2. La Vida Justa vs. La Vida Injusta
Sócrates ha cumplido su cometido: construyó la
ciudad perfectamente justa (Callipolis) y analizó las
diferentes formas de injusticia. Ahora ya está
preparado para responder a la pregunta de Glaucón
sobre por qué es preferible llevar a cabo una vida
justa a una vida injusta. ¿Por qué hay que ser justo,
si siendo injusto uno maximiza su propia utilidad, si
las probabilidades de uno ir preso son remotas y el
resto que se fastidie?
3. El analisis del Tirano I
La respuesta la ubica Sócrates en el análisis del tirano en el
Libro IX. Nos dice Sócrates, “ Por lo tanto, en realidad y
aunque alguien no lo crea, el auténtico tirano resulta ser
un auténtico esclavo, sujeto a las más bajas adulaciones
y servidumbres, lisonjeador de los hombres más
perversos, totalmente insatisfecho en sus deseos, falto
de multitud de cosas y verdaderamente indigente si
aprendemos a mirar en la totalidad de su alma; henchido
de miedo durante toda su vida y lleno de sobresaltos y
dolores. Sí, de veras se parece su disposición a la de la
ciudad que gobierna. Y se parece, en efecto, ¿no es así?”
(579c). En otras palabras, el tirano es un ser humano
máximamente injusto. Es un esclavo de sus propias pasiones.
4. El analisis del Tirano II
Sócrates le añade leña al fuego “Sobre esto, aún
hemos de adscribir a este hombre todas aquellas
cosas de que antes hablábamos: le es forzoso
ser, e incluso hacerse en mayor grado que antes
por virtud de su mando, envidioso, desleal,
injusto, falto de amigos, impío, albergador y
sustentador de toda maldad y por consecuencia
de todo esto, infeliz en grado sumo; finalmente,
ha de hacer iguales que él, a todos los que están
a su lado” (580ª).
5. El alma tripartita: el filósofo, el
ambicioso y el avaro
Nos dice Sócrates en el Libro IX, “-Si es cierto -dije- que, lo mismo que la
ciudad se divide en tres especies, también se divide en otras tres el
alma de cada individuo, nuestra tesis obtendrá, según creo, una
segunda prueba.
-¿Qué prueba?
-Ésta: siendo tres esos elementos, los placeres se mostrarán también
de tres clases, propia cada uno de aquéllos, y lo mismo los deseos y
los mandos.
-¿Cómo lo entiendes? -pregunté.
-Había algo, decimos, con lo que el hombre comprende; algo con lo
cual se encoleriza y una tercera cosa, en fin, a la que por la variedad de
sus apariencias no pudimos designar con un nombre adecuado, por lo
cual le dimos el del elemento más importante y fuerte que en ella
había: la llamamos lo concupiscible, por la violencia de las
concupiscencias correspondientes al comer y al beber, a los placeres
eróticos y a todo aquello que viene tras esto, y la llamábamos también
avarienta o deseosa de riquezas, porque es con las riquezas
principalmente con lo que se satisfacen tales deseos.
6. La avaricia y la ambición
-Y es razonable llamarla así -dijo. -Y si dijéramos que su placer e
inclinación es la ganancia, ¿no apoyaríamos esta designación
sobre un punto capital, de suerte que tengamos como una señal
evidente cuando hablemos de esta parte del alma, y no
acertaríamos llamándola codiciosa y deseosa de ganancia?
-Bien me parece -dijo.
-¿Y qué? La parte irascible, ¿no decimos que atiende entera y
constantemente al mando, a la victoria y al renombre? -Muy de
cierto.
-¿No sería, pues, acertado que la llamáramos arrogante y
ambiciosa?
-Acertadísimo.
7. Los géneros fundamentales
-Pues, por lo que toca a aquella otra con que comprendemos, a
todo el mundo le resulta claro que siempre tiende toda ella a
conocer la verdad tal cual es y no hay nada que le importe
menos que las riquezas o la fama.
-Muy cierto.
-¿La llamaremos, pues, apropiadamente amante de la
instrucción o del saber?
-¿Cómo no?
-¿Y no es cierto -proseguí- que en el alma de los hombres
manda unas veces este elemento que hemos dicho y otras
alguno de los otros dos según el caso? -Así es -dijo.
-¿Por eso afirmamos que los géneros fundamentales de
hombres son tres: el filosófico, el ambicioso y el avaro? (580d-
581c).
8. El deseo de victoria, sabiduria y
ganancias I
Aquí Sócrates reformula el argumento del Libro IV: el
deseo de sabiduría, de victoria y de ganancia. Aquí
podemos nuevamente reformular un argumento con el ya
habíamos tratado a Platón: la esencia de la psiquis
humana es un “eros”, es un deseo, un amor. Las
diferentes partes del alma están unificadas por un deseo.
En este sentido el alma humana es eros; así el oligarca
desea las ganancias, el timócrata desea la victoria y el
honor; mientras que el filósofo desea la sabiduría.
Sócrates concentra su atención nuevamente en el tema
de la justicia. ¿Por qué si la vida del injusto es más
placentera, cuál es el problema de este modelo?
9. El deseo de victoria, sabiduría y
ganancias II
Hay que recordar la distinción entre lo placentero y
lo que es bueno. Para la persona hedonista todo lo
placentero es bueno. Para Sócrates, no todo lo
placentero tiene que ser bueno, ya que existen
buenos y malos placeres. Si ello es así, tendría que
existir algún tipo de estándares que nos permita
colocar en un escalafón los distintos tipos de
placeres. De esta manera no todo lo placentero es
bueno, pero sí los buenos placeres son los que son
buenos. Lo que Sócrates argumentará es que la
justicia es el bien supremo y por ende el gobernante
justo es el filósofo con su deseo de saber, es un
amante del saber.
10. Los argumentos socráticos
Primer argumento – el filósofo ha probado todos los
placeres: el derivado de la ganancia; el derivado del
honor y el derivado del saber. Su gran ventaja sobre los
demás es que sólo él conoce el placer derivado del
saber y esto lo coloca en una posición ventajosa ya que
los otros desconocen lo que él ya ha experimentado. El
ambicioso y el avaro están en una posición de
inferioridad para pasar juicio sobre cuáles de estos
placeres es el supremo placer. Por lo tanto si solo el
filósofo es el mejor juez, lo que éste prefiera debe ser el
placer supremo. Por supuesto que el filósofo preferirá la
sabiduría.
11. . “Por lo que toca a la honra -dijo-, si realizan aquello a que cada uno
ha aspirado, entonces a todos se les alcanza, porque, en efecto, el rico
recibe honra de mucha gente y lo mismo el valiente y el sabio, de modo
que todos tienen experiencia de cómo es el placer que da el ser honrado;
pero del placer propio de la contemplación del ser, de ése es imposible
que haya gustado ningún otro salvo el filósofo.”(582c).
El Sócrates platónico no concibe que la experiencia tenga verdadero fruto si
no va acompañada de reflexión; en ello estriba para él la diferencia entre la
retórica al uso, de una rutina sin arte, y el discurrir filosófico (Phaedr. 260e
y Gorg. 463b). Se presume que sólo el filósofo reúne las tres experiencias,
su fallo es el único que tiene valor. Menos claro es lo que se añade después,
de que es también el único que posee el instrumento para juzgar, el
razonamiento, porque, como se ha observado, el razonamiento por sí mismo
puede apreciar el valor de los tres géneros de vida, pero no medir la
intensidad del placer propio de cada uno (cf. infra, 583a)