laissez-passer.
Ciñéndome a esta idea, continúo.
En la ciencia no hay verdades a medias. No hay nada que
sea verdadero por un lado y que deje de serlo por otro. El
sistema del universo muestra una simplicidad maravillosa,
tan maravillosa como su lógica infalible. Una ley es
verdadera, en general; solo las circunstancias son diferentes.
Todos los seres, desde los más nobles a los más bajos, desde
el ser humano hasta los minerales, pasando por las plantas,
muestran profundas similitudes en su estructura, desarrollo
y composición; y existen sorprendentes analogías que
vinculan el mundo moral y el material. La vida es una
unidad, la materia es una unidad; solo las manifestaciones
físicas varían. Las combinaciones son innumerables, las
15
singularidades in
fi
nitas; sin embargo, el plan general lo
abarca todo.
La debilidad de nuestra comprensión y de nuestra
educación fundamentalmente engañosa son las únicas
responsables de la confusión de los sistemas y la
inconsistencia de las ideas. Ante dos opiniones
contradictorias, habrá una verdadera y otra falsa, a menos
que las dos sean falsas; pero no puede darse que ambas ser
verdaderas. Una verdad cientí
fi
camente demostrada no
puede ser verdadera para unas cosas y falsa para otras;
verdadera, por ejemplo, para la economía política, y falsa
para la política. Esto es lo que quiero demostrar.
¿La gran ley de la economía política, la ley de la libre
competencia - el laissez-faire, laissez-passer -, es aplicable solo
a la regulación del ámbito industrial y comercial? O, dicho
de una forma más cientí
fi
ca: ¿Es aplicable solo a la
producción y el intercambio de riqueza?
Piensa en la confusión económica que ha disipado esta ley:
la situación permanente de problemas, el antagonismo de
con
fl
ictos de intereses que ha resuelto. ¿No están estas
condiciones también presentes en el ámbito de la política?
¿No muestra esta analogía que habría un remedio similar
para ambos casos? Laissez-faire, laissez-passer.
Debemos darnos cuenta, sin embargo, de que existen, aquí y
allá, gobiernos tan liberales como permite la debilidad
humana; y, sin embargo, queda mucho para que todo esté
bien aun en la mejor de todas las repúblicas posibles.
Algunos dicen: "Esto es precisamente porque hay
16
demasiada libertad"; otros a
fi
rman: "Esto es porque todavía
no hay su
fi
ciente libertad".
Lo cierto es que no existe una forma de libertad que sea la
correcta para todos, sino la libertad fundamental de elegir
ser libre o no serlo según quiera cada cual. Cada ser
humano se convierte en juez autoproclamado y resuelve
esta cuestión según sus gustos o necesidades particulares.
Puesto que abundan tantas opiniones como individuos -tot
homines, tot sensus-, se puede ver qué confusión se adorna
con el
fi
no nombre de la política. La libertad de unos niega
los derechos de otros y viceversa. Ni el más sabio y el mejor
de los gobiernos va a funcionar nunca con el consentimiento
libre y total de todos sus sujetos. Hay partidos políticos, que
ganan o pierden; mayorías y minorías en lucha perpetua; y
cuanto más confusas son sus ideas, más apasionadamente se
aferran a ellas. Algunos oprimen en nombre de los derechos,
otros se rebelan en nombre de la libertad y se convierten en
opresores cuando les llega el turno.
¡Ya veo! -podría decir el lector- Usted es uno de esos
utópicos que construiría con muchas piezas un sistema en el
que la sociedad estaría encerrada, por la fuerza o por el
consentimiento. Nada será como es, y sólo su panacea
salvará a la humanidad. ¡Su solución mágica!
¡Te equivocas! No tengo una solución más mágica que la de
cualquier otro. No di
fi
ero de todas las demás excepto en un
punto, a saber, que estoy abierto a cualquier propuesta, sea
la que sea. En otras palabras, acepto cualquier forma de
17
gobierno - al menos, todas las que tengan algunos
seguidores.
No te sigo en absoluto.
Entonces, permíteme continuar.
"Hay una tendencia general a llevar las teorías demasiado
lejos; pero ¿supone eso que todos los elementos de esas
teorías sean erróneos? Se ha dicho que existe perversidad o
estupidez en el ejercicio de la inteligencia humana; pero
declarar que a uno no le gustan las ideas especulativas y que
detesta las teorías, ¿no signi
fi
caría renunciar a nuestros
poderes de razonamiento?".
Estas no son consideraciones mías; las sostuvo uno de los
más grandes pensadores de nuestro tiempo, Jeremy
Bentham.
Royer-Collard expresó el mismo pensamiento de una forma
muy concisa: "Sostener que la teoría no sirve para nada y
que la experiencia es la única autoridad, signi
fi
ca la
impertinencia de actuar sin saber lo que se hace y de hablar
sin saber de qué se habla".
Aunque nada es perfecto en los esfuerzos de los seres
humanos, al menos las cosas se mueven hacia una
perfección no alcanzada con anterioridad: esa es la ley del
progreso. Solo las leyes de la naturaleza son inmutables;
toda legislación debe basarse en ellas, pues solo ellas tienen
la fuerza para sostener la estructura de la sociedad; pero
dicha estructura es trabajo de la humanidad.
Cada generación es como un nuevo inquilino que, antes de
mudarse, cambia las cosas, limpia la fachada y añade o
18
quita un anexo, según sus propias necesidades. De vez en
cuando, alguna generación, más vigorosa o miope que sus
predecesores, derriba todo el edi
fi
cio y duerme a la
intemperie hasta que el edi
fi
cio se reconstruye. Cuando,
después de mil privaciones y con enormes esfuerzos, logran
reconstruirlo según un nuevo plan, se sienten abatidos al
ver que no les resulta mucho más cómodo que el anterior. Es
cierto que quienes dibujaron los planos están instalados en
buenos apartamentos, bien situados, cálidos en invierno y
frescos en verano; pero el resto, los que no pudieron elegir,
quedan relegados a las buhardillas, los sótanos o los
desvanes.
Así que siempre hay su
fi
cientes disidentes y alborotadores;
una parte de ellos extraña el viejo edi
fi
cio, mientras que
algunos de los más emprendedores ya sueñan con otra
demolición. Para unos pocos que están contentos, hay una
cantidad innumerable de gente contrariada.
Debemos recordar, sin embargo, que algunos están
satisfechos. El nuevo edi
fi
cio no es impecable, pero tiene sus
ventajas; ¿por qué derribarlo mañana, más tarde, o siquiera
alguna vez, si alberga su
fi
cientes inquilinos para seguir
adelante?
Yo mismo detesto a los demoledores tanto como a los
tiranos. Si crees que tu apartamento es inadecuado o
demasiado pequeño o insalubre, entonces cámbialo, es todo
lo que pido. Escoge otro lugar, múdate tranquilamente;
pero, por el amor de Dios, no vueles toda la casa cuando te
19
vayas. Puede que lo que a ti te parezca inadecuado le
encante a tu vecino. ¿Entiendes mi metáfora?
Casi, pero ¿a qué apuntas? No más revoluciones, ¡eso estaría
bien! Creo que nueve de cada diez veces sus costos superan
sus logros. Nos quedamos entonces con el viejo edi
fi
cio,
pero ¿dónde pretendes que se alojen los que se quieran
mudar?
Donde quieran, eso no es asunto mío. A ese respecto, creo en
que cada cual sea totalmente libre de tomar sus propias
decisiones. Esta es la base de mi sistema: laissez-faire,
laissez-passer.
Creo que lo entiendo: los que no estén contentos con su
gobierno deben buscar uno diferente en otro sitio. En
realidad, siempre ha habido variedad de opciones: desde el
imperio marroquí, sin mencionar el resto imperios, hasta la
república de San Marino; desde la City de Londres hasta la
Pampa Americana. ¿En esto consiste toda tu teoría? Debo
decirte que no es nada nuevo.
No es una cuestión de emigración. Un hombre no lleva
consigo su tierra natal en la suela de los zapatos. Además,
una colosal expatriación como esa es, y siempre será,
impracticable. El gasto que implica no podría cubrirse con
toda la riqueza del mundo. No tengo intención de reubicar a
la población según sus convicciones, relegando a los
católicos a las provincias
fl
amencas, por ejemplo, o
marcando la frontera liberalista de Mons a Lieja. Espero que
todos podamos seguir viviendo juntos allí donde estemos, o
en otra parte si queremos, pero sin discordia, como
20
hermanos, cada uno sosteniendo sus opiniones libremente y
sometiéndose solo a aquellos poderes escogidos y aceptados
personalmente.
Ahora estoy completamente perdido.
No me sorprende en absoluto. Mi plan, mi utopía,
aparentemente no es la vieja historia que pensabas que era;
sin embargo, nada en el mundo podría ser más simple o
más natural. Pero es sabido que en el gobierno, como en la
mecánica, las ideas más simples siempre van las últimas.
Estamos llegando a meollo del asunto: nada perdura si no se
basa en la libertad. Nada de lo que ya existe puede
mantenerse o funcionar con plena e
fi
ciencia sin la libre
interacción de todas sus partes activas. De lo contrario, se
desperdicia energía, las partes se desgastan rápidamente y
se producen, de hecho, averías y accidentes graves. Por lo
tanto, reclamo, para todos y cada uno de los miembros de la
sociedad humana, libertad de asociación, según la
inclinación de cada cual; y libertad de actividad, según su
capacidad. En otras palabras, el derecho absoluto a elegir el
entorno político en el que vivir y a no pedir nada más. Por
ejemplo, tú eres republicano...
¿Yo? ¡Que el cielo me ampare!
Solo supón que lo eres. La monarquía no es lo tuyo, el aire
en ella es demasiado sofocante para tus pulmones y tu
cuerpo no tiene la libertad de juego y acción que demanda
tu constitución. De acuerdo con tu estado mental presente,
te inclinas a derribar dicho edi
fi
cio con tus amigos y a
construir el vuestro en su lugar. Pero, para hacer eso,
21
tendríais que enfrentaros a todos los monárquicos que se
aferrasen a sus creencias y, en general, a todos los que no
compartieran vuestras convicciones. Hacedlo mejor:
reuníos, anunciad vuestro programa, elaborad vuestro
presupuesto, abrid listas de miembros, mirad cuántos sois; y
si sois lo su
fi
cientemente numerosos para correr con los
gastos, estableced vuestra república.
¿Y dónde? ¿En La Pampa?
No, claro que no; hacedlo aquí mismo, donde estéis, sin
moveros. Estoy de acuerdo en que, por ahora, hace falta el
consentimiento de los monárquicos. Pero tengo la hipótesis
de que esta cuestión de principios se resolverá. De otra
forma, soy muy consciente de la di
fi
cultad que entraña
cambiar el estado de las cosas a cómo deben ser y tienen que
llegar a ser. Simplemente expreso mi idea, sin querer
imponerla a nadie; pero no veo nada que pueda detenerla,
salvo la rutina.
¿No sabemos la familia tan desastrosa que componen los
gobiernos y los gobernados juntos, en todas partes? En la
esfera civil, nos protegemos de las familias inviables
mediante la separación legal o el divorcio. Sugiero una
solución análoga para la política, sin tener que
circunscribirla con formalidades y restricciones protectoras;
ya que, en la política, un primer matrimonio no deja hijos ni
marcas físicas. Mi método se diferencia de los
procedimientos injustos y tiránicos del pasado, en que no
tengo intención de ejercer la violencia contra a nadie.
¿Alguien quiere llevar a cabo un cisma político? Debería
22
poder hacerlo; pero bajo una condición, a saber, que lo hará
dentro de su propio grupo y sin que ello afecte a los
derechos ni a las creencias de otros. Para lograrlo, es
absolutamente innecesario subdividir el territorio del
Estado en tantas partes como formas de gobierno se
conozcan y aprueben. Como antes, dejo que todos y todo se
quede en su lugar. Solo reclamo que la gente deje sitio para
que los disidentes puedan construir sus iglesias y servir a su
poder omnipotente a su manera.
¿Y puedo preguntar cómo vas a poner esto en práctica?
Ese es precisamente mi punto fuerte. ¿Sabes cómo funciona
una o
fi
cina del registro civil? La cuestión es simplemente
darle una nueva aplicación. En cada comunidad se abriría
una o
fi
cina de membresía política. Esta o
fi
cina enviaría a
cada individuo responsable un formulario para rellenar,
como se hace para los impuestos o para registrar a un
animal de compañía.
Pregunta: ¿Qué forma de gobierno desearías?
Con toda libertad, tú responderías: “monarquía” o
“democracia” o cualquier otra.
Pregunta: Si escoges la monarquía, ¿la querrías absoluta o
moderada?; si moderada, ¿cómo sería?...
Tú responderías: “constitucional”, supongo.
De cualquier forma, respondas lo que respondas, tu
respuesta debería incluirse en un registro creado a tal efecto;
y una vez registrada, a menos que retires tu declaración
-observando la forma y el proceso legal correspondientes-,
te convertiría en un súbdito real o en un ciudadano de la
23
república. A partir de ese momento, no estarías en absoluto
implicado con ningún otro gobierno -no más de la
implicación que tendría un sujeto prusiano con las
autoridades belgas-. Seguirías a tus propios líderes, tus
propias leyes y tus propios reglamentos. No pagarías ni más
ni menos; pero desde una perspectiva moral, estarías ante
una situación completamente diferente.
Al
fi
nal, cada uno viviría en su propia comunidad política
individual, como si no hubiera otra... no, otras diez
comunidades políticas cerca, cada una también con sus
propios contribuyentes.
Si hubiera algún desacuerdo entre sujetos de diferentes
gobiernos, o entre un gobierno y un sujeto de otro, se
trataría simplemente de observar los principios aplicados
hasta ahora en los desencuentros entre Estados vecinos
pací
fi
cos; y si se encontrara alguna brecha, esta podría
rellenarse sin di
fi
cultades apelando a los derechos humanos
y al resto de derechos posibles. Todo lo demás sería
competencia de los tribunales ordinarios de justicia.
Esta es una nueva mina de oro para la argumentación
jurídica, que pondría a todos los abogados y juristas de tu
parte.
De hecho, cuento con ello.
Podría, y también debería, haber intereses comunes que
afectasen a todos los habitantes de un distrito territorial
determinado, con independencia de la lealtad política que
tuvieran. La posición de cada gobierno en relación al
conjunto de la nación, en ese caso, sería más o menos como
24
la de cada uno de los cantones suizos, o mejor aún, de los
estados de EE. UU., en relación a su gobierno federal. Así,
todas estas cuestiones fundamentales y aparentemente
aterradoras se resolverían con soluciones precocinadas; se
establecería una jurisdicción sobre la mayoría de los
asuntos, que no presentaría mayores di
fi
cultades.
De
fi
nitivamente, habrá algunos espíritus maliciosos,
soñadores incorregibles y naturalezas insociables que no se
acomodarán a ninguna forma conocida de gobierno.
También habrá minorías demasiado débiles para poder
cubrir el coste de sus Estados ideales.
Mucho peor para ellos. Estos pocos extravagantes son libres
de propagar sus ideas y de reclutar a la gente que necesiten
o, mejor dicho, de conseguir seguidores su
fi
cientes para
poder satisfacer sus necesidades presupuestarias, ya que la
solución sería una mera cuestión de
fi
nanzas. Hasta que
llegue ese momento, tendrán que optar por una de las
formas de gobierno establecidas. Se supone que estas
pequeñas minorías no causarán problemas.
Pero eso no es todo. Los problemas rara vez surgen entre
opiniones extremas. Uno lucha más a menudo, se esfuerza
mucho más ante diferencias de matices que frente a colores
fuertemente contrastados. No me cabe duda de que, en
Bélgica, una abrumadora mayoría optaría por las
instituciones actuales, a pesar de pasarles por alto unos
pocos defectos; pero, a la hora de las aplicaciones
especí
fi
cas, ¿estaríamos igual de unidos? ¿No tenemos dos o
tres millones de católicos que solo siguen al Sr. de Theux y
25
dos o tres millones de liberales que solo se juran lealtad a sí
mismos? ¿Cómo pueden conciliarse ambas partes? Sin
intentar conciliarlas en absoluto; dejando que cada partido
se gobierne a sí mismo y a su propio coste. Incluso optando
por la teocracia si uno lo desea. La libertad debería
extenderse al derecho a no ser libre, y debería incluirlo.
Sin embargo, como a las sombras de la opinión no se les
debe permitir que compliquen la maquinaria
gubernamental in
fi
nitamente, trataremos de simpli
fi
car
dicha maquinaria, por el bien general. Aplicaremos el
mismo mecanismo para conseguir un efecto doble o triple.
Me explicaré: un rey sabio y abiertamente constitucional
podría convenir tanto a católicos como a liberales; sólo
habría que duplicar el ministerio, el Sr. de Theux para
algunos, el Sr. Frère-Orban para el resto, el rey para todos.
En una situación en la que ciertos caballeros, que no voy a
nombrar, se reunieran para introducir el absolutismo
político, ¿quién pondría trabas a que el príncipe que
escogieran utilizase su sabiduría superior y su rica
experiencia para dirigir los asuntos de esos caballeros,
liberándolos de la lamentable necesidad de tener que
expresar sus opiniones sobre los asuntos del gobierno?
Realmente, cuando pienso en ello, no veo por qué, dándole
la vuelta a ese arreglo, este príncipe único no podría ser un
presidente bastante aceptable para una república honesta y
moderada. Ostentar tal pluralidad de cargos no debería
prohibirse.
26
III
"Aunque la libertad tiene sus inconvenientes y di
fi
cultades, a la
larga, siempre conduce a la liberación"
M. A. DESCHAMPS
Una de las muchas ventajas incomparables de mi sistema es
que vuelve sencillas, naturales y completamente legales
aquellas diferencias de opinión que en nuestros tiempos han
desacreditado a ciudadanos honrados y que han sido
cruelmente condenadas bajo el nombre de apostasías
políticas. Esta impaciencia por el cambio, que ha hecho que
se considere delincuentes a personas honestas y que viejas y
nuevas naciones sean acusadas de perversidad e ingratitud,
¿qué es sino la voluntad de progresar?
Además, ¿no es extraño que, en la mayoría de los casos, los
acusados de ser caprichosos e inestables sean precisamente
quienes son más coherentes consigo mismos? La fe que uno
quisiera tener en su partido, bandera y príncipe es posible si
el partido y el príncipe son algo
fi
rme; pero ¿qué pasa si
cambian o si dan paso a otros que no son iguales?
Supongamos que yo hubiera elegido como guía y maestro al
mejor príncipe de la época, que hubiera aceptado su
voluntad poderosa y creativa y hubiera renunciado a mi
iniciativa personal para servir a su genio. Cuando él
27
muriese, podría sucederle algún individuo estrecho de
miras, lleno de ideas equivocadas, que poco a poco
malgastase los logros de su padre. ¿Esperarías que siguiera
siendo su súbdito? ¿Por qué? ¿Simplemente porque es el
heredero directo y legítimo? Directo, lo admito, pero no
legítimo en absoluto, en lo que a mí respecta.
No me rebelaría por este asunto - he dicho que detesto las
revoluciones -, pero me sentiría herido y con derecho a
cambiar, al expirar el contrato.
Madame de Staël le dijo una vez al Zar: "Señor, su carácter
es la constitución de sus súbditos y su conciencia una
garantía".
"Si eso fuera así", respondió Alexander, "sería solo un feliz
accidente".
Estas palabras, tan lúcidas y verdaderas, expresan
completamente mis ideas.
Mi panacea, si me permite este término, es simplemente la
libre competencia en el negocio del gobierno. Todo el
mundo tiene derecho a velar por lo que considere que es su
propio bienestar y a obtener seguridad bajo sus propias
condiciones. Por otro lado, esto signi
fi
ca el progreso
mediante el concurso de gobiernos obligados a competir por
ganarse a los seguidores. La verdadera libertad mundial es
aquella que no se impone a nadie, siendo, para cada cual,
justo lo que quiere de ella; ni sofoca, ni engaña, y siempre
está sujeta al derecho de apelación. Para lograr tal libertad,
no haría falta renunciar ni a las tradiciones nacionales ni a
los lazos familiares, ni de aprender a pensar en un idioma
28
nuevo, ni de cruzar ríos o mares, cargando con los huesos
de los antepasados.
Uno sólo necesitaría hacer una declaración ante la comisión
política local para pasarse de la república a la monarquía,
del gobierno representativo a la autocracia, de la oligarquía
a la democracia -o incluso a la anarquía de Proudhon-, sin
necesidad de quitarse la bata o las zapatillas.
¿Estás cansado de la agitación del debate, de las sutilezas de
la tribuna parlamentaria, de los besos groseros de la diosa
de la libertad? ¿Estás tan harto del liberalismo y del
clericalismo que a veces confundes a Dumortier con De Fré,
para olvidar la diferencia exacta entre Rogier y De Deckerii?
¿Te gustaría tener la estabilidad, el mullido confort de un
despotismo honesto? ¿Sientes la necesidad de un gobierno
que piense por ti, que actúe por ti, que lo vea todo e
intervenga en todo, y que juegue ese papel de diputado
providencial que tanto les gusta a todos los gobiernos? No
hace falta que emigres al sur, como hacen las golondrinas en
otoño o los gansos en noviembre. Todo lo que deseas está en
tu lugar de residencia y en todas partes; solo apúntate y
ocupa tu lugar.
Lo más admirable de esta innovación es que termina para
siempre con las revoluciones, los motines y la lucha
callejera; y con las últimas tensiones del tejido político.
¿Estás insatisfecho con tu gobierno? ¡Cámbiate a otro! Estas
tres palabras, que siempre se asocian al horror y al
derramamiento de sangre y que todos los tribunales,
superiores e inferiores, militares y especiales consideran, sin
29
excepción, incitadoras a la rebelión, se vuelven palabras tan
inocentes como las que salen de la boca de un seminarista, y
tan inofensivas como la medicina de la que tan
erróneamente desconfía el señor Pourceaugnac.
"Cámbiate a otro" signi
fi
ca: acércate a la o
fi
cina de
membresía política, con humildad, y pide educadamente
que trans
fi
eran tu nombre a cualquier lista que te apetezca.
La persona que esté al cargo se pondrá las gafas, abrirá el
libro de registro, introducirá tu decisión y te dará un recibo.
Luego te despides y la revolución se consigue sin derramar
nada más que unas gotas de tinta.
Como se trata de algo que te afecta solo a ti, no se puede
estar en desacuerdo con ello. Tu cambio no afecta a nadie
más, y ahí reside su mérito; no implica una mayoría
victoriosa o una minoría derrotada; pero nada impedirá que
4’6 millones de belgas sigan tu ejemplo si les apetece
hacerlo. La o
fi
cina de membresía política, simplemente,
necesitará más personal.
¿Cuál es básicamente la función de cualquier gobierno,
dejando a un lado todas las ideas preconcebidas? Como ya
he indicado, es la de proporcionar a sus ciudadanos
seguridad, en el sentido más amplio de la palabra, en
condiciones óptimas. Soy muy consciente de que en este
punto nuestras ideas son todavía bastante confusas. Para
algunos, ni siquiera un ejército es su
fi
ciente para protegerse
contra los enemigos externos; hay gente a la que, para
asegurar el orden interno y la propiedad, no le basta con
una fuerza policial, una fuerza de seguridad, un
fi
scal real y
30
toda la honorable judicatura. Algunos quieren un gobierno
con puestos bien remunerados a manos llenas, títulos
admirables, decoraciones llamativas, con aduanas en las
fronteras para proteger la industria contra los
consumidores, con legiones de funcionarios públicos
manteniendo las bellas artes, los teatros y las actrices.
También sé que estos son eslóganes vacíos, propagados por
gobiernos que juegan a la providencia, como he mencionado
anteriormente. Hasta que la libertad experimental les haya
hecho justicia, no veo que haga daño dejarles continuar a
gusto de sus seguidores. Solo pido una cosa: libertad de
elección.
En resumidas cuentas: libertad de elección, competición.
¡Laissez faire, laissez passer! Este maravilloso lema, inscrito
en la bandera de la ciencia económica, también será algún
día el principio que rija el mundo político. La expresión
"economía política" es un anticipo de ello y, curiosamente,
algunos ya han intentado cambiar este nombre, por ejemplo,
por el de "economía social". Pero la buena intuición de la
gente ha rechazado tal concesión. La ciencia de la economía
es, y siempre será, la ciencia política por excelencia. ¿No fue
la primera la que creó el moderno principio de no
intervención y su eslogan "laissez faire, laissez passer"?
Entonces, que haya libre competencia en el negocio del
gobierno como en el resto de los casos.
Imagínate, después de tu sorpresa inicial, la imagen de un
país expuesto a la competencia gubernamental, es decir, que
31
tenga compitiendo de forma regular tantos gobiernos
simultáneos como se hayan concebido e inventado jamás.
Sí, por supuesto, ¡eso sería un buen lío! ¿Tú crees que
seríamos capaces de salir de tal confusión?
Lo creo en gran medida, y nada es más sencillo de entender
si uno se aplica un poco a ello. ¿Recuerdas los tiempos en
que los que la gente clamaba por sus opiniones religiosas
más alto de lo que nadie ha clamado por las posturas
políticas? ¿Cuando el divino creador se convirtió en el señor
de las huestes, el dios vengador y despiadado en cuyo
nombre
fl
uía la sangre por los ríos? Los hombres siempre
han tratado de hacer de las suyas causas divinas, para hacer
al dios correspondiente cómplice de sus propias pasiones
sedientas de sangre.
"¡Matadlos a todos! ¡Dios reconocerá a los suyos!".
¿Qué ha sido de esos odios implacables? El progreso del
espíritu humano los ha barrido, como el viento barre las
hojas muertas del otoño. Las religiones, en cuyo nombre se
han creado estacas e instrumentos de tortura, sobreviven y
conviven pací
fi
camente, bajo las mismas leyes, comiendo
del mismo presupuesto; y si cada secta predica solo su
propia excelencia, es muy raro que persista en condenar a
sus rivales.
Entonces, lo que se ha hecho posible en esta oscura e
insondable región de la conciencia, con el proselitismo de
algunos, la intolerancia de otros, el fanatismo y la ignorancia
de las masas; lo que es posible en la medida en que se
practica en la mitad del mundo sin provocar disturbios o
32
violencia -al contrario, sobre todo donde hay credos
divergentes, existen numerosas sectas en pie de completa
igualdad jurídica y las personas son, de hecho, más
circunspectas y cuidadosas de su pureza moral y de su
dignidad que en cualquier otro lugar-; ¿no podría esto, que
ha sido posible en condiciones tan difíciles, ser tanto más
posible en el dominio puramente secular de la política,
donde toda la ciencia puede expresarse en tres palabras?
En las condiciones actuales, un gobierno solo existe por
exclusión de todos los demás, y un partido solo puede
gobernar una vez que ha aplastado a sus oponentes; una
mayoría siempre es hostigada por una minoría que está
impaciente por gobernar. Bajo tales condiciones, es bastante
inevitable que los partidos se odien entre sí y vivan, si no en
guerra, al menos en un estado de paz armada. ¿Quién se
sorprende al ver que las minorías intrigan y agitan, y que
los gobiernos reprimen por la fuerza cualquier aspiración a
una forma política diferente que sería igualmente exclusiva?
Así, la sociedad termina integrada por hombres ambiciosos
resentidos que esperan el momento de la venganza y por
hombres ambiciosos satisfechos de poder, sentados
plácidamente al borde de un precipicio. Los principios
erróneos nunca traen consecuencias justas, y la coacción
nunca lleva ni a la justicia ni a la verdad.
Entonces, imagina que cesa toda compulsión, que todos los
ciudadanos adultos son y permanecen libres de elegir, entre
los posibles gobiernos que se ofrecen, aquel que se ajuste a
sus deseos y que satisfaga sus necesidades personales;
33
libres, no solo el día después de alguna revolución
sangrienta, sino siempre y en todas partes; libres para elegir,
pero no para imponer su elección a otros. En ese momento,
todo el desorden llega a su
fi
n y se vuelven imposibles todas
las luchas infructuosas.
Esta es solo una cara de la cuestión; queda otra: desde el
momento en que las formas de gobierno están sujetas a la
experimentación y a la libre competencia, están obligadas a
progresar y a perfeccionarse; esa es la ley de la naturaleza.
No más hipocresía. No más profundidades aparentes que
estén simplemente vacías. No más maquinaciones que
pasen por sutilezas diplomáticas. No más actos cobardes o
indecencias, camu
fl
ados como política de Estado. No más
intrigas judiciales o militares, engañosamente descritas
como honorables o de interés nacional. En resumen, no más
mentiras sobre la naturaleza y la calidad de las acciones del
gobierno. Todo está abierto al escrutinio. Los sujetos hacen y
comparan observaciones, y los gobernantes
fi
nalmente ven
esta verdad económica y política, a saber, que en este
mundo solo hay una condición para el éxito
fi
rme y
duradero, y esta es gobernar mejor y más e
fi
cientemente
que otros. A partir de ese momento, surge un acuerdo
universal, y entonces las fuerzas que antes se
desperdiciaban en trabajos inútiles, en fricciones y
resistencias, se unirán para dar un impulso maravilloso,
poderoso y sin precedentes hacia el progreso y la felicidad
de la humanidad.
34
Amen!
Permítame, no obstante, una pequeña objeción: cuando
todos los tipos posibles de gobierno se hayan probado en
todas partes de forma pública y bajo la libre competencia,
¿cuál será el resultado? Seguro que habrá una forma que se
reconozca como la mejor, de manera que, al
fi
nal, todo el
mundo la elegirá. Esto nos llevaría de nuevo a tener un
gobierno para todos, que es justo donde empezamos.
No tan rápido, por favor, querido lector.
Tú admites libremente que todo estaría entonces en
armonía. ¿Y llamas a esto volver a donde empezamos? Tu
objeción respalda mi principio fundamental, en tanto que
espera que este acuerdo universal se establezca por el
simple recurso al laissez-faire, laissez-passer.
Podría aprovechar esta oportunidad para declararte un
convencido, convertido a mi sistema, pero no me interesan
las medias convicciones y no estoy buscando conversos.
No, no volveríamos a tener una única forma de gobierno,
salvo, tal vez, en un futuro lejano en el que las actividades
gubernamentales se redujeran de común acuerdo a su forma
más simple. Aún no hemos llegado a eso, ni de cerca.
Es obvio que todos los seres humanos no comparten las
mismas opiniones o actitudes morales, ni son tan fácilmente
conciliables como supones. La regla de la libre competencia
es, por tanto, la única posible. Unos necesitan emoción y
lucha; la tranquilidad les resultaría mortal. Otros, soñadores
y
fi
lósofos, son conscientes de los movimientos de la
sociedad desde la distancia - sus pensamientos se forman
35
solamente en la paz más profunda-. Uno pobre, pensativo,
un artista desconocido, necesita estímulo y apoyo para crear
su obra inmortal, un laboratorio para sus experimentos, un
bloque de mármol para esculpir ángeles. Otro, un genio
fuerte e impulsivo, no soporta las cadenas y romperá el
brazo que le guíe. A uno le satisfará la república, con su
compromiso y su abnegación; a otro, la monarquía absoluta,
con su pompa y su esplendor. Un orador querría debatir los
asuntos públicos; otro, incapaz de decir diez palabras con
sentido, no tendría nada que hacer con tales parlanchines.
Hay espíritus fuertes y mentes débiles, algunos con
ambiciones insaciables y otros que son humildes, felices con
la pequeña parte que les toca.
Por último, existen tantas necesidades diferentes como
personalidades. ¿Cómo podrían conciliarse todas ellas bajo
una única forma de gobierno? Está claro que la gente
aceptaría esto solo hasta cierto punto. Algunos se
mostrarían contentos, otros indiferentes, otros encontrarían
defectos, algunos estarían abiertamente descontentos,
algunos incluso conspirarían en contra. Sea como fuere,
dada la naturaleza humana, se puede asegurar que el
número de personas satisfechas sería menor que el de
disidentes. No obstante, por muy perfecto que pueda ser un
gobierno, incluso siendo absolutamente perfecto, siempre
encontrará oponentes: la gente de naturaleza imperfecta,
aquellos para quienes toda perfección es incomprensible,
incluso desagradable. En mi sistema, el descontento más
36
extremo sería tan solo algo parecido a una disputa
matrimonial que se puede resolver con un divorcio.
Bajo el reinado de la competitividad, ¿qué gobierno dejaría
que los otros le adelantasen en la carrera por el progreso?
¿qué mejoras de las que dispusiera su feliz vecino se negaría
a introducir en su propia casa? Esta constante competencia
haría maravillas. De hecho, los sujetos del gobierno también
se convertirían en modelos de perfección. Como serían
libres de ir y venir, de hablar o callar, de actuar o no hacer
nada, serían los únicos responsables de su propia felicidad o
infelicidad. A partir de ahí, en vez de fomentar la disensión
para conseguir atención, satisfarían su vanidad
rea
fi
rmándose en sus convicciones y persuadiendo a los
demás de que su propio gobierno es el más perfecto que
pueda imaginarse. De esta forma, crecerá un entendimiento
amistoso entre gobernantes y gobernados, una con
fi
anza
mutua y una simplicidad relacional fácilmente concebible.
¡Qué! ¿A pesar de estar bien despierto, sueñas seriamente
con una completa armonía entre partidos y movimientos
políticos? ¿Esperas que vivan juntos en el mismo territorio
sin tensiones? ¿Sin que los más fuertes traten de someter y
anexionar a los más débiles? ¿Crees que de esta gran torre
de Babel saldrá un lenguaje universal?
Creo en un lenguaje universal tanto como en el poder
supremo de la libertad para lograr la paz mundial. No
puedo predecir ni la hora ni el día de este acuerdo universal.
Mi idea no es más que una semilla arrojada al viento. ¿Caerá
37
en tierra fértil o en un camino empedrado? No puedo decir
nada al respecto. No propongo nada.
Todo es solo cuestión de tiempo. ¿Quién, hace un siglo, creía
en la libertad de conciencia; y quién, hoy en día, se atrevería
a cuestionarla? ¿Ha pasado tanto tiempo desde que la gente
se burlaba de la idea de que la prensa es un poder dentro
del Estado? Y ahora, ya ves, los hombres de Estado también
se inclinan ante ella. ¿Previsteis esta nueva fuerza de la
opinión pública, cuyo nacimiento hemos presenciado todos,
que, aunque aún en su infancia, impone su veredicto a los
imperios? Resulta de suma importancia incluso en las
decisiones de los déspotas. ¿No os habéis reído en la cara de
cualquiera que se atreviera a predecir su ascenso?
Ya que no estás presentando propuestas, podemos hablar.
Dime, por ejemplo, ¿cómo va alguien reconocer a sus
propios miembros entre esta confusión de autoridades? Y si
uno puede adscribirse a un gobierno o abandonarlo en
cualquier momento, ¿con quién o con qué podría contarse
para elaborar el presupuesto del Estado y
fi
nanciar la lista
civil?
En el primer caso, no sugiero que la gente sea libre de
cambiar de gobierno de una forma caprichosa, provocando
su quiebra. Para este tipo de contrato debe prescribirse un
plazo mínimo, digamos un año. A juzgar por los ejemplos
de Francia y de otros lugares, creo que es muy posible
tolerar durante un año entero el gobierno al que uno se ha
suscrito.
38
Los presupuestos estatales aprobados y equilibrados
regularmente deben comprometer a todos solo en la medida
en que se considere necesario como resultado de la libre
competencia. En cualquier disputa al respecto, la decisión
fi
nal la tomarían los tribunales ordinarios.
En cuanto a cómo identi
fi
caría un gobierno a sus sujetos,
sean constituyentes o contribuyentes, ¿realmente
presentaría esto mayor di
fi
cultad que la que tiene cada
credo religioso para llevar un registro de su congregación, o
cada empresa de sus accionistas?.
Pero habría diez o veinte gobiernos, en lugar de uno, y otros
tantos presupuestos y listas civiles; y el número de
departamentos gubernamentales multiplicaría los gastos
generales.
No niego la validez de esta objeción. Sin embargo, ten en
cuenta que, por la ley de la competencia, todos los
gobiernos se esforzarían por ser lo más simples y
económicos posible. Los departamentos gubernamentales,
que nos cuestan -¡Dios lo sabe!- un ojo de la cara, se
reducirían a lo estrictamente necesario; y los funcionarios
super
fl
uos tendrían que renunciar a sus puestos e
incorporarse a un trabajo productivo.
Así, he respondido a tu pregunta solo a medias, y no me
gustan las soluciones incompletas. Demasiados gobiernos
constituirían un mal y darían lugar a un gasto excesivo, si
no a la confusión. Sin embargo, una vez que se perciba este
mal, llegará el remedio. El sentido común de la gente no
soportaría ningún exceso, y en poco tiempo sólo podrían
39
continuar los gobiernos viables. Los otros se morirían de
hambre. Ya ves, la libertad es la respuesta a todo.
¡Tal vez! ¿Y qué hay de las dinastías existentes, las mayorías
dominantes, las instituciones establecidas y las teorías
acreditadas? ¿Crees que se van a retirar y a alinearse
tranquilamente bajo el estandarte del ‘laissez-faire, laissez-
passer’? Está muy bien que digas que no ofreces ninguna
propuesta concreta, pero no puedes simplemente evitar el
debate.
Dime, lo primero, si realmente crees que todos ellos estarían
tan seguros de sí mismos como para poder permitirse, en
todo momento, negarse a hacer concesiones importantes.
Yo, personalmente, no derrocaría a nadie. Todos los
gobiernos existen gracias a algún tipo de poder innato que
utilizan, más o menos hábilmente, para sobrevivir. A partir
de este momento, tienen un lugar asegurado en mi sistema.
No niego que al principio puede que pierdan un número
considerable de sus seguidores menos entusiastas; pero
aparte de la posibilidad de que esto suceda ¡qué
compensaciones tan maravillosas resultan de la seguridad y
estabilidad del poder! Menos sujetos o, en otras palabras,
menos contribuyentes; pero, en compensación, tendrán una
sumisión completa -voluntaria, sobre todo- durante todo el
término del contrato. No más compulsión, menos o
fi
ciales
de seguridad, apenas policía, algunos soldados -pero solo
para los des
fi
les; por tanto, solo los más apuestos-. Los
gastos descenderían más rápido de lo que lo harían los
ingresos; no más créditos y no más apuros
fi
nancieros. Lo
40
que hasta ahora sólo se ha visto en el Nuevo Mundo se haría
realidad: sistemas económicos que, al menos, podrían hacer
felices a las personas. ¿Qué dinastía no querría
fi
rmar por
siempre por un sistema así? ¿Qué mayoría no estaría de
acuerdo en dejar que la minoría emigre en masa?
Al
fi
nal, ves cómo un sistema basado en el gran principio
económico del laissez faire puede hacer frente a todas las
di
fi
cultades. La verdad no es solo una verdad a medias, sino
toda la verdad, ni más ni menos.
Hoy en día existen dinastías que gobiernan y otras que han
caído; príncipes con corona y otros a los que ciertamente no
les importaría tener la oportunidad de llevar una. Cada uno
tiene su partido, y todos los partidos están interesados,
principalmente, en poner palos en las ruedas del carro del
Estado, hasta hacer caer a quien lo maneja, pudiendo
entonces sustituirle, asumiendo al mismo tiempo el riesgo
de que también lo derriben a él. Es el delicioso juego del
subibaja, por el que la gente paga un precio y, sin embargo,
parece no cansarse nunca de él, como solía decir Paul-Louis
Courier.
En nuestro sistema ya no habrá costosos juegos malabares ni
caídas catastró
fi
cas; no más conspiraciones o usurpaciones.
Todo el mundo es legítimo y nadie lo es. La legitimidad de
cada cual lo será sin objeciones mientras sea aceptada, y solo
para sus partidarios. Aparte de esto, no habrá derechos
divinos ni seculares, solo el derecho de que cada cual
cambie o perfeccione su programa y haga nuevas
propuestas a sus seguidores.
41
¡Nada de exilios, destierros, con
fi
scaciones, ni persecuciones
de ningún tipo! Un gobierno que no sea capaz de satisfacer
las demandas de sus acreedores, puede dejar su palacio con
la cabeza alta si ha sido honesto, tiene contabilidad en orden
y ha respetado
fi
elmente sus estatutos, sean o no
constitucionales. Los gobernantes, entonces, pueden
retirarse al campo y escribir sus memorias autojusti
fi
cadas.
Bajo diferentes circunstancias, cuando las ideas han
cambiado, se sienten de
fi
ciencias en los acuerdos colectivos,
falta algo en particular, hay capital ocioso y los accionistas
descontentos buscan inversiones en otros lugares... entonces
uno lanza su programa, recluta rápidamente miembros, y
cuando piensa que es lo su
fi
cientemente fuerte, en lugar de
salir a la calle y optar por los disturbios, acude a la o
fi
cina
de membresía política. Allí entrega su declaración, apoyada
con unos estatutos básicos y con un registro para que los
miembros incluyan sus nombres. Y entonces uno tiene un
nuevo gobierno. El resto son problemas internos, asuntos de
gestión de los que solo han de preocuparse los miembros
que lo secunden.
Propongo que se recaude una cuota mínima por las
inscripciones y las transferencias de lealtad, a bene
fi
cio de la
o
fi
cina de membresía política. Una cantidad por la creación
de un gobierno y una suma muy pequeña cuando un
individuo se cambia de un sistema a otro. Estos serían los
únicos ingresos para remunerar a los empleados de las
o
fi
cinas, pero imagino que estarían bien pagados, ya que
espero que haya mucho movimiento en ellas.
42
¿No te sorprende la simplicidad de este aparato, de esta
poderosa máquina que podría gestionar hasta un niño y
que, aun así, satisfaría todas las necesidades?
Búscala, escudríñala, pruébala y analízala. Te desafío a que
le busques defectos en cualquier aspecto.
Es más, estoy convencido de que nadie se molestará con
ella: tal es la naturaleza humana. Es esta convicción, de
hecho, la que me indujo a publicar mi idea.
De hecho, si no encuentro seguidores, esto no es más que un
ejercicio intelectual; y ningún poder, mayoría, organización,
ni nadie, por poderoso que sea, tiene ningún derecho a tener
malos sentimientos hacia mi.
¿Y si, solo por casualidad, me hubieras convertido?
Shhh ... ¡Podrías comprometerme!
43
Palabras de un Vidente
Henri León Follin
44
Comunidades libres y voluntarias
La evolución del mundo debe hacerse basándose en el
desarrollo y la mejora de las realidades individuales o
convenidas libremente de manera asociativa, y no sobre
categorías referidas al lugar de nacimiento, origen, entorno
o actividades con los que se encasilla al individuo y a sus
grupos.
No debe existir el dominio de unos pueblos sobre otros. Esta
forma política de dominación siempre generará con
fl
ictos.
Los únicos poderes bene
fi
ciosos son económicos, morales,
intelectuales y estéticos. No tienen nada que ver con las
divisiones étnico-político-geográ
fi
cas. El poder debe ser
monopolio de individuos y grupos libres, reclutados en todo
el mundo, para que lo ejerzan sobre ellos mismos en
bene
fi
cio de todos.
Ninguna colectividad tiene razón de ser, más allá de la
existencia de los individuos que la componen en un
momento dado. Su condición no es otra cosa que el conjunto
de condiciones particulares recibidas del pasado y del
presente de parte de cada uno de estos individuos, y que
sólo el individuo podrá transmitir en el futuro.
Los derechos individuales cosmometapolitanos que deben
reconocerse y garantizarse a todo ser humano en el mundo
entero, independientemente de la comunidad nacional,
45
regional o local a la que pertenezca, pueden reducirse
esencialmente a seis:
1. Derecho a no participar en ninguna forma de rivalidad o
con
fl
icto entre Estados políticos, ni a sufrir sus
consecuencias.
2. Derecho a elegir el Estado o los Estados administrativos
y jurídicos de cuyas leyes pretende depender en sus
relaciones privadas, y a circular o establecerse en un
Estado cualquiera respetando las leyes de éste en sus
relaciones públicas.
3. Derecho a intercambiar libremente bienes y servicios con
ciudadanos de todos los demás Estados.
4. Derecho a evaluar sus intercambios y a establecer
compromisos mediante un modelo universal, o incluso
particular, sin la intervención de ningún monopolio
monetario.
5. Derecho a expresar libremente todo pensamiento sobre
cualquier materia, con la excepción de no poder hacer
llamada alguna a la violencia contra las instituciones
establecidas.
6. Derecho de proteger la instrucción y la educación de los
hijos de toda in
fl
uencia contraria a los cinco derechos
precedentes.
La doctrina cosmometapolítica propone que las personas no
han de estar, desde su nacimiento, sometidas a una única
autoridad que se les revelará en todas las manifestaciones
de su existencia. Por el contrario, pretende que, para todo
aquello que no perjudique directa y mani
fi
estamente a los
46
demás, cada cual pueda liberarse de la ley común sobre la
que no ha tenido ningún control, que sólo se someta a la
parte de la opinión pública humana que le convenga o a las
asociaciones en las que haya entrado libremente por medio
de un acuerdo preciso de duración voluntariamente
limitada.
El principio cosmometapolítico que los hombres exigirán
que gobierne el mundo cuando ellos quieran abrir los ojos
es éste: ni el lugar de nacimiento o entorno, ni el origen de
sus ascendientes deben vincular la vida o ciertas libertades
esenciales de los individuos a las voluntades y decisiones de
los gobernantes políticos, ya sean los gobernantes de la
nación de la que son ciudadanos o en la que viven, o los de
cualquier otra nación.
La paz sólo reinará realmente, tal y como pretende
COSMOMETAPOLIS, cuando hayamos creado,
generalizado e intensi
fi
cado, hasta barrer todas las
resistencias, la noción sobre un mínimo de derechos
individuales-universales, no sólo de conciencia, sino también
de interés humano, frente a las formaciones políticas y
nacionales.
Civilización
La humanidad nunca ha sido civilizada. No confundamos la
civilización con ciertos avances industriales, cientí
fi
cos,
intelectuales e incluso morales de la humanidad. Ha habido
numerosos intentos de civilización, siempre sofocados por la
47
militarización y la politización. La manifestación más reciente,
y quizás la más de
fi
nitiva y dañina de este fenómeno, la
estamos presenciando en el siglo XX.
La civilización es y sólo puede ser el producto de todas las
iniciativas individuales libres sobre la faz de la Tierra y del
intercambio universal de servicios, que es la consecuencia y
la manifestación de su libertad.
Una civilización donde los mejores representantes de la
inteligencia, el talento y la virtud admitan que el poder de
reconocer y premiar sus méritos está delegado en los
políticos y burócratas del Estado todavía tiene que mejorar
singularmente.
Competición
No confundamos la fórmula económica de la lucha por una
vida mejor con la fórmula política de la lucha por la vida. Es
una vida muy parcial e incompleta, que nos hace equiparar
la selección relativa producida por los diversos grados de
éxito en el esfuerzo por mejorar, con la selección absoluta
producida por la lucha por el ser.
Competencia económica
El gran error socialista, que ha envenenado todas las
concepciones modernas de la economía, es creer que la
competencia, cuando es libre y justa, aplasta a los débiles bajo
su dominio. La competencia permite que los fuertes lleguen
48
en mayor número; pero como los fuertes no pueden
ascender sino poniéndose al servicio de los débiles –que son
in
fi
nitamente más numerosos– y con su ayuda, están
obligados a dejar que se bene
fi
cien de las ventajas que ellos
mismos obtienen de la competencia.
Democracia
¿Democracia? Como instrumento de defensa contra el
parasitismo y la tiranía de los fuertes, sí. Pero a condición de
no sustituirla por la tiranía y el parasitismo de los débiles.
Intercambios
Los pueblos que quieran preservar sus características
propias no tienen mejor medio de protegerse contra la
in
fi
ltración extranjera de personas que abrir de par en par sus
puertas al intercambio de productos.
La tendencia natural es la de valorar más el servicio que se
presta que el que se recibe. Sin embargo, cualquier
intercambio es rentable. La discusión de las bases del
intercambio, que a veces se presenta como una lucha, no es
más que el indispensable primer paso. No es un acto de
antagonismo, es la preparación de un acto de unión y
solidaridad.
Sólo Bastiat ha revelado de forma sorprendente la
naturaleza de la Economía, al de
fi
nirla como “la ciencia del
intercambio”. Sólo él ha revelado de manera sorprendente la
49
naturaleza del valor, al de
fi
nirlo como “la relación entre dos
servicios”.
A la luz de estas de
fi
niciones entenderemos cómo
multiplicando los intercambios y sustituyendo la moneda
por un denominador común universal que equilibre con la
máxima estabilidad posible el valor de los servicios
prestados, la riqueza podrá multiplicarse hasta el in
fi
nito.
La eliminación de fronteras aduaneras no es una cuestión de
“organización”, sino una cuestión de derecho individual.
Los llamados “economistas liberales” tenían toda la razón al
pensar que el libre comercio bastaría para paci
fi
car el
mundo, lo cual fue su excusa para no combatir ni siquiera
los nacionalismos, y algunos de ellos concibieron la doctrina
cosmometapolítica como germen de sus enseñanzas.
La libertad de comercio es su
fi
ciente para todo
materialmente, así como la libertad de pensamiento y de
expresión del pensamiento es su
fi
ciente intelectual y
moralmente. Pero sólo obtendremos aquélla como más o
menos conseguimos estas últimas: reivindicándolas, no
como un valor colectivo abstracto, sino como un derecho
concreto de cada uno de nosotros.
Economía
La economía, es decir, la incesante adaptación y reajuste de
la producción al consumo y viceversa, no es asunto del
Estado, sino del comercio libre y sincero.
50
No existe una “economía liberal”. Existe la economía, fruto
de la libertad; y la antieconomía, fruto de la coacción.
La economía del mundo se encuentra, desde 1914, en estado
de descomposición. Sólo volverá a sus formas normales, de
conformidad con las leyes naturales de la evolución y el
progreso experimental de la humanidad, mediante la
con
fi
rmación, el reconocimiento y la salvaguarda de ciertos
derechos, tanto individuales como universales, que deben
prevalecer sobre cualquier ley o institución política o
jurídica, nacional o internacional, que se les oponga o pueda
oponérseles en el futuro.
Nada puede funcionar correctamente en la sociedad si se
confunden las preocupaciones económicas con las
preocupaciones
fi
lantrópicas. El mejor medio de garantizar
que todos los intereses estén bien defendidos, tanto los de
los trabajadores como los de los demás, es que cada cual
deje de depender del Estado anónimo y parasitario y
de
fi
enda lo suyo él mismo, sólo o asociado con aquellos con
los que comparte intereses.
Armonía
La armonía humana, como todas las armonías, no es una
cuestión de uni
fi
cación, sino de convivencia en la
diversidad y la diferencia.
Los dos grandes obstáculos para el orden y el progreso
humanos son el espíritu particularista y el espíritu
51
igualitario. En el fondo de todas las discordancias sociales,
podemos estar seguros de que encontraremos uno u otro.
Individualismo
De
fi
nición: El individualismo es la doctrina que considera al
individuo como el único agente social. Ningún individuo puede
aislarse de la especie. Cada persona es sólo un momento de
la vida del conjunto del que forma parte, del mismo modo
que es sólo un momento de las células que lo componen.
Pero es, según nuestro entendimiento y voluntad, el
momento esencial, a la vez determinado y determinante.
Triología de los principios individualistas, esencia de la
realidad social:
-Libertad: el simple hecho de no ser coaccionados por otros;
-Responsabilidad: el simple hecho de no huir de las
consecuencias de los propios actos;
-Sinceridad: el simple hecho de ponerse lo más de acuerdo
posible con los demás, con sus pensamientos, sus palabras y
sus acciones.
Criticamos la agenda política de los individualistas por no
ser positiva, por centrarse principalmente en las aboliciones.
¿Cómo podría ser de otra manera? El papel del Estado,
cuando es considerado como el garante de una sociedad
libre, sólo puede ser negativo. Lo positivo de la política
consiste en eliminar todo aquello que obstaculiza lo positivo
de la no-política.
52
Todas las concepciones imperantes, sean tradicionales o
reformistas, tienden a encuadrar al individuo en el grupo
étnico, político, social o profesional del que forma parte. El
orden y el progreso naturales, por el contrario, procuran
hacer independiente al individuo de todos los grupos, en la
medida en que él mismo no
fi
ja o no acepta libremente los
límites de su solidaridad con los otros.
El gran vicio de todos los liderazgos colectivos, ya sean
políticos, sindicalistas, cooperativistas, soviéticos u otros,
será siempre el mismo: fomentar el miedo y el odio de los
mediocres hacia cualquier valor individual, los fanatismos
contra todo espíritu libre, y eliminar, de este modo, los
resortes esenciales de toda evolución humana.
Es posible, tal y como a
fi
rma un publicista, que una
sociedad individualista “favorece a los audaces y a los
sinvergüenzas”, en detrimento de los apáticos y de los
imbéciles incapaces de organizar su propia defensa.
Pero una sociedad socialista (o socialómana) favorece a los
perezosos y a los despilfarradores, en detrimento de los
trabajadores y de los previsores, que actúan por el bien de
todos al perseguir su propio bien. De este modo, una
sociedad individualista es mucho más social que una
sociedad socialista.
Un pensador de nacionalidad inglesa, Auberon Herbet,
recomendó el “impuesto voluntario”. Estas dos palabras
parecen contradecirse.
Sin embargo, ¿no podemos admitir que, en una sociedad en
la que los individuos se hubieran liberado de la necesidad
53
de tutela y hubieran perdido el hábito de la coacción, ellos
mismos se sentirían socialmente obligados a participar en
los gastos comunes, del mismo modo que ahora se sienten
obligados a salir decentemente vestidos y a cumplir un
sinfín de convenciones a las que la ley no les obliga en modo
alguno?
Mundo
¡Las naciones no han comprendido aún su absurdo, cuando
buscan tanto ampliar como cerrar sus fronteras, sin entender
que el libre comercio signi
fi
ca la anexión del mundo y la
recíproca anexión entre cada una de ellas!
¿Los Estados Unidos del Mundo?
¡Cuidado! Sería muy cómodo oprimir a los individuos bajo
un nivel de uniformidad. Pero los Individuos del Mundo
unidos por encima de los Estados para defenderse de sus
excesos, eso es, a la vez, algo más urgente, e
fi
caz e
inofensivo.
Militarismo
El militarismo y el proteccionismo van de la mano. Cuando
uno de ellos ha causado desastres en un país, el otro se
arrastra a su favor. El proteccionismo es una estafa al erario
público, al igual que el militarismo es una estafa a la vida
pública. Como todas las estafas, necesitan agua turbia.
54
Naciones
Desde tiempos inmemoriales, los hombres han ignorado su
interés universal, permanente y superior, que es un interés
de cooperación, y lo han sacri
fi
cado a intereses particulares,
temporales e inferiores, en forma de lucha armada o de
competencia por el poder material. Éste es el único origen
de la nación, éste fue y sigue siendo, en cierta medida, su
única razón de ser.
¿Recon
fi
gurar las fronteras de las naciones? ¡Qué
anacronismo tan infantil! Sólo una cosa importa: hacer que
las naciones se con
fi
guren progresiva y únicamente como
asociaciones para la administración de ciertos intereses
comunes, y cada vez menos como meros aparatos
gubernamentales que absorben la personalidad humana,
oprimiéndola en bene
fi
cio de sus parásitos.
Puesto que los con
fl
ictos entre naciones provienen
únicamente de las ambiciones nacionales, resulta cuanto
menos extraño que esperemos que los resuelvan
equitativamente unos Tribunales de Arbitraje cuyos
miembros dependen del favor de los gobiernos nacionales,
estando más o menos dispuestos a bene
fi
ciar a uno u otro
litigante. ¿Cómo es posible que el sentido común más
elemental no demuestre a los pueblos que los peligros de
las políticas nacionales sólo pueden ser eliminados por
hombres que no tienen nada que ver con ellas, ni de cerca ni
de lejos; es decir, que han renunciado a todo sentimiento
55
nacional y político, reivindicando el valor de la
cosmometapolítica?
A pesar de representar a una minoría ín
fi
ma, los
nacionalistas siempre ejercerán una in
fl
uencia
desproporcionada en relación a su número en todos los
países, en tanto no destruyamos entre los ciudadanos la idea
de que su nacionalidad puede, en determinadas
circunstancias, prevalecer sobre su humanidad.
La paz, el orden y la prosperidad no reinarán
de
fi
nitivamente en el mundo hasta que los hombres, en un
número su
fi
ciente o ejerciendo una in
fl
uencia su
fi
ciente,
hayan repudiado toda solidaridad con lo que los gobiernos,
los partidos y la prensa de cada país vienen a denominar
“intereses nacionales”.
Una nación no ostenta intereses. Simplemente realiza el
arbitraje de los intereses que sus ciudadanos, bien como
administrados o comerciantes, no pudieron acordar entre
ellos con los ciudadanos de otras naciones. En los casos en
que sea posible el acuerdo, la nación no pinta nada. Y ni en
uno ni en otro caso tiene a derecho a involucrar a las partes
que no estén interesadas.
Las personas que, creyéndose de buena fe pací
fi
cas o al
menos enemigas de la guerra, practican o admiten el culto a
los “intereses nacionales” son como aquellos enfermos o
médicos que ignoran los síntomas de una infección sin dejar
de alimentar su origen.
56
Política
La política, que pretende dominar el mundo, es, sin
embargo, una de sus actividades más inferiores, animada
por el espíritu más simplista. No hay nada más
representativo de ello que el fetichismo democrático
igualitario en materia de educación que el Estado
centralizado utiliza naturalmente para extender su
in
fl
uencia por doquier.
El absurdo político universal consiste en esperar de las
instituciones y de las leyes más virtud que de los hombres
que las elaboran y las aplican.
Los pueblos, al igual que los individuos, viven de aquello
que los une y mueren por aquello que los divide. Pero sus
parásitos viven de aquello que los divide y mueren por aquello que
los une. De ahí procede la obstinación de los políticos, los
diplomáticos, los periodistas, los monopolistas de las
fi
nanzas y la industria por oponer los cultos nacionales a la
religión de la humanidad.
Sociedad
El desarrollo de las sociedades se fundamenta
exclusivamente en el desarrollo de la competencia
económica, aquella que se basa en mejorar, en detrimento de
la competencia política, que consiste en ser el más fuerte.
El secreto de la riqueza y la armonía sociales se basa en
desarrollar en cada individuo, en cada entorno, el deseo de
57
ser diferente de los otros, sustituyendo al deseo de ser más que
los otros. Se trata de descartar aquello que es particularista,
respetando lo que es particular.
El problema social es un problema de instituciones
libertarias y responsables para los individuos capaces de
adquirir tal iniciativa y responsabilidad, y de instituciones
tutelares para los individuos que no pueden prescindir de la
tutela.
Los trabajadores más o menos asalariados (evitemos la
palabra “obrero”) accederán más rápido a la propiedad de
los instrumentos de trabajo y a la gestión de empresas
cuanto más evite la ley ceder a los requerimientos de sus
representantes políticos, que sólo pretenden ponerlos bajo
su propia tutela interesada e incompetente.
Variedad
A la quimérica idea de un régimen ideal, mesiánico y
universalmente aplicable, alguien se opuso con la vaga idea
de que “el mejor régimen es aquel que, en una época y en
un entrono determinados, se adapta mejor a la condiciones
de tal o cual sociedad”.
La verdad es que el único régimen adecuado para todas la
épocas y todos los entornos, el único que puede ser
modelado en las condiciones esenciales de desarrollo de
todas las sociedades, es aquel que deja la puerta abierta a
todas las experiencias, sin imponer ni sofocar ninguna de
ellas.
58
Si nuestra sociedad se ha vuelto singularmente complicada,
esta misma complejidad, de la que no se puede esperar
razonablemente que sea seguida y alcanzada por la
capacidad de dirección de los gobernantes, exige el
reconocimiento y la aplicación de grandes principios de lo
más sencillos.
La Ley debe ser únicamente el medio para lograr la
diversidad en los usos de la libertad, dentro de la unidad de las
garantías de la libertad.
Verdad
La humanidad rara vez admite, de entrada, una verdad
nueva o el rejuvenecimiento de una verdad antigua que
haya sido descuidada o que haya pasado desapercibida,
porque los hombres que la in
fl
uyen han adoptado, en su
mayor parte, por razón de su temperamento, interés,
tradición o educación, concepciones contrarias que les
cuesta abandonar, especialmente si han contribuido con su
propio esfuerzo a adquirirlas. Pero deberán resignarse, tarde
o temprano, cuando esta verdad haya a
fl
orado en una serie
de cerebros que todavía se encuentran en estado de
evolución.
59
Panarquía, un ideal olvidado.
Max Nettlau
Hace tiempo que me fascina la idea de que sería sí, en lugar
de que las instituciones políticas y sociales se sucedan una
tras otra, este término se sustituyera por "simultáneamente".
Ideas como "Abajo el Estado" y "Sólo sobre las ruinas del
Estado..." expresan las emociones y deseos de muchos, pero
parece que sólo "Elige tu Estado" puede ayudar.
Cuando aparece una nueva idea cientí
fi
ca, sus defensores se
limitan a utilizarla, sin intentar convencer a los viejos
profesores que no quieren seguirla, ni obligarles a aceptarla
o a matarlos. Por sí solas se quedarán atrás, perderán su
reputación y se marchitarán, siempre que la nueva idea esté
llena de vida. A menudo la malicia o la estupidez se
interponen en el camino de la nueva idea, por lo que es
necesario luchar con fuerza por la tolerancia mutua e
incondicional. Sólo así puede
fl
orecer y progresar la ciencia,
ya que se basa en la libre experimentación e investigación.
Nadie debería intentar "poner todo en la misma cesta". Ni
siquiera el Estado puede hacerlo. Los socialistas y los
anarquistas escaparán a su poder. Nosotros (los anarquistas)
60
tampoco podemos, porque los estatistas seguirán existiendo
(esto es un hecho). Además, es mejor que no introduzcamos
la lucha a muerte en nuestra sociedad libre. La famosa
pregunta "¿Qué hacemos con los reaccionarios que no se
adaptan a la libertad?" tendrá una solución sencilla:
mientras quieran, pueden mantener su Estado. Para
nosotros, no importará. No tendrán más poder sobre
nosotros que las ideas excéntricas de una secta que no le
interesa a nadie. Sucederá tarde o temprano. La libertad se
abrirá paso, esté donde esté.
Una vez estuvimos en un barco de vapor en el Lago Como.
Una profesora subió al barco con un gran grupo de niños.
Les ordenó que permanecieran sentados y que no se
empujaran. Sin embargo, justo cuando había puesto orden
en un grupo, otro grupo de niños ya se había levantado, y
cuando trató de volver a poner a todos en orden y pensando
que había terminado su trabajo, se encontró rodeada del
mismo desorden que antes. En lugar de ser más estricta, la
joven maestra se rió de sí misma y dejó a los niños solos. De
todos modos, la mayoría acabó sentándose por su cuenta.
Este es un ejemplo inocente de cómo, cuando se deja en paz,
todo se resuelve al
fi
nal.
En conclusión: antes de que la idea de la TOLERANCIA
MUTUA en todos los asuntos políticos y sociales se abra
paso, lo mejor que podemos hacer es prepararnos para ella,
practicándola en nuestra vida y pensamiento diarios. ¿No
61
seguimos atacando todos los días? Mis palabras pretenden
decir lo mucho que me gusta esta idea, y expresar mi gran
placer por haber encontrado un ensayo de un pionero de
esta idea, una idea poco discutida en nuestra literatura. Me
re
fi
ero al artículo "Panarquía", escrito por P. E. De Puydt, en
la "Revue Trimestrielle" (Bruselas), julio de 1860, pp.
222-245. El autor, que me es desconocido y del que no
hablaré, probablemente vivió alejado de los movimientos
sociales. Pero tenía una visión clara de hasta qué punto el
sistema político actual, según el cual TODOS deben
someterse a un gobierno constituido por decisión de la
mayoría (o de otra manera), contradice las exigencias más
elementales de la libertad. Sin identi
fi
carme con sus propios
objetivos, quiero resumir sus opiniones y destacar algunos
detalles. Nos sentiremos más cerca de su idea si sustituimos
en nuestra mente la palabra "gobierno" -que De Puydt
utiliza siempre- por el término "organización social", sobre
todo porque el mismo autor proclama la coexistencia de
todas las formas de gobierno, "incluida la ANARQUÍA de
M. Proudhon". De Puydt se declara partidario de las
enseñanzas del "Laissez faire, laissez passer" (la escuela de
Manchester de la libre competencia sin intervención del
Estado). No hay medias verdades. Concluye que la ley de la
libre competencia no sólo se aplica a las relaciones
industriales y comerciales, sino que también debe prevalecer
y abrirse paso en la esfera política.
62
Algunos dirán que hay demasiada libertad, otros que no
hay su
fi
ciente. Sin embargo, se pierde la libertad
fundamental, precisamente la más necesaria: la de ser libre o
no serlo, según la propia elección. Cada uno decide esta
cuestión por sí mismo, y como hay muchas opiniones,
tantas como seres humanos, el resultado es esta mezcla
confusa llamada política. La libertad de una parte es la
negación de la libertad de las otras. El mejor gobierno nunca
funciona según la voluntad de todos. Siempre hay
ganadores y perdedores, opresores en nombre de la ley
vigente e insurgentes en nombre de la libertad.
¿Quiero proponer mi propio sistema? ¡Claro que no! Abogo
por todos los sistemas, es decir, por todas las formas de
gobierno que encuentren sus propios seguidores.
Cada sistema es como un conjunto de pisos (casas) en los
que el propietario y los principales inquilinos están mejor y
más a su gusto. Los demás, para los que no hay su
fi
ciente
espacio, son infelices. Odio a los destructores tanto como a
los matones. Los descontentos deben encontrar su propio
camino, pero sin destruir el edi
fi
cio. Lo que no les gusta, les
puede gustar a sus vecinos.
¿Deben emigrar y buscar por sí mismos, en algún lugar del
mundo, otro gobierno? Por supuesto que no deberían.
Tampoco hay que deportar a nadie por sus opiniones.
"Deseo que sigan viviendo donde están, o donde se
63
encuentran, pero sin con
fl
ictos, como hermanos, hablando
cada uno libremente y subordinándose sólo a los poderes
que cada uno, por sí mismo, ha elegido o aceptado.
Volvamos a nuestro tema. "Nada se desarrolla ni perdura si
no se fundamenta en la libertad. Nada puede mantenerse o
funcionar con éxito si no es por el libre juego de todos sus
elementos activos. De lo contrario, perderá energía por la
fricción, el rápido deterioro de sus engranajes y numerosas
fracturas y accidentes. Por lo tanto, reivindico para cada
elemento de la sociedad humana (los individuos) la libertad
de asociarse con los demás, según sus elecciones y empatías,
de trabajar sólo según sus capacidades; es decir, el derecho
absoluto a elegir la sociedad política en la que desea vivir y
a depender sólo de ella.
Hoy en día, el republicano trata de anular la forma actual
del Estado para establecer su propia idea de Estado. Sus
enemigos son todos los monárquicos y todos los que no
están interesados en su ideal. Sin embargo, según De Puydt,
esto debe hacerse de forma que se corresponda con un
divorcio o una separación legal en las relaciones familiares.
Propone una opción de divorcio similar para la política, una
opción que no perjudica a nadie.
¿Alguien quiere una separación política? Nada más sencillo
que hacerlo a su manera, pero sin vulnerar los derechos y
64
las opiniones de los demás, que tendrán que hacerle un
hueco y dejarle libertad para realizar su propio sistema.
En la práctica, una o
fi
cina de registro sería su
fi
ciente. En
cada municipio habría una o
fi
cina para la CIUDADANÍA
POLÍTICA de las personas. Los adultos se inscribirían en la
monarquía, en la república, etc., según su voluntad.
Por lo tanto, no se verían afectados o vinculados por los
sistemas de gobierno de otros. Cada sistema se organizaría
por sí mismo, tendría sus propios representantes, leyes,
jueces, impuestos, independientemente de que hubiera dos
o diez organizaciones de este tipo en el barrio.
Para las disputas que puedan surgir entre estas
organizaciones, bastaría con los tribunales de arbitraje,
como entre amigos.
Probablemente habrá muchos asuntos comunes a todos los
organismos, que se resolverán de mutuo acuerdo, como
hacen los cantones suizos y los estados americanos y sus
federaciones.
Puede haber personas que no quieran estar en uno de estos
cuerpos. Pueden propagar sus ideas y tratar de aumentar el
número de sus seguidores, hasta que alcancen un
presupuesto independiente que les permita pagar lo que
65
quieren tener a su manera. Hasta entonces, tendrán que
pertenecer a una de las organizaciones existentes. Es sólo
una cuestión de
fi
nanzas.
La libertad debe ser tan amplia que incluya el derecho a no
ser libre. Por lo tanto, habrá clericalismo y absolutismo para
quien lo quiera.
Habrá libre competencia entre los sistemas de gobierno. Los
gobiernos tendrán que reformarse para asegurarse
seguidores y clientes. Bastará con una simple declaración a
la o
fi
cina local de ciudadanía política, y sin necesidad de ir a
ningún otro sitio, con bata y zapatillas, se podrá pasar de la
república a la monarquía, del parlamentarismo a la
autocracia, de la oligarquía a la democracia o incluso a la
anarquía del señor Proudhon, todo según la propia elección.
"¿Está insatisfecho con su gobierno? Toma otra" - sin
insurrección, sin revolución y sin fatiga; simplemente dirige
tus pasos a la O
fi
cina de Ciudadanía Política. Los viejos
gobiernos pueden seguir existiendo, hasta que la libertad de
experimentar -aquí propuesta- lleve a su decadencia y caída.
Sólo se necesita una cosa: la libre elección. La libre elección y
la competencia serán algún día las palabras clave del
mundo político.
66
Pero, ¿no llevaría esto a un caos insoportable? Debemos
recordar la época en la que todo el mundo se as
fi
xiaba con
las guerras de religión. ¿Qué pasó con estos odios mortales?
El progreso del espíritu humano los ha barrido, como el
viento barre las últimas hojas del otoño. Las religiones, en
cuyo nombre se encendieron las piras y se in
fl
igieron las
torturas, coexisten ahora pací
fi
camente, una al lado de la
otra, cada una ocupada en su dignidad y pureza. Si esto fue
posible en este ámbito, a pesar de todos los obstáculos, ¿no
será también posible en el ámbito de la política?
Hoy en día, cuando los gobiernos existen sólo por la
exclusión de los otros poderes, cada partido domina
después de haber derrotado a sus oponentes y la mayoría ha
suprimido a la minoría. Es inevitable que las minorías, los
oprimidos, se quejen e intrigan por su lado, y esperan el
momento de la venganza, hasta llegar al poder. Pero cuando
se suprima toda coacción, cuando cada adulto sea siempre
libre de elegir por sí mismo, esas luchas inútiles serán
imposibles.
Cuando los gobiernos se someten a estos principios de libre
experimentación y competencia, mejoran y se perfeccionan.
No más vuelos, en las nubes, que sólo ocultan su vacío. Su
éxito dependerá enteramente de ellos mismos, de hacerlo
mejor y más barato que los demás.
67
Las energías, que actualmente se desperdician en fricciones,
resistencias y tareas inútiles, se unirán y promoverán el
progreso y la felicidad de la humanidad de formas
imprevisibles y maravillosas.
Es posible que, después de haber experimentado gobiernos
de todo tipo, la gente vuelva a un único gobierno, el más
perfecto. A este respecto, De Puydt dice que, si así fuera,
este acuerdo general sólo se alcanzaría tras el libre juego de
todas las fuerzas. Y esto sólo podría ocurrir en un futuro
muy lejano, "cuando el papel del gobierno se reduzca a su
mínima expresión". Mientras tanto, los pueblos tienen
mentalidades diferentes y sus costumbres son tan diversas
que sólo es posible una multiplicidad de gobiernos.
Algunos buscan la emoción y la lucha, otros desean el
descanso, otros necesitan estímulo y ayuda, y algunos, los
genios, no soportan ser gobernados. Uno quiere una
república, sumisión y renuncia, el otro una monarquía
absoluta con su pompa y esplendor. El orador quiere un
parlamento, el silencioso condena al hablador. Hay mentes
fuertes y débiles, algunas ambiciosas y otras simples y
contentas. Hay tantos personajes como personas, tantas
necesidades como naturalezas. ¿Cómo pueden satisfacerse
todos con una sola forma de gobierno? Los satisfechos serán
una minoría. Incluso un gobierno perfecto encontrará
oposición.
68
Con el sistema propuesto, todos los desacuerdos se
considerarán meras peleas domésticas, y el divorcio será la
solución
fi
nal.
Los gobiernos competirán entre sí, pero sus asociados (sus
ciudadanos) les serán especialmente leales, ya que su
gobierno es el que corresponde a sus propias ideas. -Creo en
el "poder soberano de la libertad para establecer la paz entre
los hombres". No puedo prever el día y la hora en que esto
sucederá. Mi idea es como una semilla lanzada al viento.
¿Quién soñó en el pasado con la libertad de pensamiento... y
quién lo duda hoy?
Para su realización práctica, se podría, por ejemplo,
establecer un periodo mínimo de un año para la pertenencia
a una forma de gobierno.
Cada grupo encontraría y reuniría a sus seguidores cuando
los necesitara, al igual que hacen las iglesias con sus
miembros o las empresas con sus accionistas.
¿La coexistencia de muchos órganos de gobierno provocaría
un exceso de funcionarios y el correspondiente derroche de
energía? Esta es una objeción importante; sin embargo, una
vez que se descubre ese exceso, hay que abordarlo. Sólo
persistirán las agencias verdaderamente viables; las demás
desaparecerán por su propia debilidad.
69
¿Aceptarán los actuales partidos y dinastías gobernantes
estas propuestas? Les conviene hacerlo. Les iría mejor si lo
hicieran con menos personas, pero todas ellas dispuestas y
totalmente subordinadas. No sería necesaria ninguna
coacción contra ellos, ni soldados, ni gendarmes, ni policías.
No habría conspiraciones ni usurpaciones.
Un gobierno puede ser disuelto hoy, pero más tarde, cuando
encuentre más partidarios, puede ser restablecido por un
simple acto constitucional, como hacen las corporaciones.
Las pequeñas tasas pagadas a los registradores
fi
nanciarían
las o
fi
cinas de ciudadanía política. Sería un mecanismo
sencillo, que hasta un niño podría hacer.....
Esta forma de pensar del autor, De Puydt, me recuerda un
poco a Anselme Bellegarrigue, tal y como escribió en sus
numerosos artículos en el periódico "Civilisation" de
Toulouse, en 1849. Ideas similares, especialmente en lo que
respecta a la
fi
scalidad, fueron expresadas años más tarde
por Auberon Herbert (
fi
scalidad voluntaria).
El hecho de que sus argumentos nos parezcan hoy más
plausibles que a sus lectores de 1860 demuestra que se ha
progresado. Lo importante es EXPRESAR ESTA IDEA DE
MANERA QUE RESPONDA A LOS SENTIMIENTOS Y
NECESIDADES ACTUALES, y prepararse para su
REALIZACIÓN.
70
¿No es esto precisamente lo que hace más prometedor el
debate de estas ideas hoy en día?
71
Democracia con “D” pequeña
Por Anónimo
"En la democracia política, solo los votos emitidos para el
candidato mayoritario o el plan mayoritario son e
fi
caces para dar
forma al curso de los asuntos. Los votos encuestados por la
minoría no in
fl
uyen directamente en las políticas. Pero en el
mercado no se emite ningún voto en vano. Cada centavo gastado
tiene el poder de trabajar en los procesos de producción. ... La
decisión de un consumidor se lleva a cabo con todos los momentos
que le da a través de su disposición a gastar una cantidad de
fi
nida
de dinero".
(Ludwig von Mises, "Acción Humana")
Hay mucha confusión en esta nación sobre el término
"democracia". La palabra proviene del griego y signi
fi
ca en
su estructura 'gobierno del pueblo' o posiblemente 'gobierno
del pueblo'. Pero cuando la palabra no lleva mayúsculas, su
calidad funcional real está relacionada con el mercado y no
con las actividades políticas. Cuando se escribe con
mayúsculas, como suele ocurrir en este país, el concepto
cambia.
En una democracia, las mayorías toman decisiones que se
concretan sobre el conjunto de la población. Cuando se
72
utiliza el concepto democrático en el mercado, cada
individuo toma decisiones que sólo son vinculantes para sí
mismo y para los demás implicados directamente. El
proceso democrático (d minúscula) no implica el control de
unos por otros, sino el control de todos por todos.
Veamos cómo funciona esto.
En el mercado, entras en una tienda y compras una lata de
judías. Usted está obligado a tomar su decisión. Por razones
que sólo tú conoces, has decidido comprar una lata de
judías producida por la empresa X. Tu nombre aparece en la
etiqueta. Su nombre está en la etiqueta. Su nombre está en la
etiqueta.
No sabes si habrá judías en la lata. No se ven las judías. Pero
en parte por la etiqueta, en parte por la experiencia, confías
en la empresa. Cambias tu dinero por la lata. Es un voto en
el mercado. Es su voto para la empresa que ha patrocinado.
Te compromete. Hay que pagar el precio de las judías. No
tienes que comprarlo en absoluto. Pero si lo compras, tienes
que pagarlo. Puedes pagarlo más tarde si el comerciante te
da crédito. Si lo hace, es porque confía en su etiqueta. Cree,
ya sea por la experiencia o por la larga práctica en la lectura
de etiquetas, que acabará cobrando. Podría estar
equivocado. Pero no se equivocará a menudo.
Podrías estar equivocado. La caja puede contener canicas,
sopa o puré de patatas. Pero tampoco se equivocará a
73
menudo. Si compras una lata de la empresa X y no contiene
lo que dice contener, serás muy reacio a volver a ser cliente
de esa empresa.
Pero veamos qué sucede como resultado de su voto en el
mercado. Su voto es contabilizado por el comerciante, ya sea
al
fi
nal del día o después de unos días de comercialización.
Se dará cuenta, cuando haga sus cálculos, de que algunas
personas (como tú) han votado a la marca X. Lo sabrá
porque tendrá que volver a pedir la marca X.
También encontrará que otros habrán votado por la marca Y.
Otros habrán votado por las marcas Z, ZXY, XX, YYYY.
También pedirá estas marcas en la cantidad exacta que
considere necesaria para atender a sus clientes en el futuro.
¿Qué ocurre en las distintas empresas que procesan estos
granos? El voto llega, cada vez numéricamente diferente
para cada empresa. Cada empresa es alentada por cada voto
emitido. Este estímulo lo lleva a continuar el proceso por el
cual usted u otros lo han amado.
Supongamos que la marca X, del tipo que usted votó, fue la
más popular. Si tuviéramos democracia (D mayúscula) en el
mercado, esto signi
fi
caría que se emitiría una orden que
diría en efecto: "Sólo debe tratarse la marca X". Los votantes
han demostrado claramente que la marca X es la mejor
judía. Por lo tanto, todas las demás marcas están
suspendidas.
74
Pero no tenemos la Democracia Capital D en el mercado.
Tenemos una pequeña democracia. Por lo tanto, aunque la
marca X resultara ser la más popular, las otras eran lo
su
fi
cientemente populares como para animarlas en cierta
medida. Por lo tanto, todas las empresas que recibieron un
voto positivo siguen produciendo su producto. El hecho de
que compren la marca X no nos obliga a comprar esa marca.
Personalmente, digamos que nos gusta la marca AAAA. No
podemos evitar que compres la marca X. No puedes
impedir que compremos la marca AAAA.
Esa es la verdadera democracia. Este es el proceso por el que
todos gobiernan a todos los demás. Este proceso es siempre
moral y da como resultado los mejores alimentos, la mayor
variedad y los precios más bajos para el mayor número.
LA MAYORÍA SE CONVIERTE EN UN CONTROL
MONOPÓLICO
En lo anterior, hemos tratado de mostrar cómo funciona la
democracia (d pequeña) en el mercado. Pero el argumento
que sigue apareciendo es que no es lo mismo que la política.
En el gobierno, dos hombres se presentarán a las elecciones.
Ambos no pueden mantener esa posición. Por lo tanto, los
votos a través del proceso de la mayoría selecciona el más
adecuado. Uno de ellos ocupará el puesto. El otro no lo
hará.
75
¿Qué hay de malo en eso?
Lo mismo ocurre si vas a una tienda a comprar judías de la
marca X y te informan de que, como a más gente sólo le
gusta la marca YYYY, ésta será la única clase de judías que
podrás comprar.
Además, le dirán que no puede resolver el problema por sí
mismo simplemente no comprando judías. Tienes que
comprarlos. Y tienes que comprar la marca AAAA. Además,
hay que comer las judías. En ese momento, la democracia se
habría capitalizado. Y eso es lo que hemos hecho en el
gobierno de este país.
Supongamos que dos hombres se presentan a la presidencia.
Supongamos de nuevo que uno de ellos, la marca AAAA, es
el Sr. Kennedy. Supongamos además que el otro, la marca X,
es el Sr. Nixon. El Sr. Kennedy obtiene más votos que el Sr.
Nixon. Pero los electores que votaron por el Sr. Nixon no
tienen opción. Querían que el Sr. Nixon dirigiera sus
asuntos. Tienen al Sr. Kennedy. Están frustrados.
Por supuesto, los que votaron al Sr. Kennedy están
encantados. No sólo están recibiendo al hombre que dirige
su negocio, sino que también están recibiendo a un hombre
que ahora está facultado para dirigir el negocio de todos.
Pero siempre hay una tercera categoría de personas, las que
no quieren ni la marca X ni la marca AAAA. Puede que
haya quien quiera la marca Z. Incluso hay quienes no
76
quieren una marca en absoluto. Quieren dirigir su propio
negocio por completo sin tener un Nixon, un Kennedy o un
ZZZZ para dirigirlo.
Pero por el proceso mayoritario, todos ellos,
independientemente de sus deseos o creencias personales,
deben ahora pagar por la marca AAAA. Y están obligados a
utilizar la marca AAAAA aunque no quieran. De repente
vemos lo que ha ocurrido con nuestro apoyo a la
democracia: nos hemos alejado del concepto de gobierno
por el pueblo. En cambio, ahora tenemos un gobierno
monopolista. Todas las minorías, sean cuales sean sus
intereses, deseos o lo que sea, están obligadas a aceptar el
monopolio.
Ahora, si practicáramos una pequeña democracia en este
país, los que votaron por él tendrían sus asuntos dirigidos;
los que votaron por Kennedy lo tendrían; los que votaron
por otra persona para dirigir sus vidas lo tendrían. Y los que
no quisieran que alguien se encargara de sus asuntos, se
quedarían sin nadie que los dirigiera.
Sería moral: cada uno podría pagar por lo que él mismo
votó que quería. El hombre que se negó a participar no
obtiene los "bene
fi
cios" que habría obtenido si lo hubiera
hecho. Tal vez se arrepienta más tarde.
Pero eso es cosa suya. Al igual que es asunto suyo negarse a
comprar judías y pasar hambre si eso es lo que ocurre.
77
Casi podemos oír el grito de alarma: "Pero eso signi
fi
caría
que tendríamos muchos presidentes, al menos dos. ¿Y cómo
podríamos hacer que todos estuvieran de acuerdo con una
política determinada en ese caso?"
La respuesta es que no podrías. ¿Pero eso sería malo?
El concepto de representación es esencialmente un concepto
de agencia. Alguien tiene que actuar por ti. Pero, ¿cómo
puede alguien actuar por ti si esa persona está
completamente comprometida con acciones contrarias a tus
propios intereses? Asumir que te representan porque otros
los han elegido es asumir una mentira. Sólo pueden
representarte si tú los eliges, y sólo si se limitan a tus
intereses.
Esto es la democracia con mayúsculas que nos hace. Los
hombres que se oponen a tus propios intereses toman el
poder sobre ti a través de las acciones de los demás; la
democracia (D mayúscula) signi
fi
ca el control mayoritario
de todos. Control mayoritario del monopolio de todos los
medios. Y esto siempre da lugar a un control monopolístico
en manos de una minoría. Esto nunca es moral, y no es
necesario.
78
La Libertad y los Impuestos
Benjamin Tucker
La idea de que el contribuyente voluntario se opone al
Estado precisamente porque no se basa en el contrato, y
desea sustituirlo, es estrictamente correcta, y me alegra ver
(por primera vez, si la memoria no me falla) que un opositor
la capta. Pero el Sr. Read oscurece su a
fi
rmación por su
comentario anterior de que la propuesta de impuestos
voluntarios es "el resultado de una idea... de que el Estado
está, o debería estar, basado en el contrato". Esto sería cierto
si se omitieran las palabras que he puesto en cursiva. Es la
inserción de estas palabras lo que ha proporcionado al autor
una base para su analogía, por lo demás infundada, entre
los anarquistas y los seguidores de Rousseau. Estos últimos
sostienen que el Estado nació de un contrato, y que los
hombres de hoy, aunque no lo hicieron, están obligados a
cumplirlo. Los anarquistas, por el contrario, niegan que tal
contrato se haya hecho alguna vez; declaran que, si se
hubiera hecho, no podría imponer una sombra de
obligación a quienes no participaron en su elaboración; y
reclaman el derecho a contratar por sí mismos como les
plazca. La posición de que un hombre pueda hacer sus
propios contratos, lejos de ser análoga a la que lo somete a
los contratos hechos por otros, es la antítesis directa de la
misma.
79
La Panarquía y otros ensayos panarquistas - Paul Emile de Puydt
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La Panarquía y otros ensayos panarquistas - Paul Emile de Puydt

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  • 4. Sobre el Autor Paul Émile de Puydt nació el 6 de marzo de 1810 en Mons, Bélgica, fue un botánico, novelista, politólogo y economista de tradición liberal clásica, fue hijo de Jean-Ambroise de Puydt, gobernador de Hainaut, provincia ubicada al oeste de Bélgica en la región de Valonia, su madre fue Adèlaide Michotte. Tuvo dos hermanos, Guillaume y Pierre, además de un medio hermano de nombre Remi. Se caso el 14 de julio de 1841 a los 31 años con Fanny Catherine Cousin con quien tuvo dos hijos, Julien y Marie- Theresa Philippine. De Puydt fue un erudito en todo sentido, en su infancia y juventud temprana presento curiosidad e interés por el mundo en general y la botánica en particular contando con brillantes estudios y ensayos consumados en su adultez tales como: Traité théorique et pratique de la culture des plantes de serre froide, Les Poires de Mons, de 1860 y Les Orchidées, de 1866. De Puydt participó en el periodismo como uno de los editores de L'Observateur du Hainaut , que se creó el 2 de julio de 1829 hasta el 8 de agosto de 1835. Colaboró con Henri Delmotte y Hippolyte Rousselle en una obra titulada 4
  • 5. Le Candidat à la royauté, que se publicó en Mons el 9 de enero de 1831. Habiendo ingresado en la profesión administrativa, De Puydt fue durante mucho tiempo director del Mont-de-Piété, luego Receptor General de los Hospices de Mons. A pesar de su trabajo pudo darse tiempo para ocuparse de la horticultura, siendo su jardín objeto de un cuidado asiduo. En una ocasión hubo una empresa hortícola fundada en Mons, el 28 de mayo de 1828, que fue patrocinada por la administración municipal oportunidad que le fue como anillo al dedo y decidió ingresar como socio y fue su secretario desde 1831. Sus informes sobre las exposiciones anuales de esta empresa fueron redactados con el cuidado y la claridad que caracterizaban todas sus producciones. Sus obras relacionadas con la horticultura son importantes, todas sus obras son notables, especialmente las de las orquídeas, que eran sus plantas favoritas. En 1833, De Puydt ayudó a fundar la Société des sciences, des arts et des lettres du Hainaut en la cual fue nombrado vicepresidente en 1858 y luego presidente en 1865 y mantuvo estas funciones hasta su muerte. Los discursos que daba en las reuniones públicas de la empresa y que han sido impresos atestiguan sus variados conocimientos. Trabajando en literatura y ciencias sociales, abordó una amplia variedad de temas. 5
  • 6. De Puydt fue un consumado hombre de letras. Afable, modesto, no conocía el egoísmo que caracteriza a algunos amantes de las fl ores, por el contrario, se alegró de comunicar sus observaciones y de poner a disposición de sus amigos e instituciones cientí fi cas la experiencia que había adquirido a través de sus estudios especiales. Encontró su felicidad en su familia y en sus conexiones cientí fi cas. Murió el 28 de mayo de 1891 en su natal Mons. 6
  • 7. Sobre la Obra Aunque sus principales y más numerosos aportes se encuentran en la botánica y en la dramaturgia, tuvo un aporte de importancia signi fi cativa y la razón por la que usted está sosteniendo esta obra ya que en 1860 escribió para la Revue quarterestrielle una propuesta innovadora incluso para nuestro tiempos modernos, esta publicación fue “La Panarquía” término de su propia acuñación y que se basa en la competencia de gobiernos no coercitivos que coexisten sin necesidad de divisiones territoriales sino como servicios que un individuo podría elegir a través de un contrato físico de forma voluntaria. Según David Hart del departamento de Historia de la Universidad de Stanford, De Puydt habría sido in fl uenciado por un contemporáneo suyo, Gustave de Molinari, quien había escrito por entonces un artículo en el Journal des Economistes de nombre “Sobre la Producción de Seguridad” datado del 15 de febrero de 1849 y en el cual se detallaba una forma de privatización de las fuerzas del orden, para entender esto debemos saber que Gustave de Molinari es uno de los precursores y padre del anarquismo libertario, anarquismo de libre comercio (lassiez fi are) o mejor conocido como anarcocapitalismo, fi losofía relacionada con la Escuela Austriaca de Economía y con el intelectual Murray N. Rothbard. Hemos de mencionar además que Mollinari fue discípulo de Frederic Bastiat el famoso economista clásico francés de la Escuela Liberal 7
  • 8. Francesa reconocido por ser un entusiasta del paci fi smo y la libre empresa y autor de So fi smas Económicos y La Ley. Respecto del legado de La Panarquía, está perdió fuerza y apoyo, diluyéndose hasta llegado el siglo XX cuando el historiador anarquista, Max Nettlau la redescubre y hace un comentario de la obra, comentario que podrá leer ya que se encuentra entre los ensayos seleccionados. Actualmente las ideas de De Puydt son promovidas por John Zube un activista de origen alemán- australiano y de ideología liberal-libertaria, él cual fundó The Libertarian Micro fi tch Publishment, una organización creada en 1978 con el objetivo de recopilar y distribuir material libertario a bajo coste. 8
  • 9. Prólogo del Editor Patrick M. Ponce Desde aquellos tiempos en los cuales Paul Émile de Puydt escribió su obra La Panarquía hasta nuestros días hubo una gran evolución de su pensamiento y también en general de todos los ideales basados en la disminución parcial o completa del poder estatal, actualmente cuando escribo este prólogo nos encontramos en un resurgimiento de estas ideas en todo el mundo, esto gracias a la labor de muchos otros intelectuales y activistas políticos de ideales liberales, libertarios y anarquistas. Tengo la seguridad en que lo escrito por el autor dejará de ser una utopía como muchos la llaman ya que tiene en sí misma una semilla de pragmatismo que podría darle a los movimientos anti- estado una forma de cambiar el status quo existente ¿Como estoy seguro de eso? Bueno, les explico, encontré en la panarquía una forma de sistema puente entre el minarquismo (la forma mínima de existencia de un Estado) y lo que llamamos anarquismo. ¿Por qué? sencillo, aunque nosotros luchemos y exista una mayoría que por sí misma sienta que lo correcto es superar al Estado, habrá siempre una minoría la cual anhelará los tiempos pasados, entre ellos muchos ex- políticos o partidarios colectivistas pero no coercitivos, los que estarían en contraposición con nuestra forma de vida y gobierno y que en dado momento habría posibilidades de descontento llegando incluso al uso de la violencia, la 9
  • 10. solución para ellos y nosotros es la panarquía la cual también puede ser es la solución para por su puesto todos aquellos que por diversas razones no adhieren a la causa anarcocapitalista o individualista, incluyendo por último a los que no quieren ser molestados por nadie. Este sistema propone pues la convivencia pací fi ca entre formas de pensar opuestas, evidentemente a muchos de ustedes se les estarán presentados dudas al respecto, pero no se preocupen ya que dichas dudas tienen su respectiva respuesta, aunque por razones obvias no plantearía arar en el futuro y hacer futuribles o suposiciones sin dar un respaldo mínimamente racional o lógico ya que esto sería caer en un falso idealismo que fundiría nuestro propósito. Por lo que mí labor será la de guiarlos por esta senda y explicarles que lejos de las sesgadas visiones de la anarquía, las cuales la hacen ver como el fi n para nuestra civilización comparándola con el estado de naturaleza o el más primitivo orden social, para aquellas puyas pues les digo que la anarquía es un sistema de “orden” superior que busca el autogobierno basado pues en la ley natural y en los principios rothbardianos de no- agresión y respeto a la denominada soberanía individual compuesta por la defensa de la vida, la propiedad y la libertad. Sin embargo veo más razonable que usted lector busque las respuestas y saque sus propias conclusiones, mi juicio por tanto quedará reservado, más allá de lo expuesto hasta ahora. 10
  • 12. I Un contemporáneo dijo: «Sí tuviera la mano llena de verdades, me cuidaría bien de abrirla » Esta frase es quizás de alguien sensato, pero con toda seguridad de un egoísta. Otro escribió: “Las verdades que menos nos gusta oír, son las que más hay que mostrar”. Tenemos aquí a dos pensadores cuyos puntos de vista di fi eren en gran medida. Yo me quedaría con el segundo; aunque, en la práctica, su perspectiva presenta di fi cultades. Hombres sabios de todas las naciones me han enseñado que “no hay que revelar todas las verdades”. Pero ¿cómo saber cuáles callar? En cualquier caso, el Evangelio dice: “No escondas tu luz debajo de un almud“. [1] Así que ahora me enfrento a un dilema: tengo una idea nueva -al menos, eso creo- y me siento en la obligación de exponerla. Pero, en el momento de abrir las manos, me entran las dudas; porque ¿qué innovador no ha sido siempre un poco perseguido? La teoría, en sí misma, se abrirá camino por sus propios méritos una vez publicada, pues la considero autónoma. Lo que me preocupa es, más bien, el autor de la misma. ¿Se le perdonará por haber tenido una idea nueva? Hubo una vez un hombre, que salvó Atenas y Grecia, que en una pelea que siguió a una discusión, le dijo a un bruto que 12
  • 13. estaba levantando un palo contra él: "¡Golpea, pero escucha!". En la antigüedad abundan los buenos ejemplos como este, de forma que, siguiendo a Temístocles, expongo mi idea diciendo al público: "Leedla hasta el fi nal. Después, podéis apedrearme si queréis”. Pero no espero ser apedreado. Aquel tipo bruto del que he hablado murió en Esparta hace veinticuatro siglos; y todos sabemos cuánto ha avanzado la humanidad en 2400 años. Hoy en día, las ideas pueden expresarse libremente; y si una persona innovadora sufre algún ataque ocasional, no lo sufrirá por ser innovadora, como en otros tiempos, sino porque se le considere un supuesto agitador o un utópico. Tranquilizado por estos pensamientos, voy a ir al grano con decisión. 13
  • 14. II "Señores, yo soy amigo de todo el mundo" (Sosias, personaje de “El An fi trión”, de Molière) Siento una gran estima por la economía política y me gustaría que todo el mundo compartiera mi opinión. Esta ciencia, de origen reciente pero que ya es la más signi fi cativa de todas, está lejos de alcanzar su plenitud. Tarde o temprano (espero que sea pronto) gobernará todas las cosas. Tengo razones para creerlo, pues es de los trabajos de los economistas de donde yo he sacado el principio del que propongo una nueva aplicación, de mayor alcance que todas las otras y no menos lógica que ellas. Voy a citar primero unos pocos aforismos que servirán para preparar al lector para lo que sigue: “La libertad y la propiedad están directamente conectadas; una favorece la distribución de la riqueza, la otra hace posible la producción”. "El valor de la riqueza depende del uso que se le dé". "El precio de los servicios varía directamente con la demanda e inversamente con la oferta". "La división del trabajo multiplica la riqueza". "La libertad genera competencia, que, a su vez, genera progreso". 14
  • 15. (Charles de Brouckère, Principios generales de economía política) Así pues, es necesaria la libre competencia; primero entre los individuos y luego a escala internacional: libertad para inventar, trabajar, intercambiar, vender y comprar; libertad para fi jar el precio de los productos propios; y simplemente ninguna intervención del Estado fuera de su esfera particular. En otras palabras: laissez-faire, laissez-passer. Ahí, en unas pocas líneas, están las bases de la economía política, un resumen de la ciencia sin la cual no puede haber nada más que una administración defectuosa y un gobierno deplorable. Se puede ir aún más lejos y, en la mayoría de los casos, reducir esta gran ciencia a una fórmula fi nal: laissez- faire, laissez-passer. Ciñéndome a esta idea, continúo. En la ciencia no hay verdades a medias. No hay nada que sea verdadero por un lado y que deje de serlo por otro. El sistema del universo muestra una simplicidad maravillosa, tan maravillosa como su lógica infalible. Una ley es verdadera, en general; solo las circunstancias son diferentes. Todos los seres, desde los más nobles a los más bajos, desde el ser humano hasta los minerales, pasando por las plantas, muestran profundas similitudes en su estructura, desarrollo y composición; y existen sorprendentes analogías que vinculan el mundo moral y el material. La vida es una unidad, la materia es una unidad; solo las manifestaciones físicas varían. Las combinaciones son innumerables, las 15
  • 16. singularidades in fi nitas; sin embargo, el plan general lo abarca todo. La debilidad de nuestra comprensión y de nuestra educación fundamentalmente engañosa son las únicas responsables de la confusión de los sistemas y la inconsistencia de las ideas. Ante dos opiniones contradictorias, habrá una verdadera y otra falsa, a menos que las dos sean falsas; pero no puede darse que ambas ser verdaderas. Una verdad cientí fi camente demostrada no puede ser verdadera para unas cosas y falsa para otras; verdadera, por ejemplo, para la economía política, y falsa para la política. Esto es lo que quiero demostrar. ¿La gran ley de la economía política, la ley de la libre competencia - el laissez-faire, laissez-passer -, es aplicable solo a la regulación del ámbito industrial y comercial? O, dicho de una forma más cientí fi ca: ¿Es aplicable solo a la producción y el intercambio de riqueza? Piensa en la confusión económica que ha disipado esta ley: la situación permanente de problemas, el antagonismo de con fl ictos de intereses que ha resuelto. ¿No están estas condiciones también presentes en el ámbito de la política? ¿No muestra esta analogía que habría un remedio similar para ambos casos? Laissez-faire, laissez-passer. Debemos darnos cuenta, sin embargo, de que existen, aquí y allá, gobiernos tan liberales como permite la debilidad humana; y, sin embargo, queda mucho para que todo esté bien aun en la mejor de todas las repúblicas posibles. Algunos dicen: "Esto es precisamente porque hay 16
  • 17. demasiada libertad"; otros a fi rman: "Esto es porque todavía no hay su fi ciente libertad". Lo cierto es que no existe una forma de libertad que sea la correcta para todos, sino la libertad fundamental de elegir ser libre o no serlo según quiera cada cual. Cada ser humano se convierte en juez autoproclamado y resuelve esta cuestión según sus gustos o necesidades particulares. Puesto que abundan tantas opiniones como individuos -tot homines, tot sensus-, se puede ver qué confusión se adorna con el fi no nombre de la política. La libertad de unos niega los derechos de otros y viceversa. Ni el más sabio y el mejor de los gobiernos va a funcionar nunca con el consentimiento libre y total de todos sus sujetos. Hay partidos políticos, que ganan o pierden; mayorías y minorías en lucha perpetua; y cuanto más confusas son sus ideas, más apasionadamente se aferran a ellas. Algunos oprimen en nombre de los derechos, otros se rebelan en nombre de la libertad y se convierten en opresores cuando les llega el turno. ¡Ya veo! -podría decir el lector- Usted es uno de esos utópicos que construiría con muchas piezas un sistema en el que la sociedad estaría encerrada, por la fuerza o por el consentimiento. Nada será como es, y sólo su panacea salvará a la humanidad. ¡Su solución mágica! ¡Te equivocas! No tengo una solución más mágica que la de cualquier otro. No di fi ero de todas las demás excepto en un punto, a saber, que estoy abierto a cualquier propuesta, sea la que sea. En otras palabras, acepto cualquier forma de 17
  • 18. gobierno - al menos, todas las que tengan algunos seguidores. No te sigo en absoluto. Entonces, permíteme continuar. "Hay una tendencia general a llevar las teorías demasiado lejos; pero ¿supone eso que todos los elementos de esas teorías sean erróneos? Se ha dicho que existe perversidad o estupidez en el ejercicio de la inteligencia humana; pero declarar que a uno no le gustan las ideas especulativas y que detesta las teorías, ¿no signi fi caría renunciar a nuestros poderes de razonamiento?". Estas no son consideraciones mías; las sostuvo uno de los más grandes pensadores de nuestro tiempo, Jeremy Bentham. Royer-Collard expresó el mismo pensamiento de una forma muy concisa: "Sostener que la teoría no sirve para nada y que la experiencia es la única autoridad, signi fi ca la impertinencia de actuar sin saber lo que se hace y de hablar sin saber de qué se habla". Aunque nada es perfecto en los esfuerzos de los seres humanos, al menos las cosas se mueven hacia una perfección no alcanzada con anterioridad: esa es la ley del progreso. Solo las leyes de la naturaleza son inmutables; toda legislación debe basarse en ellas, pues solo ellas tienen la fuerza para sostener la estructura de la sociedad; pero dicha estructura es trabajo de la humanidad. Cada generación es como un nuevo inquilino que, antes de mudarse, cambia las cosas, limpia la fachada y añade o 18
  • 19. quita un anexo, según sus propias necesidades. De vez en cuando, alguna generación, más vigorosa o miope que sus predecesores, derriba todo el edi fi cio y duerme a la intemperie hasta que el edi fi cio se reconstruye. Cuando, después de mil privaciones y con enormes esfuerzos, logran reconstruirlo según un nuevo plan, se sienten abatidos al ver que no les resulta mucho más cómodo que el anterior. Es cierto que quienes dibujaron los planos están instalados en buenos apartamentos, bien situados, cálidos en invierno y frescos en verano; pero el resto, los que no pudieron elegir, quedan relegados a las buhardillas, los sótanos o los desvanes. Así que siempre hay su fi cientes disidentes y alborotadores; una parte de ellos extraña el viejo edi fi cio, mientras que algunos de los más emprendedores ya sueñan con otra demolición. Para unos pocos que están contentos, hay una cantidad innumerable de gente contrariada. Debemos recordar, sin embargo, que algunos están satisfechos. El nuevo edi fi cio no es impecable, pero tiene sus ventajas; ¿por qué derribarlo mañana, más tarde, o siquiera alguna vez, si alberga su fi cientes inquilinos para seguir adelante? Yo mismo detesto a los demoledores tanto como a los tiranos. Si crees que tu apartamento es inadecuado o demasiado pequeño o insalubre, entonces cámbialo, es todo lo que pido. Escoge otro lugar, múdate tranquilamente; pero, por el amor de Dios, no vueles toda la casa cuando te 19
  • 20. vayas. Puede que lo que a ti te parezca inadecuado le encante a tu vecino. ¿Entiendes mi metáfora? Casi, pero ¿a qué apuntas? No más revoluciones, ¡eso estaría bien! Creo que nueve de cada diez veces sus costos superan sus logros. Nos quedamos entonces con el viejo edi fi cio, pero ¿dónde pretendes que se alojen los que se quieran mudar? Donde quieran, eso no es asunto mío. A ese respecto, creo en que cada cual sea totalmente libre de tomar sus propias decisiones. Esta es la base de mi sistema: laissez-faire, laissez-passer. Creo que lo entiendo: los que no estén contentos con su gobierno deben buscar uno diferente en otro sitio. En realidad, siempre ha habido variedad de opciones: desde el imperio marroquí, sin mencionar el resto imperios, hasta la república de San Marino; desde la City de Londres hasta la Pampa Americana. ¿En esto consiste toda tu teoría? Debo decirte que no es nada nuevo. No es una cuestión de emigración. Un hombre no lleva consigo su tierra natal en la suela de los zapatos. Además, una colosal expatriación como esa es, y siempre será, impracticable. El gasto que implica no podría cubrirse con toda la riqueza del mundo. No tengo intención de reubicar a la población según sus convicciones, relegando a los católicos a las provincias fl amencas, por ejemplo, o marcando la frontera liberalista de Mons a Lieja. Espero que todos podamos seguir viviendo juntos allí donde estemos, o en otra parte si queremos, pero sin discordia, como 20
  • 21. hermanos, cada uno sosteniendo sus opiniones libremente y sometiéndose solo a aquellos poderes escogidos y aceptados personalmente. Ahora estoy completamente perdido. No me sorprende en absoluto. Mi plan, mi utopía, aparentemente no es la vieja historia que pensabas que era; sin embargo, nada en el mundo podría ser más simple o más natural. Pero es sabido que en el gobierno, como en la mecánica, las ideas más simples siempre van las últimas. Estamos llegando a meollo del asunto: nada perdura si no se basa en la libertad. Nada de lo que ya existe puede mantenerse o funcionar con plena e fi ciencia sin la libre interacción de todas sus partes activas. De lo contrario, se desperdicia energía, las partes se desgastan rápidamente y se producen, de hecho, averías y accidentes graves. Por lo tanto, reclamo, para todos y cada uno de los miembros de la sociedad humana, libertad de asociación, según la inclinación de cada cual; y libertad de actividad, según su capacidad. En otras palabras, el derecho absoluto a elegir el entorno político en el que vivir y a no pedir nada más. Por ejemplo, tú eres republicano... ¿Yo? ¡Que el cielo me ampare! Solo supón que lo eres. La monarquía no es lo tuyo, el aire en ella es demasiado sofocante para tus pulmones y tu cuerpo no tiene la libertad de juego y acción que demanda tu constitución. De acuerdo con tu estado mental presente, te inclinas a derribar dicho edi fi cio con tus amigos y a construir el vuestro en su lugar. Pero, para hacer eso, 21
  • 22. tendríais que enfrentaros a todos los monárquicos que se aferrasen a sus creencias y, en general, a todos los que no compartieran vuestras convicciones. Hacedlo mejor: reuníos, anunciad vuestro programa, elaborad vuestro presupuesto, abrid listas de miembros, mirad cuántos sois; y si sois lo su fi cientemente numerosos para correr con los gastos, estableced vuestra república. ¿Y dónde? ¿En La Pampa? No, claro que no; hacedlo aquí mismo, donde estéis, sin moveros. Estoy de acuerdo en que, por ahora, hace falta el consentimiento de los monárquicos. Pero tengo la hipótesis de que esta cuestión de principios se resolverá. De otra forma, soy muy consciente de la di fi cultad que entraña cambiar el estado de las cosas a cómo deben ser y tienen que llegar a ser. Simplemente expreso mi idea, sin querer imponerla a nadie; pero no veo nada que pueda detenerla, salvo la rutina. ¿No sabemos la familia tan desastrosa que componen los gobiernos y los gobernados juntos, en todas partes? En la esfera civil, nos protegemos de las familias inviables mediante la separación legal o el divorcio. Sugiero una solución análoga para la política, sin tener que circunscribirla con formalidades y restricciones protectoras; ya que, en la política, un primer matrimonio no deja hijos ni marcas físicas. Mi método se diferencia de los procedimientos injustos y tiránicos del pasado, en que no tengo intención de ejercer la violencia contra a nadie. ¿Alguien quiere llevar a cabo un cisma político? Debería 22
  • 23. poder hacerlo; pero bajo una condición, a saber, que lo hará dentro de su propio grupo y sin que ello afecte a los derechos ni a las creencias de otros. Para lograrlo, es absolutamente innecesario subdividir el territorio del Estado en tantas partes como formas de gobierno se conozcan y aprueben. Como antes, dejo que todos y todo se quede en su lugar. Solo reclamo que la gente deje sitio para que los disidentes puedan construir sus iglesias y servir a su poder omnipotente a su manera. ¿Y puedo preguntar cómo vas a poner esto en práctica? Ese es precisamente mi punto fuerte. ¿Sabes cómo funciona una o fi cina del registro civil? La cuestión es simplemente darle una nueva aplicación. En cada comunidad se abriría una o fi cina de membresía política. Esta o fi cina enviaría a cada individuo responsable un formulario para rellenar, como se hace para los impuestos o para registrar a un animal de compañía. Pregunta: ¿Qué forma de gobierno desearías? Con toda libertad, tú responderías: “monarquía” o “democracia” o cualquier otra. Pregunta: Si escoges la monarquía, ¿la querrías absoluta o moderada?; si moderada, ¿cómo sería?... Tú responderías: “constitucional”, supongo. De cualquier forma, respondas lo que respondas, tu respuesta debería incluirse en un registro creado a tal efecto; y una vez registrada, a menos que retires tu declaración -observando la forma y el proceso legal correspondientes-, te convertiría en un súbdito real o en un ciudadano de la 23
  • 24. república. A partir de ese momento, no estarías en absoluto implicado con ningún otro gobierno -no más de la implicación que tendría un sujeto prusiano con las autoridades belgas-. Seguirías a tus propios líderes, tus propias leyes y tus propios reglamentos. No pagarías ni más ni menos; pero desde una perspectiva moral, estarías ante una situación completamente diferente. Al fi nal, cada uno viviría en su propia comunidad política individual, como si no hubiera otra... no, otras diez comunidades políticas cerca, cada una también con sus propios contribuyentes. Si hubiera algún desacuerdo entre sujetos de diferentes gobiernos, o entre un gobierno y un sujeto de otro, se trataría simplemente de observar los principios aplicados hasta ahora en los desencuentros entre Estados vecinos pací fi cos; y si se encontrara alguna brecha, esta podría rellenarse sin di fi cultades apelando a los derechos humanos y al resto de derechos posibles. Todo lo demás sería competencia de los tribunales ordinarios de justicia. Esta es una nueva mina de oro para la argumentación jurídica, que pondría a todos los abogados y juristas de tu parte. De hecho, cuento con ello. Podría, y también debería, haber intereses comunes que afectasen a todos los habitantes de un distrito territorial determinado, con independencia de la lealtad política que tuvieran. La posición de cada gobierno en relación al conjunto de la nación, en ese caso, sería más o menos como 24
  • 25. la de cada uno de los cantones suizos, o mejor aún, de los estados de EE. UU., en relación a su gobierno federal. Así, todas estas cuestiones fundamentales y aparentemente aterradoras se resolverían con soluciones precocinadas; se establecería una jurisdicción sobre la mayoría de los asuntos, que no presentaría mayores di fi cultades. De fi nitivamente, habrá algunos espíritus maliciosos, soñadores incorregibles y naturalezas insociables que no se acomodarán a ninguna forma conocida de gobierno. También habrá minorías demasiado débiles para poder cubrir el coste de sus Estados ideales. Mucho peor para ellos. Estos pocos extravagantes son libres de propagar sus ideas y de reclutar a la gente que necesiten o, mejor dicho, de conseguir seguidores su fi cientes para poder satisfacer sus necesidades presupuestarias, ya que la solución sería una mera cuestión de fi nanzas. Hasta que llegue ese momento, tendrán que optar por una de las formas de gobierno establecidas. Se supone que estas pequeñas minorías no causarán problemas. Pero eso no es todo. Los problemas rara vez surgen entre opiniones extremas. Uno lucha más a menudo, se esfuerza mucho más ante diferencias de matices que frente a colores fuertemente contrastados. No me cabe duda de que, en Bélgica, una abrumadora mayoría optaría por las instituciones actuales, a pesar de pasarles por alto unos pocos defectos; pero, a la hora de las aplicaciones especí fi cas, ¿estaríamos igual de unidos? ¿No tenemos dos o tres millones de católicos que solo siguen al Sr. de Theux y 25
  • 26. dos o tres millones de liberales que solo se juran lealtad a sí mismos? ¿Cómo pueden conciliarse ambas partes? Sin intentar conciliarlas en absoluto; dejando que cada partido se gobierne a sí mismo y a su propio coste. Incluso optando por la teocracia si uno lo desea. La libertad debería extenderse al derecho a no ser libre, y debería incluirlo. Sin embargo, como a las sombras de la opinión no se les debe permitir que compliquen la maquinaria gubernamental in fi nitamente, trataremos de simpli fi car dicha maquinaria, por el bien general. Aplicaremos el mismo mecanismo para conseguir un efecto doble o triple. Me explicaré: un rey sabio y abiertamente constitucional podría convenir tanto a católicos como a liberales; sólo habría que duplicar el ministerio, el Sr. de Theux para algunos, el Sr. Frère-Orban para el resto, el rey para todos. En una situación en la que ciertos caballeros, que no voy a nombrar, se reunieran para introducir el absolutismo político, ¿quién pondría trabas a que el príncipe que escogieran utilizase su sabiduría superior y su rica experiencia para dirigir los asuntos de esos caballeros, liberándolos de la lamentable necesidad de tener que expresar sus opiniones sobre los asuntos del gobierno? Realmente, cuando pienso en ello, no veo por qué, dándole la vuelta a ese arreglo, este príncipe único no podría ser un presidente bastante aceptable para una república honesta y moderada. Ostentar tal pluralidad de cargos no debería prohibirse. 26
  • 27. III "Aunque la libertad tiene sus inconvenientes y di fi cultades, a la larga, siempre conduce a la liberación" M. A. DESCHAMPS Una de las muchas ventajas incomparables de mi sistema es que vuelve sencillas, naturales y completamente legales aquellas diferencias de opinión que en nuestros tiempos han desacreditado a ciudadanos honrados y que han sido cruelmente condenadas bajo el nombre de apostasías políticas. Esta impaciencia por el cambio, que ha hecho que se considere delincuentes a personas honestas y que viejas y nuevas naciones sean acusadas de perversidad e ingratitud, ¿qué es sino la voluntad de progresar? Además, ¿no es extraño que, en la mayoría de los casos, los acusados de ser caprichosos e inestables sean precisamente quienes son más coherentes consigo mismos? La fe que uno quisiera tener en su partido, bandera y príncipe es posible si el partido y el príncipe son algo fi rme; pero ¿qué pasa si cambian o si dan paso a otros que no son iguales? Supongamos que yo hubiera elegido como guía y maestro al mejor príncipe de la época, que hubiera aceptado su voluntad poderosa y creativa y hubiera renunciado a mi iniciativa personal para servir a su genio. Cuando él 27
  • 28. muriese, podría sucederle algún individuo estrecho de miras, lleno de ideas equivocadas, que poco a poco malgastase los logros de su padre. ¿Esperarías que siguiera siendo su súbdito? ¿Por qué? ¿Simplemente porque es el heredero directo y legítimo? Directo, lo admito, pero no legítimo en absoluto, en lo que a mí respecta. No me rebelaría por este asunto - he dicho que detesto las revoluciones -, pero me sentiría herido y con derecho a cambiar, al expirar el contrato. Madame de Staël le dijo una vez al Zar: "Señor, su carácter es la constitución de sus súbditos y su conciencia una garantía". "Si eso fuera así", respondió Alexander, "sería solo un feliz accidente". Estas palabras, tan lúcidas y verdaderas, expresan completamente mis ideas. Mi panacea, si me permite este término, es simplemente la libre competencia en el negocio del gobierno. Todo el mundo tiene derecho a velar por lo que considere que es su propio bienestar y a obtener seguridad bajo sus propias condiciones. Por otro lado, esto signi fi ca el progreso mediante el concurso de gobiernos obligados a competir por ganarse a los seguidores. La verdadera libertad mundial es aquella que no se impone a nadie, siendo, para cada cual, justo lo que quiere de ella; ni sofoca, ni engaña, y siempre está sujeta al derecho de apelación. Para lograr tal libertad, no haría falta renunciar ni a las tradiciones nacionales ni a los lazos familiares, ni de aprender a pensar en un idioma 28
  • 29. nuevo, ni de cruzar ríos o mares, cargando con los huesos de los antepasados. Uno sólo necesitaría hacer una declaración ante la comisión política local para pasarse de la república a la monarquía, del gobierno representativo a la autocracia, de la oligarquía a la democracia -o incluso a la anarquía de Proudhon-, sin necesidad de quitarse la bata o las zapatillas. ¿Estás cansado de la agitación del debate, de las sutilezas de la tribuna parlamentaria, de los besos groseros de la diosa de la libertad? ¿Estás tan harto del liberalismo y del clericalismo que a veces confundes a Dumortier con De Fré, para olvidar la diferencia exacta entre Rogier y De Deckerii? ¿Te gustaría tener la estabilidad, el mullido confort de un despotismo honesto? ¿Sientes la necesidad de un gobierno que piense por ti, que actúe por ti, que lo vea todo e intervenga en todo, y que juegue ese papel de diputado providencial que tanto les gusta a todos los gobiernos? No hace falta que emigres al sur, como hacen las golondrinas en otoño o los gansos en noviembre. Todo lo que deseas está en tu lugar de residencia y en todas partes; solo apúntate y ocupa tu lugar. Lo más admirable de esta innovación es que termina para siempre con las revoluciones, los motines y la lucha callejera; y con las últimas tensiones del tejido político. ¿Estás insatisfecho con tu gobierno? ¡Cámbiate a otro! Estas tres palabras, que siempre se asocian al horror y al derramamiento de sangre y que todos los tribunales, superiores e inferiores, militares y especiales consideran, sin 29
  • 30. excepción, incitadoras a la rebelión, se vuelven palabras tan inocentes como las que salen de la boca de un seminarista, y tan inofensivas como la medicina de la que tan erróneamente desconfía el señor Pourceaugnac. "Cámbiate a otro" signi fi ca: acércate a la o fi cina de membresía política, con humildad, y pide educadamente que trans fi eran tu nombre a cualquier lista que te apetezca. La persona que esté al cargo se pondrá las gafas, abrirá el libro de registro, introducirá tu decisión y te dará un recibo. Luego te despides y la revolución se consigue sin derramar nada más que unas gotas de tinta. Como se trata de algo que te afecta solo a ti, no se puede estar en desacuerdo con ello. Tu cambio no afecta a nadie más, y ahí reside su mérito; no implica una mayoría victoriosa o una minoría derrotada; pero nada impedirá que 4’6 millones de belgas sigan tu ejemplo si les apetece hacerlo. La o fi cina de membresía política, simplemente, necesitará más personal. ¿Cuál es básicamente la función de cualquier gobierno, dejando a un lado todas las ideas preconcebidas? Como ya he indicado, es la de proporcionar a sus ciudadanos seguridad, en el sentido más amplio de la palabra, en condiciones óptimas. Soy muy consciente de que en este punto nuestras ideas son todavía bastante confusas. Para algunos, ni siquiera un ejército es su fi ciente para protegerse contra los enemigos externos; hay gente a la que, para asegurar el orden interno y la propiedad, no le basta con una fuerza policial, una fuerza de seguridad, un fi scal real y 30
  • 31. toda la honorable judicatura. Algunos quieren un gobierno con puestos bien remunerados a manos llenas, títulos admirables, decoraciones llamativas, con aduanas en las fronteras para proteger la industria contra los consumidores, con legiones de funcionarios públicos manteniendo las bellas artes, los teatros y las actrices. También sé que estos son eslóganes vacíos, propagados por gobiernos que juegan a la providencia, como he mencionado anteriormente. Hasta que la libertad experimental les haya hecho justicia, no veo que haga daño dejarles continuar a gusto de sus seguidores. Solo pido una cosa: libertad de elección. En resumidas cuentas: libertad de elección, competición. ¡Laissez faire, laissez passer! Este maravilloso lema, inscrito en la bandera de la ciencia económica, también será algún día el principio que rija el mundo político. La expresión "economía política" es un anticipo de ello y, curiosamente, algunos ya han intentado cambiar este nombre, por ejemplo, por el de "economía social". Pero la buena intuición de la gente ha rechazado tal concesión. La ciencia de la economía es, y siempre será, la ciencia política por excelencia. ¿No fue la primera la que creó el moderno principio de no intervención y su eslogan "laissez faire, laissez passer"? Entonces, que haya libre competencia en el negocio del gobierno como en el resto de los casos. Imagínate, después de tu sorpresa inicial, la imagen de un país expuesto a la competencia gubernamental, es decir, que 31
  • 32. tenga compitiendo de forma regular tantos gobiernos simultáneos como se hayan concebido e inventado jamás. Sí, por supuesto, ¡eso sería un buen lío! ¿Tú crees que seríamos capaces de salir de tal confusión? Lo creo en gran medida, y nada es más sencillo de entender si uno se aplica un poco a ello. ¿Recuerdas los tiempos en que los que la gente clamaba por sus opiniones religiosas más alto de lo que nadie ha clamado por las posturas políticas? ¿Cuando el divino creador se convirtió en el señor de las huestes, el dios vengador y despiadado en cuyo nombre fl uía la sangre por los ríos? Los hombres siempre han tratado de hacer de las suyas causas divinas, para hacer al dios correspondiente cómplice de sus propias pasiones sedientas de sangre. "¡Matadlos a todos! ¡Dios reconocerá a los suyos!". ¿Qué ha sido de esos odios implacables? El progreso del espíritu humano los ha barrido, como el viento barre las hojas muertas del otoño. Las religiones, en cuyo nombre se han creado estacas e instrumentos de tortura, sobreviven y conviven pací fi camente, bajo las mismas leyes, comiendo del mismo presupuesto; y si cada secta predica solo su propia excelencia, es muy raro que persista en condenar a sus rivales. Entonces, lo que se ha hecho posible en esta oscura e insondable región de la conciencia, con el proselitismo de algunos, la intolerancia de otros, el fanatismo y la ignorancia de las masas; lo que es posible en la medida en que se practica en la mitad del mundo sin provocar disturbios o 32
  • 33. violencia -al contrario, sobre todo donde hay credos divergentes, existen numerosas sectas en pie de completa igualdad jurídica y las personas son, de hecho, más circunspectas y cuidadosas de su pureza moral y de su dignidad que en cualquier otro lugar-; ¿no podría esto, que ha sido posible en condiciones tan difíciles, ser tanto más posible en el dominio puramente secular de la política, donde toda la ciencia puede expresarse en tres palabras? En las condiciones actuales, un gobierno solo existe por exclusión de todos los demás, y un partido solo puede gobernar una vez que ha aplastado a sus oponentes; una mayoría siempre es hostigada por una minoría que está impaciente por gobernar. Bajo tales condiciones, es bastante inevitable que los partidos se odien entre sí y vivan, si no en guerra, al menos en un estado de paz armada. ¿Quién se sorprende al ver que las minorías intrigan y agitan, y que los gobiernos reprimen por la fuerza cualquier aspiración a una forma política diferente que sería igualmente exclusiva? Así, la sociedad termina integrada por hombres ambiciosos resentidos que esperan el momento de la venganza y por hombres ambiciosos satisfechos de poder, sentados plácidamente al borde de un precipicio. Los principios erróneos nunca traen consecuencias justas, y la coacción nunca lleva ni a la justicia ni a la verdad. Entonces, imagina que cesa toda compulsión, que todos los ciudadanos adultos son y permanecen libres de elegir, entre los posibles gobiernos que se ofrecen, aquel que se ajuste a sus deseos y que satisfaga sus necesidades personales; 33
  • 34. libres, no solo el día después de alguna revolución sangrienta, sino siempre y en todas partes; libres para elegir, pero no para imponer su elección a otros. En ese momento, todo el desorden llega a su fi n y se vuelven imposibles todas las luchas infructuosas. Esta es solo una cara de la cuestión; queda otra: desde el momento en que las formas de gobierno están sujetas a la experimentación y a la libre competencia, están obligadas a progresar y a perfeccionarse; esa es la ley de la naturaleza. No más hipocresía. No más profundidades aparentes que estén simplemente vacías. No más maquinaciones que pasen por sutilezas diplomáticas. No más actos cobardes o indecencias, camu fl ados como política de Estado. No más intrigas judiciales o militares, engañosamente descritas como honorables o de interés nacional. En resumen, no más mentiras sobre la naturaleza y la calidad de las acciones del gobierno. Todo está abierto al escrutinio. Los sujetos hacen y comparan observaciones, y los gobernantes fi nalmente ven esta verdad económica y política, a saber, que en este mundo solo hay una condición para el éxito fi rme y duradero, y esta es gobernar mejor y más e fi cientemente que otros. A partir de ese momento, surge un acuerdo universal, y entonces las fuerzas que antes se desperdiciaban en trabajos inútiles, en fricciones y resistencias, se unirán para dar un impulso maravilloso, poderoso y sin precedentes hacia el progreso y la felicidad de la humanidad. 34
  • 35. Amen! Permítame, no obstante, una pequeña objeción: cuando todos los tipos posibles de gobierno se hayan probado en todas partes de forma pública y bajo la libre competencia, ¿cuál será el resultado? Seguro que habrá una forma que se reconozca como la mejor, de manera que, al fi nal, todo el mundo la elegirá. Esto nos llevaría de nuevo a tener un gobierno para todos, que es justo donde empezamos. No tan rápido, por favor, querido lector. Tú admites libremente que todo estaría entonces en armonía. ¿Y llamas a esto volver a donde empezamos? Tu objeción respalda mi principio fundamental, en tanto que espera que este acuerdo universal se establezca por el simple recurso al laissez-faire, laissez-passer. Podría aprovechar esta oportunidad para declararte un convencido, convertido a mi sistema, pero no me interesan las medias convicciones y no estoy buscando conversos. No, no volveríamos a tener una única forma de gobierno, salvo, tal vez, en un futuro lejano en el que las actividades gubernamentales se redujeran de común acuerdo a su forma más simple. Aún no hemos llegado a eso, ni de cerca. Es obvio que todos los seres humanos no comparten las mismas opiniones o actitudes morales, ni son tan fácilmente conciliables como supones. La regla de la libre competencia es, por tanto, la única posible. Unos necesitan emoción y lucha; la tranquilidad les resultaría mortal. Otros, soñadores y fi lósofos, son conscientes de los movimientos de la sociedad desde la distancia - sus pensamientos se forman 35
  • 36. solamente en la paz más profunda-. Uno pobre, pensativo, un artista desconocido, necesita estímulo y apoyo para crear su obra inmortal, un laboratorio para sus experimentos, un bloque de mármol para esculpir ángeles. Otro, un genio fuerte e impulsivo, no soporta las cadenas y romperá el brazo que le guíe. A uno le satisfará la república, con su compromiso y su abnegación; a otro, la monarquía absoluta, con su pompa y su esplendor. Un orador querría debatir los asuntos públicos; otro, incapaz de decir diez palabras con sentido, no tendría nada que hacer con tales parlanchines. Hay espíritus fuertes y mentes débiles, algunos con ambiciones insaciables y otros que son humildes, felices con la pequeña parte que les toca. Por último, existen tantas necesidades diferentes como personalidades. ¿Cómo podrían conciliarse todas ellas bajo una única forma de gobierno? Está claro que la gente aceptaría esto solo hasta cierto punto. Algunos se mostrarían contentos, otros indiferentes, otros encontrarían defectos, algunos estarían abiertamente descontentos, algunos incluso conspirarían en contra. Sea como fuere, dada la naturaleza humana, se puede asegurar que el número de personas satisfechas sería menor que el de disidentes. No obstante, por muy perfecto que pueda ser un gobierno, incluso siendo absolutamente perfecto, siempre encontrará oponentes: la gente de naturaleza imperfecta, aquellos para quienes toda perfección es incomprensible, incluso desagradable. En mi sistema, el descontento más 36
  • 37. extremo sería tan solo algo parecido a una disputa matrimonial que se puede resolver con un divorcio. Bajo el reinado de la competitividad, ¿qué gobierno dejaría que los otros le adelantasen en la carrera por el progreso? ¿qué mejoras de las que dispusiera su feliz vecino se negaría a introducir en su propia casa? Esta constante competencia haría maravillas. De hecho, los sujetos del gobierno también se convertirían en modelos de perfección. Como serían libres de ir y venir, de hablar o callar, de actuar o no hacer nada, serían los únicos responsables de su propia felicidad o infelicidad. A partir de ahí, en vez de fomentar la disensión para conseguir atención, satisfarían su vanidad rea fi rmándose en sus convicciones y persuadiendo a los demás de que su propio gobierno es el más perfecto que pueda imaginarse. De esta forma, crecerá un entendimiento amistoso entre gobernantes y gobernados, una con fi anza mutua y una simplicidad relacional fácilmente concebible. ¡Qué! ¿A pesar de estar bien despierto, sueñas seriamente con una completa armonía entre partidos y movimientos políticos? ¿Esperas que vivan juntos en el mismo territorio sin tensiones? ¿Sin que los más fuertes traten de someter y anexionar a los más débiles? ¿Crees que de esta gran torre de Babel saldrá un lenguaje universal? Creo en un lenguaje universal tanto como en el poder supremo de la libertad para lograr la paz mundial. No puedo predecir ni la hora ni el día de este acuerdo universal. Mi idea no es más que una semilla arrojada al viento. ¿Caerá 37
  • 38. en tierra fértil o en un camino empedrado? No puedo decir nada al respecto. No propongo nada. Todo es solo cuestión de tiempo. ¿Quién, hace un siglo, creía en la libertad de conciencia; y quién, hoy en día, se atrevería a cuestionarla? ¿Ha pasado tanto tiempo desde que la gente se burlaba de la idea de que la prensa es un poder dentro del Estado? Y ahora, ya ves, los hombres de Estado también se inclinan ante ella. ¿Previsteis esta nueva fuerza de la opinión pública, cuyo nacimiento hemos presenciado todos, que, aunque aún en su infancia, impone su veredicto a los imperios? Resulta de suma importancia incluso en las decisiones de los déspotas. ¿No os habéis reído en la cara de cualquiera que se atreviera a predecir su ascenso? Ya que no estás presentando propuestas, podemos hablar. Dime, por ejemplo, ¿cómo va alguien reconocer a sus propios miembros entre esta confusión de autoridades? Y si uno puede adscribirse a un gobierno o abandonarlo en cualquier momento, ¿con quién o con qué podría contarse para elaborar el presupuesto del Estado y fi nanciar la lista civil? En el primer caso, no sugiero que la gente sea libre de cambiar de gobierno de una forma caprichosa, provocando su quiebra. Para este tipo de contrato debe prescribirse un plazo mínimo, digamos un año. A juzgar por los ejemplos de Francia y de otros lugares, creo que es muy posible tolerar durante un año entero el gobierno al que uno se ha suscrito. 38
  • 39. Los presupuestos estatales aprobados y equilibrados regularmente deben comprometer a todos solo en la medida en que se considere necesario como resultado de la libre competencia. En cualquier disputa al respecto, la decisión fi nal la tomarían los tribunales ordinarios. En cuanto a cómo identi fi caría un gobierno a sus sujetos, sean constituyentes o contribuyentes, ¿realmente presentaría esto mayor di fi cultad que la que tiene cada credo religioso para llevar un registro de su congregación, o cada empresa de sus accionistas?. Pero habría diez o veinte gobiernos, en lugar de uno, y otros tantos presupuestos y listas civiles; y el número de departamentos gubernamentales multiplicaría los gastos generales. No niego la validez de esta objeción. Sin embargo, ten en cuenta que, por la ley de la competencia, todos los gobiernos se esforzarían por ser lo más simples y económicos posible. Los departamentos gubernamentales, que nos cuestan -¡Dios lo sabe!- un ojo de la cara, se reducirían a lo estrictamente necesario; y los funcionarios super fl uos tendrían que renunciar a sus puestos e incorporarse a un trabajo productivo. Así, he respondido a tu pregunta solo a medias, y no me gustan las soluciones incompletas. Demasiados gobiernos constituirían un mal y darían lugar a un gasto excesivo, si no a la confusión. Sin embargo, una vez que se perciba este mal, llegará el remedio. El sentido común de la gente no soportaría ningún exceso, y en poco tiempo sólo podrían 39
  • 40. continuar los gobiernos viables. Los otros se morirían de hambre. Ya ves, la libertad es la respuesta a todo. ¡Tal vez! ¿Y qué hay de las dinastías existentes, las mayorías dominantes, las instituciones establecidas y las teorías acreditadas? ¿Crees que se van a retirar y a alinearse tranquilamente bajo el estandarte del ‘laissez-faire, laissez- passer’? Está muy bien que digas que no ofreces ninguna propuesta concreta, pero no puedes simplemente evitar el debate. Dime, lo primero, si realmente crees que todos ellos estarían tan seguros de sí mismos como para poder permitirse, en todo momento, negarse a hacer concesiones importantes. Yo, personalmente, no derrocaría a nadie. Todos los gobiernos existen gracias a algún tipo de poder innato que utilizan, más o menos hábilmente, para sobrevivir. A partir de este momento, tienen un lugar asegurado en mi sistema. No niego que al principio puede que pierdan un número considerable de sus seguidores menos entusiastas; pero aparte de la posibilidad de que esto suceda ¡qué compensaciones tan maravillosas resultan de la seguridad y estabilidad del poder! Menos sujetos o, en otras palabras, menos contribuyentes; pero, en compensación, tendrán una sumisión completa -voluntaria, sobre todo- durante todo el término del contrato. No más compulsión, menos o fi ciales de seguridad, apenas policía, algunos soldados -pero solo para los des fi les; por tanto, solo los más apuestos-. Los gastos descenderían más rápido de lo que lo harían los ingresos; no más créditos y no más apuros fi nancieros. Lo 40
  • 41. que hasta ahora sólo se ha visto en el Nuevo Mundo se haría realidad: sistemas económicos que, al menos, podrían hacer felices a las personas. ¿Qué dinastía no querría fi rmar por siempre por un sistema así? ¿Qué mayoría no estaría de acuerdo en dejar que la minoría emigre en masa? Al fi nal, ves cómo un sistema basado en el gran principio económico del laissez faire puede hacer frente a todas las di fi cultades. La verdad no es solo una verdad a medias, sino toda la verdad, ni más ni menos. Hoy en día existen dinastías que gobiernan y otras que han caído; príncipes con corona y otros a los que ciertamente no les importaría tener la oportunidad de llevar una. Cada uno tiene su partido, y todos los partidos están interesados, principalmente, en poner palos en las ruedas del carro del Estado, hasta hacer caer a quien lo maneja, pudiendo entonces sustituirle, asumiendo al mismo tiempo el riesgo de que también lo derriben a él. Es el delicioso juego del subibaja, por el que la gente paga un precio y, sin embargo, parece no cansarse nunca de él, como solía decir Paul-Louis Courier. En nuestro sistema ya no habrá costosos juegos malabares ni caídas catastró fi cas; no más conspiraciones o usurpaciones. Todo el mundo es legítimo y nadie lo es. La legitimidad de cada cual lo será sin objeciones mientras sea aceptada, y solo para sus partidarios. Aparte de esto, no habrá derechos divinos ni seculares, solo el derecho de que cada cual cambie o perfeccione su programa y haga nuevas propuestas a sus seguidores. 41
  • 42. ¡Nada de exilios, destierros, con fi scaciones, ni persecuciones de ningún tipo! Un gobierno que no sea capaz de satisfacer las demandas de sus acreedores, puede dejar su palacio con la cabeza alta si ha sido honesto, tiene contabilidad en orden y ha respetado fi elmente sus estatutos, sean o no constitucionales. Los gobernantes, entonces, pueden retirarse al campo y escribir sus memorias autojusti fi cadas. Bajo diferentes circunstancias, cuando las ideas han cambiado, se sienten de fi ciencias en los acuerdos colectivos, falta algo en particular, hay capital ocioso y los accionistas descontentos buscan inversiones en otros lugares... entonces uno lanza su programa, recluta rápidamente miembros, y cuando piensa que es lo su fi cientemente fuerte, en lugar de salir a la calle y optar por los disturbios, acude a la o fi cina de membresía política. Allí entrega su declaración, apoyada con unos estatutos básicos y con un registro para que los miembros incluyan sus nombres. Y entonces uno tiene un nuevo gobierno. El resto son problemas internos, asuntos de gestión de los que solo han de preocuparse los miembros que lo secunden. Propongo que se recaude una cuota mínima por las inscripciones y las transferencias de lealtad, a bene fi cio de la o fi cina de membresía política. Una cantidad por la creación de un gobierno y una suma muy pequeña cuando un individuo se cambia de un sistema a otro. Estos serían los únicos ingresos para remunerar a los empleados de las o fi cinas, pero imagino que estarían bien pagados, ya que espero que haya mucho movimiento en ellas. 42
  • 43. ¿No te sorprende la simplicidad de este aparato, de esta poderosa máquina que podría gestionar hasta un niño y que, aun así, satisfaría todas las necesidades? Búscala, escudríñala, pruébala y analízala. Te desafío a que le busques defectos en cualquier aspecto. Es más, estoy convencido de que nadie se molestará con ella: tal es la naturaleza humana. Es esta convicción, de hecho, la que me indujo a publicar mi idea. De hecho, si no encuentro seguidores, esto no es más que un ejercicio intelectual; y ningún poder, mayoría, organización, ni nadie, por poderoso que sea, tiene ningún derecho a tener malos sentimientos hacia mi. ¿Y si, solo por casualidad, me hubieras convertido? Shhh ... ¡Podrías comprometerme! 43
  • 44. Palabras de un Vidente Henri León Follin 44
  • 45. Comunidades libres y voluntarias La evolución del mundo debe hacerse basándose en el desarrollo y la mejora de las realidades individuales o convenidas libremente de manera asociativa, y no sobre categorías referidas al lugar de nacimiento, origen, entorno o actividades con los que se encasilla al individuo y a sus grupos. No debe existir el dominio de unos pueblos sobre otros. Esta forma política de dominación siempre generará con fl ictos. Los únicos poderes bene fi ciosos son económicos, morales, intelectuales y estéticos. No tienen nada que ver con las divisiones étnico-político-geográ fi cas. El poder debe ser monopolio de individuos y grupos libres, reclutados en todo el mundo, para que lo ejerzan sobre ellos mismos en bene fi cio de todos. Ninguna colectividad tiene razón de ser, más allá de la existencia de los individuos que la componen en un momento dado. Su condición no es otra cosa que el conjunto de condiciones particulares recibidas del pasado y del presente de parte de cada uno de estos individuos, y que sólo el individuo podrá transmitir en el futuro. Los derechos individuales cosmometapolitanos que deben reconocerse y garantizarse a todo ser humano en el mundo entero, independientemente de la comunidad nacional, 45
  • 46. regional o local a la que pertenezca, pueden reducirse esencialmente a seis: 1. Derecho a no participar en ninguna forma de rivalidad o con fl icto entre Estados políticos, ni a sufrir sus consecuencias. 2. Derecho a elegir el Estado o los Estados administrativos y jurídicos de cuyas leyes pretende depender en sus relaciones privadas, y a circular o establecerse en un Estado cualquiera respetando las leyes de éste en sus relaciones públicas. 3. Derecho a intercambiar libremente bienes y servicios con ciudadanos de todos los demás Estados. 4. Derecho a evaluar sus intercambios y a establecer compromisos mediante un modelo universal, o incluso particular, sin la intervención de ningún monopolio monetario. 5. Derecho a expresar libremente todo pensamiento sobre cualquier materia, con la excepción de no poder hacer llamada alguna a la violencia contra las instituciones establecidas. 6. Derecho de proteger la instrucción y la educación de los hijos de toda in fl uencia contraria a los cinco derechos precedentes. La doctrina cosmometapolítica propone que las personas no han de estar, desde su nacimiento, sometidas a una única autoridad que se les revelará en todas las manifestaciones de su existencia. Por el contrario, pretende que, para todo aquello que no perjudique directa y mani fi estamente a los 46
  • 47. demás, cada cual pueda liberarse de la ley común sobre la que no ha tenido ningún control, que sólo se someta a la parte de la opinión pública humana que le convenga o a las asociaciones en las que haya entrado libremente por medio de un acuerdo preciso de duración voluntariamente limitada. El principio cosmometapolítico que los hombres exigirán que gobierne el mundo cuando ellos quieran abrir los ojos es éste: ni el lugar de nacimiento o entorno, ni el origen de sus ascendientes deben vincular la vida o ciertas libertades esenciales de los individuos a las voluntades y decisiones de los gobernantes políticos, ya sean los gobernantes de la nación de la que son ciudadanos o en la que viven, o los de cualquier otra nación. La paz sólo reinará realmente, tal y como pretende COSMOMETAPOLIS, cuando hayamos creado, generalizado e intensi fi cado, hasta barrer todas las resistencias, la noción sobre un mínimo de derechos individuales-universales, no sólo de conciencia, sino también de interés humano, frente a las formaciones políticas y nacionales. Civilización La humanidad nunca ha sido civilizada. No confundamos la civilización con ciertos avances industriales, cientí fi cos, intelectuales e incluso morales de la humanidad. Ha habido numerosos intentos de civilización, siempre sofocados por la 47
  • 48. militarización y la politización. La manifestación más reciente, y quizás la más de fi nitiva y dañina de este fenómeno, la estamos presenciando en el siglo XX. La civilización es y sólo puede ser el producto de todas las iniciativas individuales libres sobre la faz de la Tierra y del intercambio universal de servicios, que es la consecuencia y la manifestación de su libertad. Una civilización donde los mejores representantes de la inteligencia, el talento y la virtud admitan que el poder de reconocer y premiar sus méritos está delegado en los políticos y burócratas del Estado todavía tiene que mejorar singularmente. Competición No confundamos la fórmula económica de la lucha por una vida mejor con la fórmula política de la lucha por la vida. Es una vida muy parcial e incompleta, que nos hace equiparar la selección relativa producida por los diversos grados de éxito en el esfuerzo por mejorar, con la selección absoluta producida por la lucha por el ser. Competencia económica El gran error socialista, que ha envenenado todas las concepciones modernas de la economía, es creer que la competencia, cuando es libre y justa, aplasta a los débiles bajo su dominio. La competencia permite que los fuertes lleguen 48
  • 49. en mayor número; pero como los fuertes no pueden ascender sino poniéndose al servicio de los débiles –que son in fi nitamente más numerosos– y con su ayuda, están obligados a dejar que se bene fi cien de las ventajas que ellos mismos obtienen de la competencia. Democracia ¿Democracia? Como instrumento de defensa contra el parasitismo y la tiranía de los fuertes, sí. Pero a condición de no sustituirla por la tiranía y el parasitismo de los débiles. Intercambios Los pueblos que quieran preservar sus características propias no tienen mejor medio de protegerse contra la in fi ltración extranjera de personas que abrir de par en par sus puertas al intercambio de productos. La tendencia natural es la de valorar más el servicio que se presta que el que se recibe. Sin embargo, cualquier intercambio es rentable. La discusión de las bases del intercambio, que a veces se presenta como una lucha, no es más que el indispensable primer paso. No es un acto de antagonismo, es la preparación de un acto de unión y solidaridad. Sólo Bastiat ha revelado de forma sorprendente la naturaleza de la Economía, al de fi nirla como “la ciencia del intercambio”. Sólo él ha revelado de manera sorprendente la 49
  • 50. naturaleza del valor, al de fi nirlo como “la relación entre dos servicios”. A la luz de estas de fi niciones entenderemos cómo multiplicando los intercambios y sustituyendo la moneda por un denominador común universal que equilibre con la máxima estabilidad posible el valor de los servicios prestados, la riqueza podrá multiplicarse hasta el in fi nito. La eliminación de fronteras aduaneras no es una cuestión de “organización”, sino una cuestión de derecho individual. Los llamados “economistas liberales” tenían toda la razón al pensar que el libre comercio bastaría para paci fi car el mundo, lo cual fue su excusa para no combatir ni siquiera los nacionalismos, y algunos de ellos concibieron la doctrina cosmometapolítica como germen de sus enseñanzas. La libertad de comercio es su fi ciente para todo materialmente, así como la libertad de pensamiento y de expresión del pensamiento es su fi ciente intelectual y moralmente. Pero sólo obtendremos aquélla como más o menos conseguimos estas últimas: reivindicándolas, no como un valor colectivo abstracto, sino como un derecho concreto de cada uno de nosotros. Economía La economía, es decir, la incesante adaptación y reajuste de la producción al consumo y viceversa, no es asunto del Estado, sino del comercio libre y sincero. 50
  • 51. No existe una “economía liberal”. Existe la economía, fruto de la libertad; y la antieconomía, fruto de la coacción. La economía del mundo se encuentra, desde 1914, en estado de descomposición. Sólo volverá a sus formas normales, de conformidad con las leyes naturales de la evolución y el progreso experimental de la humanidad, mediante la con fi rmación, el reconocimiento y la salvaguarda de ciertos derechos, tanto individuales como universales, que deben prevalecer sobre cualquier ley o institución política o jurídica, nacional o internacional, que se les oponga o pueda oponérseles en el futuro. Nada puede funcionar correctamente en la sociedad si se confunden las preocupaciones económicas con las preocupaciones fi lantrópicas. El mejor medio de garantizar que todos los intereses estén bien defendidos, tanto los de los trabajadores como los de los demás, es que cada cual deje de depender del Estado anónimo y parasitario y de fi enda lo suyo él mismo, sólo o asociado con aquellos con los que comparte intereses. Armonía La armonía humana, como todas las armonías, no es una cuestión de uni fi cación, sino de convivencia en la diversidad y la diferencia. Los dos grandes obstáculos para el orden y el progreso humanos son el espíritu particularista y el espíritu 51
  • 52. igualitario. En el fondo de todas las discordancias sociales, podemos estar seguros de que encontraremos uno u otro. Individualismo De fi nición: El individualismo es la doctrina que considera al individuo como el único agente social. Ningún individuo puede aislarse de la especie. Cada persona es sólo un momento de la vida del conjunto del que forma parte, del mismo modo que es sólo un momento de las células que lo componen. Pero es, según nuestro entendimiento y voluntad, el momento esencial, a la vez determinado y determinante. Triología de los principios individualistas, esencia de la realidad social: -Libertad: el simple hecho de no ser coaccionados por otros; -Responsabilidad: el simple hecho de no huir de las consecuencias de los propios actos; -Sinceridad: el simple hecho de ponerse lo más de acuerdo posible con los demás, con sus pensamientos, sus palabras y sus acciones. Criticamos la agenda política de los individualistas por no ser positiva, por centrarse principalmente en las aboliciones. ¿Cómo podría ser de otra manera? El papel del Estado, cuando es considerado como el garante de una sociedad libre, sólo puede ser negativo. Lo positivo de la política consiste en eliminar todo aquello que obstaculiza lo positivo de la no-política. 52
  • 53. Todas las concepciones imperantes, sean tradicionales o reformistas, tienden a encuadrar al individuo en el grupo étnico, político, social o profesional del que forma parte. El orden y el progreso naturales, por el contrario, procuran hacer independiente al individuo de todos los grupos, en la medida en que él mismo no fi ja o no acepta libremente los límites de su solidaridad con los otros. El gran vicio de todos los liderazgos colectivos, ya sean políticos, sindicalistas, cooperativistas, soviéticos u otros, será siempre el mismo: fomentar el miedo y el odio de los mediocres hacia cualquier valor individual, los fanatismos contra todo espíritu libre, y eliminar, de este modo, los resortes esenciales de toda evolución humana. Es posible, tal y como a fi rma un publicista, que una sociedad individualista “favorece a los audaces y a los sinvergüenzas”, en detrimento de los apáticos y de los imbéciles incapaces de organizar su propia defensa. Pero una sociedad socialista (o socialómana) favorece a los perezosos y a los despilfarradores, en detrimento de los trabajadores y de los previsores, que actúan por el bien de todos al perseguir su propio bien. De este modo, una sociedad individualista es mucho más social que una sociedad socialista. Un pensador de nacionalidad inglesa, Auberon Herbet, recomendó el “impuesto voluntario”. Estas dos palabras parecen contradecirse. Sin embargo, ¿no podemos admitir que, en una sociedad en la que los individuos se hubieran liberado de la necesidad 53
  • 54. de tutela y hubieran perdido el hábito de la coacción, ellos mismos se sentirían socialmente obligados a participar en los gastos comunes, del mismo modo que ahora se sienten obligados a salir decentemente vestidos y a cumplir un sinfín de convenciones a las que la ley no les obliga en modo alguno? Mundo ¡Las naciones no han comprendido aún su absurdo, cuando buscan tanto ampliar como cerrar sus fronteras, sin entender que el libre comercio signi fi ca la anexión del mundo y la recíproca anexión entre cada una de ellas! ¿Los Estados Unidos del Mundo? ¡Cuidado! Sería muy cómodo oprimir a los individuos bajo un nivel de uniformidad. Pero los Individuos del Mundo unidos por encima de los Estados para defenderse de sus excesos, eso es, a la vez, algo más urgente, e fi caz e inofensivo. Militarismo El militarismo y el proteccionismo van de la mano. Cuando uno de ellos ha causado desastres en un país, el otro se arrastra a su favor. El proteccionismo es una estafa al erario público, al igual que el militarismo es una estafa a la vida pública. Como todas las estafas, necesitan agua turbia. 54
  • 55. Naciones Desde tiempos inmemoriales, los hombres han ignorado su interés universal, permanente y superior, que es un interés de cooperación, y lo han sacri fi cado a intereses particulares, temporales e inferiores, en forma de lucha armada o de competencia por el poder material. Éste es el único origen de la nación, éste fue y sigue siendo, en cierta medida, su única razón de ser. ¿Recon fi gurar las fronteras de las naciones? ¡Qué anacronismo tan infantil! Sólo una cosa importa: hacer que las naciones se con fi guren progresiva y únicamente como asociaciones para la administración de ciertos intereses comunes, y cada vez menos como meros aparatos gubernamentales que absorben la personalidad humana, oprimiéndola en bene fi cio de sus parásitos. Puesto que los con fl ictos entre naciones provienen únicamente de las ambiciones nacionales, resulta cuanto menos extraño que esperemos que los resuelvan equitativamente unos Tribunales de Arbitraje cuyos miembros dependen del favor de los gobiernos nacionales, estando más o menos dispuestos a bene fi ciar a uno u otro litigante. ¿Cómo es posible que el sentido común más elemental no demuestre a los pueblos que los peligros de las políticas nacionales sólo pueden ser eliminados por hombres que no tienen nada que ver con ellas, ni de cerca ni de lejos; es decir, que han renunciado a todo sentimiento 55
  • 56. nacional y político, reivindicando el valor de la cosmometapolítica? A pesar de representar a una minoría ín fi ma, los nacionalistas siempre ejercerán una in fl uencia desproporcionada en relación a su número en todos los países, en tanto no destruyamos entre los ciudadanos la idea de que su nacionalidad puede, en determinadas circunstancias, prevalecer sobre su humanidad. La paz, el orden y la prosperidad no reinarán de fi nitivamente en el mundo hasta que los hombres, en un número su fi ciente o ejerciendo una in fl uencia su fi ciente, hayan repudiado toda solidaridad con lo que los gobiernos, los partidos y la prensa de cada país vienen a denominar “intereses nacionales”. Una nación no ostenta intereses. Simplemente realiza el arbitraje de los intereses que sus ciudadanos, bien como administrados o comerciantes, no pudieron acordar entre ellos con los ciudadanos de otras naciones. En los casos en que sea posible el acuerdo, la nación no pinta nada. Y ni en uno ni en otro caso tiene a derecho a involucrar a las partes que no estén interesadas. Las personas que, creyéndose de buena fe pací fi cas o al menos enemigas de la guerra, practican o admiten el culto a los “intereses nacionales” son como aquellos enfermos o médicos que ignoran los síntomas de una infección sin dejar de alimentar su origen. 56
  • 57. Política La política, que pretende dominar el mundo, es, sin embargo, una de sus actividades más inferiores, animada por el espíritu más simplista. No hay nada más representativo de ello que el fetichismo democrático igualitario en materia de educación que el Estado centralizado utiliza naturalmente para extender su in fl uencia por doquier. El absurdo político universal consiste en esperar de las instituciones y de las leyes más virtud que de los hombres que las elaboran y las aplican. Los pueblos, al igual que los individuos, viven de aquello que los une y mueren por aquello que los divide. Pero sus parásitos viven de aquello que los divide y mueren por aquello que los une. De ahí procede la obstinación de los políticos, los diplomáticos, los periodistas, los monopolistas de las fi nanzas y la industria por oponer los cultos nacionales a la religión de la humanidad. Sociedad El desarrollo de las sociedades se fundamenta exclusivamente en el desarrollo de la competencia económica, aquella que se basa en mejorar, en detrimento de la competencia política, que consiste en ser el más fuerte. El secreto de la riqueza y la armonía sociales se basa en desarrollar en cada individuo, en cada entorno, el deseo de 57
  • 58. ser diferente de los otros, sustituyendo al deseo de ser más que los otros. Se trata de descartar aquello que es particularista, respetando lo que es particular. El problema social es un problema de instituciones libertarias y responsables para los individuos capaces de adquirir tal iniciativa y responsabilidad, y de instituciones tutelares para los individuos que no pueden prescindir de la tutela. Los trabajadores más o menos asalariados (evitemos la palabra “obrero”) accederán más rápido a la propiedad de los instrumentos de trabajo y a la gestión de empresas cuanto más evite la ley ceder a los requerimientos de sus representantes políticos, que sólo pretenden ponerlos bajo su propia tutela interesada e incompetente. Variedad A la quimérica idea de un régimen ideal, mesiánico y universalmente aplicable, alguien se opuso con la vaga idea de que “el mejor régimen es aquel que, en una época y en un entrono determinados, se adapta mejor a la condiciones de tal o cual sociedad”. La verdad es que el único régimen adecuado para todas la épocas y todos los entornos, el único que puede ser modelado en las condiciones esenciales de desarrollo de todas las sociedades, es aquel que deja la puerta abierta a todas las experiencias, sin imponer ni sofocar ninguna de ellas. 58
  • 59. Si nuestra sociedad se ha vuelto singularmente complicada, esta misma complejidad, de la que no se puede esperar razonablemente que sea seguida y alcanzada por la capacidad de dirección de los gobernantes, exige el reconocimiento y la aplicación de grandes principios de lo más sencillos. La Ley debe ser únicamente el medio para lograr la diversidad en los usos de la libertad, dentro de la unidad de las garantías de la libertad. Verdad La humanidad rara vez admite, de entrada, una verdad nueva o el rejuvenecimiento de una verdad antigua que haya sido descuidada o que haya pasado desapercibida, porque los hombres que la in fl uyen han adoptado, en su mayor parte, por razón de su temperamento, interés, tradición o educación, concepciones contrarias que les cuesta abandonar, especialmente si han contribuido con su propio esfuerzo a adquirirlas. Pero deberán resignarse, tarde o temprano, cuando esta verdad haya a fl orado en una serie de cerebros que todavía se encuentran en estado de evolución. 59
  • 60. Panarquía, un ideal olvidado. Max Nettlau Hace tiempo que me fascina la idea de que sería sí, en lugar de que las instituciones políticas y sociales se sucedan una tras otra, este término se sustituyera por "simultáneamente". Ideas como "Abajo el Estado" y "Sólo sobre las ruinas del Estado..." expresan las emociones y deseos de muchos, pero parece que sólo "Elige tu Estado" puede ayudar. Cuando aparece una nueva idea cientí fi ca, sus defensores se limitan a utilizarla, sin intentar convencer a los viejos profesores que no quieren seguirla, ni obligarles a aceptarla o a matarlos. Por sí solas se quedarán atrás, perderán su reputación y se marchitarán, siempre que la nueva idea esté llena de vida. A menudo la malicia o la estupidez se interponen en el camino de la nueva idea, por lo que es necesario luchar con fuerza por la tolerancia mutua e incondicional. Sólo así puede fl orecer y progresar la ciencia, ya que se basa en la libre experimentación e investigación. Nadie debería intentar "poner todo en la misma cesta". Ni siquiera el Estado puede hacerlo. Los socialistas y los anarquistas escaparán a su poder. Nosotros (los anarquistas) 60
  • 61. tampoco podemos, porque los estatistas seguirán existiendo (esto es un hecho). Además, es mejor que no introduzcamos la lucha a muerte en nuestra sociedad libre. La famosa pregunta "¿Qué hacemos con los reaccionarios que no se adaptan a la libertad?" tendrá una solución sencilla: mientras quieran, pueden mantener su Estado. Para nosotros, no importará. No tendrán más poder sobre nosotros que las ideas excéntricas de una secta que no le interesa a nadie. Sucederá tarde o temprano. La libertad se abrirá paso, esté donde esté. Una vez estuvimos en un barco de vapor en el Lago Como. Una profesora subió al barco con un gran grupo de niños. Les ordenó que permanecieran sentados y que no se empujaran. Sin embargo, justo cuando había puesto orden en un grupo, otro grupo de niños ya se había levantado, y cuando trató de volver a poner a todos en orden y pensando que había terminado su trabajo, se encontró rodeada del mismo desorden que antes. En lugar de ser más estricta, la joven maestra se rió de sí misma y dejó a los niños solos. De todos modos, la mayoría acabó sentándose por su cuenta. Este es un ejemplo inocente de cómo, cuando se deja en paz, todo se resuelve al fi nal. En conclusión: antes de que la idea de la TOLERANCIA MUTUA en todos los asuntos políticos y sociales se abra paso, lo mejor que podemos hacer es prepararnos para ella, practicándola en nuestra vida y pensamiento diarios. ¿No 61
  • 62. seguimos atacando todos los días? Mis palabras pretenden decir lo mucho que me gusta esta idea, y expresar mi gran placer por haber encontrado un ensayo de un pionero de esta idea, una idea poco discutida en nuestra literatura. Me re fi ero al artículo "Panarquía", escrito por P. E. De Puydt, en la "Revue Trimestrielle" (Bruselas), julio de 1860, pp. 222-245. El autor, que me es desconocido y del que no hablaré, probablemente vivió alejado de los movimientos sociales. Pero tenía una visión clara de hasta qué punto el sistema político actual, según el cual TODOS deben someterse a un gobierno constituido por decisión de la mayoría (o de otra manera), contradice las exigencias más elementales de la libertad. Sin identi fi carme con sus propios objetivos, quiero resumir sus opiniones y destacar algunos detalles. Nos sentiremos más cerca de su idea si sustituimos en nuestra mente la palabra "gobierno" -que De Puydt utiliza siempre- por el término "organización social", sobre todo porque el mismo autor proclama la coexistencia de todas las formas de gobierno, "incluida la ANARQUÍA de M. Proudhon". De Puydt se declara partidario de las enseñanzas del "Laissez faire, laissez passer" (la escuela de Manchester de la libre competencia sin intervención del Estado). No hay medias verdades. Concluye que la ley de la libre competencia no sólo se aplica a las relaciones industriales y comerciales, sino que también debe prevalecer y abrirse paso en la esfera política. 62
  • 63. Algunos dirán que hay demasiada libertad, otros que no hay su fi ciente. Sin embargo, se pierde la libertad fundamental, precisamente la más necesaria: la de ser libre o no serlo, según la propia elección. Cada uno decide esta cuestión por sí mismo, y como hay muchas opiniones, tantas como seres humanos, el resultado es esta mezcla confusa llamada política. La libertad de una parte es la negación de la libertad de las otras. El mejor gobierno nunca funciona según la voluntad de todos. Siempre hay ganadores y perdedores, opresores en nombre de la ley vigente e insurgentes en nombre de la libertad. ¿Quiero proponer mi propio sistema? ¡Claro que no! Abogo por todos los sistemas, es decir, por todas las formas de gobierno que encuentren sus propios seguidores. Cada sistema es como un conjunto de pisos (casas) en los que el propietario y los principales inquilinos están mejor y más a su gusto. Los demás, para los que no hay su fi ciente espacio, son infelices. Odio a los destructores tanto como a los matones. Los descontentos deben encontrar su propio camino, pero sin destruir el edi fi cio. Lo que no les gusta, les puede gustar a sus vecinos. ¿Deben emigrar y buscar por sí mismos, en algún lugar del mundo, otro gobierno? Por supuesto que no deberían. Tampoco hay que deportar a nadie por sus opiniones. "Deseo que sigan viviendo donde están, o donde se 63
  • 64. encuentran, pero sin con fl ictos, como hermanos, hablando cada uno libremente y subordinándose sólo a los poderes que cada uno, por sí mismo, ha elegido o aceptado. Volvamos a nuestro tema. "Nada se desarrolla ni perdura si no se fundamenta en la libertad. Nada puede mantenerse o funcionar con éxito si no es por el libre juego de todos sus elementos activos. De lo contrario, perderá energía por la fricción, el rápido deterioro de sus engranajes y numerosas fracturas y accidentes. Por lo tanto, reivindico para cada elemento de la sociedad humana (los individuos) la libertad de asociarse con los demás, según sus elecciones y empatías, de trabajar sólo según sus capacidades; es decir, el derecho absoluto a elegir la sociedad política en la que desea vivir y a depender sólo de ella. Hoy en día, el republicano trata de anular la forma actual del Estado para establecer su propia idea de Estado. Sus enemigos son todos los monárquicos y todos los que no están interesados en su ideal. Sin embargo, según De Puydt, esto debe hacerse de forma que se corresponda con un divorcio o una separación legal en las relaciones familiares. Propone una opción de divorcio similar para la política, una opción que no perjudica a nadie. ¿Alguien quiere una separación política? Nada más sencillo que hacerlo a su manera, pero sin vulnerar los derechos y 64
  • 65. las opiniones de los demás, que tendrán que hacerle un hueco y dejarle libertad para realizar su propio sistema. En la práctica, una o fi cina de registro sería su fi ciente. En cada municipio habría una o fi cina para la CIUDADANÍA POLÍTICA de las personas. Los adultos se inscribirían en la monarquía, en la república, etc., según su voluntad. Por lo tanto, no se verían afectados o vinculados por los sistemas de gobierno de otros. Cada sistema se organizaría por sí mismo, tendría sus propios representantes, leyes, jueces, impuestos, independientemente de que hubiera dos o diez organizaciones de este tipo en el barrio. Para las disputas que puedan surgir entre estas organizaciones, bastaría con los tribunales de arbitraje, como entre amigos. Probablemente habrá muchos asuntos comunes a todos los organismos, que se resolverán de mutuo acuerdo, como hacen los cantones suizos y los estados americanos y sus federaciones. Puede haber personas que no quieran estar en uno de estos cuerpos. Pueden propagar sus ideas y tratar de aumentar el número de sus seguidores, hasta que alcancen un presupuesto independiente que les permita pagar lo que 65
  • 66. quieren tener a su manera. Hasta entonces, tendrán que pertenecer a una de las organizaciones existentes. Es sólo una cuestión de fi nanzas. La libertad debe ser tan amplia que incluya el derecho a no ser libre. Por lo tanto, habrá clericalismo y absolutismo para quien lo quiera. Habrá libre competencia entre los sistemas de gobierno. Los gobiernos tendrán que reformarse para asegurarse seguidores y clientes. Bastará con una simple declaración a la o fi cina local de ciudadanía política, y sin necesidad de ir a ningún otro sitio, con bata y zapatillas, se podrá pasar de la república a la monarquía, del parlamentarismo a la autocracia, de la oligarquía a la democracia o incluso a la anarquía del señor Proudhon, todo según la propia elección. "¿Está insatisfecho con su gobierno? Toma otra" - sin insurrección, sin revolución y sin fatiga; simplemente dirige tus pasos a la O fi cina de Ciudadanía Política. Los viejos gobiernos pueden seguir existiendo, hasta que la libertad de experimentar -aquí propuesta- lleve a su decadencia y caída. Sólo se necesita una cosa: la libre elección. La libre elección y la competencia serán algún día las palabras clave del mundo político. 66
  • 67. Pero, ¿no llevaría esto a un caos insoportable? Debemos recordar la época en la que todo el mundo se as fi xiaba con las guerras de religión. ¿Qué pasó con estos odios mortales? El progreso del espíritu humano los ha barrido, como el viento barre las últimas hojas del otoño. Las religiones, en cuyo nombre se encendieron las piras y se in fl igieron las torturas, coexisten ahora pací fi camente, una al lado de la otra, cada una ocupada en su dignidad y pureza. Si esto fue posible en este ámbito, a pesar de todos los obstáculos, ¿no será también posible en el ámbito de la política? Hoy en día, cuando los gobiernos existen sólo por la exclusión de los otros poderes, cada partido domina después de haber derrotado a sus oponentes y la mayoría ha suprimido a la minoría. Es inevitable que las minorías, los oprimidos, se quejen e intrigan por su lado, y esperan el momento de la venganza, hasta llegar al poder. Pero cuando se suprima toda coacción, cuando cada adulto sea siempre libre de elegir por sí mismo, esas luchas inútiles serán imposibles. Cuando los gobiernos se someten a estos principios de libre experimentación y competencia, mejoran y se perfeccionan. No más vuelos, en las nubes, que sólo ocultan su vacío. Su éxito dependerá enteramente de ellos mismos, de hacerlo mejor y más barato que los demás. 67
  • 68. Las energías, que actualmente se desperdician en fricciones, resistencias y tareas inútiles, se unirán y promoverán el progreso y la felicidad de la humanidad de formas imprevisibles y maravillosas. Es posible que, después de haber experimentado gobiernos de todo tipo, la gente vuelva a un único gobierno, el más perfecto. A este respecto, De Puydt dice que, si así fuera, este acuerdo general sólo se alcanzaría tras el libre juego de todas las fuerzas. Y esto sólo podría ocurrir en un futuro muy lejano, "cuando el papel del gobierno se reduzca a su mínima expresión". Mientras tanto, los pueblos tienen mentalidades diferentes y sus costumbres son tan diversas que sólo es posible una multiplicidad de gobiernos. Algunos buscan la emoción y la lucha, otros desean el descanso, otros necesitan estímulo y ayuda, y algunos, los genios, no soportan ser gobernados. Uno quiere una república, sumisión y renuncia, el otro una monarquía absoluta con su pompa y esplendor. El orador quiere un parlamento, el silencioso condena al hablador. Hay mentes fuertes y débiles, algunas ambiciosas y otras simples y contentas. Hay tantos personajes como personas, tantas necesidades como naturalezas. ¿Cómo pueden satisfacerse todos con una sola forma de gobierno? Los satisfechos serán una minoría. Incluso un gobierno perfecto encontrará oposición. 68
  • 69. Con el sistema propuesto, todos los desacuerdos se considerarán meras peleas domésticas, y el divorcio será la solución fi nal. Los gobiernos competirán entre sí, pero sus asociados (sus ciudadanos) les serán especialmente leales, ya que su gobierno es el que corresponde a sus propias ideas. -Creo en el "poder soberano de la libertad para establecer la paz entre los hombres". No puedo prever el día y la hora en que esto sucederá. Mi idea es como una semilla lanzada al viento. ¿Quién soñó en el pasado con la libertad de pensamiento... y quién lo duda hoy? Para su realización práctica, se podría, por ejemplo, establecer un periodo mínimo de un año para la pertenencia a una forma de gobierno. Cada grupo encontraría y reuniría a sus seguidores cuando los necesitara, al igual que hacen las iglesias con sus miembros o las empresas con sus accionistas. ¿La coexistencia de muchos órganos de gobierno provocaría un exceso de funcionarios y el correspondiente derroche de energía? Esta es una objeción importante; sin embargo, una vez que se descubre ese exceso, hay que abordarlo. Sólo persistirán las agencias verdaderamente viables; las demás desaparecerán por su propia debilidad. 69
  • 70. ¿Aceptarán los actuales partidos y dinastías gobernantes estas propuestas? Les conviene hacerlo. Les iría mejor si lo hicieran con menos personas, pero todas ellas dispuestas y totalmente subordinadas. No sería necesaria ninguna coacción contra ellos, ni soldados, ni gendarmes, ni policías. No habría conspiraciones ni usurpaciones. Un gobierno puede ser disuelto hoy, pero más tarde, cuando encuentre más partidarios, puede ser restablecido por un simple acto constitucional, como hacen las corporaciones. Las pequeñas tasas pagadas a los registradores fi nanciarían las o fi cinas de ciudadanía política. Sería un mecanismo sencillo, que hasta un niño podría hacer..... Esta forma de pensar del autor, De Puydt, me recuerda un poco a Anselme Bellegarrigue, tal y como escribió en sus numerosos artículos en el periódico "Civilisation" de Toulouse, en 1849. Ideas similares, especialmente en lo que respecta a la fi scalidad, fueron expresadas años más tarde por Auberon Herbert ( fi scalidad voluntaria). El hecho de que sus argumentos nos parezcan hoy más plausibles que a sus lectores de 1860 demuestra que se ha progresado. Lo importante es EXPRESAR ESTA IDEA DE MANERA QUE RESPONDA A LOS SENTIMIENTOS Y NECESIDADES ACTUALES, y prepararse para su REALIZACIÓN. 70
  • 71. ¿No es esto precisamente lo que hace más prometedor el debate de estas ideas hoy en día? 71
  • 72. Democracia con “D” pequeña Por Anónimo "En la democracia política, solo los votos emitidos para el candidato mayoritario o el plan mayoritario son e fi caces para dar forma al curso de los asuntos. Los votos encuestados por la minoría no in fl uyen directamente en las políticas. Pero en el mercado no se emite ningún voto en vano. Cada centavo gastado tiene el poder de trabajar en los procesos de producción. ... La decisión de un consumidor se lleva a cabo con todos los momentos que le da a través de su disposición a gastar una cantidad de fi nida de dinero". (Ludwig von Mises, "Acción Humana") Hay mucha confusión en esta nación sobre el término "democracia". La palabra proviene del griego y signi fi ca en su estructura 'gobierno del pueblo' o posiblemente 'gobierno del pueblo'. Pero cuando la palabra no lleva mayúsculas, su calidad funcional real está relacionada con el mercado y no con las actividades políticas. Cuando se escribe con mayúsculas, como suele ocurrir en este país, el concepto cambia. En una democracia, las mayorías toman decisiones que se concretan sobre el conjunto de la población. Cuando se 72
  • 73. utiliza el concepto democrático en el mercado, cada individuo toma decisiones que sólo son vinculantes para sí mismo y para los demás implicados directamente. El proceso democrático (d minúscula) no implica el control de unos por otros, sino el control de todos por todos. Veamos cómo funciona esto. En el mercado, entras en una tienda y compras una lata de judías. Usted está obligado a tomar su decisión. Por razones que sólo tú conoces, has decidido comprar una lata de judías producida por la empresa X. Tu nombre aparece en la etiqueta. Su nombre está en la etiqueta. Su nombre está en la etiqueta. No sabes si habrá judías en la lata. No se ven las judías. Pero en parte por la etiqueta, en parte por la experiencia, confías en la empresa. Cambias tu dinero por la lata. Es un voto en el mercado. Es su voto para la empresa que ha patrocinado. Te compromete. Hay que pagar el precio de las judías. No tienes que comprarlo en absoluto. Pero si lo compras, tienes que pagarlo. Puedes pagarlo más tarde si el comerciante te da crédito. Si lo hace, es porque confía en su etiqueta. Cree, ya sea por la experiencia o por la larga práctica en la lectura de etiquetas, que acabará cobrando. Podría estar equivocado. Pero no se equivocará a menudo. Podrías estar equivocado. La caja puede contener canicas, sopa o puré de patatas. Pero tampoco se equivocará a 73
  • 74. menudo. Si compras una lata de la empresa X y no contiene lo que dice contener, serás muy reacio a volver a ser cliente de esa empresa. Pero veamos qué sucede como resultado de su voto en el mercado. Su voto es contabilizado por el comerciante, ya sea al fi nal del día o después de unos días de comercialización. Se dará cuenta, cuando haga sus cálculos, de que algunas personas (como tú) han votado a la marca X. Lo sabrá porque tendrá que volver a pedir la marca X. También encontrará que otros habrán votado por la marca Y. Otros habrán votado por las marcas Z, ZXY, XX, YYYY. También pedirá estas marcas en la cantidad exacta que considere necesaria para atender a sus clientes en el futuro. ¿Qué ocurre en las distintas empresas que procesan estos granos? El voto llega, cada vez numéricamente diferente para cada empresa. Cada empresa es alentada por cada voto emitido. Este estímulo lo lleva a continuar el proceso por el cual usted u otros lo han amado. Supongamos que la marca X, del tipo que usted votó, fue la más popular. Si tuviéramos democracia (D mayúscula) en el mercado, esto signi fi caría que se emitiría una orden que diría en efecto: "Sólo debe tratarse la marca X". Los votantes han demostrado claramente que la marca X es la mejor judía. Por lo tanto, todas las demás marcas están suspendidas. 74
  • 75. Pero no tenemos la Democracia Capital D en el mercado. Tenemos una pequeña democracia. Por lo tanto, aunque la marca X resultara ser la más popular, las otras eran lo su fi cientemente populares como para animarlas en cierta medida. Por lo tanto, todas las empresas que recibieron un voto positivo siguen produciendo su producto. El hecho de que compren la marca X no nos obliga a comprar esa marca. Personalmente, digamos que nos gusta la marca AAAA. No podemos evitar que compres la marca X. No puedes impedir que compremos la marca AAAA. Esa es la verdadera democracia. Este es el proceso por el que todos gobiernan a todos los demás. Este proceso es siempre moral y da como resultado los mejores alimentos, la mayor variedad y los precios más bajos para el mayor número. LA MAYORÍA SE CONVIERTE EN UN CONTROL MONOPÓLICO En lo anterior, hemos tratado de mostrar cómo funciona la democracia (d pequeña) en el mercado. Pero el argumento que sigue apareciendo es que no es lo mismo que la política. En el gobierno, dos hombres se presentarán a las elecciones. Ambos no pueden mantener esa posición. Por lo tanto, los votos a través del proceso de la mayoría selecciona el más adecuado. Uno de ellos ocupará el puesto. El otro no lo hará. 75
  • 76. ¿Qué hay de malo en eso? Lo mismo ocurre si vas a una tienda a comprar judías de la marca X y te informan de que, como a más gente sólo le gusta la marca YYYY, ésta será la única clase de judías que podrás comprar. Además, le dirán que no puede resolver el problema por sí mismo simplemente no comprando judías. Tienes que comprarlos. Y tienes que comprar la marca AAAA. Además, hay que comer las judías. En ese momento, la democracia se habría capitalizado. Y eso es lo que hemos hecho en el gobierno de este país. Supongamos que dos hombres se presentan a la presidencia. Supongamos de nuevo que uno de ellos, la marca AAAA, es el Sr. Kennedy. Supongamos además que el otro, la marca X, es el Sr. Nixon. El Sr. Kennedy obtiene más votos que el Sr. Nixon. Pero los electores que votaron por el Sr. Nixon no tienen opción. Querían que el Sr. Nixon dirigiera sus asuntos. Tienen al Sr. Kennedy. Están frustrados. Por supuesto, los que votaron al Sr. Kennedy están encantados. No sólo están recibiendo al hombre que dirige su negocio, sino que también están recibiendo a un hombre que ahora está facultado para dirigir el negocio de todos. Pero siempre hay una tercera categoría de personas, las que no quieren ni la marca X ni la marca AAAA. Puede que haya quien quiera la marca Z. Incluso hay quienes no 76
  • 77. quieren una marca en absoluto. Quieren dirigir su propio negocio por completo sin tener un Nixon, un Kennedy o un ZZZZ para dirigirlo. Pero por el proceso mayoritario, todos ellos, independientemente de sus deseos o creencias personales, deben ahora pagar por la marca AAAA. Y están obligados a utilizar la marca AAAAA aunque no quieran. De repente vemos lo que ha ocurrido con nuestro apoyo a la democracia: nos hemos alejado del concepto de gobierno por el pueblo. En cambio, ahora tenemos un gobierno monopolista. Todas las minorías, sean cuales sean sus intereses, deseos o lo que sea, están obligadas a aceptar el monopolio. Ahora, si practicáramos una pequeña democracia en este país, los que votaron por él tendrían sus asuntos dirigidos; los que votaron por Kennedy lo tendrían; los que votaron por otra persona para dirigir sus vidas lo tendrían. Y los que no quisieran que alguien se encargara de sus asuntos, se quedarían sin nadie que los dirigiera. Sería moral: cada uno podría pagar por lo que él mismo votó que quería. El hombre que se negó a participar no obtiene los "bene fi cios" que habría obtenido si lo hubiera hecho. Tal vez se arrepienta más tarde. Pero eso es cosa suya. Al igual que es asunto suyo negarse a comprar judías y pasar hambre si eso es lo que ocurre. 77
  • 78. Casi podemos oír el grito de alarma: "Pero eso signi fi caría que tendríamos muchos presidentes, al menos dos. ¿Y cómo podríamos hacer que todos estuvieran de acuerdo con una política determinada en ese caso?" La respuesta es que no podrías. ¿Pero eso sería malo? El concepto de representación es esencialmente un concepto de agencia. Alguien tiene que actuar por ti. Pero, ¿cómo puede alguien actuar por ti si esa persona está completamente comprometida con acciones contrarias a tus propios intereses? Asumir que te representan porque otros los han elegido es asumir una mentira. Sólo pueden representarte si tú los eliges, y sólo si se limitan a tus intereses. Esto es la democracia con mayúsculas que nos hace. Los hombres que se oponen a tus propios intereses toman el poder sobre ti a través de las acciones de los demás; la democracia (D mayúscula) signi fi ca el control mayoritario de todos. Control mayoritario del monopolio de todos los medios. Y esto siempre da lugar a un control monopolístico en manos de una minoría. Esto nunca es moral, y no es necesario. 78
  • 79. La Libertad y los Impuestos Benjamin Tucker La idea de que el contribuyente voluntario se opone al Estado precisamente porque no se basa en el contrato, y desea sustituirlo, es estrictamente correcta, y me alegra ver (por primera vez, si la memoria no me falla) que un opositor la capta. Pero el Sr. Read oscurece su a fi rmación por su comentario anterior de que la propuesta de impuestos voluntarios es "el resultado de una idea... de que el Estado está, o debería estar, basado en el contrato". Esto sería cierto si se omitieran las palabras que he puesto en cursiva. Es la inserción de estas palabras lo que ha proporcionado al autor una base para su analogía, por lo demás infundada, entre los anarquistas y los seguidores de Rousseau. Estos últimos sostienen que el Estado nació de un contrato, y que los hombres de hoy, aunque no lo hicieron, están obligados a cumplirlo. Los anarquistas, por el contrario, niegan que tal contrato se haya hecho alguna vez; declaran que, si se hubiera hecho, no podría imponer una sombra de obligación a quienes no participaron en su elaboración; y reclaman el derecho a contratar por sí mismos como les plazca. La posición de que un hombre pueda hacer sus propios contratos, lejos de ser análoga a la que lo somete a los contratos hechos por otros, es la antítesis directa de la misma. 79